CAPITULO XX

– ¿Qué es lo que ha hecho? -preguntó lady Vi, mirando escandalizada a James.

Éste acababa de revelarle algo que no debía, pero le daba tanta lástima Charles que necesitaba compartirlo con Violet.

– Le ha rechazado. Le envió un telegrama, pidiéndole que se casara con él y que regresara vía Londres y Audrey le contestó que no podía.

– ¿Que no podía regresar vía Londres o que no podía casarse con él?

– Supongo que ambas cosas. No pregunté los detalles. Además, el pobre muchacho estaba borracho como una cuba cuando me lo dijo. Está completamente hundido. Él pensaba que, cuando llegaran las monjas, Audrey regresaría a su lado. Ahora me parece que ya todo terminó.

– Pero es que, a lo mejor, Audrey tenía que ir primero a ver a su abuelo. Podría ser eso.

Lady Vi había dado en el clavo, como siempre, pero James negó con la cabeza porque recordaba la interpretación que Charlie le había hecho. Al parecer, éste llevaba varias semanas emborrachándose, y la víspera James fue a verle a su apartamento mientras lady Vi cenaba sola con su madre.

– No creo que Charles lo vea así. Él lo considera un desaire. Según él, las relaciones han terminado.

– Oh, Dios mío -exclamó Violet, pensando en el golpe que iba a sufrir Audrey-. ¿No piensa ir a verla a los Estados Unidos?

– No lo creo. Es más, dudo mucho que lo haga. Tiene un contrato para escribir el libro sobre la India y pronto tendrá que irse para allá.

– Ya me imagino quién le seguirá a todas partes… -dijo Violet mientras James agitaba un dedo en un gesto de reproche. -Mira, Vi, aunque Charlotte no sea santo de tu devoción, no puedes negar que la chica es interesante y, en estos momentos, le puede ser muy útil a Charles.

Eso era precisamente lo que Charlotte esperaba, aunque Violet no compartiera su opinión.

Por fin, Charlotte decidió agarrar el toro por los cuernos y se presentó en el apartamento de Charles llevando unas cajas de galletas y una enorme cesta de fruta, y ella misma le preparó un zumo de naranja, le frió unos huevos y unos buñuelos y le sirvió un humeante café muy cargado mientras él le contaba sus cuitas. Ambos se habían hecho muy amigos a través de sus tratos comerciales, y Charles la consideraba casi como un amigo. Era una chica inteligente, juiciosa y extraordinariamente bien dotada para los negocios. Con ella se podía hablar de cualquier cosa.

– Para Audrey, todo lo demás viene primero… O venía…

Por primera ve2, Charles habló en pasado al referirse a la joven. Llevaba nueve meses sin verla y ya era hora de que se quitara la venda Je los ojos. Jamás volvería a verla a no ser que se trasladara a San Francisco, lo que se negaba a hacer. Además, no tenía tiempo porque Charlotte y su padre insistían en que se fuera en seguida a la India para iniciar las investigaciones necesarias con vistas a escribir el libro. Tenía que terminarlo antes de ir a Egipto, en otoño. Charlotte le había organizado muchos planes y en ninguno de ellos figuraba un viaje a los Estados Unidos para visitar a Audrey.

– Te sentirás mejor cuando te vayas -le dijo Charlotte mientras le servía otra humeante taza de café.

Charles la miró con gratitud. Era precisamente lo que necesitaba en aquellos instantes: amorosos cuidados y una mente aguda. Charlotte era capaz de organizarle cualquier plan y conocía muy bien las necesidades de un escritor. Quería que se limitara a escribir y estaba dispuesta a ayudarle a recuperar la paz de espíritu que para ello necesitaba. Le ofreció incluso su casa de campo para que estuviera más tranquilo, y ahora le reiteró la oferta.

– Te sentaría muy bien, Charles. Un cambio de ambiente, aire puro… -le dijo sonriendo.

– ¿Qué he hecho yo para merecerme todo eso? -preguntó Charles, reclinándose en su sillón.

– Eres uno de nuestros escritores más importantes y tenemos que cuidarte bien, ¿no crees? -contestó Charlotte.

Le envió incluso su automóvil para que le llevara al apostadero de caza que le había prestado. Charles insistió en que podría ir en su automóvil, pero ella no quería que se preocupara por nada. En aquel instante, sentado en el Rolls mientras saboreaba una copa, Charles tuvo que reconocer que no lo estaba pasando del todo mal. Sin embargo, en cuanto llegó, el recuerdo de Audrey volvió a asaltarle con toda su fuerza, obligándole a dar un largo y solitario paseo al atardecer, en un intento de calmarse un poco. Recordó los últimos días pasados en Harbin y pensó que ojalá se hubiera quedado con su amante.

Regresó a la casa cuando ya había anochecido y lamentó no haber llevado su propio automóvil. Agradecía mucho los desvelos de Charlotte, pero todo aquello no estaba hecho para él. Quería irse a casa. Le parecía una estupidez quedarse allí dos días completamente solo. Pensó en llamar a James y Vi para invitarles a pasar el día siguiente con él, pero, en cuanto abrió la puerta, vio que alguien había encendido la chimenea y se preguntó quién andaría por la casa. Entró en el salón con expresión perpleja y se sobresaltó al oír una inesperada voz a sus espaldas.

– Hola, Charles.

Éste, al volverse, vio a Charlotte, enfundada en un ajustado vestido de seda gris, que le ofrecía una copa de champán. La escena se parecía mucho a la que había visto recientemente en una película y Charles esbozó una sonrisa mientras se acercaba a la chica. De repente, le pareció muy atractiva y la vio con otros ojos.

– No pensaba que esto estuviera incluido en el plan, Charlotte – dijo, mirándola con intención mientras tomaba la copa.

Charlotte era rubia y tenía unos grandes ojos castaños. Sin embargo, eran los ojos de una mujer extraordinariamente astuta.

– En realidad, no lo estaba -contestó ella con voz melosa. Charles observó que había puesto un disco en su ausencia.

– Se me ocurrió venir a ver cómo estabas. Charles sabía que eso no era cierto, pero le daba igual. Llevaba solo mucho tiempo y estaba cansado de sufrir por Audrey.

Se sentó al lado de la mujer en el sofá y, cuando ya habían dado buena cuenta de media botella de champán, se dirigieron al cómodo y espacioso dormitorio. Fue Charlotte quien le desnudó y le acarició el cuerpo con expertas manos, fue ella quien le besó hasta volverle loco y le mordisqueó los muslos y quien gritó de placer mientras ambos hacían apasionadamente el amor durante toda la noche. Charlotte era insaciable, precisamente lo que él necesitaba en aquellos momentos. Su mayor deseo era complacerle en todo lo que pudiera. Y hay que reconocer que lo consiguió. Jamás había experimentado Charles semejantes sensaciones como no fuera con… Pero ya no quería pensar más en ello. Para él, todo había terminado.

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