No había nada, pensó Dev, comparable a un grupo de personas mal avenidas que no eran capaces de soportar su mutua compañía, pero se veían obligadas a fingir que estaban pasando un rato maravilloso. Estaba lloviendo, se encontraban en la catedral de St. Paul, visitando las tumbas porque Susanna había expresado su deseo de conocer los rincones más esotéricos de Londres. Devlin no había comprendido a qué demonios estaba jugando hasta que había oído a Fitz alabándola por ser tan inteligente como bella. Era extraordinariamente astuta. Y Fitz, un auténtico estúpido, pensó Dev. Pero al hijo de los duques de Alton le gustaba considerarse un hombre culto y qué mejor que mostrarle a la deslumbrante lady Carew aquel histórico lugar en el que estaban enterrados los héroes de la patria.
– ¿Te importaría volver a recordarme qué estamos haciendo aquí? -le preguntó Chessie malhumorada-. Se suponía que esta tarde debería estar asistiendo a la sesión musical de lady Astridge. Solo a ti se te ocurre traerme a este mausoleo para que pueda ver a Fitz prodigando todas sus atenciones a lady Carew -retorció su bonito rostro con una expresión de disgusto-. Si hubiera querido torturarme, me habría quedado en casa leyendo un libro malo.
Dev llevó a su hermana tras uno de los pilares de la catedral. Le habría gustado decirle que dejara de comportarse como una niña caprichosa, pero suponía que Chessie tenía motivos para ello. Desde hacía quince días, el nombre de Susanna, o, mejor dicho, su supuesto nombre, estaba en boca de todo el mundo. La alta sociedad estaba impactada por la llegada de aquella viuda bella y adinerada. Los periódicos seguían todos y cada uno de sus movimientos, las tiendas de moda le enviaban vestidos con la esperanza de que los luciera en los bailes a los que asistía. Y Fitz estaba comenzando a comportarse como si no recordara quién era Chessie siquiera, tan deslumbrado estaba por su nuevo objetivo. Para Chessie, profundamente enamorada de Fitz y en aquel momento despreciada e ignorada, debía ser insoportable. Dev sintió una oleada de compasión por su hermana pequeña, que había estado a punto de comprometerse y en aquel momento estaba siendo desairada. El sufrimiento de Chessie era visible. Había adelgazado, se la veía triste y había perdido su brillo. Toda la ciudad se reía de ella. Emma le había hablado a Dev de los rumores que corrían, y parecía haber encontrado un cierto placer en hacerlo, pensó Dev.
– Estamos aquí para frustrar los planes de lady Carew -le explicó con calma-. Y no lo vas a conseguir comportándote como una niña enfadada.
En los ojos de Chessie se encendió una chispa de interés.
– Entonces, dime cómo puedo conseguirlo -le pidió.
– Siendo todo lo que lady Carew no es -le explicó Dev.
Chessie le miró boquiabierta.
– ¿Quieres que parezca fea y estúpida? No entiendo cómo va a poder ayudarme eso.
Dev sofocó una sonrisa. Por mucho que la detestara, era cierto que Susanna era una mujer bella e inteligente y no tenía sentido negarlo. Pocos hombres serían indiferentes a una mujer como ella. A algunos podía disgustarles su ingenio, pero Susanna era suficientemente inteligente como para fingirse tonta cuando estaba con ellos. Era difícil encontrar su punto débil, pero él estaba dispuesto a descubrirlo y a utilizarlo contra ella.
– Eres más joven que lady Carew, eso para empezar.
Chessie arqueó las cejas.
– ¿Eso es lo mejor que puedes decirme? ¿Qué soy un año o dos más joven que ella?
– Cuatro años -la corrigió Dev sin pensar.
Chessie le miró con el ceño fruncido.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó con una mirada demasiado penetrante para el gusto de Dev-. ¿Tan bien llegaste a conocerla en Escocia?
Íntimamente, de hecho.
