Capítulo diecinueve

¡Sí!

«¿Los chicos sólo quieren una cosa?»

Notas de un artículo para Chik


Molly estaba sentada en la glorieta contemplando las casitas y soñando despierta con la noche anterior, en lugar de prepararse para el té al que había invitado aquella tarde a todo el mundo en el espacio comunitario. Después del desayuno, había conducido hasta el pueblo para comprar otro pastel y algunos refrescos, aunque los refrigerios eran la última cosa que tenía en la cabeza. Molly pensaba en Kevin y en todas las delicias que habían hecho.

Oyó cerrarse una puerta de coche, y Molly se distrajo de sus pensamientos. Levantó la mirada y vio a la mujer a la que Kevin había estado entrevistando al volante de un viejo Crown Victoria. Molly la había visto por el rabillo del ojo cuando había llegado para la entrevista, y no le había gustado. Al ver las gafas de lectura que llevaba colgando del cuello con una cadenita supo enseguida que a aquella mujer las galletas nunca se le quemarían por debajo.

Kevin apareció en el porche principal. Molly levantó automáticamente la mano para saludarle, pero enseguida se arrepintió de haberlo hecho porque temió parecer demasiado ansiosa. Ojalá fuera una de aquellas mujeres sublimemente misteriosas que podían controlar a un hombre con un parpadeo o una mirada provocativa. Pero ni los parpadeos ni las miradas provocativas eran su punto fuerte, y además Kevin tampoco era un hombre al que hubiera que controlar.

Roo le vio atravesar el espacio comunitario y corrió a recibirle con la esperanza de poder jugar a «busca el palo».Cuando Molly le vio, una oleada de calor le recorrió la piel. Ahora sabía exactamente qué aspecto tenía cada una de las partes del cuerpo que se escondía bajo ese polo negro y pantalones anchos de color caqui.

Molly se estremeció. No ponía en duda que él había disfrutado haciendo el amor con ella la noche anterior: ella había estado muy bien, si se le permitía decirlo, pero no había sido lo mismo para él que para ella. Había estado tan… todo: tierno, duro, excitante y más apasionado de lo que ni siquiera su imaginación hubiera podido inventar. Aquél era el encaprichamiento más peligroso, más imposible y más desesperado que había experimentado jamás, y la noche anterior lo había empeorado todavía más.

De repente, Kevin se detuvo a medio camino. Molly se o cuenta enseguida de lo que le había llamado la atención. A un extremo del espacio comunitario había un niño de nueve años con un balón de fútbol. Se llamaba Cody. Molly lo había conocido el día anterior, cuando sus padres se registraron en Pastos verdes.

Kevin tal vez no sabía que por fin tenían huéspedes más jóvenes. Entre ir en planeador por la tarde y luego encerrarse en el dormitorio de la casita, probablemente no había visto a los niños, y ella no se había acordado de comentárselo.

Kevin caminó hacia el niño seguido del Roo. Fue acelerando el paso a medida que se acercaba, hasta que se detuvo justo delante del niño. Molly estaba demasiado lejos para oír qué le decía, pero debía de haberse presentado porque el niño se quedó un poco pasmado, como hacen los niños cuando se encuentran en presencia de algún deportista famoso.

Kevin le despeinó los cabellos para calmarle, y luego, lentamente, le quitó el balón de las manos. Se lo pasó de una mano a otra unas cuantas veces, volvió a hablar con el niño e hizo un gesto hacia el centro del espacio comunitario. E niño se lo quedó mirando durante unos segundos, como si no diera crédito a sus oídos. Luego sus pies volaron, y corrió a recoger su primer pase del gran Kevin Tucker.

Molly sonrió. Había tardado unas cuantas décadas, pero Kevin había encontrado por fin a un niño con el que jugar en el campamento de Wind Lake.

Roo se unió al juego, ladrando junto a sus pantorrillas generalmente metiéndose en medio, pero no pareció importarles a ninguno de los dos. Cody era un poco lento y encantadoramente torpe, pero Kevin no dejaba de animarle.

