Un día llegó un tipo malo al Bosque del Ruiseñor. Era muy malo y feo, pero fingió ser amigo de Benny. Aunque sólo Daphne sabía que era muy malo. Por eso le dijo a Benny: «¡¡¡¡No es tu amigo!!!!»
Daphne conoce a un tipo malo
por Hannah Marie Calebow
Molly oyó que Kevin soltaba un par de tacos entre dientes y dibujó una sonrisa en su rostro.
– Hola, chicos. ¿Os habéis escapado un rato de los niños?
– Están jugando al escondite con linternas en el espacio comunitario -dijo Phoebe bajando las escaleras y fijándose en las arrugas del vestido de Molly.
Molly necesitaba todo su ingenio para despistarla, aunque el hecho de no llevar ropa interior jugaba en su contra.
– Espero que no le pase nada a Andrew. Ya sabes lo rápido que desaparece -dijo con aire de preocupación.
– Andrew está bien -repuso Dan-. Y aquí tampoco puede meterse en muchos líos.
– No tienes ni idea -murmuró Kevin.
Phoebe miró hacia el camino que llevaba a la playa. La camiseta de los Stars y los vaqueros que llevaba no lograban ocultar a la luchadora por el poder que había debajo.
– La señora Long se ha ofrecido voluntaria para vigilarles. Vamos a dar un paseo.
Molly se encogió de hombros.
– Creo que paso. Llevo levantada desde las cinco y media, y estoy un poco cansada -«De haber hecho el amor tres veces en lo que llevo de día», pensó-. Tal vez mañana.
La voz de Dan resonó, fría como el acero.
– No estaremos mucho rato. Hay un par de cosas de las que quisiéramos hablar.
– Ya casi se os han terminado las vacaciones. ¿Por qué no os relajáis y disfrutáis del tiempo que os queda?
– Es un poco difícil relajarse estando tan preocupados por vosotros- replicó Phoebe.
– ¡Pues dejad de preocuparos!
– Cálmate, Molly -dijo Kevin-. Si quieren hablar, seguro que podemos dedicarles unos minutos.
«Vaya un pelotillero», pensó Molly. Aunque tal vez había decidido que iba siendo hora de que jugasen todos a un arriesgado juego nuevo. Molly supo desde el principio que Kevin no se escabullía porque tuviera miedo de Dan y de Phoebe. Lo hacía porque le encantaba el riesgo.
– Tú tal vez tengas tiempo, pero yo no -le espetó Molly.
Dan alargó la mano para agarrarla del brazo como había venido haciéndolo desde que ella tenía quince años, pero kevin se interpuso entre los dos para impedírselo. Molly no supo quién se había quedado más sorprendido, si ella o Dan. ¿Había interpretado Kevin el gesto como una amenaza?
Phoebe reconoció las señales del choque de cornamentas y se puso al lado de su marido. Ambos intercambiaron una mirada y Dan echó a andar hacia el camino.
– Venga, vamos.
Había llegado la hora del ajuste de cuentas y no había modo de escapar. Molly imaginó las preguntas que les harían. Si al menos pudiera imaginar también cómo responderlas…
Anduvieron por la playa hacia las últimas casitas del campamento, junto al límite del bosque. Cuando llegaron a la valla que indicaba el final del campamento, Dan se detuvo. Kevin se separó ligeramente de Molly y apoyó las caderas contra un poste.
– Ya hace dos semanas que estáis aquí -dijo Phoebe soltando la mano de Dan.
– El miércoles hizo dos semanas -puntualizó Kevin.
– El campamento es precioso. Los niños se lo están pasando de maravilla -dijo Phoebe.
– Es un placer tenerles aquí.
– Todavía no se pueden creer que compraras todas aquellas bicis.
– Lo hice con gusto.
Dan perdió la paciencia.
– Phoebe y yo queremos saber cuáles son tus intenciones con respecto a Molly.
– ¡Dan! -gritó Molly.
– No pasa nada -dijo Kevin.
