14

La triunviro Ilia Volyova contempló el abismo de la cámara del alijo y se preguntó si estaba a punto de cometer esa clase de terrible error que, como ella siempre había temido, pondría fin a sus días. La voz de Khouri zumbó en su casco:

—Ilia, de verdad, creo que deberíamos pensarnos esto un poquito mejor.

—Gracias. —Volvió a comprobar los cierres de su traje espacial y después repasó los indicadores de estado del armamento.

—Lo digo en serio.

—Ya sé que lo dices en serio. Por desgracia, ya nos lo hemos pensado más que suficiente, y si continúo pensándomelo podría decidir no ir. Lo cual, dadas las circunstancias, sería aún más suicida, peligroso y estúpido que hacerlo.

—No pongo en duda tu razonamiento, pero tengo la sensación de que a la nave…, quiero decir, al capitán, esto no le va a gustar nada.

—¿No? —La propia Volyova lo consideraba una posibilidad nada remota—. Entonces quizá se decida a cooperar con nosotros.

—O a matarnos. ¿Te has planteado eso?

—¿Khouri?

—¿Sí, Ilia?

—Por favor, cállate.

Flotaban en el interior del compartimento estanco que permitía el acceso a la cámara. Era una compuerta grande, pero apenas quedaba el espacio justo para ellas dos. No se debía únicamente a que hubieran ampliado los trajes con los voluminosos armazones de las mochilas propulsoras, sino que también llevaban equipo, armadura adicional y cierto número de armas semiautomáticas, sujetas a los armazones en puntos estratégicos.

—De acuerdo, entonces acabemos con esto cuanto antes —dijo Khouri—. Nunca me ha gustado este sitio, ni siquiera la primera vez que me lo enseñaste. Y nada de lo que ha ocurrido desde entonces logra que me guste más.

Volaron hasta la cámara, empujándose mediante ráfagas entrecortadas de impulsos a microgravedades.

Era una de las cinco zonas de tamaño similar que había en el interior de la Nostalgia por el Infinito, enormes inserciones lo bastante grandes como para ocultar toda una flota de lanzaderas de pasajeros o varias megatoneladas de cargamento, listas para ser depositadas en un mundo colonial necesitado de ellas. Había transcurrido tanto tiempo desde la época en que la nave había trasladado colonos, que solo quedaban algunos escasos restos de su anterior función, recubiertos por siglos de adaptación y corrupción. Durante años, la nave rara vez había transportado más que una decena de ocupantes, libres para vagar por su interior lleno de ecos como saqueadores en una ciudad evacuada. Pero por debajo de la gruesa capa de tiempo, casi todo permanecía más o menos intacto, incluso teniendo en cuenta los cambios que habían tenido lugar después de la transformación del capitán.

Las suaves paredes lisas de la cámara se extendían a lo lejos en todas direcciones; desaparecían en la oscuridad, iluminadas solo de forma intermitente por los focos en movimiento de sus trajes. Volyova no había sido capaz de reparar el sistema de iluminación principal de la cámara; ese era uno de los circuitos que ahora controlaba el capitán y a él, obviamente, no le gustaba que se adentraran en ese territorio.

Poco a poco, las paredes se alejaron. Se encontraban inmersas ya en las tinieblas, y solo el visualizador frontal de datos del casco de Volyova les daba alguna pista de hacia dónde debían dirigirse o a qué velocidad estaban avanzando.

—Es como si estuviéramos en el espacio —dijo Khouri—. Resulta increíble creer que todavía nos encontramos dentro de la nave. ¿Alguna señal de las armas?

—Deberíamos toparnos con el arma diecisiete en unos quince segundos.

Justo cuando estaba previsto, el arma del alijo asomó en la oscuridad. No flotaba libremente en la cámara, sino que estaba sujeta por un enmarañado conjunto de abrazaderas y andamios, que a su vez conectaban con un complejo sistema de monorraíl tridimensional que se zambullía en las tinieblas, y que estaba fijado a las paredes de la cámara mediante enormes torretas de base ancha.

Era una de las treinta y tres armas que quedaban, de las cuarenta originales. Volyova y Khouri habían destruido una de ellas en los límites del sistema, después de que se rebelara, poseída por una escisión del mismo parásito de software que la propia Khouri había llevado a bordo de la nave. Las otras seis armas habían quedado abandonadas en el espacio tras los sucesos de Hades. Era probable que pudieran recuperarlas, pero no había garantías de que volvieran a funcionar. Y, según los cálculos de Volyova, eran considerablemente menos potentes que las que quedaban.

Abrieron los propulsores de sus trajes y se detuvieron cerca de la primera arma.

—El arma diecisiete —dijo Volyova—. Una fea hija de svinoi, ¿no te parece? Pero hemos tenido cierto éxito con ella, hemos podido llegar hasta su capa de sintaxis de código máquina.

—¿Quieres decir que puedes hablar con ella?

