– Lo siento mucho -dijo Joanna Grant, abriendo los ojos con expresión de disculpa-. Pero me temo que no me queda otra habitación en la que instalaros. Lady Darent, una de mis hermanas, ocupa la habitación azul, Chessie está en la que era la antigua habitación de Merryn y estamos volviendo a decorar la habitación rosa… -hizo un vago gesto con la mano-. La casa es pequeña. Entiendo que quieras convencer a Devlin de que anule vuestro matrimonio, pero de momento estáis casados, así que… -le dirigió una sonrisa encantadora y se encogió ligeramente de hombros.
– Es perfecta -respondió Susanna.
Sabía que estaba mintiendo y se preguntaba por qué no estaba protestando por el hecho de que le hubieran asignado una habitación que estaba al lado de la de Devlin. La respuesta no estaba lejos de allí. Joanna Grant era adorable y parecía alterada por todo lo ocurrido. La había acogido brindándole su incondicional amistad, lo que le hacía sentirse agradecida y humilde ante ella.
– Has sido muy generosa al ofrecerme un techo. Además, no importa, porque pronto me iré de aquí -respondió Susanna, aunque le bastaba pensar en ello para que se le hundiera el ánimo.
Joanna pareció aliviada y triste al mismo tiempo.
– Bueno, me alegro de que lo veas así, ¿pero Devlin sabe que piensas irte pronto? Perdona, lo siento -añadió, al ver la expresión de Susanna-. Ya sé que eso no es asunto mío.
– Yo también lo siento -contestó Susanna. Había sido un día difícil y acechaban las lágrimas de emoción y cansancio-. Perdóname -añadió-. Pero sé que es lo mejor.
Joanna la abrazó con un gesto espontáneo.
– Sé que Devlin puede llegar a ser de difíciles entendederas. ¿Qué hombre no lo es? Al parecer, no pueden evitarlo. Pero creo, y lo creo de verdad, que te quiere.
A Susanna se le encogió ligeramente el corazón. Sabía que Devlin la deseaba, y también que quería protegerla y ofrecerles un futuro mejor tanto a los mellizos como a ella, y Susanna le quería mucho más por todo ello. Pero no era suficiente. Antes o después, Devlin le haría daño. Ella continuaría amándole, bajaría las defensas y permitiría que ese amor alcanzara todos los rincones de su alma. Después le perdería y sería insoportable. Todo lo perdía. Así funcionaba la vida. Primero había perdido a su padre siendo niña. Había ido a la guerra y no había vuelto jamás. Después, había perdido a su familia, porque su madre no podía alimentar tantas bocas. Después a Devlin, a Maura…
Tenía que desaparecer, ser fuerte y forjarse una nueva vida. Ya lo tenía todo planeado. Durante la cena, había oído que Alex le decía a Devlin que los Lores del Almirantazgo querían verle al día siguiente. Tenían que tomar una decisión sobre su reincorporación, había dicho Alex, y querían hablar de ello con él. Susanna había sentido frío, se había sentido huérfana al oír aquellas palabras, y se había sentido más sola incluso al ver que Devlin recibía con alegría la noticia. La emoción había vuelto a sus ojos. Aquél era el desafío que necesitaba. Ella le había animado a recuperar la vida de aventuras que tanto anhelaba y estaba a punto de verle marchar. Sabía que Devlin era un aventurero, un explorador que solo revivía cuando tenía el mundo entero a su alcance. Lo comprendía, pero no podría vivir con ello, no podría vivir con la anticipación perenne de la pérdida.
De modo que al día siguiente, cuando Devlin estuviera reunido con sus superiores, se marcharía. Le pediría a Alex Grant que cuando Devlin tuviera los documentos de la anulación, se los enviara a través del señor Churchward, su abogado. Y le dejaría a este último su dirección. Él sería la única persona que conocería su paradero. También le dejaría su alianza de matrimonio a Alex, para que pagara con ella el proceso de anulación. De esa forma, Devlin sería por fin libre.
