Susanna no le reconoció hasta que ya era demasiado tarde para salir corriendo e igualmente imposible esconderse. Aunque, por supuesto, lo de correr no era su estilo.
El baile que habían organizado los duques estaba abarrotado y la presión de los invitados había dificultado la visión de Susanna. Hacía un calor sofocante en el salón, apenas se podía respirar y el ruido era tal que no podía oír lo que Fitz le decía mientras la acompañaba a lo largo de la pista. Le había comentado algo sobre que quería presentarle a unos amigos, un gesto que Susanna había considerado muy amable, puesto que no conocía a nadie en Londres. Y en el momento en el que la multitud se había despejado, se había descubierto mirando a James Devlin. El aire había abandonado sus pulmones, la cabeza había comenzado a darle vueltas y había estado a punto de desmayarse. Solo una rígida autodisciplina había impedido que terminara en el suelo.
Fitz no había notado su incomodidad. No era, pensó Susanna, un hombre observador. Atractivo, encantador, mimado, arrogante… Había descubierto aquellos rasgos de su personalidad a los cinco minutos de ser presentados. A los diez, ya sabía que era un enamorado de los caballos y los vinos. Quince minutos después, había llegado a la conclusión de que era un hombre sensible a la belleza de una mujer, algo que le sería útil, puesto que era una mujer bella y estaba decidida a seducirle.
Fitz continuaba hablando cuando se acercaron al grupo de personas entre las que se encontraba James Devlin. No tenía la menor idea de lo que le decía, pero, afortunadamente, no parecía esperar ninguna réplica por su parte. Lo único que Susanna veía frente a ella era a Devlin. De lo único que era consciente era de su altura, de la anchura de sus hombros y de la frialdad de sus ojos azules mientras la recorrían con absoluto desdén. Imaginaba que no podía culparle por ello. Había sido ella la que le había abandonado antes de que la tinta de su contrato matrimonial se hubiera secado, antes de que las sábanas se hubieran enfriado tras su noche de amor.
Susanna alzó la barbilla y enderezó la espalda. Había estado fingiendo durante tanto tiempo que, seguramente, no le resultaría difícil borrar toda expresión de su rostro y ocultar el hecho de que estaba temblando por dentro. Pero aun así, le resultó extraordinariamente difícil hacerlo. Deslizó su mirada sobre Devlin en una lenta apreciación. La fuerza con la que le latía el corazón contra las costillas contradecía la calculada frialdad de su mirada.
Había una autoridad y una confianza innata en Devlin que contrastaban con la deslumbrante juventud del joven de dieciocho años que tan bien recordaba. Ya a esa edad era un hombre enérgico y brillante, pero también impaciente y falto de experiencia. Era como si el mundo, con sus afiladas aristas, todavía no hubiera endurecido su alma.
Una carencia que, ciertamente, había salvado en el lapso de aquellos años. Tenía los hombros anchos, el pecho fuerte. Estaba más alto, más musculoso, definitivamente, más hombre que el joven que recordaba, y tan guapo que su rostro podría haber sido calificado como femeninamente bello si no hubiera sido por la fuerza de su mandíbula y lo pronunciado de sus pómulos, que restaban de su rostro cualquier suavidad. Susanna sintió un repentino y completamente inesperado arrepentimiento al ver al joven al que ella había conocido convertido en un hombre tan formidable. Jamás lo habría imaginado. Pero años atrás había tomado una decisión. Ya no era momento de arrepentimientos. La vida le había enseñado que los arrepentimientos no eran más que una forma de indulgencia para con uno mismo.
Vio a la bonita rubia que se aferraba al brazo de Devlin. En eso no había cambiado, por lo visto. Por supuesto, le importaba muy poco después de nueve años. Pero siempre había mujeres rondando a James Devlin, como las abejas revoloteando alrededor de la miel. Devlin sabía que era un hombre atractivo y era consciente del efecto que tenía en las mujeres. El gesto arrogante con el que inclinaba la cabeza así lo decía.
