Una máquina masturbadora

Durante el primer mes de aquel verano, Ruth y el ayudante del escritor apenas se vieron. No se encontraban en la cocina de la casa, sobre todo porque Eddie nunca comía allí. Y aunque la niña de cuatro años y el ayudante de escritor dormían bajo el mismo techo, las horas en que uno y otra se retiraban eran muy distintas y sus dormitorios estaban a considerable distancia. Por la mañana, Ruth ya había tomado el desayuno, con su madre o con su padre, antes de que Eddie se levantara. Cuando el muchacho estaba despierto del todo, había llegado la primera de las tres niñeras de la pequeña, y Marion ya había llevado a la niñera y a Ruth a la playa. Si hacía mal tiempo, Ruth y la niñera jugaban en el cuarto de la niña, o en la sala de estar de la gran casa, que prácticamente no se usaba


Lo grande que era la casa asombró de inmediato a Eddie O'Hare. Éste había pasado parte de su infancia en un piso pequeño, en la residencia de Exeter, y luego había vivido en una de las casas destinadas a los profesores, que no era mucho mayor que el piso. Pero el hecho de que Ted y Marion estuvieran separados, que nunca durmieran en la misma casa, era una rareza de mucha mayor magnitud (y causa de especulación) para Eddie que el tamaño de la casa. También para Ruth la separación de sus padres había supuesto un cambio nuevo y misterioso. A la pequeña no le resultaba más fácil que a Eddie adaptarse a esa singularidad


Al margen de las implicaciones que tuviera la separación para Ruth y para Eddie de cara al futuro, el primer mes de aquel verano se caracterizó por la confusión. Cuando Ted se quedaba a dormir en la casa alquilada, a la mañana siguiente Eddie tenía que ir a buscarle con el coche. A Ted le gustaba estar en su cuarto de trabajo no más tarde de las diez de la mañana, por lo que a Eddie le daba tiempo de hacer un alto en el camino y pasar por la tienda de artículos generales de Sagaponack, donde había una estafeta de correos. Allí Eddie recogía el correo y compraba café y bollos para los dos. Cuando era Marion quien pasaba la noche en la casa alquilada, Eddie recogía el correo, pero desayunaba solo, pues Ted ya lo había hecho anteriormente con Ruth. Y Marion conducía su propio coche. Cuando no hacía recados, como sucedía a menudo, Eddie dedicaba gran parte de la jornada a trabajar en la casa alquilada


Este trabajo, que no era en absoluto exigente, abarcaba desde responder a algunas de las cartas que enviaban los admiradores de Ted hasta mecanografiar de nuevo versiones retocadas a mano del brevísimo relato Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido. Por lo menos una vez a la semana, Ted añadía o borraba una frase. También añadía y borraba comas, sustituía puntos y comas por guiones para después volver a los puntos y comas. (Eddie opinaba que Ted estaba atravesando una crisis de puntuación.) En el mejor de los casos, escribía a máquina un nuevo y desordenado párrafo (Ted era un pésimo mecanógrafo) y al instante lo revisaba y lo dejaba lleno de confusos garabatos. En el peor de los casos, el mismo párrafo quedaba eliminado por completo a la noche siguiente


Eddie no abría ni leía el correo de Ted, y la mayor parte de las cartas que mecanografiaba eran las respuestas de Ted a los niños que le escribían. El autor respondía personalmente a las madres. Eddie nunca vio lo que las madres escribían a Ted, o lo que éste les contestaba. (Cuando Ruth oía el tecleo de su padre por la noche, sólo por la noche, lo que oía, con más frecuencia que la escritura de un nuevo libro para niños, era la de una carta dirigida a una joven madre.)


Los acuerdos a los que llegan las parejas para no perder las maneras en su viaje hacia el divorcio suelen ser más complicados cuando la máxima prioridad declarada es la de proteger a un hijo. A pesar de que Ruth, a sus cuatro años, había sido testigo de que un muchacho de dieciséis montaba a su madre por detrás, sus padres nunca se hablaban a gritos ni se manifestaban odio, como tampoco el padre o la madre le hablaba a Ruth mal del otro. En este aspecto de su matrimonio destrozado, Ted y Marion eran modelos de buen comportamiento. No importaba que los acuerdos relativos a la casa alquilada fuesen tan sórdidos como la deplorable vivienda. Ruth nunca tuvo que vivir en aquella casa


