Capítulo 4

El coche de alquiler dejó a la señorita Francesca Devlin delante de una casa de habitaciones en Hemming Row. Permanecía sobre los adoquines sintiéndose ligeramente embriagada con una mezcla de culpa, miedo y emoción que hacía que le diera vueltas la cabeza. Aquélla era una parte de la ciudad que había visitado por primera vez dos semanas atrás. Era un alojamiento poco elegante en el que no conocía a nadie y nadie la conocía. Ese, le habían dicho, era el atractivo de aquel lugar. Su reputación estaba a salvo. Nadie sabría nunca lo que había hecho.

Después de la primera visita, se había prometido que lo haría solo una vez, que no volvería a ocurrir. Su vida diaria había continuado transcurriendo como siempre. Nada había cambiado. Pero todo era distinto.

La segunda cita había llegado esa misma noche, en el baile de los duques de Alton. Chessie se había guardado la nota en el bolso, escondida bajo un pañuelo bordado, y había pasado el resto de la noche en una agónica impaciencia mezclada con la anticipación. Desde el instante en el que había desdoblado la nota, sabía que iría. Al igual que su hermano, había heredado la atracción por el riesgo y la necesidad de jugar, y aquél era el juego más importante de su vida. Si ganaba, podría conseguir todo lo que siempre había deseado. Si perdía… Pero no, no podía pensar en perder. Aquella noche, no.

Chessie llevaba el juego en la sangre. Su infancia había estado presidida por la pobreza, los muebles empeñados para saldar deudas y la falta de comida en la mesa. Las épocas de escasez se alternaban con raras ocasiones en las que eran tan ricos que Chessie apenas podía creérselo. En una ocasión, su padre había ganado tanto dinero que habían paseado por Dublín en un carruaje dorado tirado por dos caballos blancos que parecía salido de un cuento de hadas.

Aquel día, había comido tanto que había estado a punto de estallar. Había pasado la noche entre sábanas de seda, pero al día siguiente, al despertar, el carruaje y los caballos habían desaparecido y su madre lloraba. Una semana después, también se habían llevado las sábanas y volvían a dormir arropados por toscas mantas. Y a los seis años, había perdido a su padre.

Aun así, siempre había tenido a Devlin, cuatro años mayor que ella, a su lado. Duro, protector, demasiado adulto para su edad y decidido a defenderlas a ella y a su madre contra viento y marea. Chessie sabía que Devlin había trabajado para ellas, que probablemente había pedido y robado para mantenerlas. Había sido Dev el que, tras la muerte de su madre, había ido a visitar a su primo, Alex Grant, y le había hecho responsabilizarse de ellos. Aquellas duras experiencias les habían unido todo lo que dos hermanos podían llegar a estarlo. Nunca había habido secretos entre ellos… hasta aquel momento.

Chessie se detuvo en los escalones de la puerta y estuvo a punto de salir corriendo hacia la casa de Bedford Street, donde Alex y Joanna la creerían a salvo en la cama, de vuelta en el mundo que tan bien conocía. Pero ya era demasiado tarde. Había dado pasos que dejaban tras ella aquel mundo. Había hecho cosas con las que dos semanas atrás ni siquiera se atrevía a soñar: salir por la noche sin carabina, trasladarse en un carruaje de alquiler… Cosas que otras personas hacían continuamente, pero que le estaban vetadas a una joven de reputación intachable. Sofocó una risa. Las jóvenes de reputación intachable no participaban en juegos de azar junto a un caballero. Y tampoco pagaban con sus cuerpos cuando perdían.

La puerta se abrió en silencio, respondiendo a su llamada, y su anfitrión la condujo a una habitación iluminada por las velas en la que había dispuesto ya la mesa de juego y le estaban esperando las cartas. Chessie pensó en la posibilidad de ganar y sintió una oleada de excitación que encendió su sangre. Pensó después en la posibilidad de perder y se estremeció con una clase de excitación muy diferente. Pero él ya la estaba besando con una pasión que avivaba su deseo y sofocaba sus miedos. Aquello no podía estar mal porque le parecía maravilloso. En realidad, el juego no estaba en las cartas, sino en el amor, y sabía que el amor lo conquistaba todo. Su amante la soltó y sonrió.


– Este no es lugar para una dama.

