Capítulo 14

Susanna se había alegrado inmensamente cuando Fitz la había llevado por fin a casa, le había besado la mano con corrección y la había dejado en la puerta sin intentar persuadirla de que compartiera su cama. De hecho, pensó Susanna, era como si, una vez se había asegurado de que podría acceder tanto a ella como a su supuesta fortuna, ya hubiera perdido todo el interés. O bien, había decidido que cortejarla requería demasiado esfuerzo y estaba disfrutando todavía de su relación con la adorable señorita Kingston. La actitud de Fitz hacia ella había cambiado. La trataba con una autocomplacencia y una posesividad que sugería que cuando Susanna fuera su esposa, tendría que aceptar su autoridad y aceptar el turno que le correspondiera en su lecho. Era un reflejo de la supina arrogancia de Fitz, pensó Susanna. De modo que iba a disfrutar inmensamente al rechazarlo.

Por fin estaba segura de que sería capaz de llevar aquella farsa hasta el final. El señor Churchward se había mostrado de lo más servicial cuando le había confiado sus problemas. Había aceptado adelantarle una suma de dinero para aplazar las demandas de los prestamistas y también había prometido ayudarla a descubrir la identidad del chantajista. A cambio, ella había tenido que prometer que le confesaría a Devlin toda la verdad de aquella farsa. En eso había sido muy insistente el abogado. La sinceridad, le había dicho con los ojos resplandecientes tras sus lentes polvorientas, era la única política posible hacia su marido.

Pero, pensó Susanna, no podría hacerlo aquella noche. Aquella noche estaba demasiado cansada para pensar en ello siquiera. Había visto a Chessie en el baile, pálida y triste, y el corazón se le había roto al ver la valentía con la que se había enfrentado a cotilleos y habladurías. Le habían entrado ganas de acercarse a ella y ofrecerle su ayuda, porque su situación le recordaba mucho a la suya, una joven que en otro tiempo había estado muy enamorada y en aquel momento era desgraciada. Sabía que había arruinado el futuro de Chessie y no se lo perdonaba a sí misma. También había sido testigo del desprecio y la furia de Devlin, que le habían hecho temblar de terror.

Margery la ayudó a quitarse aquel vestido rojo fuego y fue a preparar el baño mientras Susanna caminaba por su dormitorio con extraña inquietud. Intentaba no mirar hacia el enorme y ancho lecho, porque cada vez que lo hacía, pensaba en Devlin y en aquellas horas durante las que había hecho el amor con ella de forma tan exquisita que, de alguna manera, había conseguido dejar huella en su alma, además de en su cuerpo. Con un suspiro, cruzó el vestidor y se deslizó en el baño. Permaneció allí durante largo rato, intentando desprenderse de parte de su culpa y su tristeza, además de su cansancio. Cuando por fin salió, Margery protestó diciendo que estaba tan rosa y arrugada como un bebé, pero a Susanna no le importó. Abrió una novela, Leonora, de María Edgeworth, e intentó concentrarse en la lectura y por fin consiguió encontrar consuelo entre sus páginas. Una hora después, estaba a punto de apagar la vela cuando oyó una brusca llamada a la puerta. Se oyeron voces en el vestíbulo y, en cuestión de segundos, la puerta de su dormitorio se abrió con un golpe que reverberó en toda la casa.

Allí estaba Dev, mirándola desde el marco de la puerta. Había algo en sus ojos, una combinación de furia controlada y desprecio, que hizo que a Susanna le diera un vuelco el corazón.

– Devlin, esto se está convirtiendo en una mala costumbre.

Pero Dev ignoró sus palabras. Susanna ni siquiera estaba segura de que las hubiera oído. Tras la elaborada inexpresividad de su rostro, avistó una frialdad que la heló hasta los huesos.

– Levántate, por favor -le ordenó-. Vístete. Quiero que vayamos a hablar a algún lugar en el que nadie pueda oírnos. Quiero hablar contigo.

El frío de Susanna se intensificó. Se le quedó mirando fijamente. No podía moverse, era incapaz. Dev cruzó la habitación. Susanna veía la turbulenta cólera de su mirada, y también algo más. Un calor tan fiero y abrasador que la escaldaba.

– ¡Levántate!

Devlin olvidó entonces cualquier pretensión de educación. Se cernía sobre ella y Susanna tenía la certeza de que si no hacía lo que le estaba pidiendo o, mejor dicho, lo que le estaba ordenando, la sacaría a rastras de la cama.

– Muy bien -dejó el libro a un lado. Las manos le temblaban-. Pero tendrás que esperar fuera -intentaba parecer confiada, pero apenas era capaz de emitir un hilo de voz-. No voy a vestirme delante de ti.

El fogonazo de desprecio que brilló en la mirada de Devlin pareció abrasarla.

– Oh, por favor. ¿Cómo es posible que pueda tener ninguna vergüenza una aventurera como tú? -La miró con insolencia-. ¿Has olvidado ya que he visto hasta el último milímetro de tu cuerpo?