Dev desvió la mirada hacia el lugar en el que Susanna, con la cabeza inclinada, leía su guía. Era una hermosa imagen en la que se conjugaban la belleza y la inteligencia. Superpuesta a aquella casta imagen, apareció la de una mujer hermosa y lasciva que había descansado en sus brazos una sola noche. Al calor del amor, la fría reserva de Susanna se había disuelto en el más fiero y apasionado deseo. Susanna no le había negado nada y él, embriagado por la necesidad de poseerla, había disfrutado de cada centímetro de su exquisito cuerpo. Su cuerpo se tensó al pensar en ello y rápidamente cerró la puerta a los recuerdos, relegándolos al oscuro rincón al que pertenecían. No podía volver a encender esa llama, sentirse arder de nuevo por ella. Era él el que tenía el control de la situación. Hacía años que había dejado de ser aquel joven testarudo que se había enamorado de Susanna.
– ¿Dev? -la mirada de Chessie se tornó burlona.
Dev se encogió de hombros, quitándole importancia a la pregunta.
– Solo me lo he imaginado -respondió-. Además, es viuda.
– Algo que a Fitz le encanta -dijo Chessie malhumorada-. Él prefiere a las mujeres mayores y sofisticadas.
– Como meretrices, no como esposas.
Chessie suspiró.
– ¿Crees que lo único que busca es una aventura? Porque a lo mejor si espero a que…
– Vales demasiado como para esperar sentada mientras Fitz toma a otra mujer como meretriz -le espetó Dev.
Estaba de mal humor y no eran solo las tumbas las que le estaban bajando el ánimo. Sabía que Susanna había puesto a Fitz en su punto de mira y que no estaba interesada en una simple aventura. Ver a su exesposa convertida en la amante de Fitz ya sería suficientemente desagradable. La mera posibilidad despertaba en él un enfado que Dev no quería analizar de cerca. Pero verla convertida en marquesa de Alton, le provocaba una reacción igualmente intensa en relación a su sentimiento de posesión, a la que había que sumar la furia por el hecho de que Susanna pudiera arruinar de manera tan fácil y despreocupada el futuro de Chessie. Cerró los puños. El sentimiento de posesión era absurdo cuando su matrimonio con Susanna había sido tan corto y hacía tanto tiempo que estaba acabado. Tampoco la furia le sería de ninguna utilidad. Lo que necesitaba para detener a Susanna era mantener la cabeza fría.
– A lo mejor podría convertirme yo en la meretriz de Fitz -propuso Chessie-. La quitaría el puesto y…
Dev la agarró del brazo.
– No digas eso ni en broma, Chessie -le advirtió entre dientes.
Por un momento, vio el miedo reflejado en los ojos de Chessie.
– Era solo una idea…
– Una idea muy mala -respondió Devlin, y la soltó. Intentó animarla-. Entre otras cosas, porque tendría que pegarle un tiro y entonces Emma ya no querría casarse conmigo.
Chessie rio llorosa.
– Lo cual, representaría únicamente una pérdida en términos económicos.
– Antes de que comenzara a comportarse como un estúpido, Fitz me gustaba.
– Eso es porque tenéis muchas cosas en común -contestó Chessie, expresando una poco halagadora verdad que solo una hermana podía permitirse el lujo de exponer sin temor a las consecuencias-. Los dos sois mujeriegos, os gusta el juego, los deportes y beber. Por lo menos, antes te gustaban todas esas cosas. Antes de conocer a Emma.
– Pero si hay algo que no me gusta es visitar mausoleos -replicó Dev.
Susanna caminaba en aquel momento por el pasillo, alzando la mirada hacia los mosaicos que embellecían la cúpula de la catedral. Mientras la observaba, un rayo de sol se filtró en medio de la penumbra e iluminó su pelo, dándole un aspecto etéreo e irreal, aunque Dev no era capaz de imaginar a nadie que tuviera menos que ver con un ángel. Fitz, sin embargo, parecía sobrecogido por aquella imagen.
– Deberías buscar a otro -le propuso Dev bruscamente a su hermana.
– Ya me ha resultado suficientemente difícil encontrar a Fitz -repuso Chessie-. ¿No te has dado cuenta de que no tengo una fila de pretendientes llamando a mi puerta?
– Tienes una buena dote -replicó Dev.
Alex, su primo, había retirado diez mil libras para el futuro de Chessie.
– Una dote modesta -le corrigió ella-. Nadie va a casarse conmigo por esa dote cuando hay ricas herederas de por medio. Sobre todo, teniendo en cuenta que no tengo relación con nadie influyente.
– Nos tienes a Alex, a Joanna y a mí.
– Lo que demuestra que tengo razón. No tengo ninguna relación con personas influyentes y las tengo con personas de lo más escandalosas.
