CAPÍTULO 23

Chen tenía la plena seguridad de que la investigación sobre el caso Yin Lige había concluido con éxito, y que la traducción de la propuesta empresarial sobre Nuevo Mundo estaba terminada. Pero el teléfono volvió a sonar muy temprano aquella mañana, igual que la alarma de un despertador programada a la hora incorrecta. Era Gu.

Mientras Chen le escuchaba, un verso le vino a la cabeza: «Lo que ha de llegar, llega con el tiempo».

Ese verso pertenecía a un grabado en la parte inferior de un cuadro tradicional chino que representaba a un ganso blanco silvestre con un sol naranja sobre las alas; una bella pintura que Chen había visto hacía años, en Pekín, en compañía de una amiga, la cual tenía el cuadro en la pared de su dormitorio, en Muxudi.

El verso solía venirle a la memoria de manera inesperada. Esa mañana, lo que le hizo recurrir a él fue la propuesta de un garaje con múltiples plantas; o, para ser más exactos, la propuesta de un terreno adicional cercano a Nuevo Mundo, sobre el cual se podría construir dicho garaje. Gu tenía una serie de buenas razones que apoyaban la idea, la cual ya había trasladado a los mandatarios de la ciudad, y que ahora estaba explicándole a Chen.

– Irá mucha gente a Nuevo Mundo, y no sólo en taxi, sino en coches propios. Para la mayoría de estos clientes, conducir coches propios es algo normal. A la clase media ya no le interesa comprar en la calle Nanjing. ¿Por qué? No hay aparcamiento ni espacio para construir garajes. Al menos, esa es una de las principales razones. GM ya ha firmado un contrato de un año con el Gobierno de Shanghai para codirigir una empresa gigantesca automovilística. Además de los Volkswagen, pronto podrás ver en Shanghai tantos Buick como en Nueva York. Nuevo Mundo marcará un hito en este siglo, y en el siguiente. Debemos ser previsores en nuestro plan de negocios o las proximidades sufrirán un atasco terrible.

– Quizás tengas razón -opinó Chen.

– Es algo que concierne a la imagen de nuestra ciudad, especialmente desde el punto de vista del departamento de tráfico de la ciudad. Creo que es importante tomar medidas preventivas -añadió-. Tú fuiste director en esa oficina, me acuerdo.

– Director suplente. Sólo fui director suplente durante poco tiempo.

– Ah, ¿y cómo se llamaba aquella superior que tenías? Meiling o algo así. Sencillamente te adora. «El templo es demasiado pequeño para un dios como el inspector jefe Chen», eso fue lo que dijo, la noche que estuvo contigo en el club Dynasty. El departamento de tráfico seguramente haga todo lo que les digas.

De modo que Gu le estaba pidiendo que intercediera por él en el departamento de tráfico.

– No puedes fiarte de lo que diga Meiling, Sr. Gu -repuso Chen-. ¿Por qué no incluiste esta petición en tu propuesta anterior realizada al Gobierno municipal?

– Se trata de un proyecto tan grande que quizás se me hayan escapado algunos detalles.

Pero Chen estaba convencido de que Gu no había pasado por alto una necesidad así. Probablemente, Gu tenía bien presente el anterior puesto de Chen cuando le ofreció aquel proyecto de traducción tan bien pagado, y por eso le envió a Nube Blanca como pequeña secretaria, al igual que el aparato de aire acondicionado que estaba ahora junto a su estantería, el calentador de baño, los regalos que había en la mesilla de noche del hospital de su madre; y también el soplo sobre la dirección de Bao.

Nadie da nada gratis. Chen debería haberlo sabido.

Sin embargo, después de haber traducido la propuesta empresarial sobre Nuevo Mundo, Chen pensó que la solicitud era razonable. De hecho, a él mismo le atraía la idea de Nuevo Mundo, y no sólo porque le hubieran pagado tan generosamente por la traducción; había llegado a pensar que el proyecto mejoraría la imagen cultural de la ciudad. Para que una ciudad como Shanghai avanzara rápidamente, la preservación cultural podría tener gran importancia, aunque Nuevo Mundo estuviera diseñado sólo para satisfacer la demanda de una imagen exterior «retro».

