Capítulo 31

La cuenta llegó en una pequeña bandeja de plata. Tomás insistió en pagar; al fin y al cabo, la Interpol acabaría cubriendo ese gasto. Se levantaron los dos, salieron del Avery's Bar y se dirigieron a la zona de los ascensores, en el lujoso vestíbulo del hotel.

– Aún no has respondido a mi pregunta -insistió Tomás.

– Ya te he dicho que sabrás adónde vamos en el momento oportuno.

– No es eso, idiota.

– Entonces, ¿cuál es la pregunta?

– Estábamos hablando de los campos gigantes de Arabia Saudita -recordó, e hizo una señal en dirección a la carpeta de cartulina que su amigo llevaba en la mano-. Has dicho que los depósitos supergigantes ya han cruzado el pico de producción, pero aún no me has contado lo que revelan esos informes sobre el mayor de todos.

– Ah -comprendió Filipe-. ¿Ghawar?

– Sí. ¿Qué pasa en ese campo?

Llegaron frente a los ascensores y entraron en uno que ya tenía las puertas abiertas. El geólogo pulsó el botón del quinto piso y las puertas se cerraron para el breve viaje.

– Como ya te he dicho, Ghawar comenzó a producir en 1951 y, durante una década, el petróleo fluyó libremente de su depósito sin que hicieran falta métodos especiales de extracción. Al final de la década, sin embargo, los depósitos comenzaron a registrar cierta caída de presión. Para responder al problema, la Aramco inició un programa de inyección de gas en el sector de Shedgum. A principio de los años sesenta, y frente al agravamiento de la caída de presión, se lanzó un nuevo programa, esta vez inyectando agua en las paredes del reservorio. La situación finalmente se controló, pero sólo por algunos años. En los años setenta, apareció agua en el petróleo que salía de los pozos de Ghawar.

– ¿En serio?

Filipe inclinó la cabeza, como si la sorpresa de su amigo fuese desorbitada.

– Casan ova -dijo-. Ghawar estuvo veinte años produciendo petróleo seco. Eso es muy bueno.

– Ah, está bien. Creí que la aparición de agua era grave.

– La aparición de agua es grave.

Tomás pareció desconcertado, sin saber qué pensar.

– Disculpa, pensé que habías dicho que no había problema.

Un sonido discreto señaló la llegada del ascensor al quinto piso. Las puertas se reabrieron y ambos salieron al pasillo.

– La aparición de agua en la extracción siempre es algo grave -dijo Filipe sin perder el hilo-. Eso no impide que el hecho de que un campo esté veinte años sin extraer agua sea bueno. Ha sido excelente, sin duda. El problema es que las cosas buenas no duran para siempre, ¿no?

– Entiendo.

– La producción de Ghawar a lo largo de esa década se disparó, y pasó de un millón y medio de barriles diarios en 1970 a cinco millones setecientos mil diarios en 1981. A partir de ese momento, el consumo mundial se redujo y, en respuesta, la Aramco disminuyó deliberadamente la producción en este campo supergigante. El sector de Haradh, por ejemplo, paró por completo, en un esfuerzo por darles un descanso a los reservorios.

– Quieres decir ahorro.

– Descanso -insistió el geólogo-. ¿Sabes?, cuanto más petróleo produce un campo, más baja la presión de sus depósitos. Un modo de combatir el problema es parar la producción, lo que permite aumentar la presión de forma natural. Fue lo que hicieron los saudíes a partir de 1982. Comenzaron a dejar descansar los campos petrolíferos, intentando recuperar la presión perdida.

– ¿Y lo lograron?

– Un poco, sí. La presión ha aumentado y los problemas con el agua han disminuido ligeramente, pero no es nada decisivo. -Acarició la carpeta de cartulina que tenía en la mano-. Estos informes revelan que los problemas con el agua volverán en breve y de manera inevitable.

– ¿Te estás refiriendo al tenor del agua?

Sí, al water cut.

– ¿Y cómo ha evolucionado el problema?

Se detuvieron frente a una puerta y una tarjeta magnética se materializó entre los dedos de Filipe. La introdujo en la ranura y la puerta de la habitación hizo clic.

– Como ya te he dicho, el agua apareció en Ghawar en los años setenta -indicó entrando en la habitación-. Desde entonces, su porcentaje con respecto al petróleo no ha parado de aumentar… y a una velocidad alarmante.

– Pero ¿cuánto?

Filipe apoyó la carpeta en la cama, se sentó en el borde, e invitó a Tomás a acomodarse en un sillón junto al escritorio.

