Capítulo 8

Susanna estaba cansada. Ninguna de sus misiones le había causado nunca tantos problemas como lo estaba haciendo aquélla. Normalmente, disfrutaba del desafío, pero en aquel momento, le dolía la cabeza, le dolían los pies embutidos en aquellos adorables zapatos dorados y, curiosamente, parecía dolerle también el corazón. Las atenciones de Fitz comenzaban a ser más frecuentes y obvias. Susanna deseó que no fuera un libertino. Los libertinos eran más difíciles de controlar que otros hombres. Requerían más esfuerzos, había que tener más cuidado al manejar la situación y para mantenerlos a raya.

La intención de Fitz, Susanna lo sabía perfectamente, era conseguir llevarla a su lecho lo antes posible. El hecho de que fuera una conocida de sus padres no le detendría. Estaban participando ambos en el juego de la seducción, en una danza que él creía que terminaría en una satisfactoria aventura. Fitz era un hombre de deseos muy simples, había comprendido Susanna. Y en aquel momento la deseaba a ella. También era extremadamente caprichoso y mimado, estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería.

Pero a ella no la tendría.

Su intención era fascinar a Fitz y, simultáneamente, frustrarle. Su trabajo era parecido al de un malabarista de circo: mantener todas las pelotas en el aire y no dejar caer ninguna, como, desgraciadamente, había ocurrido el día anterior, cuando Devlin había conseguido distraerla. Susanna cerró los ojos y sofocó la irritación que aquel recuerdo despertaba. No podía permitir que Dev volviera a sacarla de sus casillas. Había tenido que trabajar muy duramente para recuperar el terreno perdido y conseguir la invitación de aquella noche.

No tenía ninguna intención de convertirse en la amante de Fitz. Lo último que le apetecía era tener a aquel hombre como amante y, en cualquier caso, aquélla era una cuestión de negocios, no de placer. Corría el peligro de perder la influencia que tenía sobre Fitz si éste saciaba su deseo. Podría, en ese caso, buscar de nuevo los virginales encantos de la señorita Francesca Devlin y entonces, ella lo perdería todo. Tenía que conseguir que Fitz quisiera casarse con ella. Su manera de funcionamiento habitual consistía en conseguir la petición matrimonial, aceptarla y, al cabo de un par de meses, confesar arrepentida que había actuado precipitadamente, que había cambiado de opinión y que todo había sido un error. Si su estrategia había tenido éxito en el pasado, no había ningún motivo para suponer que Fitz no iba a ser la próxima víctima de su cuidadosamente calculado engaño.

La única pega era Devlin. Susanna no quería admitir sus dudas, pero aquél era el caso más complicado que se le había presentado y, además, flirtear con otro hombre bajo la constante mirada de Dev estaba demostrando ser muy complicado. Suspiró y se llevó los dedos a las sienes, donde comenzaba a palpitarle la cabeza. A Dev no le vendría mal embotellar su antipático gesto de desaprobación y vendérselo a las carabinas. Ganaría una fortuna y no necesitaría venderse a una rica heredera.

Observó a Fitz desde su asiento. Se había desviado cuando iba a buscarle una limonada con hielo, que a esas alturas ya debía de estar caliente, para acercarse a saludar a unos amigos y conocidos del palco que tenían frente a ellos. Donde quiera que fuera, se convertía en el centro de atención de las damas. Revoloteaban a su alrededor como mariposas de colores brillantes deleitándose en el calor del sol. Fitz fue avanzando desde el palco por el pasillo en curva para regresar al lado de Susanna. Ésta vio en ese momento que era abordado por una más que conocida cortesana. En menos de lo que dura un parpadeo, Fitz se inclinó para susurrarle algo al oído, la mujer asintió y continuó avanzando entre el crujido de la seda. Susanna sonrió con cinismo. A lo mejor Fitz era más inteligente de lo que parecía. Se había dado cuenta de que no iba a compartir su lecho aquella noche y había hecho los arreglos pertinentes para satisfacer su deseo carnal.

