CAPÍTULO 24

Yu estaba feliz con la conclusión del caso Yin Lige. Estaba sentado en el patio mientras Peiqin preparaba una cena especial en la cocina común «para celebrar la satisfactoria resolución del caso», le dijo.

Qinqin se sentía agobiado porque debía estudiar para un examen importante que tenía la semana siguiente.

– Sumamente importante -recalcó Peiqin.

De modo que la única mesa de la habitación estaba reservada para Qinqin hasta la hora de cenar.

Las llamadas telefónicas impedirían que Qinqin se concentrara. Tampoco Yu quería fumar como una chimenea mientras Qinqin estuviera estudiando en la misma habitación. Así pues, Yu tuvo que quedarse en el patio, a pesar del frío en esa época del año. Sentado en un taburete de bambú, con una tetera llena de té caliente, un teléfono inalámbrico, y una libreta apoyada sobre una silla algo inestable, Yu parecía más bien un vendedor ambulante. Se disponía a escribir el informe concluyente del caso Yin. Era su caso, al fin y al cabo.

Era cierto que el inspector jefe Chen, a pesar de estar de vacaciones, había jugado un papel crucial en el curso de los acontecimientos, pero Yu creía que no se le había dado mal trabajar solo. El trabajo policial en ocasiones se parecía a un gato ciego que caza ratas muertas; dependía en gran medida de la suerte. Sin embargo, el gato debía estar ahí, preparado para saltar con energía en el momento preciso. Pensaran lo que pensaran los demás, Chen y él estaban más allá de las discusiones sobre quién merecía el reconocimiento por la resolución del caso.

También era cierto que Peiqin había ayudado mucho. El inspector jefe Chen elogió su agudeza cuando Peiqin compartió con él su impresión sobre los problemas textuales de Muerte de un Profesor Chino, lo cual resultó ser una pista crucial.

Incluso Oíd Liang había contribuido a su manera, insistiendo una y otra vez en sus teorías, por la «causalidad irónica de los inoportunos yin y yang», una frase que Yu había aprendido últimamente de Chen.

Como el secretario del Partido Li había declarado: «El caso de homicidio habría continuado sin resolverse de no ser por el duro trabajo del detective Yu». Lo que el superior del Partido no reconoció fue que, de no ser por el duro trabajo de Yu, el caso se habría «resuelto» con el arresto y condena por asesinato de un hombre inocente. Claro está, Li no mencionaría una sola palabra sobre este tema en la conferencia de prensa, y había puesto especial cuidado en conceder a Yu un permiso especial para que permaneciera en casa mientras tenía lugar la conferencia. Ya que el inspector jefe Chen seguía de vacaciones, para el alto superior del Partido resultaba lógico hablar sobre la importancia del trabajo policial a los medios de comunicación. Yu accedió de buena gana.

Yu consideró que se trataba de un momento triunfal para él; un momento de redención también, a pesar de su salario bajo y patético, de su rango al ras del suelo, y del fiasco que había significado perder el apartamento nuevo. Es más, era un momento que quizás le serviría de inspiración para proseguir en su puesto como policía.

El teléfono no había dejado de sonar desde que había llegado al patio. Yu no disponía de más tiempo para pensar en sí mismo. Todavía quedaba mucho por hacer antes de poner punto final a la investigación del asesinato.

Fuera cual fuera la defensa que Bao utilizara, todo había acabado para él. No sólo el Gobierno municipal había expresado su interés por la trágica muerte de la camarada Yin Lige, sino también el Gobierno central. El asesino tenía que ser castigado. Esa era la conclusión inevitable.

A Yu aún le quedaba la tarea de comunicar la noticia a Hong, la pobre madre que todavía tenía todas sus esperanzas depositadas en Bao. No sería una tarea agradable, y Yu no tenía ninguna prisa por llevarla a cabo.

El otro cabo suelto en la investigación era el manuscrito que Bao había robado, aunque pertenecía más a Yang que a Yin. La Seguridad Nacional enseguida se apoderó de él. Le extrañó muchísimo que el inspector jefe Chen no protestara por ello. Yu decidió que más adelante debería hablar de aquello con Chen.