—Sí, ¿no es lo que acabo de explicar?

Ninguna de las armas del alijo tenía exactamente el mismo aspecto que las demás, aunque era evidente que todas eran producto de la misma mentalidad.

Aquella parecía un cruce entre un motor a reacción y una tuneladora de la época victoriana: un cilindro con simetría axial de sesenta metros de largo, y en su extremo lo que podrían ser incisivos u hojas de turbina, pero que probablemente no fuesen ni lo uno ni lo otro. Toda ella estaba enfundada en una apagada aleación abollada que parecía verde o broncínea, dependiendo de la inclinación con que la barrieran sus focos. Las pestañas de refrigeración y los alerones le proporcionaban un desenfadado aire art déco.

—Si puedes hablar con ella —planteó Khouri—, ¿no podemos limitarnos a decirle que salga de la nave, y entonces usarla contra los inhibidores?

—Sería estupendo, ¿verdad? —El sarcasmo de Volyova hubiese podido agujerear el metal—. El problema es que el capitán también puede controlar las armas y, por el momento, sus instrucciones vetarán cualquiera que yo envíe, ya que las suyas entran por el raíz.

—Umm. ¿Y de quién fue esa brillante idea?

—Pues ahora que lo mencionas, fue mía. En aquel entonces, cuando quería poder controlar todas las armas desde el puesto de artillería, parecía una innovación bastante buena.

—Ese es el problema de las buenas ideas, que pueden acabar siendo un auténtico grano en el culo.

—Eso estoy viendo. De acuerdo, entonces. —El tono de Volyova pasó a ser un serio susurro—. Quiero que me sigas y mantengas los ojos bien abiertos. Primero comprobaré mi arnés de control.

—Voy detrás de ti, Ilia.

Orbitaron alrededor del arma y sus trajes las llevaron a través de los intersticios del sistema del monorraíl.

El arnés era un armazón que Volyova había soldado alrededor del arma y que estaba equipado con propulsores e interfaces de control. Había tenido escaso éxito a la hora de comunicarse con las armas, y las que le había sido más fácil controlar se contaban entre las ahora perdidas. En cierta ocasión había tratado de dirigirse a todas las armas mediante un único nodo de control, un ser humano mejorado con implantes y conectado a un puesto de artillería. Aunque la idea tenía lógica, la artillería les había causado un sinfín de problemas. De manera indirecta, todo el lío en que andaban ahora metidas se podía rastrear hasta aquellos experimentos.

—El arnés parece seguro —dijo Volyova—. Creo que voy a ejecutar una revisión de sistemas a bajo nivel.

—¿Te refieres a despertar al arma?

—No, no…, solo susurrarle unas cuantas naderías, eso es todo. —Tecleó unos comandos en el grueso brazalete que rodeaba el antebrazo de su traje espacial y observó las trazas de diagnóstico que recorrían su visera—. Voy a estar absorta mientras lo hago, así que te toca a ti mantener un ojo abierto por si surgen problemas. ¿Comprendido?

—Comprendido. Er, Ilia…

—¿Qué?

—Tenemos que tomar una decisión sobre Thorn.

A Volyova no le gustaba que la distrajeran, y menos durante una operación tal peligrosa como esa.

—¿Thorn?

—Ya oíste lo que dijo. Quiere subir a bordo.

—Y yo le respondí que no podía. Está fuera de discusión.

—Entonces no creo que podamos contar con su ayuda, Ilia.

—Nos ayudará. Obligaremos a ese cabrón a ayudarnos.

Oyó a Khouri suspirar.

—Ilia, no es una pieza de maquinaria que podamos retorcer o adaptar hasta lograr cierta respuesta. No tiene un «nivel raíz», es un ser humano inteligente, completamente capaz de abrigar dudas y miedos. Se preocupa muchísimo por su causa y no la pondrá en peligro si cree que estamos ocultándole algo. Ahora bien, si estuviéramos contándole la verdad, no habría motivo para negarle la visita que ha solicitado. Al fin y al cabo, sabe que disponemos de un modo de acceder a la nave. Resulta razonable que desee ver la Tierra Prometida a la que está conduciendo a su gente, y la razón por la que Resurgam ha de ser evacuado.

Volyova avanzaba por la primera capa de protocolos de armas, escarbando en su propia estructura de software hasta alcanzar el sistema operativo nativo de la máquina. Hasta el momento, nada de lo que probaba había provocado una respuesta hostil por parte del arma o de la nave. Se mordió la lengua. A partir de ahí todo se volvía peliagudo.

—No creo que sea algo razonable, ni lo más mínimo —replicó.

—Entonces no comprendes la naturaleza humana. Mira, confía en mí en esto. Thorn debe ver la nave o no colaborará con nosotras.

—Si ve esta nave, Khouri, hará lo que cualquier persona cuerda bajo las mismas circunstancias: poner tierra de por medio.