– ¡Sí que pasa! -dijo Molly mirando a su cuñado-.¿Qué clase de mierda sexista del sur es ésta? ¿Qué hay de mis intenciones con respecto a él?
Molly no sabía cuáles eran exactamente esas intenciones más allá de mantenerse alejada del mundo real y quedarse en el Bosque del Ruiseñor durante el máximo de tiempo posible, pero tenía que pararle los pies a Dan.
– Se suponía que ibais a solicitar una anulación -dijo Phoebe-. Y en lugar de eso, huisteis juntos.
– No huimos -replicó Molly.
– ¿Y cómo lo llamarías tú, si no? Además, cada vez que intento hablar contigo del tema, me evitas. -Phoebe se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros-. Es otra vez la alarma de incendios, ¿verdad, Molly?
– ¡No!
– ¿Qué alarma de incendios? -preguntó Kevin.
– No importa -se apresuró a decir Molly.
– No, quiero saber de qué va esto.
Phoebe la traicionó.
– Cuando Molly tenía dieciséis años, accionó la alarma de incendios de su instituto. Por desgracia, no había habido ningún indicio de fuego.
Kevin la miró con curiosidad.
– ¿Tenías algún buen motivo?
Molly negó con la cabeza, sintiéndose como si volviera a tener dieciséis años.
– Entonces, ¿por qué lo hiciste?
– Prefiero no hablar del tema.
Kevin ladeó la cabeza hacia Dan.
– Siempre habláis de ella como si fuera perfecta.
– ¡Y lo es! -ladró Dan.
Molly sonrió a su pesar, pero se mordió el labio.
– Fue una aberración. Yo era una adolescente insegura que quería poner a prueba a Phoebe y a Dan para asegurarme de que me apoyarían hiciera lo que hiciera.
– ¿Y tuvieron que evacuar el instituto? -preguntó Kevin con una chispa de especulación en la mirada.
Molly asintió.
– ¿Cuántos camiones de bomberos?
– Dios mío… -musitó Phoebe-. Fue un delito grave.
– Fue un delito de segundo grado -dijo Molly sombríamente-, así que resultó bastante desagradable.
– No me cabe la menor duda. -Kevin se volvió hacia los Calebow-. Por fascinante que sea, y admito que es bastante fascinante, no creo que sea de esto de lo queríais hablarnos.
– ¡Tampoco es nada importante! -exclamó Molly-. Hace dos semanas, Kevin se presentó en mi apartamento porque había asistido a una cita con el abogado. Yo no me encontraba demasiado bien, y Kevin pensó que me convendría un poco de aire fresco: por eso me trajo aquí.
Cuando Phoebe quería, era mejor que nadie con el sarcasmo.
– ¿Y no podías limitarte a sacarla a pasear?
– No se me ocurrió.
Al contrario que Phoebe, Kevin no quería revelar secretos de Molly.
Pero Molly tenía que ser sincera con respecto a esa parte te de la historia.
– Yo estaba terriblemente deprimida, pero no quería que vosotros supierais lo mal que estaba. Kevin es una persona bastante bien intencionada, aunque intente disimularlo, y me dijo que si no le acompañaba me llevaría directamente a vuestra casa y me dejaría con vosotros dos. Yo no quise que me vierais de aquella manera.
Phoebe pareció alicaída.
– ¡Somos tu familia! No deberías haberte sentido así.
– Ya os había fastidiado bastante. Había intentado fingir que estaba bien, pero ya no podía seguir aguantándolo más.
– Molly no estaba bien -dijo Kevin-. Pero ha mejorado desde que está aquí.
– ¿Cuánto tiempo más pensáis quedaros? -preguntó Dan todavía con suspicacia.
– No demasiado -replicó Kevin-. Un par de días más.
Al oírlo, Molly sintió un dolor en el pecho.
– ¿Te acuerdas de Eddie Dillard? -prosiguió Kevin-. Había jugado con los Bears.
– Sí que me acuerdo -dijo Dan.
– Quiere comprar este lugar, y mañana subirá a verlo.
