CAPITULO XXX

El teléfono sonó en Antibes poco después de las seis de la mañana siguiente y James extendió un bra2o por encima de la cabeza de Violet para tomarlo.

– ¿Qué hora es? -preguntó la mujer en voz baja, mirando hacia el reloj que no podía ver.

Acababa de amanecer, pero ellos sólo llevaban dos horas acostados y, además, habían bebido demasiado champán. Char-lie y Charlotte aún estaban en la casa, pero, a pesar de la creciente antipatía que ésta le inspiraba, Violet prefería no preocuparse por ello. James no imaginaba quién podía llamarles a semejante hora, mientras se incorporaba en la cama.

– ¿Diga? ¿Diga? – hubo una larga pausa y James frunció el ceño; después-: ¿Audrey? ¿Qué ocurre? -James la oyó llorar en el otro extremo de la línea y sospechó inmediatamente que le había ocurrido alguna desgracia-. ¿Has tenido un accidente? – a Violet le dio un vuelco el corazón al pensar en la niña-. Oh, Dios mío… Oh, no… -exclamó James, mirando, aterrado, a su mujer.

– ¿De qué se trata, James? ¿Qué le ha pasado? -preguntó Violet.

Él le hizo señas de que se callara y siguió hablando. La comunicación era muy defectuosa, pero James no se atrevía a decirle a Audrey que repitiera las palabras porque la notaba muy alterada. Necesitaba hablar con alguien y James y Vi eran las únicas personas a las que podía llamar.

– ¡Dios mío, qué espanto…! ¡Pobre chica…! ¿Cómo está ahora?

– Oh, James… -dijo Violet, echándose a llorar en la certeza de que a Molly le había ocurrido un terrible percance.

James la tomó de una mano para tranquilizarla y luego sacudió la cabeza en silencio y le comunicó en voz baja: -No… es… la… niña…

– ¿No? -preguntó Violet, asombrada. Entonces, ¿de quién se trataba?

– ¿Dónde estás? ¿Quieres volver? Nosotros regresamos a casa dentro de unos días. Te sentaría bien volver aquí, Aud. De acuerdo, pero, por lo que más quieras, márchate cuanto antes. Espéranos en nuestra casa de Londres. Dame tu número de teléfono. Procura dormir un poco, Vi y yo llamaremos dentro de unas horas. ¿Quieres hablar ahora con ella? -preguntó James, volviéndose a mirar a su mujer-. Muy bien, pues, ya se lo diré. Aud… -añadió con los ojos llenos de lágrimas y la voz quebrada por la emoción-. Dile que lo sentimos con toda el alma -tras colgar el teléfono, James miró a su esposa en silencio. No sabía cómo decírselo. Al final, exhaló un suspiro y procuró no perder la calma-. Han matado a Karl.

Era una manera muy directa de decírselo, pero prefería informarla de golpe.

– ¡Oh, Dios mío, James! -exclamó Violet, horrorizada-. ¿Quién ha matado a Karl? ¿Y cómo está Ushi? ¡Oh, no! -gritó, rompiendo a llorar mientras James la rodeaba con un brazo.

– Los nazis. Le sacaron del tren a la fuerza, le encarcelaron y le pegaron un tiro. Al parecer, han aprobado una absurda ley por la cual se castiga con pena de muerte a cualquier judío que mantenga relación sexual con una persona de raza aria, tanto si están casados como si no. ¿Habráse oído jamás cosa igual? Están locos.

Pero lo peor era que habían matado a Karl Rosen.

– Oh, Dios mío -fue lo único que acertó a decir Violet, llorando en brazos de su marido.

Después, bajaron a tomarse un café y aún seguían allí sentados cuando Charlie bajó a las ocho. Estaba muy serio y tenía un poco de resaca, pero, al mirarles, comprendió que había ocurrido algo.

– ¿Qué fue esta llamada telefónica que oí alrededor de las seis? -preguntó mientras James le miraba en silencio y Vi se echaba a llorar-. ¡Oh, Dios mío…! ¿Qué pasa, Vi?

Mientras se sentaba, James le explicó lo ocurrido.

– ¡No puede ser! ¡No es posible que hagan eso! -dijo Char-lie, levantando la voz sin querer. Los Rosen eran tan felices y estaban tan enamorados el uno del otro-. Esta gente ha perdido el juicio.

– Desde luego.

– ¿Cómo está Ushi?

– Supongo que muy mal -contestó James-. Por lo menos, a ella no le han hecho nada. Se dirigían a Berlín, pero ahora está con sus padres en Munich. Audrey la acompaña.

