CAPITULO XXVI

El tren llegó a la estación de Antibes exactamente a las ocho y cuarenta y tres minutos de la mañana. Audrey se encontraba sentada junto a la ventanilla, luciendo un vestido de hilo azul claro y calzada con las alpargatas que se compró la última ve2 que estuvo en Antibes, hacía dos años. Mai Li llevaba un vestido de algodón rosa, un delantal blanco y una cinta rosa en el cabello que le daba la apariencia de un encantador angelito chino. Audrey se asomó, pero no vio a sus amigos. Buscó entonces a un mozo que le bajara las maletas y les vio cuando ella y Molly ya estaban en el andén. No habían cambiado lo más mínimo. Violet lucía un vaporoso vestido blanco, una enorme pamela y un pañuelo de seda rosa alrededor del cuello, que ocultaba en parte una sarta de perlas del tamaño de unas bolas de naftalina. James vestía una camisa blanca y azul marino, unos holgados pantalones blancos y unas alpargatas azul marino que le conferían un aspecto más francés que británico.

Violet corrió a su encuentro y se detuvo en seco al ver a Molly.

– ¡Sombrero! -exclamó la chiquilla, señalando, fascinada, a Violet.

– ¿Y ésta quién es? -preguntó Violet sorprendida mientras James le indicaba al mozo dónde debía llevar las maletas.

– Quise decírtelo ayer por teléfono -contestó Audrey riéndose-, pero había tantas interferencias que no pude. Esta es mi hija Molly.

– Vaya, vaya -dijo Violet, agitando un dedo en dirección a Audrey en gesto de fingida amonestación-. Conque eso es lo que hiciste por allí. Desde luego, es preciosa… ¿Quién es el padre? -preguntó, inclinándose hacia adelante para acariciar el sedoso cabello negro de la niña. – Pues, en realidad, no estoy muy segura -contestó Audrey mientras su amiga la miraba asombrada-. Creo que un soldado japonés.

– No debes decírselo a nadie -dijo Violet, frunciendo los labios-. Di que es un famoso filósofo. O algún importante personaje del gobierno.

– Pero, bueno, ¿y ésa quién es? -preguntó James, mirando a la niña mientras se acercaba para abrazar afectuosamente a Audrey.

– Cariño, Audrey tuvo esta preciosa hija china -se apresuró a contestar Violet mientras la joven se reía.

Al final, ésta decidió salvar su reputación antes de que la cosa llegara demasiado lejos, pese a que ni James ni Violet parecían escandalizarse ante la posibilidad de que hubiera tenido una hija ilegítima. Le gustaba que fueran tan liberales.

– En realidad, su madre murió en el orfanato cuando yo estaba allí, y entonces decidí adoptar a Mai Li y llevármela a casa.

James acompañó a su amiga al automóvil mientras Violet jugaba con Molly y le hacía cosquillas.

– Tu abuelo se alegraría mucho -dijo Violet.

Audrey recordó la reacción inicial del anciano y el cariño que después le cobró a la niña a la que incluso nombró en su testamento, llamándola «mi bisnieta Molly Driscoll».

– Al final, se acostumbró a ella y la quería muchísimo. Violet la miró frunciendo el ceño mientras ambas se acomodaban en el lujoso Mercedes.

– Charles no nos habló de la niña cuando fue a verte en septiembre -dijo mirando ajames, mientras Audrey trataba de disimular su dolor.