—Pero si lo mantenemos alejado de las peores áreas, las zonas que han sufrido las transformaciones más serias, creo que podría decidirse a ayudarnos.

Volyova suspiró, sin dejar de concentrar su atención en la tarea que tenía entre manos. Empezaba a experimentar esa sensación tremendamente familiar y terrible de que Khouri ya había considerado aquel asunto, lo bastante como para refutar sus objeciones más evidentes.

—Seguiría sospechando algo —contraatacó.

—No si jugamos bien nuestras cartas. Podríamos disimular las transformaciones en una zona pequeña de la nave y mantenerlo dentro de ella. Lo justo para que parezca que le ofrecemos una visita guiada, sin dar la impresión de estar guardándonos nada en la manga.

—¿Y los inhibidores?

—Al final tendrá que enterarse de su existencia, todo el mundo habrá de hacerlo. Así pues, ¿qué problema hay en que Thorn lo descubra antes o después?

—Hará demasiadas preguntas. Antes de que pase mucho tiempo, sumará dos y dos y deducirá para quién está trabajando.

—Ilia, sabes que tenemos que ser más abiertas con él…

—¿De veras? —Ya estaba enfadada, y no solo porque el arma se hubiese negado a analizar sintácticamente su último comando—. ¿O es solo que queremos tenerlo cerca porque nos gusta? Piénsalo con sumo cuidado antes de responder, Khouri. Nuestra amistad puede depender de ello.

—Thorn no significa nada para mí. Solo nos resulta conveniente.

Volyova probó otra combinación de sintaxis y contuvo el aliento hasta que el arma respondió. La experiencia previa le había enseñado que uno no podía cometer demasiados errores cuando hablaba con un arma, o de lo contrario esta se bloquearía o comenzaría a adoptar medidas defensivas. Pero esa vez logró pasar. En un costado del arma, lo que hasta entonces parecía una aleación sin costuras se abrió para revelar un profundo pozo de inspección, recubierto de máquinas que brillaban con una insípida luz verdosa.

—Voy adentro. Vigila mi espalda.

Volyova se impulsó con el traje a lo largo de la extensión rebordeada del arma hasta llegar a la escotilla. Frenó y se introdujo con un único eructo del propulsor. Paró su movimiento con los pies y se detuvo dentro del pozo. Era lo bastante grande como para poder girar y avanzar por su interior sin que ninguna parte del traje entrara en contacto con la maquinaria.

Pensó, y no por primera vez, en la siniestra ascendencia de aquellos treinta y tres monstruos. Las armas eran de fabricación humana, sin duda, pero su potencial destructivo estaba mucho más avanzado que cualquier otra cosa que se hubiera inventado. Siglos atrás, mucho antes de que ella se uniera a la nave, la Nostalgia por el Infinito había encontrado el alijo oculto dentro de un asteroide fortificado, un trozo de roca sin nombre que orbitaba alrededor de una estrella también anónima. Quizá un intenso examen forense del planetoide hubiera revelado alguna pista sobre quién habría construido las armas, o al menos quién había sido su dueño hasta entonces, pero la tripulación no estaba en posición de perder el tiempo. Las armas habían sido trasladadas a bordo de la nave, que abandonó la escena del crimen a toda prisa, antes de que las aturdidas defensas del asteroide se despertaran.

Volyova, desde luego, tenía sus propias teorías. Posiblemente la más verosímil era que las armas fuesen de fabricación combinada. Las arañas llevaban el tiempo suficiente sobre el tablero. Pero si las armas les pertenecían, ¿por qué habían permitido que se las quitaran de las manos? ¿Y por qué nunca habían intentado recuperar lo que era suyo?

Aunque eso era irrelevante. El alijo llevaba siglos a bordo de la nave. Nadie iba a venir y pedir que se lo devolvieran justo en ese momento.

Miró a su alrededor e inspeccionó el pozo. Estaba rodeada de maquinaria desnuda: paneles de control, lecturas, circuitos, relés y artilugios de cometido menos obvio. Ya notaba una sensación de aprensión en el fondo de su mente. El arma estaba concentrando un campo magnético sobre una parte de su cerebro, para inculcarle una sensación de terror fóbico.

Ya había estado allí antes, estaba acostumbrada a ello.

Desenganchó varios módulos situados alrededor del armazón propulsor de su traje y los sujetó al interior del pozo mediante almohadillas impregnadas de resina epoxídica. A partir de esos módulos (que ella misma había diseñado) extendió varias decenas de cables, codificados por colores, que conectó o empalmó a las máquinas al descubierto.

—Ilia… —dijo Khouri—. ¿Cómo te va?

—Bien. No le gusta mucho que esté aquí dentro, pero no puede echarme. Le he dado todos los códigos de autorización correctos.

—¿Ha empezado a hacer eso del miedo?