– ¿Qué hace Audrey allí? -preguntó Charlie, turbado. No quería imaginársela en aquella situación y lamentaba con toda su alma que hubiera sido testigo de aquel horror.

– No lo pregunté, pero supongo que viajaba con ellos.

– ¿Cómo está?

– Muy trastornada, como es lógico. Le dije que la llamaríamos dentro de unas horas.

Charles asintió y se vertió un poco de whisky en el café, ofreciéndole lo mismo a James. Era algo temprano para beber, pero ambos lo necesitaban. Vi decidió, asimismo, tomar un poco precisamente en el momento en que Charlotte entraba en la estancia, luciendo un precioso salto de cama de raso blanco.

– ¿Qué ocurre? Todos nos hemos levantado hoy muy temprano – dijo Charlotte, esbozando aquella sonrisa suya tan fría y profesional.

Parecía que estuviera siempre sentada detrás de un escritorio.

Charlie la miró con tristeza mientras tomaba un sorbo del fuerte brebaje.

– Los nazis han matado a Karl Rosen.

– ¡Qué espanto! -exclamó Charlotte, horrorizada.

A continuación, los cuatro se pasaron horas hablando sin cesar de lo ocurrido. Charlotte tenía unas ideas muy claras sobre la política alemana y consideraba a Hitler mucho más peligroso de lo que creía la gente, en lo cual todos estaban de acuerdo con ella, aunque, en realidad, ya nada importaba. Karl había muerto y nadie conseguiría arreglarlo.

Por la tarde, James y Vi llamaron a Audrey y ésta les comunicó que aquella misma noche tomaría el tren para dirigirse a Londres. Los nazis se habían negado a devolver los restos de Karl para ser enterrados y, por consiguiente, no habría funeral. Por otra parte, Ushi se hallaba en tal estado que la joven consideraba oportuno dejarla sola en compañía de su familia. No podía hacer nada por nadie y era mejor irse discretamente. Prometió llamar a James y Vi al día siguiente en cuanto llegara a la casa de éstos en Londres. En Antibes, todos estaban muy tristes y aturdidos. James y Vi salieron a dar un largo paseo por la playa, mientras Charles se quedaba sentado en la galería y Charlotte descansaba en su habitación. Cuando se reunieron a la hora de cenar, Vi observó que Charlotte no tenía buena cara.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó.

Sabía cuan molestos podían ser los primeros meses de embarazo y se compadecía de ella muy a pesar suyo. Charlotte se encogió de hombros y trató de sonreír.

– No es nada. Debo de haber comido algo que no me sentó bien.

Se había pasado toda la tarde vomitando y Charlie se llevó un susto cuando entró en la habitación para recoger algo y la sorprendió de rodillas delante del excusado. Le preparó un té flojo, pero también lo vomitó. Charlie confiaba en que no se pasara todo el embarazo en aquel estado. Era la primera vez que Charlotte se encontraba mal desde que le comunicara la noticia.

– No creo que sea nada de todo eso, querida Charlotte -dijo Violet sonriendo-. Eso me pasa siempre a mí durante los tres o cuatro primeros meses del embarazo. Las tostadas y el té son el único remedio, aunque a veces ni eso da resultado.

– Pues, yo creo que ha sido la comida -dijo Charlotte, molesta por el hecho de que Violet estuviera al corriente de su embarazo.

Sin embargo, ésta se limitó a mirarla con aire de experta.

Aquella noche, Charlotte apenas comió y se fue inmediatamente a la cama. Violet dijo que ella y James regresarían a Londres cuanto antes para reunirse con Audrey aunque, como era natural, los Parker-Scott podrían quedarse en Antibes todo el tiempo que quisieran.


– En realidad, nosotros también nos vemos obligados a irnos. Charlotte tiene que regresar y yo tengo que escribir un libro -dijo Charles.

Tenían previsto realizar un safari en África, pero después no pudieron compaginarlo con su trabajo y se conformaron con pasar unas semanas en la Costa Azul; sin embargo, ya había llegado la hora de reanudar sus habituales actividades. La muerte de Karl había marcado el final de sus ensueños estivales. Lo único que a Charlie le preocupaba en aquellos instantes era la súbita indisposición de Charlotte. Tras tomar una última copa con James, Charles regresó a su habitación y encontró a Charlotte gimiendo en el suelo del cuarto de baño, con la cabeza apoyada en la taza del excusado.

– Charlie…, -dijo Charlotte que apenas podía hablar-. Me encuentro… muy mal.