En la jerga inmobiliaria que imperaba en los Hamptons en 1958, era una vivienda de las llamadas "casa vagón". En realidad se trataba de un apartamento sin ventilación, de un solo dormitorio, construido a toda prisa y amueblado de una manera económica, encima de un garaje de dos plazas. Estaba situada en Bridge Lane, en la localidad de Bridgehampton, apenas a tres kilómetros de la casa que los Cole tenían en Parsonage Lane de Sagaponack, y de noche era un lugar que permitía que Ted y Marion durmieran a suficiente distancia el uno del otro. Durante el día, allí trabajaba el ayudante del escritor


La cocina de la casa vagón nunca se usaba para cocinar. En la mesa de la cocina (la vivienda carecía de comedor) se amontonaba el correo sin responder o las cartas a las que el autor estaba dando respuesta. De día, le servía a Eddie como mesa de trabajo y, cuando se quedaba allí por la noche, Ted utilizaba la máquina de escribir. Todo lo que había en la cocina era un amplio surtido de bebidas alcohólicas, café y té. En la sala de estar, una simple extensión de la cocina, había un televisor y un sofá, en el que Ted daba cabezadas mientras miraba un partido de béisbol. Nunca encendía el televisor a menos que retransmitieran un partido de béisbol o un combate de boxeo. Marion, si tenía dificultades para dormir, miraba las películas de la última sesión


El armario del dormitorio sólo contenía unas pocas prendas de Ted y Marion para casos de emergencia. La habitación nunca estaba lo bastante a oscuras, pues tenía una claraboya, sin cortina, por la que a menudo se filtraba agua. Tanto para evitar la luz como las goteras, Marion cubría la claraboya con una toalla que fijaba con chinchetas, pero cuando Ted estaba allí quitaba la toalla. Sin la luz que entraba por la claraboya, no habría sabido cuándo era hora de levantarse. No había ningún reloj, y a menudo Ted se acostaba sin saber dónde había dejado su reloj de pulsera


La misma señora de la limpieza que se ocupaba de la casa familiar acudía a la casa vagón, pero sólo para pasar el aspirador y cambiar las sábanas. Tal vez debido a que la casa vagón estaba cerca del puente, donde pescaban los cangrejeros, normalmente utilizando como cebo trozos de pollo crudo, en el apartamento flotaba un olor permanente a volatería y salmuera. Y debido a que el propietario usaba el garaje para sus coches, Ted, Marion y Eddie comentaban que el olor del aceite lubricante y la gasolina saturaba el aire permanentemente


Si algo mejoraba el lugar, aunque sólo fuese ligeramente, eran las pocas fotografías de Thomas y Timothy que Marion había llevado allí. Procedían del dormitorio de invitados que ocupaba Eddie en la casa de los Cole, así como del baño de invitados adjunto, que también estaba a disposición del muchacho. (Eddie no podía saber que los pocos ganchos que había en las paredes desnudas eran un anuncio de los muchos ganchos para colgar cuadros que no tardarían en quedar a la vista. Tampoco podía haber predicho que durante muchos años le obsesionaría la imagen del empapelado visiblemente más oscuro donde las fotos de los chicos muertos habían colgado antes de que las quitaran.)


Todavía quedaban algunas fotografías de Thomas y Timothy en el dormitorio y el baño para invitados que utilizaba Eddie, y con frecuencia las miraba. Una de ellas, en la que aparecía Marion, era la que le llamaba más la atención. En la foto, que había sido tomada con luz matinal en una habitación de hotel en París, Marion se hallaba tendida en una cama anticuada con colchón de plumas; estaba despeinada y parecía soñolienta y feliz. Al lado de su cabeza, sobre la almohada, había un pie infantil descalzo y sólo una vista parcial de la pierna del niño, en pijama, que desaparecía bajo las ropas de cama. Lejos, en el otro extremo de la cama, había otro pie descalzo que, lógicamente, pertenecía a un segundo niño, no sólo dada la considerable distancia entre los pies descalzos, sino también porque el pijama que cubría la segunda pierna era diferente


Eddie no podía saber que la habitación de hotel estaba en París y pertenecía al otrora encantador Hótel du Quai Voltaire, donde los Cole se alojaron cuando Ted promocionaba la traducción francesa de El ratón que se arrastra entre las paredes. Sin embargo, Eddie reconoció que había algo extranjero, probablemente europeo, en la cama y los demás muebles. También supuso que los pies descalzos pertenecían a Thomas y Timothy, y que era Ted quien había hecho la fotografía


