Hannah a los treinta y cinco años

Ruth no podía dormir. El causante de su insomnio era el coñac, en combinación con lo que le había confesado a Eddie O'Hare, algo que ni siquiera le había dicho a Hannah Grant. En cada uno de los episodios importantes de su vida, Ruth había previsto que tendría noticias de su madre. Cuando se graduó por Exeter, por ejemplo; pero no fue así. Y luego llegó la graduación por Middlebury, y no le llegó una sola palabra de su madre


Sin embargo, Ruth no había abandonado la esperanza de recibir noticias de Marion, sobre todo en 1980, a raíz de la publicación de su primera novela. Luego publicó otras dos, la segunda en 1985 y la última muy poco tiempo atrás, en el otoño de 1990. Por esa razón cuando la presuntuosa señora Benton intentó hacerse pasar por la madre de Ruth, ésta se enfadó tanto. Durante años se había imaginado que Marion podría presentarse de improviso, exactamente de aquella manera


– ¿Crees que aparecerá alguna vez? -le preguntó Ruth a Eddie en el taxi


La había decepcionado. Durante la emocionante velada con él, Eddie había hecho mucho por contradecir la primera e injusta impresión que le había causado a Ruth, pero en el taxi titubeó demasiado


– No sé…, imagino que ante todo tu madre debe hacer las paces consigo misma antes de que pueda…, bueno, entrar de nuevo en tu vida. -Hizo una pausa, como si esperase que el taxi ya hubiera llegado al hotel Stanhope-. En fin…, Marion tiene sus demonios, sus fantasmas, supongo, y de alguna manera ha de intentar habérselas con ellos antes de ponerse en contacto contigo


– ¡Pero es mi madre, por el amor de Dios! -gritó Ruth en el taxi-. ¡Yo soy el demonio con el que debería tratar de habérselas!


Eddie no parecía tener nada que decir al respecto, y cambió de tema:


– ¡Casi se me olvida! Quería darte un libro…, no, dos libros en realidad


Ella acababa de hacerle la pregunta más importante de su vida: ¿era razonable confiar en que su madre se pondría alguna vez en contacto con ella? Y Eddie había revuelto el interior de su húmeda cartera para extraer dos volúmenes dañados por la lluvia


Uno de ellos era el ejemplar firmado sobre su letanía de felicidad sexual con Marion, Sesenta veces. ¿Y el otro? En el taxi no había sabido explicarle en qué consistía el otro libro. Se limitó a dejárselo sobre el regazo


– Has dicho que te vas a Europa, ¿no? Ésta es una buena lectura para el avión


En semejante momento, y como respuesta a la importantísima pregunta de Ruth, le había ofrecido una "lectura para el avión". Entonces el taxi se detuvo ante el Stanhope. El apretón de manos con que se despidió Eddie de ella no habría podido ser más torpe. Ruth le besó, por supuesto, y él se ruborizó… ¡como un muchacho de dieciséis años!


– ¡Tenemos que vernos de nuevo cuando vuelvas de Europa! -le gritó Eddie desde el taxi en marcha


Tal vez no se le daban bien las despedidas. Lo cierto era que llamarle "patético" y "desventurado" no le hacía justicia. Había convertido su modestia en una forma de arte. "Lucía su humildad como una insignia de honor -escribió Ruth en su diario-. Y no emplea en absoluto subterfugios." Añadió esto último porque, en más de una ocasión, le había oído decir a su padre que Eddie era un hombre dado a los equívocos y las ambigüedades


Por otro lado, al comienzo de la velada Ruth había comprendido algo más acerca de Eddie: que nunca se quejaba. Era bien parecido y de aspecto frágil, pero tal vez lo que había visto su madre en él iba más allá de la lealtad de Eddie hacia ella. A pesar de las apariencias en contra, Eddie O'Hare hacía gala de un valor notable. Había aceptado a Marion tal como era, y en el verano de 1958, suponía Ruth, su madre no debía de hallarse en un estado psicológico inmejorable


Ruth fue de un lado a otro de la suite, semidesnuda, hojeando el volumen para "leer en el avión" que Eddie le había dado. Estaba demasiado bebida para sumirse en La vida de Graham Greene, y ya había leído Sesenta veces en dos ocasiones


