Susanna esperaba el enfado de Devlin. Esperaba que le exigiera una explicación. O que diera media vuelta y se marchara. Pero Devlin no hizo ninguna de esas cosas. En cambio, se acercó hasta ella, tomó sus manos heladas entre las suyas y la urgió a sentarse en el diván.
– Deberías sentarte -le dijo con voz queda.
Susanna sentía el calor reconfortante de sus manos. Un calor que parecía abrirse paso a través de la gélida tristeza que la envolvía y conseguía proporcionarle consuelo. Dev le estrechó brevemente las manos y se alejó de ella. Susanna le oyó pedirle a Margery, con exquisita educación, una taza de té. Casi inmediatamente, estaba a su lado. Y en todo momento, Susanna, asustada, iba achicándose ante la verdad, ante el miedo al dolor que estaba a punto de desenterrar. Sabía que Devlin la odiaría por haberle abandonado y por haber perdido a su hijo. Cerró los ojos y tomó aire. Y sintió un alivio inmenso cuando Devlin volvió a tomar su mano y entrelazó los dedos con los suyos.
– ¿Puedes contarme lo que ocurrió?
Susanna asintió. No tenía sentido seguir guardando secretos. Había perdido todo aquello por lo que había luchado. Sus sueños de construir una nueva vida para Rose y para Rory estaban rotos. Era preferible contarle a Devlin toda la verdad, sin ocultarle nada.
– Yo…
Tenía la voz enronquecida por las lágrimas. Ni siquiera sabía por dónde comenzar.
– Toma.
Llegó el té en aquel momento. Devlin le puso la taza entre las manos.
– El té es lo mejor en estas situaciones.
– Eso es lo mismo que le he dicho yo antes a Chessie -recordó Susanna.
Dev sonrió.
– Es posible que hasta yo quiera una taza. Es un brebaje repugnante, pero sus propiedades reconstituyentes son de sobra conocidas.
Susanna tomó un sorbo de aquel líquido ardiente y sintió que su mundo comenzaba a enderezarse. Alzó la mirada. Dev la observaba con aquellos ojos intensamente azules. Podía ver las líneas de tensión y tristeza de su rostro, pero no había en él ni enfado ni acusación alguna.
– ¿Desde el principio?
Susanna asintió. El principio… Dejó la taza con mucho cuidado. Le temblaban tanto las manos que temía derramar el té.
– El principio fue la mañana que siguió a nuestra boda. Decidí entonces que lo mejor era confesarle toda la verdad a tu primo y pedirle ayuda, así que fui a Balvenie con intención de hablar con él -Devlin pareció a punto de decir algo, pero continuó en silencio-. Desgraciadamente, lord Grant no estaba allí, aunque sí su esposa. Ella ya había mostrado cierto interés anteriormente en mis asuntos, así que la consideraba una amiga.
Se mordió el labio. Era ridículo arrepentirse de los errores de la juventud, pero los recuerdos continuaban acosándola.
– Le conté todo a lady Grant, pensando que nos ayudaría.
Dev cambió de postura. La expresión de sus ojos sugería que probablemente conocía a Amelia Grant mucho mejor que ella.
– Supongo que no te sorprenderá saber que, lejos de ofrecerme su apoyo, lady Grant me dijo que había hecho algo terrible al escaparme contigo -jugueteó con los flecos de uno de los cojines, enredándolos en sus dedos-. Más que enfadada, parecía muy triste, y me hizo sentirme terriblemente avergonzada. Me dijo que lord Grant te había conseguido una comisión en la Marina, que saldrías a la mar y que tu hermana dependía de la paga que te proporcionaran. Insistió en que para lord Grant sería una gran decepción que rechazaras una oportunidad como aquélla.
Alzó la mirada y vio que Dev continuaba observándola con tanta pena y arrepentimiento que le desgarró el corazón.
– Dijo que no podías permitirte el lujo de mantener a una esposa y que si de verdad te amaba, debería marcharme, fingir que todo había sido un error y liberarte para que pudieras forjarte una carrera y convertirte en el hombre que tu familia quería que fueras -tragó con fuerza-. Me sentía ridícula, culpable. De modo que hice exactamente lo que me pidió. Huí.
