CAPÍTULO 5

Chen miró por la ventana el complejo de apartamentos grises y aburridos a la luz matutina, y a continuación bajó la mirada hacia la carpeta que había en el escritorio, con la propuesta del Nuevo Mundo. Comenzó a mecanografiar en una máquina de escribir eléctrica. El proyecto era ambicioso. El documento no era fácil de traducir, ya que contenía numerosos términos del campo de la arquitectura intercalados por todo el texto. Chen había traducido algunos textos técnicos por dinero, aunque ninguno de ellos había sido tan lucrativo como éste. Normalmente, le llevaba horas familiarizarse con los tecnicismos relevantes antes de comenzar a traducir.

Chen había conseguido un permiso de dos semanas en el Departamento Policial de Shanghai. El secretario del Partido Li estuvo de acuerdo, aunque a regañadientes. El superior de Chen le había prometido hacía bastante tiempo unas vacaciones, pero por una razón u otra, esas vacaciones nunca llegaban. Li no estaba en posición de decir no a Chen, a pesar de la urgencia del caso Yin.

Chen no mencionó la traducción cuando solicitó el permiso. También tenía otras razones por las que necesitaba algún tiempo libre. Le había disgustado bastante el modo en que había concluido un caso reciente. Él había hecho todo lo posible como agente de policía, pero todos sus esfuerzos, pese a ser «por el bien del Partido», parecían haber arrastrado a la miseria a una pobre mujer. El ministro de Seguridad Pública Huang le llamó por teléfono desde muy lejos, elogiando su «excelente trabajo bajo la dirección del ministerio», y le animó a «acercarse a pasos agigantados hacia un puesto destacado en las nuevas fuerzas policiales de China». Al secretario del Partido Li no le gustaron las alabanzas hacia su protegido. La llamada del ministro Huang a Chen, en lugar de a Li, podría significar algo. Li pronto leyó el mensaje entre líneas. El ascenso precipitado de Chen -a costa de Li- era inaceptable. Empezó a generarse tensión entre ambos hombres.

Había otras cosas en la oficina que irritaban a Chen. Montañas de reuniones políticas y mares de documentos del Partido. Varios agentes, incluido uno que formaba parte de su brigada para casos especiales, habían sido suspendidos a causa de su participación en un caso de contrabando. Una vieja célula del Partido había vuelto a criticar la actividad poética de Chen. Resultaba irónico, ya que su inspiración literaria casi había desaparecido durante los últimos meses. No tenía tiempo ni energía. Lo único que había compuesto eran unos versos sueltos. Y ni siquiera sabía cuándo conseguiría unirlos.

Además de todo eso, tras un largo proceso de reuniones y negociaciones, le habían retirado el apartamento nuevo a Yu. Chen se tomó aquel golpe como si fuera algo personal. También él sospechaba que la falta de palabra a lo previamente acordado podría deberse a algo más complicado de lo que parecía a simple vista. Todo el mundo sabía que el detective Yu era el hombre de confianza del inspector jefe Chen. Aquello resultó una vergüenza para éste. Como dice el proverbio, «Antes de dar una patada a un perro, has de pensar en la cara de su dueño». Fue Chen quien le entregó a Yu las llaves del apartamento. Quizás el secretario del Partido Li tuviese algo que ver con la intención de vengarse de Chen. Fuera cual fuera la interpretación correcta de los hechos, Chen llegó a la conclusión de que todavía no poseía suficiente autoridad en el Departamento Policial de Shanghai.

Para dejar de pensar en su trabajo como policía, lo mejor sería hacer algo diferente. No era un hombre que se relajara sin hacer nada, como en la obra de Laozi Tao Te Ching. En cierto modo, la traducción que le había encargado Gu le ofrecía justo lo que necesitaba, por no hablar del incentivo económico.

La propuesta del proyecto Nuevo Mundo que tenía sobre el escritorio comenzaba con una introducción en la que se detallaba la historia arquitectónica de Shanghai desde principios de siglo. No tardó mucho en darse cuenta de que el éxito del proyecto dependería de un mito -de la nostalgia por el esplendor y glamour de los años treinta, o para ser más exactos, de la recreación de tal mito-, armonizando el pasado con una infusión exquisita, una taza de capuchino, que fuese el deleite de los clientes de los años noventa.

