CAPÍTULO 11

Sentada en su despacho del restaurante Four Seas, Peiqin terminó con la tarea contable del mes, cuando todavía ni era mediados de febrero. Sin embargo, Peiqin asistiría cada día a su oficina, por así llamarla, y se sentaría junto a papeles y a libros esparcidos por la mesa alargada, aunque no le quedara más trabajo por hacer. Originariamente una habitación tingzijian, la sala no llegaba a ser siquiera una habitación, pero funcionaba como despacho separado del resto del negocio, situado en el piso inferior. Compartía la oficina con Hua Shan, director del restaurante, quien estaría fuera todo el día debido a una reunión. Peiqin se descalzó y colocó los pies sobre una silla. Seguidamente los volvió a bajar. Tenía dos agujeros pequeños en los calcetines.

– Peiqin, es la hora de comer -gritó Lui, el nuevo chef desde la cocina situada debajo de la oficina. La voz tronó a través del suelo agrietado y viejo. El aire estaba lleno de remolinos de polvo que bajo la luz hacían formas extrañas-. Hoy tenemos sopa de cabezas de pescado con pimienta roja.

– Genial. Bajaré en cuanto termine.

Durante su primer año de trabajo allí, Peiqin bajaba de vez en cuando para ayudar en el restaurante. Pero pronto dejó de hacerlo. En las compañías controladas por el Estado, los empleados cobraban lo mismo, por mucho tiempo o muy duro que trabajaran. Como contable, Peiqui sólo debía terminar su tarea de contabilidad, lo cual le llevaba normalmente una semana, en lugar de un mes. Si después se sentaba sin hacer nada el resto del tiempo, era algo que a nadie debía importarle. De modo que en los últimos años, se había dedicado a leer libros de texto de Qinqin simulando que eran libros de contabilidad. A diferencia de Peiqin, Qinqin no desperdiciaría sus años en la escuela. Para ayudarle con los deberes, Peiqin empezó también a aprender inglés y a practicar con su hijo en casa. Qinqin debía recibir una buena educación, debía estudiar en una buena universidad. La educación universitaria marcaba una diferencia abismal en la sociedad china, siempre cambiante. De hecho, el inspector jefe Chen había conseguido su posición -al menos en parte- gracias a su excelente formación, aunque Peiqin también reconocía que Chen era uno de los pocos miembros importantes del Partido que había logrado su posición por méritos propios.

A veces, Peiqin leía novelas en la oficina. Como muchas personas de su generación, podía decirse que se había educado a sí misma leyendo novelas. El director del restaurante quizás se hubiese percatado de lo que leía, pero nunca le había dicho nada. El también estaba ocupado haciendo sus propias cosas, que Peiqin desconocía.

En ocasiones, cuando dejaba de leer, no podía evitar sentir desconcierto por un instante. Se preguntaba, ¿cómo había podido terminar allí, en esa oficina diminuta, leyendo novelas por la simple razón de no tener nada mejor que hacer? ¿Iba a pasar el resto de su vida así? En la escuela primaria, Peiqin había sido una estudiante sobresaliente, aunque no popular, debido a los antecedentes «negros» de su familia. Su padre poseía una empresa pequeña de importación y exportación, de ahí que le tacharan como perteneciente a la clase social «capitalista» después de 1949, lo cual situó a la familia entera bajo un nubarrón negro. El nubarrón negro se convirtió en tormenta violenta durante la Revolución Cultural.

Como parte de la juventud educada a final.es de los sesenta -había comenzado a estudiar en el instituto-, Peiqin tuvo que dejar Shanghai para marchar a Yunnan. Por entonces, su camino ya se había cruzado con el de Yu. Sus familias les habían presentado, con la esperanza de que el uno pudiera cuidar del otro cuando estuviesen fuera. Lejos, en el campo, con sus sueños de niña hechos pedazos, Peiqin aprendió a valorar el hombre que había en Yu. A finales de los setenta pudieron volver a Shanghai. Peiqin se consideraba afortunada por tener una familia como la suya. Yu era un buen marido, y Qinqin un hijo maravilloso, a pesar del hecho de tener que vivir amontonados en aquella única habitación multiusos. Aunque su trabajo en el restaurante fuese monótono, Peiqin logró, literalmente, un puesto por encima de quienes trabajaban en la cocina. Hacía tiempo que había aceptado el tópico de que la felicidad sólo se alcanza con la satisfacción.

Su trabajo aburrido y poco estimulante le agradaba si lo miraba desde otro punto de vista, como el de poder dedicarse más a su familia. Había desperdiciado los mejores años de su juventud durante la Revolución Cultural, pero pensaba que no tenía sentido culpar al destino, o llorar, como hacían muchas otras personas. Estaba satisfecha con su papel tradicional de buena esposa y madre.