Dev sacudió la cabeza bruscamente.
– Quería llevarte conmigo -tenía la voz ligeramente ronca-. Sé que debería habértelo dicho, pero apenas hablábamos de nuestros planes.
– Éramos jóvenes -Susanna esbozó una débil sonrisa-. No creo que las conversaciones o los planes de futuro fueran nuestra mayor preocupación -dijo con pesar. Tomó aire-. En aquel momento, no me pregunté por qué pretendía interferir lady Grant en nuestra relación, pero con los años, comencé a comprender cómo funcionaban ese tipo de asuntos y me pregunté si en realidad no te querría para ella -se interrumpió y miró a Dev.
Dev esbozó una mueca.
– Amelia nunca intentó seducirme. Pero a veces, yo me preguntaba si tenía celos de mí -se pasó la mano por el pelo-. Alex era muy generoso conmigo, y creo que a Amelia le molestaba. Le molestaba que me dedicara tanto tiempo y dinero. Fue Amelia la que le pidió que me comprara mi comisión en la Marina. Y también fue ella la que encontró a una anciana tía para que se hiciera cargo de Chessie -sonrió con cinismo-. En aquella época, yo pensaba que era porque quería ayudarnos. Con el tiempo, me di cuenta de que lo único que quería era la atención exclusiva de Alex. Nos quería lejos de sus vidas. De modo que lo organizó todo con la misma frialdad con la que se deshizo tan cruelmente de ti.
Susanna volvió a tomar la taza. La porcelana había perdido el calor, pero aun así, presionó con fuerza, como si quisiera absorber hasta la última gota.
– Sé que no debería haberle hecho caso, pero entonces era muy joven y temía las consecuencias de lo que había hecho -tragó lo que sentía como un nudo enorme en la garganta-. Lo siento mucho, Devlin.
Dev tomó la taza y la dejó en la mesa con firmeza para poder entrelazar los dedos de Susanna con los suyos.
– Amelia es la única culpable. No tienes por qué culparte a ti.
Susanna negó con la cabeza.
– ¿Te acuerdas de lo que te conté de John Denham? En ese momento, te dije que si realmente hubiera querido a su prometida, no habría habido nada sobre la tierra tan fuerte y poderoso como para separarlo de su amada. Sin embargo, yo me alejé de tu lado.
Se interrumpió, pero Dev continuaba en silencio, y Susanna pensó que era una manera de darle la razón.
– Regresé a casa de mis tíos y te escribí para decirte que todo había sido un terrible error. Te supliqué que no vinieras tras de mí y te dije que conseguiría la anulación de nuestro matrimonio. Después, intenté comportarme como si nada hubiera pasado. Pero…
Volvió a interrumpirse y en aquella ocasión, Dev terminó la frase por ella.
– Pero estabas embarazada -dijo con voz dura.
Susanna se estremeció. El frío volvió a envolver su corazón.
– Sí -susurró-. Fui una ingenua por no haber pensado siquiera en ello.
– Tenías diecisiete años -contestó Dev con la misma dureza-. Eras inocente. ¿Cómo no ibas a ser ingenua? -le apretaba las manos con tanta fuerza que le dolía-. Debería haber pensado… pero yo era tan ingenuo como tú. Y no estuve a tu lado para protegerte.
Con una punzada de dolor, Susanna comprendió que, lejos de culparla, se estaba culpando a sí mismo. Aquella reacción encendió una cálida emoción en su pecho y volvió a llenarle los ojos de lágrimas.
– No creo que tengas nada que reprocharte, Devlin. Fui yo la que te abandoné.
– No vamos a discutir ahora por eso -replicó Dev y, por primera vez, apareció un indicio de sonrisa en su mirada que iluminó la débil llama que había prendido en el interior de Susanna-. ¿Qué ocurrió cuando tus tíos se enteraron de la verdad?
Huyó de nuevo el calor y Susanna volvió a sentirse enferma y aterida.
