CAPÍTULO 18

Yu se despertó pronto la mañana del sábado. Decidió no levantarse enseguida de la cama. Fue una decisión forzosa. En aquella habitación minúscula donde vivía toda la familia, si algún miembro se levantaba de la cama, los demás se veían obligados a hacer lo mismo.

Qinqin se había quedado estudiando hasta tarde la noche anterior. En la actualidad, los estudiantes de secundaria tenían que estudiar demasiado, y Peiqin le presionaba muchísimo también, recalcándole que debía entrar a toda costa en una de las mejores universidades. «El no debe acabar como nosotros», decía.

Posiblemente, no lo hacía con mala intención, pero a Yu ese comentario no le parecía agradable, en especial porque él era incapaz de hacer nada para ayudar a Qinqin. Peiqin era quien se encargaba de ayudar a su hijo con los deberes; Yu había comprobado que éstos eran demasiado para él.

Qinqin continuaba profundamente dormido en el sofá-cama, con los pies colgando al final de éste. Se había convertido en un chico alto y delgado. El sofá-cama no era lo bastante largo para él.

Peiqin solía estar levantada y haciendo cosas a esa hora, pero era fin de semana. Se había quedado despierta hasta tarde con Qinqin, repasando problemas de matemáticas. Bajo la luz matutina, su rostro parecía pálido, cansado.

Tumbado pero despierto, el detective Yu no pudo evitar sentirse cada vez más irritado tras los últimos acontecimientos del caso Yin. Era consciente de la presión ejercida sobre el departamento, presión que estaba haciendo enloquecer especialmente al secretario del Partido Li. La noticia de la trágica muerte de Yin había provocado todo tipo de especulaciones no sólo en China, sino también fuera de ésta. El caso había aparecido en varios periódicos extranjeros, los cuales echaban leña al fuego ya ardiente en Shanghai. Además, editoriales clandestinas habían vuelto a publicar la novela de Yin, y se estaba vendiendo como rosquillas en las librerías privadas. Fei Weijin, el ministro de Propaganda de Shanghai, estaba tan preocupado que había visitado en persona el departamento policial de la ciudad para anunciar que cuanto más tiempo estuviera el caso sin resolver, mayor daño recibiría la nueva imagen de China.

Por consiguiente, el secretario del Partido Li deseaba condenar de inmediato a Wan por el asesinato, a pesar de los argumentos de Yu. Todos los intentos de Yu por convencer a Li de que debían indagar un poco más, le entraron al secretario del Partido por un oído y le salieron por el otro.

Yu intentó hacer memoria de cómo Chen lograba abrirse camino a través de la selva de los políticos de despacho, aunque tampoco estaba demasiado contento con su jefe. Yu estaba seguro de que la noche anterior, mientras hablaban por teléfono, había oído música de fondo y a una chica susurrar. Lo que estuviera haciendo Chen no era de su incumbencia. Tal vez el inspector jefe podía permitirse pasarlo bien, con su posición, con su «lucrativo proyecto», con su carrera prometedora, y también con una «pequeña secretaria» gratis. Aún así, la idea hacía que Yu se sintiera molesto.

Al mismo tiempo, le sorprendió lo que Chen le había sugerido. Yu no tenía ni idea de cómo, en mitad de un proyecto de traducción urgente, Chen había conseguido elaborar tales teorías. Pero no eran más que hipótesis, sin ninguna base sólida que las sostuviera. Yu también había hecho sus propias conjeturas, pero no le habían llevado a ninguna parte.

Peiqin se movió a su lado, todavía soñando, quizás.

De pronto, Yu sintió pena hacia sí mismo, pero más hacia Peiqin y Qinqin. Durante todos esos años, habían estado juntos, apretujados en aquella habitación shikumen diminuta, en aquella calle ruinosa. Trabajando en un caso de homicidio detrás de otro, Yu solía faltar en casa incluso los fines de semana, a cambio de muy poco dinero. ¿Por qué lo hacía?

Quizás fuese la hora de reconsiderar su carrera profesional, tal y como Peiqin le había sugerido.

