CAPITULO XXXIII

Iban juntos a todos los acontecimientos sociales. Charles la presentó a todos sus amigos y éstos la recibieron con los brazos abiertos, alegrándose de que, al final, se hubiera librado de Charlotte Beardsley. Asistían a fiestas, óperas y bailes, y hasta un día, Audrey acompañó a Charlie a un baile de disfraces en el que se tropezaron con Charlotte, vestida de Caballero de la Rosa con unos pantalones de raso que le conferían un aspecto muy hombruno, tal como perversamente comentó lady Vi. Charles empezaba a cansarse de que ella se aprovechara tanto de su apellido. En todas partes la llamaban Charlotte Parker-Scott y, por el momento, no parecía que fuera a concederle el divorcio en un cercano futuro. Por Navidad, Audrey y Charles se instalaron en su nueva casa, a sólo cinco manzanas de la de Vi y James. En Nochebuena, organizaron una fiesta de inauguración que se prolongó hasta las ocho de la mañana siguiente.

Tres semanas más tarde, murió el rey Jorge a quien sucedió el apuesto Eduardo VIII, de cuarenta y un años. Audrey recordó con emoción el encuentro de hacía unos meses en la Costa Azul con el que, en aquellos momentos, acababa de convertirse en el rey de Inglaterra. Se preguntó cómo terminaría ahora su idilio con Wallis Simpson, la divorciada norteamericana que solía acompañarle a todas partes. Sin embargo, lo que se toleraba en un príncipe no estaba permitido en un rey, por cuyo motivo las cosas no iban a ser fáciles. Los ingleses eran completamente contrarios a las relaciones del rey con una mujer divorciada.

No obstante, el mayor interés del país se centraba en el avance de Hitler en Renania que había tenido lugar en primavera. Charlie y Audrey recordaron de nuevo sus viajes por Europa y, tras enviar una docena de cartas a Ushi sin recibir respuesta, Audrey decidió llamar a sus padres y se quedó de piedra al oír la explicación que le dieron.

– Está en un convento de Austria, querida -le dijo el padre, hablando con voz apagada.

Alemania ya no era un lugar agradable en el que vivir. Cuando Audrey solicitó la dirección de Ushi, el barón le dijo que sería inútil dársela. Había ingresado en un convento de clausura en el que no podía recibir correspondencia de nadie, ni siquiera de sus padres, los cuales no podían establecer ningún contacto con ella. Había renunciado por completo al mundo. Audrey se conmovió profundamente al saberlo. Aquella tarde, cuando llevó a Molly a dar un paseo por el parque, no consiguió apartar de su mente los recuerdos. Evocó los deseos de Ushi de quedar embarazada. Deseaban tener seis hijos… Pero ahora Ushi era una monja de clausura y nadie volvería a saber jamás nada de ella. Aquella misma tarde, fue a ver a Vi para contárselo y ésta se impresionó también muchísimo. Era terrible que perdiera allí dentro toda su juventud, su encanto y su belleza. Al recordar el amor que le profesaba Ushi a Karl, Audrey comprendió que la vida no tuviera para ella ningún sentido sin él. Hasta cierto punto, le recordaba lo que ella sentía por Charlie. Éste y Molly eran ahora toda su vida. A veces, le resultaba difícil recordar que, oficialmente, Charlie aún estaba casado con otra. Tenía la sensación de haber vivido siempre con él. Había olvidado casi por completo que alguien se había interpuesto entre ellos, aunque eso ya no tuviera ahora la menor importancia.

– ¿Te molesta mucho esta situación, Aud? -le preguntó Violet, un día.

Audrey le contestó sinceramente que no.

– Supongo que me tendría que molestar bastante. Es curioso, pero, como a la gente no le importa, pues, a nosotros tampoco. Lo malo es que no podemos tener hijos, aunque Molly nos tiene muy ocupados.

Violet sonrió al oír esas palabras. Molly era la niña más encantadora del mundo y ella la quería tanto como a sus propios hijos.

Audrey le sacaba cientos de fotografías, y lo mismo hacía con Alexandra y con el pequeño James. Charles trabajaba ya en un nuevo libro. No había querido trasladarse a los Estados Unidos para discutir los detalles de un nuevo contrato cinematográfico con la esperanza de desanimar a Charlotte, pero ésta se encargó de todo en su nombre y le permitió ganar una pequeña fortuna, pensando que con eso le impresionaría. Sin embargo, se equivocó porque Charles no mostró el menor interés por el asunto. Sólo quería a Audrey y a la pequeña Molly, que le llamaba papá para gran deleite suyo.

El año pasó volando sin que Charlotte se diera por vencida. Por su parte, Charles y Audrey proseguían sus actividades como si no tuvieran ningún problema. Audrey quería encargarse de la parte gráfica del nuevo libro de Charles y, entretanto, ambos seguían con mucha atención los acontecimientos mundiales. Había sido un año lleno de siniestros presagios porque Hitler extendía sus tentáculos en todas direcciones. Roma y Berlín suscribieron un acuerdo en otoño y, en noviembre, Hitler llegó también a un pacto con el Japón por el cual ambos países se comprometían a unir sus fuerzas contra Rusia si fuera necesario.

Sin embargo, fue en diciembre cuando se produjo el acontecimiento más inesperado; y sus consecuencias eran mucho menos importantes que las intrigas políticas de Adolf Hitler. No obstante, como el resto del país, Audrey escuchó el 10 de diciembre desde su cocina, mientras Molly jugaba con su muñeca preferida, el impresionante mensaje del rey Eduardo a través de la radio.

Las lágrimas le rodaron lentamente por las mejillas mientras oía al hombre que ella conociera en Antibes acompañado de Wallis Simpson, pronunciando las palabras que iban a sacudir no sólo a la nación sino al mundo entero. «Me resulta imposible cumplir mis deberes como rey… sin la ayuda y el apoyo de la mujer a la que amo…» Abandonar un reino. ¿Qué más se le podía pedir a un hombre?

Audrey pensó por un instante en la suerte que tenían ella y Charles por quererse tanto el uno al otro, y a continuación evocó el recuerdo de la mujer que le habían presentado en la Costa Azul, preguntándose qué habría en ella capaz de inspirar

semejante amor. El rey habló con voz apesadumbrada. Al cabo de menos de un año de permanencia en el trono, iba a abdicar para casarse con una norteamericana dos veces divorciada.

Aunque no fuera su rey, Audrey se conmovió al pensar en las angustias que debió de sufrir antes de adoptar esa decisión. En cierto modo, la situación era un poco parecida a la que vivían ella y Charles a causa de la actitud de Charlotte: ambos habían optado por vivir juntos a pesar de no estar casados… Sin embargo, su vida era mucho más sencilla que la del rey Eduardo y de la señora Simpson.

Finalizado el mensaje, Audrey permaneció de pie en la cocina contemplando a la niña mientras pensaba en lo que acababa de hacer aquel hombre: abandonar su reino por la mujer a la que amaba. Jamás lo podría olvidar, pensó, mientras trataba de imaginar lo mucho que el rey debía querer a aquella mujer.

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