Sin embargo, necesitaba saber con quién se había casado y por qué. Tenía que haber alguna explicación. Le parecía imposible que se hubiera enamorado repentinamente de otra y se hubiera casado con ella de la noche a la mañana. Él no era así, pensó, tratando de prestar atención a James y Violet. Llegaron a la villa y Audrey comprobó que ésta tampoco había cambiado. Le asignaron la misma habitación que la primera vez, que tenía una vista preciosa sobre el Mediterráneo, y le dieron a Mai Li la habitación contigua, a la que se accedía por medio de


una puerta de comunicación. Al fin, mientras contemplaban la puesta de sol desde la terraza, Audrey le preguntó a Violet por la chica que se había casado con Charles. Necesitaba saber algo acerca de ella. James estaba en el interior de la casa, abriendo unas botellas de vino para que éstas pudieran «respirar» antes de la cena. Le gustaba especialmente el Haut-Brion, que ellos solían llamar en broma O'Brien, y, sobre todo, el Mouton Rothschild. En la Costa Azul se comía y bebía muy bien, pero Audrey no pensaba en aquellos momentos en nada de todo eso.

– Charles no me habló de otra mujer cuando nos vimos en San Francisco -dijo en tono vacilante.

– Charlotte lleva dos años persiguiéndole -contestó lady Violet, observando que los ojos de Audrey se nublaban repentinamente-. No estarás todavía enamorada de él, ¿verdad, Audrey? -preguntó, apoyando una mano sobre la de su amiga. Hubiera sido absurdo disimular, porque Violet lo hubiera sospechado de todos modos, pensó Audrey mientras las lágrimas asomaban a sus ojos y empezaban a rodarle por las mejillas-. Oh, Audrey, cuánto lo siento… Y yo que te lo comuniqué tan bruscamente por teléfono. Pensé que ya todo había terminado entre vosotros. Charles así nos lo dijo con toda claridad cuando volvió de San Francisco.

– ¿Qué es lo que dijo? -preguntó Audrey, profundamente turbada.

– En realidad, no gran cosa. Sencillamente, que todo había terminado. Tú estabas definitivamente instalada allí y él tenía su propia vida. Y te aseguro que la vivió con mucha intensidad.

– Volvió a pedirme que me casara con él -explicó Audrey, mirando angustiada a lady Vi-, pero yo no podía acceder a su ruego, Violet. ¿Cómo hubiera podido dejar a mi abuelo? No hubiera sido justo. Le sugerí que se trasladara a vivir a San Francisco durante algún tiempo, pero él tampoco podía hacer eso, claro. Ambos estábamos atrapados por nuestras respectivas obligaciones.

– Y él se debió marchar muy ofendido, supongo -dijo Violet, que le conocía muy bien. -Se puso furioso. Le dolió y se enfadó, pero se negó a entender mis razones.

– Tienes que comprender, Audrey, que Charles nunca ha tenido responsabilidades de ningún tipo…, exceptuando la de su hermano. Pero, entonces, él era prácticamente un niño y aún no le había tomado afición a los viajes. Cuando te acostumbras a ellos, ya no puedes dejarlo. No creo que nunca consiga sentar la cabeza… Por lo menos, en el sentido que habitualmente se da a esa frase. Lo curioso es que viajar a ti te gusta tanto como a él.

Audrey sonrió y se enjugó las lágrimas con un pañuelo. Desde el comedor, James contempló a las dos amigas, pensando que formaban un cuadro delicioso. Se tomó una copa de kir y decidió no interrumpir sus confidencias.

– Y lo más triste -añadió lady Vi, incapaz de ocultar sus sentimientos. No se los ocultó ni siquiera a Charles, aunque éste no quiso creerla-, lo más triste es que no creo que Charlotte le quiera. Le quería, ¿cómo te diré?, como un objeto que ambicionaba poseer, una finca en el campo, un castillo, qué se yo. Creo que el hecho de casarse con Charles es para ella una especie de hazaña personal.

– Pero él debe de quererla -dijo Audrey, sonándose la nariz y enjugándose las lágrimas.

Le sentaría bien ser sincera con su amiga. Necesitaba hablar con alguien.

– Pues verás -contestó lady Vi, contemplando el sol poniente mientras se reclinaba con aire pensativo contra el respaldo de su sillón-, no estoy muy segura. Él lo cree y, desde luego, ella procura hacerle la vida agradable. Menos ponerle los zapatos, se lo hace todo. Te diré que incluso resulta desagradable.

