CAPÍTULO 21

A Chen le quedaban aún varios días de vacaciones, pero acudió a la oficina porque ya había entregado la traducción de la propuesta empresarial sobre Nuevo Mundo. No había tardado tanto como pensaba. Claro está, esperaba tener que hacer retoques de poca importancia cuando el socio americano de Gu le devolviera la traducción por fax con correcciones y sugerencias. Pero según le dijo Gu, la reacción inicial al otro lado del océano Pacífico resultó positiva. El mismo Chen quedó bastante satisfecho con la versión inglesa, la cual exponía argumentos claros y convincentes sobre el éxito potencial del proyecto.

Pensó que sería agradable disponer de una secretaria trabajando para él también en la oficina, pero sabía que lo mejor sería tener paciencia y esperar a subir un escalafón en la jerarquía del departamento antes de realizar tal petición.

Hubo ruido en el exterior. Chen miró por la ventana. No demasiado lejos, otro complejo de apartamentos, con forma de caja de cerillas y supuestamente de estilo posmoderno, parecía observarle con expresión de aburrimiento. Los edificios de la zona eran prácticamente idénticos, reflejos los unos de los otros.

Después de todo, Nuevo Mundo podría significar una gran adquisición para la ciudad, una alternativa nueva al paisaje de la metrópoli meramente comercial, a pesar de que Nuevo Mundo también estaba concebido con fines comerciales.

Lo que logró convencer a Chen de la verosimilitud del proyecto no fue el estudio de la historia arquitectónica de la ciudad, tema que había detallado minuciosamente en la propuesta de negocios, sino su reciente descubrimiento sobre la existencia de una clase media emergente que deseaba afirmar su propia cultura. China ya no era una sociedad de igualitarismo utópico como cuando gobernaba el presidente Mao.

De los diversos documentos esparcidos por el escritorio, Chen logró desenterrar el último boletín del comité de vivienda de la ciudad. Buscó la última sección del boletín, y comenzó a repasar la lista de habitaciones que habían sido devueltas a las autoridades del Partido.

La asignación de viviendas era un asunto muy complicado. Dada la importante escasez de viviendas, algunas de las personas a quienes asignaban un apartamento nuevo debían ceder a cambio sus antiguas habitaciones. Se trataba siempre de cuartos más pequeños o pobres que los nuevos apartamentos que recibían. Sin embargo, el comité de vivienda de la ciudad distribuía de nuevo estas habitaciones. Quienes figuraban en los primeros puestos de la lista a la espera de recibir un apartamento nuevo, como era el caso de Yu, seguramente no sentían interés por aquellas habitaciones de segunda mano, las cuales no disponían de baño ni cocina independiente.

Chen quería comprobar si había alguna habitación en la zona designada para la construcción de Nuevo Mundo. Le sorprendió gratamente encontrar una. En realidad, se trataba de una habitación y media, la cual originariamente pertenecía al ala delantera de una casa shikumen, frente al patio. El antiguo inquilino había dividido el ala en dos zonas, aunque la pequeña habitación trasera que había creado sólo tenía espacio para una cama individual. Y contaba con una ventaja adicional. Los cuartos en las casas shikumen construidas en la década de los años treinta no disponían de retrete; el orinal era entonces una molestia necesaria. En esta habitación, el anterior inquilino había instalado una especie de orinal eléctrico. No era tan bueno como un retrete, pero evitaba a su dueño el problema de levantarse temprano cada mañana para realizar el mismo trabajo rutinario de vaciar y lavar el orinal.

Chen llamó por teléfono al comité de vivienda de la ciudad. El subdirector del comité le confirmó que esa habitación en particular estaba disponible.

– Se la guardaremos para usted, camarada inspector jefe Chen.

Probablemente, aquella habitación pasada de moda no le pareciera a Yu la sustituía idónea del apartamento nuevo en Tianling New Village que había perdido. Pero esta habitación en el edificio shikumen tenía algo interesante que sólo Chen sabía: se encontraba en la misma calle donde iban a construir Nuevo Mundo. El valor de las propiedades aumentaría enormemente cuando empezaran las obras. Y dado que seguramente Cu sería el comprador, Chen estaba convencido de que podría interceder por Yu. Según la reciente política, las indemnizaciones a los residentes se negociarían dependiendo del valor de la propiedad, y lo mejor de todo, el inquilino actual de dicha propiedad podría exigir un apartamento nuevo de tamaño semejante al suyo en la misma zona una vez finalizado el proyecto.