Por lo menos dormían en habitaciones separadas, pensó mientras miraba alrededor de la habitación y contemplaba la penuria de sus pertenencias. No había llave en la cerradura de la puerta que conectaba las dos habitaciones, por lo menos en su parte. Era un inconveniente, pero podría superarlo. Saber que Devlin estaba al otro lado de la puerta la atormentaría durante toda la noche, pero si iba a perderle, no quería volver a hacer el amor con él. No podría soportar sentirlo tan cerca sabiendo que sería la última vez.
Margery entró en el dormitorio para ayudarla a prepararse para la noche. Oyó después llegar a Dev, y le oyó hablar con el mayordomo, Frazer. Era un anciano y adusto escocés que resultaba bastante intimidante. A Frazer no parecía haberle sorprendido descubrir que Dev estaba casado. Lo único que había comentado cuando la habían presentado era que era exactamente lo que esperaba. Susanna no estaba segura de si aquello era bueno o malo, y tampoco podría imaginar lo que diría cuando se enterara al día siguiente de que la esposa de Dev había huido. A lo mejor también se lo esperaba.
Susanna suspiró y se metió entre las frías sábanas. Era preferible no tomar cariño a todas aquellas personas, se dijo. A Chessie, que estaba tan contenta desde que sabía que su futuro junto a Fitz estaba garantizado. A Joanna Grant, con su adorable generosidad o a Alex, incisivo pero amable, o a Shuna, una adorable criatura de tres años de la que Susanna se había enamorado nada más verla. Había visto a Dev observándola y había tenido que darle la espalda porque sabía que sus sentimientos eran demasiado evidentes. Aquellas personas no formarían parte de su futura vida. Tenía que dejarlas marchar.
Después de varias horas dando vueltas en la cama, golpeando la almohada y girándola para posar su rostro contra el frío lino, supo que no iba a poder dormir y alargó la mano para encender una vela. Un pálido resplandor iluminó la habitación.
A los pocos segundos, se abrió una rendija de la puerta que conectaba las dos habitaciones y oyó la voz de Dev.
– ¿No puedes dormir?
– No -Susanna se volvió hacia él-. ¿Y tú?
– No.
Devlin avanzó hacia el interior de la habitación. La luz de la vela hacía resplandecer su pelo rojizo. Llevaba un camisón en tonos zafiro y dorados de llamativo diseño. Iba descalzo, con las piernas desnudas. Susanna parpadeó, imaginó que no llevaba nada bajo el camisón y deseó no recordar tan vividamente lo que era sentir aquel cuerpo contra el suyo, deseó no recordar su esencia, su contacto.
Devlin se sentó al lado de Susanna, al borde de la cama.
– ¿Qué te preocupa? -le preguntó.
– Todo -contestó Susanna con sinceridad-. Maura… -se interrumpió un instante y le miró a la cara-. Lo siento, Devlin, también era hija tuya.
Vio la sombra que oscureció sus ojos azules y en aquella ocasión, fue capaz de alargar la mano para acariciarle la mejilla intentando consolarle. Al cabo de unos segundos, Devlin posó la mano sobre la suya. Susanna pensó que iba a apartársela y se preparó para el rechazo, pero en cambio, Devlin se la sostuvo con delicadeza y posó los labios sobre sus dedos. Susanna sintió su respiración sobre la piel como la más liviana de las caricias.
– ¿Se llega a superar alguna vez la tristeza? -preguntó Devlin.
A Susanna se le desgarró ligeramente el corazón.
– Yo aprendí a vivir con ello. Poco a poco. Lentamente.
Devlin asintió. Pasó un segundo. Otro. Susanna se sentía como si estuviera al borde de un precipicio. El calor de la mano de Dev contra la suya era muy dulce, dolorosamente reconfortante. Con el tiempo, aquel calor podría incluso aliviar el frío que le quebraba el corazón. Pero aquella vez era tiempo lo que les faltaba.
Dev le pasó el brazo por los hombros, se deslizó a su lado en la cama y le hizo acurrucarse contra él. Susanna se relajó completamente mientras se estrechaba contra él, sintiendo la caricia de la seda de su camisón y el calor que de él emanaba.
– Háblame de Rose y de Rory -le pidió Dev. El hecho de que recordara sus nombres despertó en Susanna un placer inmenso y una gran gratitud-. Estoy deseando conocerlos.