– Yo, en cambio, no quise ceder ni un centímetro y me quedé junto al abuelo hasta el final.

– Eso no es ningún pecado -dijo lady Vi, todavía disgustada por el hecho de que Charles se hubiera casado con Charlotte Beardsley.

Lloró mucho durante la ceremonia de la boda, pero no porque estuviera emocionada. James le aconsejó que no se metiera en camisa de once varas, so pena de perder la amistad de Charlie, el cual parecía dispuesto a defender a la chica a capa y espada. Tal vez porque sabía que nadie lo hubiera hecho en su lugar.

– ¿Es muy guapa? -preguntó Audrey con cara de chiquilla desvalida.

– No -contestó lady Vi-. Graciosa más bien… o, mejor dicho, atractiva. Además, es elegantísima y viste a la última moda. Creo que su padre la ha mimado mucho. Y, naturalmente, están podridos de dinero -lady Vi lo dijo como si eso fuera la máxima abominación aunque, en realidad, se refería a que tenían dinero, pero les faltaba clase-. Charles dice que es una mujer muy hábil en los negocios. Incluso le ha vendido los derechos cinematográficos de dos de sus obras, lo que a Charles jamás se le hubiera ocurrido hacer.

– Parece una mujer muy adecuada para él -dijo Audrey-. ¿Es feliz? -preguntó por fin.

Lady Vi reflexionó un instante antes de contestar.

– No. Charles dice que sí, pero, si he de serte sincera, yo no lo creo. James me mataría si supiera que te lo he dicho, pero es lo que de veras pienso. Creo que se engaña. Quería casarse y, como la tenía constantemente revoloteando a su alrededor, pensó que sería lo más acertado. Pero no se le nota la menor emoción ni el menor entusiasmo. Cuando hablaba de ti, parecía que estuviera en el cielo o en el infierno. En cambio, ahora no hay nada de todo eso. Está muy apagado, por mucho que él diga que se lo pasa de maravilla. Aunque así fuera, ese matrimonio no puede durar. Me parece que, detrás de la máscara, Charlotte Beardsley es una chica muy difícil. Creo que hubo razones para que no se casara hasta ahora. Quería triunfar primero en el mundo de los negocios y lo consiguió. Después, quiso un marido y también lo consiguió. Ahora no sé qué hará con él. Le querrá convertir en una marioneta y Charlie no lo soportará. Le va a convertir en una fábrica de libros y películas para, de este modo, ganar montones de dinero. Es lo único que, en realidad, le interesa… No entiende las cosas que tanto os gustan a ti y a Charles, esta pasión por los viajes que os lleva hasta los más lejanos confines del mundo, aspirando los aro- mas más exóticos y tomando fotografías de gentes insólitas.

– Tomando fotografías, ¿de qué? -preguntó James, reuniéndose por fin con ellas mientras miraba recelosamente a su mujer.

Le había aconsejado que no hablara de Charles con Audrey. Era mejor no hurgar en las viejas heridas. Le constaba que Charlie aún era sensible al tema y tal vez Audrey también lo fuera. Al parecer, aquellas relaciones habían dejado una profunda huella en ambos. Lástima que no hubieran tenido un final feliz.

Ambas mujeres no volvieron a hablar de ello, pero las palabras de Violet quedaron grabadas en la mente de Audrey y ésta se dijo, una y otra vez, que ya no podía amar a Charles porque era un hombre casado.

Sin embargo, le parecía imposible no hacerlo. Recordaba las interminables horas de amor en el Orient Express y las salidas del sol en las montañas del Tíbet mientras ambos atravesaban el país en un diminuto tren. Se alegraba mucho de haber hecho aquellos viajes ya que, en caso contrario, ahora no podría vivir de esos recuerdos. Pensaba sin cesar en Charlotte que tanto se esforzaba en hacerle la vida agradable a Charles, que «revoloteaba constantemente a su alrededor». Y, sin embargo, eso no le parecía a Audrey razón suficiente para casarse; por lo menos, no para él. A no ser que se hubiera casado por despecho. Por la noche, tendida en la cama, Audrey pensó que de nada le serviría averiguar por qué se había casado Charles con Charlotte. Pero se había casado con ella y sanseacabó. Y ahora ella tenía que olvidarle.

