Chen finalizó el primer borrador de la traducción al inglés de la propuesta Nuevo Mundo. Le sorprendió lo pronto que lo había terminado, aunque ni mucho menos había concluido: antes de presentarlo debía dedicar tiempo a pulirlo y a revisarlo.
También resultó ser un buen día para la investigación del caso Yin. Aunque fue una sorpresa que Wan se declarase culpable, parecía una resolución probable y razonable.
Yu continuaba teniendo tantas dudas que Chen ni siquiera intentó compartir con él algunas de las ideas que había estado esbozando en su cabeza. Después de todo, muchas cosas durante el proceso de la escritura o previas a la publicación de un proyecto parecen inexplicables para los demás, pero no para el escritor, quien logra encontrar significado en ellas.
A finales de los años ochenta, cuando Chen -un poeta que había publicado varios libros y que poseía cierto renombre en los círculos literarios- empezó de pronto a traducir novelas de misterio, nadie supo a qué era debido tal cambio. Pero según recordaba Chen, en parte el motivo fue un pato asado de Pekín. En una cena, cuando Chen terminó de comer este suculento manjar, el pato resultó costar más de lo que llevaba en el bolsillo. Le acompañaba una amiga, que apreciaba tanto la poesía de Chen que le arrebató la cuenta con sus esbeltos dedos. Fue una lección humillante sobre el dinero, una lección que aprendió casualmente gracias a su amiga: era mucho más fácil ganar dinero traduciendo novelas de misterio que escribiendo poesía. Pero unos cuantos años después, cuando otra amiga suya publicó una entrevista con él en el Wenhui Daily, ésta afirmó que Chen traducía con el objetivo de «ampliar los horizontes de su experiencia profesional».
Así pues, las misteriosas abreviaturas escritas en los márgenes del manuscrito de Yang podían hacer referencia a cualquier cosa; «ch» podría significar «gallina»121*, según la teoría de Chen. La calidad desigual en la narración de Yin, algo de lo que se percató Peiqin, podría tratarse sencillamente de uno más de los misterios de una mente creadora. Chen no había escrito ninguna novela, pero suponía que un novelista no era capaz de mantener la misma intensidad creativa en un relato largo que en un poema breve. Nunca pudo explicarse cómo él mismo podía componer un poema pobre y horrible justo después de haber compuesto otro bastante bueno.
Por lo tanto, todas estas hipótesis, entre ellas su teoría de que el asesino se había escondido por temor a que le reconocieran, no eran nada más que hipótesis, sin demasiado peso, y que al final habían resultado ser irrelevantes, siempre y cuando Wan hubiese cometido el crimen, tal y como había confesado. Su móvil quizás no tuviese sentido para los demás; pero bastaba con que lo tuviera para él.
El fondo de la cuestión era, tal y como Chen había sabido desde el principio, que hay cosas que un hombre puede hacer y cosas que un hombre no puede hacer. Eso también era aplicable a un agente de policía, en el caso presente.
Decidió tomarse un respiro esa tarde, en compañía de Nube
Blanca. Podría ser una oportunidad para averiguar más sobre Gu, y sobre el proyecto Nuevo Mundo.
Pensó en invitarla a cenar a un club de karaoke, uno que no fuera el Dynasty, como demostración de sinceridad, pues le había comentado que le gustaba escucharla cantar. Nube Blanca no rechazaría tal invitación, esperaba Chen.
Y no la rechazó, pero le sugirió que fueran a un bar de categoría, al Golden Time Rolling Backward.
– Está en la calle Henshan. Un lugar con mucho futuro.
– Suena genial -dijo Chen.
Quizás a Nube Blanca no le agradaba que le recordaran que era una chica de karaoke. A Chen le gustó el nombre del bar, ya que sugería una atmósfera nostálgica similar a la del Nuevo Mundo.
Cogieron un taxi hasta el Golden Time Rolling Backward, que resultó ser un bar elegante emplazado en una mansión victoriana imponente; Chen supuso que en los años treinta continuó siendo una residencia privada. Por entonces, algunas celebridades vivían en mansiones de estilo europeo por la zona.
Escogieron una mesa al lado de una ventana francesa alta que daba a un jardín bien cuidado, el cual sólo se podía intuir, ya que estaba anocheciendo. El bar, según las explicaciones de Nube Blanca, era famoso por su elegancia clásica. La chica no lograba recordar el nombre de la propietaria original de la casa.
– Era una famosa cortesana que se convirtió en la concubina de un magnate perteneciente a una tríada. Él compró esta mansión para ella -fue lo único que Nube Blanca pudo recordar.
