CAPÍTULO XLIV

Los últimos días del embarazo fueron una auténtica pesadilla para Audrey. Charlie ya estaba casi completamente restablecido y el hecho de permanecer en casa sin hacer nada le ponía nervioso. La desaparición de James había espoleado su interés por volver a la guerra y hacer algo de provecho. Violet se mostraba mucho más inquieta que al principio pese a empeñarse en creer que James estaba vivo en alguna parte. No quería abandonar la esperanza hasta que alguien le dijera con certeza que su marido no había sobrevivido a su misión. Sin embargo, esta posibilidad le parecía cada vez más remota.

Los niños se habían adaptado poco a poco a la realidad, aunque la incertidumbre también pesaba sobre ellos. Era un poco difícil decirles que su padre estaba provisionalmente ausente de sus vidas. Todos le echaban muchísimo de menos.

Audrey estaba tan gruesa que apenas podía moverse y, para empeorar las cosas, en junio tuvieron que soportar una terrible ola de calor. Se sentía como una montaña con dos patas y por la noche le costaba respirar. El niño daba patadas y la empujaba desde dentro. Cuando ya pasaban dos semanas de la fecha de julio prevista para que se produjera el parto, aún seguía esperando. El médico dijo que eso no tenía nada de extraño y le aconsejó que diera largos paseos y durmiera mucho, cosas ambas bastante difíciles en su estado, aunque Charles y Vi la obligaban a salir.

– No pienso dar ni un solo paso más, ¿os habéis enterado? – les dijo Audrey cuando ya pasaban diecisiete días de la fecha prevista, un día en que los tres daban un paseo por las verdes colinas. La inminente llegada del niño era lo único que equilibraba el terrible dolor que todos sentían por James-. ¡Me vais a tener que llevar a rastras! ¡Primero, me hacéis comer como

una bestia y, después, me sacáis a dar un paseo muy largo! ¡Ya me he cansado! -exclamó, sentándose sobre una roca-. Tendréis que ir por un camión si queréis llevarme a casa -añadió, y Charles se reía.

– Tendrá que ser un camión gigante -dijo éste mientras Audrey le daba un manotazo.

Sin embargo, estaba muy cansada y le dolía mucho la espalda cuando volvieron a casa. Vi le ofreció una botella de agua caliente y ella le dijo que se le había indigestado la comida y le dolía mucho la espalda como cuando uno tiene la gripe.

– ¿De veras? -dijo Violet, mirándola con aire triunfal. Más tarde, ésta le comunicó a Charles el inminente nacimiento de su hijo.

– ¿Ahora mismo quieres decir? -le preguntó él, aterrado-. ¿Ya ha empezado el parto?

– No, no… -contestó Violet sonriendo, aunque sus ojos ya nunca sonreían como antes-. Pero reconozco algunos de los signos precursores. No falta mucho.

– Ya era hora -exclamó Charlie, exhalando un suspiro de alivio.

Sin embargo, se inquietó un poco cuando Audrey empezó a reorganizar aquella noche el cuarto del bebé en lugar de acostarse, señalando que faltaban algunas cosas. Finalmente, Audrey se fue a la cama pasada la una de la madrugada, cuando Charles ya estaba durmiendo. Sin embargo, no encontraba una posición cómoda y tuvo que levantarse y empezar a pasear por la habitación. El dolor de espalda se había intensificado y sentía molestias en todo el cuerpo. Decidió tomarse un baño caliente, pero no le sirvió de nada. Mientras permanecía sentada en la bañera, sintió una fuerte contracción que la dejó sin aliento. Ella creía que todo empezaría con suavidad, tal como decían los libros. Cuando desapareció el dolor, pensó que lo había imaginado. Pero cuando ya se encontraba mejor y estaba a punto de salir de la bañera, experimentó una fuerte punzada que la obligó a agarrarse a los grifos para no gritar o para no perder el equilibrio. Salió rápidamente de la bañera y se envolvió en una toalla para llamar a Charles, pero entonces rompió aguas sobre el suelo del cuarto de baño y el pánico se apoderó de ella. Las cosas no hubieran tenido que ocurrir de aquella manera, pensó. Todo tenía que suceder con orden y tranquilidad, en un crescendo, cuya culminación sería el nacimiento de un niño que colocarían inmediatamente en sus brazos. Procuró no pensar en el terror que experimentó cuando abortó.