Trató infructuosamente de quitárselo de la cabeza durante las deliciosas semanas que pasó en Antibes y se llevó una agradable sorpresa cuando conoció a Wallis Simpson y al príncipe Eduardo de Gales. Éste intercambió unas palabras con James, el cual presentó a Audrey a sus ilustres amigos en la creencia de que debía tener algo en común con la señora Simpson por ser ambas norteamericanas. Sin embargo, la señora Simpson se limitó a estrechar su mano en silencio. Audrey admiró su insuperable elegancia. Con su vestido de hilo, su perfecto peinado y su gracioso sombrero de paja, parecía recién


salida de una portada de Vague. Llevaba un maravilloso collar de perlas y Audrey observó que el príncipe de Gales la miraba arrobado cuando ambos se alejaron. El príncipe era un hombre extraordinariamente apuesto y a Audrey le encantó conocerle. Así se lo dijo a Vi y ambas comentaron el escándalo. La señora Simpson se había divorciado y todo el mundo se sorprendía del interés que manifestaba el príncipe por ella. Audrey esperaba poder ver también a los Murphy, pero no le fue posible hacerlo porque aquel año la tragedia se había abatido sobre ellos. En marzo perdieron a su hijo Baoth a causa de una meningitis y su otro hijo Patrick había sufrido una recaída en la tuberculosis.

Sin embargo, llegó a la villa otra pareja muy simpática. Ella era la baronesa Úrsula von Mann, compañera de internado de Vi y casada recientemente con un economista llamado Karl Rosen. Ahora la baronesa era «simplemente» Úrsula Rosen, o Ushi, tal como la llamaba todo el mundo. Tenía el cabello rubio, grandes ojos verdes, un rostro lleno de pecas y una risa contagiosa que estallaba cada ve2 que contaba las divertidas andanzas de sus familiares y amigos de Munich. Eran propietarios de un gran castillo y todos los años veraneaban en la Costa Azul, explicó, hablando con marcado acento alemán. Se encontraban en viaje de luna de miel y ya habían visitado Viena y París. En septiembre pensaban irse a Venecia y a Roma, y a continuación regresarían a Berlín donde Karl había fijado su residencia. El padre de Úrsula se empeñó en comprarles una casa enorme y, al parecer, se hallaba algo preocupado por el hecho de que Karl fuera judío. Los judíos se encontraban en una situación un poco delicada en Alemania, y el padre de Úrsula le había aconsejado que procurara no provocar a los altos jerarcas nazis cuando coincidiera con ellos en algún sitio. La baronesa tenía unas acusadas ideas antinazis que sólo podía expresar allí, en la Costa Azul. Sin embargo, nadie creía que Hitler se fuera a meter con los judíos prestigiosos. Al fin y al cabo Karl estaba en posesión del título de doctor, había escrito varios libros, enseñaba en la Universidad de Berlín y era un hombre muy conocido en Alemania. Por si fuera poco, resultaba muy divertido cuando bebía más champán de la cuenta, y los cinco se lo pasaron maravillosamente bien juntos. Al llegar la última semana de agosto, Audrey no sabía qué hacer. Pensaba pasar unos meses en Londres con Charles, pero ahora eso no sería posible.

– Vente a Venecia con nosotros -le dijo Ushi mientras ambas tomaban el sol en la galería.

Se había puesto el sombrero de paja de Karl y estaba preciosa.

– ¿En vuestra luna de miel? -dijo Audrey, riéndose-. Vamos, mujer. Apuesto a que Karl estaría encantado.

