Susanna se despertó muy lentamente. La habitación estaba llena de luz y la cama vacía. Ella también se sentía extrañamente luminosa y vacía. Su memoria le proporcionó una sucesión de imágenes de lo que había ocurrido la noche anterior. Sabía que eran reales. Pero le resultaba imposible creerlo.
Había hecho el amor con Dev de forma flagrante, descarada, deliciosa y demasiado consciente como para olvidarlo. Su cuerpo entero ardía por los recuerdos de aquella sensual noche. Y continuaba estando muy lejos de comprender por qué lo había hecho.
Buscó la bata. Se sentía lenta, vacía, como si durante las largas horas de la noche hubiera abandonado su cuerpo toda emoción. Pero aun así, había sentimientos que continuaban tremendamente vivos. Devlin… Años atrás, había llegado a su vida para iluminarla con su amor por el riesgo y con su imprudente intensidad. Susanna había pagado un alto precio por ello. Ya nada había vuelto a ser igual. No podía volver a cometer el mismo error por segunda vez.
Dev, su marido, aunque él no lo supiera. Pero el hecho de que estuvieran casados no mejoraba la situación. Solo servía para hacer todavía más compleja aquella telaraña de sentimientos y engaños. Cuando Susanna había conocido a Devlin a los diecisiete años, se había enamorado profundamente de él. Pero ya no era una jovencita ingenua. Era obvio que había dejado de amarle, pero, aun así, se había entregado a él, ofreciéndose en cuerpo y alma.
Se sentó ante el espejo del tocador y comenzó a cepillarse el pelo a un ritmo que la tranquilizaba. Durante los nueve años anteriores, habían sido muchos los hombres que habían intentado seducirla. Tantos que había perdido la cuenta. Pero siempre se había negado. En algunas ocasiones, había estado tentada, aunque solo fuera para escapar de la pobreza, de la soledad y de la dureza de su vida durante unas horas. Sin embargo, cada vez que había pensado en entregarse a un hombre, lo había sentido como algo escabroso. Adivinaba un vacío allí donde en el pasado había encontrado junto a Dev el paraíso.
Había vuelto a visitar el paraíso aquella noche. Quizá hubiera sido ésa la razón por la que le había deseado. Porque se preguntaba si los recuerdos de juventud, del tiempo que habían pasado juntos, eran ciertos. Pero no podía decir que hubiera sido la curiosidad la que la había impulsado a acostarse con Devlin. Sus sentimientos eran mucho más profundos, mucho más complejos y confusos. De hecho, eran tan irresistibles que la asustaba. De modo que era un insulto para ambos intentar describir su respuesta a Dev como simple curiosidad.
Pero estaba también Emma. A Susanna no le gustaba y sabía que Dev no amaba a su prometida, pero no quería convertirse en el medio por el que Dev traicionara a aquella joven. Ya lo había hecho en una ocasión y se había equivocado. Estaba segura de que a Emma no le haría ninguna gracia que Dev la mantuviera como amante. Y, en cualquier caso, ella era la esposa de Dev, no su amante, aunque nadie lo supiera. Aunque nadie pudiera saberlo.
Con un suspiro, dejó el cepillo de mango nacarado en el tocador y posó la mano sobre su vientre. Había sido una imprudencia, pero esperaba que no tuviera consecuencias. Tenía la suerte de que sus períodos eran extremadamente regulares, de modo que, por lo menos, sabía que aquella vez no estaba embarazada. Se estremeció mientras los recuerdos del pasado la azotaban como negras alas. Amor y pérdida. Su familia, su marido, su hija… Lo único que había conocido eran pérdidas. No dejaría que volviera a pasar. Porque sabía que otra pérdida más la destrozaría.
Aquella mañana, el espejo le devolvía una imagen pálida y frágil. Desde el primer momento se había sabido vulnerable a Dev, pero no había calculado lo profundo de aquella debilidad. Ella era capaz de resistirse a cualquier hombre, por mucho que éste pensara lo contrario, si, sencillamente, no lo deseaba. Lo complicado de aquel asunto era que se había imaginado inmune a Dev y había descubierto que era todo lo contrario. En cualquier caso, no volvería a repetirse. Si alguien se enteraba de lo que había pasado, arruinaría sus planes de atrapar a Fitz. Echaría por tierra el trabajo que estaba haciendo para los duques de Alton y con él, su futuro y el de los mellizos. Volvió a agitarse la ansiedad dentro de ella y se obligó a controlar sus miedos. Podía hacerlo. Todo saldría bien. Lo único que debía procurar era mantenerse lejos de Devlin, concentrarse en llevar a Fitz al límite lo más rápido posible, embolsarse el dinero y huir.
Llamaron a la puerta. Casi inmediatamente, Margery asomó la cabeza. Cuando vio que Susanna estaba despierta, pareció aliviada.
– Mi señora, he venido ya dos veces, pero estabais tan profundamente dormida que no he querido despertaros. Espero haber hecho lo que debía.
Susanna tuvo la repentina visión de su doncella tropezando inesperadamente con una escena de absoluto libertinaje, descubriéndola en los brazos de Dev, desnudos ambos y con la ropa esparcida por toda la habitación. Pero no había nada en el rostro de la doncella que indicara que había visto herida de tal modo su sensibilidad.