Susanna pudo ver el estupefacto rostro de Margery asomando por la puerta. Irguió la espalda y se sentó con dignidad en la cama.

– O sales ahora mismo, Devlin, o no me moveré de aquí. Tú eliges.

Dev le dio la espalda con un suspiro de irritación y Susanna se levantó de la cama.

Las manos le temblaban de tal manera que tuvo la sensación de tardar horas en recoger su ropa, y más todavía en vestirse.

Su mente giraba a la misma velocidad que una rata encerrada en una trampa. ¿De qué quería hablar Dev? ¿Qué habría descubierto? Supo entonces que el consejo que le había dado el señor Churchward había llegado demasiado tarde, porque era obvio que Dev sabía algo, aunque no estaba segura de que fuera toda la verdad. No era capaz de imaginar qué habría averiguado. Eran tantos los secretos que guardaba… ¿Habría descubierto que no había anulado su matrimonio? Se estremeció. Esperaba que no fuera al menos lo de su hija… Rezó para que no supiera nada de ella.

– Devlin, ¿a qué viene todo esto? -continuaba pareciendo asustada y nerviosa, cuando lo que ella quería era mostrarse valiente y tranquila.

– Aquí no, todavía no -respondió con voz tensa-. A no ser que no te importe que tus sirvientes sepan a lo que te dedicas.

– No os preocupéis por mí -Margery dio un paso adelante para acudir en ayuda de Susanna-. Ya sabéis que podéis confiar en mí -se volvió hacia Dev-. Mi señora os ha pedido que esperéis fuera.

Susanna desvió la mirada del rostro desafiante de la doncella al semblante sorprendido de Devlin y estuvo a punto de abrazar a Margery. Dev se encogió de hombros, pero hizo lo que la joven le pedía.

– Dos minutos -advirtió desde el marco de la puerta.

– Es un hombre muy guapo -comentó Margery en cuanto Devlin salió-. Pero lo sabe. Y esos caballeros…-sacudió la cabeza, como si hubiera visto a un buen número de nobles obstinados comportarse a su capricho.

– Devlin es tan caballero como yo dama -replicó Susanna.

– En ese caso, hacéis una buena pareja -sugirió la doncella mientras trabajaba con destreza con los lazos y los corchetes-. Algo fácil de imaginar, puesto que pasó una noche en vuestra cama.

– ¡Margery! -Susanna estaba escandalizada-. ¡Así que lo sabías!

La doncella le dirigió una de esas miradas que no necesitaban ser acompañadas por palabra alguna. Susanna se sintió justamente reprendida.

– ¿Le amáis? -preguntó la doncella al tiempo que le tendía su capa.

Susanna vaciló y se preguntó por qué no había contestado inmediatamente esa pregunta.

– No lo sé -contestó al cabo de unos segundos.

– He visto cómo le mirabais -dijo Margery-. Y cómo os mira él a vos. Como si quisiera…

– ¡Margery! -la interrumpió Susanna-. Eso no tiene nada que ver con el amor -añadió.

– No, señora -la doncella cambió de tono de voz-. Parecéis triste -señaló.

– Estoy asustada -reconoció Susanna con franqueza-. No sé lo que sabe.

La puerta se abrió.

– Susanna, ¿voy a tener que sacarte de ahí a la fuerza?

Margery y Susanna intercambiaron una mirada. Margery irguió la cabeza con dignidad.

– Mi señora ya está preparada para acompañaros.

Dev inclinó la cabeza en una irónica reverencia.

– Gracias.

– Aseguraos de tratarla con cortesía -le advirtió Margery.

Un amago de sonrisa aclaró el ceño de Devlin.

– Jovencita, tu lealtad hacia tu señora es admirable, pero está completamente fuera de lugar.

Agarró a Susanna del brazo mientras bajaban las escaleras, no para guiarla, pensó Susanna, sino para evitar que huyera. Una precaución sensata. Si hubiera tenido un lugar al que escapar, no habría vacilado.

Dev abrió la puerta principal y Susanna salió a la calle. A pesar del calor de la noche, se estremeció y se cerró la capa con fuerza.

– ¿A qué viene todo esto, Devlin? -volvió a preguntarle.

Dev la miró durante largo rato.

– Estoy seguro de que sabías que antes o después, lo descubriría.

Aunque le hubiera ido en ello la vida, Susanna no habría sido capaz de dominar el escalofrío de aprensión que recorrió su cuerpo. Supo que Devlin lo había notado porque le vio sonreír bajo la luz de la luna. Fue una sonrisa gélida. Susanna dudaba que volviera a mirarla nunca más con calor después de haber desvelado sus secretos.

– Ya es demasiado tarde para fingir, Susanna -había desprecio en su voz.

– ¿Quién ha sido? ¿Quién me ha delatado?

– Ah, así que lo admites -preguntó satisfecho.

– Todavía no estoy segura de qué tengo que admitir -replicó Susanna secamente-. ¿Qué te han contado de mí?

– Eso ahora no importa.