Entonces, según el testamento de Yin, todo el dinero que perteneciera a Yin o a Yang iría destinado a becas para universitarios que escribieran obras en inglés. No sería una cifra muy alta, y no era asunto de la policía, pero Yu se ofreció a participar en tal acontecimiento. Sorprendentemente el secretario del Partido Li no mostró ninguna objeción.

El comité de vecinos estaba tan contento con la mención especial por parte del Gobierno municipal que solicitaron a Yu que tuviera el honor de hacer un discurso a la entrada de la calle Treasure Garden.

Lei, el propietario del puesto ambulante, le llamó por teléfono para darle las gracias por su labor en la investigación.

– Gracias de todo corazón, camarada detective Yu. Por fin,

Yin podrá descansar en paz. Debe estar en el cielo, lo sé, mirando desde arriba esta calle, y también mi puesto, con una sonrisa en los labios. ¿Y sabe qué?, mi negocio está prosperando. Así que voy a ponerle nombre oficial: «Yin & Yang». Así será cómo conmemoraré a esa mujer extraordinaria, y quizás así atraiga a más clientes. Una revista ya se ha puesto en contacto conmigo para que explique la historia de cómo Yin me ayudó cuando me encontraba en un pozo sin salida. Ella es la guiren, una persona decisiva en mi destino.

– Nunca comprenderemos cómo funciona el destino -dijo Yu-, pero el nombre nuevo del restaurante tiene gancho y debería atraer a clientes aunque éstos desconozcan su origen.

– Exacto. Yin & Yang. Y no hace falta que lo diga, detective Yu, siempre que venga a esta calle la comida corre de mi cuenta, o de la cuenta del restaurante Yin & Yang.

Por otro lado, resultaría mucho más complicado ocuparse de los dos hombres que continuaban detenidos, Cai y Wan.

Cai debería haber salido libre hacía días, cuando Wan se declaró culpable. Sin embargo, Oíd Liang estaba en contra de que le soltaran, pues insistía en que todavía había algo sospechoso en Cai, ya que nunca había proporcionado una coartada para la noche del seis de febrero ni para la mañana del siete.

Finalmente, Yu tuvo que plantarse:

– Si Cai fue detenido como posible culpable, ahora que el caso ha concluido debemos soltarle. Yo estoy al mando, y ésta es mi decisión.

Protestando, Oíd Liang se dio cuenta de que no le quedaba otra elección que dejar marchar a Cai.

Respecto a Wan, la situación parecía bastante más complicada. Para empezar, nadie comprendía por qué Wan se había entregado. No dijo una sola palabra cuando le informaron que habían arrestado a Bao. Simplemente, se sentó con la barbilla pegada al pecho, igual que una estatua, sin ofrecer ninguna explicación de por qué había confesado un crimen que no había cometido.

Según la opinión de un representante del comité de vecinos, podían suponer que Wan estaba más o menos demente, debido a la enfermedad de Alzheimer o algo similar, lo cual explicaría su confesión. Otro miembro sugirió que Wan buscaba recibir la atención que durante años se le había negado. Un tercero afirmó que Wan debía de haber creído que era el último soldado de la Revolución Cultural. Y finalmente, según los rumores que corrían por la barriada, Wan estaba enamorado en secreto y confesó el crimen con el propósito de impresionar a su amor desconocido. O podrían haberle motivado una combinación de diversos factores. Ya que, como Chen había señalado, Wan se sentía como pez fuera del agua en la China actual, un factor que posiblemente había influido sobre su actividad mental.

Oíd Liang estaba furioso con Wan. El policía residente insistía en que le acusarían de algunos cargos.

– Deberíamos encerrarle en la cárcel por lo menos tres o cuatro años. Se lo merece. ¡Declaración falsa y premeditada! Este ex miembro del Equipo Obrero de Propaganda por el Pensamiento de Mao Zedong está loco. Debe creer que puede hacer lo que le venga en gana y salir airoso, como en los años de la Revolución Cultural. ¡Está obsesionado con su sueño perenne! Nuestra sociedad ahora es una sociedad legal.

Sin embargo, fue el secretario del Partido Li quien decidió no presentar cargos contra Wan.