– Tienes un buen brazo para tener doce años.

– Sólo tengo nueve.

– ¡Pues lo haces muy bien para tener nueve años!

Cody resplandecía y se esforzaba aún más. Los pies le llegaban al trasero cuando corría tras el balón y, tan pronto como conseguía atraparlo, intentaba imitar sin éxito el pase de Kevin para devolvérselo.

Tras casi media hora de juego, el niño empezó a cansarse. Kevin, sin embargo, estaba demasiado entusiasmado reescribiendo la historia como para darse cuenta.

– Lo haces muy bien, Cody. Sólo tienes que relajar el brazo y apoyarte en el cuerpo.

Cody hacía todo lo posible por cumplir, pero al poco rato empezó a mirar con anhelo hacia su casita. Kevin, sin embargo, se concentraba únicamente en asegurarse de que el chico no sufriera el mismo tipo de soledad que había tenido que sufrir él.

– ¡Eh, Molly! -gritó-. ¿Has visto qué buen brazo tiene mi amigo?

– Sí, ya lo veo.

Cody empezaba a arrastrar sus zapatillas deportivas, e incluso Roo parecía cansado. Pero Kevin seguía sin darse cuenta en absoluto de la situación.

Molly ya se disponía a intervenir cuando los tres hermanos O'Brian, de seis, nueve y once años, si no recordaba salieron corriendo del bosque de detrás de Escalera de Jacob.

– ¡Eh, Cody! Ponte el bañador. ¡Nuestras mamás han dicho que podíamos ir a la playa!

A Cody se le iluminó la cara.

Kevin parecía hechizado. No cabía duda: Molly debería haberle dicho que el día antes se habían registrado varias familias con hijos. Molly sintió la repentina esperanza irracional que de algún modo aquello le hiciera cambiar de idea sobre la venta del campamento.

Cody abrazó el balón y, algo inquieto, dijo:

– Me ha gustado jugar con usted, señor Tucker, pero… ahora tengo que irme a jugar con mis amigos. Si no le importa dijo mientras se alejaba poco a poco hacia atrás-. Si no encuentra usted a alguien con quien jugar, supongo… supongo que puedo volver más tarde.

Kevin carraspeó.

– Sí, claro. Ve a jugar con tus amigos.

Cody salió disparado como una bala con los tres niños O´Brian detrás.

Kevin se acercó lentamente a Molly. Parecía tan desconcertado que Molly se tuvo que morder el labio para mantener su sonrisa dentro de unos límites razonables.

Roo jugará contigo.

Roo gimoteó y se arrastró bajo la glorieta. Molly se levantó y bajó las escaleras.

– Bueno, pues ya jugaré yo contigo. Pero no lances demasiado fuerte.

Kevin sacudió el cabeza, perplejo.

– ¿De dónde han salido todos esos niños?

– Por fin se ha acabado el colegio. Ya te dije que aparecerían.

– Pero… ¿cuántos hay?

– Los tres niños O'Brian, y Cody tiene una hermana muy pequeña. También hay dos familias con una hija adolescente cada una.

Kevin se sentó en un peldaño.

Molly contuvo sus ganas de reír y se sentó a su lado.

– Probablemente les verás a todos esta tarde. Un té en la glorieta es una buena manera de empezar la semana. Kevin no dijo nada, simplemente se quedó mirando hacia el espacio comunitario.

Molly consideró un tributo a su madurez que sólo se le escapara una pequeña burbuja de risa.

– Siento que tu compañero de juegos se haya marchado.

Kevin clavó el talón de su zapatilla deportiva en la hierba.

– Me he puesto en ridículo, ¿no?

A Molly se le derritió el corazón y apoyó la mejilla en el hombro de Kevin.

– Sí, aunque al mundo le vendrían bien más tipos ridículos como tú. Eres una gran persona.

Kevin sonrió. Molly le devolvió la sonrisa. Y fue entonces cuando se dio cuenta.