– Ja, pues, claro que lo estaría -tronó éste desde la puerta, acercándose a la silla de Ushi-. ¿Por qué no vienes con nosotros, Audrey?

– No puedo, Karl.

– ¿Y por qué no?

– Tenéis que estar solos. Es vuestra luna de miel.

– Podríamos hacer un ménage a trois, ¿ja? -le susurró él al oído.

– Nein -contestó Audrey, echándose a reír.

En aquel momento, se acercó un automóvil del que poco después descendieron dos personas. El hombre se encontraba de espaldas y la mujer era alta y delgada, lucía una enorme pamela y un vestido blanco con los hombros muy marcados. Audrey oyó voces inglesas mientras Vi les saludaba en el jardín y un criado trasladaba las maletas al interior de la casa. Vi no les había dicho que esperaban a otros invitados y Audrey no sabía si ofrecerles la habitación de Molly. A Vi no le importaba recibir amigos inesperados.

– ¿Sabes quiénes son? -preguntó Ushi. Audrey negó con la cabeza-. Yo tampoco -dijo la baronesa, mirando con una sonrisa a su nueva amiga-. Me alegro mucho de haberte conocido, Audrey… y también a Molly.

Ushi esperaba tener un hijo muy pronto. Tenía treinta y un años y Karl treinta y cinco, lo mismo que Vi y James. Habían acordado tener seis hijos y querían iniciar la tarea cuanto antes. A sus veintinueve años, Audrey era la más joven del grupo y a menudo le gastaban bromas por esta causa. En aquel momento, apareció Violet con una jarra de limonada y miró muy


nerviosa a Audrey. Ushi se dio cuenta de ello, pero no así Audrey, la cual siguió conversando con Karl mientras Violet les servía a todos de beber y los recién llegados salían a la galería. El hombre que acompañaba a la inglesa se desconcertó visiblemente al ver a Audrey. Al volverse a mirar, Audrey se quedó petrificada y soltó el vaso, el cual se rompió en el suelo, haciéndole un profundo corte en el pie. Todo el mundo se apresuró a ayudarla y Karl tomó una servilleta de damasco para restañar la sangre, pero ella pidió una toalla porque no quería estropear la preciosa servilleta de Violet.

– Vamos, Audrey, no seas tonta -replicó ésta, aplicando ella misma la servilleta a la herida mientras Audrey miraba a Charles.

– Hola, Charles -dijo la joven, tendiéndole una mano a su antiguo amante -. Disculpa que haya armado este desastre. No siempre soy tan torpe -añadió mientras todo el cuerpo se le estremecía. Nadie hizo las presentaciones y era tal la tensión en el aire que casi se hubiera podido cortar con un cuchillo-. ¿Cómo está usted? Soy Audrey Driscoll.

La alta y atractiva joven le estrechó la mano, muy seria.

– Soy Charlotte Parker-Scott, encantada de conocerla.

– Bueno, pues -dijo Violet, muy nerviosa-, ¿por qué no entramos un momento mientras limpian todo eso? Que todo el mundo se ponga los zapatos, por favor.

Había cristales esparcidos por el suelo y Audrey se avergonzaba de haber protagonizado aquel espectáculo. Tanto ella como Vi conocían el motivo y Ushi intuía que la llegada de aquel hombre le había producido a Audrey un profundo dolor. Sin embargo, nadie pudo leer la menor emoción en su rostro mientras entraba cojeando en la casa sostenida por Karl. Este se ofreció a llevarla en brazos, pero ella rechazó el ofrecimiento y se fue a su habitación para refrescarse un poco y ponerse una venda.

Vi fue a verla momentos más tarde y le dijo retorciéndose nerviosamente las manos:

– Audrey, no tenía la menor idea de que iba a venir… Debes creerme… Es muy propio de Charles presentarse así, por las buenas… No los esperábamos… -No te preocupes, Vi. Tarde o temprano, tenía que ocurrir.

– Pero no aquí donde tú viniste precisamente para olvidarle o, por lo menos, eso pienso.

