Capítulo 16

Susanna se despertó en brazos de Devlin. Tenía la cabeza apoyada en su hombro y Dev le pasaba el brazo por el vientre en un gesto de natural posesión. Susanna se sentía complacida, satisfecha y, por un breve instante, su mente también pareció poblada de dulzura al recordar las palabras cariñosas que Devlin le había susurrado la noche anterior.

Devlin no se movió cuando ella se apartó para ir a buscar la bata. Había sido una imprudencia tomar lo que Devlin le había ofrecido en vez de pedirle que se marchara. Pero consciente de que no tenía futuro alguno con él, sabiendo que en aquella ocasión sería efectiva la anulación de su matrimonio, necesitaba construir recuerdos para guardarlos en su corazón. Sabía que perdería a Devlin otra vez y le bastaba pensar en ello para que escapara toda su felicidad, como el agua filtrándose a través de los dedos. Se había permitido sentir en exceso. Se había vuelto a enamorar. Era lo último que quería. Se consideraba más madura, más sabia, suficientemente prudente y cínica como para no volver a caer. Pero se había equivocado. La combinación de aquel espíritu salvaje y los fuertes principios que la habían hecho enamorarse de él años atrás continuaban allí y había vuelto a ser víctima del amor con la misma insensatez de los diecisiete años.

Llamaron a la puerta. Margery asomó la cabeza, y no pareció sorprenderse al ver a Dev en la cama.

– Siento molestaros -susurró-, pero acaba de llegar una visita urgente -señaló hacia Dev-. Dice que es la hermana de sir James, y parece estar destrozada.

– ¿Chessie? -preguntó Susanna sobresaltada.

– Sí, la señorita Francesca Devlin -confirmó Margery.

– Despertaré a sir James.

Susanna alargó la mano con intención de despertarle mientras se preguntaba cómo demonios habría sabio Chessie que Dev estaba con ella.

Margery la interrumpió.

– Perdón, milady, pero es a vos a quien la señorita Devlin desea ver. Lo especificó muy claramente.

Susanna frunció el ceño. No podía comprender por qué querría verla Chessie con tanta urgencia y estando tan destrozada, a menos que pretendiera pedirle que renunciara a Fitz. El corazón se le encogió de tristeza al pensar que Chessie podía querer tanto a Fitz como para renunciar a su orgullo e ir a suplicar a su rival.

Susanna abandonó la cama.

– No despiertes a sir James. Me vestiré en la habitación azul. Gracias, Margery.

Cuando bajó minutos después, vio a Chessie sentada en una de las sillas de caoba del vestíbulo, con la espalda erguida por la tensión. En cuanto oyó los pasos de Susanna, se volvió hacia ella. Susanna contuvo la respiración al ver su rostro. Estaba demacrada, con los ojos enrojecidos por el llanto. Tenía el aspecto de una mujer desesperada, había perdido de golpe toda su juventud y su vivacidad.

Susanna corrió hacia ella y le tomó las manos. Las encontró frías como el hielo.

– Señorita Devlin… -comenzó a decir-. Chessie…

Chessie estalló en llanto. Susanna le pasó el brazo por los hombros y la condujo hacia el salón.

– Por favor, Margery, prepara un té -le pidió a la doncella por encima del hombro-. Fuerte. Y tan rápido como puedas.

Guío a Chessie hasta el sofá y se sentó a su lado. Chessie se movía con rigidez, como si todo el cuerpo le doliera.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Susanna, sin soltarle las manos-. ¿En qué puedo ayudarte?

Chessie alzó la mirada. Tenía los ojos, azules como los de Devlin, anegados en lágrimas.

– No sé con quién podría hablar. No sé qué hacer. Estoy embarazada de Fitz y él… -un sollozo le quebró la voz-. Se lo he dicho y él ha dicho que no piensa hacer nada, que no le importa. Que circulan rumores sobre mi falta de castidad, de modo que no tiene la seguridad de que ese hijo sea suyo. Estoy destrozada… -sus palabras terminaron con una explosión de lágrimas.

Susanna la atrajo hacia ella y la abrazó hasta que cesaron las lágrimas. Chessie retrocedió, se sorbió la nariz y alargó la mano hacia su pañuelo. Estaba ya empapado y desgarrado por los inquietos dedos de Chessie. Susanna le ofreció un pañuelo limpio.