—Pues sí, lo cierto es que sí. —Experimentó un instante de absoluto terror histérico, como si alguien tanteara su cerebro con un electrodo y sacara a la luz sus miedos y angustias más primitivos—. ¿Te importa que continuemos esta conversación más tarde, Khouri? Me gustaría… acabar con esto… lo antes posible.

—Todavía tenemos que tomar una decisión sobre lo de Thorn.

—Muy bien. Pero más tarde, ¿de acuerdo?

—Tendrá que subir hasta aquí.

—Khouri, hazme un favor: cierra la boca en lo concerniente a Thorn y mantente atenta a tu trabajo, ¿queda claro?

Volyova hizo una pausa y se obligó a concentrarse. Hasta el momento, y a pesar del miedo, todo había salido tan bien como había esperado. Solo en una ocasión anterior se había adentrado tanto en la arquitectura de control del arma, y fue cuando dio prioridad a los comandos provenientes de la nave. Como ahora estaba a ese mismo nivel, en teoría podría, mediante la sintaxis de comandos adecuada, desconectar al capitán para siempre. Solo era un arma; había treinta y dos más y algunas le resultaban del todo desconocidas. Pero seguramente no necesitaba todo el alijo para influir en el resultado. Si podía hacerse con el control de una docena de armas, aproximadamente, con suerte bastarían para imponer un buen retraso en los planes de los inhibidores…

Y no iba a lograrlo andándose con rodeos.

—Khouri, escúchame. Hay un pequeño cambio de planes.

—Oh, oh.

—Voy a seguir adelante, para ver si logro que esta arma se entregue por completo a mi control.

—¿Y llamas a eso un pequeño cambio de planes?

—No hay absolutamente nada de lo que preocuparse.

Antes de poder echarse atrás, antes de que el miedo se volviera incontrolable, conectó los cables restantes. Las luces de estado parpadearon y latieron, las pantallas ondearon con un caos alfanumérico. El miedo se agudizó. La máquina deseaba evitar con todas sus fuerzas que tratara con ella a ese nivel.

—Mala suerte —dijo—. Ahora veamos… —Y con unos cuantos tecleos discretos en el brazalete, liberó redes de sintaxis de comandos complejas hasta un grado increíble. La lógica ternaria con la que funcionaba el sistema operativo del arma era característica de la programación de los combinados, pero también resultaba terriblemente complicada de depurar.

Se sentó inmóvil y aguardó.

En las profundidades del arma, decenas de módulos de interpretación debían de estar descuartizando y repasando la validez de su orden. Solo cuando hubiese satisfecho todos los criterios, sería ejecutada. Si eso sucedía, y el comando hacía lo que ella pensaba, el arma eliminaría de inmediato al capitán de la lista de usuarios autenticados. A partir de entonces solo habría un modo válido de operar el arma, que sería mediante su arnés de control, un equipo de hardware desconectado de la infraestructura de la nave controlada por el capitán.

Era una teoría muy sólida.

La primera señal de que la sintaxis del comando era errónea le llegó un instante antes de que la escotilla se cerrara sobre ella. Su brazalete destelló en rojo e Ilia comenzó a componer una secuencia especialmente poética de tacos en rusiano…, y entonces el arma la encerró dentro. A continuación las luces se apagaron, pero el miedo persistió. En realidad se había hecho mucho más fuerte, aunque quizá era en parte su propia respuesta natural a la situación.

—Maldición… —dijo Volyova—. Khouri… ¿puedes oírme?

Pero no hubo respuesta.

Sin previo aviso, la maquinaria se transformó a su alrededor. La cámara se había hecho más grande, y ahora revelaba unas criptas que resplandecían tenuemente y que se adentraban en las profundidades del arma. Enormes mecanismos de formas fluidas flotaban bajo una iluminación de color rojo sangre. Unas frías luces azules oscilaban sobre esas siluetas o trazaban las líneas de flujo de los cables de alimentación interna, que no paraban de retorcerse. Todo el interior del arma parecía estar reorganizándose por su cuenta.

Y entonces Ilia casi se muere de miedo. Sintió algo más dentro del arma, una presencia que se aproximaba, que se arrastraba entre los componentes en transformación con una lentitud fantasmal.

Volyova golpeó la escotilla que tenía encima.

—¡Khouri…!

Pero la entidad ya había llegado hasta ella. No la había visto acercarse, pero notó su repentina proximidad. Carecía de forma y estaba acurrucada detrás de ella. Pensó que casi podía distinguirla con la visión periférica, pero cuando giró la cabeza, la presencia fluyó hasta su punto ciego.

De repente le dolió mucho la cabeza, un sufrimiento cegador que la obligó a chillar con fuerza.


Remontoire apretó su delgado cuerpo contra una de las burbujas de observación de la Sombra Nocturna y pudo confirmar a simple vista que los motores se habían detenido. Había activado la secuencia correcta de órdenes neuronales y al instante había notado la transición a la ingravidez, cuando la nave dejó de acelerar, pero aun así quiso cerciorarse de manera adicional de que se había seguido su indicación. Con todo lo que había sucedido ya, no le hubiera sorprendido demasiado ver que el resplandor azulado de luz dispersada seguía presente.

