– Frazer -le dijo Dev a su valet, estando sentado ante el espejo mientras se afeitaba-, ¿alguna vez cometiste una estupidez siendo muy joven que ha vuelto a perseguirte años después?
Estaba en las habitaciones que ocupaba en Albany, preparándose para los entretenimientos de la noche. Albany era la residencia para solteros más exclusiva de Londres. Allí no se permitía la presencia ni de instrumentos musicales ni de mujeres. Dev había podido ocupar aquellas habitaciones porque era primo de lord Grant, el famoso explorador, y porque estaba comprometido con la hija de un duque. Por supuesto, él no podía permitirse aquel lujo. Al igual que todo lo demás, era la fortuna de su futura esposa la que pagaba sus gastos.
Sintió el roce de la cuchilla en el cuello e inmediatamente se arrepintió de haber formulado aquella pregunta estando en una posición tan vulnerable. Y no porque dudara de la firmeza de la mano de Frazer, a pesar de la avanzada edad del mayordomo. El verdadero problema era que nunca se había sentido muy cómodo teniendo la navaja de otro hombre tan cerca de su cuello, una reacción comprensible tras haber participado en una reyerta en un puerto de México varios años atrás.
– ¿Qué hicisteis en vuestra juventud, señor Devlin? -preguntó Frazer al cabo de unos segundos.
Siempre se olvidaba de llamarle «sir James» y Dev nunca se molestaba en recordarle que lo hiciera. Había heredado a Frazer de su primo, Alex Grant. Éste había dicho que necesitaría de los servicios de aquel antiguo camarero de la Marina, con su adusto carácter escocés para mantenerse recto como una flecha. Como Frazer conocía a Dev desde que este último iba con pantalones cortos, no era posible engañarle.
– Nada -contestó Dev-. Por lo menos desde hace nueve años.
Frazer ignoró aquella respuesta.
– ¿Habéis vuelto a perder mil libras en el juego? -insistió-. ¿Habéis seducido a una dama, o a alguien que no lo es? ¿Tenéis relación con alguna mujer ligera de cascos?
La cuchilla rozó la garganta de Dev y éste tragó saliva. El jabón se deslizaba por su cuello.
– Frazer, me estás ofendiendo -cambió de postura-. Sabes que desde hace dos años llevo una vida irreprochable.
Y probablemente, aquélla era una de las razones de su frustración sexual. El único desahogo durante todo aquel tiempo lo había encontrado en el boxeo, la esgrima y algunas otras demostraciones de violencia socialmente consentidas. Hasta esa misma mañana… Y en aquel momento, el recuerdo de Susanna entre sus brazos continuaba persiguiéndole. La había deseado años atrás. Y continuaba deseándola.
– No -dijo Frazer, y negó con la cabeza.
Dev observó en el espejo la destreza con la que utilizaba la cuchilla.
– ¿No qué?
– No, no cometí ninguna estupidez cuando era joven -respondió Frazer-. A los trece años estaba en una cárcel de Edimburgo. Estando allí encerrado, no había muchas posibilidades de cometer estupideces. Solo me dejaron salir para alistarme al ejército.
– Por supuesto -dijo Dev, encantado con la imagen del pasado criminal de Frazer-. Qué estupidez, no sé cómo se me ha ocurrido pensar que podrías haber cometido alguna estupidez en tu juventud.
– ¿Y qué hicisteis vos, señor Devlin? -preguntó Frazer.
– ¿Yo? Nada. Nada en absoluto.
Frazer soltó un bufido de incredulidad.
– Vos siempre fuisteis un muchacho muy decidido. En aquel entonces, habríais sido capaz de fugaros con la esposa de otro hombre.
No, pensó Dev. Pero se había fugado con su propia esposa. Aunque al final, había sido ella la que había terminado escapando sin él.
Agradecía inmensamente que nadie más estuviera al tanto de aquella indiscreción juvenil. Cuando había conocido a Susanna, vivía en Escocia con Alex Grant, su primo. Ni éste ni su primera esposa, Amelia, tenían sospecha alguna de aquella aventura, estaba seguro. Alex nunca había estado particularmente interesado en su vida personal y Amelia… Dev interrumpió el curso de sus pensamientos al recordar a la primera esposa de su primo, tan dulce y delicada por fuera y tan dura por dentro. Amelia estaba tan pendiente de sí misma que, seguramente, no tenía espacio para pensar en nadie más. Dev esbozó una mueca. Frazer musitó una palabra de advertencia mientras deslizaba la cuchilla por su cuello.
