Capítulo 13

Dev permanecía en la fila de recepción del baile que habían organizado los duques de Alton para celebrar el compromiso de Susanna y Fitz. Emma no había acudido y Dev no la había visto desde hacía dos días por culpa de una jaqueca que la joven padecía desde que había ido al desayuno de lady Crofton. Al ver frustrado su plan de confesar a Emma su voluntad de regresar a la Marina, al final había optado por escribirle una carta que había entregado al malhumorado mayordomo de los Brooke. Éste le había asegurado que se la entregaría a la joven en cuanto recuperara la salud. Probablemente, la carta le provocaría un nuevo dolor de cabeza, había pensado Devlin mientras hacía de tripas corazón y añadía una posdata:


También tengo que decirte que he traicionado tu confianza con otra dama. Me arrepiento profundamente de haberme comportado de manera tan deshonrosa y me sé merecedor de tu condena…


Era una mentira flagrante. No se arrepentía ni por un segundo de haber hecho el amor con Susanna, pero sí de no haber estado a la altura de su propio honor al haber traicionado a Emma cuando ésta no se lo merecía. Dev sabía cuál sería la consecuencia. Emma no toleraría su infidelidad, pero aun así, era consciente de que no podía seguir mintiéndole. Tenía que empezar desde cero.

La fila comenzó a avanzar y Devlin ahogó un suspiro. Se había visto obligado a asistir a los más atroces eventos sociales en otro tiempo, desde la inauguración de una isla a cargo de un estúpido gobernador en las Indias Orientales hasta un baile de presentación en sociedad en el que una de las debutantes se había presentado borracha y había confesado amar a su cuñado delante de todo el salón de baile. Aun así, jamás había asistido a un acto que le resultara personalmente tan doloroso como el compromiso de Susanna con Fitzwilliam Alton. No satisfechos con organizar la fiesta oficial, a la que había declinado la invitación, los duques habían decidido invitar a aquel baile a toda la ciudad. Dev estaba allí para acompañar a Chessie, que había decidido asistir y enfrentarse abiertamente a chismes y cotilleos. Dev deseó que no lo hubiera hecho. Su hermana permanecía pálida y ojerosa al lado de Joanna Grant y de Tess Darent, enfrentándose a la humillación y a la destrucción de sus sueños ante lo más granado de la sociedad londinense. Dev estaba tan enfadado que habría estrangulado a Fitz con sus propias manos. Todo el mundo sabía que Fitz había alentado las esperanzas de Chessie, pero había sido lo suficientemente inteligente como para no comprometerse de ningún modo. Había sido frío y calculador y no le habían importado lo más mínimo ni los sentimientos ni la reputación de Chessie. Eso debería haber sido suficiente como para demostrarle a su hermana lo poco que merecía su afecto. Pero el amor no siempre funcionaba de aquella manera.

Dev desvió la mirada de aquel Fitz inflado como un pavo, hacia la mujer que permanecía a su lado: Susanna. Estaba fascinante, con un vestido de seda roja y diamantes en el pelo. Devlin quería odiarla por haber aceptado la proposición de Fitz, por lo avaricioso de su conducta, por haberse vendido por un título. Por haber hecho el amor con tan dulce pasión con él y haber aceptado después aquel vergonzoso matrimonio. Pero no era capaz de odiarla. Se sentía unido a ella por vínculos tan profundos como complejos.

Fitz le rozó a Susanna el dorso de la mano para reclamar su atención y ella se inclinó obediente hacia él, dispuesta a escuchar lo que quería decirle. Dev la vio sonreír y sintió que el enfado y el deseo se cerraban como un tenso puño en su interior. Formaban la pareja perfecta: atractivos, ricos y encantadores, sin que hubiera el menor trazo de amor, o incluso de sincero respeto, por ninguna de ambas partes.

– Lo siento -susurró Chessie de pronto.

Estaba tan pálida que Dev temió que fuera a desmayarse. Se meció ligeramente y Dev le pasó el brazo por los hombros.

– No me encuentro muy bien -susurró-. Hace mucho calor y apenas hay aire…

Dev se encontró por encima de la cabeza de su hermana con la mirada preocupada de Joanna Grant.

– La llevaré a casa -se ofreció Joanna-. Chessie, querida -tomó la mano helada de Chessie-. Vamos. No te encuentras bien.