A Molly se le hizo un nudo en el estómago.
– ¡No me lo habías dicho!
– ¿Ah, no? Estaría demasiado ocupado.
Ocupado disfrutando del sexo con ella. Pero había habido el tiempo suficiente entre sus encuentros eróticos como para mencionarlo.
– Nos podemos ir inmediatamente -dijo Kevin-. Acabo de hablar con mi gestor esta tarde, y por fin ha encontrado a alguien en Chicago que va a hacerse cargo del campamento durante el resto del verano; se trata de un matrimonio que ya tiene experiencia en este tipo de trabajo.
Fue como si le hubiera dado una bofetada. Ni siquiera le había comentado que le había pedido a su gestor que buscara a alguien en Chicago. Se sintió más traicionada que cuando Phoebe había mencionado lo de la alarma de incendios.
Kevin sabía que a ella no le iba a hacer ninguna gracia, así que había decidido no comentárselo. No había una auténtica comunicación entre ellos, ningún objetivo común. Tenía delante de sus narices todo lo que no había querido aceptar sobre su relación. Tal vez compartían el sexo, pero era lo único.
Phoebe acarició con la punta del pie una mata de achicoria y preguntó:
– ¿Y ahora qué haréis?
Molly no se veía capaz de soportar oír la respuesta en boca de Kevin, así que lo dijo ella en su lugar:
– Pues nada. Pedimos el divorcio y seguimos cada uno nuestro camino.
– ¿El divorcio? -preguntó Dan-. ¿No ibais a pedir la anulación?
– Los motivos que podemos alegar para pedir la anulación son muy limitados. -Molly intentó emplear un tono impersonal, como si nada de todo aquello tuviera que ver con ella-. Es preciso demostrar que ha habido engaño o coacción. Nosotros no podemos, de modo que tendrá que ser un divorcio.
Phoebe levantó la mirada de la mata de achicoria y empezó a decir:
– Quisiera haceros una pregunta…
Molly supo enseguida lo que venía a continuación e intentó pensar un modo de evitarlo.
– Parece que os lleváis muy bien.
«No, Phoebe. Por favor, no.»
– ¿Habéis considerado la posibilidad de seguir casados?
– ¡No! -espetó Molly antes de que Kevin pudiera responder-. ¿Crees que estoy loca? ¡No es mi tipo!
Phoebe levantó las cejas y Kevin parecía algo más que molesto. No le importaba. Un intenso deseo de herirle la dominaba. Pero no podía hacerlo. Phoebe era la jefa de Kevin, y su carrera lo era todo para él.
– Kevin no tenía por qué traerme aquí, pero lo hizo de todos modos porque vio que yo necesitaba ayuda. -Molly respiró profundamente y recordó que Kevin la había perdonado, y que eso se lo debía-. Ha sido maravilloso, extremadamente amable y sensible, y os agradecería a los dos que dejarais de sospechar tanto de él.
– Nosotros no…
– Sí que lo hacéis. Y eso le ha puesto en una situación difícil.
– Tal vez debería haber pensado en ello cuando te arrastraba hacia el bosque el domingo -dijo Dan lentamente-.¿O estaba demasiado ocupado siendo amable y sensible?
La mandíbula de Kevin se tensó.
– ¿Qué intentas decir exactamente, Dan?
– Digo que si ayudar a Molly fue simplemente un gesto humanitario, no deberías estar acostándote con ella.
– ¡Ya basta! -exclamó Molly-. ¡Acabas de cruzar la raya!
– No es la primera vez, y estoy seguro de que no será la última. Phoebe y yo miramos por la familia.
– Tal vez deberíais mirar un poco más por alguien de vuestra familia -dijo Kevin pausadamente-. Molly os está pidiendo que respetéis su intimidad.
– ¿Es su intimidad o la tuya propia lo que te preocupa?
Las cornamentas volvieron a chocar, pero a Molly no le importó.
– Olvidáis que ya no tengo que daros explicaciones. Y en cuanto a mi relación con Kevin… Por si no lo habéis observado, no dormimos bajo el mismo techo.
