Capítulo veinticinco

Daphne no hablaba con Benny, y a Benny no le importaba, y Melissa no encontraba sus gafas de sol de estrella del cine, y había empezado a llover. ¡Todo era un gran lío!

Daphne va a un campamento de verano


Lilly se detuvo en la puerta de la cocina de la casa de huéspedes. Molly se había quedado dormida sobre la mesa. Tenía la cabeza apoyada sobre el brazo, la mano extendida junto a su cuaderno de dibujo, y los cabellos esparcidos sobre la vieja mesa de roble como jarabe derramado. ¿Cómo había podido pensar que era una simple aficionada?

Hacía diez días que Molly había regresado al campamento y había terminado las ilustraciones para Daphne va a un campamento de verano, había empezado un nuevo libro y había escrito un artículo para Chik. Todo eso, además de cocinar y atender a los invitados. No podía relajarse, aunque le había contado a Lilly que su nuevo contrato le había dado finalmente una estabilidad financiera. Lilly sabía que estaba intentando no pensar en Kevin y comprendía su callado sufrimiento. Lilly habría estrangulado a su hijo.

Molly meneó la cabeza y pestañeó; luego levantó la mirada y sonrió. Tenía ojeras. Probablemente a juego con las de Lilly.

– ¿Ha ido bien el paseo? -preguntó Molly.

– Sí.

Molly se incorporó y se sujetó los cabellos detrás de las orejas.

– Liam ha estado aquí.

A Lilly se le aceleró un poco el corazón. Dejando aparte el día en que lo vio de refilón en el pueblo poco después de su ultimátum, llevaba semanas sin verle. En vez de facilitar las cosas, su separación se había vuelto más dolorosa.

– Traía algo para ti -dijo Molly-. Le he dicho que lo subiera a tu habitación.

– ¿Qué es?

– Probablemente deberías verlo por ti misma -dijo recogiendo un bolígrafo que se había caído al suelo, y jugueteando con él-. Me ha pedido que me despidiera de ti en su nombre.

Lilly sintió un escalofrío, aunque hacía calor en la cocina.

– ¿Se marcha?

– Hoy mismo. Se va a vivir a México durante una temporada. Quiere experimentar con la luz.

Eso no resultaba nada sorprendente. ¿Acaso Lilly esperaba que se quedara sentado esperando a que ella cambiara de idea? Cualquiera que comprendiera el arte de Liam Jenner sabía que era fundamentalmente un hombre de acción.

– Ya.

Molly se levantó y la miró compasiva.

– No podías haberlo hecho más mal.

– Haberlo hecho peor. -Lilly no pudo evitar corregirla. Se trataba de uno de esos actos reflejos que había heredado de su vida con Craig.

– Dudo que yo hubiera podido sobrevivir sin ti, pero ahora que Kevin se ha marchado, ¿por qué sigues aquí?

Lilly tenía planeado reunirse pronto con Kevin en Chicago. Ninguno de los dos quería seguir manteniendo en secreto su relación, y Kevin ya había volado hasta Carolina del Norte para compartir la noticia con sus amigos, los Bonner. También se lo contó a los hermanos de Cal, a sus esposas, y al tipo que se había sentado a su lado en el avión, según le había dicho él mismo la última vez que la había llamado.

Lilly anhelaba volver a verle, pero aún no podía abandonar el campamento. Se decía a sí misma que se quedaba por Molly.

– Me he quedado por aquí para ayudarte, tonta desagradecida.

Molly llevó su vaso de agua hasta el fregadero. -Y por algo más.

– Porque esto es muy tranquilo, y detesto Los Ángeles.

– O tal vez porque no puedes alejarte de Liam, aunque le trataste fatal y no te lo mereces.

– Si crees que es tan maravilloso, quédatelo para ti. No tienes ni idea de lo que es estar casada con un hombre controlador.

– Como si no pudieras tenerle comiendo de tu mano si quisieras.

– No utilices ese tono de voz conmigo, jovencita.

– Eres tan petulante -sonrió Molly-. Anda y sube a ver qué te ha dejado.

Lilly intentó salir lentamente de la cocina como una diva enojada, pero sabía que con Molly esas actuaciones no colaban. La esposa de su hijo tenía el mismo encanto abierto y sincero que Mallory. ¿Cómo era posible que Kevin no se diera cuenta de a quién le estaba dando la espalda?