En cuanto pudo, fue a despertar a Charles. Eran más de las cuatro de la madrugada.

– Creo que ya ha llegado el momento -le dijo, asustada-. Charlie…, tengo miedo… -añadió, tendiéndole una mano.

– No hay por qué tenerlo -Charlie se incorporó y la miró con dulzura-. Todo irá bien, cariño. Ahora mismo me visto. Tú quédate aquí sentada y después te ayudaré a vestirte. -En aquel momento, Audrey sintió otra contracción y se asió de un brazo de su marido, tratando de respirar hondo para contrarrestar los efectos del dolor. Charlie se sorprendió de ver lo mucho que sufría-. ¿Desde cuándo te ocurre? -preguntó, sorprendiéndose de que no le hubiera despertado antes.

– Sólo he tenido unos cuantos dolores como éste, pero son… ¡Oh, Dios mío, Charlie…! -dijo Audrey, que apenas podía hablar mientras su esposo la ayudaba a acostarse, mirándola con inquietud.

– Avisaré al médico.

– No me dejes.

Audrey acababa de experimentar una nueva contracción. Parecía increíble que ya estuviera con los dolores del parto al cabo de tan sólo media hora.

– Llamo al médico y vuelvo en seguida.

Por el camino, Charlie llamó a la puerta de Vi y le explicó lo que pasaba. El médico contestó con voz adormilada y le dijo que se reuniría con ellos en el hospital. Al regresar a la habitación, Charlie vio a Audrey incorporada en la cama con las piernas dobladas y separadas, asiendo con fuerza las manos de Vi.

– Tenemos que llevarla al hospital -dijo Charlie, mirando a Vi, quien lo consideraba buena idea, aunque no dijo nada. Charlie corrió al cuarto de baño con los pantalones, la camisa y

los calcetines y volvió a salir lo suficientemente vestido como para poder acompañar a su mujer al hospital. Se puso los zapatos y añadió-: Voy a poner el automóvil en marcha. Audrey le hizo señas de que no se fuera. Charles se acercó de nuevo a la cama y la miró a los ojos, compadeciéndose de su dolor.

– Vuelvo en seguida, te lo prometo…

– No… No te vayas… No puedo ir.

– Me parece que ya es demasiado tarde -dijo Violet sin querer asustarle-. Llama al médico y dile lo que pasa. Quizá pueda venir aquí.

– ¿Y que nazca el niño en casa? -preguntó Charlie, horrorizado-. ¿Y si ocurriera algún percance?

Prefería llevarla al hospital, pero algo en los ojos de Vi le dijo que era mejor hacerle caso. Una hora más tarde de que se hubieran iniciado los dolores del parto, Audrey empezó a gritar. Charlie corrió al teléfono y pilló al médico en el preciso momento en que iba a salir. El médico dijo que salía inmediatamente hacia la mansión Hawthorne. Cumplió su palabra y se plantó allí en quince minutos. Para entonces, Audrey tenía el rostro bañado en sudor y había perdido totalmente el control; asía las manos de Charlie y de Vi mientras la cabeza del niño empujaba hacia abajo.

El médico entró en la habitación, se acercó a la cama y miró a Audrey a los ojos con la cara muy seria. Después le habló en un tono enérgico no exento de suavidad.

– Escúcheme bien. Su hijo está a punto de nacer. ¡Escúcheme! Quiero que respire hondo… -le dijo, estudiando sus ojos mientras se iniciaba la siguiente contracción-. ¡Ahora! ¡Respire! -añadió, tomando una mano de la parturienta-. ¡Respire! Jadee… Jadee… Como un perro… ¡Eso es! -gritó el médico mientras Charlie le observaba fascinado.

Audrey hizo lo que le mandaban y esta vez, al finalizar la contracción, se sintió mejor. El médico le ordenó que respirara hondo y cerrara los ojos y, cuando vio que se iniciaba una nueva contracción, le pidió que hiciera lo mismo que antes. Audrey parecía más tranquila.

– Ahora la voy a examinar -anunció el médico, rogándole a Charles que la sostuviera por los hombros. El dolor que le produjo la exploración hizo que Audrey volviera a perder el control de sí misma-. No tardará mucho en nacer el niño -le dijo el médico a Charles.