– Y yo no nací ayer -insistió Dan.
Molly ya no pudo contenerse.
– ¿Sería mucho pedir un poco de cortesía? Me he pasado doce años fingiendo que no veía cómo os sobabais el uno al otro, fingiendo que no os oía por las noches cuando hacíais, podéis creerme, demasiado ruido. Y la realidad es que Kevin y yo de momento estamos casados. Pronto obtendremos el divorcio, pero todavía no lo tenemos, así que lo que pase o deje de pasar entre nosotros no es tema de discusión. ¿Ha quedado claro?
Phoebe parecía cada vez más preocupada.
– Molly, tú no eres el tipo de persona que se toma el sexo a la ligera. Tiene que significar algo.
– ¡Y por supuesto que significa algo! -le gritó Dan a Kevin-. ¿Has olvidado que hace muy poco sufrió un aborto?
– ¡No sigas! -dijo Kevin sin apenas mover los labios. Dan vio que por allí no llegaría a ningún lado, y centró atención en Molly.
– Kevin es un futbolista, y eso forma parte de su mentalidad. Tal vez no tenga esa intención, pero te está utilizando.
Las palabras de Dan fueron para Molly como un aguijonazo: Dan, que comprendía muy bien lo que significaba amar auténticamente a una mujer, sin duda había reconocido la superficialidad de los sentimientos de Kevin.
Kevin saltó.
– Te he dicho que no siguieras.
Molly no podía permitir que aquello fuera a más, así que, en lugar de echarse a llorar como habría deseado, pasó también al ataque.
– Te equivocas. Yo le estoy utilizando a él. He perdido a un bebé, mi carrera está en el sumidero y estoy arruinada. Kevin es mi distracción. Mi premio por veintisiete años de ser una buena chica. Y ahora, ¿hay más preguntas?
– Oh, Molly… -dijo Phoebe mordiéndose el labio inferior. Dan parecía aún más contrariado.
Molly levantó la barbilla y se quedó mirándolos a ambos.
– Os lo devolveré en cuanto haya terminado con él. Hasta entonces, dejadme en paz.
Casi había llegado a Lirios del campo cuando Kevin la alcanzó.
– ¡Molly!
– Vete -espetó ella.
– ¿Soy tu premio?
– Sólo cuando estás desnudo. Cuando llevas la ropa puesta, eres una cruz que debo soportar.
– Deja de hacerte la impertinente.
Todo se derrumbaba. Eddie Dillard iba a presentarse al día siguiente y Kevin ya había encontrado a alguien que se encargaría del campamento. Peor aún, ella nunca representaría para Kevin lo que él representaba para ella.
Kevin le tocó el brazo.
– Ya sabes que quieren lo mejor para ti. No dejes que te hundan.
Kevin no entendía que no eran ellos los que la estaban hundiendo.
Lilly no quiso mirar el reloj mientras se dirigía hacia la ventana. Los Calebow habían logrado por fin acorralar a Kevin y Molly, pero no consideraba que la confrontación pudiera haber sido productiva. Su hijo y su mujer no parecían saber qué querían de su relación, por lo que Lilly dudó de que se lo pudieran explicar a su familia.
A Lilly enseguida le habían caído bien los Calebow, y su presencia allí durante aquellos últimos cinco días le había ayudado a soportar el peso que sentía en su corazón. Era evidente que amaban a Molly, e igual de evidente que veían a Kevin como una amenaza, aunque Lilly empezaba a sospechar que Kevin era un peligro tan grande para sí mismo como lo era para Molly.
Las nueve treinta… Lilly se acercó al armario rinconero donde había dejado la colcha, pero cogió una revista. No había podido trabajar en su colcha desde el domingo, cuando Liam le había dado su ultimátum. Y ya era jueves.
«Ven a mi casa el jueves por la noche… Si no te presentas, no vendré a buscarte.»