– No me di cuenta de lo que ocurría hasta cuatro meses después -contestó-. En aquella época era una jovencita ciega y asustada. Tenía tanto miedo que me negaba a admitir lo que me ocurría. Después… Bueno, supongo que puedes imaginártelo. Mis tíos se quedaron estupefactos. Ni siquiera sabían que me había casado. De hecho, estaban planeando casarme con el reverendo del pueblo. Mi embarazo acabó con sus planes.
– Supongo que eso supuso un gran inconveniente para ellos -respondió Dev con voz dura-. ¿No pensaron en ningún momento en ti? ¿En cómo te sentías?
– La verdad es que no -admitió Susanna.
Sus tíos eran personas muy severas, cumplidores de su deber y preocupados siempre por las apariencias. Su conducta les había horrorizado.
– ¿Te echaron de casa? -preguntó Dev. Parecía no dar crédito-. Yo creía que eran buenas personas. Un poco estrechos de mente, quizá, pero no crueles.
Susanna negó con la cabeza.
– Eran dos personas muy convencionales. No olvides que se habían quedado conmigo porque mi madre no podía mantenerme. Me habían dado una vida mejor que la que esperaba, por eso consideraron mi fuga como un acto de rebeldía y desagradecimiento después de todo lo que habían hecho por mí. Pero nunca supe que te habían dicho que había muerto. Me parece algo terriblemente cruel -volvieron a llenársele los ojos de lágrimas-. Querían que me marchara después de dar a luz a mi hija. Después, tendría que renunciar a ella. No volvería a verla nunca más.
Su voz sonaba rota, sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Las lágrimas le constreñían la garganta.
– ¿Era una niña?
Dev se movió incómodo, le soltó las manos, se levantó y se alejó ligeramente de ella.
Susanna se sintió perdida sin el consuelo de aquel contacto. Sabía que aquél era el momento que tanto había temido. Devlin no sería capaz de volver a sentir compasión por ella cuando supiera que había sido su imprudencia la que había provocado la muerte de su hija. Su desolación sería tan profunda como la suya. Y ella era la única culpable.
– Se llamaba Maura.
Podía sentir el frío filtrándose por su piel, haciéndole estremecerse. La oscuridad acechaba en los rincones de su mente, amenazando con apagar toda luz.
– Un nombre muy bonito -Dev no sonrió.
– Murió -dijo Susanna precipitadamente. Las palabras salían de sus labios desgarradas y confusas-. No quería renunciar a ella. Dijeran lo que dijeran… No podía. Entonces me echaron de casa. Yo no sabía qué hacer. Estaba embarazada y sola.
Dev no pronunciaba palabra. Estaba muy pálido y con la boca convertida en una dura línea, como si sufriera un profundo dolor.
– Intenté localizarte. Fui a Leith, al fuerte, pero me dijeron que te habías embarcado hacia Portsmouth -se interrumpió para tomar aire.
¿Qué podía importarle a Dev que hubiera ido a buscarle tanto tiempo después y solo porque no tenía ningún otro lugar a donde ir? Pero la realidad había sido muy distinta. Ella continuaba queriéndole desesperadamente. Le necesitaba. Llevando al hijo de Dev en su interior había sentido el amor y la admiración florecer dentro de ella, más fuertes que el miedo y que cualquier otro sentimiento. Había encontrado la fe que le había faltado cuando había huido de su lado al día siguiente de su matrimonio. Pero aquellos sentimientos habían despertado demasiado tarde.
– Fui a Porstmouth, pero ya era tarde. Demasiado tarde.
– Me asignaron un barco en cuanto llegué. Salí a navegar esa misma semana.
Susanna asintió.
– Sí, eso fue lo que me dijeron.
– ¿Les dijiste que eras mi esposa? -preguntó Dev.
– Devlin, estaba embarazada de seis meses, sucia y en la miseria -esbozó una mueca-. Tuve la impresión de que habrían oído muchas historias como la mía.
Dev sonrió con pesar.
– Sí, supongo que sí -desapareció su sonrisa-. ¿Qué hiciste después?