Dev la agarró del brazo.
– Vamos. Yo me ocuparé de distraer a lady Carew mientras tú le preguntas a Fitz por la arquitectura de la catedral o algo parecido.
– ¿Y no podrías hacer eso de forma permanente? -preguntó Chessie esperanzada-. Me refiero a apartar a lady Carew de Fitz. Podrías fingir que estás enamorado de ella. E incluso intentar seducirla. Por lo que he oído decir, antes se te daban muy bien ese tipo de cosas.
– Ésa no es la clase de información que uno quiere que llegue a oídos de su hermana.
– No seas tan estirado. Hazlo por mí.
Seducir a Susanna…
La idea era tentadora. Perseguir a Susanna sin piedad, tumbarla en su lecho, saciar su deseo de aquel cuerpo intocable… Siempre había deseado lo que no podía tener. De hecho, el deseo le enloquecía de solo pensarlo.
Tomó aire y fijó la mirada en los rostros de los querubines que adornaban las columnas que tenía frente a él. No se le ocurría un lugar más inapropiado para albergar ese tipo de pensamientos.
– No funcionaría. Lady Carew es demasiado inteligente. Comprendería inmediatamente mis intenciones. Y probablemente, Emma se enteraría.
– ¿Dónde está Emma, por cierto? Normalmente, vive pegada a ti. Y la verdad es que se está mucho más a gusto sin ella -añadió.
– Emma está en casa, con dolor de oído. Y ésa es la razón por la cual, por una sola vez, puedo ayudarte a distraer a lady Carew.
– Como Emma se entere, serás tú el que acabarás con dolor de oídos -dijo Chessie con franqueza-. Y Freddie se asegurará de que se entere. Le encantan los chismes y puede ser muy malicioso con ellos -le miró-. Freddie hará todo lo posible para arruinar tus intenciones, lo sabes. Y lo hará por pura diversión.
– Ya tranquilizaré yo a Emma -le aseguró Dev.
– Ése será el trabajo de tu vida -comentó su hermana fríamente-. En eso consistirá tu futuro, en intentar poner de buen humor a la encantadora Emma durante los próximos cuarenta años, y todo a cambio de su dinero.
Avanzó decidida hacia la tumba de sir Joshua Reynolds, donde estaban Fitz, Susanna y Freddie, y deslizó la mano en el brazo de Fitz.
– Me temo que tanta cultura me está causando dolor de cabeza, milord. Es posible que esté bien para intelectuales como lady Carew -le dirigió a Susanna una sonrisa-, pero ya sabéis que yo no soy un ratón de biblioteca. ¿Qué os parece si vamos a buscar un refrigerio a Gunters?
Dev sonrió. Había que reconocer que el acercamiento de Chessie había sido directo. Y, al fin y al cabo, solo había seguido su consejo, que era mostrarse como completamente opuesta a Susanna. Afortunadamente, funcionó. Fitz pareció aliviado ante la perspectiva de poder escapar y, aunque solo fuera durante unos segundos, Susanna pareció absolutamente furiosa, antes de atemperar su irritación y sonreír, mostrándose de acuerdo con el plan. Chessie, que por fin había capturado la atención de Fitz, se pegó a él como una lapa. En el momento en el que Fitz estaba a punto de ofrecerle el otro brazo a Susanna, Dev dio un paso adelante y se interpuso entre ellos.
– Veo que tenéis una guía, lady Carew -comentó-. ¿Podríais decirme si lord Nelson está enterrado en este lugar?
Susanna se vio obligada a detenerse. Fitz y Chessie pasaron por delante de ellos, dirigiéndose hacia la puerta. Estaban ya enfrascado en una conversación. Chessie miraba a Fitz sonriente, la luz había vuelto a sus ojos. Al parecer, había recuperado toda su vivacidad una vez había vuelto a convertirse en el centro de las atenciones de aquel noble.
En cambio, los ojos verdes de Susanna brillaban de enfado, más que de placer, mientras contemplaban la inocente expresión de Dev.
– Lord Nelson no solo está enterrado aquí -contestó en tono educado-, sino que, seguramente, está retorciéndose en su tumba al pensar que un antiguo capitán de la Marina podría no saberlo -alzó la mirada hacia él, tensa de furia y frustración-. Conocíais de antemano la respuesta a esa pregunta, ¿no es cierto, sir James?