Sin embargo, el triunfo empresarial siempre había sido un misterio para Chen. Cuando Kentucky Fried Chicken llegó por primera vez a Shanghai, Chen se rió de la idea. Simplemente el precio espantaría a la mayoría de la población de Shanghai, creyó, pero se equivocó. Kentucky Fried Chicken tuvo un gran éxito. Se abrieron varias franquicias en la ciudad. El pasado verano, Chen quiso hablar con su primo Shan sobre los problemas de salud de su madre, y Shan le sugirió que quedasen en «Kentucky»:

– Allí se está bien. Tan limpio y fresquito con el aire acondicionado.

Una ventaja de traducir en lugar de escribir era que Chen Podía seguir trabajando en un texto mecánicamente, aunque el significado de éste le resultara difícil de comprender. Simplemente debía unir las palabras, como piezas de un rompecabezas, sin preocuparse por la imagen global hasta el momento oportuno. Ni siquiera había traducido media página cuando alguien llamó a la puerta suavemente. La abrió y vio a una chica. El cabello largo le caía sobre los hombros y llevaba una chaqueta colorada con una insignia universitaria. Chen la reconoció. Se trataba de Nube Blanca, la «pequeña secretaria» que Gu le había prometido.

– Inspector jefe Chen, me han contratado para trabajar con usted -dijo, con una voz dulce y suave igual que un litchi recién pelado.

Era una chica preciosa con el rostro en forma de semilla de sandía, ojos almendrados y labios que parecían dos fresas.

– El director general Gu no debería haberte enviado aquí. No debería haberlo hecho -Chen no sabía qué más decir, pero pensaba que tenía que protestar de algún modo.

– Me paga por venir -dijo con una expresión entre burla y consternación-. No querrá usted que pierda mi trabajo, ¿verdad?

Apenas podría ayudarle con la tarea de traducción, puesto que su especialización era la literatura china, según recordaba Chen. Así que, ¿qué más podría ofrecerle? Quizás recibiría llamadas, llamadas a las que una secretaría podría responder. Pero Chen reflexionó: por un lado, no recibía muchas llamadas en casa, y por otro, ¿una secretaria en su casa?, ¿qué pensaría la gente? Después de todo, seguro que pasaba más tiempo dando explicaciones del que ella le ahorraría.

Pero Nube Blanca parecía sentirse ya bastante cómoda, al menos con la casa. Se quitó la chaqueta y empezó a lavar las tazas y el cenicero que había encima del escritorio sin esperar a que Chen se lo pidiera.

Tal vez Gu le hubiera dado ya sus órdenes.

– ¿Qué hay de tus clases?

_ -Sólo tengo una clase esta tarde.

– No se me ocurre nada que puedas hacer en este momento. En la estantería hay revistas. Si quieres puedes coger una y leerla.

– Es usted muy considerado, inspector jefe Chen.

Chen no estaba cómodo con alguien merodeando por detrás. La chica empezó a colocar los libros en la estantería. Resultaba difícil para Chen apartar de su cabeza la idea que tenía sobre una pequeña secretaria. Le chica llevaba un suéter blanco de cuello alto y mangas también extraordinariamente largas. Muy moderno. Se preguntó si aquel estilo se llamaría de alguna manera especial. A continuación se le ocurrió algo. Chen no estaba familiarizado con los estilos arquitectónicos de los años treinta. Si la chica pudiera tomar algunas fotos de una casa shikumen y de una calle construida en los años treinta, en la zona de la antigua concesión, le serviría para hacerse una idea. Le preguntó si podía hacerle el favor.

– Por supuesto. ¿Me puede dar una llave de la casa? -añadió-. Por si acaso no está cuando vuelva.

– De acuerdo.

La chica marchó con un llavero colgando del dedo, por lo visto bastante segura de dónde debía dirigirse para tomar las fotos solicitadas. La visión de su marcha recordaba a la de «una nube viajando», una imagen con diversas connotaciones en la poesía china. Sin embargo, en ese momento, Chen pensó en "' Una nube viajando / que se olvida de volver / pues desconoce que la primavera llega a su fin», un poema de Feng Yansi que había leído no hacía demasiado.

En la literatura clásica, bastante a menudo, la palabra «nube» iba acompañada de la palabra «lluvia», evocando un amor carnal.

Una vez más, Chen intentó volver a centrarse en su trabajo.

No fue fácil. Tenía que hacer uso de un diccionario chinoinglés, y también de un diccionario de imágenes. Después de una hora aproximadamente, tuvo otra idea. Obstinado, en lugar de mecanografiar, sacó una copia de la propuesta y subrayó con un rotulador las palabras que le hacían dudar. No era tarea difícil, pero tardó mucho tiempo, pues requería tener que leer muy despacio. Pero consiguió tener una idea más general -y a la vez más concreta- de Nuevo Mundo.

