39

—Hola, Clavain —dijo Ilia Volyova; su voz era un chirrido áspero, como de papel, que a él le costó entender—. Me alegro de verte por fin. Acércate más, ¿quieres?

Clavain se aproximó al lado de la cama, no muy dispuesto a creer que aquella fuese la triunviro. Parecía muy enferma, pero al mismo tiempo sintió que una profunda calma rodeaba a la mujer. Su expresión, por lo que él podía leer en ella, ya que tenía los ojos ocultos detrás de unos vacíos anteojos grises, hablaban de un logro callado, o del agotado júbilo que llegaba con la conclusión de un asunto difícil y prolongado.

—Me alegro de conocerte, Ilia —le dijo, y le estrechó la mano con tanta suavidad como pudo. Él sabía que la mujer ya estaba herida y que luego había vuelto al espacio, a la batalla. Sin protección, Volyova había recibido una dosis de radiación que no podían remediar ni siquiera las medichinas de amplio espectro.

Iba a morir, e iba a morir más pronto que tarde.

—Te pareces mucho a tu proxy, Clavain —le dijo su tono de voz áspero y suave—. Y también eres diferente. Tienes un aire de seriedad del que carecía la máquina. O quizá solo sea que ahora te conozco mejor como adversario. No estoy muy segura de que antes te respetara.

—¿Y ahora?

—Me has dado que pensar; eso, desde luego, no puedo negarlo.

Eran nueve los presentes. Al lado de la cama de Volyova estaba Khouri, la mujer que Clavain decidió que era la adjunta de la triunviro. Clavain, por su parte, venía acompañado de Felka, Escorpio, dos de los soldados cerdo de Escorpio, Antoinette Bax y Xavier Liu. El trasbordador de Clavain había atracado en la Nostalgia por el Infinito después de la declaración inmediata de alto el fuego, y el Ave de Tormenta lo había seguido poco después.

—¿Has considerado mi propuesta? —preguntó Clavain con delicadeza para romper el silencio.

—¿Tu propuesta? —dijo ella con un gruñido de desdén.

—Mi propuesta revisada, entonces. La que no implicaba tu rendición unilateral.

—No se puede decir que estés en posición de hacerle propuestas a nadie, Clavain. La última vez que miré, solo te quedaba media nave.

Tenía razón. Remontoire y la mayor parte de la tripulación que había quedado allí seguían vivos, pero el daño de la nave era grave. Era un pequeño milagro que los motores combinados no hubieran explotado.

—Con propuesta quise decir… sugerencias. Un acuerdo mutuo, algo que nos beneficie a ambos.

—Refréscame la memoria, ¿quieres, Clavain?

Este se volvió hacia Bax.

—Antoinette, preséntate, si eres tan amable.

La joven se acercó a la cama envuelta en parte de la misma agitación que había mostrado Clavain.

—Ilia…

—Soy la triunviro Volyova, jovencita. Al menos hasta que nos conozcamos mejor.

—Lo que quería decir es… Tengo una nave…, un mercancías…

Volyova le lanzó una mirada furiosa a Clavain. Él sabía a lo que se refería. La mujer era muy consciente de que no le quedaba mucho tiempo, y lo último que le hacía falta eran vacilaciones.

—Bax tiene un mercancías —dijo Clavain con tono urgente—. Ahora está amarrado con nosotros. Tiene una capacidad transatmosférica limitada, no la mejor, pero se las apaña.

—¿Y eso qué significa, Clavain?

—Significa que tiene grandes bodegas de carga presurizadas. Puede albergar pasajeros, una gran cantidad de pasajeros. No en medio de lo que llamaríamos lujo pero…

Volyova le hizo un gesto a Bax para que se acercase.

—¿Cuántos?

—Cuatro mil, con toda facilidad. Quizá incluso cinco. El trasto está pidiendo a gritos que lo utilicen como arca, triunviro.

Clavain asintió.

—Piensa en ello, Ilia. Sé que tienes en marcha un plan de evacuación. Antes pensaba que era una treta, pero ahora he visto las pruebas. Pero apenas has sacado a una mínima parte de la población.

—Hemos hecho lo que hemos podido —dijo Khouri con un rastro de tono defensivo.

Clavain levantó una mano.