– Puede que ésta sea la mejor cura. Una vacuna contra Charles Parker-Scott. -Mientras acercaba un paño húmedo a la herida del pie de Audrey, ésta miró tristemente a su amiga-. Es una chica muy guapa, Vi. Supongo que eso lo explica todo.

– No seas ridicula -dijo Violet, agitando una mano-. No es ni la décima parte de guapa que tú. Y es más fría que un iceberg. -En cuanto la vio, Audrey intuyó que era una mujer dura, calculadora e insensible-. Sólo se quedarán esta noche. Le dije a Charles que no pueden quedarse. No quiero que estés incómoda.

– No digas tonterías, Vi. Además, yo quería viajar un poco por ahí de todos modos. Ushi y Karl me han sugerido que los acompañe a Italia.

A Audrey no le apetecía ir ni le parecía acertado hacerlo, pero eso era mejor que quedarse en la villa. Los podía utilizar como excusa para marcharse y separarse de ellos al cabo de un par de días. Lo que no quería era quedarse allí, con Charlie y su mujer.

– Por favor, Audrey, te lo suplico… Se irán mañana, te lo juro.

Violet se compadecía con toda su alma del dolor de su amiga. Sin embargo, lo peor fue la expresión del rostro de Audrey cuando vio a Charlie. Era una expresión de angustia y desesperación absolutas. Llevaba escrita en la cara la magnitud de la pérdida, y Charlie se debió de dar cuenta. Por desgracia, también se la dio Charlotte, la cual lo estaba comentando con su marido, en la galería.

– No me dijiste que la encontraríamos aquí.

Sabía muy bien quién era Audrey y sospechaba lo mucho que debió de significar para su marido en otros tiempos. Lo adivinó cuando Charles regresó de San Francisco el año anterior y decidió aprovechar la ocasión. Ahora no quería que se reavivaran los recuerdos. Ella lo había conquistado y no pensaba perderlo.


– No tenía la menor idea de que pudiera estar aquí -le dijo Charlie, mirándola a los ojos-. Jamás lo pensé.

Le extrañaba que hubiera podido dejar al abuelo en Sao Francisco.

– Creo que deberíamos irnos a un hotel.

– No pienso huir de ella, Charlotte -contestó Charles en tono inflexible.

– Pues, yo no pienso vivir bajo el mismo techo que ella -dijo Charlotte, apretando los dientes-. Además, no me conviene ponerme nerviosa.

Charles exhaló un suspiro. Iban a ser unos seis meses y medio muy largos. Cada vez que ella le recordaba su estado, conseguía salirse con la suya, y Charlie no quería correr el riesgo de disgustarla.

– Probemos sólo por esta noche. Si nos resulta demasiado difícil, mañana nos iremos a un hotel. Te lo prometo. En cambio, si nos vamos ahora, todo el mundo se dará cuenta y pondremos a James y Vi en un apuro.

Charlotte era lo bastante inteligente como para no insistir. Permaneció de pie, estudiando a Charles en silencio, sobre todo, cuando Audrey salió de su habitación, luciendo un traje pantalón blanco de hilo a lo Marlene Dietrich. El blanco inmaculado de la prenda realzaba el intenso bronceado y el color cobrizo del cabello de la joven. Charles pensó que jamás la había visto tan hermosa. Dio media vuelta y entró en la casa para tomarse otra copa. Charlotte tenía tuzan. No iba a ser fácil.