Charles temió inmediatamente que fuera un aborto y estaba a punto de llamar a Violet cuando ella le indicó por señas que se acercara y se señaló el lado derecho del vientre.

– Aquí.

– ¿Quieres que llame a un médico? -le preguntó Charlie.

Pensó que algo terrible le ocurría a Charlotte y, sin aguardar siquiera su respuesta, dio media vuelta y llamó a la puerta del dormitorio de James y Violet.

– ¿Sí? -contestó Vi desde dentro. Charles entró y les sorprendió hablando de la pesadilla de Ushi y Karl-. ¿Ocurre algo, Charles?

– Charlotte se ha puesto muy mal y dice que le duele mucho el vientre. Yo no sé nada de todo eso -contestó Charles, mirando a Violet con impotencia-, pero creo que tendría que examinarla un médico inmediatamente. Me parece que convendría llevarla al hospital. -Vi se puso la bata y salió al pasillo sin decir nada. Dirigiéndose a su viejo amigo, Charles añadió-: Creo que no hubiéramos debido hablar tanto de Karl. A veces, me olvido de que está embarazada.

Se atusó nerviosamente el cabello con una mano mientras aguardaba el regreso de Violet.

Ésta volvió al cabo de poco rato y miró muy preocupada a James. -Creo que sería mejor llamar al doctor Perrault.

– ¿Es un aborto? -preguntó Charlie, horrorizado. No hubieran tenido que hablar tanto de aquellas cosas tan horribles por muy fuerte que su esposa pareciera-. ¿Le duele mucho?

– No te preocupes, Charles -contestó Violet, mirándole con simpatía-. Los problemas de las mujeres parecen a veces más tremendos de lo que son. La llevaremos al hospital y mañana ya estará bien.

Mientras la acompañaba al automóvil, a Charles no le parecía posible que su esposa vomitara de aquella manera. La envolvieron en una manta y James se puso al volante, Charles se sentó a su lado y Violet se acomodó en el asiento de atrás, sosteniendo una mano de Charlotte. Charles se volvió a mirar a su mujer y se sintió culpable de no tenerle más cariño. Era como si estuviera contemplando a una desconocida. James tomó hábilmente las curvas de la carretera mientras Charles le instaba a que acelerara. En cuanto llegaron al hospital de Cannes, Charlie entró y volvió a salir con dos camilleros que colocaron a Charlotte en una camilla y la llevaron dentro inmediatamente. Los tres la siguieron y en seguida se toparon con el doctor Perrault que ya les estaba aguardando. Este echó un vistazo a la paciente mientras las enfermeras le tomaban el pulso y la tensión arterial en presencia de Charles. El médico tardó menos de dos minutos en establecer la situación de «ma-dame».

– Es el apéndice, monsieur -dijo, mirando a Charles con el ceño fruncido-. Creo que puede haber perforación, o casi. Hay que operar en el acto.

Charlie asintió, un poco más aliviado.

– ¿Perderá al hijo?

– ¿Es que, además, está embarazada? -preguntó el médico, preocupado. Charlie asintió en silencio-. Comprendo… Veremos qué se puede hacer, pero hay muy pocas posibilidades de que el niño viva. -Charles miró al médico con los ojos llenos de lágrimas-. Haremos todo lo que podamos.

Se llevaron rápidamente a Charlotte y Charles se quedó en la sala de espera en compañía de James y Vi,

El médico tardó tres horas en volver. Entró quitándose el gorro de cirujano y les miró con la cara muy seria. Por un instante, Charles temió que su mujer hubiera muerto.

– Su esposa está bien, monsieur -dijo el médico mirándole directamente a los ojos-. En efecto, había perforación, pero creo que hemos conseguido limpiarlo todo a tiempo. Deberá permanecer aquí tres o cuatro semanas, hasta que se recupere por completo.

Charles lanzó un suspiro de alivio, aunque el médico aún no le había dicho lo que él más ansiaba saber.

– ¿Y el niño? -preguntó, respirando hondo. El doctor Perrault le miró, sin querer hablar en presencia de James y Vi.

– ¿Puedo hablar a solas con usted, monsieur?

– No faltaba más…

Charlie temió lo peor y comprendió con asombro lo mucho que significaba un hijo para él. Era lo único que le quedaba. Acompañó al médico mientras Vi y James se quedaban en la sala de espera, y entró con él en otra salita. El doctor tomó dos sillas y le indicó a Charles que se sentara en una de ellas.

– ¿Puedo hacerle unas preguntas un poco personales, señor?