– Ahora tienen catorce años -comenzó a contarle Susanna-. Tienen el pelo castaño, pecas, y unos ojos oscuros preciosos -sonrió, conjurando el rostro de sus pequeños en la oscuridad-. Rose tiene los gustos de un muchacho. Le encanta montar a caballo, jugar y también leer y estudiar. Es una combinación interesante. Rory… -suspiró-. Durante este último año se ha convertido en un joven alto y desgarbado. Tiene mucho genio. Todo parece irritarle. Le gustará que no seas inglés -dijo, volviendo la cabeza hacia él-. No eres escocés, pero el hecho de que seas irlandés le parecerá casi igual de bueno.
La luz de la llama tembló y Susanna recordó entonces cuál era su realidad. El corazón se le cayó a los pies. Devlin no iba a conocer a Rory y a Rose. Al día siguiente, cuando abandonara aquella casa, Susanna iría a buscar a los mellizos e intentaría explicarles por qué no había podido cumplir su promesa. Durante algún tiempo, tendrían que continuar internados en aquellos colegios que tanto odiaban mientras continuaba luchando para darles la vida que siempre había soñado para ellos. Rory, pensó, montaría en cólera. Se sintió impotente y triste al pensar en ello. La tristeza de Rose sería más contenida, pero no por ello menos dolorosa.
Pero Devlin estaba hablando otra vez.
– Estarán mejor cuando tengan un hogar estable, estoy seguro. Eso era lo que Chessie y yo ansiábamos cuando nuestro padre murió.
Continuó hablando de su infancia, contándole cosas de las que nunca habían hablado, ni siquiera cuando se habían conocido e intentaban pasar juntos cada minuto. Susanna se resistía a la sutil seducción de sus palabras. Era una tentación diferente, el deseo de pertenecer a alguien, la necesidad de formar parte de una familia. Jamás había conocido aquella sensación. Siempre había querido crear una familia para Rose y para Rory y sabía que al final lo conseguiría, pero no tomando la ruta que Devlin le ofrecía.
Las palabras de Dev conjuraban imágenes de su infancia en Irlanda y de sus primeros años en la Marina. Susanna le abrazaba con fuerza, sintiendo que el sueño la vencía. Cuando se despertó horas después, ambos estaban desnudos, abrazados en un erótico enredo. Devlin posaba la mano sobre su seno y enredaba las piernas en las suyas de tal manera que Susanna sentía su erección sobre su muslo. Y la propia Susanna despertó a las exigencias de su cuerpo en cuanto abrió los ojos y descubrió a Dev observándola con un pícaro brillo en las profundidades de su mirada. Veía también la sombra de barba que oscurecía sus mejillas. Y bastó aquella imagen para que una conciencia de sensualidad la envolviera y le acelerara el corazón.
Devlin vio el reflejo del deseo en sus ojos. Ejerció una ligera presión entre sus muslos en el mismo instante en el que acarició uno de sus pezones con el pulgar. Susanna gimió en el instante en el que atrapó sus labios con un profundo y dulce beso. Devlin inclinó después la cabeza sobre su seno y acarició deliciosamente con la mejilla la suavidad de su piel. Muy lentamente, le hizo abrir las piernas y entró en ella. Posaba los labios sobre sus senos al tiempo que la penetraba, arrastrándola en una marea de placer. Susanna deslizó las manos por su espalda y las posó en su trasero para presionarlo contra ella, deleitándose en el tacto húmedo y ardiente de su piel mientras le oía gemir y vaciarse dentro de ella.
No volvió a levantarse hasta que ya era completamente de día. Frazer estaba llamando a la puerta y advirtiéndole a Devlin que iba a llegar tarde a su cita en el Almirantazgo. Dev la besó y, por un instante, Susanna se aferró a él, sabiendo que aquélla sería la última vez. Permaneció en el cálido lecho mientras oía a Dev levantarse. Tiempo después, cuando escuchó sus pasos en la calle, se levantó y, con movimientos lentos, comenzó a hacer las maletas.
A última hora de la tarde, Dev subía corriendo las escaleras de Bedford Street y abría la puerta de par en par. Había pasado el día entero en el Almirantazgo, discutiendo los detalles de su comisión. Estaba anhelando compartir las buenas noticias. No podía tener más prisa por llegar a casa.