– Gracias -Chessie se sonó con fuerza la nariz, alzó la mirada y frunció ligeramente el ceño, como si estuviera empezando a recuperarse-. En realidad no sé por qué he venido aquí. Lo siento mucho…

Susanna posó la mano sobre la suya para evitar que se levantara.

– Has venido porque no podías hablar con nadie más y has pensado que yo podría entenderte. Y así es. Ahora… -esperó a que Margery, que acababa de llegar en ese momento, sirviera el té-, tómate esto. Olvídate del brandy… Cuando uno sufre una impresión como la tuya, el té es lo mejor.

Chessie obedeció. Sostuvo la taza con las dos manos, como si ansiara sentir el calor de aquel brebaje.

– No podía decírselo a lady Grant -le explicó al cabo de un momento-. Ni a Devlin -le tembló la voz-. Sufrirían un fuerte desengaño. Dev siempre se ha preocupado mucho por mí. Quería lo mejor para mí.

– Lo sé.

– Hizo todo lo que estuvo en su mano para protegerme. Pidió en las calles, robó para que yo pudiera ir al colegio. Hizo que Alex se responsabilizara de nosotros. Me enviaba dinero cuando estaba en la Marina. Y lord Grant y su esposa… -hipó con tristeza-. En realidad tienen muy poco dinero. Alex… lord Grant, lo invirtió todo en la propiedad que tiene en Escocia para intentar sacarla adelante. Pero aun así, se mostraron dispuestos a ofrecerme un hogar y una dote cuando… -arrugó el rostro en un puchero-. Bueno, eso ya no ocurrirá -cerró los ojos un instante-. Por eso no puedo decírselo. No me atrevo. Les he fallado.

– No ha sido culpa tuya -la defendió Susanna con fiereza. El dolor y la pena le atenazaban la garganta-. Fitz ha tenido un comportamiento inexcusable.

Se interrumpió al ver que Chessie negaba con la cabeza.

– No, la culpa ha sido mía. Es cierto que Fitz me sedujo, pero yo podría haberle rechazado. Él no me obligó. En absoluto -un ligero ceño oscureció su frente-. Empezó todo con una partida de cartas, hace dos meses, justo antes de vuestra llegada a Londres -sonrió débilmente-. Fitz me enseñó a jugar al faro, y me pareció apasionante. Me temo que llevo el juego en la sangre -sostenía la taza con fuerza, extendiendo los dedos para disfrutar de su calor-. De modo que empecé a perder. Le debía a Fitz un montón de dinero, así que él sugirió… -volvió a interrumpirse-. Pero la culpa no fue suya. Me gustaba lo que hacíamos.

Susanna tuvo que apretar los labios para no contradecir a Chessie. Si Fitz había obtenido favores sexuales de Chessie para saldar deudas de juego, era el ser más inmundo y despreciable de la tierra. La culpa solo podía recaer en él.

– Yo pensaba que me amaba -continuó Chessie con voz queda. Parecía derrotada-. Yo le quise desde el primer momento y quería complacerle -esbozó una sonrisa de pesar-. Incluso ahora le amo. Comprendo que todo esto es culpa suya, pero aun así… me casaría con él si me quisiera.

Susanna vio la determinación en su rostro, a pesar de la tristeza. No había muchas mujeres, pensó, que tuvieran la lucidez de reconocer los defectos del hombre al que amaban, que no se engañaran sobre sus virtudes, pero, aun así, tuvieran el valor, o la imprudencia, de amarlos.

– ¿Estás segura de que de verdad quieres a Fitz? Te mereces algo mucho mejor.

Chessie soltó una risa a la que siguió otro sollozo.

– No esperaba oír eso de vuestros labios, lady Carew.

Susanna vaciló un instante. Quizá aquél no fuera el mejor momento para confesarle a Chessie la verdad sobre su identidad y de sus propios planes con Fitz. Pero lo único importante era ayudarla.

– No puedo evitarlo. Le quiero. Ésa es la razón por la que me entregué a él. Le amaba y pensaba que él también me amaba. Además… -hizo un gesto de desesperación-. Ahora ya es demasiado tarde. Nadie será capaz de quererme, sabiendo que estoy embarazada de otro hombre.

– Si un hombre realmente quiere a una mujer… -comenzó a decir Susanna.