El interior era bastante oscuro; el candelabro apenas iluminaba la parte trasera y sombría del establecimiento. Después de un minuto o dos, Chen logró distinguir un teléfono anticuado y negro, un gramófono con un altavoz en forma de trompeta sobre una mesa situada en una esquina, una máquina mecanográfica Underwood en un rincón, y un piano enorme antiguo con teclas de marfil. Todos estos objetos contribuían a crear una atmósfera de la época, igual que los paneles de roble color marrón oscuro que cubrían las paredes, las fotos y pósteres antiguos, y los claveles en floreros de vidrio tallado sobre la repisa de la chimenea.
– Quizás deberíamos haber venido más temprano, cuando no hiciese tanto frío y la iluminación fuese mejor -comentó Chen-. Así podrías haber disfrutado de todos los detalles de la época. La impresión hubiese sido más intensa y real.
Sin embargo, el escenario entero estaba diseñado de forma ingeniosa. Era como si la vida de la ciudad hubiera continuado, sin interrupciones, desde los años treinta. Como si una de las camareras jóvenes que allí había hubiese borrado con su servilleta color rosa los años bajo el mandato comunista de Mao; una camarera con un vestido qi rojo de raja larga, a través de la cual se podían vislumbrar unos muslos blancos centelleantes.
La única diferencia con la escena de una película antigua era que los clientes allí, aquella tarde, eran chinos. Más tarde llegó una pareja extranjera de mediana edad, miraron a su alrededor y se acercaron a una mesa situada en una esquina. La mujer llevaba una chaqueta acolchada de algodón estilo chino con botones bordados. Era la única pareja de occidentales que había en el bar. Nadie parecía prestarles demasiada atención.
Chen leyó el menú bilingüe a la luz del candelabro y pidió un café. Nube Blanca pidió un té negro. Además, les sirvieron un cuenco de palomitas de maíz. Todavía era demasiado temprano para cenar. Había varios restaurantes chinos excelentes en la zona. Chen no tenía ninguna prisa por decidir si cenarían allí. Nunca había cenado en un restaurante estilo occidental. Nube Blanca conocía tan bien las modas que Chen no estaba seguro de haber elegido correctamente.
Se sorprendió al ver que les sirvieron el té negro en un vaso de tubo con una bolsita de té marca Lipton. Las palomitas de maíz estaban demasiado dulces, y duras como goma de mascar. El café estaba bueno, pero no lo bastante caliente. Chen no encontró ningún defecto en el té, salvo que no parecía tan auténtico como el té servido al estilo chino. Más tarde intentó reírse de sí mismo por su idiosincrasia anticuada. Aquel era un bar moderno occidental, no un salón de té tradicional chino. Aún así, echó a faltar la sensación de las hojas suaves de té en su lengua. Dio otro sorbo al café tibio.
– Los americanos comen palomitas de maíz cuando se lo están pasando bien -dijo Nube Blanca, echándose un puñado en la boca.
– Comen cuando ven películas, he oído -repuso Chen.
Lo que le sorprendió no fue la mala calidad de la comida que les sirvieron, sino que gente estaba satisfecha a pesar de ello. Era como si el entorno compensara todo lo demás. Por primera vez, Chen tuvo la sensación que el proyecto de Nuevo Mundo funcionaría en Shanghai. Fuesen o no las personas de ese restaurante lo que Gu entendía exactamente por clientes de clase media, la población china quería encontrar maneras nuevas para disfrutar de la vida; «métodos del valor añadido», el término que había leído en la introducción al marketing.
En cuanto al valor añadido, Chen se preguntó quién se encargaría de definirlo. Dependería del gusto de cada persona. Por ejemplo, la pasión por «los pies de loto dorado de tres pulgadas» que había perdurado durante cientos de años en China era una cuestión de moda. En la imaginación de algunos hombres, los pies deformes y envueltos con vendas blancas se convertían en flores de loto que se abrían en la oscuridad de la noche. Si la gente buscaba valores, los encontrarían de una forma u otra. Chen garabateó unas cuantas líneas en una servilleta de papel, probablemente versos de un poema.
– ¿En qué está pensando?
– Sólo estoy anotando algo. Si no apunto mis ideas, se me olvidan por completo al día siguiente.
– Hábleme de su trabajo en el departamento de policía, inspector jefe Chen -levantó la bolsita de té por la etiqueta de papel, y a continuación dejó que se hundiera en el fondo del vaso.
– El detective Yu se está encargando de un caso especial que asignaron hace poco a mi brigada. Yo estoy de vacaciones, pero cada día hablamos sobre la evolución de la investigación.
– No me refiero sólo a esta semana -dijo ella.
– ¿A qué te refieres?
– ¿Cómo pudo alguien como usted convertirse en policía? Un estudioso magnífico, un buen traductor, y un poeta de primera categoría; y parece que también está haciendo un trabajo estupendo en el departamento policial.
– Me estás adulando, Nube Blanca. Sólo soy un policía. No siempre puedes escoger lo que quieres hacer, ¿tú sí?
Chen no quiso hacer alusión con esto a su trabajo en el club de karaoke. Se arrepintió de sus palabras. Le habían hecho tantas veces la misma pregunta, que respondió casi de manera automática.