Susanna se sobresaltó de tal manera que estuvo a punto de golpearse la cabeza con la barandilla del establo. Estaba de rodillas sobre la paja, examinando el caballo que Fitz había elegido por ella en la última venta de Tattersall. Incluso a distancia, había sabido que era una pobre elección. Parecía bonito, con aquel pelaje castaño y los ojos brillantes, pero el pecho era ligeramente estrecho y las patas un poco cortas. Naturalmente, no le había dicho a Fitz ninguna de aquellas cosas. Le había felicitado por su buen criterio y le había observado congratularse por ello.

Solo un segundo antes, Susanna también estaba felicitándose a sí misma por la progresión de sus planes. Solo había tardado cuatro días en ganarse las atenciones de Fitz.

Había progresado hasta tal punto que en aquel momento estaría dispuesto a comprarle un caballo, y no solo a recomendarle una compra. Ya había intentado regalarle unas esmeraldas, pero Susanna sabía exactamente lo que habría esperado a cambio y las había rechazado educadamente, pero con determinación. Estaba representando el papel de viuda virtuosa a la perfección. Definitivamente, convertirse en la meretriz de Fitz no formaba parte del plan.

Trataba a Fitz como a un amigo, le pedía su opinión, solicitaba su consejo y alababa su buen juicio. Fitz la había ayudado a comprar un carruaje y después un caballo. Para ello, Susanna estaba utilizando el dinero de sus padres, pero, por supuesto, él no lo sabía. Susanna era consciente de lo mucho que el papel de confidente le confundía. No estaba acostumbrado a considerar a las mujeres hermosas como posibles receptoras de su amistad, a menos que hubieran ocupado antes su lecho. Estaba perplejo, apabullado e intrigado, que era exactamente como Susanna quería que estuviera. Sus padres estaban encantados al ver que su hijo había dejado de hacerle la corte a Francesca Devlin y eso azuzaba su generosidad. El plan rodaba perfectamente, pero debería haber imaginado que Devlin reaparecería para poner obstáculos en el camino.

Susanna se apoyó sobre los talones. En su línea de visión aparecieron un par de botas perfectamente lustradas. Sobre ellas, dos musculosos muslos enfundadas en unos pantalones de montar… y ya no se atrevió a seguir elevando la mirada. Era humillante estar arrodillada sobre la paja de un establo, a los pies de James Devlin.

– Al señor Tattersall le gusta recibir a damas en sus subastas -contestó Susanna, alzando la mirada para fijarla en sus ojos, a pesar de que el cuello le dolía por el esfuerzo.

– Le gusta recibir a damas cuyo pedigrí es mejor que el de esos caballos -replicó Dev-. Lo cual, os descarta a vos, lady Carew -se burló.

No hizo ningún ademán de ayudarla a levantarse. Susanna era agudamente consciente del incómodo picor de la paja a través del terciopelo de la falda del vestido de montar, y del penetrante olor a caballo que la rodeaba. El colmo de la mala suerte habría sido que su caballo eligiera aquel preciso momento para aliviarse.

Por un momento, pensó que iba a tener que incorporarse ella sola, sonrojada, humillada y cubierta de heno, pero Dev se inclinó, la agarró del brazo y tiró de ella con más fuerza que delicadeza. Aquella maniobra la retuvo en sus brazos durante un instante fugaz y el olor a jabón de cedro y aire fresco en su piel se impuso al olor de los caballos. Los sentidos de Susanna parecieron rebelarse contra ella. Podía sentir la dureza de los músculos del brazo de Dev bajo la suavidad de su ropa. Era un hombre en óptimas condiciones físicas. Evidentemente, estar al servicio de lady Emma debía de ser físicamente más agotador de lo que había imaginado.

Susanna experimentó la más extraña de las sensaciones. Fue como si de pronto, las capas de ropa que los separaban se hubieran derretido y estuviera acariciando la piel desnuda de Dev, cálida y sedosa bajo sus dedos. Nunca había sido tan consciente de un hombre. Sus defensas comenzaban a tambalearse por aquella simple proximidad. Con las mejillas sonrojadas, se liberó precipitadamente del contacto de Dev y le vio esbozar aquella sonrisa traviesa y burlona que ella tan bien recordaba.

– ¿Tenéis calor, lady Carew?

– Digamos que como resultado de tu falta de cortesía -le espetó Susanna sin seguirle el juego.

Devlin arqueó una ceja.