No obstante, últimamente, no parecía estar conforme con el estatus quo. El mundo a su alrededor estaba cambiando. Algunos de los valores o de los sentidos que creía haber encontrado en la vida parecían estar escapándoseles de las manos. Un verso que recordaba haber leído -«No sé en qué dirección sopla el viento»- le pareció apropiado para el momento. Pensó que debería intentar hacer algo, además del trabajo en el restaurante. Debía afrontar el hecho de que el tazón de hierro que ella y Yu poseían sólo conseguía cubrir, como mucho, las necesidades materiales más básicas. El fiasco del apartamento había sido sin duda la gota que colmaba el vaso. Qinqin debía llevar una vida distinta; Peiqin estaba convencida. Casi todo el mundo en la clase de Qinqin llevaba zapatillas Nike, así que Peiqin también quería comprarle un par a su hijo. Cuando ella iba a la escuela, las marcas comerciales no existían, lo normal era llevar zapatillas verdes de goma, imitación a las que usaba el ejército. En Yunnan, a veces iba descalza, porque le había enviado las zapatillas de deporte a su sobrina por correo. Incluso en la actualidad, seguía sin llevar maquillaje, a pesar de los anuncios cada vez más numerosos en la televisión. En una reunión reciente de ex alumnos de clase, uno de sus antiguos compañeros llegó en un Mercedes, para envidia de la mayoría. En la escuela, aquel tipo era un don nadie que de vez en cuando se copiaba los deberes de Peiqin. Con toda certeza el mundo estaba cambiando.

Y luego estaba la investigación del caso Yin Lige, la cual, de pronto, había cobrado significado para Peiqin. No se trataba exactamente de un significado o un valor nuevos, ya que su interés venía de muy atrás, desde que asistía al instituto. Entonces sus lecturas eran un secreto, ya que oficialmente sólo se podía acceder a los libros escritos por el presidente Mao; las bibliotecas estaban cerradas, novela y poesía no estaban disponibles, y una joven con antecedentes familiares como los de Peiqin debía tener mucho cuidado a la hora de llevar las novelas escondidas debajo del brazo, ocultas bajo el abrigo acolchado. Igual que hacían otros, Peiqin tenía que recurrir a libros publicados anteriormente, que circulaban todavía de forma clandestina. «Rica» con media docena de libros que había podido esconder de las garras de la Guardia Roja, ella y varias personas más habían formado una red clandestina de intercambio de libros. Tenían una especie de «tarifa de intercambio»: El Padre Goriot de Balzac tenía un valor equivalente a Tiempos Difíciles de Dickens más una novela china como La Canción de la Juventud o La Historia de la Bandera Roja. En la red, si un miembro podía conseguir un libro nuevo a través de un contacto en el exterior, entonces el libro pasaba cada día de un miembro a otro.

Peiqin desarrolló preferencia por ciertos escritores. Yang, traductor contemporáneo excepcional, era uno de sus favoritos. En su opinión, prácticamente no existía ningún escritor chino moderno cuya innovación estilística pudiera compararse con la de Yang, quizás porque él poseía una sensibilidad única respecto al lenguaje, introducía en las obras chinas expresiones occidentales y, en ocasiones, también sintaxis. En la historia de la literatura china moderna, según había observado Peiqin, la mayoría de los intelectuales que poseían una gran formación se dedicaban a la traducción más que a la escritura, por razones políticas que no eran difíciles de comprender.

Cuando Peiqin dejó el instituto para marchar a Yunnan, llevó consigo algunos de estos libros «perniciosos». No le dijo a Yu nada acerca de ellos. No es que tuviera la intención de ocultarle nada; más bien le preocupaba que la pasión que sentía por los libros la hiciera menos accesible a Yu. Además, Yu estaba demasiado ocupado, no sólo cumpliendo con sus tareas en el campo, sino también muchas veces con las de ella.

En Yunnan Peiqin averiguó que Yang, además de traducir novelas, también había compuesto poemas. Encontró un poema corto en una vieja antología, el cual copió en un cuaderno y lo memorizó. No fue hasta su vuelta a Shanghai cuando Yin editó la colección de poemas de Yang y ésta empezó a venderse en las librerías. Por entonces, Peiqin ya no era una joven sentimental; aún así, le encantaron los poemas. Se le rompió el corazón cuando se enteró de que la carrera poética de Yang se había suspendido incluso antes de que comenzara la Revolución Cultural. En la colección, también leyó unos cuantos poemas escritos poco antes de su muerte.