– ¿Dónde está lady Devlin? -le preguntó a un sobresaltado mayordomo antes de que hubiera cerrado la puerta tras él.
– Ha salido, sir James -tartamudeó el hombre-. Lord Grant está en la biblioteca y quiere hablar con vos.
Frunciendo ligeramente el ceño, Dev cruzó el embaldosado del vestíbulo y llamó a la puerta de la biblioteca. Era posible que Joanna hubiera convencido a Susanna para que las acompañara a Tess y a ella a algún acto social, pero le parecía poco probable, teniendo en cuenta la problemática situación que estaba atravesando su familia. Todo el mundo estaba al tanto de la fuga de Emma, y también del precipitado compromiso de Chessie con Fitz. Fitz también había contado que Dev y Susanna estaban casados. Las habladurías por tan sabroso escándalo darían que hablar en los círculos de la alta sociedad durante meses.
Alex estaba sentado en la butaca de la ventana, leyendo la Gazette. Dev dejó la comisión sobre la mesa, delante de su primo.
– Quieren que me dedique a la enseñanza -le dijo-. ¡Deberías habérmelo advertido!
– Que Dios nos ampare si el Almirantazgo cree que eres la persona idónea para preparar a las futuras generaciones de la Marina. Se convertirán todos en piratas -pero sonreía y se levantó para estrecharle la mano-. Han hecho una gran elección. Tienes la habilidad, el criterio y el olfato que necesitan.
– Tendré que trasladarme a Escocia y trabajar con los escuadrones de Escocia e Irlanda. He pensado que Susanna se alegrará de poder volver a casa…
Se interrumpió de pronto al percibir el extraño ambiente que reinaba en la habitación. Algo frío se posó en su corazón.
– ¿Dónde está Susanna? -preguntó-. Imagino que está fuera con Joanna y con Tess… -pero mientras pronunciaba aquellas palabras, sentía el vacío de la pérdida-. Susanna se ha ido, ¿verdad? -preguntó lentamente.
Alex asintió.
– Se ha ido esta mañana, Devlin. He intentado convencerla de que se quedara para hablar contigo, pero se ha negado -tensó los labios-. Lo siento mucho.
Dev sintió que el suelo se abría bajo sus pies. La noche anterior, pensó aturdido, había dormido abrazado a Susanna, se habían ofrecido consuelo y la había sentido muy cerca de él, unido a ella en una intimidad dulce y profunda como jamás había experimentado. Había sido una noche llena de promesas de futuro y estaba deseando darle la noticia de su traslado a Escocia, donde podrían instalarse definitivamente y crear un hogar para Rory y para Rosy. Pero Susanna no le había esperado. Había huido, como la vez anterior.
– ¿Por qué? -preguntó-. ¿Por qué ha hecho una cosa así?
– Supongo que porque no le has dado una buena razón para quedarse, Devlin.
– Pero yo… -Dev bajó la mirada hacia la documentación que había dejado sobre la mesa-. Susanna sabía que quería seguir casado con ella. ¡Sabía que quería proporcionarles un hogar tanto a ella como a los mellizos!
– Pero no sabía que la amabas -contestó Alex.
Se levantó, se acercó a su escritorio y abrió el primer cajón. Dev le vio sacar un paquete.
– Me ha entregado esto esta mañana -le explicó-. Me ha dado la dirección de sus abogados para que puedas enviarle a través de ellos los documentos de la anulación cuando los tengas. Estaba convencida de que anularías el matrimonio -se interrumpió-. También me ha dejado esto.
Le entregó una cajita diminuta de terciopelo.
En el momento en el que la abrió, Dev tuvo un fuerte presentimiento. Podía verse a sí mismo ante el altar, deslizando en el dedo de Susanna la alianza que había pertenecido a su madre, y a la madre de su madre antes que a ella, una banda de oro con perlas diminutas incrustadas. Le temblaron ligeramente las manos cuando el anillo rodó hasta la palma de su mano.
– No sabía que lo conservaba. Imaginaba que la había vendido.
Alex le miraba con expresión firme y sombría.