Pero se interrumpió. Ni siquiera estaba segura de creerse sus propias palabras. Había muchos hombres buenos en el mundo. A pesar de todo lo que había sufrido, todavía no era tan cínica como para creer lo contrario. Pero también había un buen número de canallas como Fitz, y otro buen número de pedantes y estúpidos que exigían la virginidad a sus esposas mientras iban presumiendo de sus salvajes hazañas.

Chessie sollozó.

– Sé que pretendéis ser amable conmigo, pero ambas sabemos que he arruinado mi vida.

– Tienes que decírselo a tu hermano. Él te ayudará.

– No -Chessie le agarró las manos con un gesto convulso-. Devlin -se le quebró la voz-. ¡No quiero decepcionarle! No me atrevo a decírselo. Me advirtió que no me convirtiera en la meretriz de Fitz, sabiendo cómo era -se frotó los ojos-. Si se enterara de lo que ha pasado, me odiaría.

Susanna oyó voces en el vestíbulo y sintió una punzada de ansiedad.

– Tu hermano está aquí -le explicó rápidamente, antes de darse cuenta de que Chessie ya había reconocido su voz.

– ¿Habéis enviado a buscarle? -exclamó Chessie con una mirada acusadora.

– En realidad, ya estaba aquí -le aclaró Susanna-. Ha estado aquí toda la noche. Debería habértelo dicho, pero pensaba que era más importante averiguar lo que te pasaba e intentar ayudarte.

Chessie abrió los ojos como platos.

– Devlin y vos… -dijo lentamente-. Pero hace varias semanas le pedí que os sedujera para alejaros de Fitz y se negó… -se interrumpió.

– Bueno, a lo mejor ha cambiado de opinión.

Se sentía ligeramente mareada y profundamente dolida. Las palabras de Chessie la habían herido, pero no podía decir que la hubieran sorprendido. Sabía que Dev se sentía fieramente atraído hacia ella, pero no esperaba de él sentimientos más profundos. Sencillamente, le dolía verlo confirmado de una forma tan inesperada y brutal.

– Lo siento -se disculpó Chessie de pronto-. Me temo que he sido terriblemente descortés.

– Por favor, no te preocupes -respondió Susanna, dejando de lado su propio sufrimiento y esbozando una sonrisa-. Devlin y yo sabemos exactamente el tipo de relación que tenemos.

– ¿Qué tipo de relación tenemos, Susanna?

Dev había oído sus palabras mientras entraba en el salón sonriendo con amabilidad. Pero se detuvo en seco al ver a su hermana.

– ¿Chessie?

Chessie rompió a llorar en cuanto le vio. Dev miró a Susanna horrorizado y se arrodilló a su lado. Chessie comenzó a hablar, enlazaba frases y palabras inconexas, pero el significado era suficientemente claro. Y devastador. Susanna observaba el rostro de Dev mientras escuchaba las palabras de su hermana. Estaba muy pálido, con la expresión endurecida y los ojos llameantes.

– Chessie -repitió cuando su hermana por fin enmudeció en un agotado silencio. La abrazó-. Escúchame, soy tu hermano y siempre te querré.

Susanna se mordió el labio ante la cruda emoción que reflejaba su voz. Oyó que Chessie sollozaba.

– Voy a ir a buscar a Fitz. Tendrá que responder por esto.

El miedo se cerró como un puño alrededor del corazón de Susanna.

– Devlin…

Pero Dev le dirigió una mirada fiera.

– No intentes detenerme, Susanna. En cualquier caso, sabías que la verdad llegaría a saberse en algún momento.

– No me refería a eso… -comenzó a decir Susanna.

Chessie se aferró a los brazos de su hermano.

– ¡Dev, no! -estaba asustada-. ¡No puedes retar a Fitz!

Dev se liberó de las manos de su hermana con una fría calma que aterrorizó a Susanna por la delicadeza y la determinación que reflejaba.

– Chessie, no puedo pasar esto por alto.

– Tienes que hacerlo -lloró Chessie-. Si retas a Fitz, nunca se casará conmigo.

Susanna miró a Dev por encima de la cabeza de su hermana. Vio en sus ojos compasión y tristeza al comprender que su hermana continuaba esperando, contra toda esperanza, que Fitz cambiara de opinión, se casara con ella y aquella historia tuviera un final feliz. Pero ambos sabían que no era posible. No podía serlo. Fitz ya había rechazado a Chessie. No tenía nada que ofrecerle.