¿Y qué pasaba con el hombre al que le estaba dando ella la espalda? Todavía no podía trabajar en su colcha. Lo único que veía cuando la miraba eran retales de tela. Ya no había oleadas de energía creativa, ni vislumbraba respuesta alguna a los misterios de la vida.

Atravesó el rellano de la segunda planta en dirección a las estrechas escaleras que subían al desván. Kevin había intentado que se mudara a una de las habitaciones más grandes, pero a Lilly le gustaba alojarse ahí arriba.

Al abrir la puerta, vio un enorme lienzo, más alto que ancho, apoyado en el borde de la cama. Aunque estaba envuelto en papel de embalar, supo exactamente qué era. La Virgen que tanto había admirado aquella tarde en su estudio. Cayó de rodillas sobre la alfombra y, conteniendo la respiración, arrancó el papel.

Pero no era la Virgen. Era el retrato que Liam le había hecho.

Un sollozo subió por su pecho. Se echó los dedos a la boca y dio unos pasos atrás. La representación que había hecho de su cuerpo era brutal. Había mostrado todos los michelines, todas las arrugas, todos los bultos que deberían haber sido llanos. La carne de un muslo sobresalía del borde de la silla en la que estaba sentada; sus pechos colgaban con pesadez.

Y aun así, estaba gloriosa. Su piel era luminosa, con un brillo que parecía brotar de lo más profundo de su interior, sus curvas fuertes y fluidas, su rostro majestuosamente hermoso. Era tanto ella como todas las mujeres, sabia en su edad.

Aquélla era la última carta de amor de Liam Jenner para ella. Una declaración intransigente de sentimientos que eran clarividentes y audaces. Era el alma de Lilly puesta al descubierto por aquel hombre brillante al que no había tenido el valor de reclamar como suyo. Y tal vez ya era demasiado tarde.

Lilly cogió las llaves, bajó volando las escaleras y salió corriendo a por su coche. Alguno de los niños había dibujado un elaborado conejo en la capa de polvo que se había acumulado sobre su maletero. Al acercarse observó que el dibujo era sospechosamente sofisticado: otra de las travesuras de Molly.

Demasiado tarde, demasiado tarde, demasiado tarde… Los neumáticos chirriaron cuando arrancó a toda prisa hacia la casa de cristal. Mientras ella había estado levantando barreras contra un marido muerto al que había dejado de amar hacía ya años, Liam había ido a por lo que quería.

Demasiado tarde, demasiado tarde, demasiado tarde… El coche dio algunos brincos al pasar por los baches que dominaban el primer tramo del camino, pero se estabilizó cuando la casa apareció. Parecía vacía y deshabitada.

Lilly bajó del coche de un salto, corrió hacia la puerta y llamó al timbre. No hubo respuesta. Llamó a la puerta con los puños y luego corrió hacia la parte posterior. «Se ha ido a México…»

El estudio envuelto en cristal se erguía ante ella, la casa del árbol de un genio. Dentro no parecía haber ninguna señal de vida, ni tampoco en el resto de la casa.

El lago centelleaba bajo la luz del sol detrás de la casa, y el cielo flotaba azul y limpio de nubes encima: un día perfecto que se burlaba de ella. Lilly vio una puerta a un lado y corrió hacia ella; no esperaba que estuviera abierta, pero el pesado pomo giró.

Dentro todo estaba silencioso. Lilly fue de la parte posterior de la casa a la cocina, y de allí, a la sala de estar, desde donde subió a la pasarela.

La arcada del final la atraía hacia su espacio sagrado. Lilly no tenía ningún derecho a entrar, pero lo hizo.

Liam estaba en pie de espaldas a la puerta, empaquetando los tubos de acrílicos en un estuche de viaje. Como aquella tarde en la que Lilly había estado allí, Liam iba vestido de negro, con unos pantalones anchos cortados a medida y una camisa de manga larga. Vestido para viajar.

– ¿Quieres algo? -gruñó sin levantar la mirada.

– Pues sí -dijo ella sin aliento.

Finalmente, Liam se volvió y Lilly vio por la expresión tozuda de su mandíbula que no se lo iba a poner fácil.

– Te quiero a ti -dijo.

La expresión de Liam se tornó más arrogante. Su orgullo estaba muy herido, y necesitaba mucho más.