Después, Chen empezó a pensar en adquirir él también una habitación en la zona. Quizás pudiera comprar una habitación modesta para su madre, quien se negaba a mudarse a vivir con su hijo. Al menos, sería mejor que el ático donde llevaba viviendo treinta años. Chen pensó que con el pago por la traducción no resultaría algo inimaginable.

Se preguntó si podría producirse un conflicto de intereses. No obstante, tampoco le corría prisa tomar una decisión. La tomaría más adelante.

Por el momento, debía pensar en la manera de abordar el tema con Yu, sin mencionar una sola palabra acerca de Nuevo Mundo.

Un consejo sería suficiente.

Encendió un cigarrillo al tiempo que se imaginaba una visita futura a Yu en su nueva residencia, jugando al go en un patio peculiar, y bebiendo una taza de té Dragón Well. Quizás hubiese algunos vecinos de fondo, los cuales simplemente formarían parte del paisaje. La imagen resultaba un contraste agradable incluso con su propio bloque de apartamentos, donde los vecinos se reunían, si es que alguna vez lo hacían, de manera breve, fugaz y totalmente impersonal en las escaleras de la estrecha entrada. Las personas del edificio se clasificaban simplemente por dónde vivían: Habitación 12, Habitación 35, Habitación 26.

Se preguntó si le habría influenciado la propuesta empresarial de Nuevo Mundo. Era posible. Los libros, las películas, las canciones, los proverbios podían influenciar a las personas, por no hablar de las propuestas interrelacionadas con la historia cultural de la ciudad. La suya no podía ser la excepción.

Fue entonces cuando, como una aparición, el secretario del Partido Li se dejó caer por su oficina.

– ¡Estupendo! Ha vuelto al trabajo, inspector jefe Chen.

– Sólo he venido para echar una ojeada al montón de papeleo que tengo sobre la mesa. Puede que haya algunas cartas o documentos urgentes que requieran mi atención.

– El ministro de Propaganda de la ciudad ha vuelto a hablar con nosotros. Hemos decidido convocar la conferencia de prensa este viernes. Es hora de que zanjemos el caso de Yin. No podemos esperar eternamente, ya lo sabe.

A continuación añadió:

– Realmente, ha sido decisión sifya.

Seguramente añadió esta última frase por una cuestión de respeto. Chen estaba en contra de finalizar la investigación, por lo que la decisión opuesta podría resultarle algo más aceptable si, supuestamente, hubiera sido tomada por una persona ajena al departamento.

Chen sabía que no estaba en posición de discutir. Yu había informado a Li sobre el nuevo avance, sobre Bao, pero Li no le había dado importancia. No existían testigos ni pruebas sólidas que relacionaran a Bao con el crimen.

– Con todos los avisos enviados, podríamos recibir información acerca de Bao pronto, secretario del Partido Li -le explicó Chen, insistiendo de forma poco convincente.

– Si pueden encontrar a Bao y demostrar que él es el asesino antes del viernes, perfecto. Hemos hablado también con la Seguridad Nacional y no han mostrado ningún tipo de objeción a esa conclusión. Pero quieren que les mantengamos informados de cualquier cosa que averigüemos. Todo es por el interés de las autoridades del Partido -agregó Li afablemente antes de salir del despacho.

Mientras las pisadas del secretario del Partido Li se iban apagando a lo largo del pasillo, Chen descolgó el teléfono, y decidió que la llamada que se disponía a realizar estaba justificada. En una obra clásica confuciana, recordó Chen, aparecía un párrafo largo sobre el término «conveniencia». Le pareció una palabra oportuna dada la situación actual.

– Hola, Gu.

– Hola, inspector jefe Chen. Precisamente estaba pensando en llamarte. Mi socio ya le ha presentado la propuesta en inglés a un banquero inversor americano.

– Pero el texto todavía no está acabado.

– Ya, pero era una oportunidad demasiado buena como para que el Sr. Holt la desaprovechara. Claro que podemos hacer algunos pequeños retoques más adelante. De verdad que me has hecho un gran favor.

– Me siento halagado. Pero tengo que pedirte un favor, Gu.

– Cualquier cosa, inspector jefe Chen.

– Si no estás demasiado liado ahora, ¿qué tal si quedamos para comer en Xinya? Te lo explicaré allí.

– Xinya. Perfecto.

Se sentaron en una sala privada del restaurante estatal situado en la calle Nanjing. Al igual que otros grandes restaurantes de la ciudad, Xinya había sido redecorado maravillosamente. Tenía una fachada que brillaba bajo la luz del sol, y la parte posterior conectaba con un hotel americano nuevo, el Amada.

– Una elección excelente -le dijo Gu-. Xinya era el restaurante preferido de mi abuelo.