Pero solo distinguió oscuridad. Los motores se habían parado de verdad y la nave derivaba a una velocidad constante, aún cayendo hacia Épsilon Eridani, pero demasiado lenta como para poder atrapar algún día a Clavain.

—¿Y ahora qué? —preguntó Felka en voz baja. Flotaba cerca de él, con una mano anclada a un asa blanda que la nave le había proporcionado amablemente.

—Ahora esperaremos —dijo él—. Si estoy en lo cierto, Skade no tardará mucho.

—No le va a gustar.

Remontoire asintió.

—Y yo volveré a conectar la propulsión en cuanto me explique qué está pasando. Pero antes de eso me gustaría conseguir algunas respuestas.

El cangrejo llegó unos instantes después, dejándose caer por un agujero del tamaño de un puño situado en la pared.

—Esto es inaceptable. ¿Por qué has…?

—Los motores son mi responsabilidad —replicó Remontoire con placidez, pues había ensayado lo que iba a decir—. Se trata de una tecnología extremadamente delicada y peligrosa, aún más dada la naturaleza experimental de los nuevos diseños. Cualquier desviación del rendimiento esperado podría indicar un serio problema, posiblemente catastrófico.

El cangrejo agitó sus manipuladores.

—Sabes perfectamente bien que a los motores no les pasa nada malo. Exijo que los reenciendas de inmediato. La ventaja de Clavain aumenta con cada segundo que pasamos a la deriva.

—¿De veras? —dijo Felka.

—Solo en un sentido muy amplio. Si nos retrasamos más, nuestra única opción realista será eliminarlo a distancia, en lugar de capturarlo con vida.

—Pero eso nunca se ha planteado seriamente, ¿verdad? —preguntó Felka.

—Nunca se sabe, si Remontoire persiste con esta… insubordinación.

—¿Insubordinación? —se mofó Felka—. Casi suenas como una demarquista.

—No os andéis con jueguecitos, ninguno de los dos. —El cangrejo pivotó sobre sus patas con ventosas—. Vuelve a conectar los motores, Remontoire, o encontraré el modo de hacerlo sin ti.

Sonaba a farol, pero Remontoire estaba dispuesto a creer que, dentro de las habilidades de un miembro del Sanctasanctórum, se contaba la de cancelar sus comandos. No sería fácil, y desde luego no tan sencillo como lograr que él siguiera sus instrucciones, pero no dudaba que Skade fuese capaz de conseguirlo.

—Lo haré… cuando nos enseñes qué es lo que hace tu maquinaria.

—¿Mi maquinaria?

Remontoire se adelantó y arrancó al cangrejo de la pared. Cada una de las patas con ventosas se soltó con un sonido de suave succión que resultó hasta gracioso. Sostuvo el cangrejo a la altura de sus ojos y miró fijamente su densa colección de sensores y abigarradas armas, desafiando a Skade a atacarlo. Las patitas se agitaban ridículas.

—Sabes de sobra a qué me refiero —dijo—. Quiero saber qué es, Skade. Quiero saber qué has aprendido a hacer.


Siguieron al proxy a través de la Sombra Nocturna y recorrieron enroscados pasillos grises y ascensores verticales entre cubiertas, alejándose a buen ritmo de la proa del barco, siempre hacia «abajo», por lo que podía juzgar el oído interno de Remontoire. La aceleración era ya de una gravedad y tres cuartos, pues había accedido a volver a conectar los motores a un bajo nivel de potencia. La información que le llegaba a la cabeza mostraba que los otros ocupantes seguían embutidos en la zona de la nave situada justo debajo de la proa, y que Felka y él eran los únicos que se encontraban tan al fondo. Todavía no había descubierto dónde descansaba el verdadero cuerpo de Skade, la cual aún no se había comunicado con él mediante otro sistema que no fuera el altavoz del cangrejo, y su habitual conocimiento absoluto de la distribución de la nave se había visto sustituido por un plano mental lleno de agujeros cuidadosamente censurados, como el texto cortado de un documento clasificado.

—Esta maquinaria… sea lo que sea…

Skade lo interrumpió.

—Lo habríais sabido antes o después. Como el resto del Nido Madre.

—¿Es algo que aprendisteis del Exordio?

—El Exordio nos mostró el camino a seguir, eso es todo. No nos llegó nada servido en bandeja. —El cangrejo correteó por delante de ellos y alcanzó un mamparo sellado, una de las puertas mecánicas que se había cerrado antes del incremento en la aceleración—. Tenemos que ir por aquí hasta la parte de la nave que he sellado. Debería advertiros que al otro lado las cosas se notan un poco diferentes. No es algo inmediato, pero esta barricada marca aproximadamente el punto en que los efectos de la maquinaria se elevan por encima del umbral de sensibilidad humana. Puede que lo encontréis incómodo. ¿Estáis seguros de que deseáis continuar?