Susanna pensó en los anónimos que había recibido. Pero seguramente, el informante de Devlin era otra persona. No era el hombre, o la mujer, quizá, que la había amenazado a ella. Ningún chantajista ofrecía información a cambio de nada. Eso significaba que había más de una persona en Londres que conocía su identidad. Sentía cómo iba cerrándose lentamente la trampa. No podía volverse hacia ninguna parte. No podía confiar en nadie.

– A mí me importa -replicó.

– Ha sido Owen Purchase -contestó Dev-. Te ha visto en el baile de compromiso de esta noche. Creo que te conoció en Bristol.

Susanna sonrió. No pudo evitarlo. Era toda una ironía que aquel capitán americano, un superviviente y un oportunista como ella, la hubiera delatado. Le había gustado Purchase. A todas las mujeres les gustaba. No solo por su atractivo, sino también por un encanto indefinible con el que parecía capaz de seducir a cualquier mujer. Sin embargo, con ella no lo había conseguido. Susanna se había resistido fácilmente a su atractivo. Ella le habría preferido como amigo. Era una pena que se hubiera mostrado dispuesto a traicionarla.

Dev la estaba mirando fijamente.

– Te gusta Purchase -afirmó con un deje extraño en la voz.

– Es cierto.

– Él también te admira.

– No lo suficiente como para mantener mi secreto.

Llevaban un rato caminando en la dirección que Devlin había elegido. Susanna no reconoció aquel camino. Al cabo de un rato, Dev abrió la puerta de una taberna y la invitó a entrar. Aquél no era un lugar frecuentado por los miembros de la alta sociedad. Las paredes estaban toscamente enyesadas y el suelo desnudo. El ambiente estaba cargado de vapores de cerveza y humo. Había una docena de hombres que parecían capaces de clavar una navaja en las costillas antes de hacer pregunta alguna. Aun así, era un lugar mucho más limpio y salubre que muchas de las tabernas en las que Susanna había trabajado en Edimburgo. Como tabernera, Susanna había tenido que servir en lugares que Devlin ni siquiera pisaría, por lo menos desarmado. La clase de lugares en los que no era difícil terminar apuñalado si uno cruzaba una palabra equivocada con el hombre equivocado.

– ¿Es una de tus tabernas favoritas? -preguntó con desdén, mirando alrededor del abarrotado y ruidoso establecimiento.

Dev sonrió.

– ¿Estás asustada? -se burló.

Susanna alzó la barbilla.

– Si lo que pretendes es asustarme, tendrás que esforzarte más.

Dev le sostuvo la mirada.

– Lo haré.

Susanna sabía que era cierto y sintió un escalofrío al oírle. Había una mesa en una esquina. Dev se dirigió hacia ella, le sostuvo la silla para que se sentara y le hizo un gesto al tabernero. Pidió un brandy y miró a Susanna arqueando una ceja.

– ¿Qué quieres tomar?

En aquel momento, ninguna de las bebidas que se consideraban femeninas le pareció suficientemente fuerte.

– Yo también tomaré un brandy, gracias.

– ¿Lo necesitas para darte valor?

– Digamos que en este momento me apetece olvidar.

Dev se echó a reír. Susanna notó su mirada sobre ella y tuvo la sensación de que continuaba existiendo aquella extraña conexión entre ellos, desafiando su enemistad, desafiándolo todo. Habían llegado a estar tan unidos que nada parecía capaz de romper aquella atadura. Pero de pronto, la expresión de Devlin se tornó fría y Susanna supo que la afinidad que había sentido era solamente una ilusión.

– Háblame de John Denham -le ordenó Dev.

Llegó el brandy. Dev sirvió una generosa cantidad a Susanna.

– Denham -repitió-. ¿Tengo que recordarte quién es? -su tono era sarcástico-. Tu último prometido, antes de Fitz, por supuesto -acercó su vaso al suyo, con un gesto burlón-. Tienes toda una colección, Susanna.

– No los colecciono -respondió Susanna.

Bebió un sorbo de brandy. Era sorprendentemente bueno para tratarse de una taberna tan infame.

– No. Y eso es lo más interesante. Al final, resulta que no eres una cazafortunas. Me tenías completamente engañado -apoyó los codos en la mesa y la miró-. La Susanna Burney que yo conocía jamás se habría mostrado dispuesta a destrozar el corazón de un joven a cambio de dinero. Jamás habría arruinado las esperanzas del amor de su infancia simplemente porque le pagaban para que lo hicieran -bajó la mirada hacia el brandy y la miró después a los ojos. A Susanna se le aceleró el corazón-. ¿Qué te pasó Susanna? ¿Qué te hizo convertirte en lo que eres ahora?

Susanna estuvo a punto de confesarlo.

«Perdí a tu hija Devlin. Estaba sola, enferma, vivía en un hospicio. Habría hecho cualquier cosa para sobrevivir». Pensó en el cuerpo diminuto de su hija envuelto en un chal, enterrado en una mísera tumba. Un dolor oscuro y atroz la desgarró por dentro. Agarró el vaso de brandy con mano temblorosa y bebió un sorbo.

– ¿Susanna?