La estaba observando. No había apartado la mirada de ella desde que había cruzado la pista de baile del brazo de Fitz. Se arriesgó a mirarle de nuevo a los ojos y estuvo a punto de quedarse paralizada ante lo que vio allí. En vez de la indiferencia que había esperado, encontró un fiero desafío y una turbulenta sensualidad que parecían demandar una respuesta desde algo tan profundo de ella que se estremeció visiblemente. El estómago le dio un vuelco. El pulimentado parqué del salón de baile pareció mecerse bajo sus pies. El corazón se le aceleró todavía más al ver la mirada de Devlin fija en su cuello, donde un diamante prestado reposaba su frenético pulso. De pronto, Susanna se sintió empapada en sudor y supo que había palidecido. Supo también que Devlin había visto el resplandor traicionero del diamante que parecía moverse en respuesta al martilleo de su pulso. Advirtió que curvaba la comisura de los labios en una perturbadora sonrisa de masculina satisfacción. Y descubrió algo más que no había cambiado en él: su orgullo.
Susanna alzó la barbilla y le dirigió una sonrisa de profundo desagrado salpicada de desafío. Había demasiadas cosas en juego como para salir huyendo, aunque todo su instinto la impulsaba a huir.
La chica que estaba a la izquierda de Devlin, la mujer que Fitz quería presentarle, era, evidentemente, la hermana de Dev. Compartía la misma estructura del rostro, los mismos ojos azules y el pelo rubio dorado. Susanna se mordió el labio. Aquélla era la mujer de la que los duques de Alton pretendían separar a Fitz, sirviéndose de ella. La chica a la que iba a destrozarle la vida. La chica a la que debía robarle el marido.
Era una desgraciada casualidad que aquella mujer a la que la duquesa se había referido despectivamente como «el capricho de Fitz», hubiera resultado ser la hermana de Devlin.
– Lady Carew -Fitz, sonriente, se acercó a la hermana de Devlin-. ¿Podría presentaros a la señorita Francesca Devlin? Chessie, ésta es Caroline, lady Carew, una amiga de mis padres que ha llegado recientemente a Londres desde Edimburgo.
Susanna sintió, más que vio, que Devlin se tensaba al oír su nombre, pero se obligó a no mirarle. Francesca Devlin hizo una elegante deferencia. La luz de las velas arrancó destellos cobrizos y bronceados de su pelo. Sus ojos fueron cálidos, su saludo, incluso cariñoso. Susanna admiró su táctica. Cuando un atractivo marqués te presenta a una mujer hermosa, lo mejor es fingirse encantada con aquella nueva conocida.
Era una de las normas del manual de una aventurera. En otras circunstancias, pensó Susanna, podría haber disfrutado haciéndose amiga de la señorita Francesca Devlin, con la que tenía muchas cosas en común. Desgraciadamente, le estaban pagando una generosa suma de dinero para engatusar a Fitz y hacerle olvidarse de Francesca, lo cual no era la base más prometedora para una amistad.
James Devlin cambió de postura. Susanna le miró a los ojos y reconoció en ellos su abierto antagonismo. A diferencia de Francesca, no se molestó en ocultar su hostilidad. Susanna la sintió atravesando su cuerpo. Suponía que era una ingenuidad pensar que Devlin se mostraría indiferente ante su repentina aparición tras nueve largos años de ausencia. Le había tratado muy mal, eso era innegable. Por lo menos, le exigiría una explicación. En el peor de los casos, tomaría represalias contra ella. Se le secó la boca al pensar en ello.
Devlin no era un hombre al que quisiera como enemigo. Era demasiado fuerte, demasiado decidido. Y ella todavía se encontraba en una situación muy precaria.
Devlin inclinó la cabeza hacia ella, como si le hubiera leído el pensamiento. Había un filo de cínica diversión en medio de su abierta antipatía. El peligroso brillo de sus ojos le advertía que, estuviera jugando a lo que estuviera jugando, iba a vigilarla de cerca y estaba dispuesto a ganarla.