Sólo hizo una pausa, para prepararse una taza de café instantáneo, el cual bebió con la cabeza en otra parte.

Nube Blanca volvió sobre la una y media, con una docena de fotografías en color que había tomado y revelado. Quizás en un servicio de revelado en una hora. En la otra mano llevaba una bolsa de plástico con cajas de cerdo asado y anguilas ahumadas, y otra caja de bollos con minisopa.

– ¿Ha comido, inspector jefe Chen?

– No, no tenía hambre.

– Lo siento, no me ha dado tiempo a prepararle la comida hoy. He comprado algo en el restaurante.

– ¡Gracias! ¿Cuánto te debo?

– Nada, ya me lo pagará el Sr. Gu.

A Chen en realidad no le hacía gracia que Gu le hubiera dado órdenes a la chica, ni dinero tampoco.

– Gu no tiene que pagarme la comida.

– El Sr. Gu me paga generosamente, como ya sabe. Por favor, ayúdeme a conservar mi trabajo.

Chen examinó las fotografías con actitud de aprobación. Estaban nítidas, bien enfocadas. Cogió el primer bollo de minisopa.

– Bueno, no puedo quejarme.

– Por favor, coma ahora -le pidió-. Los bollos están calientes.

Los bollos parecían tan delicados como huevos de codornices casi transparentes. El pastel de cerdo estaba mezclado con cangrejo picado, combinando así los sabores de la tierra y el río. La sopa le estalló al entrar en contacto con los labios, caliente y deliciosa.

– Tenga cuidado -le dijo ella entre risitas, apresurándose a limpiarle la barbilla con una servilleta rosa de papel.

Chen se sintió avergonzado al notar los dedos de la chica limpiándole la barbilla, y se sintió forzado a decir algo.

– Según leí en un libro de recetas, el bollo de sopa es especial porque utiliza gelatina de piel de cerdo. Guando se cocina al vapor, la gelatina se convierte en un líquido caliente. Para tomarla hay que tener mucho cuidado, porque puede estallar en la boca, o incluso quemarte la lengua.

A pesar de sus conocimientos sobre la sopa, había dejado el escritorio hecho un desastre, y Nube Blanca cogió un trapo para limpiarlo.

Chen cambió de tema.

– Me estás ayudando mucho. Pero vas a la universidad, Nube Blanca. No creo que…

– Tengo que pagarme la matrícula. Han despedido a mis padres. Tengo que trabajar, si no es de pequeña secretaria para usted, tendrá que ser como chica de karaoke en el Club Dynasty o en algún otro sitio.

– Sólo a alguien como Cu se le puede ocurrir ese puesto repuso Chen, y se metió en la boca un trozo de anguila ahumada. La anguila estaba fresca y jugosa.

– El no lo ha inventado -contestó ella, y sorbió la sopa del delicado bollo-. Pequeña secretaria o xiaomi. Seguro que ya lo había oído antes. Los señores montados en el dólar suelen tener pequeñas secretarias; somos símbolos, igual que los Mercedes.

A Chen le sorprendió el modo tan despreocupado con que hablaba la chica, como si para ella las palabras no tuvieran relevancia.

– También han inventado otro término laboral nuevo: «compañera de pasión». En el Wenhui Daily había una página entera con anuncios para ese puesto. No hace falta que le explique qué significa. Lo crea o no, se necesitan muchos requisitos para conseguir el empleo. Como mínimo un título universitario, ser locuaz, tener buena imagen para asistir a actos sociales, y por supuesto, también a actos privados.

– Me temo que estoy chapado a la antigua.

– Usted es especial -se puso de pie y comenzó a colocar los restos de comida en el frigorífico-. Bueno, lo mejor será que haga algo para ganarme el dinero del Sr. Cu.

– Tengo algo que quizás puedas hacer: ¿Puedes buscar las definiciones de estas palabras? Eso me ahorraría mucho tiempo. No hace falta que sea ahora. Por la noche, si tienes tiempo, después de tu clase, si te parece.

– Claro. Así también puedo aprender algunas palabras nuevas.

El teléfono empezó a sonar. Nube Blanca lo descolgó enseguida, como hacen las secretarias.

– Domicilio Chen.