Cuando vio que la "lectura para el avión" parecía ser una especie de novela de suspense se sintió consternada. El título la desanimó de inmediato: Seguida hasta su casa desde el Circo de la Comida Voladora. Desconocía tanto al autor como a la editorial. Examinó más detenidamente los datos y vio que se trataba de una editorial canadiense


Incluso la foto de la autora era un misterio, pues la mujer había sido fotografiada de perfil y lo poco que podía verse estaba iluminado desde atrás. Además usaba sombrero, que sumía en la oscuridad el único ojo captado por la cámara. Todo cuanto podía verse de la cara era una nariz armoniosa, un mentón fuerte, un pómulo anguloso. El cabello, el poco que quedaba fuera del sombrero, podría ser rubio o gris, o casi blanco. Su edad era indeterminada


La fotografía resultaba exasperante, y a Ruth no le sorprendió saber que el nombre de la autora desconocida era un seudónimo. Una mujer que ocultaba la cara se inclinaría sin duda por un seudónimo. De modo que aquélla era la "lectura para el avión" ofrecida por Eddie. Incluso antes de abrir el libro, Ruth no estaba en absoluto impresionada. Y el comienzo de la novela no era mucho mejor que el juicio inicial de Ruth a partir de la cubierta. Leyó: "Una dependienta, que también trabajaba de camarera, fue hallada muerta en su piso de Jarvis, al sur de Gerrard. Era una vivienda al alcance de sus medios, pero gracias a que la compartía con otras dos dependientas. Las tres vendían sostenes en Eaton's"


¡Una novela policíaca! Ruth cerró el libro bruscamente. ¿Dónde estaba la calle Jarvis o ese Gerrard? ¿Qué era Eaton's? ¿Qué interés podía tener Ruth por unas chicas que vendían sostenes?


Por fin se quedó dormida, y, pasadas las dos de la madrugada, la despertó el timbre del teléfono


– ¿Estás sola? -le preguntó Hannah-. ¿Podemos hablar?


– Completamente sola -respondió Ruth-. ¿Por qué habría de hablar contigo? Traidora


– Sabía que te enfadarías. He estado a punto de no llamarte


– ¿Es eso una disculpa? -preguntó Ruth a su mejor amiga. Nunca había oído disculparse a Hannah


– Se presentó algo -susurró Hannah.


– ¿Algo o alguien?


– Es lo mismo -replicó Hannah-. Me llamaron de repente y tuve que irme de la ciudad


– ¿Por qué hablas tan bajo?

Prefiero no despertarle -dijo Hannah


– ¿Quieres decir que estás con alguien? -inquirió ¿Está ahí?


– Bueno, no -susurró Hannah-. He tenido que cambiar de habitación porque ronca. Jamás habría imaginado que roncara. Ruth no hizo ningún comentario. Hannah nunca dejaba de mencionar alguna intimidad relativa a sus compañeros de cama.


– Me decepcionó no verte allí -le confesó Ruth finalmente, pero mientras hablaba pensó que si Hannah hubiera asistido a la lectura, no le habría permitido quedarse a solas con Eddie. Éste le habría causado demasiada curiosidad…, ¡habría querido acapararlo!-. Pensándolo bien, me alegro de que no asistieras. Así he podido estar a solas con Eddie O'Hare


– Entonces todavía no te has acostado con Allan -susurró Hannah


– Lo más importante de esta noche era Eddie -afirmó Ruth-. Nunca había visto a mi madre tan claramente como puedo verla ahora


– Pero, Ruth, ¿cuándo vas a hacerlo con Allan? -quiso saber Hannah


– Probablemente cuando regrese de Europa -dijo Ruth-. ¿No quieres que te hable de mi madre?


– ¡Cuando regreses de Europa! -susurró Hannah-. ¿Cuándo será eso? ¿Dentro de dos o tres semanas? Dios mío, ¡puede que encuentre a otra antes de que vuelvas! Y tú también. ¡También tú podrías conocer a otro!