Aquello no tenía nada de encaprichamiento. Se había enamorado de él.

Se quedó tan aterrorizada que hizo un gesto de dolor.

– ¿Qué ha pasado?

– ¡Nada! -respondió Molly cambiando de tema para disimular su consternación-. Hay otra familia. Más niños. Se registran hoy, con niños. Los Smith. No han dicho cuántos… cuántos niños. Amy ha hablado con ellos.

¡Enamorada de Kevin Tucker! ¡Eso no, por favor! ¿No había aprendido nada? Sabía desde su infancia lo imposible que le resultaba hacer que alguien la amara, y aun así había vuelto a caer en su vieja pauta autodestructiva. ¿Qué pasaba con todos sus sueños y esperanzas? ¿Qué pasaba con su Gran Historia de Amor?

Sintió ganas de esconder la cara entre sus manos y llorar. Ella quería amor, pero él sólo quería sexo. Kevin se movió a su lado. Molly se alegró de la distracción y siguió la dirección de su mirada hasta el otro extremo del espacio comunitario. Los hermanos O'Brian se perseguían entre ellos mientras esperaban a que Cody se pusiera el bañador. Dos niñas que aparentaban unos catorce años volvían andando de la playa con un reproductor de CD. Kevin se quedó mirando el reproductor de CD, los viejos árboles, las casitas de colores pastel.

– No me puedo creer que sea el mismo lugar.

– No lo es-puntualizó Molly-. Las cosas cambian,-dijo carraspeando para disimular su confusión-. La mujer que has contratado, ¿empieza mañana?

– Me ha dicho que antes tenía que echar a Amy.

– ¿Qué? ¡No puedes hacerlo! ¡Está terminando todas sus tareas y hace todo lo que le pides! Además, esa tontita desdeñosa es fantástica con los huéspedes. -Molly se levantó de las escaleras-. Lo digo en serio, Kevin. Deberías obligarla br¡rsc los chupetones, pero no puedes despedirla.

Kevin no respondió.

Molly se alarmó.

– Kevin…

– Tranquilízate, ¿quieres? Por supuesto que no la voy a despedir. Por eso esa vieja bruja se ha marchado enrabietada

– Gracias a Dios. ¿Qué problema tenía con Amy?

– Parece ser que Amy y su hija fueron juntas al instituto y nunca congeniaron. Si la hija es como la madre, estoy de parte de Amy.

– Has hecho lo que tenías que hacer.

– Supongo que sí. Pero éste es un pueblo pequeño, y ya he llegado al final de una lista muy corta. Los universitarios se han ido a trabajar a Mackinac Island durante el verano, y el tipo de persona que me interesaría contratar no está interesada en un trabajo que sólo durará hasta septiembre.

– Ahí tienes la respuesta, pues. Quédate el campamento y ofrece un empleo permanente.

– Eso no va a ocurrir, aunque tengo otra idea. -Kevin se puso en pie y, con una expresión sexy en el rostro, añadió-¿Te he dicho que estás muy guapa desnuda?

Molly se estremeció.

– ¿Qué idea?

Kevin bajó la voz.

– ¿Llevas algún animal en las bragas, hoy?

– No me acuerdo.

– Entonces supongo que tendré que mirar.

– ¡Ni hablar!

– ¿Ah, no? ¿Y quién me lo va a impedir?

– La tienes delante de ti, vaquero. -Molly saltó del escalón superior y corrió hacia el espacio comunitario, encantada de poder tener una excusa para escapar de su confusión Pero en lugar de dirigirse hacia la casa de huéspedes, donde la presencia de los clientes la mantendría a salvo, se lanzó como una flecha hacia las casitas y se metió en el bosque, donde estaría… en peligro.

A Roo le encantó este nuevo juego y corrió tras ella ladrando de alegría. A Molly se le ocurrió que tal vez Kevin no la estaba siguiendo, pero no tuvo tiempo de darle mucha vueltas: él la atrapó al borde del camino y tiró de ella hacia el bosque.