– Susanna, ¿te importaría quedarte a cargo de Chessie? Volveré en cuanto pueda.

– Sí, por supuesto. Pero Devlin… -se interrumpió cuando Dev la miró a los ojos.

Era tal la furia protectora y el amor que brillaban en sus ojos que se acobardó. Así respondía Devlin cuando herían a alguien a quien amaba. Jamás vería un sentimiento parecido dirigido hacia ella, pero ser testigo de lo que sentía por su hermana, le hizo sentirse vacía, desolada.

La puerta se cerró de golpe tras él.

– Le matará, ¿verdad? -preguntó Chessie con voz queda.

– O le mata él, o Fitz matará a Devlin.

Susanna confirmó sus temores. No tenía sentido fingir que la situación no era peligrosa.

– No hay forma de detenerle -susurró Chessie.

Se reclinó de nuevo en el sofá, convertida en un despojo de tristeza.

Susanna la miró. Pensó en Chessie, enfrentándose al escándalo y a la ruina. Pensó en la ignonimia que la acechaba, en la pérdida de su reputación, de su futuro, de la tranquilidad y de la intimidad, de su propia vida. Pensó en una joven embarazada y sola, dando a luz al hijo de un matrimonio fallido. La situación de Chessie era distinta. A ella no la repudiaría su familia, pero aun así, se enfrentaba a un futuro devastador.

Sabía lo que tenía que hacer.

Se arrodilló junto a la butaca en la que Chessie estaba sentada.

– ¿Estás segura de que quieres casarte con Fitz? Piensa en ello, porque… -se interrumpió al ver la luz de la esperanza en los ojos de Chessie.

– ¿Podríais convencerle? -susurró. Pero la luz de sus ojos murió-. No, es imposible. Nadie puede convencerle de que se case conmigo.

– Yo puedo -Susanna se levantó-. Y si eso es lo que quieres, estoy dispuesta a hacerlo.


Susanna oyó sus voces en cuanto entró en la casa de los duques de Alton. El mayordomo contemplaba la escena nervioso y asustado y cuando vio a Susanna, pareció más temeroso incluso. A Susanna no le extrañó. Si los sirvientes habían oído la conversación entre Fitz y Dev, seguramente, pensaban que la prometida de Fitz no podía llegar en peor momento.

– Los duques están todavía durmiendo, señora -comenzó a decir el mayordomo.

– Afortunadamente. Aunque dudo que sean capaces de continuar durmiendo con tanto alboroto. No te molestes en anunciarme, Hopperton. Entraré directamente.

Abrió la puerta del desayunador y se detuvo. Podía ver a Fitz, con los restos del desayuno ante él y un periódico abandonado al lado del plato. Se había levantado y parecía desdeñoso y aburrido.

– Por supuesto que no tengo nada que ver con eso, Devlin -pronunciaba con énfasis cada una de aquellas palabras que acompañaba de una cadencia aristócrata-. Estás completamente frustrado, ¿verdad? -Susanna podía oír el desprecio que rezumaban sus palabras-. Tu hermana y tú os pegasteis a mis faldones y a la prometedora fortuna de Emma y si ahora los dos os abandonamos, no sois nada. Así que márchate y deja de molestarme con conversaciones absurdas sobre el honor, los duelos y todas esas tonterías. La prostituta de tu hermana tendrá que cuidarse sola. Era muy dulce…-comentó con aire pensativo, mientras seleccionaba un melocotón del frutero y le daba un mordisco-, pero no lo suficientemente buena como para inducirme a un matrimonio.

En aquel momento, Dev se levantó de su asiento y le golpeó, limpiamente, con un rigor casi científico. El golpe hizo volar a Fitz, que no se detuvo hasta chocar con uno de los pilares de mármol de la habitación.

– Levántate -le ordenó Dev entre dientes, amenazándole con los puños-. Tendrás que responder ante mí por la deshonra que le has infligido a mi hermana. Exijo la satisfacción…

– ¡No! -Susanna corrió hasta él y le sujetó del brazo-. Así no, Devlin.

Dev se volvió. Su mirada estaba tan ciega de furia, había tanta violencia en sus ojos, que Susanna ni siquiera estaba segura de que le hubiera oído. Le agarró con fuerza.

