Capítulo veintiuno

El bosque era escalofriante y a Daphne le castañetearon los dientes. ¿Qué pasaría si no la encontraba nadie? Gracias a Dios, se había llevado consigo su bocadillo preferido: el de lechuga y mermelada.

Daphne se pierde


Lilly se echó atrás en la tumbona a escuchar el tilín de las campanillas que colgaban del árbol de judas que crecía junto al patio. A Lilly le encantaba el sonido de esas campanillas, pero Craig no las soportaba, de modo que nunca le dejó colgar ninguna en el jardín. Cerró los ojos, contenta de que los clientes de la casa de huéspedes no tuvieran costumbre de visitar aquel tranquilo rincón de la parte trasera de la casa.

Lilly había dejado ya de preguntarse cuánto tiempo iba a quedarse allí. Cuando llegara el momento de marcharse, ya lo sabría. Y aquel día se lo había pasado en grande… Cuando subió a batear, Kevin parecía casi orgulloso de ella, y en el picnic no la había evitado deliberadamente, como en cambio sí había hecho Liam.

– ¿Te escondes del público que te adora?

Lilly abrió los ojos de golpe, y su corazón se aceleró un poco cuando aquel hombre en el que pensaba demasiado apareció en la puerta de atrás de la casa de huéspedes. Iba despeinado, con el mismo pantalón caqui arrugado y la misma camiseta de la marina que llevaba en el picnic. Como ella, todavía no se había cambiado después del partido de béisbol.

Lilly clavó su mirada en aquellos ojos oscuros que veían demasiado y dijo:

– Me estoy recuperando de esta tarde.

Liam se sentó en los cojines de la silla de madera que había junto a ella.

– Juegas muy bien al béisbol para ser una chica.

– Y tú juegas muy bien al béisbol para ser un artista engreído.

Liam bostezó.

– ¿Me estás llamando engreído?

Lilly se contuvo para no sonreír: lo hacía demasiado cuando estaban juntos, y eso animaba a Liam. Todas las mañanas se decía que se quedaría en su habitación hasta que él se hubiera marchado, pero acababa bajando de todos modos. Lilly todavía no podía creerse lo que había hecho con Liam. Era como si la hubieran hechizado, como si aquel estudio de cristal hubiera formado parte de otro mundo. Pero ahora ya había vuelto a Kansas.

También estaba ligeramente irritada por lo bien que se lo había pasado él sin ella. Cuando no había estado riendo con Molly, había estado flirteando con Phoebe Calebow o bromeando con alguno de los niños. Era un hombre brusco e intimidante, y en cierto modo le fastidiaba que no le hubieran tenido miedo.

– Ve a cambiarte -dijo Liam-. Yo también lo haré y te pasaré a recoger para ir a cenar.

– Gracias, pero no tengo hambre.

Liam suspiró hastiado y apoyó la cabeza en el respaldo de la silla.

– Estás empeñada en tirarlo por la borda, ¿verdad? No me darás ninguna oportunidad.

Lilly dejó caer las piernas a un lado de la tumbona y se sentó, erguida.

– Liam, lo que pasó entre nosotros fue una aberración. He estado demasiado sola últimamente y cedí a un impulso de locura.

– Fue sólo el momento y las circunstancias, ¿es eso?

– Sí.

– ¿Podría haber pasado con cualquiera?

Lilly estuvo a punto de asentir, pero no pudo.

– No, no con cualquiera. Puedes resultar atractivo si te empeñas en ello.

– Igual que muchos hombres. Tú sabes que hay algo entre nosotros, pero no tienes el valor de reconocerlo.

– Ni falta que me hace. Sé muy bien lo que me atrae de ti. Es una vieja costumbre.

– ¿Qué quieres decir con eso?

Lilly jugueteó unos instantes con sus anillos y respondió:

– Quiero decir que ya he pasado por esto. El macho dominante. El semental que guía a la manada. El príncipe sobreprotector que acaba con todos los problemas de Cenicienta. Los hombres como tú son mi debilidad fatal. Pero ya no soy aquella adolescente sin un centavo que necesitaba a alguien que se ocupara de ella.