– Ya está bien. Ya tenemos demasiadas historias sobre la Revolución Cultural. No tiene sentido que también metamos en problemas a Wan. La gente tiene que progresar. Deja al viejo en paz.


Políticamente, no era buena idea machacar con las secuelas desastrosas de la Revolución Cultural, ni siquiera recordárselas a la gente. Esa era la misma baza con la que había jugado Chen, aunque Li no utilizó esas mismas palabras. De todas formas, el caso de Wan no iba a ser interpretado políticamente, así que Yu no tuvo que decir nada. Por muy ultrajado que se sintiera Oíd Liang, el secretario del Partido Li tenía la última palabra en cuanto a la suerte de Wan.

Aún así, el misterio sin resolver sobre la confesión de Wan seguía molestando a Yu.

Apagando el cigarrillo se levantó, cogió el teléfono y fue hacia la zona de la cocina.

Peiqin continuaba ocupada cocinando, moviéndose entre un laberinto de cazuelas y sartenes. Apenas había espacio suficiente para los dos.

Peiqin estaba realmente contenta con el resultado de la investigación y con el papel que había desempeñado.

– Así que todo ha terminado -dijo volviéndose hacia Yu y sonriendo abiertamente. Tenía las manos llenas de tofu con cerdo picado.

– Todavía faltan algunas cosas por pulir.

– Piensa que yo, que ambos, hemos hecho algo por Yang -repuso-. Yin fue su único consuelo en sus últimos días. Ahora han atrapado a su asesino. En el cielo, si es que existe, Yang debe estar feliz.

– Sí, la conclusión… -a Yu le resultó difícil terminar la frase: «que su sobrino-nieto matara a la mujer que amaba».

– ¿Puedes ir a buscar la colección poética de Yang? Está en el segundo cajón del escritorio.

– Claro. Pero, ¿para qué?


– Creo que mientras cocinaba he aprendido un nuevo significado de la poesía de Yang -contestó Peiqin-. Lo siento, tengo las manos sucias. Pero cuando traigas el libro te diré algo relacionado con el caso.

Yu volvió con la colección de poemas.

– Por favor, busca el poema titulado Un Gato de la Revolución Cultural -le pidió-. ¿Puedes leérmelo?

Yu empezó a leer en voz baja, todavía desconcertado. En ocasiones los libros embelesaban por completo a Peiqin, igual que le sucedía al inspector jefe Chen. Por suerte, Peiqin no tenía demasiados ídolos que igualaran a Yang. En ese momento no había nadie más en la cocina.


«Mi fantasía se hizo realidad / con la Revolución Cultural / de ser un gato, saltando /por la ventana del desván, cazando / sobre el tejado oscuro, mirando / desde arriba las habitaciones ahora llenas / de extraños que llevan puestos / los brazaletes de 'Guardia Roja'. /Me dijeron '¡Fuera de aquí, / cabrón! ¿oyes?'. Yo lo oí, / lo bastante feliz para volver / al tejado, donde me di cuenta / por primera vez, que la luz de las estrellas / podía brillar por siempre en la soledad, /y que la Madre había cambiado /junto a la Guardia Roja, su cuello / torcido por una pizarra igual / que un cartel en el zoológico. No pude pronunciar / las palabras que en ella estaban escritas, pero sabía / que ella no estaba en posición de detener / mi salto en mitad de la noche oscura.

La mañana me derribó / cuando una teja comenzó a temblar, Madre se sacudió / a plena vista, como si la teja también / estuviera hecha para su cuello hinchado. / No pude evitar gritar / con una voz que adquirí de la noche a la mañana, / '¡Vete, y tráeme un cuenco de arroz! / ¿me oyes?'. Y salió corriendo. / Un ratón echando a correr / en los vestigios de una 'revolución cultural' nocturna. Y / decidí, no ser lo bastante humano / para pertenecer a la Guardia Roja, para ser / feroz como un felino. Un día / en que volvía de una visita al dentista / me la encontré chillando, 'No, / tienes los dientes afilados'. 'Desafortunadamente, / nació bajo el signo del ratón', una adivina / ciega dijo, suspirando / en su lecho de muerte. 'Estaba / predestinada, según / el horóscopo chino'. / Salí corriendo como un salvaje. Tenía / nueve vidas por perder, y me dirigí / hacia la selva.