– ¡Basta! ¡Vete! -dijo dándole una palmada en el brazo-. Me has prometido que llevarías esas mesitas plegables a la glorieta.

– No llevaré nada hasta que vea tus bragas.

– Es Daphne, ¿vale?

– ¿Te crees que voy a creerme que llevas las mismas bragas que ayer?

– Tengo más de una.

– Creo que me estás mintiendo. Quiero comprobarlo por mí mismo -dijo adentrándose más entre los pinos.

Mientras Roo daba vueltas a su alrededor sin dejar de ladrar, Kevin intentó desabrocharle el pantalón corto a Molly.

– ¡Calla, Godzilla! Aquí se está tratando un asunto serio.

Roo calló, obediente.

Molly sujetó a Kevin por las muñecas y empujó.

– Déjame.

– No es eso lo que decías anoche.

– Pueden vernos.

– Les diré que te ha picado una abeja y te estoy sacando el aguijón.

– No me toques el aguijón!-dijo Molly intentando sujetarse el pantalón. Pero ya le había bajado hasta las rodillas-. ¡Estate quieto!

Kevin le miró las bragas.

– Es el tejón. Me has mentido.

– No me he fijado bien mientras me vestía.

– No te muevas. Creo que acabo de ver ese aguijón.

Molly se oyó suspirar.

– Ah, sí…-Kevin avanzó hacia ella-. Aquí lo tenemos.


Media hora más tarde, mientras emergían del bosque, Chevrolet Suburban de aspecto familiar apareció por detrás del espacio comunitario. Kevin se dijo que debía de ser una pura coincidencia mientras lo observaba derrapar ligeramente al frenar ante la casa de huéspedes, pero entonces Roo se puso a ladrar y salió corriendo hacia el coche.

Molly soltó un chillido y echó a correr. Las puertas del coche se abrieron y un caniche idéntico a Roo saltó del interior. Luego salieron los niños. Parecían una docena, aunque sólo eran cuatro: todos los Calebow que corrían a saludar a esposa separada-aunque-no-tanto.

El pavor anidó en lo más profundo del estómago de Kevin. Una cosa era segura. Donde había niños Calebow, tenía que haber padres Calebow.

Kevin redujo el paso al ver a la rutilante rubia propietaria de los Chicago Stars bajando elegantemente del asiento del conductor, y a su legendario marido emergiendo del asiento de copiloto. No le sorprendió que fuera Phoebe quien había conducido. En esa familia, el liderazgo parecía pasar de uno al otro según las circunstancias. Mientras se acercaba al coche, tuvo la incómoda premonición de que a ninguno de los dos iban a gustarles las circunstancias en Wind Lake.

¿Cuáles eran esas circunstancias? Kevin llevaba casi dos semanas haciendo locuras. Faltaba poco más de un mes para el comienzo de la pretemporada, pero él, o se estaba riendo con Molly, o se estaba enfadando con ella, o le cortaba las alas, o la seducía. Hacía días que no veía retransmisiones partidos, y no hacía el suficiente ejercicio. Sólo podía pensar en cuánto le gustaba estar con aquella mujer irritante e insolente que no era ni hermosa, ni callada, ni poco exigente, si no más pesada que el plomo. Y muy divertida.

¿Por qué tenía que ser la hermana de Phoebe? ¿Por qué no podía haberla conocido en una discoteca? Kevin intentó imaginársela con sombra de ojos brillante y un vestido de celofán, pero lo único que vio fue el aspecto que tenía aquella misma mañana, con unas bragas y una de sus camisetas: iba descalza y abrazaba con los pies el travesaño de una silla, llevaba sus hermosos cabellos algo alborotados, y sus condenados ojos azul-gris le miraban por encima del borde de un taza de Perico Conejo advirtiéndole del peligro.

Molly abrazó a sus sobrinos, olvidando aparentemente que llevaba la ropa arrugada y el pelo lleno de pinaza. Kevin no tenía un aspecto mucho mejor, y cualquier par de ojos astutos podrían deducir qué habían estado haciendo.