– En otra época, no te importaba tanto que te abrazara -se enderezó y hundió las manos en los bolsillos de la casaca-. Pero, por supuesto, olvidaba que aquello era con intenciones pedagógicas, ¿no es cierto? -preguntó con ironía-. Ese caballo tiene el pecho demasiado estrecho, y las piernas cortas -añadió tras examinar a la bestia.

– Lo sé -respondió Susanna de mal humor.

Se sacudió el polvo de las manos enguantas y comenzó a quitar las briznas de paja que habían quedado pegadas a su vestido.

– ¿Ahora se supone que eres experto en caballos?

– No -la admisión de Devlin la sorprendió-. No todos los irlandeses crecen entre caballos -su expresión se tornó sombría-. Yo crecí en las calles de Dublín. Los únicos caballos que había allí eran tristes criaturas dedicadas a tirar de los carruajes de los ricos.

Se miraron a los ojos y Susanna contuvo la respiración. El corazón le dio un vuelco en el pecho. Se preguntó si sería posible que la vida volviera a golpearla después de todo lo que había experimentado, si podría hacerle tropezar inesperadamente, si podría dar un paso en falso. Se recordó a los diecisiete años, tumbada en la hierba, con las estrellas girando sobre su cabeza mientras Dev desviaba las preguntas que le hacía sobre su infancia con respuestas intrascendentes. Entonces no sabía nada sobre su pasado, salvo que había sido tan rigurosamente pobre como ella. No habían hablado mucho sobre nada, pensó con una punzada de arrepentimiento. Reían juntos y se besaban con una dulce urgencia. Todavía eran demasiado jóvenes, demasiado entusiastas.

– Nunca me hablaste de tu infancia -le dijo, y se arrepintió de sus palabras en cuanto salieron de sus labios.

Dev tornó más dura su ya de por sí fría expresión.

– Eso ahora no importa.

Susanna esbozó una mueca ante aquel rechazo. La dureza de su tono le recordó que la vida de Dev ya no era asunto suyo. Francesca y él habían ascendido socialmente, pensó. Ella sabía que los padres de Dev pertenecían a la nobleza pobre. Para él, estar prometido con la hija de un conde o, para Chessie, aspirar a casarse con el heredero de un duque, era un éxito de primer orden. Aunque Chessie no podría llegar a ser duquesa de Alton. A ella le correspondía asegurarse de ello.

Susanna experimentó una inesperada compasión por la señorita Francesca Devlin. Normalmente, era capaz de consolarse a sí misma diciéndose que sus presas merecían ser separadas del objeto de su deseo. Los caballeros cuyas pasiones debía reconducir eran a menudo libertinos, gandules o, simplemente, hombres débiles e insulsos. Era cierto que tampoco tenía una gran opinión sobre Fitz, que parecía reunir los vicios de su clase y ninguna de sus virtudes: arrogancia, egoísmo y libertinaje en absolutamente todo. Pero aun así, aun sabiendo que Francesca podría conseguir algo mucho mejor que Fitz, Susanna la admiraba por haberse propuesto atrapar la herencia de un ducado. En cierto modo, Francesca era tan aventurera como ella y le parecía una pena echar a perder una oportunidad como aquélla.

La tensión se respiraba en el ambiente. Dev, que no parecía tener deseo alguno de conversar con ella, tampoco mostraba intención de marcharse. En el otro extremo del patio de caballos, Fitz estaba enfrascado en una animada conversación con Freddie Walters, mientras admiraban a un lustroso caballo negro.

– ¿Tu hermana no te ha acompañado hoy? -preguntó Susanna educadamente, mientras salía del establo.

Dev negó con la cabeza.

– No, ha salido de compras por Bond Street con nuestra prima, lady Grant. Unas compras de último momento para el baile de mañana, tengo entendido.

– ¿Lady Grant? -repitió Susanna.

Advirtió la nota de alarma en su propia voz y sintió que se le secaba la garganta.

Dev también lo advirtió. Le dirigió una dura mirada.

– Mi primo Alex volvió a casarse hace dos años -se interrumpió-. Entiendo que, viviendo en la propiedad de Alex en Escocia, estarías al tanto de la muerte de su primera esposa.

– No -respondió Susanna.

