34

Fue creciendo una figura hasta alcanzar una parpadeante solidez dentro del tanque óptico de la Luz del Zodíaco. Clavain, Remontoire, Escorpio, Sangre, Cruz y Felka estaban sentados en un tosco semicírculo alrededor del mecanismo cuando la forma del hombre se definió, y luego comenzó a animarse.

—Bien —dijo el nivel beta de Clavain—. He vuelto.

Clavain tenía la incómoda sensación de que estaba mirando su propio reflejo vuelto de izquierda a derecha, con todas las sutiles asimetrías de su rostro demasiado exageradas. No le gustaban los niveles beta, sobre todo si lo eran de sí mismo. La idea entera de que lo imitaran le molestaba, y cuanto más precisa fuese la imitación, menos le gustaba. ¿Se supone que tengo que sentirme halagado, pensó, porque sea tan fácil capturar mi esencia con un montaje de algoritmos mecánicos?

—Te han pirateado —le dijo Clavain a su imagen.

—¿Perdona?

Remontoire se inclinó hacia el tanque y habló.

—Volyova te ha despojado de grandes porciones. Podemos ver su obra, el daño que ha dejado, pero no podemos saber con exactitud lo que hizo. Con toda probabilidad, lo único que consiguió fue borrar bloques de memoria confidenciales, pero dado que no lo podemos saber con seguridad, tendremos que tratarte como vírico en potencia. Eso significa que se te pondrá en cuarentena una vez que termine este informe sobre la operación. Tus recuerdos no se fundirán de forma neuronal con los de Clavain, ya que existe un riesgo demasiado grande de contaminación. Se te congelará y convertirá en un substrato de memoria en estado sólido y luego se te archivará. A efectos prácticos, estarás muerto.

La imagen de Clavain se encogió de hombros como si pidiera disculpas.

—Entonces esperemos que pueda servir de algo antes, ¿de acuerdo?

—¿Te has enterado de algo? —preguntó Escorpio.

—Me he enterado de muchas cosas, creo. Por supuesto, no puedo estar seguro de qué recuerdos son genuinos y cuáles infiltrados.

—Ya nos preocuparemos nosotros de eso —dijo Clavain—. Tú solo dinos lo que has averiguado. ¿La comandante de la nave es realmente Volyova?

La imagen asintió con entusiasmo.

—Sí, es ella.

—¿Y sabe lo de las armas? —preguntó Sangre.

—Sí, así es.

Clavain miró a sus compañeros, luego volvió a mirar al tanque.

—Está bien. ¿Va a entregarlas sin luchar?

—No creo que puedas contar con eso, no. De hecho, creo que será mejor que supongas que va a poner las cosas un poquito incómodas.

Entonces habló Felka.

—¿Qué sabe sobre el origen de las armas?

—No mucho, creo. Quizá tenga alguna vaga idea, pero no creo que le interese demasiado. Pero sí que sabe un poco sobre los lobos.

Felka frunció el ceño.

—¿Cómo es eso?

—No lo sé. Nunca fuimos tan colegas. Será mejor que supongamos que Volyova ya ha tenido alguna relación tangencial con ellos y ha sobrevivido, como no creo que haga falta señalar. Eso la convierte en alguien digno de nuestro respeto, creo. Los llama inhibidores, por cierto. No llegué al fondo del porqué.

—Yo sé por qué —dijo Felka en voz baja.

—Quizá no haya tenido ninguna relación directa con ellos —dijo Remontoire—. Ya hay actividad lobuna en este sistema, y debe de haberla desde hace algún tiempo. Es muy probable que todo lo que haya hecho Volyova es hacer algunas deducciones sagaces.

—Creo que su experiencia llega un poco más allá que eso —respondió el nivel beta de Clavain, pero no elaboró más la idea.

—Estoy de acuerdo —dijo Felka.

Todos la miraron entonces por un momento.

—¿La has convencido de la seriedad de nuestras reclamaciones? —Preguntó Clavain, que había vuelto a dedicar su atención al nivel beta—. ¿La avisaste de que le iría mucho mejor tratando con nosotros que con el resto de los combinados?

—Creo que recibió el mensaje, sí.