Veo una huella de animal impresa / en este papel blanco.»


– Sí, trata de la Revolución Cultural -dijo Yu, después de leer el largo poema en alto.

– Ahora que sé más cosas sobre su vida -repuso Peiqin-, estoy segura de que el narrador se basó en la vida de Hong, la niña con orígenes «negros». La Guardia Roja persiguió a su familia. Esos críos sufrieron una gran discriminación. Les consideraban «personas en las que no se podía confiar políticamente», sin futuro en la China socialista. Algunos de ellos no podían evitar considerarse inferiores al resto de humanos por el simple hecho de que jamás pudieran pertenecer a la Guardia Roja.

– Sí, por eso Hong denunció a sus padres, según me dijeron.

– Puedo comprenderla porque viví una experiencia semejante y albergaba rencor en secreto hacia mis padres -dijo con voz temblorosa antes de retomar el control sobre sí misma-. ¡Menudo poema! Representa la deshumanización de la Revolución Cultural desde el punto de vista de un niño.

– Sí, la Revolución Cultural provocó muchas tragedias. Incluso en la actualidad hay personas que no han podido librarse de esa sombra, entre ellas Hong, y quizás Bao también.

– Yang dejó un manuscrito de una novela, ¿verdad?

– En inglés. Según dice el inspector jefe Chen. Se trata de una novela estilo Doctor Zhivago, sobre la vida de un intelectual chino en los años de mandato del presidente Mao, pero la Seguridad Nacional nos la ha arrebatado.

– Podríais haber hecho una copia.

– No tuvimos tiempo. Cuando entramos en la oficina nos estaban esperando. Parecía que ya conocían la existencia del manuscrito. Y el secretario del Partido Li estaba de su lado, claro. Chen llegó a leer sólo algunas páginas en el restaurante que había abajo…

– ¿Qué?

– Insistió en que yo interrogara a Bao a solas, ya que era mi caso, mientras que él leía el libro en un restaurante pequeño que había en la primera planta. No volvió hasta que el interrogatorio terminó. Supongo que pudo haber hecho fotocopias sin que yo me enterara.

– ¿Te ha comentado algo sobre el manuscrito?

– No, no ha dicho ni una palabra.

– Sus razones tendrá. No estoy segura de si tendrías que preguntarle -dijo Peiqin con aire pensativo-. Chen es un hombre listo. Quizás intente algo que resulte arriesgado.

– ¿Quieres decir que no quiere involucrarme en algún asunto arriesgado, con la Seguridad Nacional fisgando a nuestras espaldas?

– Posiblemente. No puedo asegurarlo -contestó Peiqin, y cambió de tema repentinamente, mientras troceaba gambas para el relleno de tofu-. ¡Ay, esta noche vamos a tener una cena espléndida!

– No tienes que preparar tantos platos. Hoy no vamos a recibir invitados.

– Has demostrado en el departamento tus capacidades como policía. Es una ocasión que merece ser celebrada.

– De hecho, aquella mañana en Oíd Half Place estuve pensando en dejar el trabajo, Peiqin -reconoció Yu-. Todos estos años, he aportado tan poco dinero en casa. Y tú tienes que trabajar tanto, en el restaurante y en casa. Pensé que debería ganar más dinero para la familia. Ojalá pudiera empezar algún pequeño negocio como Geng, o como Li Dong.

– Vamos, marido. Has hecho un gran trabajo como policía. Estoy orgullosa de ti -repuso Peiqin-. El dinero es importante, pero no lo es todo. ¿Cómo se te ha podido ocurrir algo así?

– Gracias -dijo Yu, sin añadir: «pero si tú me lo sugeriste en una ocasión».

– Ahora voy a freír las costillas. El aceite va a salpicar, así que mejor que vuelvas al patio. Te avisaré cuando la cena esté lista.

A Yu todavía le esperaba una sorpresa más: una visita inesperada.