Dev la miró con los ojos entrecerrados. Era demasiado rápido, demasiado perspicaz, pensó Susanna. Tendría que tener cuidado. Y tenía que protegerse, porque hablar de la muerte de Maura la destrozaría.

Se encogió de hombros y volvió el rostro para evitar la luz de la vela, que de pronto le parecía demasiado brillante.

– No me pasó nada -respondió con aparente ligereza-. Descubrí que soy buena para un negocio que me resulta rentable, eso es todo.

Vio que Dev torcía el gesto y la miraba con antipatía, con desaprobación, con desdén. Pero ella estaba acostumbrada a aquellos sentimientos. Los había visto en los rostros de los hombres a los que había abandonado. Y en los de las personas que le pagaban por mentir.

– John Denham encontrará otra mujer con la que casarse -se defendió-. A los veinte años, todo el mundo tiende a pensar que le han destrozado la vida, pero eso no es cierto.

Intentó, y casi lo consiguió, evitar cualquier deje de amargura en su voz. La vida continuaba después del fracaso, ella lo sabía por experiencia propia. Y uno debía aprender a renacer de las cenizas.

– Quizá -respondió Dev. Hizo una mueca-. Pero en realidad, ésa no es la cuestión, ¿verdad, Susanna? La cuestión es que hace falta ser muy cruel para jugar con los sentimientos de alguien como Denham.

– No creo que se me pueda culpar a mí de la veleidad de Denham -le espetó Susanna con vehemencia-. Si de verdad hubiera estado enamorado del amor de su infancia, no habría habido nada en el mundo capaz de separarlos. Lo único que hice yo fue demostrarles que Denham era un joven en el que no se podía confiar. No creo que fuera un buen partido.

– ¿De la misma forma que le has demostrado a Chessie que Fitz no merece la pena apartándolo de su lado y destruyendo sus esperanzas de futuro? -preguntó Dev, en tono suave, pero letal-. ¿De verdad crees que le has hecho un favor?

La corriente que llegaba desde la ventana hizo temblar la vela. Susanna alzó la mirada y vio su reflejo en los ojos de Dev. Y vio también su odio por lo que le había hecho a su hermana. Su rostro estaba tenso por el desprecio.

– No -admitió Susanna-. No voy a decir que le he hecho un favor a la señorita Devlin. Eso sería concederme demasiados méritos.

Vio que los hombros de Dev perdían parte de la tensión.

– Me alegro de que lo veas de ese modo. A lo mejor todavía te quedan escrúpulos.

– Pero Fitz no es suficientemente bueno para ella -continuó diciendo Susanna-. No es un buen partido para ninguna mujer. Es un hombre mimado y arrogante que solo piensa en complacerse a sí mismo.

– Estoy de acuerdo contigo, pero eso no justifica lo que has hecho.

– ¡Ya lo sé! -estalló Susanna-. ¿De verdad crees que no lo sé? -pensó en Chessie, pálida y con el corazón roto-. Le he hecho mucho daño -continuó con voz más queda-, y me avergüenzo de ello.

Dev sacudió la cabeza como si no la hubiera oído. Era obvio que no la creía.

– Habría sido capaz de soportar ver a mi hermana casarse con un hombre indigno de ella, por mucho que me doliera, porque lo único que quiero es que sea feliz -alzó la mirada y a Susanna se le hundió el corazón al ver su expresión-. No sé si puedo perdonarte lo que le has hecho, Susanna.

– Añádelo a mi lista de agravios -replicó Susanna con amargura-. Ahora, si eso es todo lo que tenías que decirme.

Devlin la agarró por la muñeca y la obligó a sentarse de nuevo en aquella destartalada silla, que chirrió como si estuviera protestando.

– Ni siquiera he empezado todavía -le advirtió con falsa amabilidad-. Quiero saberlo todo. No creo que Denham sea tu primera víctima. ¿En qué otros lugares has estado trabajando, Susanna?

– ¿Por qué tengo que decírtelo?

– ¿Por qué no vas a decírmelo? Ya sé la mitad de la historia. Considéralo como una especie de confesión.

No, no sabía la mitad de la historia. No sabía nada. Pero Susanna se sintió peligrosamente tentada a confesar la verdad. Nadie conocía la verdadera historia de Susanna Burney y la estela de corazones rotos que había dejado a lo largo y ancho de Gran Bretaña. Casi sería un alivio poder contárselo a alguien.

Se inclinó hacia delante. El bullicio de las conversaciones retumbaba en sus oídos.

– Primero trabajé en Edimburgo. Después en Manchester, en Leeds, en Birmingham…

Dev se echó a reír.

– Tienes suerte de que todavía te queden ciudades sin explotar.

– Esta será la última vez.

– Por supuesto -respondió Dev con incredulidad-. ¿No es eso lo que dicen todos los delincuentes?

– No he hecho nada ilegal.

– No, solo algo profundamente inmoral.

– Bonitas palabras, viniendo de un cazafortunas, un pirata y un ladrón.

Hubo una ligera vacilación.

– ¿Por qué dices que soy un ladrón? -preguntó Dev con falsa delicadeza.