—¿Y?

—Gracias, pero no, gracias, fue la idea general.

—Es una mujer muy tonta, la tal Volyova —dijo Remontoire—. Es una pena. Sería mucho más fácil si pudiéramos hacer las cosas de una forma cordial, sin toda esta desafortunada necesidad de utilizar la fuerza bruta.

—Hay otro asunto —dijo el Clavain simulado—. Se está realizando una especie de operación de evacuación. Ya habéis visto lo que la máquina de los lobos le está haciendo a la estrella, la está mordisqueando con una especie de sonda concentrada de ondas de gravedad. Pronto llegará al núcleo, donde se quema la energía nuclear, y liberará el poder que alberga el corazón de la estrella. Será como abrir un agujero con un taladro en la base de una presa y soltar el agua bajo una tremenda presión. Salvo que no será agua. Será hidrógeno de fusión, con la presión y la temperatura de un núcleo estelar. Yo diría que convertirá la estrella en una especie de lanzallamas. La energía del núcleo se desangrará muy rápido una vez que el taladro lo encuentre y la estrella morirá, o al menos en el proceso se convertirá en una estrella mucho más apagada y fría. Pero al mismo tiempo me imagino que la estrella en sí se convertirá en un arma capaz de incinerar cualquier planeta que esté a pocas horas luz de distancia de Delta Pavonis; será suficiente con rociar ese atomizador arterial de fuego de fusión por la superficie de un mundo. Me imagino que eliminaría la atmósfera de un gigante gaseoso y fundiría un mundo rocoso, convirtiéndolo en lava metálica. No es que sepan lo que va a pasar en Resurgam, pero podéis estar seguros de que querrán alejarse de allí tan pronto como sea posible. Ya hay personas a bordo de la nave, personas que han sacado de la superficie. Unos cuantos miles, como mínimo.

—Y tú tienes pruebas de eso, ¿no? —preguntó Escorpio.

—Nada que pueda demostrar, no.

—Entonces asumiremos que no existen. Es obvio que es un intento muy rudimentario de convencernos para que no ataquemos.


Thorn se encontraba en la superficie de Resurgam, el abrigo abotonado hasta arriba para defenderse del duro viento polar que arañaba y restregaba cada milímetro expuesto de su piel. No era lo que en otro tiempo habría llamado una tormenta abrasiva, pero no dejaba de ser bastante desagradable cuando no había ningún refugio próximo. Se ajustó los endebles anteojos contra el polvo y guiñó los ojos bajo la luz de las estrellas, en busca de la diminuta estrella móvil de la nave de trasbordo.

Caía la noche. El cielo había adquirido sobre su cabeza un profundo y aterciopelado color púrpura que se iba convirtiendo en negro por el horizonte sur. Solo las estrellas más brillantes quedaban a la vista a través de sus anteojos, y de vez en cuando hasta estas parecían atenuarse cuando sus ojos se acostumbraban al destello repentino de una de las armas enfrentadas. Al norte, y extendiéndose un poco hacia el este y el oeste, unas suaves auroras de color rosa temblaban como cortinas bajo un viento invisible. El espectáculo de luces solo era hermoso si no se tenía ni idea de lo que lo estaba causando, y por tanto no se comprendía en realidad el portento que suponía. Las auroras estaban alimentadas por partículas ionizadas que estaba arrancando y excavando de la superficie de la estrella el arma inhibidora. El abombamiento interno, el túnel que el arma estaba taladrando en la estrella, llegaba ya a la mitad de camino del foco de energía nuclear. Alrededor de las paredes del túnel, apuntaladas por ondas constantes de energía gravitatoria bombeada, la estructura interior de la estrella había sufrido una serie de cambios drásticos a medida que los procesos normales de convección luchaban por ajustarse al asalto de las armas. El núcleo ya estaba empezando a cambiar de forma a medida que cambiaba la densidad de la masa que lo recubría. La canción de neutrinos que surgía del corazón de la estrella había variado su melodía, lo que indicaba la inminencia del avance sobre el núcleo. Todavía no existía una idea clara de lo que ocurriría cuando el arma terminara su trabajo, pero en opinión de Thorn, lo mejor que podían hacer era no quedarse por allí para averiguarlo.