– No os mováis, señor, o esta noche terminaréis perdiendo algo más que la camisa.
Dev permaneció completamente inmóvil mientras la cuchilla continuaba haciendo su trabajo. Se preguntó si Susanna sería aficionada al juego. Desde que había llegado a Londres, no la había visto participar en ninguna partida de cartas, pero estaba tan ocupada persiguiendo a Fitz que seguramente no había tenido tiempo para otras aficiones. Pero Fitz también era jugador y a lo mejor había introducido a Susanna en el placer de las apuestas. Los dedos le cosquillearon al pensar en la emoción de las cartas. A lo largo de toda su vida había librado una fiera batalla consigo mismo para evitar la obsesión de su padre por el juego. La mayor parte de las veces, había sido capaz de controlar aquel impulso. Pero a veces no lo conseguía. En aquel momento, le habría gustado desafiar a Susanna a jugar al faro o a cualquier otro juego de azar. Sería muy satisfactorio vencerla. Aunque, por supuesto, también podía ganar ella. Susanna podía ser tan superficial y tan codiciosa como la más ambiciosa de las prostitutas, pero también era condenadamente decidida cuando quería algo. E inteligente. Comprometerse con ella a cualquier nivel era arriesgado. Estar en deuda con ella sería insoportable.
Frazer terminó de afeitarle, retiró el jabón y le tendió a Dev una toalla.
– Tenéis suerte de no haber perdido ningún órgano vital -dijo con aspereza-. Os tengo dicho que no os mováis cuando os afeito.
– Lo siento. Tengo ciertas preocupaciones en la cabeza.
– Asuntos de mujeres -replicó Frazer, más agrio todavía-. Conozco esa mirada. Tened cuidado, señor Devlin.
– Lo tendré -sonrió-. Gracias por tu preocupación. Me alegra saber que te importo.
Frazer esbozó una mueca cortante.
Treinta minutos después, con el pañuelo atado al estilo irlandés, un estilo que había adoptado como propio en homenaje a sus antepasados, con la casaca sobre los hombros sostenida por Frazer y con un particularmente deslumbrante chaleco verde y dorado, Dev decidió que estaba preparado.
– ¿La función es esta noche? -preguntó Frazer con una cara muy larga-. Eso es para afeminados.
Frazer odiaba el teatro y etiquetaba a todo lo relacionado con aquel arte como algo excesivamente delicado. Dev sospechaba que aquella repulsión estaba relacionada con el viaje que había hecho al Ártico con Alex. Habían quedado encallados en el hielo y se habían visto obligados a entretenerse improvisando funciones teatrales durante un largo y oscuro invierno. Se disfrazaban de mujeres e interpretaban indistintamente los personajes femeninos y masculinos. Aquello, pensó Dev, era más que suficiente para enfurecer a cualquier escocés que se preciara de serlo. En realidad, tampoco él era muy aficionado al teatro. En su caso, aquella aversión procedía de una función a la que había asistido dos años atrás. Había tenido entonces la mala suerte de encontrarse con una antigua amante estando en compañía de Emma y de su familia. Había sido una situación de lo más embarazosa. Emma le había acribillado a preguntas. Quería saber quién era aquella mujer, cuándo la había conocido, con qué grado de intimidad y si había alguna probabilidad de que coincidiera aquella noche con otras de sus antiguas amantes. Desgraciadamente, la respuesta a aquella última pregunta era que sí, había muchas, pero Dev había sido suficientemente inteligente como para negarlo. Al final, Emma había terminado al borde del desmayo y Devlin deseando embarcarse en el primer barco que zarpara de los muelles.
– Esta noche representan El Jugador, de Wycherley -le explicó al mayordomo. Advirtió que Frazer retorcía el gesto todavía más-. A Emma le gusta el teatro.
Frazer emitió un poco comprometido gruñido con el que, sin embargo, conseguía expresar perfectamente su desaprobación hacia un hombre obligado a participar en determinados eventos sociales a petición de su prometida. Dev suspiró. Sabía exactamente lo que pensaba Frazer de su compromiso. También Alex y Joanna lo desaprobaban. Ninguno de ellos comprendía los demonios que le perseguían. Los recuerdos de un niño que, antes de que Alex le rescatara de las calles de Dublín, malvivía haciendo todo tipo de encargos para alimentar a su madre y a su hermana. Chessie era la única que compartía con él la inefable experiencia de ser hija de un jugador. Casarse con Emma era una garantía contra la pobreza y, en tanto que tal, Dev pensaba que merecía la pena pagar cualquier precio.