– Gracias a Dios. No me gustan las adolescentes. Y soy demasiado egocéntrico como para ocuparme de nadie.

– Estás minimizando deliberadamente lo que intento decirte.

– Eso es porque me hastías.

No podía dejar que su grosería la distrajera: sabía perfectamente que era ése su cometido.

– Liam, soy demasiado mayor y demasiado inteligente para volver a cometer el mismo error. Sí, me atraes. Me atraen instintivamente los hombres agresivos, aunque tengan la tendencia a tratar sin miramientos a quienes se preocupan por ellos.

– Y yo que ya creía que esta conversación ya no podía ser más infantil.

– Lo estás haciendo ahora mismo. No quieres hablar sobre este tema y por eso me desprecias con la intención de que me calle.

– Lástima que no funcione.

– Creía que por fin me había vuelto inteligente, pero es evidente que no es así, de lo contrario no te permitiría hacer esto. -Lilly se levantó de la silla y prosiguió-: Escúchame, Liam. Cometí el error de enamorarme de un hombre controlador una vez en mi vida, y no pienso volver a cometerlo jamás. Amaba a mi marido. Pero a veces todavía le odiaba más.

Lilly se felicitó, asombrada de haberle revelado algo que apenas había sido capaz de decirse a sí misma.

– Probablemente se lo merecía. Por lo que dices, debía ser un miserable.

– Era igual que tú.

– Lo dudo mucho.

– ¿No me crees? -dijo señalando hacia el árbol de Judas-. ¡No me dejaba colgar campanillas! A mí me encantan, pero él las aborrecía, así que no se me permitía colgarlas en mi propio jardín.

– Buen criterio. Esos trastos son un agobio.

A Lilly se le hizo un nudo en el estómago.

– Enamorarme de ti sería como volver a enamorarme de nuevo de Craig.

– Eso sí que no.

– Un mes después de su muerte, colgué un montón de campanillas junto a la ventana de mi dormitorio.

– ¡Pues no vas a colgarlas junto a la ventana del nuestro!

– ¡Nosotros no tenemos ninguna ventana de dormitorio! ¡Y si la tuviéramos, colgaría tantas como me diera la gana!

– ¿Incluso si yo te pidiera expresamente que no lo hicieras?

Lilly levantó las manos, frustrada.

– ¡No se trata de las campanillas! ¡Sólo te estaba poniendo un ejemplo!

– No creas que vas a pasar página tan fácilmente. Eres tú la que ha sacado el tema-dijo, después de ponerse en pie-.Te he dicho que no me gustan esos trastos, pero tú has dicho que los colgarías de todas formas, ¿me equivoco?

– Te has vuelto loco.

– ¿Me equivoco o no?

– ¡No!

– Vale -dijo soltando un suspiro de mártir-. Si es tan importante para ti, adelante, cuelga esos malditos chismes. Pero no esperes que no me queje. Es pura contaminación acústica. Y espero que tú cedas en algo que sea importante para mí.

Lilly se llevó las manos a la cabeza.

– ¿Ésta es tu idea de seducción?

– Intento aclarar algo. Algo que tú pareces incapaz de entender.

– Adelante, ilumíname.

– Tú ya no piensas permitir que ningún hombre te trate sin miramientos. Yo lo he intentado, pero tú no me has dejado, y si yo no puedo hacerlo, nadie puede. ¿Lo ves? ¡No hay ningún problema!

– ¡No es tan sencillo!

– ¿Y qué me dices de mí? -preguntó golpeándose el pecho, y por primera vez pareció vulnerable-. ¿Qué hay de mi debilidad fatal?

– No sé a qué te refieres.

– ¡Tal vez lo sabrías si dejaras de concentrarte en ti misma y pensaras un poco más en los demás!

Sus palabras no eran tan cortantes como solían serlo las de Craig. Las de Liam tenían la intención de irritarla, no de herirla.