—Lo sé. Dadas vuestras limitaciones, habéis hecho mucho por sacar a tantos de la superficie como habéis podido. Pero eso no significa que ahora no lo podamos hacer mucho mejor. El arma de los lobos, el mecanismo de los inhibidores, ya casi se ha abierto camino hasta el corazón de Delta Pavonis. No hay tiempo para ningún otro plan, así de simple. Con el A ve de Tormenta solo tenemos que hacer cincuenta viajes. Puede que menos, como dice Antoinette. Cuarenta, quizá. Ella tiene razón, es un arca. Y un arca muy rápida.

Volyova dejó escapar un suspiro tan antiguo como el tiempo.

—Ojalá fuera tan sencillo, Clavain.

—¿A qué te refieres?

—No nos estamos limitando a sacar unidades anónimas de la superficie de Resurgam. Lo que estamos trasladando son personas. Personas asustadas y desesperadas. —Los anteojos grises se ladearon levísimamente—. ¿No es cierto, Khouri?

—Tiene razón. Allí abajo es un desastre. La administración…

—Antes solo erais vosotras dos —dijo Clavain—. Teníais que trabajar con el Gobierno. Pero ahora tenemos un ejército y los medios para imponer nuestra voluntad. ¿No es cierto, Escorpio?

—Podemos tomar Cuvier —dijo el cerdo—. Ya le he echado un vistazo. No es mucho peor que tomar una sola manzana de Ciudad Abismo. O esta nave, si a eso vamos.

—Nunca llegasteis a tomar mi nave —le recordó Volyova—. Así que no sobrestimes tu capacidad. —Volvió a dirigirse a Clavain y su voz se hizo más brusca, más aguda de lo que lo había sido a su llegada—. ¿Te plantearías de verdad una toma de poder forzada?

—Si ese es el único modo de sacar a esas personas del planeta, entonces sí, eso es exactamente lo que me plantearía.

Volyova lo miró con expresión astuta.

—Has cambiado de canción, Clavain. ¿Desde cuándo evacuar Resurgam es tu primera prioridad?

El hombre miró a Felka.

—Comprendí que la posesión de las armas no era un asunto tan claro como me habían hecho creer. Había decisiones que tomar, decisiones más difíciles de lo que yo hubiera querido, y me di cuenta de que las había estado descuidando por culpa de esa misma dificultad.

Volyova dijo:

—¿Entonces no quieres las armas, es eso?

Clavain sonrió.

—En realidad sí, todavía las quiero. Y tú también. Creo que podemos llegar a un acuerdo, ¿no te parece?

—Tenemos un trabajo que hacer aquí, Clavain. Y no estoy hablando solo de la evacuación de Resurgam. ¿De verdad crees que yo iba a dejar que los inhibidores siguieran con lo que están haciendo?

Él sacudió la cabeza.

—No. Lo cierto es que ya tenía mis sospechas.

—Me estoy muriendo, Clavain. No tengo futuro. Con la intervención adecuada quizá pudiera sobrevivir unas cuantas semanas, pero no mucho más. Supongo que se podría hacer algo por mí en otro mundo, asumiendo que haya alguien que todavía conserve algún tipo de tecnología anterior a la plaga, pero eso supondría el tedioso asunto de ser congelada, algo de lo que, por esta existencia, ya he tenido suficiente. Así que, en lo que a mi respecta, se acabó. —Levantó una muñeca de pajarito y golpeó la cama—. Te lego esta maldita monstruosidad de nave. Puedes llevártela de aquí junto con los evacuados en cuanto hayamos terminado de sacarlos de Resurgam. Toma, te la doy. Es tuya. —La triunviro levantó la voz, un esfuerzo que debió de costarle más de lo que él llegaría a imaginarse jamás—. ¿Está escuchando, capitán? Ahora es la nave de Clavain. Por la presente dimito como triunviro.

—¿Capitán? —aventuró Clavain.

La mujer sonrió.

—Ya lo averiguarás, tú tranquilo.

—Me ocuparé de los evacuados —dijo Clavain, conmovido por lo que acababa de pasar. También le dedicó un gesto a Khouri—. Tienes mi palabra. Y te prometo que no te decepcionaré, triunviro.

Volyova lo despachó con un gesto cansado de la mano.

—Te creo. Pareces de ese tipo de hombres que terminan las cosas que empiezan, Clavain.

Él se rascó la barba.