Y para un proyecto grandioso como éste, un garaje de múltiples plantas era una necesidad. Resultaría desastroso para la calle Huaihai, y también para las zonas colindantes, que los clientes de Nuevo Mundo inundaran las calles con sus coches. Por lo tanto, el departamento de tráfico podría trasladar la sugerencia al Gobierno municipal.

Para Gu, la concesión de terreno en el corazón de la ciudad en nombre de la conservación cultural le ahorraría una enorme cantidad de dinero, y tal vez incluso el proyecto sobre el garaje. Los hombres de negocios solicitaban al Gobierno municipal el uso de la tierra, y éste fijaba un precio de acuerdo con la finalidad de dicha tierra. Si la finalidad del terreno era comercial, como en Nuevo Mundo, Gu debería pagar una suma muy alta. Sin embargo, tal y como le había confiado a Chen, Gu había solicitado el terreno con una finalidad de conservación del patrimonio cultural. Claro está, no había incluido un garaje de múltiples plantas en la propuesta, ya que habría provocado sospechas. Pero si posteriormente conseguía que el departamento de tráfico le respaldara, posiblemente conseguiría una rápida aprobación. Lo que Gu había pagado por la traducción era insignificante, una pluma arrancada de un pato de Pekín, en comparación con lo que esperaba obtener.

Desde otra perspectiva, sin embargo, la aprobación a la solicitud de Gu significaría una pérdida de ingresos para el departamento de tráfico. Un garaje moderno y grande retiraría de la calle a numerosos coches, pero también acabaría con el trabajo de muchos agentes policiales y con las multas impuestas por éstos. De modo que a Gu no le resultaría tan fácil conseguir el, apoyo de tráfico, algo que Chen comprendía, y Gu también.

– Bueno, cuando lo creas conveniente, échanos una mano con el proyecto Nuevo Mundo -dijo Gu muy suavemente.

Chen siempre podría decir que no había encontrado el momento idóneo, pero probablemente no lo haría. El fondo de la cuestión era que estaba obligado a ayudar a Gu respecto a su petición sobre el garaje.

– Haré un par de llamadas -comentó en tono distraído al final de la conversación telefónica-. Ya te volveré a llamar, Gu.

Chen decidió que lo mejor sería ir primero al hospital. Debía cubrir los gastos médicos. Iban a dar de alta a su madre aquella tarde. La mujer estaba preocupada por los gastos. No había motivos para hacerle saber el total del importe; en cualquier caso, el dinero de la traducción sería más que suficiente. Esto le sirvió como autojustificación, reflexionó cuando llegó a la oficina de administración del hospital. En la época de economía de mercado, el hospital no era la excepción, y Chen tampoco necesitaba que así fuese, siempre y cuando pudiera ganar dinero de manera aceptable para el sistema.

Chen se sorprendió cuando averiguó que la fábrica donde trabajaba su madre había corrido con los gastos.

– Ya han sido cubiertos, camarada inspector jefe Chen -dijo el contable del hospital con una gran sonrisa-. El camarada Zhou Dexing, el director de la fábrica, desea que usted le llame cuando tenga tiempo. Este es su número.

Chen marcó el número en un teléfono público situado en el vestíbulo del hospital.

No le extrañó escuchar un discurso afable del camarada Zhou Dexing:

– Nuestra fábrica está sufriendo una mala racha, camarada inspector jefe Chen. La economía nacional se encuentra en un período de transición, y las fábricas controladas por el Gobierno se enfrentan a un problema detrás de otro. Sin embargo, tratándose de una antigua trabajadora como su madre, nos ocuparemos de los gastos médicos. Ella trabajó toda su vida con absoluta dedicación a nuestra fábrica. Sabemos lo buena camarada que es.

– Muchas gracias, camarada Zhou.

«Lo buen camarada que es su hijo»; alguien debía de haberle chivado esa última parte, pensó Chen. Fuera cual fuera el motivo, lo que el camarada Zhou había dicho y hecho era políticamente correcto. Resultaba incluso un tema apropiado para el People's Daily.

– Para nuestro trabajo en el futuro, seguiremos disfrutando de su apoyo, espero, y usted del nuestro, camarada inspector jefe. He oído hablar mucho sobre la tarea tan importante que desempeña para la ciudad.