Allí estaban los hombros desnudos de Marion (sólo se veían los delgados tirantes de la combinación o la camisola) y uno de sus brazos. Una vista parcial de las axilas sugería que Marion las llevaba pulcramente depiladas. En aquella fotografía Marion debía de ser doce años más joven, todavía veinteañera. Eddie no la veía ahora muy distinta, aunque le parecía menos feliz que entonces. Tal vez el efecto de la luz matinal, que incidía oblicuamente en las almohadas, daba a su cabello un tono más rubio


Como todas las demás fotografías de Thomas y de Timothy, era una ampliación de veinte por veinticinco centímetros, rodeada por un paspartú y enmarcada en cristal. Eddie descolgaba la fotografía de la pared y la apoyaba en el sillón que había junto a la cama, de manera que Marion estuviera frente a él mientras permanecía tendido en la cama y se masturbaba. Para reforzar la ilusión de que la mujer le dirigía a él su sonrisa, Eddie sólo tenía que apartar de su mente los pies descalzos de los niños. La mejor manera de lograrlo era eliminarlos también de su vista, para lo cual bastaban dos trocitos de papel fijados al cristal con cinta adhesiva


Esta actividad se había convertido en su ritual nocturno cuando, una noche, le interrumpieron. Apenas empezaba a cascársela, oyó unos golpes en la puerta del dormitorio, que carecía de cerradura, seguidos por la voz de Ted


– ¿Estás despierto, Eddie? He visto luz. ¿Puedo entrar? Como es comprensible, Eddie se sobresaltó. Se puso a toda prisa el bañador todavía mojado y muy pegajoso que había puesto a secar en un brazo del sillón cercano a la cama, corrió al lavabo con la fotografía, y la colgó ladeada en su lugar, en la pared del baño


– ¡Ya voy! -gritó


Sólo al abrir la puerta recordó los dos trozos de papel, todavía fijados al cristal, que ocultaban los pies de Thomas y Timothy. Y había dejado la puerta del baño abierta. Era demasiado tarde para hacer nada al respecto. Ted, con Ruth en brazos, estaba en el umbral de la habitación de invitados


– Ruth ha tenido un sueño -dijo el padre de la niña-. ¿No es cierto, Ruthie?


– Sí -respondió la niña-. No era muy bonito


– Quería estar segura de que una de las fotografías está todavía aquí -explicó Ted-. Sé que no es una de las que su mamá llevó a la otra casa


– Ah -dijo Eddie, con la sensación de que la niña le atravesaba con la mirada


– Cada foto tiene una historia -le dijo Ted a Eddie-, y Ruth conoce todas las historias, ¿verdad, Ruthie?


– Sí -repitió la niña-. ¡Ahí está! -exclamó, señalando la foto que colgaba encima de la mesilla de noche, cerca de la sábana arrugada


El sillón, que Eddie había aproximado más a la cama para sus fines, no estaba donde debería estar, y Ted, con Ruth en brazos, tuvo que dar un rodeo para mirar más de cerca la foto


En aquella foto, Timothy, que se había hecho unos rasguños en una rodilla, estaba sentado en el mármol de una gran cocina. Thomas, mostrando un interés clínico por la herida de su hermano, estaba a su lado, con un rollo de gasa en una mano y un carrete de esparadrapo en la otra, jugando a que era el médico que curaba la rodilla ensangrentada. Por entonces Timothy tal vez tenía un año más que Ruth, y Thomas unos siete años


– Le sangra la rodilla, pero ¿se pondrá bien? -preguntó Ruth a su padre


– Se pondrá bien, sólo necesita una venda -respondió Ted.


– ¿Sin puntos ni aguja? -inquirió la niña


– No, Ruthie, sólo una venda


– Sólo está un poco herido, pero no se va a morir, ¿verdad?


– Así es, Ruthie


– Sólo hay un poco de sangre -observó Ruth


– Hoy Ruth se ha hecho un corte -le explicó Ted a Eddie, y le mostró una tirita en el talón de la niña-. Pisó una concha en la playa. Y esta noche ha tenido una pesadilla…


Ruth, satisfecha con el relato de la rodilla herida y con aquella fotografía, miraba ahora por encima del hombro de su padre. Le había llamado la atención algo del baño


– ¿Dónde están los pies? -preguntó la pequeña.


– ¿Qué pies, Ruthie?

Eddie ya se estaba moviendo para impedirles ver el cuarto de baño


– ¿Qué has hecho? -preguntó Ruth a Eddie-. ¿Qué les ha pasado a los pies?