Era Cai, el apostante a los grillos que había salido en libertad gracias a la intervención de Yu. Cai estaba en el umbral de la puerta. Llevaba una botella de Maotai en una mano y una tortuga enorme viva de caparazón blando en la otra. Cuando Cai supo que Qinqin tenía que estudiar para un examen, insistió en acompañar a Yu en el patio.

– Su hijo está ocupado haciendo deberes. Es genial. Eso es lo más importante en la vida. Si yo hubiera tenido una buena educación, mi negocio no hubiera quebrado. Hablemos fuera -dijo Cai, entregándole los regalos a Peiqin y seguidamente juntando los dedos en un gesto de sincera gratitud-. Camarada detective Yu, gracias.

– Sólo hice lo que un agente de policía debe hacer. No tiene que darme las gracias, y no debería haberme traído estos obsequios.

– Tratándose de un favor tan grande, darle las gracias es lo mínimo que puedo hacer -dijo Cai con sinceridad-. La montaña azul y el río verde perdurarán mucho, mucho tiempo, y yo siempre me sentiré en deuda con usted.

– No me abrume con su jerga de tríadas. Yo soy el agente policial que se ocupa del caso Yin. Usted no tenía nada que ver con él, de modo que ¿por qué iba a seguir arrestado?

– Si hubiesen más policías como usted, en lugar de como Oíd Liang, habrían muchos menos problemas en el mundo.

– Ahora que es libre, haga algo de provecho con su vida, Cai. No puede pasarse la vida apostando en peleas de grillos. Tiene que pensar en su familia. Su mujer, Xiuzhen, nunca dudó al afirmar que usted era inocente.

– Cambiaré por completo, como si me hubiera lavado el corazón y mudado de huesos. Sí, Xiuzhen es muy buena conmigo. Podría haberme abandonado, pero no lo hizo. Vino a verme cada día, y me trajo comida que había hecho especialmente para mí. Me equivoqué con ella al pensar que se había casado conmigo por mi dinero.

– Sí, cuando tienes problemas, es cuando de verdad averiguas a quién le importas.

– Todavía tengo algunos contactos en la sociedad actual. Recuperaré mi posición en China.

– Tengo una pregunta, Cai. Cuando le arrestaron, ¿por qué no le contó a Oíd Liang lo que hizo esa mañana? Como le he dicho, sólo me interesa el caso de Yin. No me importa lo que me cuente, no tiene de qué preocuparse. Quedará entre usted y yo.

– Confío en usted, camarada detective. Por la noche estuve jugando a mah-jongg en una sauna, una noche muy larga. Mah-jongg no es un juego de apuestas, todo el mundo lo sabe. Sólo es un juego en el que se juega con muy poco dinero, para hacerlo más divertido. Pero fui condenado en los años setenta por apostar. Así que si se lo decía a Oíd Liang, él se escandalizaría. De hecho, amenazó con volver a meterme entre rejas si me veía alguna vez apostando en peleas de grillos en la calle.

– Ya veo. Mah-jongg o peleas de grillos, ninguna de las dos cosas le hace ningún bien.

– Le doy mi palabra, camarada detective Yu. No desaprovecharé esta segunda oportunidad. Que el cielo me escuche, si alguna vez vuelvo a tocar grillos o el mah-jongg, que me crezcan cánceres por todos los dedos. Créame.

– De acuerdo. Pero tengo una pregunta más -dijo Yu-. Mientras estuvo bajo arresto, Wan de repente se entregó, haciéndose responsable de un crimen que no tenía nada que ver con él. ¿Tiene alguna idea de por qué lo hizo?

– En absoluto. Quizás perdió la cabeza, que yo sepa y me incumba. De hecho tuvimos una pelea no hace demasiado.

– ¿Por la cantidad de dinero que usted aporta a su familia?

– Wan no tiene ni idea de cuánto dinero le doy a la familia de Xiuzhen cada mes. Y tampoco es asunto suyo. Ese sapo viejo y feo solamente sueña con convertirse en príncipe.

– ¿Qué quiere decir con eso, Cai?