Vio que Devlin miraba a su hermana de reojo y se acercaba a ella como si estuviera ofreciéndole su apoyo en silencio. Chessie le dirigió una sonrisa que, durante unos segundos de descuido, estuvo rebosante de gratitud y afecto. Así que Devlin era el protector de su hermana, pensó Susanna. Eso era lo último que Susanna necesitaba cuando estaba a punto de destrozar la vida de aquella joven. Aquel asunto, ya de por sí suficientemente complicado, comenzaba a empeorar. El corazón se le cayó a la altura de sus elegantes zapatos.
La otra dama del grupo, la joven rubia, dio un paso adelante en un torbellino de seda y encaje azul.
– Deberías haberme presentado antes a mí -señaló con un puchero-. ¡Soy una dama!
Fitz, disculpándose profusamente, le presentó entonces a su prima, lady Emma Brooke, y al caballero que la acompañaba, el honorable Frederick Walters. Susanna era plenamente consciente de la mirada de Devlin fija en ella, de aquellos ojos entrecerrados que la mantenían cautiva. Emma se acercó a él como si fuera un trofeo.
– Es mi prometido -anunció con orgullo-. Sir James Devlin.
A Susanna le dio un vuelco el corazón. Sabía que Devlin había conseguido un título. Pero no sabía que estaba prometido.
Unos celos profundos y afilados la dejaron sin respiración. Se preguntó por qué nunca le habría imaginado casado. Jamás se le había pasado por la cabeza aquella posibilidad, aunque durante los nueve años que llevaban separados, podría haberse casado, dos, tres o incluso seis veces, como Enrique VIII.
Si no fuera por el ligero inconveniente de que todavía estaba casado con ella.
Debería haberle dicho que continuaban casados. Debería habérselo dicho mucho tiempo atrás.
La conciencia de Susanna, a menudo impertinente, era una desventaja para una aventurera, y en aquel instante, comenzó a aguijonearla. Sin embargo, aquél no era el momento más oportuno para darle a Devlin la noticia, estando su prometida sonriéndole con aquel aire posesivo y un brillo de inconfundible advertencia en la mirada.
Susanna tragó saliva. Su intención había sido conseguir la nulidad del matrimonio el primer año de la separación. Le había prometido a Devlin que lo haría. Después, había descubierto que estaba embarazada y de pronto, tanto el anillo como el contrato matrimonial se habían convertido en lo único que podía salvarla de la ruina. Sola, repudiada por su familia y casi en la indigencia, se había aferrado a la única posibilidad de continuar siendo considerada mínimamente respetable. Tiempo después, cuando había recordado su promesa y había vuelto a pensar en anular su matrimonio, había descubierto que las anulaciones, al igual que otras muchas cosas en la vida, eran prodigiosamente caras y mucho más difíciles de obtener de lo que había imaginado. Para entonces se había gastado ya hasta el último penique que había ganado intentando sobrevivir en las calles de Edimburgo. No tenía dinero para pagar abogados. A veces, apenas tenía lo suficiente para comer.
El recuerdo de aquellos días oscuros invadió el pensamiento de Susanna y sintió el pánico y el miedo aferrándose a su garganta. Tenía las manos empapadas en sudor que ocultaban aquellos elegantes guantes de encaje. Sentía el calor de las velas, la temperatura sofocante del salón. Todo el mundo la miraba. Haciendo un gran esfuerzo de voluntad, apartó los recuerdos y sonrió a Emma Brooke.
– Os felicito por vuestro compromiso, lady Emma -le dijo-, aunque debería felicitar sobre todo a sir James por el suyo.
Se produjo una ligera pausa, mientras Emma intentaba averiguar si aquello había sido un cumplido. Tras decidir que sí, sonrió radiante. Susanna vio a Dev curvando los labios en algo parecido a una sonrisa.
– Efectivamente, me considero el más afortunado de los hombres -respondió con naturalidad-. Y, lady Carew -añadió con un brillo de oscura diversión en las profundidades de unos ojos ensombrecidos por el enfado-, parece que también a vos debo felicitaros, puesto que la última vez que nos vimos, si mal no recuerdo, ni erais una dama ni os llamabais Caroline Carew.