En ese momento, Peiqin cogió la colección de poemas que Yin había editado y comenzó a leer un poema titulado Muñeco de Nieve:


«Has de ser un muñeco de nieve

Para permanecer en la nieve

Escuchando siempre el mismo mensaje

Que aulla el viento

Con paciencia imperturbable,

Mirando fijamente el paisaje

Sin perderte en él

Mientras un cuervo hambriento y sin hogar

Comienza a picarte en la nariz roja,

Parecida a una zanahoria.»


Peiqin no creyó haber entendido realmente el poema, aunque de repente sintió una sensación similar a la espiritualidad budista, gracias a la identificación con el poeta. Yang debió haberse sentido tan solo, tan desolado, tan frío, ahí de pie igual que un muñeco de nieve. Peiqin no tuvo que adivinar cuál podría ser «el mismo mensaje que aulla el viento». O quién era el «cuervo hambriento y sin hogar». Pero el muñeco de nieve no se perdía en el paisaje: paradójicamente, mantenía su forma humana en mitad de la nieve.

Peiqin miró la fecha que figuraba debajo del poema. Probablemente había sido escrito antes de conocer a Yin. Pudo comprender entonces el enorme cambio que debió de experimentar Yang en "su vida al aparecer Yin en ella.

Pero Peiqin no sólo se había interesado por la investigación sobre el caso Yin por Yang, ni siquiera porque con ello pudiera ayudar laboralmente a su marido. Se debía también a un anhelo en su subconsciente que creía haber dejado atrás hacía mucho tiempo. El anhelo por descubrir algo, algún sentido, a su propia vida, igual que el sentido que se puede encontrar en el «muñeco de nieve».

Cuando Geng amplió el negocio, le sugirió que fueran socios. Peiqin no habló de ello con Yu. Consideraba que era demasiado pronto para prescindir del tazón de hierro. Nadie podía predecir el futuro de la reforma económica en China. Además, un restaurante no era el tipo de negocio que verdaderamente le interesaba. Anteriormente, había ayudado a su marido y al inspector jefe Chen durante la investigación por la muerte de un empleado de la National Model, pero Peiqin nunca había pensando que pudiera llegar a involucrarse tanto en una investigación. La combinación tentadora de hacer algo por un escritor al que admiraba, o por Yu, y hacer algo también por sí misma, le resultó irresistible.

¿Podría encontrar alguna pista que Yu hubiera pasado por alto? Desde luego ella no podría investigar el caso como él. Durante la semana debía ir a la oficina, y reservaba el fin de semana para ayudar a Qinqin con los deberes. Sólo podía hacer una cosa, admitió: leer. Yu solía bromear diciendo que Peiqin se había sumergido en El Sueño de la Cámara Roja sólo Dios sabe cuántas veces. Peiqin pensó en releer detenidamente Muerte de un Profesor Chino.

– Peiqin, si no bajas, la sopa se enfriará -gritó alguien desde la cocina.

Colocó los libros y bajó las escaleras.

El restaurante estaba lleno de clientes. Una de las nuevas especialidades era pastel de arroz y filetes de cerdo estofados con salsa de soja, una selección muy demandada. Aunque numerosos restaurantes estatales habían sufrido competencia importante por parte de restaurantes privados, Four Seas había salido adelante sin demasiados problemas. Probablemente se debiera a su buena localización.

Peiqin tomó asiento en un banco cercano a la cocina. Sobre la mesa le esperaba una ración de pastel de arroz con filetes de cerdo y, además, un cuenco de sopa de cabezas de pescado. El pastel de arroz estaba rico, mullido y glutinoso, los filetes de cerdo tiernos, y la sopa deliciosa, brillante con pimienta roja espolvoreada sobre la superficie. Fue una pena que no pudiera llevársela a casa. Una vez fría, la sopa de pescado comenzaría a oler mal.

Xiangxiang, lavaplatos también de la antigua juventud educada, se acercó a Peiqin. Xiangxiang debía llevar unas botas de goma que crujían cuando caminaba, ya que la zona del fregadero siempre estaba mojada. Cuando se sentó junto a Peiqin, se descalzó vina bota. Tenía el pie empapado. Xiangxiang tenía la espalda ligeramente encorvada por estar todo el día inclinada lavando platos, y los dedos rojos, agrietados e hinchados como zanahorias. Trabajaba siete días a la semana por un acuerdo especial. Habían despedido a su marido, de modo que debía mantener a toda la familia.

– Nos rompemos los cuernos a trabajar, ¿y para qué? -protestó Xiangxiang, secándose las manos en el delantal gris-. Toda la carne es para el Gobierno. A nosotros no nos queda más que el caldo.

Con el fin de superar a la competencia, el restaurante había empezado a ofrecer servicio de cena, en lugar de abrir sólo durante las mañanas y mediodías. El negocio había mejorado, pero los empleados poco se beneficiaban de las ganancias, exceptuando incentivos de poco valor económico como la sopa de cabezas de pescado.