Durante su infancia, los padres de Chen también solían llevarle a aquel restaurante más que a ningún otro.

– Ternera con salsa de ostras. Leche frita. Pescado frito con ajo en cesta de bambú. Cerdo gulao. Estos eran los platos que solíamos pedir casi siempre -continuó Gu-. Mi abuelo sentía superstición por ellos.

Un camarero vestido de uniforme amarillo chillón les tomó nota en un cuaderno pequeño, después de recomendarles muchas posibilidades exóticas y caras.

Gu eligió las especialidades que su abuelo siempre pedía. Chen pidió brotes de bambú fritos en rodajas con setas secas, el cual también era uno de los platos preferidos de su padre.

– Lo siento, no tenemos brotes de bambú.

– ¿Cómo es eso?»

– El bambú no crece en Guangzhou. Xinya es famosa por su estilo genuino de cocina Guangdong. Toda nuestra verdura procede de allí. Nos la envían mediante transporte aéreo nocturno.

– Eso es ridículo -repuso Chen, sacudiendo la cabeza mientras el camarero abandonaba la sala-. ¿Y no pueden comprar brotes de bambú en el mercado local?

– Bueno, así son los restaurantes controlados por el Gobierno -respondió Gu-. Este negocio no es de nadie. Genere o no beneficios, la gente que trabaja aquí cobra lo mismo. Les da igual. Pronto estarás cenando en los restaurantes de Nuevo Mundo. Y todos pertenecerán a empresas privadas, así que podrás tener todo lo que desees.

– La verdad es que no soy un gourmet tan quisquilloso -dijo Chen-. Quería verte porque necesito comentarte algo.

Así era. El inspector jefe Chen no quería hablar mucho desde el teléfono del despacho, con personas como el secretario del Partido Li entrando sin llamar a la puerta; Li, por ejemplo, aún no había adquirido la palabra «intimidad» en su vocabulario.

– Sí, por favor, explícame.

– El detective Yu, mi compañero desde hace mucho tiempo, está buscando a un joven llamado Bao -repuso Chen, extrayendo una fotografía del maletín-. Ésta es una fotografía de él, tomada hace aproximadamente un año en la provincia de Jiangxi. Al igual que otros provincianos, Bao no ha inscrito su residencia en la ciudad. Al detective Yu le está costando mucho localizarle. No creo que Bao esté relacionado con la Blue u otras tríadas, pero esas organizaciones quizás sepan más sobre los provincianos de lo que sabemos nosotros. La policía no posee control directo sobre ellos.

– Deja que pregunte por ahí. Hay una cosa que sí sé sobre esta gente de la provincia: si son de Jiangxi, siempre permanecen juntos en una zona segura y nueva, como la aldea Wenzhou, un lugar que la policía todavía no controla, pero donde los Blue poseen contactos.

– Exacto. Es un caso importante para mi compañero. Si logras descubrir algo antes de este viernes, te estaría muy agradecido.

– Haré lo que pueda, inspector jefe Chen.

– Te debo un favor muy grande, Gu -le dijo Chen-. Infórmame cuanto antes. Te lo agradezco de verdad.

– ¿Para qué están los amigos? Tú también estás ayudando a tu amigo.

La llegada de la comida impidió que pudieran decir más, pero Chen pensó que ya habían tratado lo qué más importaba.

La comida no fue demasiado satisfactoria. El cerdo gulao sabía igual que el cerdo agridulce hecho en casa con prisas. La ternera con salsa de ostras no sabía tan bien como lo recordaba. La leche frita daba risa.

Y Gu pagó la cuenta una vez más. El camarero tomó la tarjeta de crédito oro de Gu -un símbolo inequívoco de su riqueza- sin prestar atención al dinero en efectivo que Chen sostenía en la mano.

Después, por la tarde, Chen llegó al Hospital Renji con una cesta pequeña de bambú llena de fruta. En el mostrador principal le dijeron que habían cambiado a su madre a otra habitación. Aterrorizado, Chen subió las escaleras corriendo, donde averiguó que la habían trasladado a una habitación mejor, semiprivada y que disponía de instalaciones más avanzadas. Su madre se alegró al verle; se reclinó en la cama regulable, con aspecto más relajado que semanas anteriores.

– Estoy muy bien -le dijo-. Me han estado haciendo infinidad de pruebas. No hace falta que vengas cada día. Y no me traigas nada más, ya tengo muchos regalos.

Era cierto. Había tantas cosas encima de la mesilla de noche que casi parecía un escaparate de una tienda de alimentos selectos: salmón ahumado, rosbif, nidos de pájaro blancos, ginseng americano, perla en polvo, los hongos arbóreos conocidos por el nombre «oídos negros de árbol», e incluso una botella de vodka ruso.