Estaba esperando a que terminara de embarcar el último de los vuelos del trasbordador del día. La elegante nave estaba estacionada debajo de él, rodeada por una palpitante masa de evacuados en potencia que se movían como insectos. Estallaban peleas de forma constante cuando la gente intentaba saltarse la cola de la siguiente partida. El populacho le asqueaba, si bien no sentía nada más que admiración y comprensión por sus elementos individuales. En todos sus años de revolución solo había tenido que tratar con un número muy pequeño de personas de confianza, pero siempre había sabido que se llegaría a esto. El populacho era una propiedad emergente de las multitudes, y como tal él tenía que llevarse el mérito del nacimiento de este populacho en concreto. Claro, que no tenía que gustarle lo que había hecho.

Ya está bien, pensó Thorn. Ahora no era el momento de empezar a despreciar a las personas que había salvado solo porque permitían que sus miedos salieran a la superficie. Si él hubiera estado entre ellos, dudaba que se hubiera comportado como un santo. Habría querido sacar a su familia del planeta, y si eso significaba pisotear los planes de huida de otra persona, que así fuera.

Pero él no estaba entre el populacho, ¿verdad? Lo cierto es que él era quien había encontrado una forma de salir del planeta. Él era quien lo había hecho posible.

Suponía que eso tenía que contar de algún modo.

Ahí, deslizándose sobre su cabeza. La nave de trasbordo cruzó su cénit y luego se hundió entre las sombras. Sintió un chispazo de alivio al ver que todavía seguía allí. Su órbita estaba vedada de forma muy estricta, ya que entraba dentro de lo posible que cualquier desviación provocara un ataque de los sistemas de defensa superficie-órbita. Aunque Khouri y Volyova habían hundido las garras en muchas ramas del Gobierno, todavía había ciertos departamentos en los que solo habían podido influir de modo indirecto. La Oficina de Defensa Civil era uno de ellos, y también uno de los más preocupantes, encargado como estaba de las defensas para evitar una repetición del incidente Volyova. La Oficina tenía misiles superficie-órbita de respuesta rápida equipados con cabezas explosivas abrasivas, diseñadas para eliminar una nave estelar de la órbita antes de que se convirtiera en una amenaza para la colonia en general. Las naves más pequeñas de los ultras habían sido capaces de esquivar y meterse bajo las redes de los radares, pero el trasbordador de traslado era demasiado grande para tales subterfugios. Así que había habido negociaciones y tráfico de influencias entre bambalinas, y el resultado era que los misiles de la Oficina se quedarían en sus bunkeres siempre que la nave de trasbordo o cualquier otro trasbordador transatmosférico no se desviase de unos pasillos de vuelo muy bien definidos. Thorn lo sabía y confiaba en que los varios sistemas de vuelo de las naves también lo supieran, pero seguía sintiendo un momento irracional de alivio cada vez que la nave de trasbordo volvía a aparecer.

Su teléfono portátil repicó. Thorn sacó el voluminoso objeto del bolsillo del abrigo y enredó con los controles a través de unos guantes de gruesos dedos.

—Thorn.

Reconoció la voz de uno de los operadores de la Casa Inquisitorial.

—Mensaje grabado de la Nostalgia por el Infinito, señor. ¿Se lo transmito, o quiere coger la llamada cuando esté en órbita?

—Transmítalo, por favor. —Esperó un momento y oyó la tenue charla de los repetidores electromecánicos y el siseo de la cinta analógica mientras se imaginaba la oscura maquinaria telefónica de la Casa Inquisitorial moviéndose para servirlo.

—Thorn, soy Vuilleumier. Escucha con atención. Ha habido un ligero cambio de planes. Es una historia muy larga, pero nos estamos acercando a Resurgam. Tendré coordenadas de navegación actualizadas para la nave de trasbordo, así que no tendrás que preocuparte por eso. Pero ahora quizá estemos contemplando un viaje de ida y vuelta de mucho menos de treinta horas. Quizá incluso podamos acercarnos lo suficiente para que no nos haga falta utilizar la nave de trasbordo y los podamos traer directamente a bordo de la Nostalgia. Eso significa que podemos acelerar los vuelos entre la superficie y la órbita. Solo necesitamos quinientos vuelos del trasbordador y habremos evacuado el planeta entero. Thorn, de repente da la sensación de que hay una posibilidad. ¿Puedes organizar las cosas en tu lado?