– Me temo que no has conseguido tu fama y tu fortuna de la manera más honrada.

– Creo que eso ya está cubierto con la acusación de piratería -se defendió Dev. Alargó la mano y acarició la muñeca de Susanna-. Muy bien. Admito que ninguno de nosotros es un santo, Susanna -sonrió y el corazón traicionero de Susanna dio un vuelco-. Háblame de Edimburgo, y de Birmingham, y de Leeds -le pidió.

Susanna vaciló. Era agudamente consciente de la caricia insistente y ligera de su mano en la muñeca.

– No tienes nada que perder -añadió Dev-. Decidas lo que decidas, iré a ver a Fitz para contarle que sus queridos padres te pagaron para engañarle.

– ¿Para vengar a Chessie, o para vengarte tú?

Dev sonrió con expresión astuta.

– Para vengarnos a ambos, quizá.

La soltó, tomó la botella y llenó de nuevo los vasos.

– Cuando acepté este encargo -comenzó a decir Susanna lentamente, con la mirada fija en el líquido ambarino-, no sabía que Chessie era tu hermana. Los duques no mencionaron su nombre.

– No me sorprende. La consideraban inferior a ellos, era un problema del que necesitaban deshacerse -la miró-. Siempre pagan a otros para que hagan el trabajo sucio, ya sea limpiar una chimenea o seducir a su hijo. Para ellos, todo es igual -dejó el vaso sobre la mesa-. ¿Cómo empezó todo?

Por un instante, Susanna se quedó mirando fijamente el brandy. Todo había comenzado por desesperación, y por la necesidad de mantener unida a su familia.

– Empecé en esto de forma accidental.

– ¿De modo que no fue una elección consciente lo de dedicarte a romper corazones? -preguntó con cinismo-. ¿Y esperas que eso te redima de alguna manera?

– Has sido tú el que ha preguntado, Devlin -le espetó Susanna enfadada-. Pensaba que estábamos de acuerdo en que tú no eres quién para juzgarme moralmente.

Devlin sonrió con pesar.

Touché.

– Estaba trabajando en una tienda de ropa en Edimburgo -le explicó Susanna y le miró con expresión desafiante-. Ya te dije que había tenido que ponerme a trabajar al no conseguir un marido noble y rico.

– Yo pensaba… -comenzó a decir Dev, pero se interrumpió.

– Tú pensabas que trabajaba como prostituta -terminó Susanna por él-. Bueno, supongo que esto no te parecerá muy distinto -se encogió de hombros-. Era cierto que pasaban caballeros por la tienda, muchos, y que algunas de las chicas… -se sonrojó ante la atenta mirada de Dev.

Muchas de las chicas completaban sus ingresos con tareas de otra clase, pero ella jamás lo había hecho. A veces, mientras buscaba hambrienta y agotada comida para sus mellizos, se había preguntado si merecía la pena tanto orgullo. Pero nunca había querido venderse a tan bajo precio.

– Puedo imaginármelo -dijo Dev secamente.

– Hubo un joven que fue más insistente. Quería convertirme en su meretriz, pero yo no estaba de acuerdo.

Alzó la barbilla. Sabía que no podía cambiar la opinión que Dev tenía de ella, pero no iba a dejar de contestar a sus insinuaciones.

– No quería ser una prostituta, y nunca lo he sido.

Dev permaneció en silencio. Susanna esperó. Quería que Dev le dijera que la creía, y sabía que aquello le importaba mucho más de lo que debería. Pero sabía también que no iba a conseguir la aprobación que ansiaba. Al ver que Dev continuaba en silencio, continuó su relato.

– Pocos días después, llegó un caballero a la tienda preguntando por mí. Resultó ser el padre de mi admirador. Iba vestido de forma muy elegante, era obvio que era un hombre rico e influyente en Edimburgo. Estaba de un humor excelente. Dejó una bolsa de guineas en el mostrador y me dijo que eran mías.

Tomó aire mientras recordaba todo aquello. Entonces le había parecido un milagro. Aquellas guineas la habían salvado de otra noche sin comida.

– Su hijo estaba comprometido con una joven a la que había conocido antes de que su padre hiciera fortuna. La familia había ascendido socialmente y quería que su hijo se casara con alguien de su posición, pero el compromiso se mantenía en pie. Cuando su hijo me conoció -se interrumpió un instante-, perdió ligeramente la cabeza. Al parecer, se dedicó a proclamar por toda la ciudad que me convertiría en su meretriz. Por lo que tengo entendido, aquello llegó a oídos de su prometida, que rompió el compromiso, dejando al joven libre para hacer un buen matrimonio, tal y como su padre quería.

– Aceptaste el dinero.

– Por supuesto -contestó Susanna.