– El water cut se cifraba ya en el veintiséis por ciento en 1993, y de entonces en adelante hubo que buscar formas de salir del atolladero -dijo prosiguiendo el razonamiento-. Tres años después, ya estaba en el veintinueve por ciento, y en 1999 en un treinta y seis por ciento. La situación amenazaba con descontrolarse por completo y la Aramco decidió abrir nuevos pozos, para ver cómo sortear el problema. Pero al cabo de algunos meses también ellos empezaron a extraer agua. -Colocó la palma de la mano por encima de los ojos-. El agua apareció incluso en depósitos situados en puntos elevados, adonde no era previsible que llegase tan deprisa.

– ¿Y qué hicieron los saudíes?

– Empezaron a sentir que perdían la cabeza, claro. Para salir del paso, la Aramco recurrió a la alta tecnología y a nuevas técnicas de pozos horizontales.

– ¿Y resultó?

– Los informes ya no abarcan el periodo posterior. Pero, en 2005, logré sobornar en Viena a un empleado saudí que se endeudó por el juego y que me dio informaciones más actualizadas sobre el preocupante water cut de Ghawar. Por lo que parece, recurrir a nuevas técnicas sofisticadas le permitió a la Aramco bajar el porcentaje de agua al treinta y tres por ciento en 2003. -Meneó la cabeza-. Pero fue una acción de corto alcance. La tendencia volvió a invertirse y, en 2005, el water cut ya estaba en el cincuenta y cinco por ciento, con varios pozos que subieron en sólo dos años de un veinte por ciento a un valor absolutamente alarmante, algo impensable.

– ¿Cuánto?

– Setenta por ciento.

– Dios mío -se asombró Tomás, con los ojos desorbitados-. ¿Sólo en dos años?

– En un lapso de dos a cinco años, según los casos.

– ¿En Ghawar?

– Sí.

– Pero ¡eso es…, es catastrófico!

– Puedes estar absolutamente seguro. Observando los datos, se llega a la conclusión de que el pico de producción de Ghawar fue el récord de cinco millones setecientos mil barriles diarios en 1981. Desde entonces, este coloso no volvió a producir nunca más tanto petróleo en un solo año. Ghawar alcanzó el pico a principios de los años ochenta y, gracias al aporte de las nuevas tecnologías, se encuentra ahora en la altiplanicie de la producción. Pero, atención, las nuevas tecnologías son un arma de doble filo. Por un lado, es verdad que ayudan a mantener la producción elevada, pero, por otro, aceleran el vaciamiento de los depósitos y la disminución de la presión respectiva.

– ¿Cuánto tiempo se va a mantener esta altiplanicie de producción?

Filipe se acarició la barbilla.

– Nadie lo sabe -dijo taciturno-. Todo indica, no obstante, que el declive es inminente y una cosa es segura: cuando comience, será inesperado y brutal.

– ¿Qué significa eso de inminente?

– Escucha, Casanova. -Abrió las dos manos delante del rostro, como si exhibiese un cuadro-. Mira la imagen general del problema. El petróleo no OPEP está cerca del pico, que se prevé para 2015, año más, año menos. Esto significa que la gran esperanza en cuanto al futuro energético del mundo está depositada en el petróleo de la OPEP. El problema es que la mayor parte de los países de la OPEP ya han cruzado el pico, como es el caso de Irán, Iraq, Kuwait, Yemen, Omán y Nigeria. La salvación reside entonces en Arabia Saudí, cuya producción, según acabamos ahora de descubrir, se asienta en definitiva en un puñado de viejos campos petrolíferos muy explotados. Todos ellos ya han cruzado el pico de producción y registran elevadísimos tenores de agua en la extracción, indicio seguro de la avanzada degradación de las operaciones. Las cosas parecen ahora depender del funcionamiento de Ghawar, pero la información técnica sobre este campo es muy preocupante. Analizando la producción de los campos supergigantes fuera de la OPEP que ya han cruzado el pico, como es el caso de Brent, Oseberg, Romashkino, Samotlor o Prudhoe, por ejemplo, se comprueba que la altiplanicie de producción de los mayores reservorios tiende a durar unos diez años. Siendo el único supergigante del mundo, es plausible que Ghawar tenga una altiplanicie más larga. Pero es importante que recordemos que este campo descomunal alcanzó el récord de producción en 1981 y que entró en altiplanicie desde entonces. -Hizo una pausa-. Frente a este panorama, ¿qué quieres que te diga? -Arqueó las cejas-. ¿Eh?

Se hizo el silencio mientras Tomás asimilaba todo aquello, e intentaba abarcar todo lo que implicaba.