Nube Blanca se quedó callada por un instante.
Chen intentó desviar la conversación en la dirección pretendida.
– Tal vez le haya sucedido igual al Sr. Cu. Seguramente de niño él no esperaba convertirse en un empresario multimillonario.
Chen se sintió defraudado cuando se enteró de que Nube Blanca no sabía demasiado acerca de Gu. Entre ellos sólo había trabajo. Como jefe, Gu no era demasiado malo, explicó la chica. No sé aprovechaba de las chicas que trabajaban para él. Tampoco era tacaño, al menos con ella. En cuanto a sus relaciones con el mundo de las tríadas, no era nada poco común, afirmó Nube Blanca. Un hombre de negocios necesitaba protección.
– Gu tiene que quemar incienso, es decir, quemar su dinero ante los dioses de las tríadas, y es bueno en lo que hace. Ahora ha establecido contactos casi en todas partes, tanto en la vía legal como en la ilegal -agregó, con una sonrisa traviesa-. Contactos con personas poderosas como usted…
No le resultó desagradable escuchar que se refiriera a él como «poderoso», pero enseguida le interrumpió.
– A mí no me incluyas. Pero, ¿has visto alguna vez a alguna de esas personas realmente poderosas con él?
– En un par de ocasiones, entre ellos a varios miembros importantes del Gobierno municipal. También a uno de Pekín. Le reconocí por las fotografías de los periódicos. ¿Quiere saber cómo se llaman? Puedo averiguarlo.
– No te preocupes. Nube Blanca.
Una débil melodía empezó a flotar por el aire. Mirando a su alrededor, Chen no logró divisar un equipo de karaoke. Entonces cayó en la cuenta: el karaoke no existía en los años treinta.
– Lo siento, hoy no tenemos karaoke.
– Bueno, lo cierto es que no me entusiasma cantar, inspector jefe Chen.
Eso sí que no se lo esperaba. Quizás ella pensaba lo mismo que él, prefería no hablar de trabajo fuera de éste.
La camarera pasó junto a la mesa. Chen pidió un vaso de vino blanco, y Nube Blanca escogió un whisky escocés doble con hielo.
Sonó otra melodía. Era una canción vieja, pero contradecía la sensación de época, ya que la cantante era una estrella del pop americano interpretando una versión moderna. A Nube Blanca, sin embargo, pareció gustarle más que la versión original. Estaba sentada prestando mucha atención, sujetándose el rostro con ambas manos.
Chen notó cómo algo suave le rozó el pie por debajo de la mesa. Nube Blanca se había quitado los zapatos. Seguía el ritmo de la música con los pies descalzos y rozaba los pies de Chen en trance, quizás.
Sentados tan juntos a la mesa, Chen fue totalmente consciente de la diferencia de edad entre ellos. Y también del resto de cosas que les separaban. Prácticamente pertenecían a generaciones distintas.
Personas como Chen, que habían asistido a la escuela elemental durante los años sesenta, asociaban un bar o una cafetería como aquella a la decadencia burguesa, tan criticada en todos los libros de texto oficiales. Tal vez Chen fuera una especie de excepción por haberse especializado en la lengua inglesa. Aún así, si iba a una cafetería era, ante todo, para tomar una buena taza de café y, de vez en cuanto y si la ocasión lo permitía, para pasar un par de horas leyendo un libro mientras tomaba café.
Nube Blanca, en cambio, no había estudiado con los mismos libros de texto. Quizás lugares como el Golden Time Rolling Backward simbolizaban un gusto cultivado una nota por encima de la demás gente corriente que consume el té con las hojas en la taza; una sensación de formar parte de la élite social. Que realmente le gustara o no el sabor del té Lipton en bolsita no importaba demasiado.
Una pareja de ancianos se levantó de la mesa. La música era idónea para bailar. Empezaron a dar pasos lentos frente al lujoso piano, una zona de madera grande, con espacio suficiente para diez o quince personas. Chen sorprendió a Nube Blanca mientras ésta lo miraba ilusionada. Se dispuso a extender la mano para tocarla cuando ella se le adelantó, tímidamente. El baile podía ser una excusa, según había leído Chen, para abrazar a alguien que, de otro modo, resultase imposible o inapropiado abrazar.
Pero, ¿por qué no? Era divertido convertirse por una tarde en uno de esos señores montados en el dólar en compañía de una chica joven y guapa -una pequeña secretaria- que le cogiera de la mano por encima de la mesa. No tenía que ser el inspector jefe Chen, un miembro del Partido «políticamente correcto» cada minuto de su vida. Además, las cosas le iban bien. Gozaba de buena posición y de un generoso adelanto por la traducción de un proyecto empresarial.
Pero para Chen, aquella tarde no estaba dedicada en exclusiva al Golden Time Rolling Backward.