Por la tarde, Audrey salió de compras con Ushi y Karl y, a la vuelta, se fue con Molly a la cocina para darle de comer. Las criadas de Vi se habían enamorado de la niña y se disputaban el privilegio de cuidarla, pero Audrey no quería dejarla muy a menudo. Le resultaba reconfortante volver a la antigua rutina de cortarle la carne de pollo a trocitos y mirarla sonriendo mientras ella se reía y jugaba al escondite con la servilleta. Molly era el único rayo de sol en su vida y siempre lo sería. La presencia de Charles le resultaba muy dolorosa. Por la noche, tuvo que hacer un esfuerzo para bajar a cenar. Puso especial esmero en arreglarse. A pesar de lo que dijera Vi, ella no podía competir con Charlotte. La esposa de Charles vestía prendas exquisitas y tenía un gusto impecable. A su lado, Audrey se sentía vulgar. Charlotte era una de aquellas mujeres que olían a dinero y poder, y de no haber sido por su brillante inteligencia, Audrey se hubiera sorprendido de que Charles la hubiera elegido por esposa.

– Estás encantadora esta noche, querida -le dijo James a Audrey al verla entrar en la estancia, luciendo un vestido azul de seda que dejaba al descubierto sus morenos hombros y hacía juego con el color de sus ojos.

James sabía que necesitaba un fuerte brazo en el que apoyarse y le ofreció el suyo cuando, poco después, pasaron al comedor. Violet la sentó lo más lejos posible de Charles e incluso invitó a unos cuantos amigos más. Quería que el grupo fuera lo más numeroso posible para que Audrey y Charles no se vieran obligados a estar juntos. La velada transcurrió sorprendentemente bien. Sólo Audrey y sus anfitriones sabían lo difícil que era para ella. Los demás no lo hubieran podido sospechar, excepto Charlotte que no le quitó el ojo de encima a su marido y estuvo toda la noche especialmente ingeniosa y encantadora como si quisiera decirle a Audrey que ella no estaba a su altura.

– Y usted, ¿a qué se dedica? -le preguntó malévolamente Charlotte durante una pausa en la cena.

– A cuidar de mi hija -contestó Audrey, esbozando una serena sonrisa sin que pudiera verse el temblor de sus manos.

– Qué bonito -dijo Charlotte.

Todo el mundo sabía que iba a ser la futura directora-gerente de la editorial Beardsley.

– No seas tan modesta, Audrey -terció Violet desde el otro extremo de la mesa-. Nuestra amiga es una fotógrafa extraordinaria -añadió, mirando con rabia a Charlotte mientras Charles bajaba los ojos.

Audrey recordó sus fotografías de madame Sun Yat-sen publicadas en el Times de Londres acompañando el artículo que él escribió.

Después, la conversación siguió por otros derroteros y no hubo más confrontaciones directas. Fue la velada más agotado- ra que jamás hubiera vivido, pensó Audrey, saliendo a la galería a tomar un poco el aire mientras los demás se quedaban dentro jugando a los acertijos. A James y a Vi les encantaba organizar juegos con sus invitados. Esta vez incluso se les unió Charlotte, la cual se estaba convirtiendo en el alma de la fiesta, todo el mundo quería jugar con ella por su habilidad en adivinar acertijos. La chica era extraordinariamente lista, lástima que le faltara un poco más de calor humano.

Audrey se sentó en uno de los cómodos sillones de mimbre y lanzó un suspiro, cerrando los ojos mientras echaba la cabeza hacia atrás a la luz de la luna. Se sobresaltó al oír a su lado el susurro de la vo2 de Charlie.

– No es fácil, ¿verdad, Aud?

Esta abrió los ojos y, al principio, no dijo nada. Después asintió en silencio con la cabeza.

– No hubiera tenido que venir -dijo la joven-. Ellos son tus amigos.

Era la primera vez que hablaba directamente con él. Ninguno de los dos quería disimular. Estaba clarísimo que ambos sufrían.

– Tú tienes tanto derecho como yo a venir aquí -dijo Charles, temiendo que Charlotte le viera hablando con ella y le organizara una escena más tarde. Charlotte le permitía hacer cualquier cosa, menos hablar con Audrey-. Hubiera tenido que llamar a Violet antes de venir… Nunca pensé…

La miró a los ojos, tratando de sentir la misma rabia que sintió hacía un año, pero ésta se había esfumado de repente y ahora sólo experimentaba tristeza.