Pensó en el festín del que habían disfrutado aquella noche. Pensó en el rostro feliz de Rose a la luz de las velas. En Rory devorando el pan como si fuera un lobo hambriento. Se habían comprado zapatos, abrigos…

– No sabía lo que iba a pasar a continuación, pero al cabo de unas semanas, se puso en contacto conmigo un caballero. Era socio de negocios del primero y estaba al tanto de la historia. Él se encontraba en una situación similar. Había hecho dinero y tenía ambiciones sociales. Su hija estaba comprometida con un pobre pretendiente y estaba decidida a casarse con él. Me pidió que… distrajera a su prometido. Que le apartara de la chica. Y así lo hice.

– Eso fue en Manchester.

– Sí, hay muchos nuevos ricos y muchas familias ambiciosas entre los industriales del norte.

– ¿Y Leeds? -quiso saber Dev.

– Otro joven que amaba a la mujer que no le convenía. Sus padres me estaban muy agradecidos.

– Y, sin duda alguna, mostraron su agradecimiento económicamente.

– Por supuesto.

– ¿Birmingham?

– Oh…

A Susanna se le quebró ligeramente la voz. En Birmingham no había disfrutado. Normalmente, se consolaba diciéndose que los hombres a los que tentaba eran terriblemente caprichosos e inestables en sus afectos. Sus prometidas estaban mucho mejor sin ellos. No era una excusa, pero le había servido para aliviar el sentimiento de culpa que le provocaba el ganar dinero a cambio de romper corazones. Sin embargo, Birmingham… En Birmingham todo había sido diferente.

– Fue más difícil. La hija de un hombre importante se había comprometido con un joven caballero de buena familia, el señor Jackson. Sus padres deberían haberse dado por satisfechos con aquel compromiso, pero entonces, fue lord Downing a visitarlos y decidieron que un caballero no era suficientemente bueno para su hija. Querían conseguirle un título.

– ¿Y no podían haberse limitado a romper el compromiso? Las damas tienen ese privilegio, que a los hombres no les es concedido.

Susanna negó con la cabeza.

– La señorita Price era una joven muy leal. Al igual que la dama de Manchester, una vez entregado su afecto, no vacilaba. Se negaba a romper el compromiso, así que sus padres vinieron a verme para pedir ayuda.

– ¿Y qué tipo de ayuda les proporcionaste? -preguntó Dev con dureza.

– Yo… -Susanna vaciló un instante-. Llevé al señor Jackson por mal camino.

Vio que Dev torcía el gesto.

– Dios mío. ¿Le hiciste pasar por tu cama?

A Susanna le latía con fuerza el corazón.

– Por lo menos, eso tenía que parecer.

Se odiaba por haber hecho una cosa así. Para convencer a la señorita Price de que el objeto de sus afectos no merecía la pena, había seducido a Jackson hasta hacerle ocupar su lecho y había organizado todo de manera que les sorprendieran en el acto. Había sido fácil. Aquel hombre era un libertino y estaba deseando acostarse con ella. Lo único que le había resultado difícil había sido retenerle sin hacer nada durante el tiempo suficiente como para que la señorita Price y sus padres los sorprendieran. En aquella ocasión, a duras penas había podido proteger su virtud, en el caso de que se pudiera considerar que conservaba virtud alguna después de tan notable carrera.

– Supongo que rompiste el corazón de aquella joven.

– Así es.

A Susanna se le hizo un nudo en la garganta. Había sido terrible. La señorita Price no había llorado, ni gritado. De sus labios no había salido una sola palabra de reproche. Había palidecido de forma notable y parecía tan afligida que Susanna se había sentido enferma de pena.

– Pero era un libertino. No se merecía una mujer como ella.

– Lo cual hace perfectamente aceptable el que le rompieras a esa pobre el corazón -repuso Dev con sarcasmo-. Supongo que en esa ocasión tus honorarios fueron superiores, por el trabajo extra de haberlo llevado a tu cama.

Susanna tensó los labios.

– Ya te he dicho que nunca he sido una prostituta.

– No, por supuesto que no -respondió Dev con desprecio-. Has estado a punto, Susanna, pero no has llegado a caer. Te felicito por tu fortaleza moral.

Susanna no tenía respuesta para eso.

– Y después llegaste a Bristol y te encargaste de John Denham.

Susanna se encogió de hombros.

– Hubo otros. En una ocasión, fracasé.

Dev se echó a reír.

– ¿Hubo alguien que se te resistió? ¡Qué interesante!

– No soy irresistible -dijo Susanna-. No más que tú. Simplemente, preparo bien el terreno. Hablo con padres y tutores, lo aprendo todo de mis objetivos, conozco sus gustos y planeo el acercamiento.

– Estoy seguro de que eres toda una profesional. ¿Por qué fracasaste, entonces?

– Porque se trataba de un caballero inquebrantable y leal en sus afectos. Nada ni nadie podía separarle de la mujer que amaba. Así que -se encogió de hombros-, fracasé.

– Qué gratificante haber sido capaz de demostrar su valor -exclamó Dev con un deje de sarcasmo-. Deberías felicitarle por haber demostrado al mundo que era un joven fiel -cambió de tono de voz-. Y siguió tu ascenso. Después de Dehnam, has conseguido llegar al mundo de la aristocracia. El último desafío ha sido Fitzwilliam Alton, el hijo de un duque.

