El señor Nakamura se despertó pocos minutos después de las seis, al escuchar que se cerraba la puerta del dormitorio. Dedicó unos momentos a pensar en los acontecimientos de la velada e intentó convencerse de que no había sido un sueño.
Apartó la sábana y la manta y apoyó los pies en la alfombra. Vio las zapatillas y la bata junto a la cama. Se calzó las zapatillas, se puso la bata y fue hasta los pies de la cama, donde había dejado el esmoquin, la camisa y el resto de las prendas en una silla, con la intención de guardarlas en la maleta antes de desayunar, pero no estaban. Intentó recordar si ya las había guardado. Abrió la maleta y se encontró con la camisa lavada y planchada; que también habían planchado el esmoquin, que ahora estaba en el portatrajes.
Entró en el baño. Habían llenado la bañera hasta un poco más de la mitad. Metió una mano en el agua: la temperatura era templada. Entonces recordó que alguien había cerrado la puerta. Sin duda con la fuerza suficiente para despertarlo, sin molestar a ninguno de los ocupantes de los demás dormitorios. Se quitó la bata y se sumergió en la bañera.
Anna salió del baño y comenzó a vestirse. Se estaba poniendo el reloj de Tina cuando vio un sobre en la mesa de noche. ¿Lo había dejado Andrews mientras ella se duchaba? No había sobre alguno cuando se despertó. Su nombre aparecía escrito en el sobre con la letra inconfundible de Arabella.
Se sentó en el borde de la cama y rasgó el sobre.
Wentworth Hall
26 de septiembre de 2001
Querida Anna:
¿Cómo darte las gracias? Hace diez días me dijiste que deseabas demostrar que no tenías nada que ver con la trágica muerte de Victoria. Desde entonces, has hecho mucho más, y has acabado salvando los garbanzos de la familia.
Anna se echó a reír ante la curiosa expresión, y al hacerlo dos trozos de papel cayeron del sobre al suelo. Se agachó para recogerlos. El primero era un talón de Coutts a nombre de Anna Petrescu por un millón de libras esterlinas. El segundo…
Nakamura acabó de vestirse, cogió el móvil de la mesa de noche y marcó un número de Tokio. Le ordenó a su director financiero que hiciera una transferencia de cuarenta y cinco millones de dólares a su banco en Londres. No necesitaría llamar a sus abogados, a quienes había dado instrucciones expresas para que transfirieran todo el dinero al banco Coutts & Co, en el Strand, donde la familia Wentworth tenía una cuenta desde hacía más de doscientos años.
Antes de salir de la habitación para ir a desayunar, el señor Nakamura se detuvo durante un momento delante del retrato de Wellington. Dedicó un saludo al Duque de Hierro, convencido de que hubiese disfrutado con la refriega de la noche anterior.
Mientras bajaba la escalera, vio a Andrews en el vestíbulo. Supervisaba el traslado de la caja roja, que contenía el Van Gogh con el marco original. Su segundo colocó la caja junto a la puerta principal para cargarla en el coche del señor Nakamura en cuanto llegara el chófer.
Arabella salió del comedor de diario en el momento en que su invitado bajaba el último escalón.
– Buenos días, Takashi. Espero que, a pesar de todo, haya conseguido dormir.
– Sí, gracias, Arabella -respondió Nakamura.
Anna bajó la escalera. Le costaba mover la pierna herida.
– No sé cómo agradecértelo -dijo Anna.
– Sotheby's me hubiese cobrado mucho más -replicó Arabella, sin dar más explicaciones.
– Sé que Tina… -comenzó Anna y se interrumpió al escuchar que llamaban a la puerta principal.
Andrews cruzó el vestíbulo para atender la llamada.
– Probablemente será mi chófer -comentó Nakamura, mientras el mayordomo abría la puerta.
– Buenos días, señor -saludó Andrews.
Arabella se volvió y en su rostro apareció una amplia sonrisa al ver quién era el inesperado visitante.
– Buenos días, Jack. Nadie me ha avisado de que desayunaría con nosotros. ¿Acaba de cruzar el charco, o es que ha pasado la noche en la comisaría local?
– No, Arabella, no he dormido allí, pero me han comentado que le tocaba hacerlo a usted -contestó el agente del FBI, con una sonrisa.
– Hola, mi héroe -dijo Anna, y le dio un beso-. Llegas justo a tiempo para salvarnos a todos.
– Eso no es justo -protestó Arabella-. Fue Jack quien avisó a la policía local.
Anna sonrió y se volvió hacia Nakamura.
– Este es mi amigo, Jack Fitzgerald Delaney.
– Sin duda bautizado John -señaló Nakamura, al tiempo que le estrechaba la mano.
– Así es, señor.
– ¿Nombres escogidos por una madre irlandesa, o quizá nació usted el veintidós de noviembre de 1963?