Cuando Yu entró en la policía, se propuso una meta muy clara: hacerlo mejor que su padre, Oíd Hunter, quien pese a ser un agente de policía competente, no logró ascender de su puesto como oficial de policía. Fue por él que Yu acabó trabajando en el departamento policial de Shanghai. En la escala policial, Yu ya había alcanzado su meta. Como detective, pertenecía a un rango superior, pero ni mucho menos se consideraba un policía tan bueno como Oíd Hunter en los años de la dictadura proletaria. Por aquella época, la gente no se diferenciaba tanto entre sí. Todos tenían el mismo sueldo, la misma casa, y creían en la misma doctrina del Partido sobre «una vida sencilla y un trabajo sacrificado». Un agente policial era simplemente uno más, sólo que probablemente estuviese más orgulloso que el resto por ser el instrumento de la dictadura proletaria.

Pero ser un agente de policía en la actualidad no era tan gratificante. En una sociedad cada vez más materialista, un policía no era nadie. Por ejemplo, el inspector jefe Chen, pese a ser un policía mucho mejor reconocido que Yu, seguía necesitando vacaciones para ganar algún dinero extra.

Y luego estaban las historias sobre policías corruptos; historias reales que Yu conocía. ¿Qué sentido tenía ser un agente de policía?

Mientras se levantaba de la cama, Yu anunció una decisión, la cual fue una sorpresa incluso para sí mismo.

– Vamos a desayunar a Oíd Half Place.

– ¿Por qué? -preguntó Qinqin, frotándose los ojos.

– Nuestra familia merece pasar un buen fin de semana.

– Me parece una gran idea. He oído hablar de ese restaurante -aceptó Peiqin adormilada y sorprendida, pues no era normal que Yu invitara a la familia a desayunar en mitad de una investigación.

– ¿Tan temprano? -preguntó Qinqin, levantándose a regañadientes del ruidoso sofá.

– Oíd Half Place es un restaurante muy conocido por los tallarines que prepara a primera hora -explicó Yu-. Lo he leído en una guía de restaurantes.

Yu no quería contarles la verdad acerca de dónde había oído hablar del restaurante.

En media hora, los tres llegaron a Oíd Half Place, el cual estaba situado en la calle Fuzhou. En efecto, ya había muchos clientes esperando sentados, la mayoría personas mayores con palillos de bambú en las manos, preparados incluso antes de que les sirvieran los tallarines.

Por encima de la barra, la variedad de tallarines listados en el menú de la pizarra era impresionante. Yu apenas tuvo tiempo para escoger. La gente que esperaba detrás de él comenzaba a impacientarse. Debían de ser clientes habituales que ya sabían cuáles eran sus tallarines favoritos, y que podían encargar el pedido al cajero de rostro redondito sin siquiera tener que consultar el menú.

Yu pidió tallarines con col verde en conserva y brotes de bambú, además de una ración pequeña de cerdo xiao, plato obligado en aquel restaurante, según el Sr. Ren. Peiqin pidió tallarines con anguilas, arroz frito y gambas, y también cerdo xiao. Qinqin escogió tallarines con cabezas de carpa ahumada, además de una Coca-Cola.

El servicio era mucho menos impresionante. Las mesas redondas con manchas de aceite y caldo tenían espacio suficiente para diez o doce personas, de modo que Yu no pudo conseguir una mesa para ellos solos. La primera planta del restaurante era amplia, pero sólo había dos camareras de mediana edad corriendo de un lado para otro, llevando pilas de platos y cuencos a lo largo de ambos brazos extendidos. Les era imposible limpiar las mesas a tiempo, básicamente porque enseguida llegaban más clientes y ocupaban los asientos vacíos. El servicio debía de ser una de las razones por las que el restaurante podía permitirse mantener los precios bajos.

La familia de Yu compartía mesa con otros dos degustadores de tallarines. Uno parecía tan delgado como una caña de bambú. El otro tan redondo como un melón. Al parecer, se conocían bien.