Remontoire miró a Felka, quien a su vez le devolvió el gesto y asintió.

—Guíanos, Skade —dijo Remontoire.

—Muy bien.

La barricada se abrió con un sonido sibilante y reveló tras de sí una zona aún más oscura y muerta. Atravesaron el umbral y descendieron varios niveles más por ascensores verticales, a bordo de discos con forma de pistones.

Remontoire examinó sus sensaciones, pero no había nada fuera de lo normal. Arqueó una ceja burlona en dirección a Felka, la cual le respondió con una breve sacudida de la cabeza. Ella tampoco notaba nada inusual, y estaba mucho más acostumbrada a esos temas que él.

Prosiguieron por corredores normales, en los que tenían que detenerse de vez en cuando hasta recuperar la energía necesaria para continuar. Al fin alcanzaron un tramo llano, cuyos tabiques estaban desprovistos de toda indicación (ya fuera real, holográfica o entóptica) que lo señalara como fuera de lo normal. Pero el cangrejo se detuvo en cierto punto y, tras unos instantes, se abrió un agujero en la pared a la altura del pecho, que se extendió para formar una abertura con forma de pupila felina. Por el tajo invertido se derramaba una luz roja.

—Aquí es donde vivo —les dijo el cangrejo—. Pasad, por favor.

Siguieron al cangrejo hasta un amplio y cálido espacio. Remontoire miró a su alrededor y, al hacerlo, comprendió que nada de lo que veía satisfacía sus expectativas. Se encontraba, sencillamente, en una sala casi vacía. Había algunos elementos de maquinaria en ella, pero solo le costaba reconocer uno, que recordaba a una pequeña escultura un tanto macabra. El cuarto estaba dominado por el suave ronroneo de los equipos pero, una vez más, el sonido no tenía nada de desacostumbrado.

Lo primero que llamó su atención fue el objeto de mayor tamaño. Era una vaina negra con forma de huevo, que descansaba sobre un pesado pedestal con óxido rojizo y que tenía incrustados unos cuadrantes analógicos que no paraban de temblar. El tanque poseía ese aspecto anticuado propio de gran parte de la tecnología espacial moderna, como si fuera una reliquia de los primeros días de exploración en las cercanías de la Tierra. Remontoire lo reconoció como una vaina de escape de diseño demarquista, sencilla y robusta. Las naves combinadas nunca llevaban vainas de escape.

En la unidad aparecían escritas las instrucciones de seguridad en todos los idiomas comunes (norte, rusiano, canasiano), junto a iconos y diagramas en brillantes colores primarios. Había rayas negras y amarillas y propulsores cruciformes, bultos grisáceos que correspondían a los sistemas sensores y de comunicaciones, alas solares plegadas y paracaídas. Había cerrojos explosivos alrededor de una portezuela, y en esta una pequeña ventanilla triangular.

Dentro de la vaina había algo. Remontoire vio a través del vidrio una curva de piel pálida, apenas discernible ya que estaba embebida en una matriz de gel acolchado de color ámbar, o quizá se trataba de algún empalagoso nutriente médico. La piel se movió: respiraba lentamente.

—¿Skade…? —dijo Remontoire, pensando en las heridas que había visto al visitarla antes de su partida.

—Adelante —los invitó el cangrejo—. Echad un vistazo. Estoy segura de que os sorprenderá.

Remontoire y Felka se acercaron a la vaina. Había una figura aprisionada dentro, rosa y en posición fetal. Remontoire vio cables y catéteres, y se fijó en que la figura se movía de manera imperceptible, no más de una vez por minuto. Respiraba.

No era Skade, y tampoco lo que había quedado de ella. Decididamente, no era humano.

—¿Qué es? —preguntó Felka, con una voz que apenas era un susurro.

—Escorpio —dijo Remontoire—. El hipercerdo que encontramos en la nave demarquista.

Felka tocó la pared metálica de la vaina. Remontoire la imitó y sintió el batir rítmico de los sistemas de soporte vital.

—¿Qué hace aquí? —preguntó Felka.

—Va de camino a la justicia —dijo Skade—. Cuando nos encontremos cerca del sistema interior, eyectaremos la vaina y dejaremos que la Convención de Ferrisville lo recupere.

—¿Y después?

—Lo juzgarán y lo hallarán culpable de los muchos crímenes que presuntamente ha cometido —dijo Skade—. Y luego, según la legislación actual, lo ejecutarán. Muerte neuronal irreversible.

—Suena como si lo aprobaras.

—Tenemos que cooperar con la convención —explicó Skade—. Pueden complicarnos la vida en nuestros intereses cerca de Yellowstone. Es necesario devolverles al cerdo de un modo o de otro. Para nosotros hubiese sido muy conveniente que muriera bajo nuestra custodia, creedme. Por desgracia, tal como se han desarrollado las cosas tiene una pequeña posibilidad de sobrevivir.