– ¿De qué estás hablando, Ruthie? -inquirió Ted. Estaba bebido, pero, aun así, se mantenía en pie con un equilibrio razonable


Ruth señaló a Eddie


– ¡Los pies! -dijo malhumorada.


– ¡No seas grosera, Ruthie!


– ¿Señalar es ser grosera? -preguntó la niña


– Ya sabes que sí -replicó su padre-. Siento haberte molestado, Eddie. Tenemos la costumbre de enseñarle las fotos a Ruth cuando quiere verlas. Pero, como no queremos molestarte cuando estás a solas…, últimamente las ha visto poco


– Puedes venir a ver las fotos siempre que quieras -le dijo Eddie a la pequeña, que seguía mirándole con el ceño fruncido. Estaban en el pasillo, fuera del dormitorio de Eddie, cuando Ted dijo:


– Dale las buenas noches a Eddie, ¿de acuerdo, Ruthie?


– ¿Dónde están los pies? -repitió Ruth sin dejar de mirar a Eddie fijamente-. ¿Qué les has hecho?


Padre e hija se alejaron por el pasillo, y el padre decía:


– Me has sorprendido, Ruthie. No sueles ser grosera.


– No soy grosera -replicó Ruth, irritada


– Bueno… fue todo lo que Eddie oyó decir a Ted


Como es natural, una vez que se marcharon, Eddie se apresuró a ir al baño y despegar los trozos de papel que cubrían los pies de los chicos muertos. Luego, con un paño humedecido, restregó el cristal hasta hacer que desapareciera todo rastro de la cinta adhesiva


Durante el primer mes de aquel verano, Eddie O'Hare sería una máquina masturbadora, pero nunca más descolgaría la fotografía de Marion de la pared del baño, ni tampoco volvería a ocultarlos pies de Thomas y de Timothy. A partir de entonces se masturbó casi cada mañana en la casa vagón, donde creía que no le interrumpirían o le sorprenderían haciendo aquello


Una de las mañanas después de que Marion pasara allí la noche, Eddie descubrió con deleite que el aroma de la mujer estaba todavía en las almohadas de la cama deshecha. En otras ocasiones, el tacto y el olor de alguna de sus prendas de vestir bastaban para excitarle. Marion guardaba en el armario una combinación o un camisón, y en un cajón estaban sus sostenes y bragas. Eddie confiaba en que dejara la rebeca de cachemira rosa en el armario, la que llevaba cuando la vio por primera vez


A menudo la veía en sueños con aquella rebeca. Pero en el pequeño apartamento no había ventiladores, tampoco corrientes de aire que aliviaran el calor sofocante del lugar. Mientras que la casa de los Cole en Sagaponack solía estar fresca y ventilada incluso cuando más apretaba el calor, la casa alquilada en Bridgehampton era claustrofóbica y parecía un horno. Eddie no tenía motivos para esperar que Marion necesitara utilizar allí alguna vez la rebeca de cachemira rosa


A pesar de los viajes en coche a Montauk para adquirir la hedionda tinta de calamar, la jornada de trabajo del ayudante de escritor era bastante cómoda, de nueve de la mañana a cinco de la tarde, y Ted Cole le pagaba cincuenta dólares semanales. Eddie presentaba los recibos de la gasolina para el coche de Ted, que no era tan divertido de conducir, ni mucho menos, como el Mercedes de Marion. El Chevy modelo 1957 de Ted era blanco y negro, lo cual tal vez reflejaba la estrecha gama de intereses del artista gráfico


Por las noches, alrededor de las cinco o las seis, Eddie solía ir a la playa a bañarse, o a correr, cosa que hacía pocas veces. En ocasiones los surfistas estaban pescando: hacían que sus tablas se deslizaran a lo largo de la playa y perseguían los bancos de peces. Empujados a la orilla por el gran pez artificial, los pececillos se agitaban en la arena compacta y mojada, y esto también explicaba el escaso interés que tenía Eddie en correr por allí


Cada tarde, con permiso de Ted, Eddie iba en coche a East Hampton o a Southampton para ver una película o comerse una hamburguesa. Pagaba las películas y todo lo que comía con el salario que Ted le daba, y todavía ahorraba más de veinte dólares a la semana. Una tarde, en un cine de Southampton, vio a Marion


Estaba sola entre el público y llevaba la rebeca de cachemira rosa. Aquella noche no le tocaba dormir en la casa vagón, por lo que no era probable que la rebeca de cachemira acabara en el armario del sórdido apartamento encima del garaje. No obstante, tras haber visto a Marion sola, Eddie buscaría su coche en Southampton y en East Hampton. Aunque localizó el vehículo una o dos veces, nunca volvió a ver a Marion en un cine