Su tono era cortés, pero sus palabras no podían serlo menos. Se produjo un ligero revuelo en el grupo. Susanna vio cómo se aguzaba la expresión especuladora en los ojos de las mujeres, y advirtió un interés de otro tipo en los de los hombres. No era extraño. Dev acababa de insinuar que era, como poco, una aventurera y, poniéndose en lo peor, una prostituta disfrazada de dama.
Fue un momento de vértigo. Susanna sabía que tenía que tomar una decisión, y rápido. Podía fingir que Devlin la había confundido con otra mujer. O podía enfrentarse a él. Era arriesgado responder que no lo conocía porque probablemente, Dev lo consideraría un desafío. Él era de esa clase de hombres. Pero era igualmente peligroso presentarle batalla porque no estaba segura de que pudiera ganarla. En cualquier caso, ya era demasiado tarde para fingir indiferencia. Todo el mundo estaba pendiente de su respuesta a la calculada insinuación de Dev.
– Me halaga que digáis conocerme -respondió con ligereza-. Yo me había olvidado por completo de vos.
Dev profundizó su sonrisa ante aquella respuesta. Le dirigió a Susanna una mirada que la abrasó.
– Oh, pues yo lo recuerdo todo sobre vos, lady… Carew.
– Me temo que nunca me habéis conocido, sir James -replicó Susanna.
Se sostenían la mirada como en un cruce de espadas. Susanna sentía el vello de punta. Sabía que ya era demasiado tarde como para retroceder.
– Yo, al contrario que vos, recuerdo, por ejemplo, la última vez que nos vimos.
Había un brillo travieso en su mirada. Estaba disfrutando acosándola de aquella manera. Susanna lo vio y sintió crecer la furia en su interior.
Miró entonces a Emma. Al ver su mohín enfadado, la furia desapareció. Aquella actuación solo tenía como objetivo castigarla por sus pecados del pasado y hacerle pasar un mal rato. No tenía intención de revelar la verdad. Le haría tanto daño a él mismo como a ella. Emma no parecía una prometida dócil y sumisa. Y Emma seguramente tenía todo el control sobre el dinero, puesto que Dev nunca había tenido un penique.
Susanna desvió la mirada hacia el lujoso chaleco bordado en blanco y oro de Dev, reparando también en la inmaculada cualidad del lino de su camisa y en el valioso diamante del alfiler de la corbata. Miró a Emma otra vez. Vio que Dev la seguía con la mirada. Sabía que comprendía perfectamente lo que estaba pensando.
Al final, sonrió.
– Bueno -dijo-, estoy segura de que no seréis tan grosero como para aburrir a todo el mundo con los detalles, sir James. No hay nada tan tedioso para los demás como dos viejos conocidos hablando de los viejos tiempos.
– ¿Os conocisteis en Irlanda?
Evidentemente, Emma ya estaba harta de aquella conversación. Se interpuso entre ellos y los miró alternativamente con unos celos mal disimulados. Pronunció el nombre de Irlanda como si estuviera hablando del fin del mundo, de un lugar que cualquiera debería abandonar.
– Nos conocimos en Escocia -aclaró Susanna-. Fue durante un verano en el que sir James fue a visitar a lord Grant, su primo. Eso fue hace mucho tiempo.
– Pero ahora tenemos la feliz oportunidad de retomar nuestra amistad -la expresión de los ojos de Dev contrastaba con la suavidad de su tono-. Deberíais concederme este baile, para que así podamos hablar del pasado sin aburrir a nuestros amigos.
Con una sola frase había echado por tierra todas sus posibilidades de escapar. Susanna apretó mentalmente los dientes. Reconocía aquella determinación en él. Era la misma firmeza que le caracterizaba a los dieciocho años. Había visto algo que quería e iba a conseguirlo. Se estremeció.
– No tengo ganas de volver sobre el pasado -replicó-. Me temo que ya tengo comprometido el siguiente baile, sir James. Si me perdonáis.