Thorn bajó la vista y miró al populacho inquieto. Khouri parecía esperar su respuesta.

—Operador, grabe y transmita esto, ¿quiere? —Esperó un intervalo decoroso antes de responder—. Soy Thorn. Mensaje comprendido. Haré lo que pueda para acelerar el proceso de evacuación cuando sepa que tiene sentido. Pero entre tanto, ¿me permitirías insertar una nota de precaución? Si puedes reducir el tiempo total de viaje por debajo de las treinta horas, genial. Lo respaldo de forma incondicional. Pero no podéis acercar la nave estelar demasiado a Resurgam. Incluso si con eso no matáis del susto a la mitad del planeta, tendréis que preocuparos por la Oficina de Defensa Civil. Y hablo de preocuparos de verdad. Ya hablaremos más tarde, Ana. Tengo cosas que hacer, me temo. —Miró al populacho y observó un alboroto donde un minuto antes reinaba la calma—. Quizás algunas más de las que me temía.

Thorn le dijo al operador que enviara el mensaje y que lo avisara si se recibía una respuesta. Se volvió a meter el teléfono en el bolsillo, donde yació pesado e inerte como una porra. Luego empezó a bajar gateando y resbalando para volver con el populacho, levantando polvo a medida que descendía.


—Estamos fuera de la Luz del Zodíaco, Antoinette.

—Bien —dijo ella—. Creo que ya puedo empezar a respirar otra vez.

A través de las ventanillas de la cubierta de vuelo, la abrazadora lumínica todavía se cernía enorme, extendiéndose en ambas direcciones como un gran acantilado oscuro, cincelada por algunos sitios con extraños afloramientos mecánicos, desfiladeros y prominencias. La bodega de atraque que acababa de dejar el Ave de Tormenta era un rectángulo cada vez más pequeño de luz dorada en la parte más cercana del acantilado. Las enormes puertas dentadas ya comenzaban a cerrarse. Pero aunque las puertas se estaban sellando, todavía había espacio suficiente para que partieran navíos más pequeños. Antoinette los vio con sus propios ojos y en los varios monitores tácticos y esferas de radar que atestaban la cubierta de vuelo. Mientras las mandíbulas blindadas se deslizaban hacia el cierre, pequeñas naves básicas de ataque, poco más que triciclos blindados, eran capaces de deslizarse entre sus dientes. Salían zumbando, a lomos de cohetes de fusión de antimateria catalizada de alto consumo. A Antoinette le hacían pensar en esos parásitos que le limpian la boca a un enorme monstruo submarino. En comparación, el Ave de Tormenta era un pez de buen tamaño por derecho propio.

La salida había sido la más difícil que había hecho jamás, técnicamente hablando. El ataque por sorpresa de Clavain exigía que la Luz del Zodíaco mantuviera una deceleración de tres gravedades hasta su llegada a menos de diez segundos luz de la Nostalgia por el Infinito. A todas las naves de ataque de la actual oleada se les había obligado a realizar la salida bajo las mismas tres gravedades de propulsión. Salir del estacionamiento de una nave ya era una operación técnica delicada, sobre todo cuando las naves que partían iban armadas y cargadas de combustible. Pero hacerlo bajo una propulsión continua era un orden de magnitud más difícil todavía. Antoinette ya lo habría considerado un trabajo descomunal si Clavain hubiera exigido que salieran a media gravedad, igual que hacían los pilotos del borde al llegar y salir del Carrusel Nueva Copenhague. ¿Pero tres gravedades? Eso era puro sadismo.

Pero lo había conseguido. Ahora tenía un espacio despejado a lo largo de cientos de metros en todas direcciones, y mucho más que eso en la mayoría.