La mujer salía de casa casi todas las noches. No solía comer con Ruth y nunca cocinaba para ella misma. Eddie suponía que si Marion salía a cenar, iba a restaurantes mejores que los que él frecuentaba. También sabía que si empezaba a buscarla en los buenos restaurantes, sus cincuenta dólares semanales no le durarían mucho


¿Y cómo pasaba Ted las noches? Estaba claro que no podía conducir. Tenía una bicicleta en la casa alquilada, pero Eddie nunca le había visto montarla. Sin embargo, una noche en que Marion no estaba en la casa, sonó el teléfono y respondió la niñera que acudía por las noches. Llamaba el camarero de un bar restaurante de Bridgehampton, donde, según dijo el hombre, el señor Cole cenaba y bebía casi todas las noches. Esa noche en particular, el señor Cole no se mantenía muy firme en su bicicleta cuando se marchó. El camarero llamaba para manifestar su esperanza de que el señor Cole hubiera llegado a casa sano y salvo


Eddie se dirigió a Bridgehampton y recorrió el trayecto que probablemente Ted había seguido para ir a la casa alquilada. En efecto, allí estaba Ted, pedaleando por Ocean Road; luego, cuando los faros de Eddie le iluminaron, se desvió a la cuneta de la carretera. Eddie frenó y le preguntó si quería que le llevara. A Ted le quedaba menos de un kilómetro por recorrer


– ¡Ya tengo un vehículo! -replicó Ted, y le indicó con un movimiento del brazo que siguiera adelante


Y una mañana, después de que Ted pasara la noche en la casa vagón, Eddie notó el olor de otra mujer en las almohadas del dormitorio, mucho más fuerte que el aroma de Marion. ¡De modo que tenía otra mujer!, se dijo Eddie, todavía desconocedor de la pauta que seguía Ted con las madres jóvenes. (La joven madre del momento acudía a posar tres veces por semana, al principio con su hijo, un niño pequeño, pero luego sola.)


En cuanto a los motivos por los que él y Marion se habían separado, lo único que Ted le había dicho a Eddie era que lamentaba mucho la coincidencia de su trabajo con "unos momentos tan tristes en un largo matrimonio". Aunque de estas palabras se desprendía que tales momentos tristes podrían quedar atrás, cuanto más constataba el muchacho la distancia que mantenían Ted y Marion, tanto más se convencía de que el matrimonio estaba acabado. Además, Ted se había limitado a decir que el matrimonio había sido "largo", no había mencionado que alguna vez hubiera sido bueno o dichoso


Sin embargo, aunque sólo fuese en las numerosas fotografías de Thomas y Timothy, Eddie veía que algo sí había sido bueno y dichoso, y que los Cole se habían llevado bien en otro tiempo. Había fotos de cenas con otras familias, matrimonios con hijos. Thomas y Timothy también habían celebrado fiestas de cumpleaños con otros niños. Aunque Marion y Ted aparecían pocas veces en las fotografías y los dos chicos (aunque sólo fuesen sus pies) eran el tema principal de cada foto, había suficientes pruebas de que Ted y Marion habían sido felices en el pasado, aunque eso no quería decir necesariamente que lo hubieran sido como pareja. Aun cuando su matrimonio nunca hubiera sido bueno, Ted y Marion lo habían pasado muy bien con sus hijos


Eddie O'Hare no recordaba que él se lo hubiera pasado tan bien como se veía, abundantemente representado, en aquellas fotografías. Pero se preguntaba qué les habría ocurrido a los amigos de Ted y Marion. Con excepción de las niñeras y las modelos (o la modelo), nunca les visitaba nadie


Si Ruth Cole, a sus cuatro años de edad, ya comprendía que Thomas y Timothy habitaban ahora en otro mundo, por lo que a Eddie concernía aquellos chicos también habían pertenecido a otro mundo. Habían sido amados


Todo lo que Ruth estaba aprendiendo, lo aprendía de sus niñeras. Éstas, desde luego, no habían impresionado a Eddie. La primera era una chica del pueblo que tenía un novio con aspecto de matón, también del pueblo…, o así lo suponía Eddie desde su perspectiva exoniana. El novio era un vigilante de la playa dotado de la impermeabilidad al aburrimiento que debe poseer todo muchacho salvavidas. Cada mañana, el matón acompañaba a la niñera a casa de los Cole y, si por casualidad veía a Eddie, lo miraba ceñudo. Aquélla era la niñera que siempre llevaba a Ruth a la playa, donde el vigilante se dedicaba a broncearse


Durante el primer mes del verano, Marion, que solía llevar a la niñera y a Ruth a la playa y luego iba a recogerlas, le pidió a Eddie que realizara esa tarea un par de veces. En una de esas ocasiones, la niñera y él no cruzaron una sola palabra, y Ruth avergonzó a Eddie al preguntarle de nuevo: "¿Dónde están los pies?"