—¿De qué clase de crímenes estamos hablando? —preguntó Felka.

—Crímenes de guerra —respondió Skade con toda tranquilidad.

—Eso no me dice nada. ¿Cómo puede ser un criminal de guerra si no está afiliado a un bando reconocido?

—Es muy sencillo —explicó Skade—. Bajo los términos de la convención, prácticamente todo acto extralegal cometido en una zona de guerra se convierte, por definición, en crimen de guerra. Y en el caso de Escorpio no son pocos: homicidio, asesinato, terrorismo, chantaje, robo, extorsión, ecosabotaje, traficar con inteligencias alfa sin licencia… Con franqueza, ha estado implicado en todas las actividades criminales que te puedas imaginar, de Ciudad Abismo al Cinturón Oxidado. Hasta en tiempos de paz serían muy graves. Pero en guerra, la mayoría de esos crímenes conllevan una pena obligatoria de muerte irreversible. Se lo habría ganado por méritos propios varias veces, incluso sin tener en cuenta la naturaleza de sus asesinatos.

El cerdo inspiraba y exhalaba. Remontoire contempló el gel protector, que temblaba con sus movimientos, y se preguntó si estaba soñando y, en tal caso, qué forma adoptarían esos sueños. ¿Soñaban los cerdos? No estaba seguro, no recordaba si Run Seven había dicho algo sobre el tema. Pero también era cierto que la mente de Run Seven no estaba configurada igual que las de los demás cerdos. Había sido un espécimen muy primitivo, lo habían creado de manera imperfecta y su estado mental quedaba muy lejos de cualquier cosa que Remontoire pudiera calificar como cuerda. Lo cual no quería decir que fuese estúpido o le faltase inventiva. Las torturas y los métodos de coacción que aquel pirata había usado sobre Remontoire constituían un adecuado testimonio de su inteligencia y originalidad. Incluso en la actualidad, en algún rincón de su mente (algunos días no lo notaba) había un grito que nunca terminaba, un hilo agónico que conectaba con el pasado.

—¿Qué crímenes han sido exactamente esos? —repitió Felka.

—Felka, le gusta matar humanos. Lo convierte en una especie de arte. No pretendo afirmar que no haya otros como él, escoria criminal que saca el máximo provecho de la situación actual. —El cangrejo de Skade brincó por el aire y aterrizó con destreza sobre el costado de la vaina—. Pero Escorpio es diferente. Se regodea en ello.

Remontoire habló en voz baja:

—Clavain y yo lo dragamos. Los recuerdos que sacamos de su cabeza hubieran bastado para ejecutarlo allí mismo.

—¿Y entonces por qué no lo hicisteis? —preguntó Felka.

—En condiciones más favorables, creo que lo hubiéramos hecho.

—El cerdo no tiene por qué demorarnos —dijo Skade—. Ha tenido la suerte de que Clavain deserte, lo cual nos obliga a realizar este viaje al sistema interior, pues de lo contrario hubiéramos devuelto un cadáver empaquetado en una cabeza de misil de largo alcance. Esa alternativa se consideró seriamente, hubiésemos estado por entero en nuestro derecho.

Remontoire se apartó de la vaina.

—Por un momento pensé que podías ser tú la de ahí dentro.

—¿Y te alivia comprobar que no es así?

La voz lo sobresaltó, porque no provenía del cangrejo. Miró a su alrededor, y al fin prestó la atención necesaria a ese objeto poco familiar que al principio solo había ojeado de pasada. Le había recordado a una escultura, un pedestal plateado cilíndrico situado en medio de la sala, que sostenía una cabeza humana sin cuerpo.

A la altura del cuello, la cabeza desaparecía en el interior del pedestal, al que estaba unida mediante un firme cierre negro. El pedestal era solo un poco más grueso que la cabeza, pero ganaba anchura en dirección a la gruesa base gracias a varios indicadores y tomas. De tanto en tanto, borbotaba y chasqueaba por causa de inescrutables procesos médicos.

La cabeza se giró levemente para saludarlos y entonces habló, lanzando pensamientos a la cabeza de Remontoire.

[Sí, soy yo. Me alegro de que hayáis podido seguir a mi proxy. Ya estamos dentro del alcance del aparato. ¿Notáis algún efecto adverso?].

Solo cierta sensación de mareo, replicó Remontoire. Felka dio un paso en dirección al pedestal.

—¿Te molesta si te toco?

[Adelante].

Remontoire contempló cómo Felka palpaba ligeramente con sus dedos el rostro de Skade, trazando sus contornos con aterrada cautela.

Eres tú, ¿verdad?, preguntó él.

[Pareces un poco sorprendido. ¿Por qué, acaso mi estado te inquieta? He experimentado condiciones mucho más perturbadoras que esta, te lo aseguro. Se trata de algo puramente temporal].