– Sí -contestó Susanna.

– Sus padres sabían que estaba a punto de proponerle matrimonio a Chessie, así que te pagaron para que le distrajeras.

– Sí -no tenía sentido negarlo-. Sospechaban que Fitz quería comprometerse con tu hermana y estaban ansiosos por evitarlo.

Vio que Dev apretaba de tal manera los puños que sus nudillos palidecieron.

– Porque era pobre y no tenía relaciones influyentes.

– Supongo que sí -confirmó Susanna avergonzada.

– Y ahora has arruinado las esperanzas de futuro de Chessie -explícito Dev con ardiente enfado-. ¿Qué piensas hacer a continuación? ¿Ascender hasta la familia real? En ese campo hay muchas relaciones poco convenientes en las que podrías interponerte. Incluso podrías conseguir un duque real. Seguro que también ellos se dejan fascinar por una cara bonita.

– Muy gracioso -replicó Susanna. Jugueteó nerviosa con el vaso antes de mirarle a los ojos-. Supongo que tu plan es poner un brusco fin a mi carrera, ¿no es cierto, Devlin?

Dev no contestó inmediatamente y, por un instante, Susanna albergó la estúpida esperanza de que no quisiera traicionarla.

Pero podía ver su expresión. En ella se reflejaban la determinación y una suerte de extraño arrepentimiento, como si, a pesar de todo, le doliera el daño que iba a infligirle. El pánico ascendió por su garganta, atragantándola. Había rozado el éxito, estaba a punto de completar su trabajo, reclamar sus honorarios, pagar con ellos a los prestamistas y emplear el resto en compartir su vida con Rory y con Rose.

Si Dev la denunciaba en aquel momento, estaría perdida. Sintió un intenso dolor en el pecho y la presión de sus temores más oscuros. Recordó el hospicio, el hedor de la muerte, la pérdida de su hija…

– Sí -contestó Dev con voz muy queda-. Desenmascararé a la farsante que eres, Susanna. Es posible que hayas arruinado el futuro de Chessie, pero por lo menos podré evitar que hagas añicos los sueños de nadie más.

Así que aquél era el momento. Susanna sabía que tenía que detenerle, pero tenía muy pocas cartas con las que jugar.

– No puedes desenmascararme -percibía la angustia en su propia voz-. Estuvimos de acuerdo desde el primer momento, ¿recuerdas? Yo conozco tus secretos y tú conoces los míos. Si lo cuentas… -enmudeció y Dev sacudió ligeramente la cabeza.

– Mutuo chantaje -musitó torciendo los labios-. No es muy agradable, ¿verdad? Pues bien, yo ya he tenido más que suficiente, Susanna. Esto tiene que terminar.

A Susanna se le cayó el corazón a los pies. Le miró con expresión incrédula.

– Pero lady Emma… -comenzó a decir.

Vio que Dev sonreía.

– Llevo tres días intentando ver a Emma para comunicarle que regreso a la Marina. Le he escrito una carta -la miró a los ojos-. En ella le hablo de nosotros, Susanna. Le digo que le he sido infiel. Espero que ahora rompa nuestro compromiso. Así que… -profundizó su sonrisa-, me temo que ya no te queda nada con lo que chantajearme.

Susanna sentía que todo se derrumbaba a su alrededor. El miedo le atenazaba la garganta.

– No lo comprendo. Tienes deudas muy cuantiosas… Y tienes que pensar en tu hermana.

Dev la miró con profundo desprecio.

– Mi hermana jamás te ha importado, así que no finjas ahora lo contrario.

Susanna se le quedó mirando fijamente. Había algo en su serenidad, en su queda determinación, que le indicaba que no tenía sentido discutir. Dev había tomado una decisión y no vacilaría. Siempre había tenido un corazón de hierro, pensó. No siempre se adivinaba, tras su aparente despreocupación y su encanto, pero allí estaba. Le había subestimado y en ese momento, ya no tenía nada con lo que defenderse. Dev iría a ver a Fitz, le contaría la verdad, ella se quedaría sin dinero y no podría mantener a Rose y a Rory. Comenzaría entonces un nuevo ciclo de deudas y desesperación. Estaba tan asustada que apenas era capaz de respirar.

– Joanna y Alex se harán cargo de Chessie -le explicó Dev-. Alex no es un hombre rico, pero siempre ha hecho todo lo que ha podido por nosotros. Cuidará a Chessie cuando yo no pueda hacerlo -por un instante, Susanna advirtió el odio hacia sí mismo en su tono y supo que Dev sentía que había fracasado-. Mientras tanto, haré todo lo posible para recuperar mi honor.

Aquellas palabras tenían la cualidad de una declaración definitiva y Susanna supo que estaba hablando muy en serio. Enmudecida por el terror, le miró en silencio. Dev le sostuvo con firmeza la mirada y ella supo entonces que había perdido.

– Devlin -oía la desesperación en su propia voz-, por favor…

Dev alzó su vaso.