La niñera que acudía por la tarde era una universitaria que conducía su propio coche. Se llamaba Alice, y se consideraba demasiado superior a Eddie para dirigirle la palabra, excepto para comentarle que en cierta ocasión conoció a una persona que había ido a Exeter. Naturalmente, esa persona se había graduado en el centro antes de que Eddie hubiera iniciado sus estudios, y Alice sólo conocía su nombre, que tanto podía ser Chickie como Chuekie


– Probablemente es un apodo -le dijo estúpidamente Eddie. Alice suspiró y le dirigió una mirada de conmiseración. Eddie temió haber heredado la tendencia de su padre a decir cosas obvias y que no tardaran en darle espontáneamente un apodo como Minty, del que no podría desprenderse durante el resto de su vida


La niñera universitaria también tenía un trabajo veraniego en un restaurante de los Hamptons, pero Eddie nunca comía allí. Además, era bonita, por lo que Eddie nunca podía mirarla sin sentirse avergonzado


La niñera que acudía por las noches era una mujer casada cuyo marido trabajaba de día. A veces llevaba a sus dos hijos, que eran mayores que Ruth pero jugaban respetuosamente con los innumerables juguetes de la pequeña, sobre todo muñecas y casas de muñecas a las que Ruth no hacía ningún caso. Ella prefería dibujar o escuchar cuentos. En la habitación donde jugaba tenía un caballete de pintor profesional, con las patas serradas. Ruth sólo sentía apego por una muñeca sin cabeza


De las tres niñeras, la del turno de noche era la única que se mostraba amistosa con Eddie, pero éste salía todas las noches, y cuando estaba en casa tendía a quedarse en su habitación. El cuarto y el baño para los invitados se hallaba en un extremo del largo pasillo que había en el piso superior. Cuando Eddie quería poner unas letras a sus padres o escribir en sus cuadernos de notas, casi siempre se quedaba allí solo. En las cartas que escribía a su familia no mencionaba que Ted y Marion pasaban el verano separados, y menos aún que se masturbaba regularmente, estimulado por el aroma de Marion y mientras sostenía alguna prenda seductora de la mujer


La mañana en que Marion sorprendió a Eddie mientras se masturbaba, el muchacho había dispuesto sobre la cama una verdadera reproducción textil de la mujer: una blusa veraniega color melocotón de una tela fina y liviana, adecuada para la sofocante casa vagón, y sostenes de un color a juego. Eddie había dejado la blusa desabrochada. El sostén, colocado más o menos donde uno esperaría que hubiera un sostén, estaba parcialmente expuesto, pero con una parte cubierta por la blusa, como si Marion se estuviera desvistiendo y hubiese llegado a esa etapa. Esto daba a sus ropas un aire de pasión, o por lo menos de apresuramiento. Las bragas, también de color melocotón, estaban debidamente colocadas (la cintura arriba y la entrepierna abajo) y a correcta distancia del sostén, es decir, como si Marion llevara realmente puestos el sostén y las bragas. Eddie, que estaba desnudo, y que siempre se masturbaba restregándose el pene con la mano izquierda contra la parte interior del muslo derecho, tenía apoyada la cara contra la blusa desabrochada y el sostén. Con la mano derecha acariciaba la inimaginable suavidad sedosa de las bragas de Marion


A Marion le bastó una fracción de segundo para darse cuenta de que Eddie estaba desnudo y para reconocer lo que estaba haciendo (¡y con qué ayudas visuales y táctiles!), pero cuando Eddie la vio por primera vez, ella ni entraba ni salía de la habitación. Estaba inmóvil como una aparición, algo en lo que sin duda Eddie confió que fuese. Además, no era exactamente Marion, sino más bien su reflejo en el espejo del dormitorio lo que Eddie vio primero. Marion, que podía ver la imagen de Eddie en el espejo y al muchacho real, tenía la singular oportunidad de ver a dos Eddie masturbándose a la vez


Ella abandonó el umbral con tanta rapidez como había aparecido. Eddie, que aún no había eyaculado, no sólo supo que ella le había visto, sino también que, en un instante, lo había comprendido todo