Audrey se pasó cinco minutos jadeando, empujando y gritando hasta que, de repente, el médico se inclinó hacia ella y, al término de uno de sus gritos más desgarradores, soltó un gruñido de satisfacción y miró brevemente a Charlie. La cabeza del niño ya estaba empezando a asomar entre las piernas de su madre.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Charlie-. ¡Ya está aquí, cariño! ¡Es precioso! -dijo, llorando de emoción mientras el médico giraba los pequeños hombros para extraer el resto del cuerpo.

Al cabo de unos instantes, la criatura ya se encontraba sobre el vientre de su madre. Charlie acarició suavemente al hijo que tanto deseaba y él y Audrey se echaron a llorar, mirando a Vi que también lloraba y reía a la vez. Era la criatura más bonita que jamás hubiera visto, y así se lo comunicó al médico.

– Nuevos métodos… para un arte muy antiguo -dijo el médico, mirando con una sonrisa a Audrey y al pequeñuelo-. Lo ha hecho usted muy bien, señora Parker-Scott. El doctor Dick-Red estaría muy orgulloso de usted.

El médico llevaba algún tiempo utilizando con enorme éxito los métodos de aquel investigador.

Audrey les dirigió una radiante sonrisa de felicidad mientras Charlie le acercaba el niño al pecho para que empezara a mamar. Una hora más tarde, Audrey ya estaba limpia, peinada y arreglada en la cama, mientras Charlie, sentado a su lado, contemplaba el milagro que acababa de nacerles. El niño tenía un suave cabello rojizo, muy parecido al de su madre, y unos ojos enormes, pero, en conjunto, se parecía más bien a Charlie. La escena era tan tierna que Vi prefirió retirarse discretamente. Casi no podía soportar verles tan encariñados…, ahora que James estaba ausente. Se avergonzó inmediatamente de pensarlo porque se alegraba mucho por ellos. Eran las seis de la mañana de un azul y soleado día de julio en el que los pájaros del jardín parecían cantar con más entusiasmo que nunca.

Vi salió por la puerta de la cocina y vio alejarse el automóvil

del médico. Después observó que se acercaba un viejo vehículo con un hombre al volante. Se preguntó quién sería y, de repente, le dio un vuelco el corazón. ¡No era posible! ¡No era posible! Audrey y Charlie la oyeron gritar desde el dormitorio. Charles bajó a toda prisa para ver qué ocurría. Vio la puerta de la cocina abierta y descubrió a Violet inmóvil en el jardín, tapándose la boca con una mano mientras James descendía del automóvil y se la quedaba mirando como si fuera una aparición…, la mujer con la que había soñado durante tres meses cuando consiguió huir de Francia con la ayuda de la Resistencia. Lloró sin poderlo evitar mientras se acercaba a ella renqueando. Había perdido un brazo, pero a ninguno de los dos le importaba. ¡Estaba vivo! ¡Vivo!

Charlie contempló la escena en silencio y dio media vuelta para regresar junto a Audrey. Entró en la habitación con los ojos llenos de lágrimas y ella intuyó en el acto que había ocurrido algo.

– Charlie, ¿qué ha pasado? -preguntó, incorporándose en la cama.

Charles no tenía palabras para expresarlo. Su hijo y su amigo más querido habían llegado casi al mismo tiempo.

– Es James… -dijo llorando de emoción-. Está aquí.

Audrey apoyó la cabeza en la almohada y empezó a sollozar muy quedo, sosteniendo al niño en los brazos. Sus plegarias habían sido escuchadas. Vi tenía razón. James estaba vivo… y había vuelto a casa.

– Gracias a Dios -dijo, tomando una mano de Charles mientras ambos agradecían en silencio los dones recibidos.

James tardó un buen rato en subir a verles. Los cuatro rieron y lloraron a la vez en medio de una emoción indescriptible. Más tarde, despertaron a los niños y éstos lloraron, brincaron y gritaron alrededor de James mientras el pequeño James y Alexandra abrazaban a su padre, y Molly danzaba a su alrededor y miraba después a hurtadillas a su hermanito recién nacido. Fue un día inolvidable para todos en el que Charles y Audrey decidieron añadir un nuevo nombre a su hijo. Era un niño precioso… y se iba a llamar James Edward Anthony Charles Parker-Scott.

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