– ¡Eres imposible!

– ¿Qué se supone que tiene que hacer un hombre como yo? ¡Dime! No sé cómo contener mi energía y soy demasiado viejo para aprender, por tanto, ¿dónde me deja a mí eso?

– No lo sé.

– Las mujeres fuertes son mi debilidad. Mujeres duras que no se desmoronan sólo porque un hombre no dice siempre lo que quieren oír. Excepto que la mujer fuerte de la que me estoy enamorando no quiere aguantarme. Dime, ¿dónde me deja eso, Lilly?

– Vamos, Liam. No te estás enamorando de mí. Estás…

– Ten un poco de fe en ti misma -dijo con aspereza-. En la mujer en la que te has convertido.

Lilly se sintió atrapada por su brutal sinceridad. Liam no había lo que estaba diciendo. La persona que veía cuando la miraba no tenía nada que ver con el modo como se sentía ella Interiormente.

Liam caminó hacia el borde del patio con las manos en los bolsillos.

– Creo que ya me has cerrado la puerta en las narices durante demasiado tiempo. Te quiero, pero también tengo mi orgullo.

– Eso ya lo sé.

– El lienzo está casi terminado, y me gustaría que lo vieses. Ven a mi casa el jueves por la noche.

– Liam, yo…

– Si no te presentas, no vendré a buscarte. Tendrás que tomar una decisión, Lilly.

– Detesto los ultimátums.

– No me sorprende. Las mujeres fuertes suelen detestarlos.

Liam se alejó.


Kevin se pasó la mayor parte de los dos días siguientes intentando pillar a Molly a solas, pero entre tanto viaje al pueblo a por bicicletas, tanto atender a los clientes, y tanto niño apareciendo cada vez que asomaba la cabeza por la puerta, no tuvo la oportunidad. Dan había intentado hablar con él un par de veces, pero en una ocasión les interrumpió el teléfono y, en la siguiente, la batería descargada del coche de uno de los clientes. El martes por la tarde Kevin ya estaba tan malhumorado e irritable que no podía concentrarse en el partido que había puesto en el reproductor de vídeo del despacho. Cinco semanas para la pretemporada… Hizo bajar a Roo de su regazo con un ligero empujón y se acercó a la ventana. No eran siquiera las siete, pero se habían formado unas nubes de lluvia y estaba oscureciendo. ¿Dónde diablos estaba ella? Justo en ese momento sonó su teléfono móvil. Kevin lo cogió de encima del escritorio.

– ¿Diga?

– Kevin, soy Molly.

– ¿Dónde has estado? -gruñó-. Te había dicho que quería hablar contigo después del té de la tarde.

– He visto a Phoebe que se acercaba por la entrada principal, y la he esquivado por la puerta de atrás. Cada día está más persistente. Luego me he encontrado a Tess, que ha empezado a explicarme algo de un chico al que le gusta.

«¿Sí? Bueno, ¿y qué hay del chico al que le gustas tú?»

– La cuestión es que, cuando Tess se ha marchado, he decidido ir a pasear sola por el bosque, y he empezado a pensar en una idea que tengo para Daphne. Una cosa ha llevado a la otra y, cuando he querido darme cuenta, me había perdido.

Por primera vez en todo el día, Kevin se sentía relajado.

– No me digas.

Dejó de agarrar el teléfono con tanta fuerza y oyó que le rugía el estómago. Entonces cayó en la cuenta de que no había comido nada desde el desayuno, y se dirigió a la cocina para prepararse un bocadillo. Roo trotó a su lado.

– Perdida en el bosque -dijo Molly con énfasis.

– Caramba -dijo disimulando la risa.

– Y está oscureciendo.

– De eso no hay duda.

– Y parece que va a llover. Kevin echó un vistazo por la ventana.

– Justo ahora me he fijado.

– Y tengo miedo.

– Ya me lo imagino -dijo sujetando el teléfono móvil con la barbilla mientras sacaba de la nevera algo de carne en conserva y un tarro de mostaza-. ¿Y qué? ¿Has encontrado cerca una tienda de electrodomésticos y me has llamado?