Aquella noche que se presentaba tan poco prometedora, no tardó en degenerar en algo peor. Chessie no había sido invitada puesto que, tal y como lady Brooke no había dudado en señalar, se trataba de un evento familiar. Dev encontró la cena extremadamente tediosa. Emma estaba de un pésimo humor, le ignoraba y flirteaba continuamente con Freddie Walters, pero asegurándose de que él lo notara. Mientras tanto, su futura suegra secundaba la actitud de su hija, ignorándole también, y Dev se vio obligado a entretenerse con una carne excesivamente cocinada y mantener una educada conversación con la anciana lady Brooke. Su futuro, sabía, estaría plagado de noches interminables como aquélla. Aunque aquél era un pensamiento en el que prefería no profundizar.
Una vez en el teatro, se unieron al grupo los duques de Alton, Fitz y Susanna. Era algo que Devlin no había anticipado. Disimuló el asombro inicial al ver a Susanna en la que había sido descrita como una reunión familiar, pero estaba estupefacto ante la rapidez con la que se había introducido en el círculo de los Alton. Se preguntaba si habría sido Fitz el que había pedido a sus padres que permitieran la presencia de Susanna. No le extrañaba, pensó sombrío, que Fitz hubiera caído rendido a los arteros encantos de Susanna, pero sí le parecía extraño que sus padres parecieran igualmente seducidos por ella. Los duques eran extraordinariamente tiquismiquis en todo lo relativo al rango y el linaje. A diferencia de su hijo, el duque tenía suficiente carácter como para no dejarse engañar por un rostro bonito y una figura cautivadora, incluso en el caso de que estuvieran acompañados por una notable fortuna.
– Buenas noches, lady Carew -la saludó Dev-. Qué sorpresa encontraros en una reunión familiar.
Susanna sonrió.
– A mí no me sorprende, sir James, que los duques hayan tenido la generosidad de incluirme en su círculo familiar.
Lo cual, pensó Dev con sombría ironía, además de demostrar el calor con el que había sido recibida en la familia, ponía en evidencia el frío trato que continuaba recibiendo él después de haber pasado dos años comprometido con Emma.
Susanna pasó por delante de él para sentarse en la parte trasera del palco. Fitz protestó rápidamente y la instó a colocarse en la primera fila, a su lado. Dev no pudo menos que admirarla como estratega. Aquella demostración de modestia había sido espectacular. Fitz era como la mantequilla entre sus dedos. Por muchos progresos que hubiera hecho Chessie el día anterior en el Gunters, no habían servido para nada. Susanna había vuelto a tomarle la delantera.
– Bien jugado -musitó.
No le pasó desapercibida la disimulada sonrisa que Susanna le dirigió. Una sonrisa acompañada de una expresión triunfal.
– Tengo mucha práctica -respondió Susanna con ligereza, de modo que solo él pudiera oírle.
– Es evidente.
Pero su sarcasmo encerraba mucha amargura. Estaba enfadado. Parecía fruto de la más refinada forma de tortura estar allí sentado, contemplando a la que había sido su primera esposa utilizando todo tipo de artimañas para atrapar al hombre que su hermana quería.
Pensó en el beso que había compartido con Susanna en el carruaje el día anterior, en el calor, la pasión y el deseo enloquecedor que había provocado. Su enfado subió un grado más. Susanna le había ganado en su propio terreno, le había dejado deseando mucho más. Sabía que Fitz era su verdadera presa. Y que era una consumada intrigante.
Por supuesto, podría advertir a Fitz. Podía decirle que Susanna no era lo que aparentaba, que era una cazafortunas. Una idea crecientemente tentadora. Sin embargo, no lo era tanto pensar en las posibles venganzas de Susanna.
Y Susanna era una mujer de tanto talento, y manejaba tan bien a Fitz, que quizá ya le hubiera dicho que había muchos que deseaban verla caer y hacían correr rumores maliciosos sobre ella. Dev podía imaginar la furia protectora que aquello desataría en un hombre tan estúpido como Fitz, que ya consideraba a Susanna como de su propiedad.