– Regresé a Edimburgo. Sabía que tenía que encontrar trabajo para comer, pero estaba demasiado débil. Terminé enferma, viviendo en una habitación de una casa de vecinos -se estremeció y se frotó los brazos, como si quisiera aliviar el frío de su interior-. Era un lugar frío y húmedo y las enfermedades estaban a la orden del día. Contraje unas fiebres y perdí al bebé -terminó con una voz carente de toda emoción-. Nació a los siete meses, pero estaba muerta. Creo que, en el fondo, yo ya lo sabía, pero esperaba, con todas mis fuerzas, que pudiera sobrevivir. Desgraciadamente, no fue así. Era demasiado pequeña, estaba demasiado débil y no pude salvarla.
Se interrumpió. Sabía que Dev no deseaba oír lo ocurrido y a ella ya no le quedaban fuerzas para continuar. Estaba helada y estremecida de dolor. Un dolor que invadía todo su ser y condenaba a su corazón a la oscuridad.
Miró entonces a Dev. Tenía el rostro tenso de dolor. Los ojos parecían no estar viendo nada. Susanna sentía la intensidad de su tristeza. La tristeza de un hombre que acababa de enterarse de la muerte de una hija cuya existencia desconocía hasta entonces.
– Lo siento -susurró con impotencia, consciente de lo inadecuado de sus palabras y odiándose por ello-. Lo siento mucho.
Dev volvió a mirarla con tanta dureza que Susanna estuvo a punto de gritar.
– ¿Por qué? -parecía enfadado-. Tú no tuviste la culpa de enfermar, ni de que Maura muriera. Habías vuelto a tu casa. Habías intentado encontrarme. Habías hecho todo lo posible por…
Se interrumpió como si no fuera capaz de continuar. Susanna quería acariciarle, ofrecerle consuelo. Pero la contenida calma de su tristeza se lo impedía.
– Siento todo lo que ocurrió. Y siento todavía más que hayas tenido que enterarte de la muerte de Maura, y de no haber sido capaz de hacer nada para evitarla.
Vio que Dev alargaba la mano hacia ella con un gesto con el que parecía querer dar y recibir consuelo. El corazón le dio un vuelco. Pero antes de que hubiera podido estrechar aquella mano, Dev la dejó caer. Su expresión se tornó inescrutable y Susanna supo que se había alejado definitivamente de ella. No, no se había equivocado. Jamás podría perdonarle la pérdida de su hija y ella no podía reprochárselo.
– Ahora todo cobra sentido. Tu trabajo en la tienda, tu pobreza… -sacudió la cabeza-. ¿Por qué no me dijiste la verdad, Susanna? ¿Por qué preferiste fingir que me habías dejado para buscar un marido rico?
– Tenía un encargo de los duques de Alton. No podía decirte la verdad y arriesgarme a echarlo todo a perder. Necesitaba el dinero. No era solo para mí… -se interrumpió.
Dev pareció tan impactado por la noticia que resultaba hasta cómico. En otras circunstancias, Susanna habría reído al verle con aquella expresión.
– ¿Tienes hijos? Pero yo pensaba… -entonces fue él el que se interrumpió bruscamente.
Susanna sabía lo que estaba pensando. En contra de toda evidencia, la había creído cuando le había dicho que no había vendido nunca su cuerpo. Y al parecer, también había dado por sentado que había sido fiel a los votos matrimoniales. No pudo menos que sentir un ligero consuelo ante aquella demostración de confianza en ella.
– No son hijos míos. Eran los hijos de una amiga. Están internados, pero soy yo la que paga las facturas -se aclaró la garganta-. Le prometí a su madre que los cuidaría, y eso es lo que estoy haciendo.
Dev parecía tan asombrado como si acabaran de tirar de la alfombra que tenía bajo sus pies.
– ¿Quién era su madre?
Se mesaba los cabellos mientras hablaba, despeinándolos inconscientemente y acentuando así su expresión de estupefacción.
– Se llamaba Flora. Era mi amiga, y murió en un hospicio.
Dev la miró a los ojos.
– Y asumiste la responsabilidad de cuidar a los hijos de otra mujer -repitió suavemente.
– Había perdido a Maura.
Intentaba encontrar las palabras que pudieran justificar su decisión. Durante muchos años, había mantenido todo aquello en secreto. Había enterrado el dolor en lo más profundo de ella y no había permitido que saliera nunca a la luz.