Oía la sangre rugiendo en sus oídos. Por un instante, la luz del sol pareció intensificar su brillo hasta deslumbrarla. Así que Amelia Grant había muerto. Amelia se había ganado su amistad, le había dado consejo y, al final, había terminado arruinando su futuro. Pero era inútil culpar a aquella mujer de su propia falta de valor. Lo único que había hecho lady Amelia había sido ahondar en miedos que ya eran suyos. Había explotado su juventud y su debilidad, eso era cierto, pero Susanna era consciente de que la responsabilidad última por abandonar a Devlin era suya y solo suya.

– Pensé que tus tíos te mantendrían informada de las noticias de Balvenie.

– Mis tíos murieron hace mucho tiempo -replicó Susanna.

Devlin apretó los labios.

– ¿Se supone que tengo que creérmelo o terminarán resucitando como tú?

Susanna le ignoró, dio media vuelta y acarició el pelaje del animal.

– Tienes una naturaleza muy dulce -le dijo al caballo-, pero no creo que vayas a ser una gran montura -el caballo relinchó suavemente y presionó su hocico aterciopelado contra la mano enguantada.

– Es demasiado perezoso -confirmó Dev-. Supongo que lo ha elegido Fitz -posó su mirada burlona sobre Susanna-. Ese hombre es incapaz de ver más allá de lo obvio. Solo le importan las apariencias y tiene un gusto tan pobre para los caballos como para las mujeres -sonrió-. ¿Estás dispuesta a halagarle hasta el punto de pagar una buena cantidad de dinero por un mal caballo?

– Por supuesto que no -respondió Susanna.

Las palabras de Dev le habían dolido, pero ésa era precisamente su intención. Podía ver la antipatía reflejada en su mirada, una antipatía fría e inflexible. Nada podía haberle dejado más claro a Susanna que ya era demasiado tarde para arrepentimientos, demasiado tarde para volver al pasado. Dev la creía mentirosa y maniobrera, lo cual no era en absoluto una sorpresa, puesto que ella misma se había asegurado de que así lo creyera enredándole en su red de mentiras.

Por un momento, quiso gritarle que no había sido culpa suya, retirar todo lo que había dicho tres noches atrás en el baile y confesar la verdad. La fuerza de aquel impulso la sacudió con fuerza. Pero no podía hacerlo. Lo que había habido entre ellos en el pasado había muerto y desaparecido para siempre. Susanna tenía un trabajo que hacer. Eso era lo único que se interponía entre ella y la penuria. No podía apartarse ni un solo milímetro de los planes trazados, no podía tirarlo todo por la borda. La idea de perder todo aquello por lo que tanto había luchado la aterraba. Su vida y las de los mellizos pendían de un hilo.

Sin embargo, su corazón pareció secársele al ver el desprecio en los ojos de Dev. La única defensa que tenía era fingir que Devlin ya no podía hacerle daño.

– Tú también conoces las normas por las que se rige un cazador de fortunas -le provocó-. Sabes perfectamente que le daré las gracias a Fitz por haberme aconsejado comprar tan fino animal y alabaré su capacidad de discernimiento al mismo tiempo que apelaré a mis privilegios como mujer para cambiar de opinión y recuperar el dinero. Yo habría elegido esa yegua de allí -señaló una briosa yegua castaña que estaba siendo mostrada en el corral.

– Tienes buen ojo, sabes apreciar la calidad -Dev se las arregló para que aquel cumplido sonara como un insulto-. Las yeguas pueden ser difíciles de manejar -añadió, mirándola pensativo-. Pero a lo mejor estás buscando una montura más emocionante que un castrado.

A pesar del barniz educado con el que tiñó sus palabras, el significado estaba más claro que el agua. Susanna le sostuvo la mirada y vio el explícito desafío de sus ojos.

– Prefiero un caballo con brío -replicó-. Mientras que tú -inclinó la cabeza con gesto pensativo y le miró con los ojos entrecerrados-, probablemente elegirías algo tan poco sutil como ese semental. Todo músculo y nada de cerebro.

Dev soltó una carcajada.

– No pagaría tanto dinero por algo que podría llegar a matarme.

– Entonces, has cambiado -contestó Susanna con tono educado. Y añadió al ver que Dev arqueaba las cejas con un gesto desafiante y burlón-: Absurdos viajes a México en busca de tesoros, misiones ridículamente peligrosas para la Marina Británica, un estúpido viaje al Ártico durante el que abordaste otro barco como si fueras un pirata… -se interrumpió al ver que Dev la miraba divertido.