– Pues claro -contestó Charles, temiendo preguntarle por el niño.

A lo mejor, se habían producido complicaciones o Charlotte había perdido al hijo. Podían haber ocurrido muchas cosas.

– ¿Cuánto tiempo lleva casado?

Charlie no tenía el menor reparo en ser sincero con él. Aquel hijo significaba mucho para él y estaba dispuesto a todo con tal de salvarle.

– Casi cuatro semanas. Pero ella quedó embarazada hace tres meses, en Egipto… -Como si eso le importara a alguien. El médico sacudió la cabeza-. ¿Está acaso más adelantada?

O sea que era eso lo que más le preocupaba. Sin embargo, el médico le miró con simpatía, con tanta simpatía que casi le dolió.

– Me temo que ha habido un malentendido y yo no quisiera entrometerme en su vida personal, monsieur. Su esposa no está embarazada. Según me ha dicho sufrió una histerectomía hace cinco años. Yo lo examiné todo con sumo cuidado a causa de lo que usted me había dicho. No hay ningún niño, monsieur. No hay matriz, no hay embarazo y nunca lo podrá haber. Lamento mucho tener que decírselo.

Charles miró al médico como si acabara de recibir un mazazo.

– ¿Está seguro? -preguntó con la voz ronca.

– Por completo. No me cabe la menor duda de que su propia esposa se lo dirá, tal como me lo ha dicho a mí. A lo mejor, temía confesarle que nunca podrá tener hijos; sin embargo, con el tiempo, usted podrá aceptarlo. Queda el recurso de la adopción -añadió el doctor, dándole a Charles una palmada en un brazo-. Lo siento mucho, monsieur.

Charles asintió en silencio y se levantó.

– Gracias… Gracias por decírmelo -dijo al fin, antes de abandonar la estancia.

Conque le había mentido… Conque todo era mentira… El hijo concebido en El Cairo… Todo era mentira. Y él que se sentía culpable porque quería hacer constantemente el amor y no tomaba precauciones. Y el aborto que ella no quiso… Cuánto la había respetado por eso, aun a costa de tener que casarse con ella. Y el niño que hubiera sido como Sean, el niño que jamás podría nacer, que nunca existió. Le había mentido.

Cuando entró en la otra sala de espera donde le aguardaban Violet y James, estaba tan aturdido que apenas podía hablar.

– ¿Quiere ver a su esposa, monsieur? -preguntó una sonriente enfermera mientras él sacudía la cabeza-. Ahora ya está despierta, puede verla une petite minute.

Charles pasó por su lado sin contestar y salió del hospital; fuera se detuvo para aguardar a Violet y James. Necesitaba respirar un poco de aire fresco. Violet comprendió por la cara de Charles que algo horrible le había ocurrido y temió que Charlotte hubiera perdido el hijo.

– ¿Qué ocurre, Charles?

– No me hables… por favor.

– Charlie…

– Vi…, no…, ¡porfavor! -dijo Charles, girando en redondo y asiéndola por un brazo. Lloraba, pero no con lágrimas de tristeza, sino de rabia-. ¿Sabes lo que me ha hecho? ¡Me ha mentido! ¡No hay ningún niño! ¡Nunca lo hubo! Le practicaron una histerectomía hace cinco años. James le miró asombrado y Vi se quedó sin resuello.

– ¡No hablarás en serio! -exclamó Violet, horrorizada. «Pobre Audrey», pensó.. -Completamente en serio.

– Pero eso es incalificable -terció James, apretando los dientes. Después subió al automóvil, lo puso en marcha y les indicó a los demás que se acomodaran a su lado-. Vamos, necesitas un trago.

Al llegar a casa, le dieron más que uno. Charlie se levantó al mediodía del día siguiente. Se duchó y afeitó y se fue directamente al hospital, donde entró en la habitación de Charlotte con el rostro descompuesto por la furia. Ella sabía el motivo de que él estuviera tan enfadado. Corrió un riesgo y pensó que podía ocultar el secreto, pero había perdido el juego. Era lo suficientemente lista como para saber que había llegado el instante de poner las cartas boca arriba.

– Perdóname, Charles. Pensé que era la única forma de que te casaras conmigo. -Tenía razón, pero eso no mejoraba las cosas-. Quería convertirte en un escritor importante y cuidar de ti…

– Me importa un bledo ser un escritor importante. ¿Acaso no lo sabes?

– Entonces no lo sabía. Ahora lo entiendo mejor. Pero te equivocas, ¿sabes? Podrías ser el mejor escritor del mundo, un hombre internacionalmente famoso…

Charlotte lo dijo como si le estuviera ofreciendo una corona real a su esposo.