Estas cortesías oficiales no eran más que mera apariencia. Pero a Chen no le importaba. «Hay cosas que un hombre puede hacer, y cosas que un hombre no puede hacer». Este dicho confuciano también podía significar que no importa lo que otros le pidan que haga, él siempre decidirá según sus propios principios.

Un nuevo tipo de relación social, una especie de telaraña, parecía haberse desarrollado, la cual relacionaba a personas entre sí mediante los hilos de sus intereses. La existencia de cada hilo dependía de los demás. Le gustara o no, el inspector jefe Chen formaba parte de esta telaraña de conexiones.

– De verdad que me halaga, camarada Zhou -dijo Chen-. Todos trabajamos para la China socialista. Por supuesto que nos ayudaremos mutuamente.

Ese no era el ideal confuciano de una sociedad, al menos no la visión que tenía su padre, un intelectual neoconfuciano de la vieja generación. Irónicamente, pensó Chen, no carecía de relación absoluta con el confucianismo. Yiqi, o la obligatoriedad de la situación, un principio confuciano que enfatizaba la obligación moral, había desarrollado la idea de la obligatoriedad de los propios intereses.

Pero Chen se recordó a sí mismo que no tenía tiempo para tales especulaciones filosóficas.

Entró en la habitación de su madre. Todavía estaba durmiendo. Aunque el resultado de las pruebas había descartado la posibilidad que le preocupaba en particular, la anciana estaba visiblemente cada vez más débil desde hacía unos cuantos años. Decidió quedarse un rato con ella. Desde el comienzo de la traducción, casi simultáneo al asesinato de Yin Lige, éste era el primer día que Chen podía pasar un tiempo tranquilamente con su madre sin preocuparse por esta pista o aquel descubrimiento, o por definiciones o estilo.

La mujer se movió en sueños, pero no se despertó. Posiblemente era lo mejor. Una vez que se despertara, probablemente dirigiría la conversación a su pregunta número uno: Ahora que te has establecido en la vida, ¿qué hay de formar una familia?

En la cultura tradicional china, el «establecimiento» y la «familia» estaban en los primeros puestos de la lista de prioridades de un hombre, aunque lo segundo era lo que más le preocupaba a su madre. A pesar de sus logros profesionales y de su reputación dentro del Partido, su vida personal seguía siendo una página en blanco para su madre.

Una vez más, pensó en la inscripción del cuadro del ganso en Pekín, aunque en un contexto diferente: «Lo que ha de llegar, llega con el tiempo». Quizás aún no hubiese llegado el momento.

Chen empezó a pelar una manzana para su madre. Recordó que era algo que Nube Blanca había hecho para él. A continuación, introdujo la manzana pelada en una bolsa de plástico sobre la mesilla de noche. Miró en el cajón de la mesita. Podría empezar a recoger las cosas de su madre. Quizás debería marchar antes de que se despertara.

Para sorpresa suya, encontró una fotografía pequeña de Nube Blanca en un libro de sagradas escrituras budistas de su madre. Con el uniforme universitario, Nube Blanca parecía llena de vida y joven, de pie en el portal impresionante de la Universidad de Fudan. Comprendió por qué su madre guardaba aquella foto. Para ella, como el Chino Extranjero Lu había apuntado en una ocasión, «Todo lo que cayera en su cesta de bambú se convertía en una verdura».

Nube Blanca era una buena chica, eso seguro. Le había ayudado mucho: con la traducción, con su madre en el hospital, y con la investigación. Por todo ello, Chen solamente podía estarle agradecido. No quería denigrarla porque se hubieran conocido cuando ella trabajaba en el karaoke y hubiera bailado con ella con la mano sobre su espalda desnuda, ni por ser una «pequeña secretaria». Chen se consideraba una persona por encima de este tipo de esnobismo.

Sin embargo, lo que su madre creía, obviamente, sobre la relación entre ambos, era algo en lo que jamás había pensado Chen. No tanto por la diferencia de edad, ni por los orígenes de ambos, sino simplemente porque Chen opinaba que vivían en dos mundos distintos. De no ser por la traducción sobre Nuevo Mundo, sus caminos nunca se habrían cruzado. La traducción estaba acabada, y Chen se alegraba de que Nube Blanca pudiera volver a su vida, fuera como fuera ésta. No tenía sentido ponerse sentimental. Nube Blanca trabajó como pequeña secretaria a cambio de un sueldo. «Me paga bastante generosamente», como ella misma había dicho; igual que a Chen, aunque con una tarifa distinta y por una razón diferente.