– No había conseguido salvar a Maura, pero juré que no les fallaría a Rory y a Rose. Prometí que siempre los cuidaría.
– Y lo hiciste -había un deje extraño en la voz de Dev-. Entonces, el dinero… -parecía estar comprendiendo todo de pronto-. Esa era la razón por la que querías el dinero, y por la que estabas tan desesperada por mantener la farsa de tu compromiso con Fitz. Por eso intentaste comprar mi silencio -la agarró por los hombros-. ¡Maldita sea, Susanna! -parecía furioso de pronto-. ¿Hay algo más que no me hayas contado?
Le clavaba los dedos en los hombros y sus ojos resplandecían.
– ¿Has encontrado algún perverso placer en hacerme pensar lo peor de ti?
– No. Yo no pretendía…
No pudo continuar porque Devlin ya estaba besándola apasionadamente, con una desesperación hambrienta. Por un instante, el corazón de Susanna pareció expandirse. Susanna dejó que el deseo la invadiera, que el calor recorriera sus venas como un fuego de tormenta.
– Tengo deudas -añadió cuando Devlin abandonó sus labios-. Eso es algo que no te había dicho. Y hay alguien en Londres que sabe quién soy y está intentando chantajearme. Pero le pedí al señor Churchward que me ayudara con ese asunto. Además, ahora que se ha descubierto la verdad, ya no me importa.
Dev emitió algo parecido a un gemido, volvió a estrecharla en sus brazos y la besó con fiereza.
– Yo pensaba que eras una aventurera -musitó contra sus labios-, y de pronto descubro que necesitas más protección que un niño.
– Puedo cuidar de mí misma -se defendió Susanna-. Y en cuanto anulen nuestro matrimonio, todo esto dejará de ser una carga para ti.
Los ojos de Dev se tornaron de un azul sombrío.
– En eso he cambiado de opinión. No habrá anulación.
A Susanna se le cayó el alma a los pies.
– ¡Pero estábamos de acuerdo! ¡No puedes cambiar ahora de opinión!
– Acabo de hacerlo -sonrió-. Y me temo que, legalmente, no puedes hacer nada al respecto. Eres mi esposa y lo seguirás siendo.
Susanna le miraba de hito en hito. La furia y la confusión se debatían en su interior. Todo aquello era tan repentino, tan inesperado… Dev le estaba diciendo todo lo contrario que la noche anterior.
– Pero no puedes cambiar de opinión -farfulló-. Además, ¿por qué quieres estar casado conmigo?
– Porque te deseo -respondió Dev.
Deslizó el dedo pulgar por su labio inferior con la más erótica de las caricias, una caricia que Susanna sintió hasta en el último rincón de su cuerpo.
– Eres mi esposa y te quiero en mi cama. De esa forma -añadió-, me aseguraré de mantenerte tanto a ti como a los mellizos. Pienso cumplir con mi deber. Ahora eres responsabilidad mía. Necesitas protección y yo voy a dártela.
El frío volvió a instalarse en el corazón de Susanna. Deber. Responsabilidad. Protección. Era consciente de que Dev quería protegerla para expiar las culpas del pasado. Era admirable, y más incluso de lo que Susanna se habría atrevido a pedirle nunca. Sobre todo, teniendo en cuenta que nada de lo sucedido había sido culpa suya. Pero cuanto más tiempo pasaba junto a Dev, más peligroso se le antojaba todo. Había vuelto a enamorarse de él siendo plenamente consciente de que Dev jamás la amaría a ella. Ocuparía el lecho de Dev, satisfaría su lujuria y después él la abandonaría para volver al mar. Se marcharía y no volvería a verle nunca jamás. Y le quería tanto que aquello la destrozaría. Susanna volvió a sentir aquella sensación en el estómago que había experimentado cuando, a los cinco años, su madre le había dicho que tenía que separarse de ella, que tenía demasiadas bocas que alimentar y no le quedaba otro remedio que enviarla a casa de sus tíos. Entonces, Susanna había perdido a su familia. Y aquélla había sido la primera de otras muchas pérdidas. Se estremeció al recordar el cuerpo sin vida de Maura. Antes o después, volvería a perder a alguna de las personas a las que amaba. Así eran las cosas. Ya había perdido a Devlin en una ocasión y no podía permitir que volviera a ocupar un lugar en su vida porque estaba comprometido con la Marina. Se marcharía y quizá nunca volviera. Otra separación definitiva acabaría con ella. De modo que era mejor marcharse antes de que fuera demasiado tarde.