Lilly intentó inventarse algún resentimiento contra él, pero no lo consiguió. Comprendía perfectamente por qué lo había hecho, y no podía culparle. Ambos eran demasiado mayores para andarse con juegos.
9.34… Pensó en Kevin durmiendo en el dormitorio del piso de abajo. Le gustaba dormirse sabiendo que compartían el mismo techo. Cuando se cruzaban por los pasillos, se sonreían y charlaban un poco. En un tiempo, eso habría sido más de lo que podía esperar. En aquel momento, ya no era suficiente.
9.35… Se concentró en pasar las páginas de la revista, luego abandonó y estuvo deambulando por la habitación. ¿Para qué sirven las lecciones de la vida si no les prestas atención?
A las diez y media, se obligó a desvestirse y se puso el camisón. Se acostó en la cama y se quedó mirando las páginas de un libro que hacía menos de una semana la había hecho disfrutar. Pero ya no se acordaba de nada. «Liam, te echo tanto de menos…» Era el hombre más extraordinario que jamás había conocido, aunque Craig también había sido extraordinario y la había hecho infeliz.
Cuando alargó la mano para apagar la luz, su mundo le pareció más pequeño que nunca y su cama, terriblemente solitaria.
Eddie Dillar era grandullón, afable y ordinario, el tipo de hombre que llevaba una cadena de oro, eructaba, se rascaba la entrepierna, llevaba un fajo en un sujetabilletes y decía…
– Kev, machote. ¿A que sí, Larry? ¿A que Kev es un machote?
– Claro que sí -asintió Larry. Kev era definitivamente un machote.
Dillard y su hermano habían aparecido a última hora de la mañana en un todoterreno negro. Ahora estaban sentados en la mesa de la cocina, comiendo bocadillos de salami y engullendo cerveza mientras Eddie se relamía ante la perspectiva de ser el propietario de un campamento de pesca y Larry se relamía ante la perspectiva de administrarlo para él. Para consternación de Molly, todos parecían darlo por hecho.
Aquél sería un lugar, dijo Eddie, donde los hombres podrían poner los pies sobre la mesa, relajarse y librarse del «coñazo de la parienta». Esto último lo dijo con un guiño, indicando claramente (de hombre a hombre) que ninguna mujer le daba el coñazo a Eddie Dillard.
A Molly le entraron ganas de vomitar. Pero no lo hizo: se concentró en colocar un jaboncito en uno de esos cestitos para artículos de tocador que dejaba en cada uno de los baños. Molly no sabía cuál de los dos le desagradaba más: Eddie o su repugnante hermano Larry, que tenía pensado quedarse a vivir en la planta superior de la casa mientras dirigía el campamento de pesca.
Molly miró a Kevin, que estaba apoyado en la pared bebiendo cerveza de un botellín. No eructó. Cuando Eddie había llegado, Kevin intentó librarse de ella, pero no pensaba ir a ninguna parte.
– ¿Qué Larry? -le dijo Eddie a su hermano-. ¿Cuánto crees que puede costar pintar esas casitas tan cursis?
Molly dejó caer con fuerza una de las botellitas de champú de cristal.
– Las casitas están recién pintadas. Y son muy bonitas.
Eddie pareció haber olvidado que ella estaba allí. Larry se rió y sacudió la cabeza.
– Sin ánimo de ofender, Maggie, pero esto será un campamento de pesca y a los tíos no nos gustan los colores pastel. Lo pintaremos todo de marrón.
Eddie señaló a Larry con su botellín.
– Sólo pintaremos las casitas del medio, las que están junto al cómo-se-llame comunitario ese. El resto las demoleremos. Demasiados costes de mantenimiento.
A Molly se le paró el corazón. Lirios del campo no estaba junto al espacio comunitario. Su casa parvulario de colores rosa, azul y amarillo iba a ser demolida. Se olvidó de los cestos de tocador y exclamó:
– ¡No puedes demoler esas casitas! ¡Tienen historia! Tienen…
– La pesca es muy buena por aquí -la interrumpió Kevin, con el ceño fruncido-. Róbalo de boca grande y pequeña, perca, pez sol. La semana pasada oí a un tipo del pueblo hablando del lucio de tres kilos que había sacado del lago.