– Ah -hubo una pausa-. Soy el detective Yu. Querría hablar con el inspector jefe Chen.

– Un momento -se volvió hacia Chen, tapó el auricular con la mano, y susurró a Chen en el oído-. El Detective Yu. ¿Quiere hablar con él?

– Por supuesto -respondió.

– Perdona que te moleste, jefe -dijo Yu en tono vacilante.

– No pasa nada, Yu. ¿Qué puedo hacer por ti? -y se dirigió a Nube Blanca en voz baja-. Ya puedes irte. Te llamaré mañana.

– No tiene que hacerlo. Vendré a prepararle el desayuno -dijo ella-. Hasta mañana.

– Hasta mañana. No te preocupes por el desayuno.

– ¿Tiene compañía? -le preguntó Yu, con discreción.

– Una pequeña secretaria -añadió Chen-. Estoy trabajando en una traducción complicada. Me va a ayudar.

– ¡Una xiaomil -Yu no trató de disimular su sorpresa.

– Gu insistió en mandármela para que me ayudara -explicó. Yu seguramente fuese la única persona a la que Chen no tenía que dar detalles-. ¿Has examinado la escena del crimen?

– Sí, lo hice. Pero no había mucho que ver, como ya te dije. A juzgar por la hora del crimen y por el hecho de que no vieron a ningún desconocido entrar o salir del edificio a esa hora, parece que el asesino podría ser uno de los inquilinos de la casa shikumen. Oíd Liang también opina lo mismo.

– ¿Has descartado las demás posibilidades?

– Todavía no.

– Bueno, y en cuanto a quienes viven en el edificio, ¿qué motivos podrían tener?

– Yo también lo he estado pensando -respondió Yu-. He hablado con la editorial Literatura de Shanghai. Yin no ganó mucho con su novela. Encontré poco dinero en los cajones de su escritorio, pero también correspondencia con alguien en el extranjero. No estoy seguro de si estaba trabajando en otro proyecto. Tal vez en otro libro polémico.

Eso sí que haría de este un caso político. ¿Estaría trabajando Yin en algo que el Gobierno, o alguien dentro de éste, no quisiera que saliese a la luz?

– En cuanto a sus contactos en el extranjero, la Seguridad Nacional debe poseer la información. A su manera, pueden ser bastante eficaces -Chen no quería hablar más por teléfono sobre este tema.

– Desde luego. Llegaron antes que yo a la escena del crimen y registraron la habitación, pero no nos han dicho qué buscaban.

– Es posible que sea una simple práctica rutinaria de la Seguridad Nacional cuando asesinan a una disidente. Si se dejaron esas cartas en el cajón, seguramente no tengan nada de lo que preocuparse.

– Otra cosa. En su habitación no encontré ningún talonario de cheques -dijo Yu-. Si lo cogió el asesino, habría retirado el dinero de la cuenta inmediatamente. Hasta el momento, no me han informado sobre ninguna cuenta a nombre de Yin de la que hayan retirado dinero.

– El asesino quizás esté demasiado asustado para ir al banco, o tal vez Yin guardase sus objetos de valor en una caja de seguridad.

– ¿Caja de seguridad? -preguntó Yu-. Sólo he sabido de su existencia en una de las novelas de misterio que tú has traducido.

– Bueno, ahora se puede encontrar de todo en Shanghai. Si pagas una cierta cantidad, el banco te guarda los objetos pequeños de valor en una caja de seguridad.

– Lo comprobaré. Pero esta tarde iré primero a su universidad; aunque no hay nada extraño en su expediente -añadió Yu-. Si descubro algo te lo haré saber enseguida. Gracias jefe.

El resto de la tarde transcurrió sin incidentes para Chen, excepto varias llamadas más. La primera fue de Gu.

– ¿Cómo va todo, inspector jefe Chen?

– Lento pero seguro. Quiero decir, el progreso de la traducción, si es por lo que preguntas.

– Ah eso no me preocupa. El proyecto está en buenas manos, lo sé -dijo Gu riéndose entre dientes-. ¿Qué tal con Nube Blanca?

– Me está siendo de bastante ayuda -respondió Chen-, pero debería concentrase en sus estudios. No creo que sea buena idea que venga aquí cada día.

– Si no la necesitas, envíamela de vuelta. Sólo pensé que sería buena idea que te ayudase. Respecto a ella, debería considerarse una chica con suerte por tener la oportunidad de trabajar contigo. Puede aprender mucho.