– No creo que Susanna supiera que era de nuestra abuela. Me pidió que te lo devolviera -se interrumpió-. No tengo la menor duda de que cuando lo hizo, tenía el corazón destrozado. No quería irse, Devlin, pero pensaba que estaba haciendo lo mejor, que de esa forma serías libre para volver a la mar. Sabía que era eso lo que querías.
Dev le miró fijamente.
– Y es eso lo que quiero, pero el futuro no significa nada para mí si no puedo compartirlo con Susanna.
– Creo que no es a mí a quien tienes que decírselo -repuso Alex. Sonrió-. Es posible que recuerdes el día en el que dejé marchar a Joanna y tú me dijiste que era un maldito estúpido. Tenías razón. Pues bien, ahora me toca a mí decírtelo, Devlin. Si no vas a buscar a Susanna, le dices que la amas y la convences de que merece la pena estar casada contigo, no tendré la menor duda de que serás un maldito estúpido.
– Me temo que ya lo soy. Pero todavía no es demasiado tarde.
Buscaría a Susanna, se dijo, le diría que la amaba y no volvería a dejarla marchar. Amor. Después del desastre de su matrimonio, creía que no volvería a sentirlo nunca más. Pero en ese momento, se sentía ridículamente emocionado ante la perspectiva de encontrar a Susanna y declararle su amor de una vez por todas. Sabía que su rostro reflejaba lo que sentía, porque advertía los esfuerzos que estaba haciendo Alex para no reírse de él. Pero no le importaba.
Alex le llamó cuando estaba a punto de salir de la biblioteca.
– Antes de que vayas a buscar a tu esposa -le dijo con delicada ironía-, es posible que te interese ocuparte de esto -le pasó una nota-. Es de Churchward. Tengo entendido que Susana le pidió que la defendiera en un asunto de deudas, y también en algo relacionado con un desagradable chantaje. Y sucede -esbozó una mueca-, que ambos asuntos están relacionados.
Dev leyó a toda velocidad la nota del abogado.
– Bradshaw -dijo entre dientes-. Debería habérmelo imaginado.
– Ese hombre tiene la desagradable costumbre de reaparecer cuando menos se le espera -se mostró de acuerdo Alex-. ¿Intentarás localizarle?
– Por supuesto.
– ¿Y le pagarás las deudas?
Dev tardó en contestar.
– Le daré lo que se merece.
Se produjo un silencio.
– No me digas nada más -le dijo Alex con una sonrisa-. Así, cuando vengan por aquí las autoridades haciendo preguntas, podré decir que no sé nada -ensanchó su sonrisa-. ¿Cómo vas a encontrar a Susanna? Sabes que Churchward jamás te dará esa información.
– No tengo ni idea -contestó Dev con sinceridad-, pero no pararé hasta encontrarla.
Alex señaló con la cabeza hacia la puerta.
– ¿Y se puede saber a qué estás esperando?
Dev había estado en muchas tabernas de baja estofa en la época en la que frecuentaba los puertos, desde Southampton a St.Lucia, y la clientela de la Bell Tavern en Seven Dials era mucho peor de lo que imaginaba. Había tres hombres que suponía eran salteadores de caminos, cerca de media docena de carteristas y al menos otros dos bandoleros. Todos volvieron la cabeza hacia él en cuanto apareció por la puerta. Le recorrieron con la mirada de los pies a la cabeza, sin pasar por alto el bulto del revólver que llevaba en el bolsillo. Casi inmediatamente, se volvieron para reanudar sus conversaciones.
Bradshaw no estaba allí. Dev se sentó en una esquina apartada y observó salir y entrar a la clientela. La habitación estaba abarrotada. Tomó una pinta de cerveza y cuando terminó, pidió una segunda. Estaba a punto de marcharse cuando entró un hombre alto, de anchos hombros, al que inmediatamente identificó como un caballero. Notó que el ambiente de la taberna cambiaba, como si se cargara de pronto con la electricidad de un rayo de tormenta. El hombre sonrió, inclinó la cabeza para pedirle una cerveza al propietario y se dirigió a la mesa de Dev.
– Sir James -dijo, mientras se sentaba frente a él-, esperaba a vuestra esposa.
– Y me habéis encontrado a mí -respondió Dev fríamente-. Supongo que no es ningún chollo. Pero en cualquier caso, tampoco yo esperaba veros a vos, Bradshaw. Tenía entendido que estabais en Gretna Green con lady Emma Brooke.