– La forma en que mira a Lindi lo dice todo. Quiere agradar a Lindi, pero ha perdido la cabeza por completo. Debería mear en el suelo y ver su reflejo en el charco. '

– Bueno… -el detective Yu recordó la imagen de Wan sentado en el patio sobre un taburete de bambú, sin hacer nada, solamente observando a Lindi mientras ésta abría caracolas de río-. Pero todavía no entiendo por qué se declaró culpable.

– No tengo ni la más remota idea -repuso Cai.

– Sr. Cai, acabo de poner la tortuga en la olla -dijo Peiqin en voz alta desde la cocina-. He tardado un rato en limpiarla porque era muy grande. Por favor, quédese a cenar. La tortuga sólo tardará un poco más hasta estar lista.

– Gracias, Peiqin, pero me temo que debo marchar. Xiuzhen se preocupará si no vuelvo para cenar -contestó Cai-. Si hay algo que pueda hacer por usted, camarada detective Yu, hágamelo saber. Haré todo lo que esté en mi mano, como un caballo o un perro.

Yu y Peiqin acompañaron a Cai hasta el final de la calle.

– Tendremos que esperar un poquito más -le dijo Peiqin a Yu-. Las briquetas de carbón que corté la semana pasada no arden muy bien. Tardaré un rato en cocer la tortuga.

Peiqin se pasó las manos por el delantal, el cual tenía manchas de sangre fresca.

– Oh, ¿te has cortado la mano?

– No, son de la tortuga. No te preocupes.

Yu no sabía cuánto tiempo tendría que esperar. Tenía un poco de hambre. Telefoneó al Sr. Ren para agradecerle sinceramente la información sobre Wan, y luego mencionó los comentarios de Cai en referencia al ex Miembro del Equipo Obrero de Propaganda por el Pensamiento de Mao Zedong.

– Yo no he oído nada sobre Wan y Lindi -dijo el Sr. Ren-. La gente no habla demasiado conmigo. Pero no hay olas sin viento: una tarde, hace varios meses, vi a Wan entregarle un sobre muy gordo a Lindi.

– ¿Cree que Wan confesó por el bien de Lindi?

– Bueno, Cai es el principal apoyo de la familia. Si Cai hubiera sido sentenciado y ejecutado, toda la familia se hubiese hundido en la ruina. De modo que habría sido un acto de autosacrificio romántico, una versión bastante retorcida -dijo el Sr. Ren pensativo-. Pero no estoy seguro. Wan es un anciano terriblemente desilusionado. Todos los cambios de la sociedad actual quizás sean demasiado para él. Yo le entiendo. A principios de los cincuenta, cuando me arrebataron mi empresa y la casa shikumen, para mí fue como si el mundo se derrumbara. Aguanté por mis hijos. Pero Wan está totalmente solo. A él quizás le pareció una buena oportunidad para poner punto final a su agonía de una manera digna, y al mismo tiempo, un último gesto noble hacia Lindi.

– Sí, ahora tiene sentido.

– Estoy tan contento con el resultado de su investigación, camarada detective Yu. Han atrapado al auténtico asesino. En eso consiste la justicia -dijo el Sr. Ren-. Por cierto, el pastel de arroz frito que preparan en el restaurante de Peiqin, Four Seas, está delicioso. Fui ayer. ¿Y sabe qué? Ojalá hubiera conocido al padre de su esposa hace cuarenta años. En realidad, en este mundo lleno de polvo rojo posiblemente todo esté predestinado.

– Me alegro mucho de haberle conocido.

– La próxima vez, me llevaré media libra de cerdo xiao al restaurante de Peiqin, así podrá guardarlo en el frigorífico y no tendrá que ir a Oíd Half Place. Pero necesitará unos buenos tallarines. El cerdo está más bueno con tallarines sumergidos en caldo caliente.

– La próxima vez le presentaré a mi jefe, el inspector jefe Chen. Otro gourmet. Ustedes dos tendrán muchas cosas de las que hablar.

Parecía existir algún tipo de conexión enigmática en este mundo lleno de polvo rojo, como había dicho el Sr. Ren. Yu todavía tenía el teléfono en las manos cuando recibió la llamada de Chen.