Chen creyó adivinar de quién podrían provenir todos aquellos regalos.

– No, no son todos del Chino Extranjero Lu -dijo su madre, negando con la cabeza como si estuviera desaprobando algo imposible de palpar-. Algunos son de un tal Sr. Gu. No le había visto antes de que viniera a verme aquí. Debe de ser un nuevo amigo tuyo, supongo. Se empeñó en llamarme tía, como hace Lu. También exigió ver al director del hospital en mi habitación, y justo delante de mí, le entregó un sobre rojo y gordo.

– No tiene remedio, ese Sr. Gu.

Sin embargo, aquello no le sorprendió del todo. Nube Blanca probablemente mantenía informado a su auténtico jefe de todo lo que concernía a Chen, pero Gu debería haber mencionado su visita al hospital durante la comida.

– Desde entonces, los médicos y las enfermeras me han tratado extraordinariamente. Me trasladaron aquí. Esta habitación es mucho mejor, reservada a miembros importantes del Partido, me dijeron -le explicó, y volvió a sacudir la cabeza-. Debes de haberte convertido en una persona importante, hijo.

– No, yo no, el Sr. Gu. He estado traduciendo algunas cosas para él.

– ¡De verdad! -aquello pareció levantarle el ánimo.

Y añadió entusiasmada:

– Tal vez sea demasiado vieja para comprender las cosas del mundo actual, pero ¿desde cuándo tienes una secretaria trabajando para ti en casa?

– No es una secretaria -Chen había previsto que su madre sacaría a relucir el tema. Bajo el punto de vista de la anciana, Chen se había desviado bastante del camino marcado por su padre. Ahora la noticia de que se trataba de una «pequeña secretaria» sólo confirmaría su opinión-. Sólo es una ayudante temporal en el proyecto de traducción.

– Es joven, y lista -dijo su madre-. Y prepara una sopa casera de pollo muy buena.

– Sí, es una chica muy competente -dudaba que Nube Blanca hubiera hecho la sopa en su casa. Probablemente la habría comprado de algún restaurante con el dinero de Gu. Pero prefirió no rectificar a su madre.

– Y estudia en la universidad. Le gustan tus libros, me lo ha contado.

Chen se dio cuenta de que su madre estaba conduciendo la conversación a un tema muy distinto, cosa que no debería haberle sorprendido.

– Sí, estudia en la Universidad de Fudan -afirmó. No estaba dispuesto a revelar a su madre que había conocido a Nube Blanca cuando ésta trabajaba como chica karaoke en una sala privada del Club Dynasty.

Por suerte, su madre todavía estaba demasiado débil para insistir en el tema. Chen decidió dejar el tema también. Si su madre se empeñaba en mantener la esperanza pese a todo, especialmente pese a su delicada salud actual, ¿por qué no dejarla?

A Chen no le gustaba el confucianismo, a pesar de la influencia de su padre en sus últimos días. Como muchas otras personas de su generación, Chen creía que la ideología confuciana había causado más problemas de los que había resuelto a lo largo de la historia de la civilización china. Sin embargo, el inspector jefe opinaba que ser un buen hijo formaba parte de la naturaleza humana. Era lo mínimo que debía hacer un hombre: cuidar a sus padres ancianos y, en la medida de lo posible, hacerles felices.

Se estremecía al pensar en aquellas personas que se negaban a pagar el depósito para que sus padres pudieran ser ingresados en hospitales. Y en quienes no podían permitirse tal gasto. Estos últimos no tenían la culpa, por supuesto. Chen sí podía permitírselo, a fin de cuentas, gracias a su importante posición en el Partido.

Algún día, podría hacer feliz a su madre en ese aspecto en particular, pero ahora su prioridad era la de hacer un buen trabajo como inspector jefe de policía. En el sistema ético confuciano, la responsabilidad hacia el país era más importante que la responsabilidad hacia la familia.

Respecto a Nube Blanca, sólo era una ayudante temporal, como le había dicho a su madre. Chen no sabía si en un futuro sus caminos se volverían a cruzar. Y por supuesto, tampoco podía pronosticar nada sobre el Sr. Cu. Dos versos le vinieron a la mente: «Despidiéndome suavemente con la mano, me voy, / me voy, y no me llevo ninguna nube conmigo».

Pensaba que había olvidado ese poema de Xu Zhimo, y se preguntó si habría vuelto a su memoria por el nombre de la chica. ¿O sería por alguna otra razón?

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