– Veo que Fitz desdeña vuestros encantos a cambio de los de la señorita Kingston, lady Carew.

Era una voz irritantemente familiar. Susanna alzó la mirada. Dev estaba frente a ella, supremamente elegante con el chaleco blanco y dorado, el lino inmaculado de su camisa y unos diamantes tan brillantes que casi la deslumbraban. Susanna había oído decir que cuando Dev había llegado a Londres tras sus aventuras, llevaba pendientes de perlas. Al parecer, a las damas les encantaba. Aquel exceso inicial parecía haberse sofocado o, al menos, haberse transmutado en un mejor gusto, y más caro también. Pero continuaba conservando cierta tendencia a la ostentación, y sus ojos mantenían el brillo del antiguo pirata, del aventurero James Devlin, el hombre que había tomado tres barcos enemigos en un solo ataque, había ganado un tesoro en un juego de azar y, si los rumores eran ciertos, había seducido a la hija de un almirante contra la vela mayor del barco.

Vio el brillo burlón de su mirada. Devlin se sentó a su lado sin pedirle permiso.

– Quizá -continuó diciendo-, tus artes amatorias no sean tan sofisticadas como imaginas y Fitz ya se ha aburrido de ti -cambió de postura-. Si me permites darte un consejo, ayer en el carruaje me besaste como una inexperta…

– Ahórrate tus consejos para quien te los pida -le espetó Susanna.

Sabía que Devlin estaba intentando provocarla, y lo estaba consiguiendo sin esforzarse apenas. Al parecer, cualquier cosa que Dev le dijera atravesaba rápidamente sus defensas y se le clavaba directamente en el corazón. Devlin tenía una capacidad de herirla que a Susanna ni le gustaba ni comprendía.

Dev sonrió y se encogió de hombros.

– Muy bien. Cambiaremos de tema. Ser un cazafortunas puede llegar a ser terriblemente aburrido, ¿no es cierto? -estiró sus largas piernas y la miró de reojo con expresión divertida-. No parece que te estés divirtiendo mucho, pero no me sorprende. Me temo que Fitz no es el más agudo de los interlocutores. Su conversación carece de chispa.

– Estoy disfrutando enormemente de la velada -respondió Susanna cortante.

– Por supuesto que sí -Dev curvó los labios en una sonrisa-. Después de haber invertido tanto tiempo, energía y paciencia en despertar el interés de Fitz, de pronto -chasqueó los dedos-, él te abandona por una cortesana.

– No me importa -replicó Susanna, y estaba siendo completamente sincera.

Sintió la fría mirada de Dev escrutando su rostro y se preguntó qué vería en él.

– No -contestó Dev al cabo de unos segundos. Un ceño se insinuaba en su frente-. No parece que te preocupe. Qué extraño -dijo en tono pensativo-. Eso solo significa que Fitz te importa muy poco.

Susanna se encogió ligeramente de hombros. No iba a fingir por Fitz un afecto que no sentía. Dev descubriría su mentira. Parecía conocerla suficientemente bien como para comprender lo que realmente sentía.

– Cualquier mujer que confíe en la fidelidad de un hombre está condenada a sufrir una desilusión.

Dev la miró con los ojos brillantes y expresión impasible.

– Una filosofía bastante negativa de la vida -musitó.

– Y realista -replicó Susanna con cierta amargura, incapaz de contenerse.

– Siento que hayas tenido que llegar a esa conclusión. No sabía que tu marido fuera un mujeriego -se interrumpió-. ¿O te refieres a tus amantes?

– No pienso hablar de mis amantes -replicó Susanna.

Dev esbozó una mueca.

– Bueno, por lo menos eso es algo que a mí no puedes reprocharme -musitó-. No me diste la oportunidad de serte infiel. Escapaste demasiado rápido del lecho nupcial.

– No estoy hablando de nosotros, y prefiero que cambiemos de tema. ¿Os ha gustado la primera parte de la actuación, sir James? -preguntó, cambiando también de tratamiento y de tono.

