El bar del campamento se animaba con unos ruidosos clientes alemanes que bebían cerveza Klinskoe entre jubilosas canciones bávaras, pero el ruido de los juerguistas siempre era mejor que el frío seco que comenzaba a sentirse en la playa. Por tal razón, los dos amigos se recogieron en el interior cálido del bar y pidieron un shashlyk para entretener el estómago; cuando llegó el pincho de carnero, lo acompañaron con pan de centeno y un afrutado tinto georgiano de uva akhasheni.
– ¿Crees entonces que los intereses del petróleo provocaron la muerte de tus amigos científicos? -observó Tomás, reiniciando la conversación en el punto en que la habían suspendido.
– No es que lo crea -le corrigió su amigo-. Lo sé.
– ¿Cómo puedes estar seguro?
– No te olvides, Casanova, de que conozco el mundo del petróleo como la palma de mi mano. -Mostró las manos, como si allí estuviese la prueba de lo que acababa de decir-. Las personas pueden tener el aspecto más civilizado del mundo, y en el caso del mundo del petróleo hay muchas que ni siquiera tienen ese aspecto, pero, cuando se trata de defender intereses de esta envergadura, querido amigo, no hay aire civilizado que resista. Todo se vuelve primitivo, violento, básico. La preservación de este tipo de poder afecta a los instintos más primarios y a las acciones más brutales que se puedan imaginar.
– Pero ¿tienes alguna prueba de que hayan asesinado a tus amigos por intereses ligados al petróleo?
– Tengo las pruebas que me llegan.
– ¿Y cuáles son?
– Mira, para empezar, lo que ocurrió conmigo. Por un feliz azar, en el momento en que mataron a Howard y a Blanco, yo estaba en el extranjero.
– Viena, ¿no?
Filipe adoptó una expresión interrogativa.
– ¿Cómo lo sabes?
– He hecho los deberes.
– Sí, estaba en Viena. Ocurre que, ese mismo día, unos desconocidos asaltaron mi casa. Lo extraño es que no se llevaron nada, lo que indica que no encontraron lo que habían ido a buscar, es decir, a mí.
– Puede ser pura coincidencia.
– Lo sería si lo mismo no hubiese sucedido con James. Asaltaron su casa en Oxford al mismo tiempo que la mía, el mismo día en que Howard y Blanco fueron asesinados. Afortunadamente, James se había ido a Escocia a consultar unos documentos y tampoco se encontraba en casa. O sea, que, de una sola vez, mataron a dos miembros del grupo y asaltaron las casas de los otros dos, que por casualidad se habían ausentado sin aviso. Todo el mismo día.
– ¿Le dijisteis eso a la Policía?
– ¿Qué? ¿Que nos asaltaron la casa?
– Sí. Eso y la coincidencia de que los asaltos hayan ocurrido el mismo día de la muerte de los otros miembros del grupo.
– Casanova, la Policía no nos libraba de lo que nos esperaba. ¿Tú piensas que la PSP, Scotland Yard o la Interpol suponen algún impedimento para quien dispone de los vastos recursos que proporcionan los beneficios del negocio del petróleo?
– Pero ¿cuál es la alternativa, entonces?
– Desaparecer del mapa.
Tomás se quedó con los ojos fijos en su interlocutor.
– Que fue lo que vosotros hicisteis -observó entendiendo por fin la cuestión-. Pero nada de eso prueba que hayan sido los del negocio del petróleo quienes mataron a tus amigos.
– Entonces, ¿quiénes han sido?
– No lo sé. Tal vez fueron los tipos del petróleo, no digo que no. Pero no tienes pruebas.
– Los mensajes son una prueba.
– ¿Qué mensajes?
– ¿No fuiste tú quien dijo que se encontraron al lado de los cuerpos de Howard y de Blanco unos mensajes con un triple seis?
– Sí. ¿Eso qué prueba?
– Eso prueba que los asesinatos se debían a las actividades de nuestro grupo.
– ¿Por qué dices eso?
Filipe se golpeó las sienes con el dedo.