– Come y bebe mientras puedas. La vida es corta -dijo el delgado levantando la taza de té. Bebió y hundió un trozo de pollo en los tallarines.

– Estos tallarines sencillos llevan el mismo caldo exquisito -repuso el hombre rechoncho, haciendo ruido con los labios al saborear la comida-. Además, tengo que seguir mi dieta.

– Vamos -respondió el delgado en tono sarcàstico-. Es un milagro que tengas tan buen aspecto y puedas venir aquí cada día, con tu sueldo de casi jubilado.

La variedad de tallarines sencillos debía de ser la más económica del restaurante, sin embargo, las personas que estuviesen a la espera de una pensión por jubilación y que recibiesen un sueldo mensual de aproximadamente 200 yuanes, posiblemente sólo podían permitirse un cuenco de tallarines sencillos por 3 yuanes.

Peiqin cogió palillos de un recipiente hecho de bambú. Los palillos todavía estaban húmedos. Los secó con su pañuelo, y entregó un par a cada miembro de la familia. Qinqin cogió la botella anticuada de pimienta negra y la examinó como si se tratara de un problema matemático. Mientras esperaban el pedido, Yu observó cómo algunos clientes menos pacientes iban al mostrador de la cocina y retiraban los pedidos por sí mismos.

Por fin, llegaron los tallarines. Siguiendo el consejo del Sr. Ren, Yu sumergió lonchas de cerdo xiao en el caldo, esperó un minuto o dos hasta que la carne caliente se volvió casi transparente, y a continuación dejó que las lonchas se derritieran en su lengua. La textura de los tallarines era indescriptible, compactos pero no demasiado duros, sazonados con un caldo delicioso.

Para impresionar a Qinqin, Yu trató de analizar los ingredientes del caldo de tallarines, pero sólo consiguió recordar que algunos de los diminutos peces, cuyos nombres no conocía, se hervían en una bolsa de tela durante su preparación. Al parecer, Qinqin pareció bastante interesado.

Yu estaba considerando la posibilidad de pedir una ración de cerdo xiao para su hijo cuando un anciano tomó asiento en la mesa de al lado. El recién llegado llevaba una chaqueta color morado acolchada y larga, y un sombrero forrado con algodón y orejeras, las cuales casi le tapaban la cara. Se frotaba las manos constantemente, pues parecía tenerlas heladas a causa del aire frío y matutino de la calle. También pidió un cuenco de tallarines sencillos. Al recibir su pedido, el hombre suspiró profundamente con total satisfacción.

– Mira -susurró Qinqin a Yu-. Ha sacado lonchas de cerdo del bolsillo.

Era cierto. El anciano había extraído del bolsillo de la chaqueta lonchas de cerdo envueltas en plástico. Introdujo el cerdo en el caldo y esperó que surtiera efecto el ritual de remojo.

– ¿De verdad es tan especial ese cerdo? -preguntó Qinqin riendo.

Yu no supo qué contestar. Los clientes habituales de aquel restaurante, supuso Yu, tal vez compartían el ritual de colocar un trozo de cerdo xiao sobre los tallarines. Pero Yu no sabía qué tipo de cerdo tenía el anciano. Quizás fuera jamón, elaborado mediante un procedimiento muy especial.

Pero había otro misterio: el cerdo xiao sólo se cocinaba en Oíd Half Place. Lo que el anciano tenía debía de ser un tipo de cerdo casero. Si así fuera, ¿por qué se habría molestado en llevarlo?

Más tarde, cuando el anciano se quitó el sombrero y se volvió hacia ellos, Yu reconoció que no era otro que el Sr. Ren.

– ¡Ah, Sr. Ren!

– Camarada detective Yu, ¡me alegro tanto de verle aquí, en Oíd Half Place! -dijo el Sr. Ren con una sonrisa cordial-. Ha seguido mi consejo, ¿verdad?

– Sí, he traído a mi mujer y a mi hijo. Peiqin y Qinqin.