Joanna y Devlin acompañaron a Chessie hasta las escaleras y bajaron al vestíbulo. Todavía estaban llegando los últimos invitados, que se sumaban a la multitud que abarrotaba la sala de recepción. Dev fue abriéndoles paso con sus anchos hombros, protegiendo a su hermana de miradas curiosas y de susurros y risas mal disimuladas de los invitados. Se sentía furioso y protector, sabiendo que todo el mundo estaba hablando de la humillación de Chessie. Sentía la tristeza y el dolor de su hermana. Joanna y Tess, que pese a su aparente fragilidad eran mujeres de gran fortaleza, la acompañaban con las cabezas bien altas.

– Solo un poco más -animó Tess a Chessie cuando Joanna fue a buscar a un mayordomo para pedirles los abrigos-. Pronto estaremos en casa.

Dev le pidió a uno de los sirvientes que les consiguiera un carruaje.

– No vengas con nosotras -susurró Joanna mientras Devlin las ayudaba a subir. Le estrechó la mano con suavidad-. Es posible que Chessie quiera hablar con nosotras, y está tan ansiosa por evitar que te disgustes, que a lo mejor no se atreve a desahogarse delante de ti -se inclinó para darle a Dev un beso en la mejilla-. Te haré saber cómo se encuentra.

Dev asintió a regañadientes.

– Nada de lo que Chessie pueda hacer o decir cambiará lo que siento por ella -respondió malhumorado-. Nada de esto es culpa suya.

– Lo sé -contestó Joanna. Le sonrió-. Gracias, Devlin.

El carruaje se puso en marcha y Dev permaneció en los escalones de la entrada, viéndolo alejarse. No tenía ganas de pasar la velada contemplando a Susanna bailando con Fitz, encantada con su triunfo. Estaba cansado, furioso y amargado. No era frecuente en aquella época que decidiera ahogar sus penas en alcohol, pero aquella noche le apetecía de una forma especial.

– ¿Preparado para marcharte, Devlin? -un hombre alto y rubio le agarró del brazo y lo arrastró al interior de la casa de los Alton-. Pero antes ven a compartir conmigo una copa de champán.

– ¡Purchase! -exclamó Dev-. ¡Has vuelto a Londres!

Owen Purchase le estrechó la mano con entusiasmo.

– Acabo de llegar. He estado visitando mis propiedades -soltó una carcajada-. Jamás pensé que oiría esas palabras saliendo de mis labios.

– Entonces, ¿el título es tuyo?

– De ahí lo del champán -se interrumpió-. Pero te agradecería que lo mantuvieras en secreto. Ya sabes que estos asuntos legales tienen cierta complejidad. Además, todavía no quiero que me identifiquen como el vizconde de Rothbury.

– Te deseo suerte a la hora de mantener a distancia a las madres casamenteras -contestó Dev con ironía-. En cuanto se enteren de que tienes un título, te van a perseguir por toda la ciudad.

– Supongo que sabré cómo enfrentarme a ellas -contestó Purchase, sonriendo de oreja a oreja-. Aunque preferiría hacer mi propia elección.

– Así que has venido a presentar tus respetos a los futuros duques de Alton.

– Mis propiedades en Somerset lindan con las de los Alton -respondió Purchase con una mueca-. Y puesto que vamos a ser vecinos, me ha parecido un gesto diplomático. El hecho de que no soporte a Alton…

Se interrumpió bruscamente, mudo de asombro, al ver a Susanna bajando las escaleras para recibir a unos conocidos que acababan de llegar.

– Veo que estás mirando a la novia de hito en hito. No sé si ésa es la mejor manera de congraciarte con tus futuros vecinos. Y no lo digo -añadió-, porque no sea digna de ser admirada.

– Es una mujer de excepcional belleza -se mostró de acuerdo Purchase-. Es difícil confundirla con ninguna otra.

Dev le miró intrigado por su tono de voz.

– ¿Esa es la futura esposa de Alton? -preguntó Purchase.

– Acabo de decírtelo. Sí, es lady Carew, de Edimburgo.

– ¿Así es como se hace llamar ahora? -Purchase sonreía de oreja a oreja sin apartar la mirada de Susanna.

Dev sintió una sensación extraña en el estómago.

– ¿Qué quieres decir?

– La última vez que vi a lady Carew -le explicó su amigo-, se hacía llamar señorita Ivés y estaba siendo cortejada por Johan Denham, el joven más rico de Bristol. Su padre había amasado una fortuna con el comercio.

Dev se encogió de hombros. Sentía un amargor en la boca que no tenía nada que ver con la calidad del champán que ofrecían los duques. De modo que Susanna era una aventurera que ya había intentado atrapar a otro marido rico. En realidad, no era una novedad. Lo único que podía sorprenderle era el hecho de que hubiera fracasado a la hora de atrapar a su presa. Pero quizá se valorara en exceso. A lo mejor había rechazado a Denham porque quería también un título, no solo una fortuna amasada con el comercio.