– Oh la actuación ha sido insuperable -había cierta amargura en su voz-, pero no la he disfrutado particularmente -giró en la silla para mirarla directamente a los ojos-. ¿O te referías a la obra de teatro?

– Esta noche parecéis decidido a discutir conmigo.

– Sí -se mostró de acuerdo Dev-, supongo que sí -soltó una carcajada-. Considero que has fingido perfectamente tu entusiasmo cuando seguramente la obra te ha resultado aburrida.

– Eso no es cierto -protestó Susanna, un tanto dolida por su cinismo-. Adoro el teatro. Viendo una obra, uno puede escapar de la realidad y…

Se interrumpió bruscamente, consciente de que estaba proporcionando más información de la que pretendía. Dev, siempre tan astuto, había sido consciente de su desliz.

– Qué interesante -comenzó a decir lentamente-. Con la vida de la que disfrutáis, ¿por qué querríais escapar, lady Carew? ¿O de que querríais escapar? -preguntó Dev, recuperando también él el vos.

Se miraron a los ojos y, una vez más, Susanna sintió la afinidad que había entre ellos. Se obligó a desviar la mirada y se encogió despreocupadamente de hombros.

– Oh, solo pretendía decir que disfruto mucho del teatro.

– Sí, veo que os atrae -respondió Dev con cinismo. Se reclinó en su asiento-. ¿No preferís otro tipo de diversiones más activas? Como perseguir a jóvenes vástagos de la nobleza, por ejemplo.

– Nunca persigo a más de uno a la vez -respondió Susanna.

Experimentó un inmenso alivio al advertir que había conseguido distraer a Dev. Pero, al mismo tiempo, se apoderó de ella una sensación de vacío y pesar por no poder ser sincera con él.

– Fitz es mayor que yo. Sin embargo, habláis como si yo fuera una especie de asaltacunas.

– Es posible que sea mayor en años, pero es como si fuera un corderito al que estáis llevando al matadero.

Susanna ahogó una risa.

– Qué ridiculez. Fitz no es ningún joven ingenuo. Es un peligroso libertino.

– Lo que, evidentemente, no os asusta.

Susanna negó con la cabeza.

– Tengo demasiados años y experiencia como para que me asuste un libertino.

– ¿Quizá haya sido su mala reputación la que os atrae? Oh, lo olvidaba -dijo Dev, mirándola con estudiada insolencia-, vuestra propia falta de moralidad y principios debería ser suficiente para ambos.

El ambiente del teatro, sofocante en aquella húmeda y calurosa noche de verano, pareció congelarse de pronto.

– ¿Estáis intentando decirme algo, sir James? -preguntó Susanna con voz fría.

– Sí -respondió Dev-, y creo que tengo que ser sincero con vos -se interrumpió-. Estoy seguro de que sois consciente de que Fitz va a casarse con mi hermana Francesca, ¿no es cierto?

Su tono rotundo no entrañaba amenaza alguna, pero aun así, Susanna se estremeció. Sabía desde hacía tiempo que Dev no tardaría en lanzarle abiertamente su advertencia, y allí estaba, aquél era el momento que tantas veces había anticipado. Le miró por debajo de sus largas pestañas.

– Perdonadme, pero, ¿de verdad queréis que vuestra hermana se case con un marqués tan mujeriego?

Dev profundizó su sonrisa.

– Fitz no engañará a Chessie cuando estén casados -respondió con vehemencia-. Yo me encargaré de que lo entienda.

– Os estáis engañando a vosotros mismo -le advirtió Susanna. Esperó la respuesta de Dev, pero éste no dijo nada. Su rostro parecía esculpido en piedra-. Seguro que para vos representa una contradicción -no estaba segura de que debiera continuar con aquella conversación, pero no fue capaz de contenerse-. Queréis que Chessie se case con Fitz para que pueda disfrutar de todo aquello a lo que le dais valor. Queréis que tenga un título, dinero y estatus. Pero el precio a pagar es demasiado alto, ¿no es cierto? El precio de ver a vuestra hermana humillada por las infidelidades de su marido es excesivo como para…

Dev la interrumpió agarrándola por la muñeca.