– ¿Y qué sacarías tú con eso? ¿Convertirte en mi editora? ¿Tanto te importa eso?

Lo que de veras quería Charlotte era convertirle en una marioneta a sus órdenes.

– A los hombres como tú hay que cuidarles como si fueran flores especiales -dijo Charlotte, esbozando una leve sonrisa, a pesar de las lógicas molestias que le producía la reciente operación. Tenía los sentidos completamente despiertos y miraba a Charlie con perspicacia.

– ¿Creías que no iba a enterarme?

– ¿Tanto significan los hijos para ti, Charles? -preguntó Charlotte, a pesar de que ya conocía la respuesta por haberle visto jugar con Molly, Alexandra y el pequeño James-. No hace falta tener hijos para sentirse colmado. Tú tienes tu trabajo. Y los dos nos tenemos el uno al otro.

– Qué existencia tan vacía me parece -dijo Charles, mirándola con tristeza. Qué poco sabía de la vida y qué poco le conocía a él-. Supongo que tendría que esperar una o dos semanas, hasta que estuvieras recuperada…

Charlotte ya adivinaba lo que su esposo iba a decirle. Le quiso durante mucho tiempo, como un precioso diamante que ambicionara poseer.

– … pero no quiero prolongar las mentiras. Te dejo. La broma ya ha terminado. Podemos volver a nuestras antiguas vidas. Tú tienes tu apartamento y yo el mío, y todo seguirá como antes, sólo que yo no volveré a verte. Otra persona puede tratar conmigo sobre los detalles de mi trabajo, tal vez quiera hacerlo tu padre. Pero eso carece de la menor importancia. Cuando vuelva a la ciudad llamaré a mi abogado.

– ¿Por qué? ¿Por qué haces eso? -preguntó Charlotte, extendiendo un brazo para tomarle una mano. Apenas podía moverse a causa de la operación que le habían hecho la víspera-. ¿Qué importa que no podamos tener hijos?

– Eso podría soportarlo… Lo que no puedo sufrir son las mentiras. Me tendiste una trampa para que me casara contigo. Querías poseerme como se posee una finca. Y a mí no se me puede comprar, atrapar, enjaular o convertir en un escritor que escriba lo que le mandan como un perrillo amaestrado. La única esperanza para que hubiera un entendimiento entre nosotros era un hijo. Pero este hijo era una mentira.

«Llamé a tu padre para decirle lo que había ocurrido y él ya está en camino desde Londres. Esperaré a que llegue y entonces me iré con Vi y James. Violet dice que puedes quedarte en su casa todo el tiempo que quieras cuando salgas del hospital, y yo dejaré que seas tú quien le explique lo ocurrido a tu padre,

si así lo deseas. No quiero ponerte en una situación embarazosa. Pero tampoco quiero seguir casado contigo. Estoy seguro de que algún día me lo agradecerás.

Dicho esto, Charles dio media vuelta y abandonó la habitación para salir a la calle. Era como si Charlotte jamás hubiera formado parte de su vida. Mientras contemplaba el cielo, se le ocurrió pensar en Ushi y en Karl y en el amor que ambos compartían, tan semejante al que él conoció al lado de Audrey. Sin saber cómo, experimentó el súbito impulso de volver junto a ella. Cuando regresó a la casa de Antibes, era un hombre nuevo.

– ¿A qué hora nos vamos? -le preguntó a Vi mientras ésta le miraba asombrada.

– Pensaba que querías esperar la llegada del padre de Charlotte.

– Ya estará aquí esta noche y, de todos modos, se aloja en el Garitón de Cannes.

– Supongo que el tren de mañana a las cuatro nos irá bien. Le preguntaré a James -contestó Vi-. Por cierto -añadió cautelosamente-, Audrey ha vuelto a llamar. Ya está en Londres. Te manda recuerdos.

Charles asintió en silencio y abandonó la estancia con el ceño fruncido.

No volvió a ver a Charlotte sino que llamó simplemente a su padre al Garitón. La conversación fue muy breve. El padre creía, al parecer, que Charlotte había sufrido un aborto y una apendicitis, pero Charles no quiso aclararle nada. Puesto que su esposa había dicho las mentiras, que ella misma se lo explicara.

Lo único que a él le interesaba era ver a Audrey y convencerla de que no era un necio. Cabía la posibilidad de que ella no quisiera volver a tener ningún trato con él. Y eso era lo que necesitaba averiguar en este instante.

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