– Gracias, Margery. Pero no te preocupes en absoluto.
La doncella pareció tranquilizarse.
– Me temo que os habéis perdido el desayuno de lady Phillips mi señora -musitó-. Y también el recital de la señora Carson.
Susanna miró el reloj. Eran más de las tres.
– Me sorprende no haberme perdido también la velada de la duquesa de Alton -observó-. Prepárame una taza de té, Margery, y montones de galletas de chocolate. Después tendrás que ayudarme a elegir el vestido para esta noche.
La doncella se retiró. Susanna se acercó a su armario y revisó los vestidos que allí guardaba. Advirtió que el vestido de gasa de la noche anterior había desaparecido. Sin lugar a dudas, lo había retirado Margery en una de sus visitas previas. Esperaba que no hubiera encontrado ningún lazo roto, porque no iba a ser fácil explicarlo.
Por lo menos era poco probable que Dev estuviera presente en la velada de aquella noche, puesto que se había organizado una reunión para un muy selecto grupo de invitados con la esperanza de arrojar a Fitz en sus brazos. Susanna sintió un nudo en el estómago. Aquella noche debía asegurarse de halagar a Fitz y de estar pendiente de todas y cada una de sus palabras. Cuanto antes pudiera arrancarle una declaración, antes podría destrozar para siempre las esperanzas de Francesca Devlin y bajar el telón de su propia comedia. Fue descartando vestidos con creciente irritación, buscando algo que resultara revelador y discreto, ligeramente subido de tono, pero no tanto como para escandalizar a las respetables viudas de la nobleza con las que compartiría la velada. Tenía que parecer tentadora, pero, al mismo tiempo, respetable. Sacudió la cabeza. La noche anterior había sido profunda y deliciosamente irrespetuosa. Sintió un cosquilleo en la piel al recordarlo, acompañado de un escalofrío de placer. Aquello no estaba bien. No estaba bien en absoluto. ¿Cómo iba a seducir a Fitz cuando solo era capaz de pensar en Devlin?
Se quedó paralizada. ¿Cómo no iba a seducir a Fitz? No tenía otra opción. Años atrás, había terminado en un hospicio. Todavía recordaba el olor de la enfermedad y la desesperación. No quería condenar a Rory y a Rose a una vida tan miserable. Les había salvado de ese triste destino cuando apenas eran unos bebés y había prometido a su madre que jamás regresarían a un lugar tan sórdido. Todavía podía sentir la mano de Flora aferrándose a la suya, ver el terror en los ojos oscuros de su amiga…
«Prométemelo», le había suplicado y allí, rodeada de muerte y de miseria, Susanna le había dado su palabra y Flora se había marchado para siempre, por fin en paz. Susanna, que había enterrado a su propia hija, jamás abandonaría a los niños que le habían confiado.
– El vestido rosa de seda sería ideal para esta noche, mi señora -sugirió Margery.
Susanna se sobresaltó. La doncella había regresado, pero ella estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera lo había notado.
– Sí -respondió-. Gracias, Margery.
Había llegado el momento de transformarse en Caroline Carew, de olvidar el pasado y, sobre todo, de olvidar la noche que había pasado con Devlin. Tenía un marqués al que atrapar y no podía fallar. Alargó la mano hacia las galletas y se comió cuatro, una tras otra. Se sintió reconfortada. Ligeramente. Se limpió los restos de chocolate y comenzó a vestirse.
– Estabais durmiendo como un bebé, o como un hombre con la conciencia tranquila -Dev se despertó y descubrió a Frazer sacudiéndole, no con mucha delicadeza-. Es extraño -continuó diciendo el valet-, puesto que habéis llegado al amanecer y presumo que no habéis hecho nada bueno mientras estabais despierto.
Dev se estiró, bostezó y volvió a apoyar la cabeza en la almohada.
– Yo no diría eso -comentó.
Se sentía bien. Mejor que bien. De un humor apacible, con el cuerpo satisfecho. Sabía que no debería sentirse así. Debería sentirse culpable por haber traicionado a Emma, arrepentido, preocupado… Aquéllos eran los sentimientos que deberían inquietarle en aquel momento, junto a la firme determinación de dejar aquella sensual y tórrida noche en el pasado y asegurarse de que no volviera a repetirse. Y lo que no debería sentir era aquella satisfacción física atemperada con la fuerte necesidad de repetir de nuevo la experiencia. Y lo antes posible.
Frazer esbozó una mueca de disgusto.
– Vuestra meretriz debía estar muy por encima de esas prostitutas de Haymarket -comentó con acritud.
– No quiero hablar de ello -respondió Dev.
Le pilló por sorpresa aquella fiera y repentina necesidad de proteger a Susanna. Apartó las sábanas y se levantó.
– En cualquier caso, tened cuidado. Lady Emma posee setenta mil libras. Vale mucho más que un rápido revolcón con una prostituta.
– Eso no describe en absoluto mi experiencia de esta noche -le espetó Dev, que apenas podía contener su genio-. Y te sugiero que no vuelvas a mencionar el tema, Frazer.