—Corta el tokamak a mi señal, nave. Cinco… Cuatro… Tres… Dos…, y ¡ya! —Tras años de condicionamiento, Antoinette tensó el cuerpo, anticipándose al pequeño golpe seco que iba a sentir en las posaderas y que siempre indicaba el cambio de los cohetes nucleares a la fusión pura.

No se produjo.

—Consumo de fusión sostenido y regular. Verde en todo el panel. Tres gravedades, Antoinette.

La joven alzó una ceja y asintió.

—Coño, qué suave.

—Puedes agradecérselo a Xavier, y quizás a Clavain. Encontraron un fallo técnico en una de las subrutinas más antiguas de la gestión de motores. Era el responsable de una ligera incompatibilidad de propulsión durante el cambio entre modos de propulsión.

Antoinette cambió a una visión menos magnificada de la abrazadora, algo que le mostrara toda la longitud del casco. Chorros de naves de ataque improvisadas (sobre todo del tamaño de triciclos, pero había hasta pequeños trasbordadores) surgían de cinco estacionamientos diferentes situados por todo el casco. Muchas de las naves eran señuelos, y no todos estos tenían combustible suficiente para acercarse a menos de un segundo luz de la Nostalgia por el Infinito. Pero incluso sabiendo eso no dejaba de ser un espectáculo impresionante. La enorme nave parecía estar sufriendo una hemorragia de chorros de luz.

—¿Y tú no tuviste nada que ver con eso?

—Uno siempre hace todo lo que puede.

—Jamás pensé lo contrario, nave.

—Siento lo que pasó, Antoinette…

—Ya lo he superado, nave.

Ya no podía seguir llamándolo Bestia. Y desde luego no tenía el valor de llamarlo Lyle Merrick.

«Nave» tendría que servir.

Cambió a una magnificación incluso menor y solicitó un cuadro superpuesto que encuadrara las numerosas naves de ataque y las etiquetara con códigos numéricos según el tipo, el alcance, la tripulación y el armamento, y trazara sus vectores. Quedó entonces clara una pequeña idea de la magnitud del asalto. Había alrededor de cien naves en total. Unas sesenta de esas cien eran triciclos, y unos treinta de los triciclos incluso transportaban miembros del escuadrón de asalto; en general, un cerdo fuertemente armado, aunque había uno o dos triciclos conjuntos para operaciones especializadas. Todos los triciclos tripulados transportaban algún tipo de armamento, que iba desde los gráseres de un solo uso a bóseres Breitenbach de varios gigavatios. Todas las tripulaciones llevaban servoarmaduras, y la mayor parte transportaba armas de fuego o podía soltar y llevarse el arma del triciclo una vez que llegaran a la nave enemiga.

Había unas treinta naves de tamaño medio: transbordadores de dos o tres plazas y casco cerrado. Eran todos de diseño civil, ya fueran adaptaciones de las naves que ya estaban presentes en las bodegas de la Luz del Zodíaco cuando la capturaron o proporcionados por H, sacados de sus propias flotas incursoras. Estaban equipadas con un espectro de armamento parecido al de los triciclos, pero también llevaban equipo más pesado: rejillas de misiles y equipo especializado de atraque forzado. Y luego había nueve trasbordadores o corbetas de tamaño más grande, todos capaces de albergar al menos veinte tripulantes armados y con cascos lo bastante largos para llevar la clase más pequeña de lanzabalas de cañones de aceleración. Tres de estas naves llevaban supresores de inercia, lo que aumentaba su techo de aceleración de cuatro a ocho gravedades. Sus fornidos cascos y diseños asimétricos los distinguían como naves no atmosféricas, pero eso no supondría un inconveniente en la esfera de combate que se anticipaba.

El Ave de Tormenta era mucho más grande que las otras naves, lo bastante para que su propia bodega contuviera ahora tres trasbordadores y una docena de triciclos, junto con sus respectivas tripulaciones. No tenía maquinaria de supresión de la inercia, había resultado imposible replicar la tecnología en masa, sobre todo en las condiciones de la Luz del Zodíaco, pero a modo de compensación, la nave de Antoinette llevaba más armamento y más blindaje que cualquier otra nave de la flota de asalto. Ya no era un mercancías, pensó. Era una nave de guerra y más le valía que empezara a acostumbrarse a la idea.