El frío y el miedo a la pérdida parecieron congelar hasta el último rincón de su corazón.
– No voy a ir contigo -respondió, obstinada-. No quiero estar casada contigo. Estuvimos casados y no funcionó, y prefiero aprender de mis errores.
Dev la miró. En sus ojos azules brillaba una sonrisa que tuvo un efecto extraño en el precario equilibrio de Susanna.
– Sigues siendo mi esposa -le recordó con delicadeza-, y me obedecerás aunque tenga que llevarte a rastras.
– ¡Por encima de mi cadáver! -exclamó Susanna, furiosa por su arrogancia-. ¿Cómo te atreves a reclamar tus derechos maritales, Devlin?
Devlin le dirigió una de esas miradas que encendían su pasión.
– Cuando los he reclamado en otras ocasiones, no has puesto muchos inconvenientes.
– ¡Eso era diferente! -protestó Susanna furiosa.
Dev se encogió de hombros.
– La fuerza bruta no es mi estilo -musitó-. Prefiero el encanto y la persuasión. Pero cuando fallan -la levantó en brazos con una facilidad insultante-, no me queda otra opción. Margery enviará tus maletas -le susurró al oído-. Pero ahora, vas a venir conmigo.
Dev abrazaba a Susanna mientras el carruaje recorría la corta distancia que los separaba de Bedford Street. Una vez que había aceptado acompañarlo, Susanna se había mostrado muy altiva y digna y, en aquel momento, permanecía rígida entre sus brazos. Aun así, Dev continuaba disfrutando de su abrazo. Y mucho, de hecho. Estaba deseando besarla y sentir cómo aquella tensión se derretía y Susanna se estrechaba contra él. Pero, sobre todo, quería ofrecerle consuelo. Quería ser capaz de hacer desaparecer la tristeza que percibía en su interior. Era una sensación nueva, algo impropio de él. Siempre había tenido muy claro lo que quería recibir y dar cuando estaba con una mujer y el consuelo y la tranquilidad no formaban parte de ello. Sin embargo, en aquel momento, sabiendo lo mucho que le había costado a Susanna hablarle de la terrible pérdida de su hija, tras comprender lo mucho que había sufrido, quería abrazarla y no dejarla marchar.
Maura. La amargura de aquella pérdida le atenazaba la garganta. Era consciente de hasta qué punto se había desplegado la tragedia desde el instante en el que, haciendo gala de una gran irresponsabilidad, se había fugado con ella. Amelia, resentida contra él y deseando venganza, Susanna, joven, temerosa de lo que había hecho, e intentando cumplir con su deber. Sus tíos repudiándola y ella luchando para sobrevivir. Sentía enfado y resentimiento contra todo aquello que les había separado, pero sabía que ambas reacciones, aunque naturales, no tenían ningún sentido. Lo harían mejor en aquella ocasión, se prometió. Y nada se interpondría entre ellos.
Miró el semblante pálido de Susanna. Apenas estaba comenzando a comprender a aquella mujer tan complicada e independiente con la que se había casado nueve años atrás. Sabía por fin lo duramente que había tenido que luchar contra todo, cómo había sobrevivido a una tragedia que había estado a punto de acabar con ella, cómo había encontrado el amor y la responsabilidad para hacerse cargo de dos niños huérfanos, porque ella era todo lo que tenían. Se sentía orgulloso de ella. Era valiente, fuerte y la admiraba en lo más profundo. Por un breve instante, presionó los labios contra su pelo y la sintió moverse entre sus brazos. Susanna le miró a los ojos. Dev vio en ellos algo que hizo que el estómago le diera un vuelco. Un sentimiento completamente desconocido aguijoneó sus sentidos.
– Ya estamos en casa.
Acababan de llegar a la casa que Alex Grant poseía en Londres. Se aclaró la garganta, sintiéndose de pronto confundido, inseguro. Como si estuviera al borde del abismo.