– Casanova, piensa un poco. Nuestro grupo se llamaba «Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis». Los mensajes mostraban el triple seis. ¿No llegas a ver la relación entre las dos cosas?
Tomás asintió.
– El Apocalipsis de Juan -observó.
– Exacto -confirmó su amigo-. Son dos referencias simbólicas extraídas del último texto de la Biblia. Al dejar esos mensajes al lado de las víctimas, los asesinos estaban implícitamente relacionando las muertes de Howard y de Blanco con las actividades del grupo, dejando claro que estaban al tanto de todo.
– Tienes razón -reconoció Tomás, balanceando afirmativamente la cabeza-. Eso tiene sentido.
– Y esa relación queda reforzada por el verdadero sentido del triple seis.
– Ahora ya no entiendo. ¿Qué quieres decir con eso?
– Escucha, Casanova. Tú, que eres un experto en lenguas antiguas, dime: ¿qué es el triple seis?
– Es el número de la Bestia.
– Ese es el sentido simbólico, tal como se menciona en el Apocalipsis. Pero lo que yo quiero saber es otra cosa. Si cogemos ese número y lo desciframos, ¿qué da el triple seis?
– Usando la guematría, el 666 se transpone al Nero Kaisar, o César Nerón.
– ¿Y quién era Nerón?
Tomás se quedó cohibido con la pregunta, tan obvia le parecía la respuesta.
– Bien, era el emperador de Roma que persiguió a los cristianos.
– Sí, pero ¿qué acontecimiento lo hizo célebre, a él y a su lira?
– ¿El incendio de Roma?
Filipe golpeó la mesa con la palma de la mano.
– Eso es -exclamó-. ¿Qué significa, que Nerón es fuego? -Alzó las cejas-. ¿Y con quién comparó Séneca a Nerón?
– ¿Con el Sol?
– ¡Bien! -confirmó Filipe-. Séneca comparó a Nerón con el Sol cuando escribió: «El propio Sol es Nerón y toda Roma».
– Conozco ese poema.
– A ver si ahora llegas al jackpot: ¿qué astro tiene un nombre que, traspuesto en números mediante la guematría, presenta un triple seis como valor?
– Teitan -se rindió Tomás.
– ¡Es cierto otra vez! -apuntó en la dirección de la claridad del crepúsculo, cuyos últimos rayos se extinguían más allá de la ventana del bar-. Teitan o Titán. Uno de los nombres del Sol.
– Pero ¿qué significa eso?
– ¿No es obvio? -preguntó Filipe-. Nerón es fuego y Nerón es el Sol. ¿Qué generan el fuego y el Sol?
– ¿Calor?
– Entonces, ése fue el mensaje que dejaron los asesinos cuando soltaron esos papelitos al lado de las víctimas. El triple seis es un mensaje que concibieron los criminales para asociar los homicidios con el grupo de Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis y para asociar los homicidios con el trabajo del grupo: el combate contra el calentamiento del planeta. ¿Cómo se hace ese combate? Creando las condiciones para acabar con los combustibles fósiles. Y de ese modo, ¿qué industria se pone en entredicho?
– La industria del petróleo.
– Exacto. -Cogió el vaso y observó el vino balanceándose en el interior-. La industria del apocalipsis. -Se mordió el labio-. Por ello, cuando tomamos conocimiento de los asesinatos y de los asaltos de nuestras casas, y cuando supimos que habían dejado el triple seis al lado de los cuerpos de nuestros amigos, lames y yo entendimos instantáneamente lo que pasaba y que sólo teníamos una cosa que hacer. -Bebió el vino tinto de un trago, como si quisiese que el alcohol borrase el instante en que habían tomado la decisión-. Desaparecer de la faz de la Tierra.
Tomás se quedó un largo rato callado, casi perplejo, inmerso en sus pensamientos, evaluando lo que se había dicho y considerando explicaciones alternativas.
– Lo entiendo todo -observó, al cabo de unos segundos-. Pero ¿llegarían esos tipos al extremo de…, de matar sólo por detener una investigación científica? Eso no tiene mucho sentido…
Filipe suspiró.