– ¿Cuándo fue eso?

Purchase le miró de soslayo.

– Hace un año, aproximadamente. Denham acababa de llegar a la mayoría de edad y tenía acceso a una vasta fortuna. Dicen que estaba tan enamorado de ella que terminó poniéndose en ridículo -esbozó una mueca-. Supongo que no fue el primero -bebió un largo sorbo de champán-. Es una mujer notable. Pero como soldado de fortuna, reconozco a la mujer que era la primera vez que nos vimos. Y no puedo dejar de admirarla por ello. No es fácil salir adelante contando únicamente con el ingenio. Y tú deberías saberlo mejor que nadie, Devlin.

– Y lo sé -contestó con sentimiento.

– Incluso yo probé suerte con ella al comprender que estábamos en el mismo bando.

Dev fue consciente entonces de una repentina necesidad. La necesidad de darle a Owen Purchase, uno de sus mejores amigos, un puñetazo.

– ¿Y tuviste éxito? -preguntó muy tenso.

Purchase negó con la cabeza.

– A pesar de su aspecto sensual, es fría como la nieve. Me rechazó de plano.

– Mala suerte.

Dev se frotó la nuca, sintiendo que comenzaba a ceder la tensión de sus músculos. Observó a Susanna bailando con Fitz, posando la mano en su brazo y poniéndose de puntillas para susurrarle algo al oído. Fría como la nieve, había dicho Purchase. En aquel momento, vestida de rojo, era como el fuego, y también lo había sido cuando se había mostrado dulce y dispuesta en sus brazos.

Dev se aclaró la garganta. Aquélla no era la forma más apropiada de pensar en una mujer cuya ambición sobrepasaba con mucho a la suya. Una cazafortunas, una aventurera que había tenido la suerte de atrapar a un marqués y que, algún día, llegaría a convertirse en duquesa.

– Lo lamenté por Denham -continuó contando Purchase-. Se quedó con el corazón destrozado cuando la supuesta señorita Ivés puso fin a su compromiso. Ya había roto con su anterior prometida por culpa de esa aventura, y después perdió a la segunda…

Aquellas palabras renovaron la atención de Dev.

– ¿Perdón?

Purchase arqueó una ceja con extrañeza al ver la expresión de Dev.

– He dicho que Denham ya había roto con su prometida. Cuando comenzó a coquetear con la señorita Ivés, el amor de su infancia le abandonó.

Dev sintió algo parecido a una premonición.

– Y el amor de su infancia -comenzó a decir lentamente-, ¿tenía dinero?

– Ni un penique -contestó Purchase divertido-. Se llamaba Cassie Jennings. Una joven bonita, pero sin dinero y sin relaciones influyentes. Conocía a Denham desde que era una niña. Pero el fideicomisario del muchacho no aprobaba aquel compromiso. Y tampoco su madre.

Dev tomó aire. Pensó en Fitz, cortejando a Chessie, una joven sin dinero y sin título. Era una relación que los duques de Alton desaprobaban. Pensó después en Susanna, que había abandonado en Bristol a un joven adinerado. Un hombre que antes de conocerla, estaba a punto de casarse con el amor de su vida, una joven sin recursos. Apretó los dedos de tal manera sobre el delicado cristal de la copa que estuvo a punto de romperla.

– Solo una cosa más, Purchase -dijo con fingida naturalidad-. ¿Sabes cómo conoció la señorita Ivés al señor Dehnam?

– La verdad es que no soy capaz de recordarlo -respondió Purchase-. No… -se aclaró la garganta-. En realidad, sí que me acuerdo. Los presentó la madre de Denham. Al parecer, era la hija de una amiga suya.

La hija de una amiga. La viuda de un amigo de la familia… La historia cambiaba ligeramente, pensó Dev, pero no en exceso. Devlin siempre se había preguntado por qué los duques de Alton decían haber conocido a sir Edwin Carew, un hombre que en realidad no existía. Tampoco comprendía que estuvieran dispuestos a aceptar a Susanna como esposa de Fitz siendo tan exigentes y careciendo ella de título.

Pues bien, acababa de averiguar la respuesta. Había subestimado a Susanna. Susanna ni siquiera era una honesta aventurera. Ni siquiera quería a Fitz para ella. Había destrozado las ilusiones de Chessie, la esperanza de un futuro con Fitz, por dinero. A cambio de la cantidad que le habían pagado los duques. Se dedicaba a destrozar corazones y a arruinar vidas ajenas. La rabia que sintió fue más violenta que la anterior. Una cólera sobrecogedora que parecía subirle por la garganta y le obligaba a romper algo, cualquier cosa. Preferiblemente, el cuello de Susanna.