– Estupendo. Una familia maravillosa que desayuna unida. Así me gusta -repuso el Sr. Ren haciendo un gesto de entusiasmo-. Por favor, continúen disfrutando de los tallarines o se les enfriarán.

Volviéndose, Yu le susurró a Peiqin al oído:

– Es alguien que conocí en el edificio de Yin.

– Tendría que haberme dado cuenta -respondió ella, también susurrando- que esa era la razón por la que nos has traído a desayunar en mitad de una investigación.

– No, este desayuno no tiene nada que ver con el caso.

Pero eso no era del todo cierto. En el subconsciente de Yu, quizás existía la intención de corroborar la coartada del Sr. Ren.

– Él me habló acerca de Oíd Half Place cuando le interrogué. ¿Acaso tiene eso algo que ver con el caso?

– Es uno de los sospechosos de tu lista, lo recuerdo -contestó Peiqin sonriendo sutil y sarcásticamente-. Entonces, ¿ya estás contento?

– Bueno, ya no está en mi lista de sospechosos, pero sí, estoy contento con el desayuno.

Y era verdad. El desayuno, con un precio total de dieciséis yuanes por los tres, resultó económico y delicioso. También resultaba bueno que toda la familia pudiera salir de vez en cuando, como en esta ocasión.

Limpiándose la boca con la palma de la mano, el Sr. Ren se volvió hacia la mesa de Yu. Había terminado el plato de tallarines.

– Puede que les haya sorprendido que sacara cerdo del bolsillo. Se trata de un truco que sólo un viejo gourmet conoce -sonrió a Qinqin.

– Sí, por favor, explíqueme por qué lo hizo -solicitó Qinqin.

– Después de la hora de comer, el restaurante vende cerdo xiao al peso. Cincuenta yuanes por un kilogramo. Suena caro, pero en realidad no lo es. Si cortas en casa el cerdo en rodajas, un kilo equivale a sesenta y cinco u ochenta lonchas. ¿Cuánto cuesta un plato de cerdo aquí? Dos yuanes. Así que yo compro medio kilo, lo guardo en el frigorífico, debes disponer de un frigorífica en casa, y retiro varias lonchas antes de venir aquí.

– Seguro que no hace falta que sea tan exigente consigo mismo, Sr. Ren, con todo… -Yu no acabó de decir la frase: «el dinero de la indemnización».

– No tiene que preocuparse por mí, detective Yu. Un viejo gourmet hace cualquier cosa menos dejar de alimentar su estómago. Soy demasiado viejo como para pensar en eso que llaman… ah, consumo compulsivo. El cerdo xiao que yo tengo posee el mismo sabor. Oíd Half Place es un buen restaurante. Espero volver a verle por aquí.

– Sin duda repetiremos -dijo Yu-. Cuando la investigación finalice, tendrá que contarme más trucos de gourmet.

– Venga algún día al restaurante donde yo trabajo, Sr. Ren -intervino Peiqin-. No es tan conocido, se llamada Four Seas, pero preparamos algunas especialidades bastante buenas, y no es un lugar caro.

– ¿Four Seas? Creo que he oído hablar de él. Iré. Puede contar con ello. Gracias, Peiqin.

Se levantaron de la mesa, dispuestos a marchar.

Cerca de la entrada, Qinqin se detuvo para mirar por una ventana situada sobre el mostrador. Por ella pudo ver a dos cocineros con vestidos y gorros blancos cortando hábilmente el cerdo xiao en lonchas sobre unos tocones enormes. Sobre sus cabezas, había hileras de pollos, chorreando aceite, colgados en ganchos de acero brillante.

– Como en Zhaungzi -dijo Qinqin.

– ¡Sí! -dijo Yu distraídamente, sin saber a qué se refería. Quizás Peiqin sí lo sabía.

Después vio al Sr. Ren, que había salido delante de ellos, volver hacia el restaurante.

– ¿Ha olvidado algo, Sr. Ren?

– No… bueno, he olvidado decirle algo.

– ¿De qué se trata?