Y enfrentarse al marqués en un duelo no entraba dentro de sus planes.
Y no serviría de nada.
Dev observó a Susanna instalándose elegantemente en la silla. Aquella noche llevaba un vestido de color crema y oro. El escote era discreto. Seguramente, no quería ofender a los duques vistiéndose como la descarada que era, pero aun así, el diseño era suficientemente tramposo como para que, a pesar de su supuesta modestia, realzara su sinuosa figura. La delicada gasa resplandecía bajo la luz. Llevaba el pelo trenzado y coronado por una fina diadema de oro. Tenía un aspecto elegante, adinerado y tentador. Desde luego, Fitz parecía tentado e incluso Freddie Walters había abandonado a Emma con indecorosa precipitación para ayudar a Susanna a despojarse de su chal.
– Os ofrecería mi ayuda, lady Carew -se disculpó Dev cuando Fitz se apartó para ir a hablar con su tía-, pero puesto que Fitz es vuestro acompañante y Freddie ya os ha desnudado, queda poco trabajo para mí.
Susanna le fulminó con la mirada al oírle insinuar una relación íntima con Walters.
– No quiero obligaros a realizar ningún esfuerzo, Sir James -respondió con falsa dulzura-. He oído decir que últimamente vuestra especialidad consiste en no hacer nada -alzó la mirada y la posó durante unas décimas de segundo en Emma-. Al parecer, sois un explorador que habéis reducido vuestros viajes al trayecto entre St.James y Mayfair. Qué original por vuestra parte.
Dev sonrió con amargura.
– Una vez más, demostráis que habéis estado siguiendo mis pasos. Debo fascinaros.
Advirtió un brillo de irritación en su mirada.
– Oh, en absoluto. Pero hasta Edimburgo ha llegado la noticia de que el famoso aventurero sir James Devlin ha sido comprado por una heredera a cambio de setenta mil libras al año y ahora languidece encerrado en casa, donde está a entera disposición de su prometida.
Dev dejó escapar el aire entre los dientes. Sentía la tensión en los hombros, presionando la tela de la casaca. Esperaba no terminar reventando las costuras. No podría permitirse el lujo de comprar una casaca nueva. Ya le debía a su sastre una exorbitante suma de dinero. Pero, desde luego, Susanna había conseguido sacarle de quicio a los cinco minutos de su encuentro. Tenía un talento especial para ello. Dev sabía que no debería caer en sus provocaciones, pero al parecer, no era capaz de evitarlo.
– Mientras que vos, lady Carew, habéis recorrido un largo camino. O quizá sea más preciso decir que habéis realizado un empinado ascenso. De sobrina de un maestro a viuda de un barón hasta llegar a las vertiginosas alturas del marquesado -la recorrió de pies a cabeza con la mirada-. Podríamos decir que esta noche vuestro vestido está a la altura de vuestras ambiciones.
Susanna soltó una carcajada.
– Debéis estar de muy mal humor esta noche, sir James, para reprocharme que me haya convertido en una cazafortunas cuando vos sois un profesional. ¿Ha sido la cena con vuestra heredera la que os ha puesto de tan mal humor?
– Apuesto a que no ha sido tan emocionante como vuestra cita con Fitz -replicó Dev sombrío.
– Hemos ido al restaurante Rules -replicó Susanna. Esbozó una seductora sonrisa-. Hemos comido ostras que, como bien sabéis, son el alimento del amor.
– Siempre me han parecido repugnantes y viscosas.
Fitz reclamó entonces la atención de Susanna. Se sentó a su lado y le señaló a Dev con frialdad que Emma estaba esperando a sentarse. Dev adivinó la sombra de una sonrisa en los labios de Susanna cuando ésta vio la expresión enfurruñada de Emma y su tensa figura.
Estaban a punto de levantar el telón.
– ¿Esa mujer fue otra de tus amantes? -le susurró Emma a Dev, ignorando el hecho de que la función había empezado.
Al igual que muchos de sus contemporáneos, Emma no iba al teatro a disfrutar de la obra, sino a ver y ser vista. De hecho, era perfectamente capaz de pasarse hablando toda una representación. Pero aun así, en aquella ocasión, su susurro hizo que varias cabezas se volvieran hacia ella.
– No -respondió Dev cortante-. Ni es mi amante ni lo ha sido nunca.