—Entonces solo queda una cosa.

—¿Las armas? ¿Quién se queda con ellas al final? Bueno, no te preocupes. Ya he pensado en eso.

Clavain esperó y estudió la serie de curvas grises y abstractas que eran la forma encamada de la triunviro.

—Aquí tienes mi propuesta —dijo ella con un hilo de voz tan fino como el viento—. Y resulta que no es negociable. —Luego volvió la mirada otra vez a Antoinette—. Tú. ¿Cómo dijiste que te llamabas?

—Bax —dijo Antoinette, casi tartamudeando con la respuesta.

—Mmm —dijo la triunviro como si aquello fuese lo menos interesante que había oído en su vida—. Y esa nave tuya…, ese mercancías… ¿De verdad es tan grande y rápida como se afirma?

La joven se encogió de hombros.

Supongo.

—Entonces también me la quedo. No la vas a necesitar una vez terminemos de evacuar el planeta. Pero será mejor que os aseguréis de terminar el trabajo antes de que me muera.

Clavain miró a Bax y luego volvió a mirar a la triunviro.

—¿Para qué quieres su nave, Ilia?

—Para alcanzar la gloria —dijo Volyova con tono despectivo—. La gloria y la redención. ¿Qué otra cosa te imaginabas?


Antoinette Bax estaba sentada sola en el puente de su nave, la nave que había sido suya y antes de su padre; la nave que había amado una vez y odiado otra, la nave que formaba parte de ella tanto como su propia piel, y sabía que aquella era la última vez. Para bien o para mal, ya nada sería lo mismo a partir de ese momento. Ya era hora de terminar el proceso que había comenzado con esa salida del Carrusel Nueva Copenhague para cumplir una ridícula y absurda promesa infantil. A pesar de toda su ridiculez, había sido una promesa nacida de la gentileza y el amor, y la había llevado al corazón de la guerra y al interior de la grande y abrumadora máquina de la historia misma. Si hubiera sabido, si hubiera tenido la más vaga idea de lo que iba a ocurrir, de cómo se vería enredada en la historia de Clavain, una historia que ya llevaba siglos en marcha antes de que ella naciera y que la arrancaría de su propio entorno y la lanzaría a años luz de su hogar y a décadas posteriores, entonces quizá se hubiera achicado. Quizá. Pero también era posible que hubiera mirado al miedo de frente y la hubiera embargado una determinación todavía más obstinada de hacer lo que se había prometido tantos años antes. Era, pensó Antoinette, muy, pero que muy posible que hubiera hecho precisamente eso. Una vez zorra tozuda, siempre zorra tozuda, y si ese no era su lema personal ya era hora de que lo adoptase. Su padre quizá no lo hubiera aprobado, pero estaba segura de que, en el fondo, él habría estado de acuerdo y quizá incluso la hubiera admirado por ello.

—¿Nave?

—¿Sí, Antoinette?

—Está bien, ¿sabes? No me importa. Puedes seguir llamándome señorita.

—Solo era un número. —Bestia, o Lyle Merrick, para hablar con más propiedad, hizo una pausa—. Lo hice bastante bien, ¿no te parece?

—Papá tuvo razón al confiar en ti. Me cuidaste, ¿verdad?

—Lo mejor que pude. Que no fue tan bien como esperaba. Pero claro, tú tampoco me lo pusiste demasiado fácil. Supongo que era inevitable, dada la relación familiar. No se puede decir que tu padre fuera el más cauto de los individuos, y tú eres toda una astilla de ese palo.

—Sobrevivimos, nave —dijo Antoinette—. Aun así, sobrevivimos. Eso también tiene que contar, ¿no?

—Supongo.

—Nave… Lyle…

—¿Antoinette?

—Sabes lo que quiere la triunviro, ¿no?

Merrick tardó varios segundos en responderle. Durante toda su vida se había imaginado que las pausas estaban insertadas en la conversación de la subpersona con fines cosméticos, pero ahora sabía que habían sido bastante reales. La simulación de Merrick experimentaba la conciencia a un ritmo muy parecido al del pensamiento humano normal, así que sus pausas indicaban una introspección genuina.

—Xavier me ha informado, sí.

Antoinette se alegró de que al menos no tuviera que ser ella la que revelase esa parte concreta del acuerdo.