– ¿No era el petróleo saudí el que iba a durar muchos años? -preguntó casi con miedo.

– Tal vez dure cien años, no lo sé. Lo que no va a durar mucho, ciertamente, es la alta tasa de producción actual. Eso implica que el mercado tendrá en breve mucho menos petróleo disponible, en un momento en que la demanda está aumentando exponencialmente. ¿Y sabes lo que eso significa?

– Que el precio del petróleo va a alcanzar los tres dígitos.

– Tan cierto como que dos y dos son cuatro -sentenció Filipe-. La era del petróleo barato se está acabando. La reducción de la oferta y el aumento de la demanda van a hacer subir el precio del petróleo hasta valores hasta ahora impensables. Y lo peor es que este proceso ya ha comenzado. El petróleo costaba en 1998 diez dólares por barril y, en menos de diez años, se ha puesto nueve veces más caro. Cuando el petróleo cueste trescientos dólares por barril, por ejemplo, necesitarás unos trescientos euros sólo para llenar el depósito de tu automóvil.

– Tendré que ir a pie.

– Debes de estar bromeando -se rio su amigo-. La actual economía mundial no se sostiene con las personas que andan a pie. Pero la verdad es que el petróleo se pondrá caro para todo, no sólo para el depósito de tu automóvil, lo que significa que los autobuses, los trenes y el metro también serán diez veces más caros. En resumidas cuentas, mucha gente acabará por comprobar que, lisa y llanamente, no tendrá dinero para moverse, el salario no llegará para pagar el transporte hasta el trabajo. Y los transportes, amigo, son sólo la punta del iceberg. Lo cierto es que, para fabricar un automóvil o un frigorífico, hacen falta hornos, y los hornos se alimentan sobre todo de combustibles fósiles. Lo que quiero decir es que el petróleo más caro conlleva productos más caros. Pero ¿qué nombre tiene este fenómeno de la subida generalizada de los precios?

– ¿Inflación?

– Galopante, Casanova. -Suspiró-. En la historia reciente de los Estados Unidos, por ejemplo, ha habido sólo tres periodos en que la tasa de inflación alcanzó los dos dígitos: entre 1917 y 1920, en la década de los cuarenta y entre 1974 y 1981. ¿Sabes lo que tuvieron en común estos tres periodos? La falta de petróleo. Y las cinco recesiones que se produjeron desde 1973 estuvieron precedidas por la subida del precio del petróleo. Los economistas se dedicaron a analizar estos números con lupa y descubrieron que la inflación había alcanzado los dos dígitos siempre que los costes energéticos llegaban al diez por ciento del PIB. Claro que si esto ocurre en momentos de carencia coyuntural de petróleo, imagina lo que ocurrirá cuando esa carencia se haga permanente.

– Lo que quieres decir es que disminuirá la actividad económica.

– Claro. El aumento del precio del petróleo provoca el aumento del precio de los productos y eso conduce a la inflación y a la caída de la actividad económica. Comenzará despacio, claro. No obstante, como el problema no es coyuntural, sino estructural, la situación se agravará cada vez más. El petróleo sube, la actividad económica disminuye, la inflación se torna gradualmente descontrolada. Es bueno recordar que fue la hiperinflación la que destruyó a Alemania en la década de los veinte. Ahora imagina esa situación en toda la economía mundial. En tales circunstancias, el colapso económico se hará inminente. Y conviene señalar que un colapso económico acarrea una gran agitación social. Si eso ocurre, se sucede el rosario del que ya hemos hablado, ¿no? Recesión, hambre, pillajes, caos. -Abrió los brazos, como quien se entrega al destino-. En otras palabras, nuestra civilización puede estar, ciertamente, a punto de desmoronarse.

Tomás se acomodó en el sillón y miró por la ventana, como si intentase orientarse.

– Estoy un poco confundido -dijo.

– ¿Por qué?

– Considerando la contribución de los combustibles fósiles al calentamiento global, el fin del petróleo debería ser algo bueno, ¿no?

– Debería serlo y lo es.

– ¿Ah, sí? Pero ¿de qué nos sirve frenar el calentamiento del planeta si, con el fin del petróleo, nuestra civilización acaba destruida y volvemos todos a la Edad Media?

– El fin del petróleo ayuda a poner término a la tendencia al calentamiento global, y eso es indudablemente bueno, aunque sea preciso subrayar que los efectos del cese de emisiones de carbono sólo se harán sentir al cabo de unas décadas, debido a la acción acumulativa del calentamiento, como ya te he explicado. Pero todas las monedas tienen cara y cruz, y el precio de poner fin a las emisiones de carbono podría ser demasiado elevado para nuestra civilización.