No estaba mintiendo, pero aun así, conocía íntimamente todos los rincones de aquel cuerpo exquisito. Tragó saliva. Nunca había tenido una memoria particularmente buena. Por lo menos para las Matemáticas, la Geografía, la navegación o cualquier otro tema que pudiera serle de utilidad. Por lo tanto, resultaba irónico que en las circunstancias menos adecuadas imaginables, recordara todos los centímetros de la sedosa piel de Susanna deslizándose bajo su mano, la forma que se arqueaba bajo sus caricias e incluso el fuego que se encendía en sus ojos en medio de aquel sensual placer. Cambió incómodo de postura. El asiento estaba duro como una piedra. Igual que él. Rezó al cielo para que Emma no mirara hacia un lado y descubriera su inapropiada reacción. Era capaz de gritar de indignación y montarle una escena.
Los sentidos de Dev solo eran conscientes de la presencia de Susanna. Estaba sentada delante de él, ligeramente vuelta hacia la derecha, y podía verla por el rabillo del ojo. Parecía concentrada en la representación. La luz iluminaba el vestido dorado y la delicada curva de sus hombros. Su perfume le envolvía. Verbena y miel, un olor dulce con algunas notas acidas, como la propia Susanna. Podía ver los rizos que escapaban a la diadema y acariciaban su nuca. Quería alargar la mano, tocarlos, deslizar el dedo por su espalda. Quería sentir la seda del vestido bajo su mano, el calor del cuerpo de Susanna bajo…
Emma le clavó el abanico en las costillas, dejándole sin respiración y jadeando de dolor. Le estaba fulminando con la mirada por estar más pendiente de Susanna que de ella y de la obra, y no podía culparla por ello, aunque discrepara de sus métodos. Intentó concentrarse en la representación, pero al parecer, solo era capaz de recordar la exquisita bendición de hacer el amor con Susanna. Podía recordar la esencia dulce y salada de su piel mientras se acurrucaba contra él agotada y saciada. Podía sentir el cosquilleo de su pelo contra su pecho desnudo y el roce de sus piernas enredadas con las suyas bajo las sábanas. Podía saborear sus besos. Recordaba haber permanecido despierto durante horas, escuchando el sonido de su respiración, dibujando su mejilla perfecta, su cuello, descendiendo por la curva de sus hombros mientras sus labios seguían el rastro de sus manos, embriagándose en su sabor. Se recordaba descendiendo hasta sus senos para despertarla con una urgencia que le había hecho reír entre sus brazos mientras volvían a hacer el amor. Había sido una unión extremadamente frágil, pero en aquel entonces le había parecido un encuentro dulce y honesto sobre el que cimentar una vida en común. Recordaba los labios de Susanna entreabriéndose bajo los suyos y el pequeño gemido de aquiescencia y rendición que había escapado de ellos la primera vez que la había besado. En aquel momento se había sentido invencible y dispuesto a comerse el mundo entero.
El arrepentimiento y la tristeza lo golpearon con impactante intensidad. Había construido sus sueños sobre una mentira. Todos aquellos sentimientos, todas sus esperanzas en el futuro, no tenían más fundamento que su imaginación y el engaño de Susanna. Le había utilizado. Desde el principio hasta el final, le había visto únicamente como un medio, como un primer paso en el camino que la llevaría a convertirse en duquesa.
Dev volvió ligeramente la cabeza. Vio que Fitz se había apoderado de la mano enguantada de Susanna y estaba apartando la tela del guante para besarle la muñeca, como había hecho el propio Dev en el carruaje. Experimentó un rabioso sentimiento de posesión que le sorprendió tanto como le disgustó. No le convenía continuar deseando a su exesposa. Tenía que frenar aquellos sentimientos. Su relación había terminado mucho tiempo atrás.
Observó a Susanna retirar la mano, aunque con suficiente lentitud como para que aquel gesto no pudiera interpretarse como un rechazo. Estaba riendo y miraba a Fitz con el ceño ligeramente fruncido por haberla distraído de la obra. Un movimiento inteligente, pensó Dev, combinar la sofisticación con un infantil entusiasmo por la representación. En medio de todos aquellos espectadores que asistían al teatro únicamente por moda, el supuesto interés de Susanna se revelaba como fresco y encantador. Pero, al menos así se lo parecía a Dev, era tan falso como su estima por Fitz.
