CAPÍTULO 12

Desde comienzos de la traducción, el inspector jefe Chen se había acostumbrado a las sorpresas. La sorpresa de esa mañana llegó ociando apareció un hombre larguirucho con la intención de instalar un calentador eléctrico y una unidad de aire acondicionado en el apartamento de Chen. El instalador estaba casi tan sorprendido como el inspector jefe, ya que Chen estaba seguro de no haber solicitado tal instalación.

Chen recordaba haber leído algo acerca de los calentadores eléctricos. La mayoría de los edificios nuevos en la ciudad todavía no disponían de un sistema de agua caliente. De modo que los calentadores eléctricos eran una opción, aunque muy cara. Chen nunca se había planteado instalar uno en su propio apartamento. Después de todo, siempre podía ducharse en comisaría. En cuanto al aire acondicionado, ni siquiera había soñado con tenerlo.

Supuso de quién debía de haber sido la idea, e hizo una llamada de teléfono.

– No puedo aceptar nada tuyo, Sr. Gu. Es cuestión de principios, ya sabes.

– Nube Blanca dice que en tu habitación hace mucho frío. Eso no es bueno para tu trabajo. En el Club Dynasty sobran algunos equipos. Entonces, ¿por qué desperdiciarlos?

– No. Es demasiado.

– ¿Y si me lo pagas?

– No me lo puedo permitir.

– Los compré al por mayor, así que me hicieron descuento.

Y luego está la depreciación que han sufrido a lo largo de los tres años que hace que los tengo. ¿Qué tal novecientos yuanes?

Y no tienes que pagármelos ahora. Te lo descontaré del pago por la traducción.

– Te estás excediendo conmigo, Sr. Gu.

– No, soy un hombre de negocios. Los aparatos están aquí sin hacer nada, sin ningún uso, en el trastero. Ya decir verdad, creo que un profesional de tu nivel debería haberlos tenido hace mucho tiempo. Eres un hombre íntegro, y te admiro por ello -Gu cambió de tema repentinamente-. Oh, si pudiera lograr que los americanos invirtieran gracias a la propuesta de negocios que me estás traduciendo, mi sueño se haría realidad.

– No sé qué contestar.

– Quiero decir que me estás haciendo un gran favor, inspector jefe Chen.

Pero Chen continuó preocupado durante un buen rato después de la conversación telefónica, mirando fijamente la traducción sobre la mesa. Y no se debía sólo al ruido que hacía el encargado de la instalación en el cuarto de baño, ya que, al parecer, instalar el aparato resultaba muy complicado, pues debía manejar también algunos tubos muy largos. Seguramente tardara bastante tiempo en acabar.

Además de los empresarios presuntuosos en sus negocios privados, los funcionarios del Partido o los miembros importantes de éste también habían empezado a utilizar estos modernos aparatos en sus apartamentos. Así pues, resultaba fácil que la gente se percatara de la corrupción tan generalizada y que señalara enfadada con el dedo a esos pocos privilegiados. El mismo Chen se había quejado de ello.

Sin embargo -reflexionó- algunas cosas podían provenir de fuentes «algo dudosas». Un miembro del Partido como él, que estaba empezando a cobrar protagonismo, debía tener contactos beneficiosos para su trabajo; contactos como el Sr. Gu. Y a partir de dichos contactos surgían» otras cosas. En China, según las últimas estadísticas, los contactos lo eran todo. Guanxi.

Chen prefirió evitar especular a partir del resultado de las estadísticas. Por el momento, la única alternativa que le quedaba era concentrarse en la propuesta Nuevo Mundo. En ocasiones, podemos ser más productivos bajo presión. Cuando se quiso dar cuenta, había traducido dos páginas antes de tomarse un breve descanso.

El calentador ya había empezado a funcionar. Emitía un zumbido leve. Igual sucedería en Nuevo Mundo, que a pesar de su imagen exterior, dispondría de todo tipo de comodidades modernas en el interior. Los dedos de Chen se movían con destreza sobre el teclado, con un ritmo nuevo. Chen miró por la ventana y vio otro complejo de apartamentos asomando no demasiado lejos. Un árbol tung solitario temblaba con el viento frío. Resuelto, volvió la vista de nuevo hacia el texto escrito en la pantalla del ordenador.

Nuevo Mundo podría llegar a ser igual que la China actual, llena de contradicciones. Por fuera, el sistema socialista bajo el mando del Partido Comunista; por dentro, prácticas capitalistas disfrazadas.