Le empezó a sonar el teléfono móvil. Era Zhuang, el profesor jubilado al que había entrevistado Nube Blanca. Chen le había dejado varios mensajes en el contestador, y por fin Zhuang le había llamado.
– Me alegra su llamada -dijo Chen-. Sólo tengo una pregunta que hacerle. En su conversación con Nube Blanca sobre Yang, usted mencionó al Doctor Zhivago. ¿Acaso Yang estaba leyendo la novela, o escribiendo una novela o poesía como el Dr. Zhivago?
– ¿Yo lo mencioné?
– Sí, así es. Las palabras exactas fueron: «escribiendo y leyendo, parecido al Doctor Zhivago». No tiene de qué preocuparse, camarada Zhuang. El caso no tiene nada en absoluto que ver con usted, pero su información puede que nos ayude.
Hubo un breve silencio desde el otro lado del hilo telefónico.
Un joven se acercó a la mesa de Chen y Nube Blanca para ofrecer su mano a la chica, invitándola a bailar. Ésta lanzó una sonrisa de disculpa hacia Chen, quien asintió animándola, y a continuación escuchó cómo Zhuang proseguía la conversación en tono más bajo.
– Ahora que los dos, Yang y Yin, están muertos, no creo que lo que vaya a contarle pueda causar problemas a nadie.
– No. A nadie. Así que, por favor, continúe y explíqueme.
Hubo otro breve silencio.
Chen dio un sorbo al vino. No demasiado lejos, Nube Blanca empezó a moverse con elegancia, frente al piano, acompañada del joven. Una pareja perfecta, ambos jóvenes, llenos de vida, bailando con un ritmo quizás algo agitado tratándose de un bar de categoría.
Zhuang prosiguió:
– Conocí a Yang a principios de los sesenta, durante el llamado Movimiento de Educación Socialista, ya sabe, poco antes de la Revolución Cultural. Los responsables de la escuela nos asignaron a Yang y a mí en el mismo grupo de estudio. Ambos éramos hombres solteros, y a ambos nos tacharon como objetivos principales para el lavado el cerebro, de modo que nos colocaron temporalmente en una sala de aislamiento de la residencia, para recibir «educación intensiva» durante la noche. Yang decía que no dormía bien, pero una noche descubrí que estaba escribiendo, en una libreta, debajo del edredón. En inglés. Le pregunté de qué iba el libro, y me respondió que se trataba de una historia sobre un intelectual, parecida a la de Doctor Zhivago.
– ¿Pudo leer lo que estaba escribiendo?
– Yo no sabía inglés. Y la verdad es que tampoco me importaba una sola palabra de lo que pusiera.
– ¿Por qué, camarada Zhuang?
– Yang me dijo que era una historia sobre un intelectual, y él mismo era un intelectual. Eso es todo. Si los responsables de la escuela lo hubieran encontrado, yo podría haberles dicho que se trataba de su diario, al menos eso era lo que pensaba. No era ningún delito tener un diario. Pero si lo hubiese leído, y resultase ser un libro, me habrían considerado un contrarrevolucionario por ocultar información a las autoridades.
– Sí, ya veo: no quería implicarse ni implicar a Yang en problemas. ¿Le contó algo más sobre el libro?
– Fue muy ingenuo por su parte decirme que estaba escribiendo una historia. Por suerte, por entonces yo no tenía ni idea de quién o qué era el Doctor Zhivago. Quizás un doctor al que Yang conocía personalmente, pensé. Zhivago me sonaba a nombre chino. La traducción al chino no apareció hasta… déjeme pensar… hasta mediados de los ochenta. Fue censurado, como bien sabrá, por considerarse un ataque a la Revolución Soviética. En aquella época, un libro ganador de un premio Nobel tenía que ser contrarrevolucionario.
– Lo sé. Da la casualidad que conozco a alguien que fue a prisión por poseer una copia de Doctor Zhivago. Usted tuvo suerte de que no le descubrieran -repuso Chen-. ¿Alguna vez volvió a hablar con Yang sobre aquello?
– No. Poco después comenzó la Revolución Cultural. Todos éramos como ídolos budistas de barro rotos y a la deriva, demasiado heridos como para pensar en los demás. A mí me metieron en la cárcel por el presunto delito de escuchar La Voz de América. Cuando salí, Yang ya había marchado a la escuela cadre. Y allí falleció.
– ¿Sabe si continuó escribiendo durante la Revolución Cultural?
– No, pero lo dudo. Resulta difícil imaginarse a alguien como él escribiendo en inglés durante aquellos años.
– Bueno, en realidad le permitieron que tuviera libros en inglés gracias a una palabra en particular, pedo, creo que fue, porque aparecía en la traducción poética del presidente Mao.
– Ah, sí. Algo oí.
– ¿Cree que alguien más pudo haber sabido de la existencia de ese manuscrito?
– No, no lo creo. Hubiese sido una actitud suicida por su parte contárselo a alguien más -contestó Zhuang-. Excepto a Yin, claro está.