– Por el contrario, tiene absolutamente sentido.
– Pero ¿cómo?
– Escucha, Casanova. Ya te he dicho que conozco la industria del petróleo como nadie y, por ello, cree en lo que te digo: los intereses para mantener el mundo dependiente de los combustibles fósiles son vastos y poderosos. Casi todos los agentes de la economía mundial desean el mantenimiento del statu quo y consideran que cualquier cambio fundamental pone en entredicho sus intereses. Lo que es la pura verdad.
– Eso es muy vago.
– No lo es, no. Todo ello tiene nombres y rostros.
– Entonces dime cuáles.
– Mira, vamos a comenzar por los países en desarrollo en África, en Asia y en América Latina. Todas sus opciones de crecimiento económico pasan, como ya te he dicho, por el aumento del consumo de energía lo más barata posible, energía que tiende a ser muy contaminante y que se produce a partir de los componentes que más calientan la atmósfera. Estos países encaran las políticas de reducción de la emisión de dióxido de carbono como un ataque directo a su esfuerzo para escapar de la pobreza. Y como ellos dependen de energía barata, que es la más contaminante, para alcanzar el crecimiento económico, es evidente que se han convertido en opositores naturales a los esfuerzos para poner fin a la dependencia mundial en relación con los combustibles fósiles.
– Ah, sí-exclamó Tomás, acordándose de lo que su amigo le había contado media hora antes en la playa-. Por eso Kioto fracasó, ¿no?
– Ésa fue una de las razones, sí -asintió Filipe-. Pero el segundo grupo de sospechosos también tuvo mucho que ver con ese fracaso.
– ¿Quiénes?
– Los productores de combustibles fósiles.
– ¿Las petroleras?
– Sí, pero no sólo ellas. Los países de la OPEP y la industria del carbón forman con la industria petrolera un implacable triángulo de resistencia al cambio. A la cabeza de este grupo están las seis principales petroleras del globo: la Aramco saudí, la compañía iraní de petróleo, la PEMEX mexicana, la PdYSA venezolana y los dos gigantes occidentales, ExxonMobil y Shell. Cualquier sugerencia de que los combustibles fósiles nos están llevando a la catástrofe constituye una amenaza real contra el negocio de este grupo. En consecuencia, sus miembros reaccionan de modo implacable a esa amenaza, utilizando gigantescos recursos financieros, políticos y diplomáticos para silenciar tales sugerencias.
Tomás arrancó un trozo de carne del pincho, lo puso sobre el pan y lo mordió.
– ¿Qué hicieron ellos en concreto? -preguntó mientras masticaba.
– Muchas cosas, pero sobre todo presión sobre el tercer gran freno al cambio, los Estados Unidos. La economía estadounidense es el mayor consumidor mundial de energía, y cualquier intento de enfrentar los combustibles fósiles es encarado como una amenaza a la estabilidad del país. Los legisladores y presidentes estadounidenses, a través del tiempo, han adoptado políticas que defienden el statu quo energético y las industrias de combustibles fósiles.
– Pero ¿es tan amenazadora para la economía estadounidense una alteración del modelo energético?
Filipe esbozó una mueca vacilante.
– Tal vez no.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– ¿De verdad quieres saberlo?
– Claro.
– El problema son las elecciones.
Tomás dejó momentáneamente de masticar.
– ¿Las elecciones?
– La industria petrolera contribuye con centenares de millones de dólares a las campañas electorales de los candidatos al Congreso o a la Casa Blanca. Por ello, siempre que se plantean cuestiones ambientales, los gobernantes estadounidenses defienden la industria de los combustibles fósiles. No están haciendo más que retribuir el favor de las contribuciones a sus campañas.
– Pero ¿eso es realmente así?
– Es peor que eso. Una de las maneras de enfrentar el problema del calentamiento del planeta es limitar con impuestos el consumo de energía. Si la gasolina fuese más cara, el consumidor quemaría menos.
– Es lógico.
– Pues la cuestión llegó hasta tal punto que el código fiscal estadounidense subsidió la industria de los combustibles fósiles. -Hizo una pausa y repitió la palabra decisiva-. Ellos subsidian esa industria. Como si al petróleo le hicieran falta subsidios.