Susanna le dirigió una mirada insondable.
– En ese caso, me gustaría bajar y entrar en la casa sin tu ayuda, Devlin. No tienes por qué llevarme en brazos. No voy a salir huyendo y prefería que lord Grant y lady Grant me vieran entrando por mi propio pie.
Dev disimuló una sonrisa.
– Por supuesto -contestó muy serio.
Le tendió la mano para ayudarla a bajar del coche y la condujo al interior de la casa, preguntándose cómo iba a abordar con Alex y Joanna el hecho de que Susanna y él necesitaban un techo sobre sus cabezas durante una temporada.
Afortunadamente, Joanna les puso las cosas muy fáciles, porque en cuanto salió a recibirles al vestíbulo, le tendió ambas manos a Susanna.
– ¡Lady Carew! -exclamó-. Chessie nos ha contado todo lo que habéis hecho para ayudarla -miró a Dev y después a Susanna con una expresión sospechosamente luminosa-. Pobrecilla. Me hubiera gustado que confiara en mí, pero me alegro de que haya recurrido a vos.
Un pequeño ceño oscurecía su frente. Dev sabía que se estaba preguntando por qué demonios había ido Chessie a pedir ayuda a Susanna, pero era demasiado educada como para preguntarlo.
Susanna también había recuperado su aplomo.
– Espero que el marqués de Alton haya presentado sus respetos.
– Hace una hora estuvo por aquí -contestó Joanna, perpleja-. Debo admitir que ha sido muy elegante. Chessie está muy contenta. Se casarán la semana que viene -volvió a interrumpirse y añadió con dureza-: Es una pena que sea un sinvergüenza. En realidad, me habría gustado que Alex le sacara de esta casa a latigazos, pero supongo que no habría sido lo más conveniente.
– No, por tentador que suene, no habría sido la mejor forma de comenzar un matrimonio -le aseguró Devlin.
– Supongo que a ti te entraron ganas de hacerle algo mucho peor.
– Sí, quería retarle a duelo, pero Susanna me lo impidió.
Miró sonriente a Susanna y vio que ésta se sonrojaba ligeramente.
Joanna arqueó las cejas.
– ¿De verdad? Lady Carew…
– En realidad, es lady Devlin. Susanna es mi esposa. Te pido disculpas por presentarnos aquí de esta manera, pero no teníamos ningún otro lugar a donde ir. ¿Alex está libre? Necesito hablar con él.
– Devlin… -dijo Susanna, y Dev sintió una extraña emoción al oírla pronunciar aquellas palabras en el tono en el que cualquier esposa le habría reprobado su conducta-. Lady Grant, os ruego que me disculpéis. Los hombres pueden ser muy bruscos. Van directos hacia su objetivo sin que medie ninguna explicación alguna.
– Bueno -contestó Joanna alegremente, y agarró a Susanna del brazo-, estoy segura de que podremos arreglárnoslas sin él -se volvió hacia Dev-. Alex está en la biblioteca, Devlin, pero me temo que lady Brooke está con él. De hecho, ha venido a buscarte. Al parecer, han perdido a lady Emma que, supuestamente -añadió con cierta aspereza-, era tu prometida.
Se volvió hacia Susanna.
– Perdonadme, lady… Devlin, ¿pero vuestro matrimonio ha sido algo reciente?
– Llevamos nueve años casados -contestó Devlin.
Vio que Susanna se ruborizaba con más fuerza. Comprendió entonces que estaba nerviosa y sintió la inmediata necesidad de protegerla. ¿Quién habría pensado que su aguerrida aventurera pudiera sentir la menor timidez? Aquella idea le hizo sonreír. Fue entonces consciente de que la estaba mirando como un joven ingenuo deslumbrado por la belleza de una mujer y rápidamente cambió de expresión.
– ¿Has dicho que han perdido a Emma?
– Por lo visto se ha fugado a Gretna Green -contestó Joanna, haciendo esfuerzos para no sonreír-, y con un hombre muy peligroso: Tom Bradshaw -sacudió la cabeza-. Lady Brooke no estaba muy contenta.