– Vos también valoráis esas cosas, lady Carew -dijo entre dientes-. Queréis más dinero, y también un mejor título, de modo que no creo que estéis en condiciones de sermonearme.

Susanna se liberó de su mano y tomó aire para tranquilizarse y recuperar el control que había estado a punto de perder. Era peligroso hablar tan abiertamente. Sabía que estaba tocando un punto sensible para Devlin, pero al hacerlo, estaba cuestionando sus propias motivaciones. Dev pensaba que quería casarse con Fitz por su título y por su dinero. Y ella tenía que recordar que ésa era precisamente la idea que pretendía alimentar. Nadie podía sospechar cuál era su verdadera misión, o estaría perdida.

Acarició la gasa dorada del vestido.

– Es cierto. Adoro las telas caras -le dirigió una provocadora sonrisa-. La señorita Devlin y el marqués no están formalmente comprometidos, ¿no es cierto?

Dev la miró con el ceño fruncido.

– Digamos que hay cierto entendimiento entre ellos -Devlin endureció su tono.

– Un entendimiento -repitió Susanna. Suspiró-. Pero también los malentendidos son algo frecuente, ¿verdad, sir James? Una joven atractiva cree haber despertado el interés de un noble, pero de repente… -se encogió de hombros-, aparece una mujer más atractiva y capaz de distraer la atención de este último.

– Una persona peligrosa y manipuladora -dijo Dev. Había abandonado toda apariencia de cortesía. Una abierta antipatía teñía sus palabras-. Permitidme que sea sincero, lady Carew. Asumo que vuestra intención es apartar a Chessie y casaros con Fitz, ¿no es cierto?

– Eso no es asunto vuestro -replicó Susanna.

– Os equivocáis -le advirtió Dev-. Claro que es asunto mío. En tanto que vuestro exmarido…

– Tenía la impresión de la palabra exmarido, implicaba que el matrimonio había terminado. No creo que un exmarido juegue papel alguno en las decisiones de su exesposa. Repito, esto no es asunto vuestro.

Dev cambió de postura y se alejó de ella, lo que permitió que Susanna volviera a respirar. Presionó las manos en el regazo y deseó que Fitz regresara para que Dev se viera obligado a abandonar aquel interrogatorio. Cerró los ojos con fuerza. Pero sus ruegos no fueron escuchados porque cuando volvió a abrir los ojos, Fitz continuaba sin aparecer y Dev la observaba con expresión especulativa.

– Hay algo sospechoso en todo esto -comenzó a decir Dev lentamente.

A Susanna le latía con fuerza el corazón.

– ¿En qué exactamente?

– Fueron los duques de Alton los que os presentaron a Fitz -recordó Dev-. Los duques pertenecen a lo más granado de la alta sociedad y, seguramente, no les gustaría que su hijo se casara con la viuda de un barón de pasado desconocido, por rica que fuera -la miró con los ojos entrecerrados-. Fitz podría hacer un matrimonio deslumbrante con muchas damas de la alta sociedad. Vos sois una auténtica don nadie y, aun así, los duques parecen apoyaros. Me pregunto por qué.

Susanna sentía cómo se le erizaba el vello de la nuca, a modo de advertencia. No podía vacilar en aquel momento. Dev se abalanzaría sobre cualquier muestra de inseguridad.

– Supongo que los duques consideran que una viuda rica es preferible a permitir que se fugue con una irlandesa que no tiene un penique.

Dev negó con la cabeza.

– Los Alton dan mucha más importancia al linaje que al dinero. Jamás os aceptarían como esposa para su hijo. De modo que no puedo dejar de preguntarme a qué se debe el apoyo de los duques -sonrió-. Así que creo que empezaré a hacer algunas averiguaciones.