– Diana las dos veces -admitió Jack.
– Muy gracioso -afirmó Arabella.
Mientras ella llevaba a los invitados al comedor de diario, Anna aprovechó para explicarle a Jack por qué llevaba un vendaje en la pierna.
Arabella invitó a Nakamura a sentarse en la silla a su derecha, y le dijo a Jack:
– Usted a mi izquierda. Todavía tengo un par de preguntas que necesitan respuesta.- Jack miró la bandeja de riñones y empuñó los cubiertos-. No piense en comer -añadió Arabella- hasta que me explique por qué no aparezco en la primera plana del Daily Mail después de mis heroicos esfuerzos de anoche.
– No sé de qué me habla -respondió Jack.
Andrews le sirvió una taza de café.
– ¿Usted también? -exclamó Arabella-. No es de extrañar que tanta gente crea en conspiraciones y que las autoridades oculten todo lo que pueden al conocimiento público. Tendrá que esforzarse un poco más, Jack.
– Antes de venir hablé con mis colegas del MI5 -dijo Jack, mientras depositaba los cubiertos en la mesa-, y me aseguraron que ningún terrorista entró en el país durante las últimas veinticuatro horas.
– En otras palabras, que se ha escapado -manifestó Anna.
– No exactamente, pero sí puedo decir que una mujer de aproximadamente un metro cincuenta de estatura y cincuenta kilos de pesos, con una herida de bala, pasó la noche en una celda de aislamiento de la cárcel de Belmarsh.
– De la que sin duda se escapará -opinó Arabella.
– Le puedo asegurar, Arabella, que nadie ha conseguido nunca escapar de Belmarsh.
– Así y todo, acabarán enviándola de regreso a Bucarest.
– Es poco probable, dado que no hay ningún registro de su entrada en el país, y a nadie se le ocurrirá buscar a una mujer en esa cárcel.
– Bueno, en ese caso, le dejaré que se sirva una pequeña ración de champiñones.
Jack se apresuró a coger los cubiertos.
– Se los recomiendo -dijo el señor Nakamura, y se levantó-. Lamento mucho tener que marcharme ahora, Arabella, si no quiero llegar tarde a la reunión.
Jack dejó de nuevo los cubiertos en vista de que todos los demás se levantaron para acompañar al señor Nakamura al vestíbulo.
Andrews se encargaba de supervisar la carga de la caja roja en el maletero de la limusina cuando Arabella y sus invitados aparecieron en el vestíbulo.
– Creo que describir mi corta visita a Wentworth Hall como memorable -le comentó Nakamura a Arabella- sería el clásico ejemplo de la modestia inglesa. -Sonrió antes de dedicar una última mirada al retrato de Catherine, lady Wentworth, pintado por Gainsborough-. Corríjame si me equivoco, Arabella, pero ¿no es ese el mismo collar que llevaba anoche en la cena?
– Lo es -replicó Arabella, complacida-. Su Señoría era una actriz, que sería el equivalente de una bailarina de cabaret, así que solo Dios sabe de quién de sus muchos admiradores recibió esos soberbios diamantes. Pero no me quejo porque ciertamente debo agradecerle el collar.
– También los pendientes -señaló Anna.
– Lamentablemente, el pendiente -dijo Arabella, y se tocó la oreja derecha.
– El pendiente -repitió Jack con la mirada puesta en la pintura-. Soy idiota -añadió-. Me ha estado mirando a la cara todo el tiempo.
– ¿Qué es exactamente lo que te ha estado mirando a la cara todo el tiempo? -preguntó Anna.
– Leapman escribió en el dorso de una foto de Fenston y George W. Bush estrechándose las manos: «Esta es la única prueba que necesita».
– ¿La única prueba que necesita para qué? -quiso saber Arabella.
– Para demostrar que fue Fenston quien asesinó a su hermana -contestó Jack.
– No alcanzo a ver la relación entre lady Catherine Wentworth y el presidente de Estados Unidos -afirmó Arabella.
– Es el mismo error que cometí yo. La relación no es entre lady Wentworth y Bush, sino entre lady Wentworth y Fenston, y la pista ha estado siempre delante de nuestros ojos.
Todos miraron el retrato pintado por Gainsborough.
Anna fue la primera en romper el largo silencio.
– Ambos llevaban el mismo pendiente -dijo en voz baja-. Yo también lo pasé por alto. Incluso vi a Fenston que lo llevaba el día en que me despidió, pero sencillamente no supe ver la relación.
– Leapman sí que se dio cuenta de su significado en el acto -declaró Jack. Solo le faltó frotarse las manos para recalcar su alegría-. Dedujo que era la prueba fundamental que necesitábamos para asegurar la condena.
Andrews carraspeó discretamente.