Eddie se dio una palmadita en la barriga y se relamió.
– Me muero de ganas de subirme a esa barca.
– Este lago es demasiado pequeño para lo que queréis-dijo Molly desesperadamente-. Hay una limitación estricta para el tamaño de los motores fuera borda. Ni siquiera se puede hacer esquí acuático.
Kevin le lanzó una mirada inequívoca.
– No creo que Eddie tenga pensado dar de comer a una multitud de esquiadores acuáticos.
– No. Sólo pescadores. Levantarme por la mañana, darle a todo el mundo un termo de café, una bolsa de rosquillas y algunas cervezas, y que salgan al lago mientras la niebla todavía cubre las aguas. Que vuelvan tras un par de horas a por bocatas y cerveza, se echen la siesta, jueguen al billar…
– Creo que deberíamos poner la mesa de billar allí -dijo Larry señalando hacia la puerta principal de la casa-. Junto a una pantalla gigante de televisión. Cuando hayamos tirado todos los tabiques entre las habitaciones, quedará todo junto: la mesa de billar, la tele, el bar y la tienda de cebos.
– ¡Una tienda de cebos! ¡Vais a poner una tienda de cebos en esta casa!
– Molly -dijo Kevin con tono admonitorio. Al oírlo, Eddie le miró con compasión. Kevin entornó los ojos y le sugirió a Molly-: Tal vez será mejor que vayas a ver qué hace Amy.
Haciendo oídos sordos, Molly cargó con toda la artillería contra Eddie.
– Hace años que viene gente a este lugar. El campamento tiene que seguir tal como está, y la casa de huéspedes, también. La casa está llena de antigüedades y se conserva de maravilla. E incluso da beneficios. No demasiados, pero lo bastante para cubrir gastos.
Eddie soltó una carcajada y exhibió gran parte de su bocadillo de salami. Todavía con la boca abierta, le dio un codazo a su hermano y le gritó:
– ¿Qué, Larry? ¿Te apetece dirigir una casa de huéspedes?
– Sí, claro -dijo Larry alcanzando su cerveza-. Mientras haya una mesa de billar, televisión por satélite y no haya mujeres.
– Molly… Fuera. -Kevin señaló la puerta con la cabeza. Eddie rió al ver cómo ponían en su sitio a aquella mujer. Molly apretó los dientes y dibujó una sonrisa rígida en sus labios.
– Ya me voy, cariño. Y sobre todo, límpialo todo bien cuando termines con tus amigos. Y no te olvides de ponerte el delantal, recuerda que la última vez que lavaste los platos te salpicaste.
¡Eso sí que era dar el coñazo!
Después de cenar, Molly alegó dolor de barriga ante sus sobrinos y les dijo que tendrían que dormir en su casita. Se sintió culpable porque era su última noche en el campamento, pero no tenía otra opción. Se puso unos vaqueros, apagó la luz y se acurrucó en la silla junto a la ventana abierta. Y esperó.
No había que temer que pudiera aparecer Kevin. Se había ido al pueblo con los hermanos Dillard, donde, si existía la justicia, se emborracharía y terminaría con una resaca de campeonato mundial. Tampoco habían hablado en toda la tarde.
Durante el té había notado claramente que Kevin estaba enfadado con ella, pero no le importó, porque el enfado era mutuo. «Estás hecho un machote…» Estaba hecho un tonto de capirote. Vender el campamento ya era malo de por sí, pero vendérselo a alguien que tenía la intención de destruirlo era demasiado, y Molly nunca se lo habría perdonado si no hubiera intentado al menos evitarlo.
Lirios del campo estaba demasiado aislada como para poder verles llegar cuando regresaran del pueblo, pero el campamento era lo bastante silencioso como para oírles. Como era de esperar, poco después de la una de la madrugada llegó hasta su ventana el sonido de un motor. Se irguió en la silla, y deseó que no hubiera demasiadas lagunas en su plan, porque era el único que tenía.