Lilly se cogió el vestido por el dobladillo, se lo sacó por la cabeza y lo arrojó a un lado. Se desabrochó el sujetador y lo lanzó lejos. Puso los pulgares bajo la goma elástica de sus bragas, se las bajó, y salió de dentro de ellas.

Liam la observó en silencio, sin expresión alguna en su rostro.

Lilly levantó los brazos y se llevó las manos al pelo, separándolo de su nuca. Dobló ligeramente una rodilla y se ladeó en la pose que había vendido un millón de carteles.

Con su edad y su peso, plantarse de aquella manera delante de él podría haber parecido una parodia. Sin embargo, Lilly se sentía poderosa y ferozmente sexual, tal como él la había pintado.

– ¿Crees que con esto te bastará para recuperarme? -refunfuñó Liam.

– Sí, bastará.

Liam señaló con la cabeza un viejo sofá de terciopelo que no estaba allí la última vez.

– Túmbate.

Lilly se preguntó si alguna otra modelo habría posado para él en aquel sofá, pero en vez de sentirse celosa, sintió compasión. Fuera quien fuera, la mujer no habría poseído sus poderes.

Con una sonrisa lenta y confiada, Lilly se dirigió al sofá. Estaba debajo de una de las claraboyas del estudio, y sintió caer una ducha de luz sobre su piel cuando se tumbó en el sofá.

No se sorprendió al verle tomar una paleta y algunos de los tubos del estuche. ¿Cómo podía resistirse a pintarla? Apoyó la cabeza en uno de los brazos del sofá y, mientras Liam extraía la pintura de los tubos se acomodó con una alegría perfecta en el suave terciopelo. Al cabo de un rato, Liam cogió los pinceles y se acercó a ella.

Lilly ya había observado su respiración acelerada. Cuando le tuvo cerca, vio el fuego del deseo que ardía bajo la genialidad de sus ojos. Liam se arrodilló delante de ella. Lilly esperó. Complacida.

Liam empezó a pintarla. No su imagen en un lienzo. Pintaba su piel.

Recorrió sus costillas con un pincel fino cargado de rojo de cadmio, luego añadió violeta Marte y azul prusiano en su cadera. Moteó sus hombros y su barriga con naranja, cobalto y esmeralda, se colocó un pincel descartado entre los dientes como si fuera el puñal de un pirata y punteó uno de sus pechos de ultramarino y lima. El pezón se endureció cuando lo rodeó con turquesa y magenta. Liam le abrió los muslos y los adornó con formas agresivas de azul y violeta.

Lilly percibió en sus gestos su frustración así como su creciente deseo, y no se sorprendió cuando Liam dejó a un lado los pinceles y empezó a deslizar las manos sobre su cuerpo, formando espirales con los colores, reclamando su carne hasta que ella ya no pudo soportarlo más.

Lilly se incorporó de pronto y empezó a desabrocharle los botones de la camisa, manchándola con el estigma de oro renacimiento con que Liam le había embadurnado las palmas de las manos. Ya no se contentaba con ser su creación: necesitaba recrearlo a él de acuerdo con su imagen, y cuando él estuvo desnudo, se apretó contra su carne.

Los cálidos pigmentos se mezclaron y fundieron mientras ella se estampaba sobre él. Nuevamente, no había cama, así que Lilly arrojó al suelo los cojines del sofá, y le besó hasta que ambos se quedaron sin aliento. Finalmente, Liam se echó atrás lo suficiente para que Lilly pudiera abrirse a él.

– Lilly, amor mío…

La penetró con la misma ferocidad con la que creaba.

La pintura hacía que la parte interior de los muslos de Lilly resbalara en la cadera de Liam, por lo que se agarró con más fuerza. Liam la embistió con mayor fuerza y rapidez. Sus bocas se derritieron con sus cuerpos hasta que dejaron de ser dos personas. Juntos cayeron de los límites del mundo.

Después estuvieron jugando con la pintura e intercambiaron besos profundos junto a las palabras de amor que ambos necesitaban decir. Y cuando estuvieron en la ducha, Lilly le dijo que no se casaría con él.

– ¿Y quién te lo ha pedido?

– Al menos no enseguida -añadió, sin hacer caso de su jactancia-. Quiero que antes vivamos juntos una temporada. En perfecto pecado bohemio.

– Sólo si me prometes que no tendré que alquilar un apartamento sin agua caliente en el bajo Manhattan.

– No. Y tampoco en México. En París. ¿No sería encantador? Yo podría ser tu musa.