—Seño…, quiero decir, ¿Antoinette?

—¿Sí? —preguntó ella apretando los dientes.

—Solo quería decir… ahora…, antes de que sea demasiado tarde…

La joven apretó el botón que desconectaba la voz, y luego salió de su sillón y se metió en el exoesqueleto.

—Más tarde, nave. Tengo que inspeccionar las tropas.


Solo, con las manos aferradas con fuerza a la espalda, Clavain permanecía envuelto en el abrazo rígido de su exoesqueleto, contemplando la partida de las naves de ataque desde una cúpula de observación.

Los zánganos, señuelos, triciclos y naves giraban y rodaban a medida que abandonaban la Luz del Zodíaco para situarse en los escuadrones que les habían designado. El cristal inteligente de la cúpula le protegía los ojos de la luz deslumbradora y feroz de los escapes, manchaba de negro el núcleo de cada llama de tal forma que él solo veía los extremos violetas. A lo lejos, mucho más allá del enjambre de naves que partían, estaba la faz creciente de color pardo grisáceo de Resurgam, el planeta entero tan pequeño como una canica sujeta a cierta distancia. Sus implantes le indicaban la posición de la abrazadora lumínica de Volyova, aunque la otra nave estaba demasiado lejos para verla a simple vista. Pero con una sola orden neuronal hacía que la cúpula magnificara de forma selectiva esa parte de la imagen, de tal forma que una visión razonablemente marcada de la Nostalgia por el Infinito se hinchaba y surgía de la oscuridad. La nave de la triunviro estaba a casi diez segundos luz de distancia, pero también era muy grande; el casco tenía una longitud de cuatro kilómetros y se subtendía con un ángulo de un tercio de un arco segundo, así que estaba perfectamente al alcance de la capacidad de resolución de los telescopios ópticos más pequeños de la Luz del Zodíaco. Lo malo era que la triunviro tendría una visión por lo menos igual de buena de la nave de Clavain. Siempre que estuviera prestando atención, sería imposible que no notara la partida de la flota de ataque.

Clavain sabía ahora que los barrocos aumentos que había visto antes, y que había descartado como fantasmas añadidos por el programa del procesador, eran más que reales; que algo asombroso y extraño le había ocurrido a la nave de Volyova. La nave se había reconvertido en una enconada caricatura gótica del aspecto que debería tener una nave estelar. Clavain solo podía especular que la plaga de fusión debía de haber tenido algo que ver. El único lugar en el que había visto transformaciones que se acercaran siquiera a lo que estaba viendo ahora era en la arquitectura combada y fantasmagórica de Ciudad Abismo. Había oído hablar de naves infectadas por la plaga y había oído que en ocasiones esta alcanzaba la maquinaria de reparación y rediseño que permitía la evolución de las naves, pero jamás había oído hablar de que una nave se pervirtiera de una forma tan absoluta como esta al tiempo que, por lo que él veía, podía seguir funcionando como tal. Se le ponían los pelos de punta con solo verla. Esperaba que ningún ser vivo hubiera quedado atrapado en esas transformaciones.

La esfera de batalla abarcaría los diez segundos luz que había entre la Luz del Zodíaco y la otra nave, aunque el punto central vendría determinado por los movimientos de Volyova. Era un buen volumen para una guerra, pensó Clavain. Tácticamente hablando, la escala no importaba tanto como los típicos tiempos de travesía para las varias naves y armas.