Pero entonces, ¿realmente estaba tan seguro de sí mismo?

¿El buen hijo sentado junto a su madre era el mismo hombre que el tipo montado en el dólar que bebía con su pequeña secretaria en el Golden Time Rolling Backward?

– ¿Es usted el inspector jefe Chen? -preguntó una enfermera joven asomando la cabeza por la puerta-. Alguien le está esperando abajo.

Chen caminó a zancadas largas. No esperaba ver al secretario del Partido Li en el vestíbulo. Sostenía un ramo enorme de flores, un fuerte contraste con la imagen común y seria de un superior del Partido. Llevaba puesta una chaqueta estilo Mao abotonada hasta el cuello. En la entrada había aparcado un coche oficial marca Mercedes.

– Me han dicho que su madre sigue dormida -dijo Li-, así que creo que sólo hablaré un poco con usted aquí. Debo asistir a una reunión con el Gobierno municipal esta mañana.

– Gracias, secretario del Partido Li. Pero usted está muy ocupado, no debería haberse molestado en venir.

– No. Debería haber venido antes. Es una anciana encantadora. He hablado con ella un par de veces, ¿sabe? -confesó Li-. También quiero agradecerle en nombre del departamento policial de Shanghai su estupenda labor.

– El detective Yu hizo el trabajo. Yo sólo le ayudé un poco.

– No hace falta que sea modesto, inspector jefe Chen. Ha sido un trabajo excelente. Sin implicaciones políticas. Sencillamente maravilloso. Eso es lo que comunicaremos en la conferencia de prensa. El móvil del crimen fue una disputa sobre dinero entre Yin y un pariente. Nada que ver con la política.

– Sí, nada que ver con la política -repitió Chen mecánicamente.

– De hecho, ya hemos tenido algunas reacciones positivas. Un reportero del diario Wenhui dijo que Yin no debería haber sido tan tacaña con el sobrino-nieto de Yang. Y un periodista de Liberation opinó que Yin realmente era una mujer astuta, demasiado calculadora por su propio bien…

– Pero todavía no ha tenido lugar la conferencia de prensa, ¿verdad?

– Bueno, estos periodistas han debido de enterarse de nuestras conclusiones de una manera u otra. Lo que digan quizás no favorezca a la reputación póstuma de Yin, pero no creo que eso sea asunto nuestro.

– «¿Quién puede controlar las historias, las historias después de una vida? / El pueblo entero recibe con entusiasmo el cuento romántico del General Cai». Claro que la historia de Yin no fue tan romántica.

– Ha vuelto a la poesía, camarada inspector jefe Chen -dijo Li-. Por cierto, no tenemos que mencionar el manuscrito de la novela de Yang. No debemos. Seguridad Nacional ha insistido en ello. Al partido no le conviene en absoluto.

Chen se dio cuenta de que esa era la verdadera razón de la visita del secretario del Partido Li. Li estaría a cargo de la conferencia de prensa, y debía asegurarse de lo que los agentes asignados en el caso dirían, y de lo que no dirían.

Después de que Li se marchara, Chen vio pétalos de flores en el suelo. Al igual que a Nube Blanca, Chen no quería juzgar a Yin. A pesar de la declaración de Bao a favor de su autodefensa o de los comentarios de los reporteros desde un punto de vista periodístico, Chen escogió ver a Yin como una mujer llena de complejidades.

Era cierto que Yin poseía un interés económico en la publicación de la colección poética de Yang. Sin embargo, para ser justos, había trabajado mucho en ella como editora. Una labor de amor, hecha en memoria de Yang. Aún así, habría ganado más dinero dando clases privadas, como hacían muchos profesores de inglés en la década de los noventa. A fin de cuentas, ella también tenía que sobrevivir en una sociedad cada vez más materialista.

También era cierto que Yin guardaba el manuscrito de la novela de Yang en secreto y que no tenía la intención de compartirlo con Bao, cuya opinión era que él debería haber sido el heredero legítimo.