Bradshaw soltó una carcajada.
– Gretna está demasiado lejos. Encontré un pastor que nos casó en Londres sin hacer preguntas.
– No estoy seguro de que sea legal -respondió Dev educadamente-, pero eso, por supuesto, es asunto vuestro.
Bradshaw dejó asomar su blanca dentadura en una sonrisa.
– Y también de mis estimados suegros, que se han mostrado encantados de aceptar el matrimonio por el bien de la reputación de Emma.
– Estoy convencido de que lord y lady Brooke están encantados con este enlace.
Bradshaw bebió un largo sorbo de cerveza.
– Deberíais felicitarme. Lo único que hice fue lo que vos pretendíais hacer. Casarme a cambio de fortuna -le miró con expresión burlona-. Excepto que yo lo conseguí haciendo gala de una frialdad que vos nunca alcanzaréis. Al vencedor pertenecen los despojos, ¿eh?
Dev sintió la hostilidad de una forma casi física. Sabía que estaba intentando provocarle, pero sentía que su cólera iba creciendo.
– Absolutamente -notaba la tensión en los hombros, pero no quería dar ninguna muestra de debilidad ante Bradshaw-. Lo cual nos lleva directamente al asunto que me ha traído hasta aquí. Tengo entendido que habéis comprado las deudas de mi esposa, después de que fracasara vuestro intento de chantajearla.
– Cuando una estrategia falla, siempre se presenta una segunda oportunidad -confirmó Bradshaw-. Había hecho algunos trabajos para Hammond, así que lo sabía todo sobre el pasado de lady Devlin -sonrió, pero no había calor en su sonrisa-. Pensaba chantajearla amenazándola con desvelar a los Alton su identidad.
– ¿Qué queríais de ella? Sabéis que no tiene dinero.
Bradshaw le dirigió una mirada que le hizo desear agarrarle del cuello y arrancarle la vida.
– ¿Qué pensáis? Quería disfrutar de ella. Es tan hermosa que cualquier hombre desearía hacerlo. Quería…
Dev posó la mano en la pistola que llevaba en el bolsillo.
– Tened mucho cuidado, Bradshaw -le advirtió con dureza.
Bradshaw se encogió de hombros.
– En cualquier caso, frustró mis intenciones confesándole a Alton la verdad -sacudió la cabeza, como si estuviera enfrentándose a un misterio insondable-. ¿Por qué iba a hacer una cosa así?
Dev sonrió ligeramente, su genio se aplacó al pensar en la generosidad de Susanna.
– Para enmendar un error y ayudar a una persona a la que apreciaba. Supongo que no sois capaces de comprenderlo.
– Maldita sea, claro que no -se mostró de acuerdo Hradshaw-. Es una completa estupidez cuando alguien podría haber ganado la partida -se encogió de hombros y metió la mano en el bolsillo-. Aquí están los documentos. Compré las deudas de lady Devlin con parte de la asignación conseguida gracias al matrimonio con Emma -se echó a reír-. Qué ironía, cuando habéis estado persiguiendo exactamente eso durante años.
Devlin apretó los dientes.
– Muy gracioso, Bradshaw -le echó un rápido vistazo a aquellos documentos. Las deudas de Susanna eran sustanciales, pero en absoluto tan altas como las suyas. Alzó la mirada-. ¿Pretendéis ejecutarlas?
– Sí, a no ser que me paguéis.
Dev se reclinó en su asiento.
– Sabéis que yo tengo mis propias deudas y carezco del dinero que necesito para pagarlas.
Bradshaw asintió. Sus ojos brillaban de diversión. Estaba disfrutando del juego, pensó Dev. Le gustaba hacer sufrir a su presa. Le proporcionaba un inmenso placer. Pero había llegado el momento de chafarle tanta satisfacción.
– No vais a conseguir ese dinero conmigo -le advirtió con vehemencia-, y si insistís en reclamarlo, lo único que conseguiréis será que me encarcelen y continúe sin poder pagaros.
Desapareció al instante el brillo de diversión de su mirada.
– Aunque me encantaría veros encerrado -contestó-, preferiría contar con el dinero.