– ¿Vas a suplicarme que no te descubra? -le preguntó-. Sería muy divertido, pero voy a ahorrarte la humillación diciéndote que no te serviría para nada. Llevo demasiado tiempo actuando por conveniencia. Empezaba a correr el peligro de perder mis principios.

Susanna cerró los ojos, pensando en los mellizos y en su desesperada lucha por la supervivencia. Dev no tenía la menor idea de lo que era estar sola y en la indigencia, pensó. Había tenido una infancia dura, pero la había superado. Era un hombre y los hombres siempre tenían más oportunidades que las mujeres. Se consideraba pobre porque solo tenía el título de sir y un castillo en ruinas. Pero no tenía la menor idea de lo que era vivir hacinado con más de veinte personas en una casa de vecinos, sin ropa, sin lecho, sin ninguna privacidad y sin tener dinero siquiera para pagar el entierro de un bebé. La condenaba por las decisiones que había tomado a lo largo de su vida y estaba a punto de condenarla de nuevo a la pobreza, todo para salvar su honor y sus principios. Se sentía enferma, asustada y sola.

– Puesto que es obvio que estás desesperadamente necesitada de dinero -dijo Dev de pronto-, podrías intentar comprar mi silencio con tu cuerpo.

Susanna contuvo la respiración cuando Dev comenzó a recorrerla con la mirada, deteniéndose en la línea de su boca y descendiendo con explícita lentitud hasta la curva de los senos que se adivinaban bajo la muselina del vestido. La miró de nuevo a los ojos. Susanna distinguió algo tan carnal en ellos que fue incapaz de contener un gemido. Devlin lo oyó y sonrió.

– Yo pensaba -se obligó a decir Susanna-, que ahora estabas hablando de principios.

¿Sería capaz de hacerlo?, se preguntó. La esperanza y el miedo batallaban en su interior. Temblaba solo de pensarlo. Era una locura, pero aun así, sentía arder un reconfortante calor bajo su piel, un calor que anidaba también en la boca de su estómago, diciéndole que lo deseaba. Deseaba a Devlin. Le deseaba desvergonzadamente, sin reservas, y si de esa forma podía comprar un futuro que tan desesperadamente necesitaba, no habría nada de inmoral en ello. Sin embargo, estaba temblando ante aquel pensamiento.

Dev la agarró por la barbilla y le hizo volver el rostro hacia la llama. Susanna se sintió entonces desnuda.

– Al parecer, en lo que a ti concierne, mis principios son muy flexibles -musitó-. Me gustaría que no lo fueran y, sin embargo… -se interrumpió-. Una parte de mí no puede lamentarlo, porque te deseo.

La besó. Sabía a brandy, a calor, a Devlin, un sabor que estaba comenzando a convertirse en algo tan excitante y familiar para Susanna que era como una droga. Su lengua jugueteaba con la suya, hundiéndose en las profundidades de su boca, buscando y exigiendo una respuesta. Las luces se mecieron, la habitación se inclinó y Susanna cerró los ojos para abandonarse a aquella embriagadora sensación.

– ¿Y bien?

Dev se separó de ella y la miró con unos ojos brillantes e intensamente azules.

– Sí -susurró-, lo haré.

Dev se quedó paralizado. Por un instante, Susanna se preguntó si le habría sorprendido, si, en realidad, no tendría una mejor opinión de ella de la que imaginaba y pensaba que se negaría a ofrecer su cuerpo a cambio de su silencio. Era amarga la idea de que la supiera sobornable tras aquella aceptación, pero no podía hacer otra cosa. Una noche con Devlin bastaría para que guardara sus secretos y para mantener a salvo su futuro…

– Pensaba que habías dicho que creías en la fidelidad -le recordó Dev con una sonrisa irónica-. ¿Acaso crees más en el dinero?

No era cierto, pero Susanna asintió en silencio. No confiaba en ser capaz de emitir una sola palabra.

– Lo harás porque los Alton van a pagarte mucho dinero -repitió Dev-, y no quieres perderlo -se levantó bruscamente y echó la silla hacia atrás-. En ese caso, ven conmigo.

Al principio, Susanna no le entendió, pero no tardó en comprender la verdad. Quería poseerla en ese instante, en una de las habitaciones del piso superior de la taberna. Sintió una vergüenza inmensa. Devlin continuaba tendiéndole la mano. Había enfado y diversión en su mirada. Al cabo de un instante, preguntó con voz burlona:

– ¿Has cambiado de opinión, Susanna? ¿El precio te parece demasiado alto?

Susanna se levantó y posó la mano en la de Devlin. Las piernas le temblaban de tal manera que pensó que iba a caerse. Se odiaba a sí misma. A veces, pensaba que no podía soportar a la persona en la que se había convertido, capaz de comprometer su moralidad y sus principios porque la vida le había enseñado la amarga verdad de que para sobrevivir había que mentir, robar e incluso venderse. Pero le había fallado a su propia hija. Aquella tristeza nunca la abandonaría. Y no podía fallar a Rory y a Rose, a los que había jurado proteger.

De modo que se obligó a decir, a pesar del miedo que le oprimía el pecho:

– No. No he cambiado de opinión.

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