– ¿Estás seguro de todo lo que me has contado, Purchase? -preguntó, aunque sabía de antemano la respuesta.

– Claro que sí -contestó Purchase mientras vaciaba su copa-. De hecho, creo que ni siquiera me acercaré a presentar mis respetos. No quiero poner a la novia en un compromiso.

– Eres demasiado bueno -dijo Dev sombrío.

El tenía intención de hacer mucho más que poner a Susanna en una situación comprometida. Se merecía algo peor. Jamás en su vida se había encontrado con una mujer tan fría y despiadada.

– Supongo que es consciente de que algún día podría aparecer alguien que pusiera fin a sus maquinaciones.

Purchase se encogió de hombros.

– Se mueve en un terreno bastante seguro. Las personas como los Denham no suelen acceder a estos círculos. Si yo no la hubiera visto…

– Sí, no habría corrido ningún riesgo.

Pensó en Chessie, en sus esperanzas rotas, en su reputación dañada. Susanna lo había hecho con cruel intencionalidad. Le pagaban para arruinar la vida, las expectativas de los demás. Estaba seguro de que no se equivocaba. Susanna había echado por tierra la posibilidad de que Cassandra Jenning compartiera su futuro con John Denham y había hecho lo mismo con Chessie. Tenía que ser más que una coincidencia.

– Pobre Denham -comentó mientras Susanna desaparecía en el salón de baile, dulce y etérea, suficientemente seductora como para enloquecer a cualquier hombre-. No tenía ninguna posibilidad.

Sintió un frío y violento enfado apoderándose de él. Por fin sabía la verdad. Había llegado el momento de que Susanna y él tuvieran el enfrentamiento final.


Lady Emma Brooke yacía en su enorme cama con dosel, observando cómo se mecían las cortinas al capricho de la brisa. Era tarde, pero no podía dormir. Llevaba más de un día esperando. A medida que había ido acercándose la hora de su cita con Tom, había ido sintiendo una mezcla de terror y excitación, pero las horas habían continuado pasando y Tom no había llegado. El placer había comenzado a marchitarse, dejándola enfada y frustrada. Estaba ocurriendo lo mismo que la vez anterior. Tom aparecía y desaparecía a su antojo. Le gustaba tenerla pendiente de sus caprichos. Emma dio media vuelta en la cama y golpeó el colchón con los puños, pero nada parecía aliviar su frustración. Maldijo a Tom Bradshaw y sus dotes de seducción. Ojalá se fuera al infierno.

Con un gemido, volvió a dar media vuelta en la cama, pero se quedó paralizada al oír que la puerta se cerraba suavemente. Abrió los ojos, pero no era capaz de ver nada en la oscuridad del dormitorio. Después, advirtió que una sombra se movía, oyó una pisada y vio que la sombra la acechaba.

Se sentó rápidamente en la cama.

– No podéis estar aquí -le advirtió.

Se cubrió con las sábanas hasta la barbilla, con un gesto de dama ultrajada. Horas antes, había estado esperándole en el jardín. No imaginaba que pudiera tener la audacia de entrar en su habitación. El corazón comenzó a latirle erráticamente al pensar en lo que había hecho.

– Pues aquí estoy -respondió Bradshaw, extendiendo las manos.

– Gritaré -le amenazó Emma.

Pero no tenía ninguna intención de hacerlo.

Bradshaw soltó una carcajada.

– Adelante.

Por un instante, que a Emma se le antojó una eternidad, el tiempo pareció detenerse. Pero después, Tom la abrazó y la besó. Su sabor era tan dulce y tentador como la primera noche en el jardín, y Emma pensó que iba a explotar de pura excitación. Olvidó la indignación y el enfado y alargó los brazos hacia él en un gesto de pura desesperación.

A medida que profundizaba el beso, Tom comenzó a acariciarla, apartando el camisón y accediendo a las más vergonzosas intimidades de su cuerpo. La sensación era maravillosa y Emma comprendió, con una mezcla de euforia y asombro, que fuera lo que fuera lo que Tom estuviera haciendo, no era suficiente. Ella quería más, y lo quería en ese preciso instante. El tenso anhelo que la embargaba era tan afilado que estuvo a punto de gritar. Casi inmediatamente, Tom no solo estaba con Emma en la cama, sino que estaba dentro de ella. Y Emma habría gritado de placer si Tom no hubiera cubierto sus labios con un beso en el momento en el que le robaba la virginidad.