– Entonces, ¿qué podemos hacer?

Filipe sonrió.

– Volvamos a la pregunta de nuestro pequeño grupo en Kioto -observó-. Cuando nos conocimos en Japón, Howard, Blanco, James y yo sabíamos que las emisiones de combustibles fósiles tendrían que parar, so pena de que el planeta terminase frito en el plazo de algunas décadas, pero el problema que se planteaba era justamente ése: ¿cuál es la alternativa a los combustibles fósiles? Sabíamos también que la industria del petróleo moviliza mucho dinero y no nos hacíamos ilusiones en cuanto a nuestra impotencia frente a los gigantescos intereses que estaban en juego. La situación es, pues, de gran delicadeza. Tal como se presentan las cosas, el panorama que tenemos por delante es verdaderamente apocalíptico. Estamos frente a la peor de todas las perspectivas. Por un lado, vemos que la temperatura del planeta sube desmesuradamente, desencadenando fenómenos descontrolados. Es posible que estemos a punto de cruzar valores críticos de temperatura, más allá de los cuales la Tierra se ha de convertir en un verdadero infierno. Y, en el mismo momento en que eso ocurra, la gran producción de petróleo decaerá bruscamente, sin aviso. Las políticas secretistas de la OPEP, el interés de toda la industria petrolera en prolongar el statu quo lo más posible, la gestión política según breves ciclos electorales y la perversión de los precios del petróleo en el mercado mundial están camuflando el brutal derrumbe de producción que se avecina. Fíjate en que el gran problema no es que el petróleo se acabe, sino el hecho de que se acabe de repente. Nos va a pillar a todos por sorpresa, sin tiempo suficiente para que desarrollemos una alternativa eficiente. -Miró alrededor de la habitación, ansioso, como si aún no hubiese logrado expresar todo lo que sentía-. ¿Te has fijado bien en lo que nos espera?

Tomás meneó la cabeza.

– Un verdadero desastre.

– No te imaginas hasta qué punto, Casanova -observó Filipe rotundamente-. Se avecinan calores cada vez más infernales; una subida del nivel del mar que llevará a las aguas a devorar islas y a invadir continentes; van a producirse tormentas de una brutalidad creciente; la desertificación se extenderá a la mitad del planeta; y las cosechas más productivas serán destruidas por la sequía. En el mismo instante en que eso ocurre, el petróleo en grandes cantidades acaba de modo abrupto y nos pilla en bragas, totalmente desprevenidos. La economía entra en una profunda recesión, cierran las empresas, aparece el hambre, se altera el orden público y, en el momento menos pensado, la civilización ya ha desaparecido. -Balanceó el cuerpo hacia delante, acercando su cara a la de su amigo, y repitió la pregunta-: ¿Te has dado cuenta de lo que va a desatarse?

– El apocalipsis.

– Ni más ni menos -exclamó el geólogo-. El apocalipsis.

Y no ocurrirá dentro de un siglo con nuestros biznietos. -Apuntó la alfombra con el dedo-. Eso va a ocurrir dentro de muy poco, aun durante el margen de vida que nos queda. -Dejó que la idea se asentase-. Nosotros lo vamos a ver, Casanova. Nosotros lo vamos a ver.

Tomás casi se acurrucó en el sillón.

– Es…, es aterrador.

Filipe se enderezó en el borde de la cama.

– Cuando nos conocimos en Kioto, nosotros cuatro intercambiamos informaciones relativas a cada uno de nuestros campos específicos de investigación y nos dimos cuenta de que la situación era de catástrofe inminente. El mundo no está preparado para esta crisis, no existe nada pensado para evitarla. Por ello elaboramos un plan.

– ¿Un plan? ¿Qué plan?

– Como mi especialidad es justamente el sector energético, y en particular el del petróleo, ya disponía de algunas señales de que podría haber problemas en el futuro abastecimiento mundial de petróleo. Eran cosas pequeñas, fragmentos de información aparentemente irrelevantes, ciertos comentarios a la sordina que a veces escuchaba en los mercados financieros, ese tipo de cosas. Uniendo las piezas sueltas de este rompecabezas, comencé a entender que el fin del petróleo barato podría producirse en un breve periodo de tiempo y eso, siendo un gravísimo problema, era también una oportunidad.

– Una oportunidad para enfrentarse al calentamiento global, quieres decir.