Giró intencionadamente hacia Fitz, permitiendo que le rozara la muñeca con los dedos en un gesto casi imperceptible que, sin embargo, consiguió comunicar la insinuación de una promesa. Era tal el tumulto de sentimientos que se había desatado en su interior al ver a Devlin que casi se había olvidado de Fitz. Se había permitido distraerse, algo en absoluto aconsejable teniendo en cuenta que el servicio que le estaba prestando a los padres de Fitz era lo único que evitaba que se viera en las calles.
– Gracias por presentarme a vuestros amigos, milord. Espero que volvamos a vernos pronto.
Le dirigió al grupo una sonrisa. La respuesta de Chessie fue un frío asentimiento de cabeza. Emma no se dio por aludida. Fitz, inmune a la tensión del ambiente, le besó la mano con una galantería que hizo fruncir el ceño a Dev. Chessie se volvió como si no soportara ver a Fitz prestando tales atenciones a otra mujer.
Susanna comenzó a caminar rápidamente hacia la puerta del salón de baile. Una vez conseguido escapar de la cercanía de Dev, el corazón comenzó a latirle con fuerza contra las costillas, como reacción a la tensión vivida. Le faltaba la respiración y temblaba de pies a cabeza. Necesitaba tranquilizarse. Necesitaba pensar, intentar desenmarañar el enredo de confusión y mentiras en el que de pronto se había visto atrapada.
– ¿Puedo pediros un baile más adelante, lady Carew?
Freddie Walters le estaba bloqueando el paso. Su mirada insolente, con la que parecía estar midiéndola como a un caballo, y su forma de posar la mano en su brazo eran excesivamente familiares. Su tono insinuaba que sabía todo lo que debía saber sobre ella. Que era una viuda de cuestionable moral que probablemente no pusiera reparos a una aventura amorosa. Su flagrante falta de respeto le produjo náuseas.
– Gracias, señor Walters, pero he decidido volver a casa. Me duele la cabeza.
– Es una pena -musitó Walters-. ¿Podría quizá haceros una visita?
– Estás acentuando el dolor de cabeza de la dama, Walters.
Era la voz de Dev, fría y con un filo de acero. Susanna vio que Walters abría los ojos como platos y se escabullía raudo ante un duro gesto de Dev. Éste esperó a que no pudiera oírlos para fijar la mirada en el rostro de Susanna. Ella también habría querido huir, pero tenía el sombrío presentimiento de que Dev la agarraría si intentaba escapar en aquel momento. No parecían importarle mucho las convenciones de un salón de baile, puesto que la abordó en medio de la pista.
– Gracias por tu ayuda -le dijo fríamente-, pero era del todo innecesaria. Puedo cuidar de mí misma.
Dev sonrió.
– Soy plenamente consciente de ello.
La recorrió con una mirada dura e inquisidora, muy diferente a la mirada calculadoramente sexual de Walters. Era una mirada más meditada y concienzuda, e infinitamente más inquietante.
– No pretendo rescatarte de nadie -añadió Dev con falsa delicadeza-. Te quiero para mí solo.
La elección de sus palabras y su mirada hicieron estremecerse a Susanna. Dev acababa de sustituir la débil amenaza que Walters representaba por algo mucho más peligroso: él mismo. Estaba enfrentándose a ella delante de todos los invitados de los duques de Alton. Era una actitud audaz.
– No tengo nada que decir.
Susanna mantenía la voz firme. Había dispuesto de nueve años para aprender a protegerse. Aunque nunca le había resultado tan difícil intentar levantar sus defensas como en aquel momento, cuando tenía que protegerse de aquel hombre y de su perspicaz y contundente mirada.
Dev se echó a reír.
– Te considero capaz de cosas mejores, Susanna. ¿Qué demonios está pasando aquí?
– No sé a qué te refieres -replicó Susanna.