– Ésta no es la forma de ayudar a Chessie -le aclaró precipitadamente-. Se organizará un escándalo si alguno de vosotros muere.

Miró a Fitz, que se estaba limpiando el zumo de la cara y, tambaleándose, fue a apoyarse en el respaldo de una de aquellas butacas de madera de palo de rosa.

– La muerte de Fitz no representaría una gran pérdida, pero a Chessie no le serviría de nada.

– Es un sinvergüenza -replicó Dev con fiereza-. Chessie se merece algo mucho mejor, pero lo más trágico de todo esto es que solo puedo salvarla mediante un matrimonio, y si no puedo obligar a Fitz a casarse con ella, entonces tendré que matarle.

Susanna advirtió que se le quebraba la voz y, junto a la furia, vio una devastación inmensa en sus ojos. Recordó entonces las palabras de Chessie.

«Haría cualquier cosa por mí», había dicho Chessie. Y en aquel momento, cuando su hermana estaba a punto de perderlo todo, no tenía manera de ayudarla. Susanna comprendía hasta qué punto se odiaba por ello. Para un hombre de honor, un hombre que había antepuesto su familia a todo lo demás, era algo intolerable. Sintió entonces que el suelo se movía bajo sus pies, al comprender, en ese preciso instante, hasta qué punto le amaba.

– No, no puedes obligar a Fitz a casarse con Chessie, Devlin. Pero yo sí.

Se volvió hacia Fitz.

– Fitzwilliam Alton, eres un canalla y un sinvergüenza.

– No, ahora no, cariño -le pidió Fitz, frotándose la mandíbula-. Todo esto ha sido un malentendido. Ocurrió antes de que nos conociéramos. Esa joven se arrojó a mis brazos. Bueno, ya la conoces. Es una mujerzuela…

Susanna advirtió que Dev hacía un movimiento reflejo y le agarró antes de que pudiera darle otro puñetazo a Fitz.

– Fitz -le dijo con dureza-, no me estás escuchando. Ahora tendrás que casarte con la señorita Devlin. Y vas a hacerlo de buenas maneras. De modo que no quiero que vuelvas a decir una sola palabra en contra de ella.

Fue consciente de que sus palabras atravesaban a Dev con la fuerza de un rayo, pero tuvo la fuerza suficiente de voluntad como para continuar concentrada en Fitz y no decir una sola palabra.

– Así que vas a conseguir un permiso especial y la semana que viene te casarás con la señorita Devlin.

– No sabes lo que estás diciendo, cariño -farfulló Fitz-. ¿Casarme con la señorita Devlin? Pero si voy a casarme contigo…

– Ya no -respondió Susanna-. Y, la verdad sea dicha, no íbamos a casarnos. Pensaba abandonarte dentro de unas semanas -Fitz la miró boquiabierto-. Tus padres me pagaron para que intentara distraerte. Tenían miedo de que tomaras demasiado cariño a la señorita Devlin y terminaras proponiéndole matrimonio. Poco sabían ellos -endureció la voz-, que ya la habías seducido y eras suficientemente canalla como para arruinar su reputación y abandonarla.

La barbilla de Fitz prácticamente rozaba el suelo.

– ¿Pensabas abandonarme? -Los ojos querían salírsele de las órbitas-. ¿Te pagaban mis padres?

– Exacto. Así que ésa es la cuestión. Si no te casas con la señorita Devlin en menos de una semana y mostrándote sumamente complacido, daré a conocer a la prensa todo lo que me contaron tus padres sobre ti para ayudarme a despertar tu interés. Todo, Fitz -repitió-. Desde la cantidad de dinero que le debes a tu sastre hasta que tus padres tuvieron que sobornar al marqués de Portside cuando le robaste a su hijo la cartera durante tu estancia en Eton. O el hecho de que necesites cierta protección en tus calzas por el efecto que los higos tienen en tus digestiones. Es posible que no pueda arruinar tu reputación hasta el límite en el que tú podrías destrozar la de la señorita Devlin, pero te aseguro que puedo convertirte en el hazmerreír de la ciudad.

Fitz caminó vacilante hacia ella, con el rostro repentinamente sofocado.

– Hija de perra -la insultó-. Me aseguraré de que seas castigada por todo esto.

Dev se enderezó y se interpuso entre ellos.