Minutos después, Emma permanecía en la cama, presa de aquel oscuro calor, exultante y perpleja por la facilidad con la que había olvidado lo que habría sido la conducta propia de una dama para entregarse a un hombre al que apenas conocía. Le parecía increíble y, al mismo tiempo, tan emocionante, que se sentía iluminada por dentro. Y, lo que era más, aquel deseo febril no había disminuido por lo indigno de su conducta. De hecho, era un deseo más fiero todavía. Quería hacerlo otra vez, inmediatamente. Y probablemente otra después.

Cambió de postura, intentando ver el rostro de Tom en la oscuridad. Podía sentir su cuerpo musculoso al lado del suyo. Aquella sensación desconocida de estar tumbada junto a un hombre era infinitamente estimulante, pero aun así, comenzaba a sentir un escalofrío de miedo en medio de su lujuria.

– ¿Qué va a pasar ahora? -pregunto, esforzándose en disimular la ansiedad de su voz.

Tom se echó a reír. Posó la mano en su seno y Emma se estremeció.

– Ésa es una de las muchas cosas que me gustan de ti -contestó, arrastrando la voz. Se inclinó para lamerle un pezón-. Te gusta ir directamente al grano.

– Quiero casarme contigo -dijo Emma, retorciéndose bajo sus caricias-. Soy un buen partido, Tom. Soy guapa, y muy rica…

La interrumpió un jadeo en el instante en el que Tom le mordisqueó ligeramente el pezón, provocando una agradable sensación que descendió como un rayo hasta su vientre.

– Lo sé -contestó Tom. Parecía estar riéndose. Le lamió el pezón-. Además, eres deliciosa.

Alzó la cabeza bruscamente y cambió de tono de voz.

– ¿Qué ocurriría si te dijera que no quiero casarme contigo?

El miedo de Emma se intensificó, sofocando el placer del momento.

– Me casaría con Devlin, y te mandaría al infierno.

Tom se echó a reír.

– Otra de las cosas que me gustan de ti es tu sentido práctico -deslizó la mano por su vientre y Emma se arqueó inmediatamente contra él-. Tú no quieres a Devlin -no era un pregunta.

– No -contestó Emma.

Alargó los brazos hacia Tom, pero él se apartó sin dejar de mover las manos sobre su piel en la más insidiosa de las caricias que Emma podía haber imaginado.

– ¿A mí me quieres? -preguntó Tom con voz queda.

Continuó deslizando las manos por la delicada piel del interior de sus muslos y Emma abrió las piernas indefensa a su contacto mientras intentaba concentrarse en la pregunta. Tenía la sensación de que era una pregunta importante. Pero le resultaba casi imposible pensar, estando los dedos de Tom tan cerca del centro de su feminidad.

– No te conozco lo suficientemente bien, pero…

– ¿Sí? -preguntó Tom muy serio, pero ya había deslizado un dedo en su interior y estaba regalándole las más increíbles y tentadoras caricias.

Emma pensó que iba a morir de placer.

– Pero me encanta todo lo que me haces… -suspiró, reclamando que continuara.

Tom se detuvo. Emma se retorcía, agonizando de impaciencia.

– Ésa -continuó diciendo Tom mientras comenzaba a acariciarla otra vez con suaves y sigilosos círculos-, es una respuesta muy sincera. Pero entonces, ¿por qué quieres casarte conmigo? -interrumpió sus caricias y Emma estuvo a punto de gemir.

– Te quiero porque… -se detuvo al borde del éxtasis, mientras el placer y la culpa se sumaban en el interior de su cuerpo-, porque eres como yo.

Tom soltó una carcajada.

– Soy un hombre egoísta y avaricioso, y no me preocupo de nadie más que de mí mismo.

– La gente dice que soy una joven mimada -replicó Emma-. Y es cierto. Siempre consigo lo que quiero.

Tom se colocó sobre ella y se hundió en su interior, dándole exactamente lo que quería.

– Lo que va a suceder a continuación -le dijo mientras comenzaba a moverse-, es que vas a fugarte conmigo esta noche. Nos iremos a Gretna -retrocedió y le acarició la mejilla-. ¿Es eso lo que quieres?

– Sí, sí -contestó Emma, tan feliz y excitada que quería llorar-. Pero todavía no…

– No, todavía no -se mostró de acuerdo Tom. Volvió a deslizarse en su interior y Emma se arqueó para salir a su encuentro-. Todavía quedan varias horas antes del amanecer.

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