– Se me ha ocurrido llevarme el móvil de Phoebe.

Kevin sonrió burlón y cogió una rebanada de pan de la despensa.

– Muy inteligente por tu parte.

– En los campamentos nos enseñaron a llevar un silbato colgado del cuello si salíamos a caminar solos. Como no tenía ningún silbato…

– Has cogido un móvil.

– La seguridad es lo primero.

– ¡Dios bendiga el poder de las telecomunicaciones! -exclamó Kevin mientras volvía a la nevera a por queso-. Y ahora te has perdido. ¿Te has fijado en el musgo de los truncos de los árboles?

– No había pensado en eso.

– Siempre crece en la parte norte.

Kevin empezó a preparar el bocadillo, disfrutando por primera vez en toda la tarde.

– Sí, creo que recuerdo haberlo oído. Pero es un poco oscuro para verlo.

– Supongo que no debes de llevar una brújula en el bolsillo, ni una linterna…

– No se me ha ocurrido.

– Lástima-dijo echándose un poco más de mostaza-. ¿Quieres que venga a buscarte?

– Te lo agradecería mucho. Si llevas el teléfono contigo, tal vez pueda orientarte. He salido del campamento por el Sendero de la parte trasera de Escalera de Jacob.

– Pues ése podría ser un buen punto de partida para mí. Ya te llamaré cuando llegue allí.

– Está anocheciendo muy deprisa. ¿Te importaría darte prisa?

– Por supuesto que no, estaré allí en menos que canta un gallo.

Kevin colgó, rió maléficamente y se acomodó a disfrutar de su bocadillo, pero apenas le había dado tres bocados cuando ella volvió a llamar.

– ¿Sí?

– ¿Te he comentado que me he torcido el tobillo?

– Pues no. ¿Cómo ha sido?

– He tropezado con una madriguera.

– Espero que no fuera de serpiente. Hay serpientes de cascabel por aquí.

– ¿De cascabel?

Kevin alcanzó una servilleta.

– Ahora mismo estoy andando junto a Escalera de Jacob, pero alguien debe de tener el microondas en marcha, porque hay interferencias. Te volveré a llamar.

– Espera, no tienes mi nú…

Kevin colgó, se echó un panzón de reír y se dirigió a la nevera. Un bocadillo siempre sabe mejor con una cerveza. Silbó mientras destapaba la botella y se acomodó para disfrutarla. Entonces cayó en la cuenta. ¿Qué demonios estaba haciendo?

Cogió el teléfono móvil y marcó el número de Phoebe de la agenda. Luego ya tendría tiempo para darle una lección. Aquélla era la primera oportunidad que tenía en dos días de estar a solas con ella.

– ¡Eh, Molly!

– Sí.

– Tengo problemas para encontrarte. -Kevin se sujetó el móvil con la barbilla, cogió la cerveza y lo que quedaba del bocadillo, y se dirigió a la puerta de atrás-. ¿Crees que podrías chillar?

– ¿Quieres que chille?

– Sería útil.

Kevin le dio otro mordisco al bocadillo y corrió hacia la Escalera de Jacob.

– No soy mucho de chillar.

– En la cama sí -puntualizó Kevin.

– ¿Estás comiendo?

– Tengo que reunir fuerzas para la búsqueda -dijo saludando con la cerveza a Charlotte Long.

– Estoy bastante segura de que estoy cerca del arroyo. Al final del sendero que empieza justo detrás de Escalera de Jacob.

– ¿Arroyo?

– ¡El arroyo, Kevin! El que sale del bosque y cruza el prado. ¡El único arroyo que hay!

La voz de Molly empezaba a sonar irritable. Kevin le dio un trago a su cerveza.

– No recuerdo ningún arroyo. ¿Estás segura?

– ¡Sí, estoy segura!

– Supongo que me acordaré cuando lo vea.

Algunos niños correteaban en el espacio comunitario. Kevin paró un momento a disfrutar de las vistas, luego volvió a su misión.