Era la primera vez que le hablaba al mayordomo en ese tono y advirtió que éste arqueaba las cejas antes de que asomara a sus labios algo parecido a una sonrisa.
– Muy bien, señor -contestó el valet. Había un tono de aprobación en su voz-. Hay un caballero que quiere veros. Responde al nombre de Hammond -continuó diciendo-. No le hubiera despertado si no hubiera sido por esta visita. Me ha dicho que anoche fue a consultarle por cierto asunto.
Dev se quedó paralizado. Había olvidado por completo que la noche anterior se había citado en un café con Hammond, el más insigne detective londinense, para encargarle un trabajo. Le había pedido que averiguara todo lo que pudiera sobre su Susanna y su marido, el fallecido sir Edwin. Hammond le había mirado con recelo y un evidente cinismo y le había dicho que le informaría al día siguiente de lo que había averiguado.
– ¿Habéis cambiado de opinión? -preguntó Frazer al advertir que vacilaba-. Puedo pedirle que se marche.
– No -respondió Dev lentamente.
Era consciente de lo contradictorio de sus sentimientos. Por un lado, quería saber la verdad, pero por otro, sentía una más que obvia reluctancia. Era posible que no le gustara lo que Hammond tenía que decirle. Muy probablemente, no le iba a gustar. Volvió a experimentar aquel sentimiento de protección hacia Susanna, pero lo descartó rápidamente y sacudió la cabeza con impaciencia. Había hecho el amor con ella de una forma salvaje y desinhibida, pero eso no significaba que hubiera dejado de considerarla una aventurera. Y, desde luego, tampoco significaba que la quisiera. Pero aun así, no podía borrar la imagen de Susanna dormida entre sus brazos, con la melena esparcida sobre su pecho y la cabeza apoyada en su hombro. Con su cuerpo dulce y dócil contra el suyo, absolutamente vulnerable en el sueño.
Con un suspiro, alargó la mano hacia la camisa y se puso la chaqueta mientras Frazer chasqueaba la lengua con desaprobación ante su falta de cuidado. Se dirigió después al salón. Los últimos rayos del sol de la tarde caían como barras de oro sobre el suelo. Había dormido hasta muy tarde.
– Sir James -Hammond se levantó y le estrechó la mano.
Llevaba con él el olor de las tabernas, el olor del humo y la cerveza. Parecía impregnar su piel. Pero sus ojos astutos brillaban con inteligencia.
– Un caso curioso el que me habéis asignado -hablaba como un hombre que acabara de completar un rompecabezas particularmente complicado y divertido.
– No esperaba que tuvierais tan pronto una respuesta.
Hammond mostró sus dientes con un gesto que podría haber pasado por una sonrisa.
– Me enorgullezco de ser rápido y eficiente en mi trabajo, señor. Además, ya había estado haciendo algunas indagaciones sobre la viuda.
Dev le miró con un repentino desasosiego.
– ¿Por qué? -preguntó rápidamente.
Hammond esbozó entonces otra de sus sonrisas ladeadas.
– Cuando aparece una mujer tan bella, misteriosa y rica como lady Carew en la ciudad, digamos que despierta mi… natural curiosidad. Ya tenía a un hombre trabajando en ella. Por si acaso.
Dev esbozó una mueca. Aunque él mismo le hubiera pedido a Hammond información sobre sir Edwin Carew, le molestaba que hubiera otros indagando en los secretos de Susanna. De alguna manera, aquello volvió a alimentar su necesidad de protegerla, lo cual era absolutamente ridículo, puesto que, seguramente, Susanna era tan vulnerable como una tigresa.
Le indicó a Hammond que tomara asiento y esperó, consciente de la extraña combinación de expectación e inquietud que le invadía.
– Caroline Carew -dijo Hammond con deliberada lentitud-, no es exactamente una viuda.
Por un momento, Dev se quedó sin habla.
– ¿Sir Edwin Carew continúa vivo? -preguntó por fin.
Hammond sonrió.
– En absoluto, señor. Edwin Carew nunca ha existido.
Dev frunció el ceño. Evidentemente, Hammond no era tan buen detective como presumía.
– Por supuesto que existe. He conocido a personas que dicen conocerlo. Los duques de Alton… -se interrumpió de nuevo.
Hammond le miraba con evidente diversión.
– Es una estafa, señor -respondió el detective-. No es la primera vez que lo veo. Alguien dice conocer a sir Edwin y antes de que uno pueda darse cuenta de lo que está pasando, ya hay quien dice recordar un encuentro con él, o haber hablado de Astronomía con él, o haber compartido con sir Edwin un whisky en una posada de Edimburgo. Hay quien es capaz incluso de proporcionar una descripción física sobre ese hombre inexistente.