– Tanto si Allan como si yo conocemos a otra persona, siempre será mejor que no nos hayamos acostado -razonó Ruth, y tras plantearse esto, se dijo que temía más perder a Allan como editor que como marido


– Bueno, está bien; cuéntamelo todo de Eddie O'Hare -susurró Hannah


– Es amable, muy raro, pero ante todo amable


– Pero ¿es atractivo? -quiso saber Hannah-. Quiero decir si has podido imaginarle con tu madre. Era tan guapa…


– Eddie O'Hare es guapo, una monada -replicó Ruth.


– ¿Quieres decir que es afeminado? Cielo santo, no será gay, ¿verdad?


– No, no es gay, ni tampoco afeminado. Es muy sorprende la delicadeza de su aspecto


– Tenía entendido que es alto -comentó Hannah.


– Alto y delicado


– No acabo de imaginármelo…, parece raro


– Ya te he dicho que es raro -dijo Ruth-. Raro, amable y delicado. Y quiere a mi madre con verdadera devoción. ¡Vamos, se casaría con ella mañana mismo!


– ¿De veras? Pero ¿qué edad tiene ahora tu madre? ¿Setenta y tantos?


– Setenta y uno -dijo Ruth-. Y Eddie sólo tiene cuarenta y ocho


– Eso sí que es raro-susurró Hannah


– ¿No quieres que te hable de mi madre? -repitió Ruth.


– Espera un momento-le dijo Hannah. Dejó el teléfono y al cabo de un rato se puso de nuevo al aparato-. Creía que había dicho algo, pero sólo eran sus ronquidos


– Si no estás interesada, puedo decírtelo en otra ocasión -le dijo Ruth friamente, casi en el tono de voz que empleaba al leer en público


– ¡Pues claro que estoy interesada, Ruth! -susurró Hannah-. Supongo que has hablado con Eddie de tus hermanos muertos


– Hemos hablado de las fotografías de mis hermanos muertos -le dijo Ruth


– ¡Claro, era de esperar!


– Resultó extraño, porque cada uno de nosotros recordaba algunas fotos que el otro desconocía, y llegamos a la conclusión de que debíamos de haber inventado esas fotos concretas. También había otras que los dos recordábamos, y pensamos que ésas debían de ser las verdaderas. Creo que cada uno tenía más fotos inventadas que reales


– Tú, lo "real" y lo "inventado" -comentó Hannah-. Es tu tema favorito…


A Ruth le molestó la evidente falta de interés de Hannah, pero siguió diciendo:


– La foto en la que Thomas jugaba a ser médico y examinaba la rodilla de Timothy…, ésa, desde luego, era real. Y aquella en la que Thomas era más alto que mi madre y sostenía un disco de hockey entre los dientes…, ésa también la recordábamos los dos


– Recuerdo la de tu madre en la cama, con los pies de tus hermanos -dijo Hannah


No era de extrañar que Hannah recordara esa foto, pues Ruth se la había llevado a Exeter y Middlebury. Ahora estaba en el dormitorio de su casa en Vermont. (Eddie no le había contado a Ruth que se había masturbado utilizando esa foto de Marion, tras haber ocultado los pies. Cuando Ruth evocó el recuerdo de aquellos pies cubiertos con "algo que parecía trocitos de papel", Eddie le dijo que no recordaba que nada cubriera los pies. "Entonces también debo de haber inventado eso", comentó Ruth.)


– Y recuerdo la de tus hermanos en Exeter, bajo aquella vieja inscripción: "Venid acá, chicos, y sed esa chorrada masculina" -dijo Hannah-. Dios mío, qué muchachos tan bien parecidos


Ruth había mostrado a su amiga esa foto de sus hermanos la primera vez que Hannah fue con ella a la casa de Sagaponack


Por entonces estudiaban en Middlebury. La foto siempre estaba en el dormitorio de su padre, y Ruth entró allí con Hannah mientras Ted jugaba al squash en su granero amañado. Entonces Hannah dijo lo mismo que ahora: eran unos chicos bien parecidos


