OBLÓMOV Y LA VERDADERA VIDA

A los habitantes de la aldea de Oblómovka parece que la vida les pasa "al lado" como un río en cuyas orillas ellos se sientan a contemplarla; no es que sólo huya, sino que tienen la impresión de no llegar a poseerla nunca, ni siquiera en el instante de su transcurso, y de que no es nunca su vida. "¿Cuándo se vive?", se pregunta en efecto Oblómov, el inmortal protagonista de la novela homónima; en el precipitado atosigamiento de los afanes y agobios ocasionales, que quema cada instante con el fin de alcanzar algún objetivo que hay que superar y abandonar apenas alcanzado, no se tiene nunca la impresión de vivir la propia vida, sino sólo de destruirla continuamente para obtener algo distinto.

Algunas obras maestras se prestan a ser mal interpretadas precisamente a causa de su propia grandeza, en especial cuando entran a formar parte, en virtud de ésta, del lenguaje y el sentido común, y a confundirse con una simplificación estereotipada. Después de Madame Bovary el bovarismo se convirtió en una expresión familiar para todos, incluso para quien no había leído jamás a Flaubert, pero sin estar a la altura de la extraordinaria poesía del libro y del personaje flaubertiano, de su pasión impregnada de verdad y falsedad, de su mezcla de tormento y mediocridad que lo convierte en la verdadera expresión de la vida. El bovarismo, que alude a una insatisfacción y una frustración provincianas generadas por una atmósfera social concreta en un momento de la historia burguesa de Francia y de Europa, puede oscurecer la comprensión del libro que le ha dado el nombre.

Como fórmula igualmente reductora que es, también el oblomovismo puede ofuscar la conciencia de que Oblómov es una de las obras maestras de la literatura universal, a la altura de las otras grandísimas novelas rusas y europeas del siglo XIX y quizás no siempre reconocida como tal. Oblómov no actúa, no elige, no decide; está preso de una inercia que le penetra hasta lo más profundo de su persona y le obstaculiza cualquier afirmación y realización de sí mismo; su lugar preferido es la cama, donde está perezosamente tumbado habiéndoselas con el agresivo entrometimiento de la realidad. El oblomovismo, que le debe el nombre, tiende a presentarlo como el mero representante de una actitud existencial y cultural típica de la sociedad rusa de su tiempo, mediados del siglo XIX, como el símbolo de la parasitaria y entumecida acedía de un mundo y una clase pobre de valores y de fe en la acción.

Todo esto, naturalmente, es verdad. Las pasiones y los destinos de los hombres se hunden en el tiempo en el que viven, son indisolubles de su pertenencia a una sociedad o una cultura; tampoco la ira o el llanto de Aquiles o los celos de Swann existirían, y serían lo que son, sin aquella Grecia o aquel París de los que ellos son también expresión. Goncharov vivió entre los años 1812 y 1891, en una época en la que se publican las mayores obras del siglo XIX ruso, entre ellas, en 1859, Oblómov; su existencia y su arte están entretejidos en ese mundo y su libro es desde luego, también y en primer lugar, un retrato de éste. Pero la fórmula del oblomovismo tiende a reducir su novela casi únicamente a una caracterización sociológica y a pasar por alto la extraordinaria penetración poética con la que escruta no sólo una época, la Rusia decimonónica, sino también algunos de los puntos nodales esenciales de toda la civilización europea moderna.

La flojera y la acedía de Oblómov constituyen una respuesta, grandiosa en su negatividad ora amarga ora tragicómica, a una vida que parece haberse hecho, bajo algunos aspectos, cada vez mas invivible e irreal, agrediendo al individuo y convirtiéndolo en el blanco de un febril bombardeo de deberes, estímulos, agobios,

impulsos, cometidos, solicitudes u órdenes que le impiden vivir. "¡La vida apremia, urge por todas partes!", exclama angustiado Oblómov dándose la vuelta en la cama; no se puede vivir, de la misma forma que es imposible dormir cuando te pican continuamente los insectos.

La existencia se neutraliza y destruye a sí misma con su propio ritmo martilleante; Oblómov busca la verdadera vida, la armonía con el fluir del tiempo, en la canción de Olga, la muchacha que ama o cree amar, pero ese canto se apaga. La verdad más profunda, y acaso la defensa contra la imposibilidad de vivir, le llegan, más que de la promesa del canto de Olga, de la astucia remolona y enredadora pero buena y fiel del sirviente Zajar, inolvidable figura que no le va poéticamente a la zaga a la de su amo, o de los suaves y blancos brazos de Agafia, entre los que encuentra una paz semejante al embotamiento de la muerte pero también al abandono del amor.

El oblomovismo es un mal y cuando Stolz, el amigo activo y positivo, le ofrece una posibilidad de redimirse de su acedía inmemorial, posibilidad que sin embargo llega demasiado tarde, la novela representa con una poesía estremecedora el dolor por aquella cita fallida con la realidad. Pero no se da por descontado que Stolz, con su laboriosidad alemana, tenga siempre razón y Oblómov se equivoque. Oblómov constituye un extraordinario retrato del nihilismo y éste consiste no sólo en la apatía del héroe pasivo, sino también en el destructivo frenesí del activismo, que nace de una relación distorsionada con el transcurso del tiempo. En un mundo en el que cada vez estamos más llamados a hacer, a producir, hablar, escribir, comentar, participar, emprender – en una movilización general cada vez más impulsiva, en que a menudo parece no saberse cuándo se vive -, esa indolencia de Oblómov puede ser una extrema defensa de la libertad; tal vez su posición, allí tumbado en la cama, que se prolonga durante páginas y más páginas, sea más digna del hombre de cuanto lo sea el continuo presenten armas a la orden del día.


1991

Загрузка...