– Tal vez no sea nada, pero creo que es mejor que se lo diga -contestó el Sr. Ren-. La mañana del siete de febrero, cuando salí del edificio shikumen, vi a alguien salir delante de mí.

– ¿Quién?

– Wan.

– ¿De verdad? ¿Recuerda la hora?

– Bueno, como le dije, fue alrededor de las seis menos cuarto.

– ¿Está seguro de que era Wan, y de que fue esa mañana?

– Bastante seguro. Quizás no tengamos demasiada relación como vecinos, pero llevamos viviendo en la misma casa desde muchos años.

– ¿Habló con él?

– No. Por lo general, no suelo hablar mucho con mis vecinos… después de tantos años siendo un capitalista negro.

– Lo mismo le sucedió a mi padre. Él también fue capitalista negro, cuando vivía -intervino Peiqin-. Tenía un negocio de importación y exportación.

– Sí, sólo resulta comprensible para aquellos que hemos vivido humillados durante años. Yo era tan políticamente negro, y Wan era tan políticamente rojo -Ren forzó los labios para sonreír-. Por supuesto, también es posible que Wan volviera esa mañana más pronto de lo usual y cometiera el asesinato, pero ¿no sería eso poco probable?

– Tiene toda la razón, Sr. Ren. Es una observación muy importante. En su declaración, Wan no mencionó haber salido de la casa temprano esa mañana.

– Y aún queda otra cosa. He oído hablar de un billete de tren que han encontrado en su habitación y que lo han considerado como prueba de que Wan es el asesino, pero resulta que yo sé algo respecto a eso.

– ¿El qué, Sr. Ren?

– Otra coincidencia -explicó el Sr. Ren-. Al ser un gourmet frugal, suelo comer en varios sitios, no sólo en Oíd Half Place. Otro de mis restaurantes favoritos se encuentra cerca de la estación de trenes de Shanghai. Western Hill es famoso por sus bollos de minisopa. La sopa en el interior del bollo es jugosa y exquisita. Una mañana, hace medio año, vi por casualidad a Wan esperando en una cola larga situada frente a la ventanilla de venta de billetes. Entonces no le presté demasiada atención. Podría estar comprando un billete de tren para algún familiar; si no, para él. Hace varias semanas, volví a ver a Wan en la misma cola larga.

– Qué raro -dijo Yu-. Creía que Wan no tenía familia. No me dijeron nada acerca de que viajara con frecuencia fuera de Shanghai.

– No era asunto mío, pero esa mañana Western Hill estaba tan repleto de clientes que tuve que esperar durante más de hora y media hasta que me sirvieron los bollos de minisopa. Cuando salí, volví a ver a Wan. Esta vez ya no estaba en la cola, sino vendiendo billetes a algunos provincianos en la plaza de la estación de trenes. Por lo tanto, Wan ganaba algo de dinero vendiendo billetes a personas que no podían permanecer en la cola durante horas.

– Esa es precisamente la información que necesito. En lugar de salir a practicar taichi, Wan sale pronto cada mañana para comprar y vender billetes de tren. Ahora lo entiendo.

– Nunca le he contado esto a nadie. Wan es un hombre que no puede permitirse perder la dignidad. Resulta totalmente humillante para un ex miembro del Equipo Obrero de Propaganda por el Pensamiento de Mao Zedong terminar dedicándose a la reventa de billetes de tren. Así que contó a los vecinos que todas las mañanas practicaba taichi. En el pasado, un miembro de la propaganda podía ser tan despiadado como un miembro de la Guardia Roja, pero yo no siento rencor personal hacia ellos. No debería acusarse erróneamente a nadie, ni a Wan ni a ninguna otra persona, sólo para dar por cerrado un caso de asesinato.

– Muchas gracias, Sr. Ren. Se trata de un gran adelanto en la investigación.

Yu estaba ahora seguro de que Wan no era el asesino. Pero eso no significaba que pudiera desestimar la confesión de éste. Debería mantener otra discusión con el secretario del Partido Li.

Resultó ser un desayuno más interesante de lo que el detective Yu esperaba.

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