Dev se hundió en su asiento. Solo había un motivo por el que Susanna podía haber inventado la existencia de Edwin Carew: la necesidad de ocultar su verdadero pasado. Le había dicho que había dejado Balvenie por Edimburgo para buscar un marido rico. Se suponía que sir Edwin era ese marido. Pero sir Edwin no existía. De modo que podía haberlo inventado para preparar el cebo de la viuda rica con intención de dar caza a un marqués. ¿Averiguaría el marqués, cuando ya fuera demasiado tarde, que en realidad lo que había capturado no era más que una aventurera sin un solo penique? Sonrió con cinismo. Susanna siempre había sido muy inteligente. Había puesto una venda en los ojos de todo el mundo. Pero él había encontrado el hilo del que comenzar a tirar para deshacerla. Si era suficientemente astuto, encontraría la manera de persuadir a Susanna para que dejara de perseguir a Fitz antes de que fuera demasiado tarde para Chessie. Era poco probable, teniendo en cuenta los secretos que ella conocía de él, pero si había alguna forma de interponerse en su camino, la encontraría.
– ¿Estáis absolutamente seguro de lo que decís?
Hammond pareció ofenderse.
– Soy el mejor, señor.
– Muy bien, gracias.
Hammond asintió y se levantó.
– No puedo permitirme el lujo de financiaros para que sigáis investigando, señor Hammond, pero si siguierais a cargo del caso, ¿qué haríais a continuación?
Hammond soltó una carcajada.
– ¿Me estáis pidiendo un consejo gratuito?
– Sí, supongo que sí.
– Averiguaría todo sobre la dama, señor -respondió Hammond-. Para empezar, me temo que Caroline Carew no es su verdadero nombre.
– En eso puedo ahorraros el trabajo. Efectivamente, no es su nombre.
Hammond volvió a reír.
– Caramba, señor, no parece que necesitéis un detective.
– Quiero saber qué ha estado haciendo lady Carew desde la última vez que nos vimos.
– En ese caso, preguntádselo directamente. Imagino que podríais encontrar la forma de persuadirla para que os lo cuente -le miró directamente a los ojos-. No hay como un ladrón para atrapar a otro, ¿verdad, sir James?
Dev sonrió a su pesar.
– ¿Estáis insinuando que soy un sinvergüenza, señor Hammond?
– No más que lady Carew es una aventurera, sir James -fue la respuesta del detective. Alzó su baqueteado sombrero a modo de despedida-. Solo un diamante corta el diamante, según dicen.
– Sí, eso dicen -confirmó Dev suavemente, y cerró la puerta tras el detective.
Pensó en Susanna desnuda entre sus brazos, en su boca abierta y ansiosa bajo sus labios, en sus cuerpos unidos en el más íntimo y abandonado de los abrazos. Era cierto que había un vínculo especial entre ellos, una pasión tan violenta y arrebatadora como lo habían sido sus encuentros amorosos. De lo que no tenía la menor idea era de en qué consistía realmente aquel vínculo, o si era posible romperlo.
Se acercó hasta la repisa de la chimenea y tomó las invitaciones que allí descansaban. Las hojeó rápidamente. Se suponía que al cabo de un par de días, debería acompañar a Emma al baile de lady Bell. Se le cayó el alma a los pies al pensar en ello. Inmediatamente después, surgió la posibilidad de que asistiera Susanna convertida en la más pura tentación. Quizá pudieran encontrarse a solas. Se divertiría obligándola a enfrentarse a la verdad sobre su falso marido. Después, se la llevaría a casa en un carruaje y haría el amor con ella en el asiento. Le subiría las faldas hasta la cintura y encontraría su cuerpo cálido y dispuesto a encontrarse con el suyo. Y se ahogaría una vez más en ella, en aquel placer puro y prohibido.
Le bastó pensar en ello para excitarse. Pero no, no podría ser. No debía ser. Tenía que apartar a Susanna de su mente y no volver a pensar nunca jamás en seducirla. De hecho, debería expiar el daño que le había hecho a Emma. Para ello, se convertiría en el prometido más atento y fiel del mundo. Su conducta había sido deshonrosa. Y no solo eso, sino que había puesto sus planes de futuro en peligro.
La insatisfacción se revolvía en su interior. Por un momento, imaginó un futuro alternativo. Un futuro en el que volvía a la Marina y hacía algo más útil con su vida que convertirse en el mandado de Emma. Recuperaría así los horizontes abiertos y una vida plagada de desafíos. Sintió la emoción crecer dentro de él. Pero recordó inmediatamente sus deudas. Eran suficientemente elevadas como para que acabara saliendo su nombre en los diarios y para arruinar el futuro de Chessie. No podía condenar a su hermana al sufrimiento por culpa de su insensatez. Había cuidado a Chessie desde el día que su padre, el más irresponsable y arriesgado de los jugadores, se había pegado un tiro, destrozándoles la vida cuando él tenía nueve años y su hermana seis. Devlin sabía que había sido un estúpido al seguir los pasos de su padre, pero para él, todavía no era demasiado tarde y jamás abandonaría a su hermana.
En cuanto a Susanna, tenía que olvidar la pasión salvaje que había entre ellos y concentrarse en derrotarla. Si Susanna le daba la más ligera ventaja, la aprovecharía. Si podía dar a conocer sus secretos y mantener a salvo los suyos, no dudaría en hacerlo. Susanna no tenía piedad para conseguir lo que quería. Él tampoco la tendría. Tenía que vencer la peligrosa atracción que sentía y la más peligrosa todavía necesidad de protegerla. Con una maldición, Devlin arrojó las invitaciones sobre la mesa y fue a buscar a Frazer y un cuenco de agua helada para sofocar su ardor.