Cuando Chen dejó de hablar con Zhuang, garabateó algo más en otra servilleta. Había cambiado de idea en referencia a la cena. No tenía sentido marchar a otro restaurante. El podría tomarse un tiempo para sí mismo, para pensar. Mientras, Nube Blanca podría bailar, la mayor parte del tiempo alejada de la mesa. Una velada perfecta.
Las abreviaturas del manuscrito de traducción poética comenzaban a tener sentido. Si fuera una novela lo que Yan estaba escribiendo, como Zhuang había supuesto, «ch» podría referirse a capítulos131*. Yang podría haber probado a utilizar poemas en su novela, a intercalarlos entre en el texto, de manera similar al Doctor Zhivago. Y la idea de Peiqin sobre plagio también encajaría. Las partes en la novela de Yin que parecían estar demasiado bien escritas…
Pero, ¿dónde podría estar aquel manuscrito? Chen no estaba seguro de que realmente hubiese existido alguna vez.
Chen solía escribir sus pensamientos en un cuaderno, en un trozo de papel, o incluso en una servilleta, como esa tarde, pero después, por una razón u otra, no conseguía desarrollar esas ideas, de modo que lo que escribía quedaba reducido a fragmentos.
De igual modo, Yang también podría haber anotado algunas ideas durante alguna noche en que no lograra conciliar el sueño, durante la época del Movimiento de Educación Socialista, cuando estaba con Zhuang en aquella habitación de la residencia estudiantil. Pero probablemente esas notas nunca se convirtieran en una novela. Aún así, Chen añadió unas pocas palabras más a la servilleta y se la guardó en el bolsillo. Seguidamente levantó la vista.
Nube Blanca parecía estar disfrutando por completo en el Golden Time Rolling Backward, como pez en el agua. Aunque a Chen la nueva cultura de la nostalgia no le llamaba mucho la atención, encontró bastante agradable pasar una tarde en un lugar tan moderno, en compañía de una chica atractiva. Nube Blanca tuvo mucho éxito; la cara se le puso colorada de bailar con un joven detrás de otro. Los hombres no dejaban de acercarse a la mesa, como moscas que acuden a un dulce.
Chen se abstuvo de bailar con ella. Desde un punto de vista algo burlón y crítico sobre sí mismo, Chen diagnosticó que sufría algo semejante a celos. Naturalmente, una chica joven prefería parejas de su edad; un jefe temporal no significaba para ella nada más que trabajo.
Pensó en varios versos de Yan Jidao, un poeta del siglo XI.
«Fui tan feliz bebiendo contigo,
ajena a mis mejillas coloradas, bailando
con la luna penetrando
entre los sauces, cantando
hasta que estuve demasiado cansada
para agitar el abanico que oculta
una flor de melocotón.»
La narradora del poema era una joven, igual que Nube Blanca. A continuación, pensó en otro verso de un poeta americano, anteriormente parafraseado en su cabeza: «No creo que cante para mí».
La camarera les entregó la carta de la cena justo cuando Nube Blanca volvió a la mesa. Chen no tenía mucha experiencia a la hora de escoger platos que no fueran chinos, pero sabía que un bistec al punto era algo que no podía pedir en ningún restaurante chino. Nube Blanca eligió de primer plato almejas cocidas con vino tinto, y de segundo pato francés asado. Chen la alentó a que pidiera los productos más caros: caviar y champán. Al parecer, era lo que consumía la gente en las demás mesas, por lo que Chen se sintió obligado a pedirlo también.
Sin embargo, le sorprendió que Nube Blanca escogiera una botella de Dynasty, un vino de mesa bastante económico de Tianjin.
– El Dynasty ya está bien. No hay razón para pedir whisky de reserva ni champagne -contestó ella, dejando a un lado la carta de vinos.
El bistec estaba tierno. La camarera hizo hincapié en que la carne era de auténtico ganado americano. Chen no sabía en qué se diferenciaba aquello al bistec, a excepción del precio. Las almejas tenían un aspecto exquisito, doradas a la luz del candelabro, con la carne de almeja extraída previamente, mezclada con queso y especias, y colocada de nuevo en su concha. A Nube Blanca le resultaba fácil pinchar la mezcla con el tenedor.
– Delicioso -exclamó, tomando una segunda porción con el tenedor, y ofreciéndosela a Chen por encima de la mesa.
Para Chen, continuaba sin ser una velada dedicada en exclusiva al Golden Time Rolling Backward. Su teléfono móvil volvió a sonar. Esta vez era Yu, informándole sobre las últimas noticias de la investigación. Chen sonrió a Nube Blanca a modo de disculpa.
– Acabo de recibir un nuevo informe del doctor Xia. Ninguna de las huellas encontradas en la habitación coincide con las de Wan. Eso pone en duda su declaración. Como mínimo, nos induce a pensar que se inventó la parte del registro de cajones.