– Exacto. Si el petróleo fuese a durar, puedes estar seguro de que los poderosos intereses que se mueven a su alrededor jamás permitirán el surgimiento de una alternativa viable. Todos nosotros, en aquel grupo, lo sabíamos. Pero, si acaso el petróleo está en el final de su vida económicamente viable, entonces las cosas puede que sean diferentes. El negocio se acabará y esos intereses perderán fuerza, como consecuencia del final de su fuente de ingresos. Por eso dividimos el trabajo entre nosotros cuatro en función de nuestras cualificaciones y ámbitos de especialidad. Howard quedó encargado de ocuparse de la evolución climática, como para poder prever con exactitud cuál será el momento más crítico del calentamiento. Con ese objetivo en mente, logró colocarse en una estación estadounidense en la Antártida, donde el calentamiento está siendo más rápido que en el resto del planeta. Blanco y James, que eran los físicos e ingenieros del grupo, se quedaron con la responsabilidad de buscar y desarrollar una fuente energética alternativa. Y yo me dispuse a determinar la situación exacta de las reservas de petróleo, con el fin de establecer cuál sería el momento políticamente más propicio para avanzar con la energía alternativa que Blanco y James llegasen eventual- mente a desarrollar.

– ¿Energía alternativa?

– Sí -confirmó Filipe-. El mundo tendrá que dar un salto hacia delante y encontrar una nueva fuente energética. Si no lo hace, es el fin.

– ¿Estás hablando de la energía solar?

– No, la energía solar es un buen complemento, pero nunca llegará a ser más que eso. Las noches y los días nublados impiden que esa solución sea viable como principal fuente energética.

– Pero ¿cuál es la alternativa? Qarim me dijo en Viena que el viento tampoco servía.

– Y tiene razón. Ocurre que, al igual que la energía solar, la eólica es intermitente. ¿Qué se hace cuando deja de soplar el viento?

– Pues eso, dilo: ¿qué se hace?

– Buena pregunta -observó-. La nuclear sería una opción, si no fuese porque resulta cara y tiene una gran resistencia pública, con el problema adicional de que los residuos se mantienen radioactivos durante miles de años. Otras fuentes, como las mareas, podrán ser complementos interesantes, pero nunca la base en la que podrá asentarse toda la economía. El gas y el carbón, sigue habiéndolo en grandes cantidades, son energías fósiles emisoras de carbono, por lo que tendrán que dejarse aparte, sobre todo el carbón, que para colmo es muy contaminante. -Su rostro se contrajo en una expresión interrogativa-. Así pues, ¿qué hacer? Blanco y James, justamente, se dedicaron a investigar en torno a este problema.

– ¿Y llegaron a alguna conclusión?

– Howard y yo estábamos un poco alejados del trabajo de los dos físicos, por lo que no conozco los detalles. Sólo sé que Blanco tuvo una idea interesante. Él y James estaban trabajando en esa idea cuando se produjeron los homicidios. Blanco murió, pero lo esencial del trabajo teórico ya estaba, al parecer, completo. A consecuencia de los asesinatos, James y yo salimos de circulación, pero nos mantuvimos activos. Yo seguí estudiando la evolución de las reservas mundiales de petróleo y él, que es un hombre muy práctico, dedicó todo este tiempo a desarrollar los conceptos teóricos que había delineado Blanco.

– ¿Vosotros dos os mantuvisteis en contacto?

– Claro -asintió Filipe-. A través de Internet.

Dichas estas palabras, se levantó de la cama, abrió la maleta en la que, apoyada sobre una banqueta, comenzó a doblar y guardar la ropa que había ido sacando del armario.

– ¿Y cómo son esos contactos? ¿Frecuentes?

– No, en absoluto. Somos perfectamente conscientes de los recursos de que disponen los intereses ligados al petróleo y no queríamos correr riesgos innecesarios. Quedamos en que él me enviaría un mensaje codificado cuando necesitara encontrarse conmigo.

– ¿Qué mensaje? ¿Aquella cita del Apocalipsis?

– Así es. -Filipe dejó de doblar la ropa sobre la maleta e, irguiéndose, recitó de memoria-: «Cuando abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo». -Volvió a inclinarse sobre la maleta y siguió ordenando sus cosas-. Por eso estamos aquí.

– ¿Tu amigo inglés sabe que yo también vengo?

– Claro.

– ¿Y cuál va a ser mi papel?

– Tú estás trabajando para la Interpol, ¿no? Entonces vas a ayudarnos, Casanova.

El historiador se levantó del sillón, incapaz de quedarse sentado.

– Pero ¿cómo? ¿Cómo te podré ayudar?

Filipe alzó los ojos.

– Para dar el próximo paso, vamos a necesitar una organización policial de confianza.

Загрузка...