El baile de lady Bell estaba abarrotado, pero con una fatalidad que parecía dictada por el destino, Susanna vio a Dev en el instante en el que entró en el salón. Estaba bailando con Emma, compartía con ella un baile campestre. Emma miraba a su alrededor como si estuviera buscando desesperadamente un rostro conocido en medio de la multitud, mientras Dev hablaba sin muchas ganas con ella y era explícitamente ignorado.
Habían pasado dos días desde su encuentro nocturno. Dos días que Susanna había pasado casi exclusivamente con Fitz, paseando en el parque, compartiendo bailes y arrastrándole a pedirle matrimonio mientras él se mostraba crecientemente posesivo e igualmente frustrado. Susanna había coqueteado con él, le había tentado, le había provocado y le había prometido acceso, sino a su cuerpo, sí a su enorme y ficticia fortuna. Estaba comenzando a pensar que Fitz tenía tantas ganas de ponerle la mano encima a ella como a su dinero, lo cual era extraordinario, puesto que no era un hombre pobre, aunque estuviera demostrando ser particularmente avaricioso. Cuanto más tiempo pasaba con él, menos le gustaba. Comenzaba a darse cuenta de que bajo una apariencia de amabilidad, se ocultaba un hombre desconsiderado, egoísta y entregado únicamente a su propio placer. Si no hubiera sido por el daño que sabía infligiría a Francesca Devlin, no habría tenido escrúpulo alguno por lo que estaba haciendo. Aquel hombre se merecía que algo le saliera mal en la vida.
Durante aquellos dos días, Susanna casi había llegado a convencerse de que cuando volviera a ver a Devlin, no sentiría nada más que una fría indiferencia. Comprendió entonces que, durante aquellos dos días, había estado engañándose, porque le bastó ver a Dev para que reviviera una intensa conciencia de él, demostrándole que jamás podría escapar a lo que sentía por aquel hombre.
Sus ojos se encontraron por encima de las cabezas de los danzantes. Devlin le sostuvo la mirada durante largos segundos. El fuego brillaba en sus ojos y Susana sintió el impacto en todo su cuerpo. Fue un impacto abrasador y turbulento. Estuvo a punto de soltar un gemido. Todo lo que había pasado durante aquellos dos días de separación pareció desvanecerse como si nunca hubiera ocurrido.
De modo que ninguno de ellos podría ignorar lo que había pasado entre ellos. Ninguno tenía suficiente poder como para negarlo.
– ¿Tienes frío? -preguntó Fitz al ver que se estremecía-. Porque aquí hace un calor sofocante.
El rostro de Fitz mostraba su mal humor. En el carruaje había sugerido que se olvidaran del baile y fueran a algún lugar más emocionante, ellos solos. Susanna, consciente de que Fitz había bebido una generosa cantidad de brandy antes de que se pusieran en camino y sabiendo también cuáles eran sus intenciones, no había secundado su propuesta. Desde entonces, Fitz se había mostrado sombrío.
Una atractiva condesa salió a su encuentro intentando reclamar las atenciones de Fitz. El calor del salón era sofocante, la música y las conversaciones excesivamente altas. Susanna reprimió un suspiro. Antes de llegar a Londres, estaba convencida de que aquella ciudad era el lugar más emocionante del planeta. Y quizá lo fuera. Pero la temporada de baile solo consistía en la misma gente encontrándose en diferentes lugares y disfrutando de idénticos entretenimientos: bailar, beber y coquetear. Estaba comenzando a resultarle insoportablemente aburrido.
Dejó a Fitz coqueteando con la condesa y se acercó al salón en el que servían la cena. Cuánta comida… Le sonó el estómago, pero se obligó a servirse una cantidad moderada. La gente la observaba. Comió un cuenco de fresas, aunque se moría por un pastel de nata. Quizá más tarde…
– Qué aspecto tan encantador, lady Carew.
El baile había terminado y Dev estaba justo detrás de ella. En medio de tanta gente, Susanna no le había visto acercarse y al oírle, se sobresaltó. Devlin le susurró al oído:
– Seda de color crema. Qué inapropiadamente virginal -añadió, cuando Susanna se volvió para mirarle-. Por lo menos no habéis llevado demasiado lejos la ficción y habéis prescindido del blanco.
– Sir James -Susanna mantuvo la voz firme y consiguió ignorar sus nervios-. Me gustaría deciros que es un placer volver a veros, pero… -se encogió ligeramente de hombros-, preferiría no mentir.
– Yo no me preocuparía por eso -replicó Dev-. La mentira es vuestra especialidad, ¿no es cierto? La última vez que nos vimos pareció complaceros mi compañía -continuó, y añadió, antes de que ella pudiera responder-. O al menos, yo así lo recuerdo.
– ¡Sir James! -Susanna le cortó rápidamente.
En aquel momento no había nadie que pudiera oírlos, pero aquél no era lugar para mantener una conversación de ese tipo. Sabía que Dev solo pretendía provocarla. Y, maldita fuera, lo estaba consiguiendo.