– El viento empieza a ser molesto. Apenas puedo ver el sendero.

– Aquí no está tan mal.

– Entonces tal vez me he equivocado de camino.

– Has seguido el sendero que sale de detrás de Escalera de Jacob, ¿no?

Kevin tiró el resto del bocadillo en un contenedor de basuras y caminó hasta ese sendero.

– Eso creo.

– ¿Eso crees? ¿Acaso no estabas prestando atención?

Definitivamente irritable.

– No dejes de hablar. Tal vez pueda saber si me voy acercando por la recepción.

– ¿Oyes el arroyo?

– ¿De qué arroyo me hablas?

– ¡Sólo hay uno!

– Espero poder encontrarlo. No quiero ni imaginar lo terrible que sería que tuvieras que pasar sola la noche en el bosque.

– Estoy segura de que eso no va a ocurrir.

– Espero que no. Hagas lo que hagas, ni se te ocurra pensar en la bruja de Blair.

– ¿La bruja de Blair?

Kevin simuló un sonido de ahogo, luego un gemido de monstruo, y colgó.

Su teléfono móvil no tardó en volver a sonar.

– Me duelen las costillas de tanto reír -dijo secamente.

– Lo siento. Sólo era una ardilla. Pero era enorme.

– Si no juegas bien, me voy a casa.

– Vale, pero será mejor que no lleves nada más que el calzado y la cinta del pelo cuando te encuentre.

– No tengo ninguna cinta del pelo.

– Una cosa menos que tendré que quitarte, pues, ¿no?

Al final resultó que Molly todavía estaba vestida cuando Kevin la encontró, aunque no tardaron en solucionarlo: estuvieron unos instantes revolcándose desnudos sobre la suave hierba del prado, y cuando empezó a caer la lluvia, sus risas se apagaron.

Kevin se dejaba embriagar por sus besos, y mientras penetraba su cuerpo blando y acogedor, vislumbró algo que le pareció casi… sagrado. Pero la ilusión era demasiado frágil para sobrevivir a las exigencias primitivas de su cuerpo.

La lluvia tamborileaba en su espalda. Los vigorosos dedos de Molly se aferraban a sus hombros, exigentes. La lluvia… Aquella mujer… El placer de Molly lo envolvió en una espiral y Kevin se perdió.


A medida que pasaban los días, Molly se comportaba como una mujer poseída. El miércoles, se levantó la falda en el despacho de Kevin mientras los huéspedes se reunían para el té. Aquella misma noche, huyó de otra de las citas que Phoebe había concertado con ella para tener una charla en privado y se reunió con Kevin en el bosque detrás de la casita. A la mañana siguiente, él la arrastró hacia la despensa justo cuando Troy entraba por la puerta de la cocina, y luego tuvo que taparle la boca a Molly porque empezaba a hacer demasiado ruido. Más tarde, ella le llevó a una de las casitas vacías, pero cuando Kevin la levantó para tenderla sobre la mesa de la cocina, Molly notó que sus músculos se rebelaban finalmente tras el reiterado esfuerzo de adoptar posturas tan incómodas, e hizo una mueca de dolor.

Kevin apoyó su frente en la de ella e inspiró trémulamente, luchando por recuperar el control.

– Esto es una locura. Ya has tenido bastante -suspiró.

– ¿Bromeas? Apenas estoy empezando, pero si no puedes estar a la altura, lo comprenderé.

Kevin sonrió y la besó. Cómo le encantaban aquellos besos lentos. Le acarició los senos y los muslos, intentando ir con más cuidado, pero estaban bailando con el peligro, y ella se lo permitió. Poco después, Molly había olvidado por completo sus dolores musculares.

Aquella noche, declinaron la invitación a cenar de los Calebow con la excusa de bajar al pueblo a por provisiones, pero cuando volvieron al campamento descubrieron que se les había acabado la suerte. Phoebe y Dan les esperaban sentados en las escaleras de la casa de huéspedes.

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