Pero, ¿qué era lo legal en una situación así?

En la época de la Revolución Cultural, se habrían negado a entregar un trozo de papel denominado certificado de matrimonio a la pareja de enamorados.

¿Qué habría sucedido con el manuscrito si Yin se lo hubiera entregado a Bao? Chen no tenía la más remota idea de su contenido ni de su valor. Bao habría intentado ganar algo de dinero vendiéndolo a alguna editorial que estuviera interesada, pero quizás nunca lo hubiera conseguido. Seguridad Nacional habría acabado confiscando el manuscrito. Así que el hecho de que Yin hubiera ocultado su existencia, tanto a Bao como a todo el mundo, estaba justificado. Según Chen, Yin seguramente esperó el momento oportuno; más tarde, durante su visita a Hong Kong, contactó con una agencia literaria, llegaron a un acuerdo, y decidió llevar el manuscrito con ella cuando viajase a Estados Unidos como profesora extranjera.

Eso también explicaría que alquilase los servicios de una caja de seguridad por aquella época. Debió de pensar en la caja como una especie de camuflaje. Debía tener cuidado. Seguridad Nacional podría haber oído rumores sobre su viaje a Hong Kong.

En cuanto al adelanto de la editorial americana -por la novela de Yang- a modo de apoyo económico en el affidávit, Chen no consideraba que hubiese nada deshonesto en ello. Cuando la novela se publicara en Estados Unidos, los problemas políticos en China seguramente asfixiarían a Yin. De modo que no le quedaba más alternativa que marchar a Estados Unidos durante la publicación de la novela. Para ella, eso debía de ser lo más importante.

Y Chen también se mostró más que dispuesto a pasar por alto el «plagio» cometido por Yin. Si publicar el libro de Yang le resultaba imposible, al menos conseguiría que los lectores pudieran acceder a parte de su obra. Y seguramente se consideraba a sí misma parte de Yang, igual que en el célebre poema Tú y yo, citado en Muerte de un Profesor Chino. No había razón para distinguir a ambos cuando los dos se habían convertido en sólo uno.

Por supuesto, el caso podía tener más implicaciones, muchas más de las que Chen jamás llegara a saber, o que jamás quisiera saber. Lo que Chen había escogido pensar era, quizás, sólo una versión de la historia, una perspectiva. Tal vez, como dice el proverbio, «Cuando el agua es demasiado clara, no hay peces en ella»; mientras las cosas no estuviesen demasiado turbias, no dependía de él investigarlas.

Por el momento, Chen escogería creer que se trataba de una historia de amor trágica, una historia que alumbró los momentos más oscuros en las vidas de Yin y de Yang. Después de la muerte de Yang, Yin había intentado por todos los medios continuar viviendo esa historia, a través de sus libros y también de los libros de él, pero finalmente no tuvo éxito.

Chen extrajo una fotocopia del bolsillo, un poema que, por alguna razón, no había sido incluido en la colección poética de Yang. El poema se titulaba Hamlet en China-.


«Un susurro en las sinapsis me hace correr

hacia el escenario, hacia un mar de rostros

ahogándose en la oscuridad, y aferrándose

a un hilo de significado, en mi trampolín

hacia la luz. Un papel, como

todos los demás, a llevar a cabo en la

[in] diferencia, loco o no

loco. Un camello, una comadreja, y una ballena,

que construir y que deconstruir,

cuando la realidad es el significante

en cambio constante. ¿ Cuál es el significado? Una entrada

del diccionario que me define con una espada

acabando con una rata o con un sonido parecido al de una rata.

Oh, padre, sea lo que sea, dímelo.»


En su novela, Yang trató de emular la estructura narrativa de Pasternak con doce poemas agrupados al final de la novela, versos presuntamente escritos por el protagonista, en reflexiones secuenciales de su vida, oprimido en la época de la revolución socialista bajo el mando del presidente Mao. Chen se preguntó cuando habría escrito Yang Hamlet en China. A juzgar por el orden de la serie, podría haber sido compuesto durante la Revolución Cultural. Si así fuera, el escenario en cuestión podría referirse al «escenario de críticas revolucionarias masivas» que tuvo que soportar Yang por los «crímenes» cometidos, crímenes descritos en una pizarra colgada a su cuello. Yang había representado aquel acontecimiento de manera universal; sin embargo, el lector que leyese el poema y desconociese la vida real de Yang, podría interpretarlo de forma totalmente diferente. Se requería una gran distancia impersonal -la cual le trajo a la memoria a Chen a otro importante poeta- para representar a Hamlet en la tierra baldía.