– Ha sido lo mejor que se me ha ocurrido en este momento -admitió Dev, sin muestra alguna de arrepentimiento-. Quería hablar contigo.
– ¿Otra vez? Me temo que no me siento halagada por tu inclinación a buscar mi compañía.
– Quizá sería más apropiado decir que quería entretenerte -admitió Dev.
Su brusca sinceridad le valió una mirada asesina.
– Soy consciente de ello. Entiendo perfectamente tu estrategia.
Ignoró el brazo que Dev le ofrecía y comenzó a caminar hacia la puerta. Uno de los guías estaba corriendo ya para llamar a un carruaje de alquiler. El tiempo había cambiado bruscamente y el cielo estaba cubierto de nubes grises. La lluvia caía desde los canalones, encharcando el pavimento del exterior de la catedral.
– Me temo que tendréis que compartir el carruaje conmigo, lady Carew -le advirtió Dev muy educadamente, mientras Fitz ayudaba a Chessie a subir al primer vehículo-. A menos que prefiráis montar con el señor Walters.
– Me temo que no tengo dónde elegir -replicó Susanna.
Su forma de tamborilear la guía con los dedos enguantados traicionaba su enfado.
– Considérame el menor de los males -le aconsejó Dev mientras el carruaje en el que iba su hermana desaparecía de vista-. A no ser, añadió, que prefieras regresar a Berkeley Square bajo la lluvia. Y me temo que no puedo ofrecerte un paraguas con el que protegerte.
Susanna le miró exasperada.
– Intenta no hacer esperar a los caballos -añadió Dev al verla vacilar.
Susanna suspiró irritada.
– ¡Oh, de acuerdo!
Aceptó la mano que Dev le ofrecía para ayudarla a subir, pero le tocaba con tanta repugnancia como si sufriera una enfermedad contagiosa. Una vez dentro del oscuro y diminuto interior, le soltó bruscamente y se dirigió hacia el extremo más alejado del asiento. Dev se sentó frente a ella, estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos, rozando con ellas el dobladillo del vestido. Susanna apartó las faldas con un gesto brusco, como si temiera que pudiera contaminarla.
Dev sonrió en medio de la oscuridad.
– Es fácil distraer a Fitz. Si quieres que solo se fije en ti, vas a tener que sujetarlo con mano dura.
Susanna le miró entonces.
– Fitz es como un niño pequeño en una confitería.
No hizo esfuerzo alguno por disimular su frustración y a Dev casi le gustó. No había artificio alguno en Susanna. Tampoco fingía que tuviera otro interés en Fitz que no fuera el de su título. Aunque a su pesar, Dev no podía menos que admirar su honestidad. Si hubiera fingido afecto por el marqués, la habría despreciado por hipócrita.
– Una metáfora muy adecuada. Dulces y bonitas golosinas para atrapar a Fitz -deslizó la mirada sobre Susanna con gesto de abierta admiración-. Sin lugar a dudas, te considera un manjar que está deseando desenvolver.
– Pues me temo que no podrá disfrutarlo pronto.
– No, imagino que no. Si eres capaz de negarle tus favores durante algún tiempo, podrás sacar mucho más de él.
Aquello le valió otra mirada fulminante de aquellos ojos verdes.
– Gracias por tu consejo. Pero te aseguro que me tengo en mucha más consideración que la que merecería si fuera a convertirme en la meretriz de Fitz tan fácilmente.
Desvió la mirada hacia las húmedas calles. Mostraba un perfil exquisito bajo aquel coqueto sombrero de plumas: las pestañas negras y tupidas, la línea de su mejilla, pura y dulce, y unos labios que parecían siempre a punto de sonreír. Los rizos de ébano se curvaban sobre su cuello. Eran tan sedosos y negros que Dev sintió la necesidad irresistible de acariciarlos para comprobar si eran realmente tan suaves como parecía. Era extraordinario, pensó con cinismo, que una persona tan corrupta como Susanna Burney pudiera resultar tan atrayente. Era increíble que su crueldad no asomara estropeando la bella imagen de aquella viuda cautivadora. Sí, suponía que aquello formaba parte de su habilidad. No intentaba competir con la inocencia de las debutantes. Ella apelaba a la sofisticación y al encanto. Realmente, no podía decirse que pareciera una cortesana. Era una mujer con clase, con talento, y muy bella. Pero también ella se vendía al mejor postor, siempre y cuando hubiera matrimonio de por medio.