– Por supuesto -dijo Dev. Metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita que dejó sobre la mesa-. Esto es lo que puedo ofreceros a cambio de esas deudas.
Bradshaw le miró con recelo antes de abrir una rendija de la cajita.
– No lo enseñéis mucho por aquí -le aconsejó Dev-. Esto está lleno de ladrones y delincuentes.
Bradshaw había abierto los ojos como platos al ver el contenido.
– ¡Que el diablo me lleve! -exclamó.
– Ojalá.
– Había oído hablar de esto -comentó Bradshaw, arriesgándose a mirar una vez más-, pero creía que no era cierto.
– Podéis creerlo o no -respondió Dev-. Es vuestro, si estáis dispuesto a aceptarla a cambio de las deudas de lady Devlin.
Bradshaw alzó la cabeza.
– ¿Cómo puedo saber que no es falsa? Si estáis tan necesitado de dinero, ¿por qué no la habéis vendido antes?
Devlin soltó una carcajada.
– No podía. La conseguí empleando métodos que no son… -se interrumpió un instante-, completamente legales. Si hubiera intentado venderla, habría tenido que enfrentarme a ciertas preguntas… Preguntas que no podía permitirme el lujo de contestar estando casado con Emma. Quería hacerme un sitio en la alta sociedad.
Bradshaw sonrió, casi a regañadientes.
– Así que es verdad que erais un maldito pirata. Casi me gustáis, Devlin.
– Me temo que el sentimiento no es mutuo -respondió Devlin con frialdad-. ¿La queréis o no?
– No podré venderla por la misma razón -respondió Bradshaw, mirando arrebatado la caja-. Pero no está nada mal poseer…
– Os gustan las cosas caras, ¿eh, Bradshaw? -comentó Dev con delicadeza-. Mujeres hermosas, joyas de un valor incalculable…
Podía ver la codicia y el frío cálculo batallando en el semblante de Bradshaw e intentó no contener la respiración. Casi inmediatamente, Bradshaw cerró la mano sobre la caja y se la guardó en el bolsillo. Dev sonrió, tomó los pagarés de Susanna, los rompió en dos, los arrojó a la chimenea y esperó a que se arrugaran y se transformaran en cenizas para levantarse.
– Voy a daros un consejo, Bradshaw -dijo suavemente-. Manteneos cerca de Emma, tratadla bien. En este momento sois intocable porque contáis con la protección de una esposa rica, con un título y relaciones influyentes. Pero la suerte puede cambiar. Y cuando la vuestra cambie, seremos muchos los que estaremos esperando vuestra caída.
Vio que el semblante de Bradshaw se oscurecía y le vio bajar la mano instintivamente hacia la pistola, pero antes de que pudiera sacarla, tenía la espada de Dev en la garganta. Se produjo una exclamación de sorpresa entre los parroquianos. Echaron las sillas hacia atrás y los hombres se levantaron.
Dev les dirigió una sonrisa.
– Que nadie se acerque. El señor Bradshaw quiere volver intacto con su bellísima esposa.
La violencia se respiraba en el ambiente, pero entonces, Bradshaw alzó una mano, los hombres parecieron calmarse y se reanudaron las conversaciones como si no hubiera pasado nada.
– ¿Suficientemente convincente? -preguntó Dev educadamente sin apartar la espada de la garganta de Bradshaw-. Levantaos. Y si queréis salir vivo de aquí, tendréis que acompañarme hasta la puerta. Y, Bradshaw -sonrió-, procurad no perder lo que acabo de entregaros. Quién sabe. Es posible que sea un auténtico tesoro.
La mirada de Bradshaw rezumaba odio. Era evidente que estaba comenzando a arrepentirse, pero ya era demasiado tarde.
– Si me entero de que me habéis engañado… -comenzó a decir.
– Me temo que nunca lo sabréis, ¿verdad? -dijo Dev mientras salían a un oscuro callejón-. Como bien habéis dicho, no podréis venderla. Lo único que podréis hacer será preguntaros si es auténtica -hizo una reverencia y subió al carruaje que le estaba esperando en la puerta-. Y ahora que he sembrado la duda, pasaréis toda la vida preguntándoos si es auténtica o falsa. Buenas noches, Bradshaw.