Incluso en la actualidad, Chen se sentía conectado a aquel poema. Después de todo, trataba de interpretar un papel, fuera cual fuera el significado o la interpretación de éste, y el inspector jefe Chen tenía su propio papel.

Por alguna extraña razón, el manuscrito de la novela no tenía título. Chen pensó que bien podría llamarse Doctor Zhivago en China. Se prometió a sí mismo que con el tiempo encontraría la manera de que lo publicaran. Realmente no consideraba que pudiera convertirse en un conflicto con su lealtad política al Partido como miembro de éste. Al igual que Boris Pasternak, Yang amaba con pasión a su país. La novela no era un ataque a China, sino que más bien representaba la búsqueda sincera, constante, patriótica e intelectual de unos ideales en una era en la que todo el país estaba patas arriba. Se trataba de una novela escrita con una pasión incomparable y una técnica magistral. Chen consideró que China debería enorgullecerse de una obra literaria tan maravillosa, producida en los momentos más oscuros de su historia.

Pero no debía precipitarse, ni asumir ningún riesgo innecesario. El manuscrito había sido terminado hacía años, y todavía conservaba la misma fuerza. La literatura de calidad no se deteriora con el paso del tiempo. No debería importar demasiado si el manuscrito continuaba sin ser publicado unos cuantos años más.

Seguridad Nacional seguía alerta. Preguntaron cómo el inspector jefe y su compañero habían descubierto la existencia del manuscrito, y Chen simplemente contestó que localizar a Bao y obtener su confesión había sido el resultado del trabajo bien hecho del detective Yu, y que acto seguido llevaron a Bao a la comisaría, junto con el manuscrito. La conferencia de prensa se convocó para el día siguiente. No podían permitirse retrasarla más.

Chen no mencionó haber tenido en su poder, el manuscrito durante cerca de dos horas, y haber copiado todas las páginas de éste en una copistería situada en la esquina de la calle, antes de volver a la habitación de Bao. Su historia parecía convincente, pero Seguridad Nacional nunca se había llevado bien del todo con él, así que Chen debía ser muy cuidadoso.

Además, tal y como estaban cambiando las cosas en China, en cinco o diez años, la publicación de la novela de Yang no resultaba absolutamente inimaginable…

– Inspector jefe Chen -la enfermera joven volvió a acercarse a él en el vestíbulo.

– Ah sí, ¿cómo está mi madre?

– Está bien, sigue dormida -contestó-. Pero cuando ya no esté en el hospital, deberá prestar más atención a lo que come.

– Lo haré -repuso Chen.

– Tiene el nivel de colesterol demasiado alto. Los manjares caros que tiene sobre la mesilla de noche puede que no sean buenos para ella.

– Entiendo -asintió Chen-. Algunos de mis amigos no tienen remedio.

– Debe de estar orgullosa de tener un buen hijo como usted con todos esos amigos importantes.

– Bueno, eso tendrá que preguntárselo a ella.

Mientras se dirigía a la habitación de su madre, le sorprendió ver a Nube Blanca haciendo una llamada en el teléfono público. Estaba de espaldas a él, pero llevaba el mismo jersey blanco de lana y cuello alto que llevó el primer día a su apartamento. Seguramente habría ido a visitar a su madre otra vez.

Nube Blanca tenía teléfono móvil, recordaba Chen, pero no era de extrañar que utilizara la cabina, teniendo en cuenta la cifra que podría alcanzar su factura telefónica. También Chen había utilizado el teléfono público del vestíbulo.

¿Sería posible que Gu le hubiera proporcionado un teléfono móvil sólo durante la tarea de pequeña secretaria? ¿Y ahora que el trabajo había terminado, había tenido que devolvérselo? En cualquier caso, no era asunto suyo.