– Lo siento, Eddie -le dijo Marion desde la cocina mientras él se apresuraba a recoger las prendas femeninas-. Debería haber llamado


Una vez vestido, siguió sin atreverse a salir del dormitorio. Esperaba a medias oír las pisadas de la mujer bajando las escaleras que conducían al garaje o, de una manera más misericordiosa, oír el ronroneo del Mercedes al alejarse. Pero ella le estaba esperando. Y como él no había oído sus pasos al subir desde el garaje, dedujo que ella debía de haberle oído gemir de placer


– Yo he tenido la culpa, Eddie -le decía Marion-. No estoy enfadada, sólo me siento turbada


– Yo también -musitó él desde el dormitorio


– No pasa nada, es natural -dijo ella-. Sé que los chicos de tu edad… -Su voz se desvaneció


Cuando por fin Eddie se atrevió a ir a su encuentro, Marion estaba sentada en el sofá


– Ven aquí… ¡Mírame por lo menos! -le pidió, pero él permaneció inmóvil, mirándose los pies-. Es cómico, Eddie. Digamos que es cómico y dejémoslo así


– Es cómico -dijo él, abatido


– ¡Ven aquí, Eddie! -le ordenó Marion


Él se acercó arrastrando los pies, con la mirada todavía baja.


– ¡Siéntate! -Pero lo único que el muchacho pudo hacer fue colocarse rígidamente en el otro extremo del sofá, lejos de ella-. No, aquí. -Dio unas palmadas al sofá, entre los dos


El chico no podía moverse


– Eddie, Eddie…, sé que los chicos de tu edad… -repitió-. Es lo que hacéis los chicos de tu edad, ¿no? ¿Puedes imaginarte sin hacer eso?


– No -susurró él, y empezó a llorar. No podía contenerse.


– ¡Oh, no llores! -le pidió Marion. Ahora ella nunca lloraba; era como si se le hubieran agotado las lágrimas


Entonces Marion se sentó tan cerca de él que Eddie notó que el asiento del sofá se hundía y se encontró apoyado contra ella. No dejaba de llorar mientras la mujer hablaba y hablaba


– Escúchame, Eddie, por favor. Creía que una de las mujeres de Ted se ponía mi ropa, porque a veces las prendas están arrugadas o en perchas que no son las suyas. Pero eras tú, y eras amable de veras…, ¡incluso doblabas mi ropa interior! O intentabas hacerlo. Yo nunca doblo mis bragas y sostenes. Sabía que no era Ted quien los tocaba -añadió al ver que Eddie seguía llorando-. Mira, Eddie, esto me halaga, ¡te lo digo de veras! Éste no es el mejor verano… Me alegra saber que alguien piensa en mí. -Hizo una pausa y, de repente, pareció más azorada que Eddie-. Bueno, no quiero decir que estuvieras pensando en mí -se apresuró a añadir-. Eso sería bastante presuntuoso por mi parte, ¿verdad? Tal vez era sólo mi ropa, pero aun así me siento halagada. Probablemente tienes muchas chicas en las que pensar…


– ¡Pienso en ti! -le reveló Eddie-. Sólo en ti


– Entonces no estés turbado -le dijo Marion-. ¡Has hecho feliz a una señora mayor!


– ¡No eres una señora mayor! -exclamó él.


– Cada vez me haces más feliz, Eddie


Marion se levantó con rapidez, como si se dispusiera a marcharse. Finalmente él se atrevió a mirarla. Al ver su expresión, ella le advirtió:


– Ten cuidado con lo que sientes por mí, Eddie. Lo digo en serio, sé prudente


– Te quiero -le dijo el muchacho con valentía


Marion se sentó a su lado, de un modo tan apremiante que parecía que Eddie se hubiera echado a llorar de nuevo


– No me quieras, Eddie -le dijo, con más seriedad de la que él había esperado-. Piensa sólo en mis prendas de vestir. Las ropas no pueden hacerte daño. -Se inclinó más hacia él, pero sin coquetería, y añadió-: Dime, ¿hay algo que te guste especialmente, quiero decir algo que suelo ponerme? -Él la miró de tal manera que la mujer repitió-: Piensa sólo en mis ropas, Eddie.


– Lo que llevabas cuando te conocí -le dijo el muchacho.


– Vaya, pues no creo recordar…


– Un suéter rosa, con botones delante.