Susanna sintió el miedo atenazándole la garganta. No había absolutamente nada que pudiera relacionarla directamente con los duques. Dev jamás imaginaría que estaba trabajando para ellos. La había contratado el abogado de la familia Alton, el señor Churchward, y era él el que pagaba sus cuentas. Solo se había reunido con los duques en una ocasión. Aun así, Dev era muy astuto al deducir que su conducta era extraña. Tendría que tener mucho cuidado, sobre todo porque su supuesto matrimonio con un tal sir Edwin Carew no era más que el escaparate que le permitía hacerse pasar por una viuda rica y sofisticada. Bajo ningún concepto podía permitir que Dev descubriera la verdad, que se enterara de que, en realidad, le estaban pagando para que se interpusiera entre Fitz y Francesca.

– Podéis hacer todas las averiguaciones que queráis -contestó, fingiendo un bostezo-, si os apetece y podéis perder el tiempo. Pero no hay ningún misterio en todo esto. El duque y sir Edwin eran buenos amigos.

– Por supuesto -dijo Devlin con impoluta cortesía-. Vuestro marido, aquél que os enseñó tan duras lecciones sobre la fidelidad. ¡Un hombre muy misterioso, por cierto! Debería intentar averiguar algo sobre él.

– Me temo que habéis llegado demasiado tarde, puesto que está muerto -replicó Susanna.

– Estoy seguro -replicó Dev, y Susanna sí detectó entonces una amenaza en su voz-, de que podré averiguar algo sobre él.

Susanna tomó aire. La situación era cada vez más peligrosa. Cuando había inventado la existencia de sir Edwin, no se le había ocurrido pensar que nadie pudiera tener algún interés en investigar su pasado. No había ningún motivo para que nadie quisiera hacerlo. Pero eso había sido antes de que Dev reapareciera en su vida con aquella mirada inquisidora y sus preguntas comprometidas.

– Por supuesto, yo misma podría hablaros de sir Edwin, pero no deseo estropearos la diversión. Supongo que disponéis de mucho tiempo, o estáis muy aburrido -alzó la mirada en el momento en el que Emma regresaba al palco del brazo de Freddie Walters. Emma le dirigió a Dev una mirada tan ardiente que, por un momento, Susanna temió que pudieran prenderse las butacas. Dev, que parecía supremamente incómodo, la descubrió mirándole y la fulminó con la mirada.

– Quizá deberíais dedicar vuestro tiempo a vuestra prometida -le sugirió Susanna-. Parece estar más que deseosa de vuestra compañía.

– Gracias, lady Carew, pero no necesito que me deis consejos sobre mi vida amorosa -le espetó Dev.

– Os suplico que me perdonéis -Susanna le dirigió una mirada glacial-. Puesto que habéis pasado tanto tiempo dándome consejos, he pensado que debería devolveros el favor. Al fin y al cabo, es un privilegio que me concedo en tanto que soy vuestra amiga.

Vio algo en los ojos de Dev que le hizo sentirse débil y ligeramente mareada.

– Pero nosotros no somos amigos. Podemos ser muchas cosas, pero no somos amigos en absoluto.

Se levantó, hizo una reverencia y se alejó de allí, dejando a Susanna temblando estremecida. No, Devlin y ella no eran amigos. No podían ser amigos. Tampoco eran unos antiguos amantes cuya pasión se hubiera apagado. Entre ellos continuaba ardiendo el deseo. Había algo tórrido, sombrío y furioso presto a estallar en cualquier momento. Y ella deseaba que lo hiciera, comprendió Susanna con una punzada de miedo. Fitz no despertaba nada en ella, salvo la más profunda indiferencia. Pero Devlin… Siempre había sentido en exceso por Devlin. Un exceso de amor y un exceso de culpabilidad.

Cuando se levantó el telón para dar paso al segundo acto, volvió a fijar su atención en el escenario e intentó concentrarse. No permitiría que Dev le hiciera perder la razón cuando había tantas cosas en juego. Cuando tenía tanto que perder.

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