– No le hables así a mi esposa -le advirtió con voz glacial.

Y, por un momento, aparecieron en sus ojos y en su voz la misma furia y la misma voluntad de protección que cuando hablaba de su hermana.

– ¿Tu esposa? ¿Esto lo habéis organizado juntos?

– En absoluto. Y deploro la conducta de mi esposa -le dirigió a Susanna una mirada en la que, sorprendentemente, se adivinaba una sonrisa-, aunque no puedo menos que admirar la crueldad de sus métodos.

– Piensa en ello, Fitz -le aconsejó Susanna. Miró el reloj-. Tienes hasta la una del medio día para presentarte en casa de lord y lady Grant con un permiso especial y pedirle matrimonio a la señorita Devlin. Si decides no hacerlo…

– Conseguiré que te echen de Londres por esto -la amenazó Fitz.

– Demasiado tarde. Pensaba irme yo. Pero no antes de dejar una carta en manos de mi abogado. Como traspases la línea una sola vez, Fitz…-le sonrió-, la publicarán en los periódicos. Te lo prometo.


Dev alcanzó a Susanna cuando ésta estaba subiendo al carruaje de alquiler en el que había llegado. Antes de que hubiera podido dar instrucciones al conductor, subió tras ella y cerró la puerta. Sabía que Susanna estaba intentando huir. La precipitación con la que había salido de casa de los Alton y la rigidez de sus hombros en aquel momento en el que se veía obligado a compartir tan diminuto espacio, le indicaban que no recibía de buen grado su compañía. Sabía que no quería hablar con él porque solo había una pregunta posible a todo lo ocurrido, y la pregunta era: ¿por qué? ¿Por qué había obligado a Fitz a casarse con Chessie cuando eso iba directamente en contra de todo aquello por lo que había estado trabajando? Dev no alcanzaba a comprenderlo. No tenía ningún sentido en absoluto que Susanna no aprovechara la ventaja de la ruina de Chessie para proclamar su victoria, y para reclamar su dinero, claro estaba.

– ¿Me he perdido algo? -preguntó educadamente-. ¿Acabas de obligar a Fitz a casarse con Chessie cuando desde el principio lo único que pretendías era separarlos? -Arqueó las cejas-. ¿Has decidido dejar de ser una rompecorazones para convertirte en casamentera?

Susanna se encogió de hombros. Era imposible descifrar sus sentimientos a través de su expresión. Lo único que veía Devlin en sus ojos era que deseaba que se fuera al infierno. Susanna se volvió hacia la ventana y se concentró en el paisaje de las calles londinenses. Aquélla era una de sus tácticas cuando quería evitar su mirada y rehuir preguntas incómodas. Pues bien, iba a necesitar mejorar su estrategia, porque todavía tenía algunas preguntas difíciles que hacerle.

– Ya era demasiado tarde para intentar aprovecharme de la situación -respondió Susanna sin mirarle-. Tú mismo has dicho que terminaría averiguándose la verdad.

– Tonterías -respondió Dev. Su primer sentimiento era de profunda estupefacción. Pero también de frustración-. Podrías haber capitalizado el rechazo de Fitz a Chessie y haberte atribuido los méritos. Podrías haber ido directamente a los duques, haber tomado tu dinero y haber salido huyendo. Pero, en cambio, has obligado a Fitz a ofrecer matrimonio a mi hermana. Y en el proceso, has perdido todo aquello por lo que habías luchado -sacudió la cabeza-. ¿Es que no te das cuenta?

Susanna le dirigió una mirada fugaz. Tenía las mejillas sonrojadas y su expresión era tormentosa.

– Claro que me doy cuenta. No soy estúpida.

Se frotó la frente. Parecía de pronto tan cansada que Dev deseó agarrarla de la mano y arrastrarla hacia él. Por asombroso que pudiera parecer, el caso era que Chessie había recurrido a Susanna cuando más lo necesitaba y Susanna había respondido. Le sorprendía y, al mismo tiempo, le complacía la compasión que había demostrado Susanna. Pero no estaba seguro de comprender a las mujeres.

– ¿Por qué? -repitió. Se inclinó hacia delante-. ¿Por qué lo has hecho, Susanna?