– ¿Pretendes seducir a Fitz para que se case contigo? -le preguntó.
Susanna le miró entonces con expresión burlona.
– Qué pregunta tan vulgar. No pienso contestarla.
– Como tú misma has dicho, una viuda puede utilizar su experiencia a su favor.
A los labios de Susanna asomó una sonrisa.
– Es cierto. De la misma forma que un libertino podría usar sus conocimientos y sus habilidades para atrapar a una joven heredera.
Se hizo un tenso silencio entre ellos en medio de la claustrofóbica oscuridad del carruaje. La lluvia repiqueteaba en el techo. Las ruedas salpicaban al cruzar los charcos de la carretera.
– Deja de mirarme -le pidió Susanna fríamente-. Dedícate a mirar por la ventana.
– Londres lo veo cada día. Te estoy admirando.
Susanna se echó a reír.
– Lo dudo mucho.
– En un sentido estético. Eres muy bella, Susanna, y no estoy diciendo nada que tú no sepas.
– Puedes ahorrarte los cumplidos -respondió Susanna desdeñosa-. Me siento más cómoda con el silencio.
– Solo estaba intentando ser agradable.
Susanna le dirigió una mirada de desdén.
– Dudo que seas capaz de hacer nada de forma agradable.
– Hice el amor contigo de forma más que agradable, ¿no te acuerdas?
– No.
Susanna volvió la cabeza para que Devlin no pudiera ver su expresión. Su voz había sido fría, pero Dev había detectado una intensa emoción tras sus palabras. ¿Desconcierto? ¿Incomodidad? Seguramente, una mujer tan experimentada como Susanna no podía sentirse avergonzada por una referencia al pasado compartido, así que, a lo mejor, sencillamente, le irritaba haberle dado oportunidad de sacar a relucir el tema de su apasionado encuentro. Devlin sintió la repentina necesidad de continuar acosándola.
– Seguro que lo recuerdas. Fuiste tan salvaje y apasionada en tu respuesta como ninguna otra mujer que haya conocido.
Por un momento, pensó que Susanna iba a ganar aquella batalla dialéctica limitándose a ignorar su provocación, pero era demasiado flagrante como para pasarla por alto. Vio brillar los ojos de Susanna en respuesta a aquel desafío y sintió el placer del triunfo al haber sido capaz de provocar aquella reacción.
– Qué dulce por tu parte recordarme después de tanto tiempo -contestó cortante-. Pero me temo que para mí no fue una experiencia memorable.
Mentira.
La palabra pareció quedar flotando entre ellos. Dev vio sus mejillas teñirse de rojo, como si Dev hubiera pronunciado aquella palabra en voz alta. Cambió de postura y se encogió de hombros.
– A lo mejor has tenido tantas experiencias después que la memoria te falla -repuso educadamente.
Susanna le miró con profundo desprecio.
– A lo mejor estás confundiendo mi pasado amoroso con el tuyo, Devlin. He oído decir que, antes de tu compromiso con Emma, no eras muy quisquilloso a la hora de elegir. Al parecer preferías la cantidad a la calidad.
Touché. No podía negar que había sido un entusiasta calavera.
– Una vez más, me siento halagado por la atención que prestas a mi vida -contestó Devlin-. ¿Tienes algún interés en mi vida sentimental?
– ¡Por supuesto que no! -respondió Susanna, roja de enfado.
– Pues todo evidencia lo contrario. Aunque me resulta extraño que mi exesposa…
– Siempre has tenido una gran opinión de ti mismo -le interrumpió Susanna-. O quizá sea más correcto decir un concepto equivocado de ti mismo.
– Me declaro culpable. Pero hay ciertas cosas en las que destaco.
Susanna elevó los ojos al cielo.
– ¿Por qué necesitan presumir tanto los hombres de su potencia sexual?
– Si lo prefieres, puedo demostrártela, en vez de hablar de ella.
En ese momento, fue Susanna la que sonrió con expresión burlona y mirada desafiante.
– ¿Intentarías seducirme? No creo que te atrevas.
Devlin soltó una carcajada.
– Es peligroso desafiarme.
Susanna negó con la cabeza.
– Hablas por hablar. No serías capaz de hacer nada que pudiera poner en riesgo tu compromiso con Emma.