– Eddie y yo hemos recordado la fotografía hecha en la cocina, aquella en que los dos están comiendo langosta -siguió diciendo Ruth-. Thomas despedaza su langosta con la destreza y la imparcialidad de un científico, no hay el menor rastro de tensión en su cara. Timothy, en cambio, parece como si se estuviera peleando con la langosta, ¡y ésta le ganara! Creo que es la foto que recuerdo mejor. Y durante todos estos años me he preguntado si la inventé o si era real. Eddie me ha dicho que es la que él recuerda mejor, así que debe de ser real


– ¿No le has pedido a tu padre que te hable de las fotografías? -le preguntó Hannah-. Sin duda las recordará mejor que tú y que Eddie


– Estaba tan enojado con mi madre por habérselas llevado que se negaba a hablar de ellas -respondió Ruth


– Eres demasiado dura con él. A mí me parece encantador.


– Le he visto ser "encantador" demasiadas veces. Además, así se muestra siempre, encantador…, especialmente cuando está contigo


Hannah no replicó a esa observación de su amiga, algo que no era habitual en ella


Hannah sostenía la teoría de que muchas mujeres que habían conocido a Marion, aunque sólo fuese en fotografía, debían de haberse sentido halagadas por las atenciones de Ted Cole hacia ellas, simplemente por lo hermosa que había sido Marion. Ruth respondió a la teoría de Hannah diciendo: "Estoy segura de que eso le hacía sentirse muy bien a mi madre"


Ahora Ruth estaba francamente cansada de explicarle a Hannah la importancia de la velada con Eddie. Su amiga no la comprendía


– Pero ¿qué ha dicho Eddie de la relación sexual? -inquirió Hannah-. ¿O no ha dicho nada al respecto?


Ruth pensó que eso era lo único que le interesaba. Se le hacía muy cuesta arriba hablar de sexo, pues ese tema no tardaría en provocar de nuevo a Hannah y volvería a preguntarle cuándo "iba a hacerlo" con Allan


– Esa fotografía que recuerdas tan bien -empezó a decir Ruth-. Mis guapos hermanos en el umbral del edificio principal de la escuela…


– Sí, ¿qué tiene de particular? -inquirió Hannah


– Eddie me ha dicho que mi madre le hacía el amor bajo esa fotografía -le informó Ruth-. Fue la primera vez que lo hicieron. Mi madre dejó la foto para Eddie, pero mi padre se la quitó


– ¡Y la colgó en su dormitorio! -susurró Hannah ásperamente-. ¡Eso es interesante!


– Desde luego, Hannah, tienes buena memoria -le dijo Ruth-. ¡Incluso recuerdas que la fotografía de mis hermanos está en el dormitorio de mi padre!


Pero Hannah no respondió a este comentario, y Ruth pensó de nuevo que estaba cansada de la conversación. (Sobre todo estaba cansada de que Hannah nunca dijera que lo sentía.)


A veces Ruth se preguntaba si, en el caso de que no se hubiera hecho famosa, Hannah seguiría siendo su amiga. A su manera, en el mundillo de las revistas, Hannah también era famosa. Primero se hizo un nombre escribiendo ensayos de carácter personal. Había llevado un diario más bien cómico, que en su mayor parte trataba de sus hazañas sexuales, pero no tardó en cansarse de la autobiografía y entonces se "graduó" y pasó a interesarse por la muerte y la devastación


En su fase mórbida, Hannah entrevistó a pacientes desahuciados, y se dedicó a los casos terminales. Durante año y medio, más o menos, los niños con enfermedades incurables absorbieron su atención. Luego escribió un reportaje sobre un pabellón de quemados y otro sobre una colonia de leprosos. Viajó a zonas en guerra y a países donde imperaba la hambruna. Entonces volvió a "graduarse". Abandonó la muerte y la devastación para dedicarse al mundo de lo perverso y lo estrafalario. En cierta ocasión escribió sobre un actor de cine porno con la reputación de estar siempre empalmado y cuyo nombre, en el sector, era "Mister Metal". También entrevistó a una septuagenaria que había intervenido en más de tres mil funciones de sexo en directo. Su única pareja en el escenario era su marido, que murió tras una de tales funciones de sexo. Desde entonces, la apenada viuda no volvió a tener relaciones sexuales. No sólo había sido fiel a su marido durante cuarenta años, sino que durante los últimos veinte de su matrimonio habían hecho el amor únicamente delante del público


Ahora Hannah se había transformado de nuevo. Su interés actual se centraba en los famosos, lo cual en Estados Unidos significaba sobre todo estrellas de la pantalla, héroes deportivos y algún que otro excéntrico con una fortuna inmensa. Hannah nunca había entrevistado a un escritor, aunque había planteado la posibilidad de hacerle a Ruth una "extensa" entrevista… ¿o había dicho "exhaustiva"?