El telón bajó anunciando el final del primer acto y el volumen de las conversaciones en el teatro alcanzó proporciones ensordecedoras. Fitz y Susanna estaban tan absortos el uno en el otro que no parecieron advertir que la primera parte de la obra había terminado. Dev observó a Fitz mientras éste se inclinaba para susurrarle algo al oído, quedando tan cerca de ella que parecía a punto de besar la delgada columna de su cuello. Se detuvo allí, permitiendo que su aliento acariciara los tiernos rizos que rodeaban su oreja. Dev sintió crecer el enfado dentro de él. Observó a Susanna, que curvaba los labios con la más tentadora sonrisa. Había vuelto ligeramente la cabeza, de modo que Fitz pudiera ver aquella sonrisa coqueta, y le apartó después, juguetona, con un delicado golpe de abanico. Fitz le quitó el abanico, lo sostuvo fuera de su alcance y ella, riendo, intentó recuperarlo. En aquel momento, Dev deseó darle a Fitz un buen puñetazo. Apretó las manos a ambos lados de su cuerpo. Aquellos coqueteos tan explícitos eran habituales en aquellos círculos, pero estaban sacándole de quicio. Por supuesto, se dijo a sí mismo, su frustración solo tenía que ver con Chessie. Era consciente de que sus posibilidades de convertirse en marquesa de Alton estaban disminuyendo por momentos, y todo porque Susanna era una maquinadora sin principios y Fitz un joven consentido y arrogante, acostumbrado a conseguir todo lo que quería.
Susanna le descubrió mirándola. Volvió a sonreír. En aquella ocasión, asomó un brillo burlón desde las profundidades de sus ojos verdes. Dev desvió la mirada. Deseaba estrangularla con tal violencia que resultaba inquietante. De hecho, se alegró sinceramente cuando Emma posó la mano en su brazo y le pidió recatadamente que la acompañara a hablar con la señorita Daventry, que estaba en el siguiente palco. Fueron juntos, sumándose a la multitud de espectadores que iban visitando los diferentes palcos para saludar a amigos y conocidos.
En otros momentos, recordó Dev, aquélla era la parte de la velada que más disfrutaba. Emma le había presentado a numerosos contactos que le habían resultado muy útiles. Había podido acceder a un ámbito de la sociedad que en otro tiempo estaba completamente fuera de su alcance y aquella posibilidad le atraía y deslumbraba más allá de toda lógica. Cuando había conocido a Emma, Dev estaba en la cumbre de su celebridad. Era un héroe, un buscador de tesoros que acababa de regresar de México, el niño mimado de la alta sociedad. Había disfrutado de la notoriedad de su nombre y había utilizado sin ningún pudor su fama y los contactos de Emma para ascender socialmente. Susanna tenía razón cuando le acusaba de ser un cazafortunas. Pero no solo buscaba el dinero, sino también las ventajas y el ascenso social que su situación podía reportarle.
Sin embargo, aquella noche, todo aquel proceso le parecía sin sentido y mortalmente aburrido. Quizá porque estaba muy cerca de conseguir todo lo que deseaba y ya no encontraba ningún elemento de desafío. Dev pensó en su futuro como marido de Emma, en aquel elegante y monótono modo de vida, temporada tras temporada, año tras año, sin ningún objetivo real, y descubrió que estaba casi a punto de bostezar. Advirtió que lady Daventry, una noble viuda, estaba frente a él y convirtió su bostezo en una sonrisa.
– Buenas noches, señora.
Tomó su mano, se inclinó con suprema elegancia y besó la mano enguantada con un anticuado gesto de galantería.
A las damas de más edad siempre les gustaban aquellas demostraciones de cortesía y a menudo se quejaban de la falta de modales de las generaciones más jóvenes. Lady Daventry se sonrojó y farfulló:
– Emma, querida, deberías casarte con este joven antes de que me fugue yo con él.
Dev sonrió mecánicamente y dijo todo lo que se suponía debía decir en aquellas circunstancias. Emma fue arrastrándole de grupo en grupo. Dev sentía su mano sobre su brazo como una esposa de hierro a medida que avanzaban. Aquélla, se recordó a sí mismo, era una de las razones por las que le había propuesto matrimonio. Era bella, rica, tenía muy buenas relaciones y…
Y ya nada de eso parecía importarle en absoluto.
Dev se quedó petrificado allí donde estaban. Aquello, se recordó, era todo lo que siempre había querido: dinero, éxito y estatus. Y todavía continuaba deseando el dinero, la fama y todo lo que con ello podía conseguir, pero cuando Emma volvió a tirarle del brazo, tuvo la sensación de que el precio a pagar era exageradamente alto.