– ¡No puede ser!
– No sólo puede serlo, sino que lo es. Toda la industria estadounidense paga una media del dieciocho por ciento de impuestos. ¿Sabes cuánto paga la industria petrolera? Once por ciento. Eso representa un ahorro de miles de millones de dólares por año.
– Es increíble.
– Otra de las formas de afrontar el calentamiento del planeta es exigir que los fabricantes de automóviles inventen tecnología que consuma combustible de un modo más eficiente. Por ejemplo, en vez de gastar diez litros en cien kilómetros, gastar cinco litros. Eso significaría reducir a la mitad la emisión de carbono en la atmósfera. ¿Sabes por qué razón esa exigencia no existe en los Estados Unidos?
– No.
– Porque los fabricantes de automóviles, que gastan centenares de millones de dólares en contribuciones electorales, se opusieron, temiendo que tal exigencia beneficiase a los constructores europeos y japoneses, cuyos coches son mucho más eficientes en el consumo de combustible.
Tomás meneó la cabeza.
– Es increíble.
– Pues mira, no es más que el resultado de la forma en que está montado el sistema en los Estados Unidos. Las petroleras y la industria automovilística pagan las campañas electorales, los políticos devuelven el favor cuando son elegidos. Es así como funcionan las cosas. Si el mundo avanza hacia el precipicio por ello, mala suerte.
– Por tanto, si no lo entiendo mal, lo que estás diciendo es que todo el planeta se encuentra convertido en rehén del sistema electoral estadounidense.
– En el fondo, es eso -asintió Filipe-. Las políticas energéticas de la antigua Administración Bush, por ejemplo, no fueron más que la defensa de los intereses de la industria petrolera. Por otra parte, la familia Bush viene del negocio del petróleo y fue la industria del petróleo la que contribuyó con la partida más importante de sus fondos electorales. En esas condiciones, ¿qué estábamos esperando? ¿Que él tomase medidas contra los intereses fundamentales de la industria que lo alimentaba, sólo para defender el planeta?
– Pero, concretamente, ¿qué hizo?
Filipe se rio.
– Lo que hizo la antigua Administración Bush para proteger la industria del petróleo va más allá de lo imaginable. Mira, para empezar: adulteración de documentos.
– ¿Cómo?
– Los tipos falsificaron informes con el único objetivo de salvaguardar el negocio de las industrias fósiles.
– ¿Cómo puedes afirmar eso?
– Es la verdad. Mira, en el verano de 2003, precisamente ni el mismo momento en que Europa hervía bajo una ola de calor nunca vista, que desencadenó incendios inauditos por todas partes, la principal agencia ambiental estadounidense, la Invironmental Protection Agency, recibió órdenes de la Casa Blanca para borrar una serie de referencias que constaban de un informe sobre el medio ambiente en el planeta. -Adoptó un semblante irónico-. ¿Sabes cuáles fueron las partes tachadas?
– Dime.
– Fueron las referencias a un estudio que mostraba cómo las temperaturas del planeta habían subido más entre 1990 y 2000 que en cualquier otro periodo en los últimos mil años. Pero la Casa Blanca quiso sobre todo que se eliminase la conclusión de que el calentamiento se debe a la acción humana. Es decir, a los combustibles fósiles: petróleo, carbón, gas.
– ¿En serio?
– Tuvieron que eliminar eso, fíjate. Y la Casa Blanca ordenó a la agencia que añadiese una referencia a un nuevo estudio que cuestionaba la relación entre los combustibles fósiles y el calentamiento del planeta. Y ¿sabes quién financió parcialmente este nuevo estudio? El American Petroleum Institute.
– Es de juzgado de guardia.
– Pero la adulteración de informes fue sólo lo más inocente que hizo la antigua Administración Bush, sobre todo si se compara con otros de sus actos. Llegaron hasta el punto de declarar guerras, fíjate.
El rostro de Tomás se contrajo en una mueca incrédula.