– ¿Emma se ha fugado? -preguntó Dev con incredulidad.
– Hace tres días -confirmó Susanna-. Pero lord y lady Brooke acaban de enterarse -sacudió de nuevo la cabeza-. Pensaban que estaba encerrada en su habitación porque le dolía la cabeza.
– Dios santo -musitó Dev.
En ese momento, se abrió la puerta de la biblioteca y apareció lady Brooke seguida de Alex Grant, patentemente agobiado.
– ¡Devlin!
La condesa de Brooke se dirigió a Devlin por su nombre por primera vez desde que éste podía recordar.
– Había enviado a buscarte -apretó los labios-. ¡Es increíble, Devlin, Emma se ha fugado con un hombre que trabaja para ganarse la vida!
– ¿Podría sugeriros que volvamos a la biblioteca? -intervino Alex-. Allí estaremos más cómodos que en el vestíbulo.
Joanna se volvió hacia Susanna.
– Lady… Ah -advirtió el riesgo antes de caer en él-. Susanna, ¿te gustaría tomar un té conmigo mientras los demás tratan este asunto?
Dev tomó la mano de Susanna.
– Joanna se ocupará de ti -dijo, y bajó la voz-. Pronto estaré de nuevo contigo.
Susanna asintió. Por un instante, cerró los dedos alrededor de los de Devlin y éste deseó abrazarla para aliviar sus miedos.
– Todo saldrá bien -le aseguró.
Susanna sonrió tímidamente y asintió.
Lady Brooke contempló aquel intercambio con el ceño fruncido.
– Emma me dijo que conocías a esta mujer -comentó en un tono muy desagradable. Se volvió hacia lord Grant-. No confiéis en ella. Es una aventurera.
– Vamos a la biblioteca -respondió Alex precipitadamente, al reparar en la expresión tormentosa de Devlin-. Lamento la ruptura de tu compromiso, Devlin -añadió con el semblante impasible-. ¿Joanna te ha puesto al tanto de la noticia? -miró a la condesa-. Al parecer, lady Emma y el señor Bradshaw se fugaron a Gretna hace varios días, pero lord Brooke y lady Brooke no han reparado en su ausencia hasta hoy.
– ¡Creía que Emma estaba enferma! -le espetó la condesa-. Obviamente, no quería molestarla. Pensaba que su doncella atendía sus necesidades.
– Al parecer, era Bradshaw el que estaba atendiendo sus necesidades -musitó Alex en voz baja, para que solo Dev pudiera oírle.
Lady Brooke se frotó la frente, ladeando involuntariamente su turbante.
– ¿Dónde ha podido conocer a una persona como Bradshaw? -preguntó en tono autoritario-. ¿Y por qué va a querer casarse con él? Es hijo ilegítimo y no tiene dinero. Es peor candidato que tú -le dirigió a Dev una mirada acusadora-. No puedo imaginarme cómo ha podido desarrollar el gusto por tan bajas compañías -abrió su bolso-. En cualquier caso, no tengo nada que añadir. No puedo decir que lamente haberte perdido como yerno, Devlin, aunque la alternativa es infinitamente peor.
Sacó una carta del bolso y se la tendió a Dev.
– El mayordomo me ha informado de que dejaste esta carta para Emma hace varios días. Me temo que no va a poder leerla, de modo que es preferible que te la devuelva. Adiós, Devlin -miró a Alex-. Lord Grant.
Dev tomó la carta sonriendo ligeramente.
– Espero que Emma tenga suerte -dijo cuando lady Brooke cerró la puerta tras ella-. Porque va a necesitarla.
– ¡Bradshaw es un hombre peligroso! -comentó Alex-. Farne ha estado persiguiéndole desde que intentó matar a Merryn y ahora se fuga con una rica heredera -sacudió la cabeza-. Creo que no volveremos a tener noticias suyas -fijó la mirada en la carta-. A veces tienes una suerte endiablada.
– Lo sé -contestó Dev-. Sobre todo desde que he recuperado a mi esposa. ¿Quieres un brandy? -sugirió al ver la expresión de su primo-. Ya sé que es pronto, pero a veces no basta con algo menos fuerte.