A tres gravedades la esfera se podía cruzar en cuatro horas, algo más de dos horas para las naves más rápidas de la flota. A un misil hiperrápido le llevaría menos de cuarenta minutos abarcar la esfera. Clavain ya había ahondado en sus recuerdos de anteriores campañas bélicas en busca de paralelismos tácticos. La Batalla de Gran Bretaña (una oscura disputa aérea de una de las primeras guerras transnacionales, librada con aviones subsónicos con motor de pistones) había abarcado un volumen similar desde el punto de vista de tiempos de travesía, aunque el elemento tridimensional había sido mucho menos importante. Las guerras globales del siglo XXI eran menos relevantes; con zánganos de ondas suborbitales, ningún punto del planeta había estado a más de cuarenta minutos de la aniquilación. Pero las guerras del sistema solar de la segunda mitad de ese siglo ofrecían paralelismos más útiles. Clavain pensó en la crisis de secesión entre la Tierra y la Luna, o la batalla por Mercurio, y tomó nota de victorias y fracasos, y las razones de cada uno. También pensó en Marte, en la batalla contra los combinados, a finales del siglo XXII. La esfera de combate había llegado muy por encima de las órbitas de Fobos y Deimos, de tal forma que el tiempo de travesía real para los cazas monoplaza más rápidos había sido de tres o cuatro horas. También había habido problemas de retrasos, y las comunicaciones en la línea de visión quedaban bloqueadas por enormes nubes de ahechaduras plateadas.

Había habido otras campañas, otras guerras. No era necesario recordarlas todas. Las lecciones más destacadas ya estaban ahí. Sabía los errores que habían cometido otros; también sabía los errores que había cometido él en los primeros combates de su carrera. Nunca habían sido errores significativos, pensó, o no estaría allí ahora. Pero ninguna lección carecía de valor.

Un pálido reflejo se movió por el cristal de la cúpula.

—Clavain.

Se giró de golpe con un zumbido de su exoesqueleto. Había creído estar solo hasta ahora.

—Felka… —dijo sorprendido.

—He venido a contemplar cómo ocurre —dijo ella.

El exoesqueleto de la mujer la impulsó hacia él con un paso rígido, marcial, como alguien al que escoltaran unos guardias invisibles. Juntos contemplaron la salida al espacio de los restos del escuadrón de ataque.

—Si no supieras que era una guerra… —empezó él.

—… sería hasta hermoso —terminó ella—. Sí, estoy de acuerdo.

—Estoy haciendo lo correcto, ¿verdad? —preguntó Clavain.

—¿Por qué me lo preguntas a mí?

—Tú eres lo más parecido a una conciencia que me queda, Felka. No hago más que preguntarme qué haría Galiana si estuviera ahora aquí…

Felka lo interrumpió.

—Se preocuparía, igual que te preocupas tú. Son las personas que no se preocupan, aquellas que nunca dudan de si lo que están haciendo está bien y es correcto…, esas son las que causan los problemas. Personas como Skade.

Clavain recordó el abrasador destello que había destruido a la Sombra Nocturna.

—Siento lo que pasó.

—Te dije que lo hicieras, Clavain. Sé que era lo que Galiana quería.

—¿Que la matara?

—Murió hace años. Solo que no… terminó. Todo lo que has hecho es cerrar el libro.

—Eliminé cualquier posibilidad de que volviera a vivir —dijo él.

Felka le cogió la mano moteada por la edad.

—Ella te habría hecho lo mismo a ti, Clavain. Lo sabes.

—Quizá. Pero tú todavía no me has dicho si estás de acuerdo con esto.

—Estoy de acuerdo con que si poseemos las armas, eso servirá a nuestros intereses a corto plazo. Más allá de eso, no estoy tan segura.

Clavain la miró con mucha atención.

—Necesitamos esas armas, Felka.

—Lo sé. Pero, ¿y si ella, la triunviro, las necesita también? Tu proxy dijo que estaba intentando evacuar Resurgam.

El hombre escogió las palabras con cuidado.

—Esa no es… mi preocupación más inmediata. Si está dedicándose a evacuar el planeta, y yo no tengo pruebas de que así sea, entonces tiene muchas más razones para darme lo que quiero y así evitar que yo interfiera en la evacuación.

—¿Y no se te ocurriría pensar por un momento que podrías ayudarla?

—Estoy aquí para conseguir esas armas, Felka. Todo lo demás, por muy bienintencionado que sea, no son más que detalles.

—Eso pensaba —dijo Felka.

Clavain sabía que era mejor no responder.

En silencio contemplaron las llamas de color violeta de las naves de ataque que caían hacia Resurgam, y la nave estelar de la triunviro.