No era una idea tan mala tener una ayudante provisional, pensó Chen, a pesar de sus afirmaciones. Además, una ayudante guapa y joven. No había razón para ser tan remilgado. «Si el agua está demasiado clara, no habrá ningún pez en el estanque».

– Por cierto, ¿qué te parece si comemos juntos en el Club Dynasty este fin de semana? -preguntó Gu-. Quizás hayas oído hablar de nuestra sauna. Ahora tenemos un nuevo plato: gambas a la sauna. Gambas de río vivas, por supuesto.

– ¡Gambas a la sauna! La boca ya se me está haciendo agua, pero esperaremos hasta que haya terminado la traducción -tras la llamada de Gu, Chen trató por un instante, aunque sin éxito, imaginar qué tipo de plato serían las gambas a la sauna.

La siguiente llamada fue toda una sorpresa. Se trataba de Peiqin, la mujer de Yu, una anfitriona estupenda con habilidades culinarias excelentes, y gusto igualmente bueno por la literatura clásica china. Chen no había hablado con ella desde que le denegaron el apartamento a su marido. Sabía que la Pareja se había quedado hundida.

– Yu está trabajando en el caso Yin, como ya sabrás. No tiene mucho tiempo para leer, así que yo voy a leer Muerte de un Profesor Chino por él. Y no sólo la novela, sino también otro material relacionado, como entrevistas o críticas. Quizás tarde algún tiempo en encontrar tal información en las librerías. Me preguntaba si tú sabrías de algún otro sitio donde me resulte más fácil encontrarlo.

– Yo no he leído Muerte de un Profesor Chino -había oído hablar de la novela, pero, tras leer una crítica, no se molestó en conseguir el libro. Ese tipo de historias de intelectuales perseguidos no significaban nada nuevo para él. El padre de Chen, un experto neoconfuciano, también había sufrido una muerte miserable durante la Revolución Cultural -. Me temo que no puedo ayudarte.

– Yin también pertenecía a la Asociación de Escritores Chinos, en el ramo de Shanghai. ¿Alguna vez te la presentaron en alguna reunión?

– No recuerdo haberla conocido -contestó Chen, después de pensarlo bien-. En la Asociación de Escritores de Shanghai hay una pequeña biblioteca. En la calle Julu. Se supone que los miembros entregan allí copias de sus trabajos y críticas relacionadas. En ocasiones los escritores olvidan hacerlo, y el bibliotecario tiene que recoger la información por sí mismo. Al menos, debería haber un catálogo con las publicaciones de Yin. El bibliotecario se llama Kuang Ming. Le llamaré. Seguro que nos ayuda.

Había una cosa que el inspector jefe Chen no comentó por teléfono. Tratándose de una escritora disidente, sin duda alguna la biblioteca también guardaría un archivo secreto. Peiqin no tendría problemas en encontrar lo que buscaba.

– Gracias, inspector jefe Chen. Ven a nuestro restaurante cuando tengas tiempo. Ahora tenemos un chef nuevo, de estilo sichuan. Es bastante bueno.

– Gracias, Peiqin, por ayudarnos en nuestro trabajo -repuso Chen.

Más tarde, Chen pensó que Peiqin le había invitado al restaurante, pero no a su casa. Chen creía haber hecho todo lo posible como miembro del comité de viviendas, pero quienes no conseguían un apartamento nunca creían que eso fuese suficiente. Tal vez Peiqin fuese una de estas personas.

La tercera llamada telefónica que Chen recibió fue del Chino Extranjero Lu, apodado así desde el instituto debido a su interés por todo lo extranjero. Este viejo amigo de Chen le llamaba con frecuencia desde su restaurante, Las Afueras de Moscú. Entusiasmado, invitó a Chen, no por primera vez, a que fuera a cenar a su restaurante recién ampliado.

– Te he llamado al despacho. Me dijeron que estabas de vacaciones. Así que ahora seguramente tengas tiempo para cenar en nuestro restaurante.

– Esta semana no, Lu. Tengo que terminar una traducción urgente para el Sr. Cu, del Club Dynasty, y ahora también miembro fundador de New World Group. Creo que le conoces.

– Ah, el Sr. Gu. ¿Te ha pedido que le traduzcas algo?

– Sí, un proyecto empresarial suyo -contestó Chen-. ¿Cómo va tu negocio?

– Genial. Hemos desenterrado varias fotos viejas y pósteres de chicas rusas en el Shanghai antiguo. Las hemos colgado por todas las paredes. Fotografías impresionantes. Clubes nocturnos repletos de gente con chicas rusas medio desnudas bailando sobre el escenario. Es como viajar en el tiempo al Shanghai del pasado.