– Sí, ese es un punto importante.
– Intenté volver a hablar con el secretario del Partido Li, pero me dijo que probablemente Wan no se acordaba bien, ya que cometió el asesinato en un ataque de furia; después, como todo el mundo decía lo de los cajones registrados, él también lo dijo.
– No, el secretario del Partido Li no puede hacer caso omiso.
– Por supuesto que no -dijo el detective Yu en tono de enorme frustración-. Pero cuando le insistí, Li perdió los nervios y gritó: «Se trata de un caso de gran trascendencia política. Ya han confesado, pero usted se empeña en seguir investigando. ¿Para qué, camarada detective Yu?».
– Li no entiende más que de política.
Normalmente, era Chen quien tenía que lidiar con el secretario del Partido Li sobre «casos de gran trascendencia política», así que comprendía lo frustrante que debía ser para Yu.
– Si las consideraciones políticas tienen prioridad sobre todo lo demás, ¿qué sentido tiene ser agente de policía? -preguntó Yu-. ¿Dónde estás, jefe? Me ha parecido oír música de fondo.
– Estoy reunido con un socio por el proyecto de traducción -y era verdad, pensó Chen, en cierto modo. Se sintió disgustado, no por la pregunta, sino por el hecho-. No te preocupes. Continúa, detective Yu.
Nube Blanca le sirvió más vino, sin decir nada.
– Y luego, después de hablar con el secretario del Partido Li, ¿adivinas a quién me encontré a la salida de la oficina? A Li Dong.
– Ah, Li Dong. -Li, un antiguo miembro de la brigada de casos especiales, había dejado la policía para empezar a dirigir una frutería-. ¿Cómo está?
– Li Dong ha convertido esa frutería en una cadena empresarial que suministra fruta al aeropuerto de Shanghai y también a la estación de trenes. Utilizó los contactos que había hecho cuando trabajaba en el departamento policial. Y hablando parece otro hombre: «En la actualidad, las ganancias mensuales obtenidas sólo del aeropuerto superan lo que cobraba al año cuando trabajaba en el departamento de policía. Tú aún sigues trabajando aquí, camarada detective Yu, ¿por qué?».
– El muy granuja. Ahora que tiene algo de dinero, habla como un rico. ¿Cómo ha podido cambiar tanto? Sólo hace un año que dejó la policía.
Pero aquella no era la respuesta que Yu buscaba, y Chen lo sabía. ¿Para qué había trabajado tanto el detective Yu? La respuesta oficial era que la gente trabajaba por la causa sagrada del comunismo. Eso era lo que decían de vez en cuando los periódicos del Partido, pero todo el mundo se lo tomaba a broma.
El inspector jefe Chen también trabajaba mucho, pero al menos él podía decir que trabajaba por su posición, por los beneficios de su puesto: el apartamento, el coche de empresa, /las diferentes pagas extra… Entre ellas el proyecto tan bien remunerado que le había encargado el Sr. Gu, el cual también había conseguido gracias a su posición; de eso no había duda.
En términos de darwinismo social, lo que estaba sucediendo no era de extrañar. En cualquier sistema social, los fuertes permanecen al mando del poder, ya sea el presidente en los países capitalistas o los miembros cadre del Partido en el comunismo. En realidad, Chen leyó por primera vez este argumento en Martin Edén, una novela americana traducida por Yang.
– El bistec se está enfriando -susurró Nube Blanca mientras cortaba un trozo pequeño con el cuchillo y se lo daba.
Chen le hizo un gesto con la mano para detenerla.
También podía decir que trabajaba para disfrutar de noches como aquélla, con una pequeña secretaria a su servicio.
– ¿Dónde estás, Yu?
– En casa.
– Deja que te llame en cinco minutos.
La factura del teléfono móvil este mes iba a ser increíble. El departamento policial se encargaría de pagarla, pero Chen no quería que contabilidad se volviera a quedar de piedra al ver la cifra. Y tampoco quería seguir hablando delante de Nube Blanca.
Chen se percató de que el teléfono antiguo situado en la esquina todavía funcionaba. Se trataba de un teléfono público dentro del bar. La mayoría de los clientes, conscientes de su clase social, tenían teléfono móvil y nunca considerarían la posibilidad de utilizar un teléfono público.
Chen descolgó el auricular y marcó el número de Yu.
– He estado pensando sobre el caso -reanudó la conversación Chen. La calidad del sonido había empeorado a causa del desgaste que produce el paso del tiempo, pero era bastante aceptable-. En una casa shikumen como ésa, con tantos trastos viejos por todas partes, no habría resultado imposible que alguien se escondiera hasta que tuviera la oportunidad de salir furtivamente, sobre todo si la «mujer gamba» se hubiese apartado de su puesto. Pero se me ocurre una pregunta: ¿por qué querría un asesino desconocido en el vecindario esconderse?
– Buena pregunta -repuso Yu.