Ruth creía desde hacía mucho tiempo que de ella sólo interesaban sus obras literarias. La idea de que Hannah la entrevistara le provocaba un profundo recelo, porque su amiga estaba más interesada en su vida personal que en sus novelas. Y lo que le interesaba a Hannah de la escritura de Ruth era lo que había de personal en ella, lo que la periodista llamaba "real"


De repente Ruth pensó que, probablemente, Hannah odiaba a Allan, el cual ya había admitido que la fama de Ruth, si no una carga, era una molestia para él. Había editado a una serie de autores famosos, pero sólo se sometía a una entrevista a condición de que no se le atribuyeran sus observaciones. Era tan reservado que ni siquiera permitía que los autores le dedicaran sus libros. Cuando un escritor insistió, Allan le dijo: "Sólo si pones mis iniciales, únicamente mis iniciales", y así el libro estaba dedicado "a A.F.A.". A Ruth le parecía una deslealtad que ahora ella no pudiera recordar qué nombre representaba la F.


– Debo dejarte -le susurró Hannah-. Creo que le oigo


– No pensarás dejarme plantada en Sagaponack, ¿eh? -le dijo Ruth-. Cuento contigo para que me salves de mi padre


– Allí estaré, de algún modo me las arreglaré para ir. Pero creo que es tu padre quien necesita que le salven de ti, pobre hombre


¿Desde cuándo su padre se había convertido en un "pobre hombre"? Pero Ruth estaba cansada y dejó de lado la observación de su amiga


Tras colgar el teléfono, Ruth pensó de nuevo en sus planes. Puesto que la noche siguiente no iría a cenar con Allan, podría emprender el viaje a Sagaponack después de su última entrevista, un día antes de lo que había planeado. Entonces dispondría de toda una noche para estar en compañía de su padre. Una sola noche con él podría ser tolerable. Hannah llegaría al día siguiente y los tres pasarían juntos la otra noche


Ruth ardía en deseos de decirle a su padre cuánto le había gustado Eddie O'Hare, por no mencionar algunas de las cosas que Eddie le había dicho sobre su madre. Sería mejor que Hannah no estuviera presente cuando Ruth revelara a Ted que Marion había pensado en abandonarle antes de que muriesen los chicos. No quería que Hannah escuchara esa conversación, porque su amiga siempre salía en defensa de su padre, una actitud que tal vez obedecía tan sólo al deseo de provocarla a ella


Estaba todavía tan irritada con Hannah que le resultaba difícil volver a conciliar el sueño. Permaneció despierta, recordando la ocasión en que perdió la virginidad. Le era imposible recordar el acontecimiento sin pensar en la intervención de Hannah en el pequeño desastre


Aunque tenía un año menos que Ruth, Hannah siempre había parecido mayor que ella, no sólo porque tuvo tres abortos antes de que Ruth se las arreglara para perder la virginidad, sino también porque la mayor experiencia sexual de Hannah le prestaba un aire de madurez y sofisticación


Ruth tenía dieciséis años y Hannah quince cuando se conocieron, pero Hannah hacía siempre gala de una mayor confianza sexual. (¡Y esto sucedía antes de que la muchacha hubiera tenido relaciones sexuales!) Cierta vez Ruth escribió acerca de Hannah en su diario: "Proyectaba un aura de mundanería mucho antes de haber estado en el mundo"


Los padres de Hannah, felizmente casados (decía de ellos que eran "aburridos" y "serios"), habían criado a su única hija en una casa antigua y sólida que se alzaba en la calle Brattle de Cambridge, estado de Massachusetts. El padre, profesor de la Facultad de Derecho de Harvard, tenía un aire aristocrático, y su porte revelaba una firme inclinación a mantenerse al margen que, según Hannah, era adecuada para un hombre casado con una mujer rica y nada ambiciosa