– No tendría por qué enterarse.
Se había comportado como un monje durante los dos años anteriores, tenía que admitirlo, por razones de honor y por el simple hecho de que Emma le enviaría al infierno si llegaban hasta ella rumores de infidelidad. Emma jamás toleraría las discretas aventuras con cortesanas ante las que otras esposas y prometidas hacían la vista gorda. Era demasiado posesiva. Devlin sabía que aquella demanda de fidelidad no tenía nada que ver con sus sentimientos, sino que era una señal más de que le había comprado y era ella la que dictaba su conducta.
Susanna era la única mujer que jamás le traicionaría, porque él conocía todos sus secretos.
La mera idea le robó la respiración. Le gustaba. Sí, le seducía más de lo que debería. Cuando Chessie había sugerido aquella tarde que debería intentarlo para alejar a Susanna de Fitz, no había tomado en serio aquella posibilidad. Pero en aquel momento se estaba tomando la idea muy en serio. Hacer el amor con Susanna otra vez, desvelar su cuerpo a su mirada, a sus caricias… presionar los labios contra aquella piel sedosa, saborearla y volver a sentir su respuesta. Se excitó al pensar en ello.
– Podría contarle a lady Emma que has intentado seducirme -repuso Susanna, poniendo brusco fin a sus fantasías.
– Sé demasiado de ti. Nunca me denunciarías por miedo a que pudiera traicionarte.
Se miraron a los ojos con mutua hostilidad e idéntico deseo. Un deseo que parecía elevar la temperatura del oscuro carruaje.
– No me gustas.
Había un deje de algo indescifrable en su voz que hizo arder la sangre de Devlin. Susanna podía negar aquella atracción todo lo que quisiera, pero él la conocía. La había deseado desde el momento que la había visto caminando hacia él en el salón de baile, y sabía que ella sentía lo mismo que él.
– ¿Serías capaz de hacer el amor con una mujer que no te gusta, solo para demostrarle que se equivoca?
– Desde luego -contestó Dev-. Pero no sería ése tu caso, Susanna. Haría el amor contigo porque te deseo, y tú responderías por la misma razón.
Vio el escalofrío que provocaron sus palabras. Susanna quería negarlas, pero algo la obligaba a guardar silencio. Dev le tomó la mano y le quitó el guante, tirando de los dedos uno a uno hasta dejar al descubierto su piel desnuda. Una mano cálida, delicada y suave, todo lo que Susanna no era, reposó en la de Devlin. Éste rozó sus dedos con los labios. Quería hacerla temblar. Quería demostrarle que no era indiferente a él para que no pudiera volver a negarlo. Giró la mano y presionó los labios contra el pulso que latía en la muñeca. A pesar de la inexpresividad del semblante de Susanna, latía a toda velocidad.
– Pareces nerviosa -musitó contra la palma de la mano.
– En absoluto -respondió Susanna con voz fría-. Solo tengo curiosidad por ver hasta dónde eres capaz de llevar esta farsa.
Dev le lamió la mano con una delicada caricia. Susanna tenía un sabor delicioso, dulce y salado al mismo tiempo, un sabor que hizo subir un escalón más su atracción hacia ella.
– Podría llevarla mucho más lejos -respondió. La soltó y notó el escalofrío de alivio que la sacudió-. Solo te he besado la mano -dijo con delicadeza-, ¿te ha gustado?
– No, no me ha gustado -su tono era firme, pero Devlin había sentido su temblor.
– Pero si estás temblando.
Se inclinó para acariciar los mechones de ébano que rozaban su cuello. Los rizos se enroscaron confiadamente en sus dedos. Eran más suaves que la seda y de ellos se desprendía la más delicada esencia a rosas. Una esencia que le provocaba y envolvía sus sentidos.
Rozó delicadamente con los nudillos la delicada piel de su cuello. Susanna contuvo la respiración y aquel sonido casi imperceptible bastó para traicionarla. Devlin dibujó con el dedo la base de su cuello y descendió ligeramente con los dedos hasta el rico encaje que perfilaba el escote del vestido. Aquella filigrana de encaje era más blanca que la cremosa piel que se escondía bajo él. Diseñado para despertar el deseo carnal dando una apariencia de irreprochable inocencia, ocultaba y enmarcaba al mismo tiempo los senos henchidos.