– Mi querida Lilly, ¿acaso no sabes que ya lo eres?

– Oh, Liam, te quiero tanto. Nosotros dos… Un taller en el sexto arrondissement, propiedad de una anciana ataviada con viejos vestidos de Chanel. Tú, y tu genio y tu maravilloso, maravilloso cuerpo. Y yo y mis colchas. Y vino y pintura y París.

– Todo tuyo -dijo con una gran risotada mientras le enjabonaba los pechos-. ¿Me he acordado de decirte que te quiero?

– Sí. -Lilly sonrió y toda la profundidad de sus sentimientos se reflejaron en aquellos ojos oscuros e intensos-. Colgaré campanillas bajo los aleros.

– Con lo que yo no podré dormir y tendré que hacerte el amor durante toda la noche.

– Las campanillas son mi debilidad.

– Pues mi debilidad eres tú.


Con un sentimiento de desapego, Kevin observó cómo subía el indicador de velocidad de su Ferrari. Ciento treinta y nueve… ciento cuarenta. Aceleró hacia el oeste por la autopista de peaje dejando atrás el último de los suburbios de Chicago. Conduciría todo el camino hasta Iowa si era necesario; lo que hiciera falta para calmar su desasosiego y poder concentrarse en lo que realmente importaba.

El stage de pretemporada empezaba a la mañana siguiente. Conduciría hasta entonces.

Necesitaba sentir la velocidad. El chisporroteo del peligro. Ciento cuarenta y cuatro… ciento cuarenta y seis.

A su lado, los papeles del divorcio que le había enviado el abogado de Molly cayeron del asiento. ¿Por qué no había hablado con él antes de hacerlo? Intentó serenarse pensando en lo que era importante.

Sólo le quedaban cinco o seis años buenos…

Lo que contaba era jugar con los Stars…

No podía permitirse la distracción de una mujer exigente…

Y así siguió hasta que se cansó tanto de escucharse a sí mismo que pisó más a fondo el acelerador.

Hacía un mes y cuatro días que había visto a Molly por última vez, así que no podía culparla de no haber acelerado sus entrenamientos como había planeado, ni de no haber visto ni una sola grabación de un partido de fútbol como era su intención. En vez de eso, se había dedicado a escalar rocas, descender por aguas bravas y hacer un poco de parapente. Pero ninguna de estas actividades le había satisfecho.

Lo único que le había alegrado un poco había sido hablar con Lilly y Liam pocos días antes. Ambos parecían muy felices.

El volante vibraba bajo sus manos, aunque había tenido sensaciones más intensas al saltar de ese acantilado con Molly.

Ciento cincuenta y dos. O el día en que ella había volcado la canoa. Ciento cincuenta y tres. O de cuando él había trepado al árbol en busca de Mermy. Ciento cincuenta y cinco. O simplemente al ver aquel resplandor travieso en sus ojos.

Y cuando había hecho el amor con ella. Aquello había sido la sensación más intensa de toda su vida.

Pero se había acabado toda la diversión. Le había resultado más excitante pasear en bicicleta por el campamento con Molly que ir a ciento cincuenta y seis kilómetros por hora en un Ferrari Spider.

El sudor goteaba de sus axilas. Si se le pinchaba una rueda, nadie volvería a verle jamás, nunca tendría la oportunidad de contarle que tenía toda la razón sobre él. Que tenía tanto miedo como ella había dicho.

Kevin se había enamorado de ella.

De pronto, el vacío que había estado sintiendo en su interior desapareció, y Kevin levantó el pie del acelerador. Mientras volvía a acomodarse en el asiento, sintió un socavón en el pecho. Lilly había intentado decírselo, y también Jane Bonner, pero él no las había querido escuchar. Molly tenía razón. Kevin creía secretamente que como persona no podía dar la talla como la daba como jugador, por eso nunca lo había intentado. Pero ya era demasiado mayor como para seguir viviendo la vida entre las sombras de la duda.

Kevin pasó al carril de la derecha. Por primera vez en varios meses, se sintió calmado. Ella le había dicho que le quería, y Kevin acababa de comprender lo que aquello significaba. También comprendió lo que tenía que hacer. Y esta vez tenía la intención de hacerlo bien.

Media hora más tarde, estaba llamando a la puerta de los Calebow. Le abrió Andrew, que llevaba vaqueros y un flotador naranja.

