CAPITULO XXXVIII

A la mañana siguiente, Charlie volvió a ponerse serio y le dijo a Audrey que no debía quedarse allí.

– Al fin y al cabo, estamos en zona de guerra y Mussolini ya ha iniciado la invasión de Egipto.

– Ya sabes cómo son los italianos, cariño -contestó ella, riéndose mientras apretaba una mano de Charles sobre la mesa-. Pueden tardar años en llegar hasta aquí.

Era evidente que Audrey no pensaba marcharse. Día a día, Charlie se fue acostumbrando a su presencia. Al cabo de un mes, el ataque italiano aún no se había producido y en todas partes reinaba una atmósfera de fiesta. Audrey se hizo amiga de muchos oficiales y Charlie se pasaba horas sentado en la terraza del Shepheard's, tomando copas con otros corresponsales. Todo el mundo se había acostumbrado a la presencia de Audrey y, por su parte, Charlie ya ni siquiera insistía en que regresara a casa. Le encantaba tenerla a su lado y, además, no había peligro. El único detalle desagradable eran las tormentas de arena con que se tropezaban a veces cuando salían al desierto. Algunas personas se habían perdido durante aquellas tormentas y por esta causa el comandante en jefe general Wavell les había hecho una seria advertencia. No les convenía perder a los corresponsales de guerra en el desierto. No obstante, la mayor parte del tiempo lo pasaban en El Cairo. Por lo demás, las escaramuzas con los italianos eran esporádicas. Todo parecía tan tranquilo que Audrey pensó incluso en volver brevemente a casa por Navidad para ver a Molly, aunque temía que después Charlie no le permitiera regresar a Egipto. Violet le había escrito que pasaría las Navidades con James, su suegro y los niños, y añadió que Molly estaba muy contenta, por cuyo motivo Audrey decidió al final quedarse con Charlie en El Cairo.

En diciembre, los británicos se enzarzaron en serios combates con los italianos a quienes pretendían expulsar definitivamente de Libia. El 21 de enero de 1941, las fuerzas británicas tomaron Tobruk, y el 7 de febrero los italianos se rindieron.

Sin embargo, en la zona ocurría algo mucho más interesante que ya se comentaba en los medios periodísticos y militares desde hacía varias semanas. Al parecer, los alemanes estaban descontentos de la forma en que los italianos habían llevado a cabo la campaña de Libia y pensaban enviar a un general y un cuerpo especial alemán para asumir el mando de las operaciones y darles una buena lección a los británicos. Cuando cayó Tobruk y los italianos se rindieron, todo el mundo empezó a hablar de la llegada de un general alemán, cuya identidad era un misterio para el Alto Mando británico. A los dos días de la rendición italiana, el general Wavell invitó a Charlie a cenar y, a la vuelta, éste contestó con evasivas a las preguntas que le hizo Audrey.

– ¿Dijo algo sobre el general alemán que va a venir? ¿Ya saben quién es?

No se hablaba de otra cosa en toda la ciudad e incluso fue el tema principal de la cena que Audrey compartió aquella noche con otros corresponsales. Todo el mundo quería conocer la primicia, sobre todo los británicos.

– No, todavía no -contestó Charlie sin mirarla a los ojos mientras se desnudaba.

– ¿Crees que Wavell está preocupado? -A Charlie le parecía que sí, pero no quería decírselo a Audrey. Ahora tenía que decirle algo, pero no sabía cómo hacerlo. Entonces, ella se le plantó delante-. No me escuchas, Charlie -le dijo, mirándole a los ojos.

Le conocía muy bien y eso era exactamente lo que él más temía. Hubiera preferido mil veces enfrentarse con un general alemán que con ella.

– Sí, te escucho, Aud. Estaba pensando en la cena. Por una vez ha sido excelente. Nos han servido un postre egipcio delicioso.

– A otro perro con este hueso -dijo Audrey, sentándose en el borde de la cama y mirándole con recelo-. Tú te llevas algo entre manos. ¿De qué se trata?

– Maldita sea, Aud, estoy cansado, no me hagas preguntas esta noche. Si supiera algo de los alemanes, te lo diría -contestó Charlie, volviéndose de espaldas como si estuviera enojado.

Hizo lo mismo cuando se acostó, pero Audrey estaba muy juguetona aquella noche y no paraba de hacerle cosquillas mientras él se esforzaba por reprimir la risa. Hacía varios meses que vivían en el Shepheard's y ya se sentían allí como en su propia casa. Sin embargo, en aquel momento, Charlie estaba preocupado por lo que tenía que decirle a su amante.

– No estás muy cariñoso esta noche, Charlie -le dijo Audrey en voz baja mientras él se volvía a mirarla y le sonreía con tristeza.

– A veces, te pones muy pesada, ¿sabes? ¿Nunca te lo ha dicho nadie?

– Nadie tuvo jamás ocasión de hacerlo -contestó ella, casi rozándole la nariz con la suya.

Charlie la miró sonriendo. Sabía que él era el único hombre con quien Audrey se había acostado.

– ¿No te apetece dormir un poco esta noche, Aud? Tenía que levantarse temprano, pero no quería decírselo.

– Quiero saber lo que me ocultas. ¿Te has enamorado de alguien esta noche? Ya sabemos lo que suele ocurrirte en El Cairo. ¿Qué pasa, Charlie? -preguntó Audrey, incorporándose sobre un codo para ver mejor la cara de su amante-. ¿Sabes una cosa? A tu lado, me he convertido en una espía de primera. Siempre adivino cuándo me mientes.

– No me parece correcto que digas eso, Aud -dijo Charlie, confiando en que jamás se le ocurriera contarles lo mismo a los del Home Office-. Yo nunca te miento.

– En cosas importantes, no. Pero, cuando dices mentiras, se te pone la nariz blanca. Un poco como a Pinocho.

Charlie cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada. No había quién pudiera con ella. Después, abrió de nuevo los ojos y los clavó en el techo. Hubiera sido absurdo ocultárselo por más tiempo. Era su Mata Hari particular. – Me voy unos días fuera, pero no puedo decirte adonde. Por consiguiente, no me lo preguntes.

– ¡Charlie! -exclamó Audrey, incorporándose bruscamente en la cama-. Eso quiere decir que vas a hacer algo sobre lo que me has estado mintiendo -añadió, asombrándose de su propia perspicacia.

– No te he estado mintiendo.

– No lo niegues. ¿De qué se trata?

– Ya te lo he dicho, Audrey. No puedo confiártelo. Es un secreto oficial.

– ¿Será peligroso? -preguntó Audrey, ligeramente desconcertada.

– No -contestó él para no preocuparla.

– Entonces, ¿por qué no puedes decírmelo?

– Se trata de una pequeña excursión que haré con el general Wavell. Le prometí no decir nada -dijo Charlie, tratando de aparentar indiferencia.

Entonces, Audrey le preguntó si el general Wavell tenía una amante.

– ¿Es eso?

– Mira, Audrey…, es que no puedo decírtelo. Es una cuestión de honor entre hombres -contestó Charlie, haciendo todo lo posible por convencerla de que era eso.

Pensó que ojalá se le hubiera ocurrido aquella idea al principio. Para su gran alivio, Audrey mordió el anzuelo. Tras hacer el amor, Audrey volvió a pincharle con sus preguntas.

– ¿Cuánto tiempo estarás fuera, tú y el general?

– Sólo unos días… Pero, por favor, no se lo digas a nadie -pidió Charlie sonriendo mientras ella le daba un beso., No era tan mal espía como Audrey pensaba. Confiaba en poder obtener la información que le habían pedido.

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