– He hablado con la oficina de viviendas de la ciudad -dijo Chen con tono nervioso-, y hay una habitación de segunda mano disponible en el distrito Luwan. Veinticuatro metros cuadrados, divididos en dos cuartos. No es uno de esos apartamentos nuevos y lujosos, pero es una habitación shikumen, y prácticamente está en el centro de la ciudad.

– ¿De. verdad?

Yu se quedó pasmado cuando Chen, en lugar de hablarle del caso, le empezó a hablar sobre una habitación de segunda mano que había visto listada en el boletín del comité de viviendas de la ciudad. Sin embargo, hacía mucho tiempo que Yu había dejado de sorprenderse con las cosas que el inspector jefe Chen hacía.

– He hecho varias llamadas de teléfono, y por lo que me han dicho, no es una mala habitación.

– Una habitación shikumen… -Yu no estaba seguro de si debía recibir aquella alternativa dando saltos de alegría. Sin embargo, tenía que reconocer que parecía mejor que la habitación en la que estaban viviendo: medía diez metros cuadrados más, y dos cuartos. Esto último ofrecería algo de intimidad a Qinqin. Y Yu no tendría que compartir la entrada con su padre, Oíd Hunter. Pero una habitación así no disponía de cocina ni de baño. Y si la aceptaba, el departamento policial nunca le asignaría un apartamento nuevo.

– Puedes esperar, detective Yu. Mientras yo esté en el comité de viviendas, sin duda haré todo lo que esté en mi mano. La próxima vez que la oficina consiga una apartamento nuevo, tú estarás en los primeros puestos de la lista, pero…


Yu había oído miles de veces esa parte del discurso, sobre todo la de «en los primeros puestos de la lista», y sabía que lo que Chen de verdad subrayaba era la última palabra, «pero», y lo que a continuación seguía. Nadie podía predecir cómo sería la próxima vez, esos cambios supuestamente «imprevisibles» como el de la última vez. Qinqin ya era mayor. ¿Cuánto tiempo podría Yu permitirse esperar? Al fin y al cabo, más vale pájaro en mano. Se trataba de un apartamento real, no como las promesas vacías del secretario del Partido Li.

– ¿Quién sabe si habrá una próxima vez? -dijo Yu.

– Exacto. La reforma de la vivienda quizás sea inevitable en China pero, -Chen continuó, citando un poema-: «Cuando hayas pasado este pueblo, puede que no encuentres más hoteles».

– Me lo pensaré -repuso Yu-. Tengo que hablarlo con Peiqin.

– Sí, háblalo con ella. Yo estoy pensando en comprar una habitación pequeña en la misma zona. En mi opinión, es una zona excelente, con un gran potencial. Sería una habitación pequeña para mi madre; puede que hasta seamos vecinos.

– Eso sería estupendo.

Yu conocía a su jefe demasiado bien. Chen siempre solía tener una razón para decir o no decir algo, o para decirlo con rodeos. Con sus contactos, el inspector jefe podía ser una caja de sorpresas.

– Comunícame tu decisión tan pronto como te sea posible.

– Te llamaré mañana. Gracias, jefe.

Yu se puso de pie y encendió otro cigarrillo. Arrugó el paquete vació y empezó a pensar bien en la habitación de segunda mano.

Después de todo, vivir en una casa shikumen tenía una ventaja: el patio. Si se hubieran mudado a un apartamento en Tianling New Village, ¿dónde habría podido fumar?

– La cena está lista -anunció Peiqin.

– Ya voy -dijo Yu.


Yu planeó comentarle a Peiqin el tema de la habitación de segunda mano después de cenar. Tal vez debería repetir lo que Chen le había dicho, palabra por palabra. A veces Peiqin era más aguda que él leyendo mensajes entre líneas, como había sucedido en la investigación sobre el caso Yin. Yu realmente debía estar orgulloso de ella, se dijo mientras abría la puerta. Pero antes disfrutaría de una buena cena. Había una tortuga estofada de caparazón blando sobre la mesa.

– La tortuga es especialmente buena para hombres cansados y de mediana edad -le susurró al oído.

Era una tortuga tremendamente grande. Tenía la cabeza cortada, y la cáscara aderezada con jengibre en rodajas y cebolleta troceada. En la habitación había un aroma de ensueño.

Загрузка...