¿Podría llegar a funcionar la combinación de ambas?

Tal vez. Nadie estaba en posición de asegurarlo, pero parecía que por el momento había ido bien, a pesar de la tensión existente entre ambas partes. Y también a pesar del precio: la brecha cada vez mayor entre pobres y ricos.

Los ricos ya habían empezado a interesarse por el mito existencial de Shanghai -el París del Este, el esplendor y la gloria de los años treinta- como parte de la superestructura a elevar sobre la base económica socialista. Lo primero justificaba lo segundo, y viceversa, igual que uno de los principios marxistas que Chen había estudiado en la universidad.

Para personas como Gu, y para el tipo de clientes que esperaba tener, una vez establecida la base económica, un Nuevo Mundo desafiante podría, y tal vez debería, existir. Pero, ¿qué sucedería con los pobres, quienes en el mundo real a duras penas podían seguir sobreviviendo?

Chen se recordó a sí mismo que él no era un filósofo ni un economista. No era más que un policía que, por casualidad, estaba traduciendo una propuesta empresarial relacionada con la historia de la ciudad.

Cuando el instalador finalmente marchó, tras haber aceptado el cigarrillo que Chen le ofreció y habérselo colocado detrás de la oreja, Chen se dio cuenta de que, por alguna razón, había reducido el ritmo de la traducción. El nuevo apartado trataba sobre los planes de marketing en el contexto de la globalización. Chen no tenía problemas a la hora de comprender el texto en chino; sin embargo, no estaba seguro del equivalente exacto en inglés. No era sólo una cuestión de consultar los términos en el diccionario, ya que se trataba de gran cantidad de palabras nuevas, las cuales acababan de aparecer recientemente en el vocabulario chino. En la economía socialista de China, por ejemplo, «marketing» era un concepto que no existía. Las compañías controladas por el Estado se limitaban a seguir fabricando productos según los proyectos del país. No había necesidad ni espacio para el marketing. Durante muchos años, los habitantes de China recurrían a un proverbio: «Si el vino huele estupendamente, los clientes lo comprarán, por muy larga que sea la cola». Tal planteamiento no era aplicable al mundo empresarial actual.

Quizás esa fuese una de las razones por las que -suponiendo que Gu le hubiese contado la verdad- el primer traductor fracasó.

Chen preparó una taza de té. La habitación parecía acogedora, un ambiente casi íntimo, con el calentador zumbando cerca de la estantería.

Estaba previsto que Nube Blanca llegara por la tarde. Chen echó una ojeada a su cuaderno. Nube Blanca podría ayudarle a encontrar las definiciones que necesitaba en un diccionario nuevo, pero eso no sería suficiente. Según tenía entendido, los diccionarios de inglés-chino más recientes habían sido recopilados hacía cinco o seis años, cuando gran número de estos términos no eran en absoluto comunes en China. De modo que Chen debería leer algunos artículos o libros sobre marketing, no necesariamente para obtener el significado exacto, sino para traducir aproximadamente tales ideas al inglés.

Chen se saltó el apartado de marketing y avanzó hacia la parte que trataba sobre el negocio de hostelería en Nuevo Mundo. Esa sección resultó ser entretenida y apasionante.

Alrededor de la una, llegó Nube Blanca. Tenía aspecto de cansada, incluso algo ojerosa, con círculos oscuros perceptibles debajo de los ojos almendrados. Quizás hubiese estado estudiando hasta tarde la noche anterior, ya que durante el día había estado ocupada con sus tareas de pequeña secretaria.

Se quitó la chaqueta y la colocó sobre el sofá. Enseguida' notó el cambio de temperatura en la habitación. Se volvió hacia Chen sonriendo abiertamente.

– Gracias por sugerírselo a Gu -le dijo Chen.

– Debería haberlo tenido hace ya tiempo. No sea tan duro consigo mismo -repuso ella-. Ah, aquí está la cinta con la entrevista realizada al personal de la universidad.

– Eres una gran secretaria, Nube Blanca.

– Pequeña, no grande -dijo con una risita tonta.

A Chen le hubiese gustado escuchar la cinta en ese mismo instante, pero la presencia de Nube Blanca en la habitación hacía complicado poder centrarse en la investigación.

– ¿Puedo darme una ducha caliente? -preguntó la chica.

– Por supuesto. Pero acaba de venir el técnico y no he tenido tiempo para limpiar.