– Así que has estado siguiendo mi carrera -musitó-. Qué inesperado y halagador. ¿No me podías olvidar, Susanna?

Susanna había seguido todos y cada uno de los pasos de la carrera de Devlin, pero no quería que él lo supiera. Eso solo serviría para alimentar su vanidad y para dar lugar a preguntas embarazosas sobre por qué le importaba tanto. Preguntas que Susanna ni quería ni podía contestar.

– Leo los diarios -respondió, encogiéndose de hombros-. Todas esas noticias me han convencido de que eres tan imprudente como siempre pensé.

– Imprudente -respondió Dev con un extraño tono de voz-. Sí, siempre lo he sido, Susanna.

A los diecisiete años, Susanna adoraba su naturaleza salvaje, un contrapunto a su aburrida y predecible vida. Se había dejado deslumbrar, cegar por la emoción del riesgo. Sus encuentros secretos eran maravillosamente ilícitos. La vivencia del riesgo la había cautivado. Aunque una pequeña parte de su mente le decía que Dev era demasiado atractivo, demasiado emocionante como para poder formar parte de su vida, quería creer que era posible. Y aun sospechando en secreto que Dev solo le había propuesto matrimonio porque quería acostarse con ella, estaba decidida a creer que la amaba. Durante un solo día y una noche, se había entregado ciegamente al placer, sintiéndose viva por primera vez desde hacía años. A la mañana siguiente, había comenzado a dudar y después, había cometido su gran error.

Tragó saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta. Ya era demasiado tarde para arrepentirse de su falta de valor y de fe. No sabía por qué sentía de pronto aquella tristeza, como si hubiera dejado escapar algo valioso cuando, a lo largo de todos aquellos años, Dev había demostrado ser tan irresponsable, imprudente y peligroso como ella había sospechado que llegaría a ser.

– Ya no soy Susanna, soy Caroline Carew, ¿recuerdas?

Dev alargó la mano y la agarró de la manga. Susanna alzó la mirada hacia él y le sorprendió ver un brillo de puro enfado en sus ojos.

– Así que te deshiciste de tu nombre, al igual que de todo lo demás -musitó-. Tenías mucha prisa por olvidar tu antigua vida, ¿verdad?

Susanna se encogió.

– Uno tiene que intentar distanciarse de los errores del pasado. Y Caroline es mi segundo nombre -se interrumpió-. Espero poder confiar en que recuerdes que ahora soy Caroline Carew.

Dev le sostuvo la mirada durante varios segundos y Susanna casi se estremeció ante el oscuro enfado que vio en ellos. El corazón le latía a toda velocidad y sentía una fuerte presión en el pecho.

– Odio que pienses que puedes confiar en mí en ningún aspecto -respondió Dev en tono de falsa amabilidad-. Al fin y al cabo, ¿la ambigüedad no es la sal de la vida?

– Devlin -la voz aristocrática y aburrida de Fitz los interrumpió.

Dev soltó el brazo de Susanna como si de pronto le abrasara, se enderezó y se volvió hacia Fitz con una reverencia.

– Alton -lo saludó con frialdad.

Fitz desvió la mirada de Devlin para fijarla en el rostro de Susanna. Ésta tuvo que presionar sus manos enguantadas para evitar que le temblaran. Había algo en la presencia física de Devlin que la conmovía profundamente. Durante años, se había esforzado en erigir una fuerte fachada que la protegiera del mundo y había llegado a creer que era capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Pero Dev podía derribar esa fachada con solo una mirada.

– Lady Carew -comenzó a decir Dev. Susanna advirtió el énfasis que ponía en aquel nombre-, estaba intentando decidir si acepta tu recomendación, Alton.

Susanna vio que Fitz fruncía el ceño ante aquella velada crítica a su decisión.

– Es un caballo muy hermoso, mi señor -intervino rápidamente Susanna para reparar el daño-, pero no termino de decidirme. Siempre puedo alquilar un caballo y considero que quizá sea más divertido tener mi propio caballo de carreras.

Creyó oír un bufido burlón de Dev, pero a lo mejor había sido alguno de los caballos. Fitz suavizó su expresión como por arte de magia.

– ¡Un caballo de carreras! -exclamó entusiasmado-. Una idea genial, lady Carew. ¡Genial!