– ¡Esa rebeca vieja! -exclamó Marion, a punto de echarse a reír


Eddie se dio cuenta de que nunca había oído su risa. La mujer le absorbía por completo. Si al principio no había sido capaz de mirarla, ahora no podía dejar de hacerlo


– Bueno, si eso es lo que te gusta-dijo Marion-, ¡tal vez te daré una sorpresa!


Marion volvió a levantarse con rapidez. Ahora el chico tenía ganas de llorar porque veía que la mujer iba a marcharse. Antes de bajar la escalera, Marion le dijo en un tono más firme:


– No te lo tomes tan en serio, Eddie. Hazme caso.


– Te quiero -repitió él


– No debes quererme -le recordó Marion


Ni que decir tiene que el muchacho estuvo aturdido el resto del día


Una noche, poco después del incidente, Eddie regresó de ver una película en Southampton y se encontró a Marion en su dormitorio. La niñera de la noche se había ido a su casa. Eddie supo al instante, lleno de pesar, que Marion no había ido allí para seducirle. Empezó a hablarle de algunas fotografías que colgaban de las paredes del dormitorio y del baño. Le dijo que sentía molestarle pero, por respeto a su intimidad, no quería entrar en su habitación y mirar las fotos cuando él estuviera allí. Pero había estado pensando en una de las fotos en particular, aunque no le dijo cuál era, y se había quedado a contemplarla un poco más tiempo del que se había propuesto


Cuando Marion le deseó buenas noches y se marchó, Eddie se sintió más desgraciado de lo que creía humanamente posible. Pero, poco antes de acostarse, observó que ella había doblado sus ropas desordenadas. También había quitado una toalla del lugar donde él solía dejarla, en la barra de la cortina de la ducha, y la había devuelto pulcramente a su lugar en el toallero. Por último, aunque era lo más evidente, Eddie observó que su cama estaba hecha. Él nunca la hacía, como tampoco Marion hacía nunca la suya, por lo menos en la casa alquilada


Dos días después, tras depositar el correo sobre la mesa de la cocina en la casa vagón, Eddie preparó café. Dejó la cafetera en el fogón y entró en el dormitorio. Al principio creyó ver a Marion en la cama, pero sólo era su rebeca de cachemira rosa. (¡Sólo!) La había dejado desabrochada y con las largas mangas colocadas detrás, como si una mujer invisible vestida con la rebeca hubiera juntado las manos invisibles detrás de la invisible cabeza. La parte delantera, desabrochada, dejaba ver un sostén. Era una exhibición más seductora que cualquiera de los arreglos que Eddie realizaba con la ropa de Marion. El sostén era blanco, lo mismo que las bragas, y ella los había colocado exactamente donde a Eddie le gustaba


En aquel verano de 1958, la joven madre de movimientos furtivos con la que Ted Cole se relacionaba en aquellos momentos, la señora Vaughn, era menuda, morena, con un aire salvaje. Durante un mes, Eddie sólo la vio en los dibujos de Ted, y únicamente los dibujos en los que posaba con su hijo, quien también era menudo, moreno y con un aire salvaje, lo cual sugería a Eddie que los dos podían sentirse inclinados a morder a la gente. Los rasgos de duende de la señora Vaughn y su corte de pelo demasiado juvenil no podían ocultar que había algo violento o por lo menos inestable en el temperamento de la joven madre. Y su hijo parecía a punto de escupir y sisear como un gato acorralado. Tal vez no le gustaba posar


Cuando la señora Vaughn acudió a posar sola por primera vez, los movimientos que realizó, desde su coche hasta la casa de los Cole y de vuelta al coche, eran especialmente sigilosos. Sobresaltada por el menor ruido, lanzaba miradas en todas las direcciones, como un animal que prevé un ataque. La señora Vaughn buscaba a Marion, por supuesto, pero Eddie, que aún no sabía que la señora Vaughn posaba desnuda, y menos aún que su fuerte olor era el que tanto él como Marion habían detectado en las almohadas de la casa vagón, llegó a la conclusión errónea de que aquella mujer menuda estaba nerviosa hasta el desquiciamiento


Por otro lado, los pensamientos de Eddie estaban demasiado centrados en Marion como para prestar mucha atención a la señora Vaughn. Aunque Marion no había repetido la travesura de crear aquella réplica de sí misma tan atractivamente dispuesta sobre la cama de la casa alquilada, las manipulaciones a las que Eddie sometía a la rebeca de cachemira rosa, impregnada del delicioso aroma de Marion, seguían satisfaciendo al muchacho de dieciséis años; en verdad, nunca se había sentido tan satisfecho

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