Cuando Khouri terminó de responder al último mensaje de Thorn, llegó a una inquietante conclusión. Caminar era todavía más difícil que antes, la aparente pendiente del suelo resultaba incluso más pronunciada. Era exactamente lo que Ilia Volyova había predicho: el capitán había incrementado el ritmo de propulsión, ya no le satisfacía una simple décima de gravedad. Según los cálculos de Khouri, y el nivel beta de Clavain estaba de acuerdo con ella, se había duplicado la velocidad, y era muy probable que siguiera ascendiendo. Las superficies que antes eran horizontales parecían ahora inclinarse a doce grados, lo suficiente para hacer que algunos de los corredores más resbaladizos fuesen difíciles de atravesar. Pero no era eso lo que le preocupaba.

—Ilia, escúchame. Tenemos un problema, y es grave de cojones.

Volyova salió de la contemplación de su campo de batalla electrónico. Los iconos flotaban dentro de la esfera aplastada de la proyección como decenas de brillantes peces congelados. Khouri estaba segura de que la visión había cambiado desde la última vez que la había visto.

—¿Qué pasa, niña?

—Es la zona de contención, donde tenemos a los recién llegados.

—Continúa.

—No está diseñada para enfrentarse al hecho de que la nave se mueva bajo propulsión. La construimos como una zona de contención temporal, para utilizarla mientras estuviéramos estacionados. Se gira para poder tener gravedad de tal modo que la fuerza actúa de forma radial, apartándose del eje largo de la nave. Pero eso está cambiando. El capitán está aplicando propulsión, así que tenemos una nueva fuente que actúa a lo largo del eje. Es solo un quinto de gravedad de momento, pero puedes apostar a que va a empeorar. Podemos desconectar el movimiento giratorio, pero eso no va a cambiar las cosas. Las paredes se están convirtiendo en suelos.

—Esto es una abrazadora lumínica, Khouri. Es una transición normal al modo de vuelo estelar.

—No lo entiendes, Ilia. Tenemos dos mil personas apiñadas en una cámara, y no pueden quedarse allí. Ya se están asustando porque el suelo se está inclinando mucho. Tienen la sensación de estar en la cubierta de un barco que se hunde y nadie les dice si pasa algo. —Hizo una pausa, había perdido un poco de aliento—. Ilia, este es el trato. Tenías razón con lo del atasco. Le he dicho a Thorn que moviera más las cosas por el lado de Resurgam. Eso significa que vamos a recibir a miles de personas muy, muy pronto. Siempre supimos que tendríamos que empezar a vaciar la zona de contención. Solo tendremos que empezar a hacerlo un poco antes.

—Pero eso significaría… —Volyova parecía incapaz de terminar la idea.

—Sí, Ilia. Van a tener que hacer la visita de la nave. Les guste o no.

—Esto podría ir muy mal, Khouri. Muy mal de verdad.

Khouri bajó los ojos y miró a su antigua mentora.

—¿Sabes lo que me gusta de ti, Ilia? Eres tan optimista, so puñetera…

—Cállate y échale un vistazo a la imagen de la batalla, Khouri. Nos están atacando, o lo harán dentro de muy poco.

—¿Clavain?

La más leve insinuación de un asentimiento.

—La Luz del Zodíaco ha soltado escuadrones de naves de ataque, alrededor de cien en total. Se dirigen hacia aquí, la mayor parte a tres gravedades. No les llevará más de cuatro horas alcanzarnos, hagamos lo que hagamos.

—Clavain no puede quedarse con esas armas, Ilia.

La triunviro, que ahora parecía mucho más anciana y frágil de lo que Khouri recordaba haberla visto jamás, sacudió la cabeza apenas un grado.

—No va a conseguirlas. No sin luchar.


Intercambiaron un ultimátum: Clavain le dio a Ilia Volyova una última oportunidad de rendir las armas de clase infernal; si accedía, él retiraría su flota de ataque. Volyova le dijo que si no retiraba su flota de inmediato, ella volvería las trece armas restantes contra él.

Clavain preparó su respuesta.

—Lo siento. Inaceptable. Necesito esas armas y las necesito ya.

La transmitió, y solo se quedó un poco sobresaltado cuando la respuesta de la triunviro volvió tres segundos después. Era idéntica a la suya. No había transcurrido tiempo suficiente para que ella viera su respuesta.

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