– Por eso no se preocupe -contestó.

Nube Blanca se descalzó, entró en el cuarto de baño con el bolso y le dedicó una sonrisa justo antes de cerrar la puerta. Chen se preguntó si aquél podría ser un gesto deliberado, con el cual estuviera invitándole a acompañarla. Con el sonido de la ducha de fondo, intentó no pensar demasiado en el significado de «pequeña secretaria».

Comenzó a escuchar la cinta. Lo que contenía no eran entrevistas exactamente, sino más bien una recopilación de comentarios realizados por distintas personas. No era de extrañar, puesto que Nube Blanca carecía tanto de la autoridad como de la formación de un agente policial. De hecho, resultaba sorprendente que los entrevistados hubiesen accedido a hablar con ella.

La primera entrevista fue la realizada a un antiguo profesor de la universidad donde Yin daba clases: «Era una oportunista. ¿Que por qué lo digo? En primer lugar, ¡vio la oportunidad de unirse a la Guardia roja! Y nos convirtió a todos en el blanco de sus despiadadas críticas revolucionarias. Cuando su suerte cambió y la declararon una rebelde, vio la oportunidad de juntarse con Yang. Él era un intelectual brillante. Igual que una mina sin explotar, como si comprara acciones a bajo precio. Más tarde o más temprano la Revolución Cultural llegaría a su fin, seguramente Yin lo tenía previsto. Sólo que llevó aquel drama romántico demasiado lejos, a costa de Yang. Aún así, no salió perdiendo, ¿verdad? El libro, la fama, el dinero, ¡y a saber qué más!»

El siguiente entrevistado fue un profesor jubilado de nombre Zhuang que había trabajando con Yang durante varios años y había visto a Yin unas cuantas veces: «Yang sentía demasiada pasión por los libros. Incluso en aquella época, continuaba siendo un idealista, escribiendo y leyendo, parecido al Doctor Zhivago, en mi opinión. En cuanto a ella, ya era una solterona corriente, con problemas en su expediente político. Era su última oportunidad, y claro está, luchó por aferrarse a ella».

El tercero fue un investigador de mediana edad apellidado Pang, que había leído la novela de Yin, pero que había tenido poco contacto personal con ella: «Como escritora, no tenía demasiado talento. Si el libro llamó tanto la atención, fue más que nada por su carácter autobiográfico. Pero ahora eso ni importa. A nadie le importaba que el libro tratase sobre ella. No, Yin no era nadie sin Yang. Fue él quien generó todo aquel interés…».

En estas entrevistas, Nube Blanca no formulaba preguntas. Dado que no era policía, fue muy astuto por su parte no tratar de hablar como un agente. Aún así, en la charla que mantuvo con Pang le preguntó: «De modo que usted piensa que Yin no se enamoró de Yang; pero ¿no estaba corriendo ella también un gran riesgo por mantener un idilio con él?». A lo que Pang contestó: «No estoy diciendo que a ella no le importara Yang en absoluto. Pero diría que Yin tuvo en cuenta también otros factores».

En líneas generales, pensó Chen, eso podía ser cierto. Debía ser cierto.

Resultaba complicado trazar una línea definida, aunque a los demás no les suponía ningún esfuerzo opinar acerca de Yin.

Chen se sobresaltó cuando escuchó el pomo del cuarto de baño girar suavemente, ya que estaba inmerso en sus pensamientos. Pulsó el botón de apagado del ordenador. No sabía cuánto tiempo llevaba Nube Blanca en el baño. Ni siquiera había una bañera de verdad, sólo un cubículo pequeño dividido por una pared de hormigón con un cabezal de ducha. Sin embargo, la chica debió de haberse tomado su tiempo. No era de extrañar. Una ducha caliente se consideraba todavía un lujo para la mayoría de la población de Shanghai. Chen levantó la vista y la vio caminar, descalza, dirección al escritorio. Llevaba el albornoz gris de Chen, el cual probablemente había visto alguna vez por el apartamento. El albornoz se le abrió cuando se inclinó para mirar hacia atrás y Chen pudo vislumbrar su pecho. Tenía el rostro colorado por el calor, el pelo le brillaba por las gotas de agua, y Chen empezó a recordar unos versos de Li Bai, un poeta muy conocido de la dinastía Tang. Formaban parte de un poema que Yang había incluido en su manuscrito:


«Las nubes están impacientes por hacer

tu traje de baile, la peonía,

por imitar tu belleza, la brisa primaveral

acaricia la baranda, los pétalos brillan con el rocío…»


Pero recordó haber recitado los mismos versos la primera vez que había visto a Nube Blanca, cuando bailaron juntos en la sala privada de karaoke. Ella llevaba un dudou, una camiseta con la espalda descubierta utilizada en la antigua China y que últimamente se había vuelto a popularizar. Chen le había tocado la espalda desnuda. Quizás no fuera apropiado hacer que Nube Blanca recordara tal escena, de modo que Chen no repitió el poema en voz alta.