Se puso las zapatillas deportivas, cogió la linterna que había cogido de la casa de huéspedes y, después de dejar a Roo en la casita, se puso manos a la obra. Cuarenta y cinco minutos más tarde ya se había colado en el interior de Cordero de Dios, donde Eddie y Larry pasaban la noche. Justo después de que se hubieran ido al pueblo, había comprobado cuál era el dormitorio de Eddie. Cuando entró, la habitación olía a licor rancio.
Mientras se iba acercando, Molly contempló al zoquete grandullón y borracho que dormía bajo las sábanas.
– ¿Eddie?
El zoquete no se movió.
– Eddie -volvió a susurrar Molly con la esperanza de no despertar también a Larry y poder tratar así con sólo uno de ellos-. Eddie, despierta.
Eddie se agitó y se le escapó una ventosidad. A alguien tan asqueroso no se le debería permitir la entrada en el Bosque del Ruiseñor.
– Sí… ¿sí? -dijo abriendo lentamente los ojos-. ¿Qué pasa…?
– Soy Molly -susurró-. La esposa separada de Kevin. Tengo que hablar contigo.
– ¿Qué…? ¿De qué se trata?
– Se trata del campamento de pesca. Es muy importante.
Eddie intentó incorporarse, pero cayó de nuevo sobre la almohada.
– No te molestaría si no fuera importante. Te esperaré fuera mientras te vistes. Ah, y no hace falta que despiertes a Larry.
– ¿Tiene que ser ahora?
– Me temo que sí. A menos que quieras cometer una terrible equivocación. -Molly salió corriendo de la habitación, con la esperanza de que él se levantaría.
Pocos minutos después, Eddie apareció por la puerta Principal arrastrando los pies. Molly se llevó un dedo a los labios y le hizo un gesto para que la siguiera. Iluminando el terreno con la linterna, Molly cruzó el espacio comunitario por un extremo y emprendió el camino de vuelta hacia Lirios del campo. Sin embargo, antes de llegar allí torció hacia el bosque y se dirigió al lago.
El viento había cobrado fuerza. Molly notó que se preparaba una tormenta y rezó para que no cayera antes de finalizar el plan. Eddie apareció junto a ella, como la sombra de una mole.
– ¿Qué pasa?
– Hay algo que tienes que ver.
– ¿Y no podría ser mañana por la mañana?
– Ya será demasiado tarde.
Eddie se enredó con una rama.
– ¡Mierda! ¿Kev está enterado de esto?
– Kevin no quiere enterarse.
Eddie se paró.
– ¿Qué quieres decir con eso?
Molly mantuvo la linterna apuntando hacia el suelo.
– Quiero decir que no te está engañando deliberadamente. Sólo ha pasado por alto algunos detalles.
– ¿Engañarme? ¿De qué coño estás hablando?
– Ya sé que me tomabas por tonta a la hora de comer, pero tenía la esperanza de que me escucharas. Si lo hubieras hecho podríamos habernos evitado todo esto -dijo reemprendiendo la marcha.
– ¿Evitarnos el qué? Será mejor que me digas de qué va todo esto.
– Enseguida lo verás.
Eddie tropezó unas cuantas veces más antes de llegar finalmente junto al lago. Los árboles se agitaban con el viento, y Molly reunió tanto valor como pudo.
– No me gusta tener que ser yo quien te enseñe esto, pero hay un… problema con el lago.
– ¿Qué clase de problema?
Molly barrió lentamente con la luz de la linterna la zona donde las olas del lago lamían la orilla, hasta que encontró lo que andaba buscando.
Peces muertos flotando en el agua.
– ¿Qué rayos…?
Molly iluminó los vientres plateados de los peces y devolvió el rayo de luz hacia la orilla.
– Eddie, lo siento mucho. Ya sé que tienes puesto el corazón en un campamento de pesca, pero los peces de este lago se están muriendo.
– ¿Muriendo?