El pulso le latía a toda velocidad. Miró a su alrededor, pero no encontraba ningún posible refugio. Comenzó a caminar lentamente a un lado de la pista de baile. Dev la agarró del brazo, adaptando su larga zancada a los pasos más cortos de Susanna. Cualquiera que los estuviera observando pensaría que estaban haciendo lo que cualquier otra de las parejas de baile. Caminando por la pista y charlando con la superficial indiferencia de dos conocidos. Excepto que no había nada de superficial en la caricia de la mano de Dev.
– Por lo menos me debes una explicación -le exigió Dev-. Una disculpa, incluso -su tono era sarcástico-, si no es mucho pedir.
Por un instante, Susanna distinguió un sentimiento fiero en su mirada. Una pareja que pasaba a su lado los miró con curiosidad. Era obvio que habían captado el tono de las palabras de Dev y habían advertido la tensión que se respiraba en el ambiente.
Susanna abrió el abanico para ocultar su expresión.
– Eso fue hace mucho tiempo -intentó imprimir a sus palabras frialdad y desdén, y consiguió exactamente el tono deseado-. Sí, te dejé, pero estoy segura de que has conseguido recuperarte de esa pérdida -se interrumpió y sonrió-. No me digas que te rompí el corazón.
Le estaba provocando intencionadamente y esperaba que Dev contestara que no había significado nada para él. Sin embargo, vio que el calor y el enfado de sus ojos se intensificaban.
– Dos años después regresé a buscarte.
A Susanna estuvo a punto de caérsele el abanico. Dos años. No lo sabía. Sintió una mezcla de amargura y arrepentimiento. Pero no habría supuesto ninguna diferencia. Habría sido demasiado tarde. Había sido demasiado tarde desde el momento en el que había escapado de su lado. Lo comprendía en aquel momento, con la perspectiva proporcionada por el tiempo. Podía reconocer los errores que había cometido y comprender el sinsentido de arrepentirse de ellos casi una década después.
– Solo quería asegurarme de que habías anulado nuestro matrimonio -Dev le dirigió una mirada de frío desprecio-. Pero cuando pregunté a tus tíos, me dijeron que habías muerto -añadió entre dientes-. Una exageración, al parecer.
La sorpresa de Susanna fue tal que estuvo a punto de desmayarse. Durante un largo y terrible momento, el salón comenzó a girar ante sus ojos. La música y las voces se alejaron, todo parecía borrarse a su alrededor. Alargó la mano y comprendió, con agradecido alivio, que habían llegado a una esquina oculta del salón de baile. Estaban al lado de unas enormes puertas en forma de arco que se abrían a la terraza. Sintió el frío cristal contra sus dedos y una ráfaga de aire frío que penetraba en la sofocante habitación.
Elevó los ojos hacia el rostro de Dev. La expresión de éste era dura; había convertido su boca en una línea tensa. Era visible la furia primaria que le invadía.
– ¿Te dijeron que había muerto? -susurró.
Era cierto que sus tíos la habían repudiado al enterarse de que estaba embarazada y no quería renunciar a su hijo. La habían repudiado, desheredado y echado de casa. Le habían dicho que para ellos estaba muerta. Y, evidentemente, eso era lo que le habían dicho a todos los demás.
El frío crepitaba en su corazón. La insensible crueldad de su familia había estado a punto de destrozarla nueve años atrás. En ese momento, sentía que su maldad volvía a atacarla. Creía que no podían volver a hacerle daño, pero se equivocaba.
Dev continuaba hablando.
– ¿Era necesario llegar tan lejos? -decía con amargo enfado-. Yo no estaba buscando una reconciliación.
Se interrumpió. Susanna sabía que estaba esperando una respuesta, pero por un momento fue incapaz de articular palabra. Eran muchas las cosas que tenía que asimilar, y a una velocidad vertiginosa. Tenía que digerir el hecho de que Dev hubiera ido a buscarla, de que su familia le hubiera mentido. Algo que le dolía mucho más de lo que jamás habría imaginado.