– ¿Guerras? Estás exagerando un poco, ¿no crees?
– ¿Qué piensas que fue la invasión de Iraq en 2003? ¿Una guerra para instaurar la democracia en Bagdad? ¿Una guerra para eliminar las armas de destrucción masiva que Saddam Hussein, por otra parte, no poseía? ¿Una guerra para derrotar a Al Qaeda, que no estaba en Iraq y ni siquiera tenía relaciones con el régimen de Saddam? -Dejó que se asentaran los interrogantes-. La invasión de Iraq fue una guerra por el petróleo. Punto final. Ni más ni menos.
– Bien, pero sólo fue posible en el contexto de los atentados del 11-S…
– Estás equivocado -intervino Filipe-. Hay indicios de que Iraq hubiera sido invadido incluso sin el pretexto del 11-S.
– ¿Cómo lo sabes?
– Por lo que ocurría en la Casa Blanca. No era sólo el presidente quien venía del negocio del petróleo. Sus dos personas de mayor confianza también. La consejera de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice, desempeñó funciones de dirección en la Chevron Oil, y el vicepresidente, Dick Cheney, estaba ligado a una importante multinacional de explotación y producción petrolera, una empresa llamada Halliburton. Esto por no hablar del secretario de Comercio, Donald Evans, que también dirigió una compañía de explotación de petróleo.
– ¿Entonces?
– Nada de eso es mera coincidencia, querido amigo.
– Pero tampoco es ningún crimen.
– No estamos hablando de crímenes, Casanova -dijo el geólogo con un tono de infinita paciencia-. Aunque, bajo cierta perspectiva, todos esos actos sean crímenes. Pero de lo que estamos hablando es de los intereses instalados que dictaminan la perpetuación de nuestra dependencia en relación con los combustibles fósiles. Mira, ¿quieres un ejemplo? -Se inclinó hacia Tomás, como si fuese a contarle un secreto-. Ocho meses antes del 11-S, el entonces vicepresidente Dick Cheney creó una comisión de política energética cuyos objetivos y trabajos quedaron sometidos al más riguroso sigilo. Algunos miembros del Congreso quisieron conocer a los miembros de la comisión y el contenido de los trabajos, pero Cheney se negó a revelar hasta el menor detalle. Hasta que dos organizaciones privadas de interés público llevaron el asunto ante los tribunales y consiguieron obtener una orden judicial para saber lo que se hacía en esa comisión secreta. Así se divulgaron unos pocos documentos, pero entre ellos había tres mapas. ¿Sabes cuáles?
– No tengo idea.
– Dos de esos mapas eran de Arabia Saudí y de los Emiratos Árabes Unidos. ¿Y el tercero?
– ¿De Kuwait?
– De Iraq. -Arqueó las cejas-. ¿Entiendes ahora?¡El hombre estuvo inclinado ante los mapas donde se localizan los campos petrolíferos iraquíes! Allí lo tenía todo: los yacimientos, los oleoductos, las refinerías y la división en ocho bloques de la zona petrolera iraquí. Aún más:¡se tomó incluso el trabajo de calcular cuánto petróleo iraquí podría lanzarse rápidamente en el mercado! Los documentos muestran que Cheney quería perforar el mayor número posible de pozos en Iraq, para lograr aumentar la producción a siete millones de barriles por día.
– ¿Eso fue después del 11 de Septiembre?
– Fue antes, Casanova -repitió Filipe-. «Antes» del 11-S. ¡Los mapas están fechados en marzo de 2001, seis meses antes de los atentados y dos años antes de la invasión de Iraq! -Sonrió sin ganas-. Las armas de destrucción masiva, la democracia en Oriente Medio y todas esas patrañas no fueron más que pretextos para enmascarar el verdadero objetivo estratégico de la invasión de Iraq: controlar las segundas mayores reservas mundiales de petróleo e imponer un orden estadounidense en la zona donde más petróleo se produce en el mundo. Todo obedeció a esa idea fundamental. No sólo Iraq es el segundo país con más petróleo, sino que es el país donde resulta más barato extraerlo. E, instalándose en Iraq, los estadounidenses lograban imponer y hacer sentir su presencia en toda la región. ¿Entiendes?