Devlin experimentó la fiera necesidad de desgarrar el encaje y deslizar la mano bajo la seda, posarla sobre su seno y sentir el pezón endurecido contra su palma. Aquel juego que había comenzado como un desafío y una provocación, había cambiado de pronto. En aquel momento, y a pesar de toda su experiencia, era él el que estaba excitado como un adolescente mientras Susanna parecía más fría que la lluvia invernal. Sin embargo, el rápido latido de su pulso y el brillo de sus ojos la traicionaban.
Devlin deslizó el dedo entre el valle de sus senos y la sintió estremecerse bajo su contacto. Estaban muy cerca. Devlin podía oír su respiración ligeramente agitada y disfrutar del rubor que teñía su piel, coloreando su palidez. Tenía la boca ligeramente entreabierta y se mordía el labio inferior. El cuerpo entero de Devlin se tensó ante aquella imagen. No era capaz de pensar en nada que no fuera en el hecho de que tenía que besarla en ese mismo instante, pero conservaba suficiente cordura como para saber que, a pesar de su aparente aquiescencia, si lo intentaba, probablemente Susanna le clavaría una horquilla.
No iba a correr ese riesgo. Rápido como el rayo, le sujetó las muñecas y se las envolvió con la tira del bolso. Susanna soltó un grito ahogado, pero él la sujetó con fuerza, obligándola a mantener las manos en el regazo.
– Solo quiero evitar que puedas hacerme daño -apenas reconocía su voz, ronca y endurecida por el deseo.
Susanna podría morderle, por supuesto, pero él lo disfrutaría. Era un riesgo que estaba dispuesto a asumir.
Vio relampaguear la furia en sus ojos, pero bajo su enfado, adivinó también una fascinación que hizo rugir en su interior un hambre voraz.
– Eres un estúpido -le insultó Susanna, con la voz ya no tan firme.
– Un pirata. Y lo sabes -tiró del cordón del bolsito.
Con aquel movimiento obligó a Susanna a acercarse. Devlin inclinó entonces la cabeza para tomar sus labios.
Eran unos labios suculentos que temblaron bajo los de Devlin como los de una debutante que acabara de recibir su primer beso. Parecían inseguros, faltos de práctica, como si Susanna no hubiera besado a nadie en mucho tiempo. Dev vaciló un instante, completamente desconcertado por aquella respuesta. Ni por un instante la supuso inocente. Su historia la contradecía. La propia Susanna había negado su inocencia con sus palabras, pero aun así, su falta de sutileza hablaba por sí misma. No había fingimiento alguno entre ellos. Era como si, desde el momento en el que la había besado, todas las barreras se hubieran derrumbado y ya no hubiera enfado ni resentimiento. Solo quedaban un dulce anhelo y un punzante deseo. Por un momento, Dev se sintió envuelto en una peligrosa emoción. Justo entonces, Susanna abrió los labios bajo los suyos y al disfrutar de aquel sabor tan sorprendentemente familiar, tan tentador, sus sentidos parecieron enloquecer. Se olvidó de todo y soltó el cordón para abrazarla y besarla con voracidad, con pasión y con una ternura cada vez más profunda.
Enredó su lengua con la suya, invitándola a una danza de sensualidad. El deseo crecía en su interior como una fiera llama. Sabía que pronto no sería capaz de pensar en nada que no fuera en hacer el amor con Susanna en un carruaje de alquiler infestado de pulgas y a plena luz del día. Se obligó a recordarse que no podía ceder a su propio intento de seducción. Se suponía que estaba intentando demostrarle algo a Susanna, no perdiéndose en ella. Aun así, parecía incapaz de resistirse. No quería desearla, pero, al mismo tiempo, era incapaz de evitarlo.
Apartó los sedosos rizos que ocultaban su cuello para posar en él sus labios. Sintió su piel fría bajo su caricia y se sintió como un hombre hambriento al que acabaran de ofrecerle maná en medio del desierto. Su capacidad de control estaba seriamente amenazada. Le bajó ligeramente el vestido y le mordisqueó suavemente la curva del hombro. Su piel olía delicadamente a miel. Él no había sido nunca aficionado a la miel, pero en aquel momento, ansiaba saborearla. Quería lamer el cuerpo entero de Susanna. Era tal el hambre que sentía que estaba casi al borde del desmayo.