– Apasionante.

– También estoy pensando en montar un escenario en nuestro restaurante. El hotel Peace tiene una banda. Unos viejos que tocan jazz, ya sabes. Nosotros lo haremos mucho mejor Una banda de jóvenes y chicas rusas sobre el escenario -añadió Lu con arrogancia-. Chicas tanto en las fotos viejas como en la vida real.

– De modo que Las Afueras de Moscú ya no es simplemente un restaurante para gourmets como tú.

– Todavía lo es. Pero la gente ahora tiene dinero. Quieren algo más que comida. Ambiente. Cultura. Historia. Valor añadido, sea lo que sea lo que signifique. Y sólo con todo eso piensan que están disfrutando de su dinero.

– Entonces debe de ser muy caro.

– Bueno, la gente está dispuesta a pagar el precio. Existe un nuevo término: consumo compulsivo. Y existe una nueva clase social: la clase media. Las Afueras de Moscú se ha convertido en un restaurante consciente de un estatus. Algunos vienen por esa razón.

– Bien por ti, Chino Extranjero Lu.

– Así que ven, mi querido inspector jefe. Acabo de conseguir caviar, auténtico caviar ruso. Con el tiempo, me está empezando a gustar. ¿Te acuerdas?, supe de él por primera vez leyendo una novela rusa. La boca se me hacía agua, literalmente. Perlas negras, sin duda. Ah, y vodka también. Comeremos y beberemos todo lo que queramos.

– Tengo que volver al trabajo, Chino Extranjero Lu -Chen tuvo que interrumpirle. Lu podía hablar durante horas sobre comida-. Intentaré ir a tu restaurante la próxima semana.

Estas llamadas de teléfono tenían algo en común, pensó Chen poco después: el placer culinario. Pero no sólo eso. Lu había hablado sobre un ambiente cultural nostálgico en su restaurante. Como resultado de su conversación, a Chen le entro hambre, pero se empeñó en volver a trabajar, durante dos o tres horas más. Parecía que tuviese que demostrar que lo que le había dicho a Lu por teléfono era cierto.

Después de un rato, volvió a mirar las fotos que Nube Blanca había tomado. No conseguía ver el esplendor y glamour de los años treinta. Quizás fuese debido al polvo y la suciedad acumulados a lo largo de los años de construcción socialista. Tal vez fuese demasiado cínico por su parte, siendo un miembro del Partido, pensar así, pero era lo que de verdad creía.

Finalmente, cogió la comida sobrante del mediodía, la calentó en el microondas y se la terminó sin saborearla demasiado.

Posiblemente, debiera consultar algunos libros sobre el viejo Shanghai. No libros escritos en los sesenta, los cuales había leído de niño, sino anteriores. Cogió un trozo de papel y anotó algo antes de prepararse una taza de café. Sabía que no era una buena idea dada la hora. Inhalando el aroma, se dio cuenta que se estaba volviendo más dependiente de la cafeína. No obstante, no quería preocuparse por el momento. Tenía que concentrarse.

Esa noche trabajó hasta tarde.

Estaba cansado y, sin embargo, de repente se sintió solo más que ninguna otra cosa.

Le vinieron a la cabeza algunos versos que un amigo suyo le recitó una vez: «Probando cada una de las ramas frías, / el ganso salvaje escoge no posarse, / mientras las hojas del arce caen, heladas, / sobre el Río Wu». Se trataba de unos versos de un poema de Su Dongpo. Se decía que contenían un mensaje político, pero a menudo se entendía como una metáfora sobre la difícil elección de una rama sobre la que posarse, fuera cual fuera la razón. De hecho, su amigo le recitó la poesía en referencia a su vida personal.

Y a continuación, sus pensamientos se mezclaron con un sonido familiar, un sonido de fondo al paisaje del ganso v las hojas del arce cayendo. Un grillo cantaba en el exterior.

No había explicación para que un grillo frotara sus alas tan vigorosamente, a no ser que, tal y como Chen había aprendido cuando era pequeño, el grillo estuviera proclamando su triunfo sobre un oponente derrotado.

Pero, ¿qué había de bueno en ser un grillo, victorioso o no, si siempre hay algún niño molestándote con un trozo de junco amarillo en la mano y al final no haces más que dar vueltas y vueltas en un tarro pequeño de barro?

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