– Me estáis obligando a mencionar nuestro último encuentro -le respondió con frialdad-. Y como caballero, considero que no deberíais recordármelo.
– Ah… -Dev parecía arrepentido.
Le tomó la mano y posó delicadamente los dedos sobre el pulso que latía en su muñeca.
– Estoy seguro de que cualquier caballero accedería a vuestros deseos, lady Carew. Pero ya sabéis que no soy tal -esbozó una sonrisa radiante, devastadora-. De modo que, lamentablemente lo único que puedo decir es que si, en algún momento deseáis someterme a vuestros deseos, me pongo por completo a vuestras órdenes.
A Susanna se le aceleró el pulso al pensar hasta dónde le habían llevado aquellos deseos. Dev lo notó. Susanna vio que se intensificaba el brillo de sus ojos.
– Susanna -Dev bajó la voz, convirtiéndola en poco más que un susurro en sus oídos-, sé que no te arrepientes de lo que ocurrió. Lo sé.
Susanna alzó la mirada para encontrarse con sus ojos y no la apartó. Esperaba encontrar desafío en su expresión. Y, sin embargo, descubrió en ella una sinceridad y una ternura que hizo que el corazón le diera un vuelco.
– Yo…
Vaciló cuando estaba a punto de confesar la verdad. Sentía la tentación de reconocer sinceramente sus sentimientos, pero, al mismo tiempo, tenía miedo. Dev estaba muy cerca de ella. Sus labios estaban a solo unos centímetros de los suyos. La fragancia de su piel impregnada en colonia de sándalo embriagaba sus sentidos. Sentía el calor de su mano sobre la suya. Su contacto, su proximidad, hicieron crecer en ella el anhelo. Se olvidó de todo: del baile, de las multitudes, incluso de su intención de atrapar a Fitz.
En aquel momento no había nada, salvo Devlin observándola con aquella desconcertante delicadeza.
Susanna bajó la mirada hacia sus dedos entrelazados.
– Susanna, contéstame -había urgencia en la voz de Dev-. Puedes confiar en mí, te lo juro -tomó aire y se acercó todavía más hacia ella-. Sé que tienes alguna clase de problemas -añadió rápidamente y en voz muy baja-. Si necesitas ayuda, dímelo. Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte.
El corazón de Susanna comenzó a latir a toda velocidad. Pensó en sus deudas, en el miedo a fallar a Rory y a Rose, en el anónimo que había recibido, en aquella complicada red de mentiras que parecía a punto de escapar a su control. Sintió la mano de Dev, cálida, tranquilizadora, recordó la intimidad que habían compartido. Y se sintió tan sola en aquel momento que estuvo a punto de echarse a llorar.
– Confía en mí -repitió Dev.
Susanna le miró a los ojos y, por una décima de segundo, vio en ellos un brillo calculador que borraba toda la sinceridad a sus palabras.
La ilusión se desvaneció.
«Puedes confiar en mí…»
La verdad era que Dev le había tendido una trampa para que se sincerara y había estado a punto de caer en ella. La había seducido, había explotado sin piedad la atracción que sentía hacia él y después había utilizado su debilidad en contra de ella. No le importaba lo más mínimo lo que pudiera ocurrirle. Por supuesto, estaba segura de que había encontrado el placer entre sus brazos. Pero era lo único que pretendía Dev, mientras que ella había sentido una cercanía emocional que la asustaba. Dev no albergaba ningún sentimiento hacia ella. Y Susanna se había vuelto tan vulnerable que había estado a punto de confesarle todos sus secretos. Se estremeció al pensar en lo cerca que había estado de contarle toda la verdad.
– ¿Confiar en ti? Antes confiaría en una serpiente.
Dev esbozó una sonrisa tan arrogante que a Susanna le entraron ganas de clavarle el delicado tacón de su zapato de baile en el pie.
– Merecía la pena intentarlo -dijo Dev.
– Eres un bastardo -le reprochó Susanna con sentimiento.
Sentía el corazón frío y herido.
Dev respondió con una carcajada.
– Puedo ser muchas cosas, pero ésa precisamente, no. Al menos por lo que yo sé -la miró de reojo-. Has estado a punto de caer. Admítelo.
– No quiero hablar contigo.
Dev se llevó su mano a los labios.
– ¿Quieres acostarte conmigo, pero no quieres hablarme?
– Tampoco quiero acostarme contigo -replicó Susanna-. Lo que pasó el otro día fue un error, Devlin. Olvídalo -esbozó una tentadora sonrisa con la que pretendía ocultar el frío dolor que crecía en su interior-. ¿O no eres capaz de hacerlo? ¿No eres capaz de olvidarme?
Se miraron a los ojos con enfado. Susanna quería alejarse de allí, pero, al mismo tiempo, algo la retenía a su lado. La pasión titilaba entre ellos como una llama ardiente, fiera e innegable.
– Por lo menos no necesitas preocuparte de olvidar a sir Edwin Carew, puesto que nunca existió. Además, puedes inventarte cuanto quieras sobre él.