– ¡Kevin! ¿Quieres venir a bañarte conmigo?

– Lo siento, pero hoy no puedo. -Kevin se coló en la casa-. Tengo que ver a tu mamá y a tu papá.

– Papá no sé dónde está, pero mamá está en su despacho.

– Gracias.

Kevin le pasó la mano por el pelo y atravesó toda la casa camino del despacho de la parte posterior. La puerta estaba abierta, pero llamó igualmente.

– ¿Phoebe?

Ella se volvió y se quedó mirándole.

– Perdona que haya venido sin permiso, pero tengo que hablar contigo.

– ¿Ah?

Phoebe se reclinó en su butaca y extendió sus piernas de corista, bastante más largas que las de Molly, pero ni de lejos tan tentadoras. Llevaba un pantalón corto blanco y sandalias de plástico de color rosa con dibujitos de dinosaurios violetas. A pesar de eso, parecía tan formidable como Dios, y en lo referente al mundo de los Stars, tan poderosa como Él.

– Es sobre Molly.

Por un momento, le pareció ver un brillo de desconfianza en su mirada.

– ¿Qué pasa con Molly?

Kevin entró en la habitación y esperó una invitación para sentarse. Pero la invitación no llegó.

No había forma de postergar la cuestión, ni ningún motivo para hacerlo.

– Quiero casarme con ella. De verdad. Y quiero vuestra bendición.

No obtuvo la sonrisa que esperaba.

– ¿A qué viene el cambio de opinión?

– A que la amo y quiero formar parte de su vida para siempre.

– Ya veo.

Phoebe tenía una perfecta cara de póquer. Tal vez no sabía qué sentía Molly por él. Habría sido muy típico de Molly ocultarle sus sentimientos a su hermana para protegerlo.

– Ella me quiere.

Phoebe no pareció impresionada.

Kevin volvió a intentarlo.

– Estoy bastante seguro de que esto la hará feliz.

– Oh, de eso estoy segura. Al menos al principio. La temperatura de la habitación bajó diez grados.

– ¿A qué te refieres con eso?

Phoebe se levantó del escritorio, con un aspecto mucho más feroz del que debería tener alguien que lleva sandalias de dinosaurios.

– Ya sabes que nosotros deseamos un matrimonio de verdad para Molly.

– Y también yo. Por eso estoy aquí.

– Un marido que la ponga a ella en primer lugar.

– Y eso es lo que va a tener.

– Vaya, ¡hay que ver lo rápidamente que cambia de piel el lobo!

Kevin no fingió no comprender lo que quería decir.

– Tengo que reconocer que he tardado un poco en darme cuenta de que mi vida tiene que ser algo más que jugar al fútbol, pero enamorarme de Molly ha reajustado mi punto de vista.

La expresión de frío escepticismo de Phoebe mientras rodeaba su escritorio no era nada alentadora.

– ¿Y qué me dices del futuro? Todo el mundo sabe lo comprometido que estás con el equipo. Una vez le dijiste a Dan que te gustaría entrenar cuando te retires como jugador, y a él le pareció entender que te gustaría acabar en el despacho principal. ¿Todavía piensas así?

Kevin no iba a mentir.

– Que ponga el fútbol en el lugar que le corresponde no significa que quiera tirarlo por la borda.

– No, me imagino que no -dijo Phoebe cruzando los brazos-. Seamos sinceros. ¿Es realmente Molly lo que quieres? ¿O más bien son los Stars?

A Kevin se le paró el corazón.

– Espero que no quieras decir lo que creo que estás diciendo.

– Casarte con un miembro de la familia y seguir adelante con el matrimonio parece una forma eficaz de asegurarte que acabarás accediendo al despacho principal.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y le caló hasta los huesos.

– He dicho que quería tu bendición, no que la necesitara.

Kevin empezó a alejarse y, cuando todavía no había alcanzado la puerta, notó el latigazo de las palabras de Phoebe en la espalda:

– Si vuelves a acercarte a ella, ya puedes despedirte de los Stars.

Kevin se volvió, sin poder creer lo que acababa de oír.

La mirada de Phoebe era fría y decidida.

– Lo digo en serio, Kevin. Mi hermana ya ha sufrido bastante, y no permitiré que la utilices para alcanzar tus objetivos a largo plazo. Mantente alejado de ella. Puedes tener el equipo o puedes tener a Molly, pero no puedes tener ambas cosas.

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