– Estamos ante una catástrofe ecológica. Se están filtrando toxinas en las aguas desde un vertedero subterráneo secreto de residuos químicos. Costaría millones solucionar el problema, y el ayuntamiento no dispone del dinero. Como la economía local depende de los turistas, lo están encubriendo y nadie admitirá públicamente que hay un problema.
– Joder-dijo arrebatándole la linterna y enfocando de nuevo hacia los peces muertos-. ¡Es increíble que Kev pueda hacerme algo así!
Aquélla era la laguna más evidente de su plan, e intentó superarla con una presentación dramática.
– Es un caso de negación, Eddie. Un caso terrible, terrible Kevin creció aquí, éste es el último lazo que le une a sus padres, y es incapaz de aceptar que el lago se está muriendo, por lo que se ha convencido a sí mismo de que no pasa nada.
– ¿Y cómo se explica los putos peces muertos?
Muy buena pregunta. Molly replicó lo mejor que pudo.
– No se acerca al lago. Es tan triste… Su negación es tan profunda que… -Lo asió del brazo e imitó a la actriz Susan Lucci-: Oh, Eddie, ya sé que no es justo que te lo pida, pero ¿crees…? ¿Podrías decirle simplemente que has cambiado de idea y no confrontarle con la realidad? Te juro que no ha intentado engañarte deliberadamente, y le destrozaría el corazón pensar que ha destruido vuestra amistad.
– Sí, bueno, yo diría que lo ha hecho.
– Kevin no está bien, Eddie. Es un problema mental. En cuanto regresemos a Chicago, me aseguraré de que le vea un psicoterapeuta.
– Mierda -dijo Eddie conteniendo la respiración-. Eso podría mandar a tomar por saco su juego de pases.
– Buscaré un psicoterapeuta deportivo.
Eddie no era un completo idiota, y le hizo preguntas sobre el vertedero subterráneo. Molly se extendió en su historia incluyendo todos los clichés de Erin Brockovich que pudo recordar e inventándose el resto. Cuando hubo acabado, cerró con fuerza las manos en un puño y esperó.
– ¿Estás segura de todo esto? -dijo Eddie por fin.
– Ojalá no lo estuviera.
Eddie arrastró los pies y suspiró.
– Gracias, Maggie, te lo agradezco. Eres muy enrollada.
Molly dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo.
– Tú también, Eddie. Tú también.
La tormenta se desató justo después de que Molly cayera rendida en la cama, pero estaba tan agotada que apenas la oyó. Hasta la mañana siguiente, cuando se despertó al oír unos pasos subiendo pesadamente en las escaleras de la entrada. No se obligó a abrir los ojos. Pestañeó y miró el reloj. ¡Eran más de las nueve! Se había olvidado de poner el despertador y nadie la había despertado. ¿Quién había preparado el desayuno?
– ¡Molly!
Oh, oh…
Roo entró corriendo en la habitación, y detrás apareció Kevin, como un seductor nubarrón de tormenta. Sus esperanzas de que las lagunas de su plan no se volvieran en su contra estaban a punto de desvanecerse. A pesar de su súplica, Eddie debía de haber hablado con Kevin, y a Molly le iba a costar muy cara la broma.
Se incorporó en la cama. Tal vez podría distraerle.
– Deja que me cepille los dientes, soldadito, y te llevaré al paraíso.
– Molly…
La voz de Kevin tenía un tono grave admonitorio, el mismo tono que había oído en Una noche con Nick cuando Des¡ se había enfrentado a Lucy. Molly tendría que dar explicaciones.
– ¡Tengo que hacer pis!
Molly se incorporó, pasó corriendo junto a Kevin hacia el baño y cerró la puerta.
Kevin dio una palmada en la hoja de la puerta.
– ¡Sal de ahí!
– Enseguida. ¿Querías algo?
– Sí, claro que quiero algo. ¡Quiero una explicación!
– ¿Eh? -dijo cerrando los ojos con fuerza y esperando lo peor.
– ¡Quiero que me cuentes qué hace un atún en mi lago!