– El abuelo murió en junio.

– Lo siento. -Era cierto. Charles sabía lo mucho que Audrey amaba al anciano. Lo sabía mejor que nadie. La joven se limitó a asentir en silencio. Luego, él hizo la pregunta que más temía-. ¿Por qué has venido?

– Para ver… ajames y Vi.

La vacilación duró tan sólo una décima de segundo.

– Me volví loco cuando regresé de los Estados Unidos el año pasado -dijo Charles, contemplando el agua iluminada por la luz de la luna.


Audrey no quería escuchar las palabras de su antiguo amante. Ya era demasiado tarde y todo le daba igual.

– No me debes ninguna explicación.

– Ah, ¿no? -Charles estaba un poco bebido, pero no lo bastante como para olvidar sus sentimientos y no ver lo guapa que estaba Audrey, ni estremecerse al mirar sus ojos azules-. A lo mejor, necesito dártela. Nunca pensé que volvería a verte. Creo que, durante algún tiempo, incluso llegué a odiarte. Charlotte fue muy buena conmigo. Aplicó bálsamo a mis heridas, me ayudó en mi trabajo, me salvó de la bebida, estuvo constantemente a mi lado como tú no quisiste estar. Me acompañó a la India y después a Egipto. Estuve allí seis meses, trabajando en mi próximo libro.

A Audrey le pareció ver unas lágrimas en sus ojos, pero no hubiera podido asegurarlo porque había poca luz.

– Fue maravillosa y me gustó -añadió Charles en tono de disculpa-. En realidad, me sigue gustando mucho -se volvió a mirar a Audrey y ésta vio entonces que estaba considerablemente bebido. Pero no importaba-. Lo malo, Audrey, es que no la quiero.

La joven se escandalizó al oír esas palabras. No quería escuchar lo que él le iba a decir, no tenía ningún derecho a tenerlas a las dos… Sin embargo, antes de que pudiera interrumpirle, Charles prosiguió diciendo:

– Se lo dije antes de casarnos. No soy tan depravado como para fingir un amor que no siento, ni tan valiente como para disimularlo. Ella me dijo que no le importaba. No esperaba amores románticos y apasionados, sólo lealtad y amistad. Y somos amigos. Muy buenos amigos. Charlotte me gusta – repitió Charles, y Audrey se sorprendió de lo que había hecho. Le parecía una locura. ¿Por qué se había casado con ella? Él mismo contestó a la pregunta-. No me hubiera casado con ella sólo por eso, ¿sabes? Eso no basta, por mucho que Charlotte lo crea. Tú y yo lo sabemos muy bien, ¿verdad?

Hablaba como con amargura y Audrey se levantó. No quería seguir oyéndole decir que no amaba a su mujer porque eso aún hacía más dolorosa la situación.

– Lo malo es que se quedó embarazada cuando estábamos en


Egipto. Debió de suceder hacia el final de nuestra estancia – dijo Charles, mirándola angustiado.

Audrey no supo si el corazón se le iba a partir o si le dolería para el resto de su vida.

– Está sólo de dos meses y medio. Aún no se nota. Nadie lo sabe y ella no quiso abortar. -Parecía tan desdichado que Audrey no pudo reprimir las lágrimas por más tiempo-. O sea que tendremos un hijo, seremos amigos y seguiremos siéndonos muy leales el uno al otro. Charlotte convertirá mis libros en grandes éxitos editoriales, por más que eso a mí me importe un bledo. Supongo que será bonito tener un hijo… -añadió, pensando en su hermano Sean.

De repente, se volvió, se acercó a Audrey y le acarició un hombro con las yemas de los dedos.

– Quería que supieras por qué. Aunque me enojé mucho contigo, quería que supieras que te amo. Con todo mi corazón.

Mientras las lágrimas rodaban lentamente por las mejillas de Audrey, Charles se inclinó para darle un beso y después dio media vuelta y se reunió con los demás invitados.

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