Li Bai, algo así como el poeta del palacio Tang, se había visto envuelto en conflictos políticos debido a aquel poema. Según críticos posteriores, a la concubina imperial no le agradaba la idea de que el emperador la elogiara mediante la representación de un poeta. Pero esos mismos críticos alabaron la poesía de Li Bai. La lección parecía ser que un poeta nunca debería implicarse en asuntos políticos.

– ¿En qué piensas? -preguntó Nube Blanca, de pie tras él, mientras se secaba el cabello con una toalla.

– No es fácil que la gente olvide lo que sucedió durante la Revolución Cultural -contestó Chen, mirando el tobillo esbelto de la chica. No llevaba ningún tatuaje. Tenía las uñas de los pies pintadas, igual que pétalos frescos. ¿Se habría imaginado el tatuaje el otro día?-. Y tampoco es fácil que eviten opinar subjetivamente.

– ¿Qué quiere decir, inspector jefe Chen?

– La gente no puede olvidar la noción de la Guardia Roja durante la Revolución Cultural.

– Sí, a mí también me sorprendió que la mayoría de los entrevistados mostraran tantos prejuicios contra ella, incluso algunos que apenas la conocían personalmente.

– Bueno, existe un proverbio chino, «Cuando tres personas empiezan a decir que han visto un tigre en la calle, al final acaba creyéndolo toda la ciudad» -a continuación añadió bruscamente-. Uno de los entrevistados, el Sr. Zhuang, mencionó al Doctor Zhivago. ¿Tienes su número de teléfono?

– Sí. ¿Es algo importante?

– No lo sé, pero creo que lo comprobaré.

– Aquí está -le dijo, entregándole un pedazo de papel.

– Ahora tengo algo más para ti, Nube Blanca, pero hoy pareces algo cansada.

– Me acosté tarde. Pero no pasa nada. La ducha caliente me ha ayudado.

Chen le explicó los problemas que estaba teniendo con la sección sobre marketing de la propuesta empresarial.

– Ah, da la casualidad que he leído un libro de introducción al marketing. Una introducción muy buena, concisa pero completa. Puede que se lo haya prestado a una amiga, pero puedo buscarlo en la biblioteca.

– Tu especialidad es la lengua china, ¿verdad?

– El Gobierno continúa asignando empleos a estudiantes universitarios, pero no hay ningún buen puesto para licenciados en lengua china -explicó-. Ninguna empresa quiere contratar a alguien que solamente sea capaz de comprender la poesía clásica.

– «El agua fluye, las flores marchitan, y la primavera pasa. / Estamos en un mundo cambiante».

– ¿Por qué recita esos versos de Li Yu? -le preguntó.

– Estoy pensando en mi época universitaria, cuando el Gobierno me consiguió un puesto en el departamento policial. Entonces nada me interesaba, excepto la poesía.

– Pero usted tiene un trabajo maravilloso, inspector jefe Chen -repuso Nube Blanca, apretándose el cinturón del albornoz tímidamente-. Voy a cambiarme de ropa. Traeré el libro hoy, si logro encontrarlo. No se preocupe.

Cuando la chica salió, Chen pudo volver a centrarse en la investigación del homicidio. Decidió tomar un atajo, gracias a sus contactos. La Seguridad Nacional no había sido de gran ayuda a la hora de proporcionar información esencial, de modo que debería utilizar medios propios para intentar averiguar lo que necesitaban. Tenía un amigo, Huang Shan, que era director del departamento de relaciones con el extranjero en la Asociación de Escritores de Shanghai. En una ocasión, Chen había sido candidato para dicho puesto, pero recomendó a su amigo Huang en su lugar. Dado que Yin Lige había realizado un viaje a Hong Kong como miembro de la Asociación de Escritores de Shanghai, el Departamento de Relaciones con el Extranjero debía de tener un expediente sobre ella. Probablemente Huang tendría acceso a la ficha. Tras recibir, la llamada, su amigo enseguida se prestó a ayudar.