– ¡Dev! ¡Dev! -le susurró Emma al oído.
Al principio, Dev pensó que estaba urgiéndole a responder a alguna obligación social, pero después, comprendió horrorizado que Emma estaba aprovechando el breve momento de intimidad que le daba el estar detrás de una columna para estrecharse contra él y susurrarle al oído:
– Ven conmigo esta noche.
Dev sintió la humedad de su lengua en la boca en lo que asumió era un inocente intento de erotismo.
– Podemos vernos en el jardín -propuso Emma-. Te quiero -y sus palabras fueron acompañadas de un nuevo acercamiento de su cuerpo contra el suyo.
Le soltó en el momento en el que Freddie Walters se acercaba. Dio media vuelta y se alejó, no sin antes dirigirle a Dev la que pretendía ser una seductora sonrisa. Durante varios segundos, Dev fue incapaz de moverse. A menos que hubiera malinterpretado la situación, y no parecía que hubiera mucho lugar para malentendidos, su virginal prometida acababa de proponerle que la sedujera.
Esperaba notar algo. Una sensación de triunfo habría sido una buena respuesta. Había sido extremadamente paciente con Emma, la había tratado con el respeto que su condición de rica heredera exigía. Era cierto que aquel respeto se debía a que era consciente de que si seducía a Emma o si se fugaba con ella, sus padres la dejarían sin un solo penique y él terminaría casado con una niña mimada y sin dinero. Pero en aquel momento, Emma estaba intentando seducirle y Dev pensó que debería sucumbir elegantemente, ir después a ver a los padres de la joven y decirles que después de dos años de abstinencia, Emma y él se habían dejado arrastrar por el amor que sentían. Presionaría para que se celebrara pronto la boda y estaba convencido de que, a aquellas alturas y estando la reputación de Emma en juego, lord Brooke y su esposa tendrían en consideración su sugerencia.
Aquel plan perfecto solo tenía un inconveniente.
No quería llevarlo a cabo.
No deseaba a Emma en absoluto y ni siquiera estaba seguro de que pudiera seducirla en el caso de que se lo propusiera.
Rompió a sudar. Pensó en seducir a Emma. Lo pensó con todo lujo de detalles, tal como había recordado los momentos compartidos con Susanna. Pero en aquella ocasión, su cuerpo permaneció obstinadamente indiferente. Golpeó con la mano el pilar de mármol, en gesto de pura exasperación. Maldita fuera, se lamentó, se suponía que él era un libertino. Aquél era un regalo, la recompensa que había estado esperando. Debería estar listo y preparado para explotarlo, para saltar el jardín vallado y seducir a Emma en el cenador o contra cualquier árbol del jardín. Debería hacer el amor con ella hasta tenerla tan arrebatada por aquel placer sensual que le suplicara que se casara con ella. Debería estar ansioso por aquel encuentro. Al fin y al cabo, Emma era una mujer deliciosamente bella, además de deliciosamente rica.
Bajó la mirada. No parecía estar sucediendo nada en el interior de los pantalones. No estaba ansioso. Estaba moribundo.
Le asaltó una nueva oleada de inquietud. ¿Qué ocurriría si decidía aceptar la invitación de Emma y llegado el momento no podía cumplir? Jamás en su vida había tenido aquel problema. Solo en una o dos ocasiones, y porque estaba completamente bebido.
De modo que la conclusión era innegable. No deseaba a Emma. No la deseaba en absoluto. Lo que él quería…
Algo se movió de pronto en su línea de visión.
Era una mujer vestida con un traje dorado que moldeaba de tal manera su cuerpo que Dev deseó atraparla, desprenderla del vestido como si estuviera abriendo un regalo, hundir el rostro contra su piel desnuda e inhalar su esencia, enredar los dedos en sus sedosos rizos negros y perderse en ella una y otra vez hasta que ambos estuvieran completamente saciados.
Todos sus sentidos se tensaron. Tenía el cuerpo entero en alerta. Observó a Susanna, que se escabullía de la habitación para dirigirse a uno de los pasillos. El vestido dorado brillaba como una delicada telaraña.
No deseaba a Emma, su hermosa, rica e influyente prometida. Deseaba a Susanna, su bella y pérfida exesposa.
Evidentemente, tenía un serio problema.