Nube Blanca parecía absorta en una larga conversación. Chen estaba a punto de alejarse cuando oyó su nombre. De repente prestó atención, y avanzó unos cuantos pasos lateralmente hasta que se ocultó detrás de una columna blanca.

– Oh, ese inspector jefe… menudo mojigato… imposible… tan prepotente.

No tenía justificación para continuar escuchando a escondidas. Sin embargo, siguió pegado a la columna, tratando de autoconvencerse de que estaba allí espiando con el fin de descubrir algo más sobre Gu.

– Esos ricachones al menos saben qué hacer con una mujer… No como estos puñeteros obsesionados por los libros, todo el día preocupados por que nadie les toque su cuello de oficial. Nunca se arriesgará por algo que desee.

Desde donde Chen estaba, no podía entender todo lo que Nube Blanca decía. Podía decirse a sí mismo que probablemente no hablaba de él, pero sabía que no era cierto.

– Sólo se quiere a sí mismo…

¿Tanto le irritaban «los modales políticamente correctos» y «la moralidad confuciana» de Chen?

Quizás Chen estuviera demasiado obsesionado por los libros como para habérselo imaginado, o quizás Nube Blanca fuera tan moderna o postmoderna que comparada con Chen éste le resultase totalmente anticuado. De ahí el conflicto inevitable. Tal vez Chen no la comprendía lo más mínimo.

En un episodio de la filosofía Zen que Chen había leído hacía mucho tiempo, se describía una lección útil aprendida a partir de un duro golpe. «Cuando pierdas el conocimiento de tu yo habitual, posiblemente veas las cosas desde una perspectiva totalmente distinta».

O quizás se tratara sólo de trabajo. En el trabajo, cada gesto podía suceder por una razón posible. La razón de Nube Blanca habría sido conseguir la aprobación de Chen, y algo más importante, la aprobación de Gu. No todos los días podía tener un trabajo como aquél. Ahora que su relación profesional había terminado, la chica estaba opinando de forma sincera.

Sin embargo, estos comentarios sinceros duelen.

«Soy una nube en el cielo, que proyecta una imagen, / por casualidad, en el corazón de tu ola. No te asombres demasiado, / ni te emociones, / en un instante me iré sin dejar rastro».

Éstos eran algunos versos de otro poema escrito por Xu Zhimo, también con la imagen central de una nube. El poema sonaría de forma más natural si lo leyera Nube Blanca. Ella no estaba hecha para él. Sin embargo, Chen debería sentir gratitud hacia ella, estuviese o no su relación basada únicamente en el trabajo. En la época frenética en la que vivían, la ayuda de Nube Blanca había resultado inestimable. Chen le deseó lo mejor ahora que todo había acabado.

Decidió no volver a la habitación de su madre. Nube Blanca también se iría. Era hora de volver al trabajo rutinario de oficina, al cual se había acostumbrado igual que un caracol se acostumbra a su cáscara.

Se acabaron las pequeñas secretarias. Ciertamente Chen era como la página en blanco en la que había pensado poco antes, junto a su madre.

Más tarde, de camino al departamento policial de Shanghai, pasó por una agencia de viajes, donde reservó un viaje en grupo a Suzhou y a Hangzhou para su madre. La anciana llevaba años sin disfrutar de vinas vacaciones, desde principios de los sesenta, año en que llevó a Chen a Suzhou, un viaje de un día. Chen era Pionero Joven cuando asistía al curso preescolar, y su madre, que llevaba puesto un cheongsam rojo de seda, era muy joven cuando visitaron juntos el templo Xuanmiao. Chen pensó que un viaje ayudaría a su recuperación. La pena era que él no pudiera acompañarla. Le resultaba imposible volver a coger vacaciones, después de recibir la llamada del Comité Disciplinario del Partido Central en Pekín avisándole de que se preparara para asumir mayores responsabilidades. Decidió no comentar esto último a su madre.

– Qué buen hijo es usted -dijo el agente de viajes.

Tal vez ser el inspector jefe Chen no era tan malo.

Y también decidió que, en lugar de esperar a tener la oportunidad en un futuro lejano, empezaría en ese mismo momento a intentar hacer algo con el manuscrito que Yang había dejado. El inspector jefe Chen estaba decidido a arriesgarse en algo que de verdad deseaba.

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