– Sí.
– En el momento en que la ONU estaba discutiendo la cuestión bizantina de las armas de destrucción masiva de Iraq, Cheney llegó a afirmar en público que Saddam amenazaba los abastecimientos regionales de petróleo y presentó ese argumento como razón suficiente para lanzar el ataque. -Sonrió-. La gente de la Casa Blanca fue presa del pánico cuando lo oyó hablar tan abiertamente del verdadero objetivo de la guerra y, como es evidente, los estrategas lo mandaron callar. Una guerra por el petróleo era algo que nunca galvanizaría la opinión estadounidense o internacional ni legitimaría la acción militar. Por ello, se empezó a ocultar ese argumento y la Administración Bush llegó incluso a negar que la guerra tuviese algo que ver con el petróleo. -Abrió las manos-. Pero no es posible negar la evidencia. ¿Tú crees que, si Iraq no produjese petróleo sino cacahuetes, los estadounidenses iban a gastarse una fortuna en invadir el país?
Tomás se rio.
– Claro que no.
– Los hechos están ahí para quien los quiera ver. Incluso antes de que la guerra comenzase, la Halliburton de Cheney tenía un contrato de siete mil millones de dólares firmado por el petróleo iraquí. Y cuando las tropas avanzaron, su prioridad operativa fue proteger los gigantescos campos petrolíferos de Kirkuk. En cuanto entraron en Bagdad, las fuerzas estadounidenses fueron corriendo a cerrar el Ministerio del Petróleo, ignorando lo que sucedía en el resto de la ciudad, donde reinaba el pillaje. Todo podía ser pillado, excepto el Ministerio del Petróleo. ¿Por qué sería?
– Pues, puedo imaginármelo.
– Al invadir Iraq, los Estados Unidos no estaban haciendo otra cosa que poner en práctica la agenda de la industria petrolera. El plan era claro. Por un lado, enriquecer a los financiado- res de su campaña electoral y a todos sus amigos del mundo del petróleo. Por otro, asegurarse de que aquel petróleo no fuese a caer en manos de China y de Rusia. Y, finalmente, imponer una visión geoestratégica que asegurase la presencia y la influencia estadounidenses en todo Oriente Medio. Al controlar el golfo Pérsico y Oriente Medio, los Estados Unidos garantizaban el acceso a las mayores reservas mundiales de petróleo, en un momento en que el petróleo no OPEP ya ha superado su pico de producción y está agotándose.
Acabaron el shashlyk y el vino y se recostaron en las sillas. I.os alemanes ya se habían callado, entorpecidos por la cerveza, y el ambiente del bar se había vuelto apacible.
– ¿Vamos andando? -sugirió Tomás.
Filipe alzó la mano y le hizo una seña al camarero ruso, dibujando en el aire una firma.
– Espera, voy a pedir la cuenta.
El camarero cogió un lápiz y un bloc y sumó las consumiciones. Tomás se quedó observándolo, pero su mente volvió a la situación en la que su amigo se había metido.
– Respecto a toda esta historia -comentó-, vuelvo a de- c ir que hay algo que no tiene sentido.
– Dime qué.
– Vosotros erais cuatro científicos estudiando el problema del calentamiento global, ¿no es verdad?
– Sí.
– Pero en el mundo existen cientos o miles de otros científicos estudiando el mismo problema. ¿Por qué razón los intereses de la industria petrolera querían vuestra muerte en concreto? ¿Qué teníais vosotros de diferente en relación con los demás?
El camarero entregó la cuenta y Filipe le dio un puñado de rublos.
– ¿Quieres saberlo? -preguntó.
– Claro.
– Ocurre que hemos descubierto algo.
Tomás lo encaró interrogativamente.
– ¿Qué?
Filipe se incorporó, se puso la chaqueta y se dirigió hacia la puerta del bar.
– Hemos descubierto algo que marca el final de la industria petrolera -afirmó-. Y eso es una cosa que ellos no pueden tolerar.
Y salió.