– Una posibilidad es que temiera a que le reconocieran, más que a que le vieran. Con esta idea en mente, llamé a la oficina de División de Archivos de Shanghai. Les solicité que revisaran la información relativa a la familia de Yin, en especial a un posible sobrino. Pero la información que me dieron fue la misma que obtuviste tú.
– Quizás Yin presentase a ese chico como su «sobrino», pero no tenía por qué ser su sobrino de verdad.
– Sí, es posible. Pero, ¿habría dejado que alguien ajeno a su familia se quedase con ella a vivir, durante una semana? -preguntó Chen-. Y luego está la observación de Peiqin. Ahora que he leído unos cuantos capítulos de la novela, estoy de acuerdo con ella: es posible que Yin plagiara el trabajo de otra persona.
– Peiqin lee demasiado. Yo creo que aplica los estándares altos de Yang para los demás escritores -opinó Yu-. Y tampoco veo qué relación puede tener eso con nuestra investigación.
– Tengo el presentimiento de que existe alguna relación. Casualmente, esta tarde he recibido la llamada de un antiguo colega de Yang. Según él, Yang había estado escribiendo una novela antes de fallecer. Tal vez existe una conexión -dijo Chen despacio, notando que algo se le resistía en algún rincón de su cabeza.
Chen vio cómo Nube Blanca terminaba un baile más y volvía a la mesa. La música dejó de sonar.
– ¿Yang escribió una novela?
– No estamos seguros. Puede que no la terminara -repuso
Chen-, pero quizás dejó una parte escrita. Hasta el momento, no hemos encontrado ningún manuscrito suyo, ni siquiera unas cuantas páginas. Sólo tenemos ese manuscrito de poemas traducidos al inglés.
– Es cierto.
– Y por último, no logro adivinar por qué Seguridad Nacional nos ocultó la información acerca de la solicitud de pasaporte. ¿Tendría algo que ver con su trabajo como escritora o con su viaje a Estados Unidos? ¿Y por qué ocultárnoslo?
– Podemos investigar todas estas posibles pistas pero, ¿disponemos de tiempo, inspector jefe Chen? El secretario del Partido Li organizará una conferencia de prensa a principios de la próxima semana. ¿Cómo podemos estar seguros de que obtendremos las respuestas correctas en tan poco tiempo?
– Deja que yo le entretenga. Este caso es tuyo, pero también de la brigada de casos especiales -dijo Chen-. Aún así, si al final sólo contamos con algunas incoherencias en la declaración de Wan, será difícil hacer que lo aplace mucho tiempo. Para Li, resulta ideal que Wan sea el culpable. Pero el culpable no tiene por qué ser Wan. Cualquiera le sirve como asesino, siempre y cuando el caso se resuelva rápidamente.
– Sí, debemos descubrirlo. Cuando hayamos detenido al verdadero criminal, no tendremos que preocuparnos de Wan ni del secretario del Partido Li.
Finalmente, Chen colgó el auricular pasado de moda y volvió a la mesa.
– Discúlpame, Nube Blanca -se excusó-, parece que no podemos pasar una noche tranquila.
– Un hombre importante como usted no puede esperar pasar una noche tranquila, pero no pasa nada. Agradezco que me haya invitado a salir esta noche.
– El placer es mío. Interrupciones aparte, estoy disfrutando de la noche… y de tu compañía -se volvió hacia la camarera que pasaba junto a la mesa-. Otro whisky doble para la señorita.
Chen no sabía si el whisky escocés era una elección indicada para tomar después de cenar, pero era lo que Nube Blanca había pedido antes, y en la carta de vinos ponía que era caro.
Era tarde. Algunos clientes empezaron a abandonar el local, pero otros llegaban. Aparecieron un par de camareras nuevas, quizás del turno siguiente. En el local la noche todavía era joven.
En esos mitos de los años treinta, Shanghai tenía fama de ser una ciudad nocturna, con neones rojos y vino blanco, con dinero embriagador y oro reluciente.
Cuando Chen sugirió a Nube Blanca acompañarla a casa en taxi, ésta le observó antes de responde en tono bajo y ronco. Quizás había tomado demasiado alcohol.
– Está demasiado lejos. El taxi será muy caro. ¿No podemos ir a su apartamento? De todos modos he de volver mañana por la mañana. Puedo dormir en el sofá.
– No te preocupes por el taxi, Nube Blanca -se apresuró a decir Chen-. El departamento de policía me devolverá el importe.
Era imposible que Nube Blanca durmiera en casa de Chen. En los complejos de apartamentos nuevos, los brazos del comité de vecinos tal vez no llegaban tan lejos, pero la gente seguía vigilando. Los chismorreos subían y bajaban por los ascensores, o por las escaleras. El inspector jefe Chen no podía permitir que circularan ese tipo de rumores sobre él.