– Estoy segura de que sería emocionante ir a verle correr, y también apostar por él, por supuesto -añadió Susanna, deslizando la mano en su brazo.

– Solo si uno tiene el bolsillo lleno -replicó Dev secamente. Deslizó la mirada sobre Susanna, deteniéndose en aquel vestido de montar que realzaba la curva generosa de sus senos-. Pero olvidaba que vos estáis muy bien dotada, ¿no es cierto, lady Carew?

La dirección de su mirada hizo sonrojarse a Susanna. Recordaba perfectamente que Dev había hecho mucho más que contemplar aquellas curvas.

– Os pido que disculpéis a Devlin -intervino Fitz-. A pesar de que su primo le envió a Eton, siento tener que decir que la educación no hace al hombre.

– Desde luego -su mirada chocó con la fría mirada de Dev-. Estoy, como acabáis de decir, dotada de muchos valores de los que vos carecéis, sir James, entre ellos, las buenas maneras.

– Y en otro tiempo fui un hombre sin escrúpulos -musitó Dev, sin mostrar intención alguna de disculparse. Había un brillo travieso en su mirada-. Pero vos ya me conocéis, lady Carew. Estáis al tanto de todos mis secretos.

– No tengo interés en saber nada de vos, sir James -replicó ella fríamente.

El corazón le latía a toda velocidad. ¿Hasta qué punto estaría Devlin dispuesto a arriesgarse? Sabía lo que estaba intentando hacer Dev. Quería insinuar que había algo más en Susanna de lo que se veía a primera vista. Que tenía, más que un romántico y misterioso pasado, un pasado sórdido. Que quizá hubiera sido incluso meretriz. Quería sugerir que, aunque pretendiera hacerse pasar por una viuda rica, no era la clase de persona con la que un noble querría casarse, sobre todo habiendo una debutante virginal como Francesca Devlin esperando pacientemente sus atenciones.

– ¿Lady Emma no ha venido contigo, Devlin? -preguntó Fitz con toda intención.

Tensó la mano alrededor del brazo de Susanna. Ésta descubrió que no le gustaba en absoluto aquel gesto, pero dominó las ganas de apartarle y le sonrió dulcemente. Fitz estaba tan cerca de ella que sus cuerpos se rozaban.

– No -contestó Dev-. A Emma no le gustan los caballos, a no ser que estén haciendo algo tan funcional como tirar de su carruaje -hizo una reverencia-. Ya veo que no soy bienvenido en este lugar. Os dejaré para que malgastéis vuestro dinero en un caballo de carreras, lady Carew.

– Qué considerado de vuestra parte -replicó Susanna-. Buenos días.

Podía sentir la tensión en el cuerpo de Fitz mientras permanecían juntos, esperando a que Dev se alejara de allí.

– Como ya he dicho, lady Carew, Devlin se ha mostrado sumamente descortés con vos. ¿Estáis segura de que no hay nada entre vos y él, aparte del hecho de que sea un viejo conocido?

Maldiciendo mentalmente a Dev por aquella intromisión, Susanna esbozó la más convincente de sus sonrisas.

– Conocí a sir James en la propiedad que tiene su primo en Balvenie cuando apenas era una niña, milord -respondió-. Me temo que no me gustó y cometí el error de demostrárselo. Sir James era insufriblemente vanidoso y pretendía que todas las damas se rindieran a sus pies. Jamás me perdonó que no lo hiciera.

No había caído a sus pies. Había caído directamente en su lecho. Pero advirtió aliviada que Fitz sonreía.

– En la propiedad de Grant, ¿eh? Es un buen hombre, Grant, pero apenas tiene donde caerse muerto. Toda la familia es un desastre. No pueden presumir de linaje y Dev parece llevar sangre maldita en sus venas.

A Susanna le sorprendió oír que despreciaba a Chessie de tal manera, especialmente cuando sus atenciones hacia ella habían sido tan notorias y seguramente tenían fines honorables. Pero era perfecto para sus propios planes. Chessie había sido derrotada, por buena que fuera, y Devlin no podría hacer nada para evitarlo.

Sonrió y le estrechó el brazo a Fitz.

– Me pregunto si tendríais tiempo para acompañarme a una bodega. Necesito comprar un buen champán para hacer un regalo y estoy segura de que vos conocéis los mejores vinos.