A Ruth siempre le había gustado la madre de Hannah, que era afable y condescendiente hasta el extremo de ser la encarnación de la bondad. También leía mucho, siempre estaba con un libro en las manos. En cierta ocasión, la señora Grant le dijo a Ruth que sólo había tenido una hija porque, tras el nacimiento de Hannah, añoraba el tiempo de que antes disponía para leer. Hannah le dijo a Ruth que su madre había ansiado que creciera hasta ser capaz de divertirse sola, de modo que ella pudiera volver a sus libros. Y Hannah se "divirtió sola", desde luego. (Tal vez fue su madre quien hizo de Hannah la lectora superficial e impaciente que era.)


Mientras que Ruth consideraba afortunada a su amiga por tener un padre que era fiel a su esposa, Hannah decía que, de haber sido un poco conquistador, tal vez habría resultado menos predecible. Para ella "menos predecible" equivalía a "más interesante". Afirmaba que la reserva de su padre era el resultado de los años pasados en la Facultad de Derecho, donde sus meditaciones abstractas sobre los niveles teóricos en el campo jurídico parecían haberle distanciado de cualquier apreciación de la práctica de la abogacía. Sentía un gran desdén hacia los abogados


El profesor Grant había recomendado a su hija que estudiara idiomas, y su mayor esperanza era que Hannah hiciese carrera en el sistema bancario internacional, donde habían terminado los mejores y más brillantes de sus alumnos en la Facultad de Derecho de Harvard


También su padre era muy desdeñoso con los periodistas. Hannah estudiaba en Middlebury, donde se había especializado en francés y alemán, cuando decidió que la carrera de periodismo sería la más apropiada para ella. Lo supo con la misma certeza con que Ruth había sabido a edad temprana que quería ser novelista. Con la naturalidad nacida de una certeza absoluta, Hannah anunció que iría a Nueva York y se abriría camino en el mundo de las revistas. A tal fin, tras graduarse en la universidad, pidió a sus padres que le permitieran pasar un año en Europa. Allí practicaría francés y alemán y llevaría un diario. De este modo se afinaría su "capacidad de observación", como decía ella


Cuando Hannah sugirió a Ruth, cuya solicitud para cursar el programa de escritura creativa de la Universidad de Iowa había sido aceptado, que viajara a Europa con ella, tomó por sorpresa a su amiga


– Si vas a ser escritora, necesitas algo sobre lo que escribir -razonó


Pero Ruth ya sabía que las cosas no eran así, o por lo menos no lo eran en su caso. Para escribir sólo necesitaba tiempo, y aquello sobre lo que iba a escribir aguardaba en su imaginación. No obstante, pospuso la matrícula en la Universidad de Iowa. Al fin y al cabo, su padre podía permitírselo, y sin duda un año en Europa con Hannah sería divertido


– Además -le dijo Hannah-, ya es hora de que te follen. Y si estás conmigo, eso es algo que sucederá con toda seguridad


No sucedió en Londres, la primera ciudad de su gira, aunque allí un chico la toqueteó en el bar del hotel Royal Court. Lo había conocido en la National Portrait Gallery, adonde Ruth acudió para ver los retratos de varios de sus pintores predilectos. El joven la llevó al teatro y a un caro restaurante italiano cerca de Sloane Square. Era un norteamericano que vivía en Londres cuyo padre tenía cierto cargo diplomático, y el primero, entre todos los chicos con los que había salido, que tenía tarjetas de crédito, si bien ella sospechaba que pertenecían a su padre. En vez de follar, se emborracharon en el bar del Royal Court, porque Hannah ya estaba "usando" la habitación que ambas compartían cuando Ruth hizo acopio del valor suficiente para llevar al joven a su hotel. Hannah estaba haciendo el amor ruidosamente con un libanés al que había conocido en una oficina bancaria mientras hacía efectivo un cheque de viaje. ("Mi primera experiencia en el campo de la banca internacional -escribió en su diario-. Por fin mi padre podría sentirse orgulloso de mí.")