El corpiño del vestido crujió suavemente al deslizarse unos centímetros más. Dev sintió el encaje contra sus labios y la cálida suavidad del seno de Susanna bajó él, incitándole a retirar la tela para poder saborearlo con los labios. Gimió.
Susanna posó entonces la mano sobre su pecho y le apartó. Dev estaba tan sorprendido que le permitió alejarse de él.
– ¿Ya has terminado de demostrar lo que querías? -parecía ligeramente aburrida.
Dev tardó unos segundos en abrirse paso entre el clamor de su cuerpo y concentrarse en lo que le decían. Cuando lo consiguió, vio que Susanna estaba ajustándose el provocativo escote del vestido y atusándose el pelo, colocando los rizos bajo el sombrero, que se había ladeado ligeramente durante su abrazo. Su rostro era una máscara perfecta, pálido, compuesto. La máscara indiferente de una dama.
La incredulidad y la sorpresa devoraban el interior de Devlin, que continuaba experimentando un deseo intenso y, lo que resultaba más desconcertante, una traicionera sensación de afinidad con aquella mujer, cuando para Susanna, todo aquello no parecía haber sido más que un desafío.
– ¿Estabas fingiendo? -le preguntó.
Susanna le miró con el rostro carente de toda expresión. Lo único que podía decirse de ella era que parecía ligeramente desconcertada.
– Por supuesto que estaba fingiendo, ¿tú no?
– Yo… -sentía un extraño vacío en el corazón-. Esa respuesta tan inocente -continuó diciendo-, ¿era fingida?
Susanna esbozó una sonrisa que le hizo sentirse tremendamente estúpido.
– A los hombres parece gustarles -susurró.
– Y tú siempre les das lo que quieren -replicó Dev.
Sentía la amargura subiendo como la bilis por su garganta.
– Si de esa forma puedo conseguir lo que quiero.
Dev la agarró por los hombros y buscó en sus ojos cualquier cosa que pudiera indicarle que estaba mintiendo, el más leve indicio de que la tormenta que se había desatado en su interior también la había conmovido a ella. Susanna le sostuvo desafiante la mirada.
– No te creo -le dijo Dev-. Tú también me deseabas.
Susanna se encogió de hombros y se apartó de él.
– Me importa muy poco lo que pienses. Estabas intentando demostrar algo y has fracasado.
Devlin la soltó y se hundió en el asiento. El deseo le había abandonado y se sentía frío y vacío. Las palabras de Susanna no eran más que un saludable recuerdo de hasta qué punto se había convertido en una mujer cínica.
– Creo que prefiero ir andando a continuar soportando esta… conversación -dijo Susanna.
Golpeó el techo del carruaje y el conductor se detuvo en seco.
– Como quieras -respondió Devlin, sonriendo burlón-. ¿Tan pronto huyes de mí, Susanna? Pero si apenas he empezado a seducirte…
Le sostuvo la mirada. En la penumbra del carruaje, los ojos de Susanna aparecían oscuros e insondables.
– Por lo menos ya sé cuál es tu debilidad -continuó diciendo Devlin-. Finges ser indiferente a mí, pero no es cierto.
– Me temo que tu punto débil sigue siendo la vanidad -respondió fríamente Susanna-. Que tengas un buen día.
Abrió y bajó a la calle. La puerta del carruaje se cerró bruscamente tras ella. Dev soltó una carcajada.
Mientras el carruaje avanzaba, pudo verla por última vez. Permanecía en la acera, con aspecto frágil, como una princesa de cuento de hadas bajo la lluvia, necesitada de protección. Pronto avanzaron dos caballeros hacia ella, desplegando sus respectivos paraguas. Dev sacudió la cabeza con una sonrisa irónica en los labios. Pero aun así, continuaba siendo sensible a las artimañas de Susanna. Todavía llevaba su fragancia impregnada en la piel y sentía el calor de sus labios. Aquella conciencia de los sentidos avivó su deseo y le hizo sentirse vacío, frustrado por el deseo insatisfecho, aun sabiendo que todo había sido una farsa. Le habría gustado creer que Susanna era una mujer honesta, que la pasión que parecían haber compartido era real, y cuando se había dado cuenta de que en el caso de Susanna todo había sido una actuación, había vuelto a sentirse como un ridículo ingenuo. Había intentado demostrar la debilidad de Susanna y, en cambio, había destapado la suya.