Fitz parecía sumamente complacido. Susanna clavó la mirada en una de las palas que utilizaban para limpiar los establos, preguntándose hasta cuándo podría continuar adulándole sin que su conducta comenzara a resultar sospechosa. Un hombre tan inteligente e ingenioso como Dev la habría descubierto al instante, pero el ego del marqués de Alton no parecía tener límite.

– Os acompañaré encantado, lady Carew -respondió Fitz-. Y después, quizá podamos celebrarlo tomando una copa juntos -esbozó una sonrisa cargada de insinuaciones-. Disfrutaría mucho tomando una copa con vos, solo nosotros dos.

– Sí, sería maravilloso -musitó Susanna-. Teniendo en cuenta mi situación y lo poco que conozco de Londres, aprecio en gran manera el contar con un amigo en el que apoyarme.

Apartó la mano del brazo de Fitz y comenzó a caminar delante de él, permitiendo que apreciara el suave movimiento de sus caderas bajo la falda de terciopelo del vestido de montar. Sentía la mirada de Fitz fija sobre ella y también su frustración, porque, una vez más, había conseguido eludir el clima de intimidad que Fitz estaba intentando crear entre ellos. La frustración alimentaba la ansiedad, y eso era precisamente lo que Susanna quería de él. Sonriente, giró en la esquina y caminó directamente hacia Devlin, que esperaba recostado contra el marco de la puerta con una mirada de abierta admiración.

– Hermosa jugada, Susanna -susurró, acariciando al hacerlo los mechones de pelo que escapaban del sombrero de la joven-. Debes de tener mucha práctica en el arte de la seducción.

– No te imaginas cuánta -confirmó Susanna.

Advirtió que Fitz se detenía para hablar con Richard Tattersall y maldijo aquel retraso. Lo último que quería era alentar a Dev y darle otra oportunidad de minar lo que hasta entonces estaba consiguiendo.

– Pensaba que te habías ido -le reprochó.

– Desgraciadamente, no he sido capaz. Sentía un deseo casi sobrecogedor de ver en acción los métodos que emplean las aventureras de hoy en día -la miró a los ojos sonriendo-. Eres una profesional consumada, Susanna.

– Y tú un maldito incordio -le espetó Susanna.

Dev le besó la mano. Susanna intentó apartarla, pero él se la retuvo con fuerza. A pesar de la tela del guante, aquel contacto la abrasaba.

– Elige otra víctima -musitó Devlin-. Deja a Fitz en paz, o podrías quedarte sin ninguna.

– No, es a Fitz a quien quiero.

Apareció un oscuro fogonazo en los ojos de Dev.

– Mentirosa. Es a mí a quien quieres.

Susanna alzó la barbilla. Sí, era cierto que todavía era susceptible a su presencia, pero había llegado la hora de ponerle en su sitio.

– Estás completamente equivocado. Estás tan pagado de ti mismo que te consideras irresistible -apartó la mano-. Es posible que lo seas para lady Emma, al fin y al cabo, es demasiado joven como para saber lo que le conviene -continuó diciendo-, pero te aseguro que una viuda rica puede aspirar a algo mejor que a un cazafortunas arruinado.

– No pretendía decir que quisieras casarte conmigo… otra vez -respondió Dev con falsa amabilidad. Posó la mirada sobre su boca-. Me refería a que deseas…

– Que te alejes de mí -le interrumpió Susanna-. Y rápido. Y espero que no me causes más problemas -añadió-, a no ser que quieras que yo haga lo mismo contigo.

Dev se echó a reír.

– Estoy deseando que lo hagas -inclinó la cabeza-. Buena suerte, lady Carew.

– No necesito suerte. Tengo las habilidades que necesito para conseguir lo que quiero. Y ahora vuelve rápidamente con tu encantadora heredera -añadió-, antes de que otro aventurero sin principios te la robe.

Dev asintió.

– Supongo que sabes de lo que estás hablando -le hizo una reverencia-. A vuestro servicio, lady Carew.

– No te creo ni por un momento.

De los ojos de Dev desapareció todo rastro de diversión.

– En otro tiempo estuve completamente a tu servicio, Susanna. Fui completamente tuyo.

Alzó la mano a modo de despedida y se alejó, dejando a Susanna temblando. Porque supo que Dev había dicho la verdad. Había sido suyo. Ella había destrozado todo lo que los había unido y no volvería a recuperarlo jamás.

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