Y no había ojos más astutos que los de Phoebe y Dan Calebow. Los cuatro se volvieron hacia Kevin, que se puso las manos en los bolsillos y se hizo el simpático.

– Eh, hola. Qué agradable sorpresa.

– Eso hemos pensado.

La respuesta educada de Phoebe contrastaba claramente con la calidez con la que acostumbraba a saludarle; Dan le observaba con una expresión calculadora en el rostro. Kevin ahuyentó el desasosiego recordándose que era intocable, el mejor quarterback de la liga.

Aunque los Chicago Stars no tendrían intocables mientras los Calebow estuvieran al frente, y justo entonces a Kevin le pasó por la cabeza cómo podía acabar aquello si no andaba con pies de plomo. Si ellos decidían que tenía que mantenerse alejado de Molly, un día le convocarían a su despacho para comentarle que había entrado en una gran operación de intercambio. Muchos equipos mediocres estarían más que contentos de poder cambiar a algunas de sus mejores adquisiciones en el draft por un quarterback profesional, y antes de darse cuenta de lo ocurrido, se encontraría jugando para uno de los equipos de la parte baja de la clasificación.

Mientras veía cómo Dan le quitaba la pinaza de los cabellos a Molly, se imaginó a sí mismo ladrándoles órdenes a los Lions en el estadio Silverdome.

Molly abrazaba a los niños, que gorjeaban a su alrededor.

– ¿Estás sorprendida de vernos tía Molly? ¿Estás sorprendida?

– Roo! ¡Hemos traído a Kanga para que juegue contigo!

– … Y mamá dice que podremos ir a nadar al…

– … Se cayó del tobogán y acabó con el ojo a la funerala!

– … Hay un chico que la llama cada día, aunque…

– … Y entonces ha vomitado por todo el…

– … Papá dice que aún soy muy joven, pero…


La atención de Molly iba de un niño a otro, y su expresión iba de la simpatía al interés o a la diversión sin perderse detalle. Aquélla era su auténtica familia.

Kevin sintió de pronto un dolor agudo. Molly y él no eran una familia, de eso no había duda, así que no podía pensar que le estuvieran privando de algo. Sólo se trataba de un reflejo de su infancia, en la que había soñado con formar parte de una gran familia como aquélla.

¡Ahora caigo! -chilló Molly-. ¡Vosotros sois los Smith!

Los niños también chillaron, señalándola con el dedo. ¡Nos has pillado, tía Molly!

Kevin recordó el comentario anterior de Molly sobre una familia llamada Smith que iba a registrarse aquel mismo día. Acababa de conocer a los Smith. Su sensación de pavor aumentó.

Molly miró a su hermana, que tenía en brazos a Roo el Feroz.

– ¿Amy sabía quiénes erais cuando anotó la reserva?

Tess soltó una risilla. Si es que ésa era Tess, porque llevaba una camiseta de fútbol mientras su gemela corría por ahí, con un vestido de verano.

– Mamá no se lo dijo. ¡Queríamos darte una sorpresa!

– ¡Nos quedaremos toda la semana! -exclamó Andrew-. ¡Y yo dormiré contigo!

«Bien dicho, Andy. Le acabas de dar un puntapié en trasero a tu tío Kevin.»

Molly no respondió y, mientras se arreglaba el pelo con las manos, se dirigió a la Calebow más silenciosa.

Hannah, como era habitual, se había quedado un poco aparte, pero sus ojos centelleaban de emoción.

– Ya tengo pensada una nueva aventura de Daphne -susurró Hannah en voz baja, para que sólo la oyera Molly. La tengo anotada en mi cuaderno de espiral.

– Me muero de ganas de leerla.

– ¿Podemos ir a la playa, tía Molly?

Dan cogió las llaves de Phoebe y se volvió hacia Kevin.

– Si me enseñas cuál es nuestra casita, podré empezar a descargar.

– Claro -respondió Kevin.