Susanna se sintió palidecer. Por un instante, el suelo comenzó a moverse bajo sus pies. Dev tuvo que agarrarla para evitar que cayera.
– Parece que es cierto -comentó Dev con sombría satisfacción y los ojos fijos en su rostro-. Sir Edwin es una pura invención.
Durante un largo y aterrador segundo, la mente de Susanna se pobló de un amasijo de aprensión y dudas. Escrutó el rostro de Dev, intentando averiguar qué sabía exactamente, pero su expresión era indescifrable.
Sabía que no iba a recibir ayuda por su parte. De hecho, debía estar esperando cualquier tropiezo para aprovecharse de ella, para obligarla a revelar todos sus secretos, como había intentado hacer minutos antes. Si un método fallaba, emplearía otro. Y su única defensa sería mantenerse firme ante él y negar las evidencias.
Enderezó la espalda y le miró directamente a los ojos.
– Muy bien -dijo, restándole importancia-. Inventé a sir Edwin. Era una manera de… adornar mi pasado.
Dev la agarró del brazo y la empujó tras una columna, alejándola de las miradas de los curiosos.
– ¿Un adorno para qué? ¿Para darte respetabilidad? -preguntó con dureza-. ¿Para hacer parecer respetable a una viuda rica cuando no lo es en absoluto?
– Precisamente -respondió Susanna con frialdad.
Era mentira, otra mentira, pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para evitar que Dev se acercara a la verdad y descubriera que la habían contratado los duques de Alton. Todo su futuro dependía de preservar esa fachada. Prefería, con mucho, que Dev la creyera una aventurera sin principios.
– Ya sabes cómo son estas cosas, Devlin -continuó diciendo-. Una cazafortunas tiene que fingir tener dinero, aunque apenas tenga para mantener las apariencias.
Dev fijó la mirada en los diamantes que adornaban su cuello.
– Esos diamantes son reales. Alguien tiene que haberlos pagado.
Maravilloso. Así que la consideraba una prostituta que recorría las calles de Edimburgo en busca de clientes, o quizá una meretriz, una cortesana. Susanna se encogió mentalmente de hombros. Si quería mantener en secreto el nombre de sus pagadores, no podía negarlo.
– Sí, claro que los ha pagado alguien -contestó con cansancio. Advirtió la desilusión en la mirada de Dev-. ¿Cómo te has enterado de lo de sir Edwin? -añadió.
– Haciendo preguntas -contestó Dev vagamente. Susanna comprendió que no iba a decírselo-. Muchos dicen conocerle, pero al parecer, tienen tanta imaginación como tú.
Susanna se encogió de hombros y le miró a los ojos.
– ¿Qué piensas hacer con esa información?
– ¿Qué te gustaría que hiciera? -preguntó Dev divertido.
Maldito fuera. Susanna le lanzó mentalmente toda una ristra de maldiciones. Dev sabía que no podía permitir que le causara problemas con Fitz. No podía permitir siquiera que insinuara a sus conocidos que ella no era la viuda rica que fingía ser. Sabía que eso daría lugar a todo tipo de preguntas embarazosas. Y lo único que podía hacer para impedírselo era amenazar con destrozarle sus planes de futuro.
Susanna sonrió.
– Solo te pido que pienses en tu propia situación antes de cambiar la mía -le advirtió con dulzura.
Vio que Dev apretaba los labios.
– Chantaje. Eso no está bien, Susanna.
– En ese caso, llámalo prevención -le propuso ella-. Tú no quieres perder a tu rica heredera, ¿verdad? En ese caso…
A los labios de Dev asomó una sonrisa.
– Eres increíble -musitó-. Podría decir que casi te admiro.
– Sin embargo, tú, eres una florecilla inocente, ¿verdad?
Devlin soltó entonces una carcajada.
– Oh, Susanna -susurró-. Estoy deseando sacarte de este salón de baile y hacer el amor contigo hasta hacerte gemir de placer.
Susanna se sintió repentinamente envuelta en una oleada de tórrida sensualidad. Contuvo la respiración. Dev lo advirtió y el brillo pícaro de sus ojos se intensificó.
– Ven conmigo. Sabes que lo estás deseando. Por lo menos eso no es mentira.
El bolso de Susanna resbaló de entre sus dedos, cayó al suelo y se abrió, mostrando su contenido. Con una maldición amortiguada, Susanna se arrodilló e intentó guardarlo todo antes de que Dev pudiera verlo. Pero ya era demasiado tarde. Mientras intentaba guardar el último pastel de nata con manos temblorosas, se dio cuenta de que Dev la había visto.
– Qué demonios…
Había cambiado completamente su tono de voz. Y también la expresión de sus ojos. La miraba con absoluto desconcierto y con algo que Susanna temió pudiera ser compasión.
– Así que también robas comida. Es posible que tengas serios problemas.
– No es nada -le espetó Susanna.
– Susanna, tienes el bolso lleno de pasteles de nata.
Susanna se ruborizó intensamente.
– Tengo hambre.
– Para eso está el salón en el que sirven la cena -señaló Dev.
Susanna apretó con fuerza el bolso, que se había manchado de nata.