– Tiene toda la razón, Andrews -dijo Arabella-. No debemos entretener más al señor Nakamura. El pobre hombre ya ha aguantado demasiadas revelaciones familiares por un día.
– Es verdad -manifestó Nakamura-. De todas maneras, quiero felicitar al señor Delaney por su magnífica deducción.
– Es lento, pero siempre llega a la meta -comentó Anna, y lo tomó de la mano.
El señor Nakamura sonrió mientras Arabella lo acompañaba hasta el coche. Anna y Jack esperaron en lo alto de la escalinata.
– Bien hecho, Sombra. Estoy de acuerdo con el señor Nakamura, de que ha sido una muy buena deducción.
– ¿Qué tal te ha ido a ti como agente novata? -preguntó Jack, contento con el cumplido de Anna-. ¿Has conseguido averiguar por qué Tina…?
– Creía que nunca me lo preguntarías, aunque debo confesar que también pasé por alto varias pistas que tendrían que haber sido obvias, incluso para una aficionada.
– ¿Cuáles?
– Una muchacha que es aficionada de los 49ers y de los Lakers, con un gran amor y grandes conocimientos del arte norteamericano, cuyo pasatiempo era navegar en un velero llamado Christina en honor a los dos hijos del propietario.
– ¿Ella es hija de Chris Adams?
– Y hermana de Chris Adams Junior.
– Bueno eso lo explica todo.
– Casi todo -le corrigió Anna-, porque Tina Adams no solo perdió su casa y el barco después de que Krantz degollara a su hermano, sino que también abandonó los estudios de derecho.
– Así que finalmente se cruzó con la persona equivocada.
– No solo eso. Tina se cambió el apellido de Adams por Foster, se trasladó a Nueva York, hizo un curso de secretariado, pidió empleo en el banco y esperó a que renunciara la secretaria de Fenston, algo frecuente, para ponerse a tiro.
– Un puesto que mantuvo hasta que la despidieron la semana pasada -le recordó Jack, que miró cómo Nakamura se inclinaba ante Arabella antes de subir a la limusina.
– Todavía no sabes lo mejor, Sombra -continuó Anna al tiempo que agitaba una mano en respuesta al saludo de Nakamura-. Tina descargó en su ordenador todos los documentos que podían implicar a Fenston. Lo archivó todo, desde contratos a cartas, e incluso las notas personales que Fenston creía que se habían destruido cuando se derrumbó la Torre Norte. Así que tengo el presentimiento de que no tardarás mucho en cerrar el expediente del señor Bryce Fenston.
LOS PRECIOS MÁS ALTOS EN SUBASTAS, 1980-2005
Fuente: Art & Auction, septiembre 2005
Año Artista/Título Precio US $
1980 TURNER Juilet y su ama 7.000.000
1981 PICASSO Yo Picasso 5.800.000
1982 BOTT1CELLI Giovanni de Pierfrancesco de Médici 1.400.000
1983 CÉZANNE Azucarero, peras y mantel 4.000.000
1984 RAFAEL Estudio en tiza de una cabeza y manos de hombre 4.400.000
1985 MANTEGNA La adoración de los reyes 10.500.000
1986 MANET Picapedreros en la rue Mosnier 11.100.000
1987 VAN GOGH Lirios 53.900.000
1988 PICASSO Acróbata y joven arlequín 38.500.000
1989 PICASSO Yo Picasso 47.900.000
1990 VAN GOGH Retrato del Dr. Gachet 82.500.000
1991 TIZIANO Venus y Adonis 13.500.000
1992 CANALETTO La vieja guardia a caballo 17.800.000
1993 CÉZANNE Naturaleza muerta: las manzanas 28.600.000
1994 DAVINCI Códice Hammer 30.800.000
1995 PICASSO Ángel Fernández de Soto 29.100.000
1996 Mecedora de John E Kennedy 453.500
1997 PICASSO El sueño 48.400.000
1998 VAN GOGH Retrato del artista sin barba 71.500.000
1999 CÉZANNE Cortina, cántaro y frutero 60.500.000
2000 MIGUEL ÁNGEL El Cristo resucitado 12.300.000
2000 REMBRANDT Retrato de una dama de 62 años 28.700.000
2001 KOONS Michael Jackson y Bubbles 5.600.000
2002 RUBENS La matanza de los inocentes 76.700.000
2003 ROTHKO N.° 9 (Blanco y negro sobre vino) 16.400.000
2004 RAFAEL Madona de los claveles 62.700.000
2004 PICASSO Muchacho con pipa 104.000.000
2004 VERMEER Joven sentada a la espineta 30.000.000
2004 WARHOL Mustard Race Riot 15.100.000
2005 GAINSBOROUGH Retrato de sir Charles Gould 1.100.000
2005 Jarrón de la dinastía Yuan 27600000