– Yo…
Sentía una fuerte presión en el pecho. Intentó respirar. Sabía que debía detener aquello cuanto antes. No quería que Dev fuera consciente de que no sabía las mentiras que le había contado su familia. Dev se estaba acercando demasiado a la verdad. Un descuido por su parte y estaría perdida. Si sospechaba siquiera la verdad, tendría muchas preguntas que hacerle. Preguntas sobre el pasado, sobre lo que le había sucedido y, lo más peligroso, preguntas sobre su vida y sobre los motivos que la habían llevado a Londres. No podía contarle nada al respecto. Tenía que protegerse a sí misma y proteger su secreto costara lo que costara. Si no, lo perdería todo. De pronto, se alegró inmensamente de no haberle contado que su matrimonio no había sido anulado. Aquello podría resultarle muy útil en el caso de que necesitara defenderse contra él.
Susanna se enderezó y recuperó la calma. Tomó aire y buscó las palabras adecuadas para conseguir que Dev se alejara de ella. Pero Dev se le adelantó. Lo hizo con una voz ronca y cargada de sentimiento; de un sentimiento que, a pesar de los nueve años pasados, le llegaron a lo más profundo del alma y le hicieron sentir con una intensidad que no había experimentado desde hacía años.
– Por todos los diablos, Susanna -estalló-, eras mi esposa, no una prostituta con la que me hubiera dado un revolcón. ¿No crees que me debías algo más? ¡Escapaste de mi lado y después le pediste a tu familia que me mintiera! ¿Por qué hiciste una cosa así?
Había tal pasión y honestidad en sus palabras que Susanna se odió a sí misma por lo que estaba a punto de hacer, por lo que tenía que hacer para protegerse.
– Les pedí que te mintieran porque quería asegurarme de que me desharía para siempre de ti -respondió en tono ligero y despreocupado.
Las palabras no parecían querer salir de sus labios, pero se obligó a pronunciarlas. Sabía que aquello tenía que terminar cuanto antes y quería que Dev llegara a odiarla tanto que no volviera a hacerle preguntas nunca más. No había otra manera de actuar.
– Me casé contigo porque quería que me quitaras la carga de la virginidad -mintió.
Consiguió esbozar una convincente sonrisa. Sabía que era buena actriz. Había adquirido mucha práctica durante los amargos años que habían seguido al repudio de su familia, cuando su capacidad de fingir se había convertido en lo único que se interponía entre ella y la inanición.
– Tras una noche de matrimonio, averigüé todo lo que necesitaba saber sobre ti, Devlin -continuó-. Quería saber lo que era el sexo y tú me lo enseñaste.
Se obligó a mirarle a los ojos. El rostro de Devlin era una máscara de granito. Apretaba la mandíbula mientras la oía abaratar el amor que habían compartido.
– Fue delicioso -se encogió ligeramente de hombros, acompañando con aquel gesto su tono desdeñoso-, pero después de haberte seducido, ya no tenías para mí ninguna utilidad.
Aquello debería bastar para hacerle despreciarla, se dijo. Ningún hombre aceptaría tamaño golpe a su orgullo. Se volvió para escaparse.
Pero Dev detuvo su huida agarrándola por la muñeca y obligándola a acercarse a él. El cuerpo entero de Susanna se tensó ante aquel contacto. Todas las fibras de su ser despertaron a Dev como si jamás se hubieran separado. El color fluyó a sus mejillas, caldeando cada centímetro de su piel, haciéndola sentirse viva y sensible como no había vuelto a serlo desde entonces. Vio que Dev deslizaba la mirada lentamente sobre ella, en una insolente apreciación de su estado de excitación. Posó la mirada en el escote del vestido que Susanna había elegido para atrapar a Fitz. Por primera vez durante aquella velada, Susanna deseó que fuera más discreto. Sentía la mirada de Dev sobre las curvas de sus senos como la más sensual de las caricias.
– Un momento -dijo Dev.
Su voz sonaba queda en medio del bullicio del salón, el tintineo de la música y el clamor de voces. Queda, pero con un filo de acero.
– Esta vez no te alejarás de mí hasta que yo lo decida. Esta vez permanecerás a mi lado hasta que a mí me plazca -le advirtió.