La segunda ciudad en su gira europea fue Estocolmo. Contrariamente a lo que había predicho Hannah, no todos los suecos eran rubios. Los dos jóvenes que se ligaron a las amigas eran morenos y bien parecidos. Aún estudiaban en la universidad, pero estaban muy seguros de sí mismos, y uno de ellos (el que acabó con Ruth) hablaba un inglés excelente. El otro, algo más guapo y que apenas hablaba una palabra de inglés, se pegó enseguida a Hannah


El joven que le tocó en suerte a Ruth condujo a los cuatro a casa de sus padres, que estaba a tres cuartos de hora de Estocolmo por carretera. Los padres pasaban fuera el fin de semana


Era una casa moderna, con mucha madera de tono claro. El acompañante de Ruth, que se llamaba Per, hirvió salmón con eneldo y lo comieron con patatas y una ensalada de berros, huevo duro y cebollinos. Hannah y Ruth se tomaron dos botellas de vino blanco mientras los chicos bebían cerveza, y entonces el que era algo más guapo llevó a Hannah a uno de los dormitorios para invitados


No era la primera vez que Ruth acertaba a oír los ruidos de Hannah al hacer el amor, pero de alguna manera era diferente, pues sabía que su pareja no hablaba inglés… y mientras Hannah gruñía, Ruth y Per se dedicaron a lavar los platos


– No sabes cómo me alegro de que tu amiga se lo esté pasando tan bien -le dijo Per más de una vez


– Hannah siempre se lo pasa bien -respondió Ruth


Ruth deseaba que hubiera más platos que lavar, pero era consciente de que ya había retrasado en exceso el momento de la verdad


– Soy virgen -dijo finalmente


– ¿Quieres seguir siéndolo? -le preguntó Per.


– No, pero estoy muy nerviosa -le advirtió ella


También le dio al muchacho un preservativo antes de que él hubiera empezado a desvestirse. Los tres embarazos de Hannah le habían enseñado a Ruth una o dos cosas y, aunque tardíamente, también se las habían enseñado a Hannah


Pero cuando Ruth le dio el preservativo, el joven sueco pareció sorprendido


– ¿De veras eres virgen? Nunca he estado con una virgen. Ruth se dio cuenta de que Per estaba casi tan nervioso como ella. También había ingerido demasiada cerveza, cosa que él comentó en pleno coito


– ól -le dijo al oído, y Ruth lo tomó por el anuncio de que se estaba corriendo


Por el contrario, el muchacho le pedía disculpas porque tardaba tanto en eyacular. (ól significa cerveza en sueco.)


Pero Ruth no había tenido ninguna experiencia que le permitiera hacer una comparación. El acto no le pareció ni muy largo ni muy corto. Su principal motivación era superar la experiencia, "haberlo hecho" por fin. No sentía nada


Así pues, Ruth supuso que en Suecia eso era propio de la etiqueta sexual y dijo también "ol", aunque no se estaba corriendo


Cuando Per se retiró de ella, pareció decepcionado al ver la escasa cantidad de sangre. Esperaba que una virgen sangrara mucho. Ruth supuso que eso significaba que la experiencia había sido inferior a sus expectativas


Desde luego, fue inferior a las de Ruth. Menos diversión, menos pasión, incluso menos dolor de lo que había esperado. Todo había sido menos. Resultaba difícil imaginar el motivo de los vehementes grititos de Hannah Grant que ella había oído durante años


Pero lo que Ruth Cole aprendió de su primera experiencia sexual en Suecia fue que las consecuencias del sexo suelen ser más memorables que el mismo acto. Para Hannah no había ninguna consecuencia que considerase digna de recordar. Ni siquiera sus tres abortos le habían disuadido de repetir el acto una y otra vez, el cual parecía tener mucha más importancia para ella que sus posibles consecuencias


Por la mañana, cuando los padres de Per regresaron a casa, mucho antes de lo previsto, Ruth se hallaba sola y desnuda en la cama del matrimonio. Per se estaba duchando cuando la madre entró en la habitación y se puso a hablar en sueco con Ruth


Aparte de que no entendía a la mujer, Ruth no encontraba sus ropas, y tampoco Per podía oír el tono cada vez más alto de su madre por encima del sonido de la ducha