Justo lo que no quería hacer. Dan tenía la misión de evaluar los daños que Kevin le había causado a su querida Molly. Pero Kevin en esos momentos era quien se sentía como si acabara de recibir un mazazo en la cabeza.

Molly señaló la casita situada al otro lado del espacio comunitario.

– Os alojaréis en Trompeta de Gabriel. La puerta ya está abierta.

Kevin cruzó andando la hierba mientras Dan acercaba el coche. Mientras descargaban, Dan le puso al día sobre el equipo, pero Kevin le conocía bastante bien, y el presidente de los Stars no tardaría mucho en ir al grano.

– ¿Y qué? ¿Cómo va por aquí? -Dan cerró la puerta del maletero de su Suburban con más fuerza de la necesaria.

Kevin podía ser tan directo como Dan, pero decidió que era más inteligente adoptar la táctica de Molly y hacerse el «tonto».

– Pues, la verdad, las estoy pasando canutas -dijo cogiendo un cesto para la ropa sucia lleno de juguetes-. No sabía que iba a ser tan difícil encontrar a alguien que se hiciera cargo del campamento.

– ¡Papá!- Julie y Tess llegaron corriendo, seguidas por Andrew-. Necesitamos los bañadores para poder ir a nadar antes de la reunión del té de esta tarde.

– ¡Aunque la tía Molly ha dicho que yo podré beber limonada-declaró Andrew-, porque no me gusta el té!

– ¡Mira nuestra casita! ¡Qué monada! -gritó Julie corriendo hacia la puerta mientras Molly y Phoebe se acercaban con Hannah.

Molly parecía tensa, y Phoebe le dedicó a Kevin una mirada tan fría como un uniforme de los Lions en medio de un noviembre perdedor en Detroit.

– El lago está helado, niñas -les gritó Molly a gemelas el porche, intentando comportarse como si todo fuera normal-. No es como la piscina de casa.

– ¿Hay serpientes acuáticas?

La pregunta era de Hannah, que parecía preocupada. Había algo en aquella niña que siempre había conmovido a Kevin.

– No hay serpientes, pequeña. ¿Quieres que entre al agua contigo? -le dijo él.

Su sonrisa brilló con mil vatios de gratitud.

– ¿Lo harás?

– Claro. Ve a ponerte el bañador y nos encontramos allí. Kevin no quiso dejar a Molly sola con el enemigo y añadió: -Tu tía nos acompañará. Le encanta bañarse en el lago, ¿verdad, Molly?

Molly pareció aliviada.

– Claro. Podemos ir a nadar todos juntos.

«¿Y no iba a ser una forma totalmente nueva de diversión?» Molly y él se despidieron alegremente de los Calebow. Mientras se alejaban, Kevin oyó que Dan le murmuraba algo a Phoebe, aunque sólo entendió una palabra.

– Slytherin.

Molly esperó a estar lo bastante lejos de ellos para mostrar su agitación.


– ¡Tienes que sacar tus cosas de mi casita! No quiero que sepan que hemos estado durmiendo juntos.

A juzgar por el aspecto que tenían hacía unos instantes, al salir del bosque, Kevin imaginó que ya era demasiado tarde, pero le dio la razón.

– Y no vuelvas a quedarte a solas con Dan. Te interrogará sin compasión. Yo me aseguraré de tener siempre cerca a alguna de las niñas cuando esté con Phoebe.

Sin dejarle responder, se dirigió hacia la casita. Kevin dio un puntapié a un montón de gravilla suelta y se dirigió a la casa de huéspedes. ¿Por qué tenía que ser tan reservada? No es que él quisiera que dijera nada, las cosas ya eran lo bastante inestables, pero Molly no tenía que temer que la traspasaran a Detroit como él; entonces, ¿por qué no les mandaba al cuerno?

Cuanto más pensaba en ello, más le fastidiaba la actitud de Molly. Era normal que él quisiera mantener su relación en privado, pero, en cierto modo, no era normal que lo quisiera ella.

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