Y tampoco se consideraba como Liu Xiahui, un legendario confuciano que se contuvo de hacer nada con una chica desnuda sentada en su regazo. Chen dudaba de que él fuese capaz de imitar a Liu Xiahui con una chica joven y guapa, una pequeña secretaria, dormida en el sofá de su habitación.
Fue un camino largo. Nube Blanca no hablaba mucho. Chen se preguntó si estaría algo decepcionada o incluso disgustada por haber rechazado su oferta. Sentados en el asiento trasero del taxi, Nube Blanca se apoyó en el hombro de Chen, como si estuviera ligeramente borracha. A continuación, volvió a sentarse correctamente.
Indicó al conductor que se detuviera en esa misma esquina.
– La siguiente calle está cortada por obras. Puedo caminar desde aquí hasta casa. Sólo está a dos o tres minutos.
– Permíteme que te acompañe. Es tarde -dijo Chen antes de dirigirse hacia el taxista-. Espéreme aquí.
Aún siendo tan tarde, todavía quedaban varios jóvenes merodeando por la esquina con cigarrillos en los dedos que brillaban como luciérnagas. Uno de ellos silbó fuerte cuando Chen y Nube Blanca pasaron delante de él. Era una noche fría. Entraron en un callejón largo y oscuro. Originariamente, debía de haber sido un corredor entre dos bloques de pisos, pero la gente había construido improvisadas chabolas o refugios ilegales de una sola planta a ambos lados. El Gobierno municipal no hacía nada por evitarlo, y esa gente tenía que vivir en algún sitio. Así que el corredor se había convertido en un camino mucho más estrecho, ni siquiera lo bastante ancho como para que dos personas pudieran caminar la una al lado de la otra. Chen caminaba detrás de Nube Blanca en silencio, avanzando con cuidado entre los hornos de carbón y los montones de coles almacenadas junto a las chabolas. Un enorme contraste con el Golden Time Rolling Backward.
No era de extrañar que Nube Blanca estudiara en la Universidad de Fudan a la vez que trabajaba duro en el Club Dynasty.
Debía conseguir una vida diferente a la de sus padres, fuera como fuera.
Resulta fácil afirmar que la pobreza no es excusa para escoger según qué cosas hacer con tu vida. Sin embargo, lo que no resulta fácil para una joven es seguir los principios del Partido sobre una vida sencilla y un trabajo sacrificado. De hecho, según tenía entendido Chen, pocos miembros del Partido seguían todavía esos principios.
Se despidió de ella delante de un barracón destartalado de una sola planta y comenzó a caminar de vuelta al taxi. Poco después, se volvió y la vio todavía de pie junto a la puerta. La barraca parecía de poca altura, el tejado casi le rozaba el cabello. A Chen le sorprendió divisar, en mitad de la noche, una maceta pequeña de flores encima de las tejas, colocada a modo de decoración.
Cuando en taxi empezó a dejar atrás aquellos suburbios, Chen tuvo una sensación extraña, como si la ciudad de repente se dividiera en dos mitades completamente distintas. La primera ciudad consistía en casas antiguas estilo shikumen, con carreteras estrechas y callejuelas llenas de chabolas, como la de Nube Blanca, en la cual la gente seguía pasándolo mal para llegar a fin de mes. La segunda ciudad estaba formada por lugares modernos como los bares de la calle Henshan, el nuevo complejo de apartamentos de lujo en Hongqiao, y el futuro Nuevo Mundo.
Cuando Gu le planteó por primera vez su ambicioso proyecto empresarial, Chen pensó que Nuevo Mundo no era más que un mito, pero estaba equivocado. Un mito no podía sobrevivir si no estaba arraigado en la realidad del presente.
Claro está, el precio a pagar por aquel mito era incalculable: el sufrimiento de aquellos que no podían vivirlo. Eso era lo que el inspector jefe Chen había aprendido de los libros de texto en la escuela elemental. Por entonces, todo resplandor y gloria se identificaba con decadencia y maldad, conseguida a costa de la clase trabajadora. Se subrayaba lo que se escondía detrás de tanto glamour, y con ello justificaban la Revolución Cultural.
Y era verdad hasta cierto punto. Pero ahora el énfasis había cambiado. Ahora se otorgaba importancia a la fachada exterior, al resplandor y a la gloria; un énfasis que justificó el cambio de rumbo de la Revolución Comunista, a pesar de que las autoridades del Partido Comunista nunca lo habrían reconocido.
Por un momento, Chen se sintió confundido. La historia en los libros de texto era como pelotas de colores en las manos de un malabarista.
Si no podemos encontrar la verdad en los libros de texto, ¿dónde si no podemos encontrarla?
¿Pero qué podía hacer él? Sólo era un policía. En una ocasión, Chen se había acosado con este tipo de preguntas, y hacía mucho que se había dado por vencido.
Cuando comenzó a pensar sobre la conversación mantenida con Zhuang aquella tarde, se preguntó si había hecho un buen trabajo.