Como Chen esperaba, la información solicitada llegó por la tarde a través de un mensajero.

Chen vio que Yin había solicitado recientemente renovar su pasaporte. Para ello se requería que el solicitante recibiera antes la aprobación por parte de su unidad laboral. Yin había escogido recurrir a la Asociación de Escritores, dada su afiliación al grupo, en lugar de a la universidad. El motivo de la solicitud era una invitación por parte de una pequeña universidad americana a finales del verano siguiente.

En el pasado, la solicitud de una escritora disidente como Yin habría sido denegada desde el principio. Pero las autoridades del Partido probablemente se habían dado cuenta de que cuanto más trataran de retener en casa a los disidentes, más interés atraerían en el extranjero. Una vez fuera de China, ya no eran el centro de la atención, al menos durante más de nueve días. De hecho, las autoridades del Partido creían que Yin no volvería de su viaje a Hong Kong. ¡Al fin nos la quitamos de encima!, debieron de pensar. Sin embargo, volvió a Shanghai. De modo que no había razón para denegar su solicitud de renovación del pasaporte.

Tampoco existía nada sospechoso en dicha solicitud, según Huang. Yin había sido invitada como profesora visitante durante el próximo curso escolar y le habían garantizado una beca de investigación, aunque el sueldo era sólo algo simbólico. Así pues, una agencia literaria en Nueva York le había proporcionado una declaración jurada financiera que confirmaba su motivo para salir del país. Con o sin la declaración jurada, tratándose de una famosa escritora disidente, Yin no tendría ningún problema a la hora de conseguir un visado del consulado americano en Shanghai.

Pero dicha noticia sorprendió a Chen, ya que Yu debería haber sido informado de tal solicitud, fueran cuales fueran los motivos políticos que tuviese Seguridad Nacional o las altas esferas del Gobierno para ocultarlo. Por primera vez, Chen consideró seriamente la posibilidad de que el móvil del asesinato estuviese relacionado con alguna cuestión política. ¿Por qué, si no, habían sido tan cautelosos incluso después de su muerte? Pero, por otro lado, si el Gobierno tenía intención de evitar que saliera de China, ¿no deberían haberle denegado el pasaporte cuando lo solicitó para viajar a Hong Kong? «Asesinada antes de su viaje a Estados Unidos»: ese habría sido el titular sensacionalista de todos los periódicos internacionales, lo cual habría dañado la nueva imagen que el Gobierno se esforzaba por mostrar al mundo.

Seguidamente, algo más en el informe le llamó la atención. Recientemente, un traductor jurado había traducido al inglés el certificado de nacimiento y el diploma de Yin. Esto no hubiese tenido sentido si no hubiera tenido la intención de emigrar. Como muchas otras personas, seguramente Yin pretendía quedarse en Estados Unidos. Y también había algo extraño en la declaración jurada financiera, aunque no resultaba exactamente sospechoso. Para algunas personas chinas que pensaban emigrar, la declaración jurada financiera servía sólo para solicitar el visado. Normalmente, la persona que firmaba la declaración, acordaba de antemano con el solicitante que, a pesar de firmar tal documento, no se responsabilizaba del solicitante. Pero si la declaración estaba firmada en nombre de una empresa americana, la cosa podía ser diferente. ¿Por qué una agencia literaria le habría ofrecido apoyo financiero a Yin durante todo un año? Eso era mucho dinero. Por lo que Chen sabía, Muerte de un Profesor Chino no se había vendido tan bien en Estados Unidos. La suma, relativamente pequeña, que Yin había obtenido por su novela era desproporcionada en comparación con lo que la agencia literaria prometía en el affidávit.

Chen preparó una taza de café. Silbando; tamborileó suavemente con los dedos sobre el bote de café brasileño. Esperaba que la taza de café le ayudara a aclarar las ideas.

¿Podía ser que Yin hubiera firmado el contrato de otro libro con esa agencia? Si así fuera, la agencia quizás había tomado el anticipo como la cantidad que figuraba en el affidávit. Sin embargo, no había ninguna información de que Yin hubiera escrito un libro nuevo.

¿Sería el dinero por la traducción poética de Yang? Eso tal vez explicaría que guardara el manuscrito en una caja de seguridad.

Pero tampoco había ninguna información sobre esto. Además, Chen dudaba que una traducción al inglés de poemas chinos se vendiera tan bien.

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