– Tendrás que lamer eso.
Susanna alzó la mirada. Y de pronto, se sintió a punto de llorar, como si aquel comentario de Dev hubiera sido la gota que había colmado el vaso.
– No lo comprendes -le reprochó. Y oyó que le temblaba la voz-. ¿Acaso no recuerdas lo que es no tener nunca suficiente para comer y sentir tanta hambre durante tanto tiempo que apenas puedes aguantarte en pie?
Vio que Dev fruncía el ceño.
– Sí -contestó suavemente al cabo de unos segundos con voz emocionada-. Sí lo recuerdo.
Se miraron a los ojos.
– Entonces… -comenzó a decir Susanna.
– Esto es condenadamente aburrido -se oyó decir a Fitz con evidente disgusto.
Se había cansado de coquetear con la condesa y estaba buscándola. Susanna, sobresaltada, escondió el bolso tras su espalda. Dev se enderezó y saludó a Fitz con una reverencia. Fitz profundizó su ceño al ver que estaba con Susanna.
– ¿Cómo estás, Devlin? -preguntó con una grosería que hizo pensar a Susanna en lo maleducado que era-. ¿Tu hermana no vendrá esta noche?
– Francesca vendrá con lady Grant. Si quieres reservar un baile…
– Creo que prefiero no tomarme la molestia -le interrumpió Fitz con dureza-. Malditos bailes de debutantes -se volvió hacia Susanna-. Vamos, querida, vayámonos a Vauxhall. Creo que me apetece más disfrutar de un poco de música al aire libre, un baile y un paseo nocturno -sonrió con evidente intención.
Susanna sintió la mirada de Dev sobre ella, y también la tensión que emanaba de él. Vio el semblante decidido y sonrojado de Fitz. Sabía que en el poco tiempo que llevaban allí, había bebido varias copas de champán como si fueran agua, además del brandy que ya había consumido previamente. El corazón se le cayó a los pies. Aquél era un momento crítico. Tenía que seguir la corriente a Fitz. Si le rechazaba en aquel momento, podía despedirse para siempre de la misión que le habían encargado los duques de Alton. No podía seguir frustrando eternamente las tentativas de Fitz. Por otra parte, le bastaba pensar en que la tocara para sentir repugnancia. Días atrás, la idea de compartir con él algún beso no le había parecido tan terrible. En aquel momento, se le hacía imposible. Y si Fitz pretendía tomarse más libertades… Reprimió un escalofrío. Dev continuaba observándola, esperando la respuesta con la misma expectación que Fitz. Susanna era consciente de que la reacción de Dev era mucho más importante para ella que la del segundo. El corazón le latía con fuerza contra las costillas. Quería rechazar a Fitz, odiaba la idea de someterse a él, pero aun así, sabía que no tenía otra opción. Aquello era lo que había acordado cuando los duques le habían pagado para alejar a Fitz de Francesca Devlin. Aquella noche, si era inteligente y jugaba bien sus cartas, podía sellar el trato. Pero se sentía enferma con solo pensarlo. La idea de besar a Fitz, cuando recordaba los besos de Devlin, o de sentir la mano de Fitz sobre ella, cuando en lo único en lo que podía pensar era en las caricias de Dev…
Alzó la barbilla. La verdad era que no tenía ningún motivo para rechazar a Fitz, porque su relación con Dev no tenía futuro. Después de haber hecho el amor con él, sus sentidos continuaban recordándole, eso era todo. Se había dejado cautivar por algo que solo era placer físico. Si rechazaba a Fitz en aquel momento, estaría saboteando todo aquello por lo que había trabajado. Aquél solo era un trabajo, igual a otros muchos que había realizado.
Sonrió.
– ¿Vauxhall? Me parece una estupenda elección, milord.
Fitz sonrió de buen humor y la agarró del brazo con un gesto de ostentosa posesión. Susanna se arriesgó a mirar a Dev e inmediatamente deseó no haberlo hecho. El breve instante durante el que habían compartido los recuerdos del pasado se había desvanecido. En aquel momento, lo único que vio en los ojos de Dev fue un desprecio que le hirió en el alma. Dev creía que era una prostituta, algo que no podía sorprenderle. Tampoco debería importarle la opinión de Dev, por supuesto. Era lo último que le concernía. Además, Dev no era mejor que ella.
– Disfrutad de la velada -se despidió educadamente Dev.
– Lo mismo os deseo, sir James. Y estoy segura de que encontraréis a alguien con quien divertiros.
Dev sonrió con ironía, inclinó la cabeza y se alejó. Fitz condujo a Susanna hacia la puerta, con una mano en su espalda que deslizó brevemente hacia su trasero, indicándole con aquel gesto cómo pretendía que terminara la noche. Susanna consiguió mantener la sonrisa, a pesar de que su mente corría a toda velocidad. Aquella noche, no solo iba a tener que actuar de forma muy inteligente, sino que iba a tener que ser extremadamente precavida. Por un breve e intenso momento, deseó con todo su corazón no haber ido nunca a Londres y no haber aceptado aquel trabajo. Pero ya era demasiado tarde. Estaba metida hasta el cuello en aquella turbia misión.