– Tampoco nos está yendo tan mal con nuestra ubicación, y también gracias a nuestra reputación.

– Geng sí que ha sido listo. Ahora él es su propio jefe.

– La sopa está deliciosa -dijo Peiqin, terminándose el pastel de arroz. Era cierto. En Yunnan una comida así habría parecido un banquete. Se preguntó si ella sería como A Que, un personaje muy conocido creado por Lu Xun. Se trataba de un personaje que siempre lograba ver el lado positivo de todas las cosas, fueran cuales fueran las circunstancias. ¿Poseía un lado «A Que» por haber pensado aquello?-. Debo volver al trabajo, Xiangxiang.

– Con todo el trabajo de contabilidad que tendrás, ahora que trabajamos dos turnos en lugar de uno, sigues encargándote tú sola -comentó Xiangxiang-. No es justo.

– No hay nada justo. La vida no es justa.

Cuando volvió al despacho, Peiqin sacó de nuevo el libro y algunas revistas.

En esta ocasión, Peiqin no comenzó a leer Muerte de un Profesor Chino desde el principio. En lugar de eso, probó a centrarse en algunas páginas que había marcado. Esta segunda lectura confirmó algo que ya había percibido anteriormente: la calidad de la escritura no era uniforme. Había partes del libro que parecían haber sido escritas por un principiante, mientras que otras eran totalmente sofisticadas. Era como si el libro hubiese sido escrito por dos personas diferentes. Sobre todo la parte que explicaba las causas de la Revolución Cultural, la cual poseía gran fuerza analítica. Resultaba difícil pensar que una joven apasionada de la Guardia Roja pudiera tener tanta percepción histórica. Sin embargo, los siguientes capítulos estaban repletos de detalles sobre las organizaciones locales de la Guardia Roja, sus conflictos e intereses, sus luchas por el poder, y las reivindicaciones personales de los miembros. Algunos de estos detalles resultaban triviales e irrelevantes.

Según Peiqin, la calidad del libro podía variar a lo largo de éste, pero sin duda la variedad extrema que mostraba Muerte de un Profesor Chino era anormal.

Peiqin no podía evitar pensar que alguien, además de Yin, hubiese escrito el libro. Se rio de sí misma, negando con la cabeza mientras se miraba en un espejo pequeño y algo agrietado que había sobre el escritorio.

Cuando apartó la mirada del libro, vio que eran casi las dos en punto. Se levantó y comenzó a pasear por la habitación. Ella podía caminar tranquilamente por la oficina, pero el director del restaurante debía acordarse siempre de agachar la cabeza, pues el techo era bajo. Llamó por teléfono para asegurarse de que Hua no volvería ese día. A continuación, cerró la puerta con llave y volvió a llamar, estaba vez al inspector jefe Chen.

Tras saludarse educadamente, Peiqin le preguntó:

– ¿Qué opinas de Yin como escritora, inspector jefe Chen?

– Todavía no he leído su libro. En los últimos días he hablado por teléfono con personas que sí lo han leído. Al parecer no tienen una opinión demasiado buena sobre él. Claro que, quizás influya el hecho de que Yin fuera una Guardia Roja.

– Entiendo. Yo lo he leído varias veces. Y hay una cosa que no me encaja. Algunas partes están escritas de modo poco profesional, al menos esa es la impresión que tengo, prácticamente como un diario de una estudiante de instituto. Pero otras partes están muy bien, como el principio del libro, que explica el trasfondo histórico.

– Esa es una observación muy perspicaz -repuso Chen-. Referente a la calidad irregular del libro, un crítico tuvo un punto de vista similar. Señaló que Yin podría haber tenido a otro escritor trabajando para ella. Después de todo, nunca antes había escrito nada.

– Pero eso no explica la falta de coherencia.

– El otro escritor podría haberla ayudado a escribir sólo parte del libro. Quizás hayas encontrado el móvil que estamos buscando. Quizás alguien le pidiera dinero por mantener su secreto, es decir, el escritor que trabajó para ella o cualquier que lo hubiese averiguado -Chen hizo una pausa antes de contradecirse a sí mismo-, pero no, si la estaba chantajeando, ¿para qué matarla? Estoy confundido.

– A mí también me confunde.

– Aún así, podría ser importante. Al menos podría conducir a un posible móvil. Muchas gracias, Peiqin. He estado demasiado ocupado con mi traducción para ayudar a Yu con el caso.

– No tienes que darme las gracias. Solamente he leído la novela. Tampoco tengo demasiado que hacer en el restaurante.

– Pero estás siendo de gran ayuda en la investigación.

Sin embargo, eso era lo único que podía hacer por el momento. Decidió volver a casa más pronto de lo normal.

Debía hacer algo más, recordó. Algo diferente.

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