Entonces el padre del muchacho entró en el dormitorio. A pesar de la decepción de Per por lo poco que Ruth había sangrado, ella vio que había manchado la toalla extendida sobre la cama. (Previamente había tomado todas las precauciones posibles para no manchar las sábanas.) Ahora, mientras procuraba cubrirse a toda prisa con la toalla manchada de sangre, era consciente de que los padres de Per habían visto no sólo su desnudez sino también su sangre


El padre del joven, un hombre de semblante severo, no chistó, pero miraba a Ruth con una fijeza tan implacable como la creciente histeria de su esposa


Fue Hannah quien ayudó a Ruth a encontrar sus prendas de vestir, y también tuvo la presencia de ánimo necesaria para abrir la puerta del baño y gritarle a Per que saliera de la ducha


– ¡Dile a tu madre que deje de gritar a mi amiga! -le dijo a voz en cuello, y entonces gritó también a la madre de Per ¡Grítale a tu hijo, no a ella, pendejo de mierda!


Pero la madre de Per no podía dejar de gritarle a Ruth, y Per era demasiado cobarde, o estaba demasiado fácilmente convencido de que Ruth y él habían hecho algo reprobable, para oponerse a su madre


En cuanto a Ruth, era tan incapaz de efectuar un movimiento decisivo como de decir algo coherente. Permaneció muda mientras dejaba que Hannah la vistiera, como si fuese una niña


– Pobrecilla -le dijo Hannah-. Qué desgracia de polvo para ser el primero. Normalmente acaba mejor


– El sexo ha estado bien -musitó Ruth


– ¿Solamente "bien"? -replicó Hannah-. ¿Has oído eso, picha floja? -le gritó a Per-. Dice que sólo has estado "bien". Entonces Hannah observó que el padre de Per seguía mirando fijamente a su amiga, y le gritó:


– ¡Eh, tú, capullo! ¿Te gusta mirar como un bobo o qué?


– ¿Quieren que les pida un taxi para usted y su compañera? -le preguntó el padre de Per en un inglés mejor que el de su hijo


– Si me comprendes -replicó Hannah-, dile a la zorra insultante de tu mujer que deje de gritar a mi amiga, ¡que abronque al pajillero de tu hijo!


– Mire, señorita -le dijo el padre de Per-, desde hace años mis palabras no surten ningún efecto discernible en mi esposa


Ruth recordaría siempre la majestuosa tristeza del caballero sueco mejor de lo que recordaría al cobarde Per. Y mientras la contemplaba desnuda, no fue lujuria lo que Ruth vio en sus ojos, sino la paralizante envidia que le tenía a su afortunado hijo


En el taxi, de regreso a Estocolmo, Hannah le preguntó a Ruth:


– ¿No era sueco el padre de Hamlet? Y también la zorra de su madre… y el tío malvado, supongo, por no mencionar a la chica idiota que se ahoga. ¿No eran todos ellos suecos?


– No, eran daneses -replicó Ruth


Experimentaba una sombría satisfacción porque seguía sangrando, aunque sólo fuese un poco


– Suecos, daneses…, ¿qué más da? -dijo Hannah-. Todos son unos gilipollas


Siguieron hablando en esta vena, y al cabo de un rato Hannah dijo a su amiga:


– Siento que tu revolcón sólo haya estado "bien"… El mío ha sido estupendo. Tenía la minga más grande que he visto hasta ahora -añadió


– ¿Por qué cuanto más grande mejor? -le preguntó Ruth-. No he mirado la de Per -admitió-. ¿Tenía que haberlo hecho?


– Pobre criatura, pero no te preocupes. La próxima vez no te olvides de mirarla. En fin, lo importante es lo que te hace sentir


– Supongo que me ha hecho sentir bien -dijo Ruth-. Sólo que no es lo que había esperado


– ¿Esperabas que fuese mejor o peor?


– Creo que esperaba las dos cosas


– Eso ya te ocurrirá -replicó Hannah-. No te quepa la menor duda. Será peor y mejor


Al menos en ese aspecto, Hannah había tenido razón. Por fin Ruth logró dormirse de nuevo

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