Vio que Susanna se estremecía. Estaba pálida y tenía el rostro muy tenso, como si no anduvieran muy lejos las lágrimas provocadas por tanta tensión y agotamiento. Cuando el coche llegó a Curzon Street, se hizo evidente que no pensaba ofrecer una respuesta.

– No vengas conmigo, Devlin -le pidió mientras apoyaba la mano en la puerta del carruaje-. Ahora tengo que hacer el equipaje y marcharme. Esta casa pertenece a los duques y dudo que siga siendo bienvenida en ella.

– Por supuesto que voy a ir contigo. Tenemos que terminar esta conversación.

Susanna le dirigió una mirada profundamente irritada desde sus gloriosos ojos verdes.

– La conversación ya ha terminado, Devlin. Todo ha terminado.

Buscó nerviosa dinero en el bolso para pagar al conductor. Dev se adelantó y le tendió al hombre una moneda suficientemente valiosa como para hacerle inclinar su sombrero con respeto, y agarró a Susanna del brazo.

Susanna le rechazó. Devlin podía notar su tensión, pero también algo más. Una tristeza inmensa que estaba intentando ocultar de forma desesperada. Quería deshacerse de él. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Devlin lo notó y no quiso forzarla. Comprendió en aquel momento que tenía que haber alguna relación entre lo que le había ocurrido a Chessie y algo que le había ocurrido a la propia Susanna. Ésa era la única explicación con sentido. Y sabía también que lo que Susanna le estaba ocultando era la última pieza de un rompecabezas. Una pieza de la que todavía no le había hablado.

La urgencia lo acosaba. Tenía que averiguar la verdad.

– Antes de irme, le he pedido a John que acompañara a Chessie a casa. Deberías ir a hacerle compañía, Devlin. Te necesita.

– Gracias por cuidarla -le agradeció Dev-. Pero no iré a Bedford Street hasta que no hayamos terminado esta conversación -le sonrió-. Me temo que tus tácticas disuasorias no te han funcionado en esta ocasión, Susanna. Continúo queriendo saber por qué has obligado a Fitz a casarse con mi hermana.

Advirtió que Susanna apretaba con fuerza los labios al comprender que no iba a renunciar. La vio desviar la mirada y juguetear nerviosa con el bolso.

– Si de lo que tienes miedo es de que vuelva a escapar, te prometo que no te negaré la anulación. No tienes por qué mantenerme bajo vigilancia.

– En este preciso momento -respondió Dev, al límite de su paciencia-, lo último que me importa es la anulación de nuestro matrimonio.

Estaba exasperado. Señaló la puerta.

– ¿Entramos o seguimos hablando en la calle, Susanna?

Susanna respiró con fuerza.

– Eres insoportablemente insistente.

– Y tú sorprendentemente evasiva -replicó Dev.

La agarró del brazo, entró en la casa con ella y la condujo al salón. La puerta se cerró tras ellos.

– Dime, Susanna, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué has salvado a Chessie?

Susanna se acercó al diván y dejó en él el sombrero y los guantes. Se volvió inmediatamente y su mirada fue suficiente para hacer que a Dev le diera un vuelco el corazón. El creía que continuaría dándole largas, que intentaría pasar por alto aquel asunto como si no tuviera ninguna importancia, cuando él sabía que la tenía toda. Pero en aquel momento, comprendió lo equivocado que estaba. El dolor que la situación de Chessie había hecho aflorar era demasiado intenso como para ser negado. La vio entrelazar los dedos con tanta fuerza que sus manos palidecieron. Parecía a punto de quebrarse, como si no fuera capaz de soportar tanta tensión.

Dev se movió instintivamente hacia ella.

– Susanna…

– Sé lo que es estar sola y embarazada -dijo Susanna de pronto.

Hablaba con voz tan queda que Dev apenas la oía. Tenía la cabeza inclinada y aunque Dev buscaba sus ojos, no le miraba.

– Sé lo que se siente al estar tan sola y asustada como lo estaba Chessie -le tembló ligeramente la voz-. Es terrible sentirse tan perdido, no tener a quién recurrir. No quería que tu hermana tuviera que pasar por algo así.

Le miró por fin a los ojos y Dev se encogió por dentro ante el vivido dolor que descubrió en ellos.

– Yo perdí a nuestro hijo, Devlin -confesó con los ojos llenos de unas lágrimas que no llegó a derramar-. Así que ahora ya lo sabes todo.

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