Pero tras sus pensamientos, Remontoire detectó abismos de pánico, una repugnancia por sí misma tan extrema que se había convertido en algo próximo a la fascinación. Se preguntó si Skade permitía de forma deliberada que paladeara sus sensaciones, o si su autocontrol no era tan bueno como para enmascarar lo que sentía en realidad.

¿Por qué has dejado que Delmar te haga algo así?

[No fue idea suya. Hubiese llevado demasiado tiempo curar todo mi cuerpo, y el equipo de Delmar resultaba demasiado voluminoso como para traerlo con nosotros. Le sugerí que soltara mi cabeza, que estaba intacta al cien por cien].

Skade bajó la mirada, ya que no podía ladear la cabeza.

[Este aparato de soporte vital es sencillo, fiable y lo bastante compacto para mis necesidades. Surgen ciertos problemas a la hora de mantener la química sanguínea precisa que recibiría mi cerebro si estuviera conectado a un cuerpo completamente funcional, hormonas y esa clase de cosas, pero aparte de cierto ligero lastre emocional, los efectos son mínimos].

Felka dio un paso atrás.

—¿Y qué pasa con tu cuerpo?

[Para cuando regrese al Nido Madre, Delmar me tendrá ya preparado uno de reemplazo, clonado en su totalidad mediante un cultivo. El proceso de reunificación no le supondrá ninguna dificultad, sobre todo porque la decorticación tuvo lugar en circunstancias controladas].

—Bueno, entonces de acuerdo. Pero, a no ser que me pierda algo, sigues siendo una prisionera.

[No, pese a todo conservo cierto grado de movilidad]. La cabeza giró unos desconcertantes doscientos setenta grados. Desde las sombras de la sala surgió lo que, hasta ese momento, Remontoire había tomado por un servidor de función general inactivo, como los que uno podía encontrar en un hogar acomodado. La máquina, bípeda y andromórfica, tenía un aspecto abatido y hundido. Carecía de cabeza, y entre sus hombros asomaba una abertura circular.

[Ayúdame a meterme dentro, por favor. El servidor puede hacerlo solo, pero siempre parece llevarle una eternidad conseguirlo del modo adecuado].

¿Que te ayude a meterte dentro?, dudó Remontoire.

[Agarra el pilar de soporte, justo por debajo de mi cuello].

Remontoire situó ambas manos alrededor del pedestal plateado y tiró de él. Se produjo un suave chasquido y la parte superior, junto a la cabeza, quedó libre entre sus manos. La alzó, a pesar de hallarla mucho más pesada de lo que se había imaginado. Bajo la zona donde se había separado del pedestal colgaba un nudo de cables viscosos que se retorcían, tanteaban y se agitaban como un manojo de anguilas.

[Ahora trasládame con suavidad hasta el servidor].

Remontoire hizo lo que se le había pedido. Quizá la posibilidad de soltar la cabeza rondó su mente una o dos veces, aunque racionalmente dudaba que la caída pudiera provocar mucho daño a Skade: sin duda el suelo se ablandaría para absorber el impacto. Pero se esforzó por mantener tales pensamientos todo lo censurados que pudo.

[Ahora encájame en el cuerpo del servidor. Las conexiones se establecerán por sí solas. Ahora con cuidado… no hace falta apretar].

Remontoire deslizó el núcleo plateado en la máquina hasta que notó resistencia.

¿Ya está?

[Sí]. Los ojos de Skade se ensancharon de manera apreciable y su piel adquirió un tono rosado del que antes carecía. [Sí. Conexión establecida. Ahora, veamos… control motor…].

El antebrazo del servidor se sacudió con violencia hacia delante, al tiempo que su puño se cerraba y se soltaba a espasmos. Skade volvió a bajarlo y sostuvo ante sus ojos la mano extendida, mientras estudiaba la anatomía mecánica negra brillante y cromada con absorta fascinación. El diseño del servidor era pintoresco y recordaba a una armadura medieval. Era a la vez hermoso y brutal.

Parece que le coges el tranquillo.

El servidor avanzó arrastrando los pies, con los dos brazos ligeramente levantados por delante.

[Sí… Hasta el momento ha sido mi ajuste más rápido. Casi me lleva a pensar que debería decirle a Delmar que no se moleste].

—¿Que no se moleste en qué? —preguntó Felka.

[En curar mi viejo cuerpo, creo que prefiero este. Por cierto, es un chiste].

—Claro —respondió Felka, incómoda.

[Pero debería alegrarte que me haya sucedido esto. Hace que me sienta más dispuesta a recuperar a Clavain con vida].

—¿Y eso por qué?

—Porque me gustaría mucho que viera lo que me ha hecho. —Skade se giró con un crujido de metal—. Creo recordar que había algo más que queríais ver. ¿Proseguimos?

El traje acorazado los condujo fuera de la sala.

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