—Cuando termine la evacuación, cuando hayamos sacado a tantas personas del planeta como podamos, la triunviro quiere utilizar el Ave de Tormenta. Dice que es para alcanzar la gloria y la redención. Parece una misión suicida, Lyle.

—Yo también he llegado más o menos a la misma conclusión, Antoinette. —La voz sintetizada de Merrick era de una calma desconcertante—. Se está muriendo, según tengo entendido, así que supongo que no es un suicidio en el sentido clásico…, pero esa es una distinción bastante absurda. Tengo entendido que desea compensar su pasado.

—Khouri, la otra mujer, dice que no es el monstruo que pinta la gente del planeta. —Antoinette luchó por mantener su propia voz tan serena y controlada como la de Merrick. Estaban dando rodeos alrededor de algo horrendo, orbitaban alrededor de una ausencia que ninguno de los dos deseaba reconocer—. Pero supongo que, de todos modos, algo malo ha debido de hacer en el pasado.

—Entonces supongo que ya somos dos —dijo Merrick—. Sí, Antoinette, sé lo que te inquieta. Pero no debes preocuparte por mí.

—Ella cree que solo eres una nave. Lyle. Y nadie le va a decir la verdad porque necesitan su cooperación con urgencia. Tampoco es que hubiera diferencia alguna si lo hicieran… —Antoinette se quedó sin voz, se odiaba por sentirse tan triste—. Vas a morir, ¿verdad? Al final, como habría ocurrido hace tantos años si papá y Xavier no te hubieran ayudado.

—Lo merecía, Antoinette. Hice algo terrible y huí de la justicia.

—Pero Lyle… —Le picaban los ojos. Sentía las lágrimas que se le agolpaban, lágrimas estúpidas e irracionales por las que se despreciaba. Había adorado a su nave, luego la había odiado, la había odiado por la mentira en la que había implicado a su padre, la mentira que le habían contado a ella; y luego había vuelto a amarla porque la nave, y el fantasma de Lyle Merrick que la embrujaba, eran vínculos tangibles con su padre. Y ahora que había conseguido asumirlo, el cuchillo volvía a retorcerse. Le estaban quitando aquello que había aprendido a amar, esa zorra de Volyova le arrebata de las manos el último vínculo con su padre…

¿Por qué nunca era fácil? Todo lo que había querido hacer era mantener una promesa.

—¿Antoinette?

—Podríamos quitarte —dijo ella—. Sacarte de la nave y sustituirte con una subpersona normal. Volyova no tendría que saberlo, ¿verdad?

—No, Antoinette, también ha llegado mi hora. Si ella quiere alcanzar la gloria y la redención, ¿por qué no puedo coger yo también un poco para mí?

—Tú ya has hecho algo. No hay ninguna necesidad de hacer un sacrificio mayor.

—Pero aun así, esto es lo que he elegido hacer. No puedes negarme eso, ¿verdad?

—No —dijo la joven, a la que se le quebraba la voz—. No, no puedo. Y no lo haría.

—Prométeme algo, Antoinette.

Esta se frotó los ojos, avergonzada de sus lágrimas y sin embargo extrañamente exultante al mismo tiempo.

—¿Qué, Lyle?

—Que seguirás cuidándote mucho, poco importa lo que pase de ahora en adelante.

Ella asintió.

—Lo haré. Te lo prometo.

—Muy bien. Y hay otra cosa que quiero decir, y luego creo que deberíamos separarnos. Yo puedo continuar con la evacuación sin ayuda. De hecho, me niego en redondo a que sigas poniéndote en peligro al continuar volando a bordo de esta nave. ¿Qué te parece como orden? ¿A que estás impresionada? Creías que no era capaz de eso, ¿eh?

—Sí, nave, eso creía. —La joven sonrió a pesar de sí misma.

—Una última cosa, Antoinette. Ha sido un placer servir a tus órdenes. Un placer y un honor. Ahora, por favor, vete y busca otra nave, a poder ser algo más grande y mejor, que capitanear. Estoy seguro de que harás un trabajo excelente.

Antoinette se levantó de su asiento.

—Haré todo lo que pueda, te lo prometo.

—De eso no me cabe duda.

La joven dio unos pasos hacia la puerta y dudó en el umbral.

—Adiós, Lyle —dijo.

—Adiós, señorita.

Загрузка...