11. Soliloquios en Mishnori

Mishnori. Stred susmi. No soy hombre de esperanzas, y sin embargo todo trae esperanza. Obsle comercia y regatea con los otros comensales, Yegey lisonjea, Siose busca prosélitos, y la corte de seguidores crece. Son hombres astutos, y manejan bien sus propias facciones. Sólo siete de los Treinta—y—tres son partidarios del Comercio Libre, del resto Obsle cree que podría ganar el apoyo de otros diez, obteniendo así simple mayoría.

Uno de ellos parece de veras interesado en el Enviado: el Csl. Idepen del distrito de Eynyen, que ha mostrado curiosidad acerca de la misión desde los días en que estaba encargado de censurar las emisiones de radio de Erhenrang. Parece llevar en la conciencia el peso de estas supresiones. Le propuso a Obsle que los Treinta—y—tres hagan pública la invitación a la nave de las estrellas, no sólo a los conciudadanos de Orgoreyn sino también a Karhide, pidiéndole a Argaven que sume la voz de Karhide a esa invitación. Un plan noble, que no irá adelante. No le pedirán a Karhide que se sume a nada.

Los hombres del Sarf que se cuentan entre los Treinta—y—tres se oponen como es de esperar a tomar en consideración la presencia y misión del Enviado. En cuanto a los indiferentes y no comprometidos que Obsle espera atraer a su propio partido, pienso que temen al Enviado, tanto como Argaven y los miembros de la corte, y con esta diferencia: Argaven pensaba que el Enviado estaba loco, como él mismo, mientras que los hombres de Mishnori piensan que es un mentiroso, como ellos mismos. Temen ser víctimas de una patraña en público, una patraña ya rechazada por Karhide, una patraña quizá inventada por Karhide. Pasan la invitación, la hacen pública, y a qué se reduce el shifgredor cuando no viene ninguna nave de las estrellas.

En verdad Genly Ai nos exige una confianza extraordinaria. Para él, claro está, no es extraordinaria.

Y Obsle y Yegey piensan que la mayoría de los Treinta—y—tres se convencerá al fin y confiará en el Enviado. No sé por qué tengo menos esperanzas que ellos. Quizá yo no quiera en el fondo que Orgoreyn pruebe de este modo ser más ilustrado que Karhide, corriendo el riesgo, ganando alabanzas, y dejando a Karhide en la sombra. Si esto es envidia patriótica, me llega demasiado tarde; en cuanto vi que Tibe me desalojaría pronto hice todo lo que pude para asegurar el viaje del Enviado a Orgoreyn, y aquí en el exilio he hecho todo lo posible para que ellos lo apoyen.

Gracias al dinero que me ha traído de Ashe puedo vivir de nuevo de mis propios recursos, como «unidad», no «dependiente». No voy a más banquetes, y no me muestro en público con Obsle y otros partidarios del Enviado, y no he visto al Enviado mismo durante más de medio mes, desde su segundo día en Mishnori.

El Enviado me dio el dinero de Ashe como alguien que paga a un asesino. Pocas veces sentí tanta cólera, y lo insulté deliberadamente. El sabía que yo estaba enojado, pero no entendió quizá que yo lo insultaba; pareció que aceptaba un consejo, aun dado de ese modo, y cuando me serené vi esto, y me preocupé. ¿Es posible que todo ese tiempo en Erhenrang haya buscado mi consejo no sabiendo cómo decírmelo? Si es así, entonces el Enviado tiene que haber entendido mal la mitad y nada del resto de lo que le dije en el palacio, junto al fuego, la noche que siguió a la ceremonia de la clave del arco. El shifgredor de este hombre ha de tener otro fundamento, composición y sustancia que el nuestro; y cuando yo me creía más directo y franco, él quizá me ha encontrado más sutil y oscuro.

Esta torpeza es ignorancia, y esta arrogancia es ignorancia. Nos ignora: lo ignoramos. El es infinitamente extraño, y yo un tonto, permitiendo que mi sombra caiga sobre la luz que nos trae. Mantendré baja mi mortal vanidad. No me cruzaré en su camino, pues esto es claramente lo que él quiere. Tiene razón. Un karhíder traidor y exiliado no acredita la causa.

De acuerdo con la ley orgota de que toda «unidad» ha de tener empleo, trabajo desde la hora octava al mediodía en una fábrica de plásticos. Trabajo fácil: manejo una máquina que junta y pega piezas de plástico formando cajitas transparentes. No sé para qué son esas cajitas. A la tarde, encontrándome un poco embotado, retomo las viejas disciplinas que aprendía en Roderer. Me alegra ver que no he perdido mi habilidad en despertar la fuerza doza, o entrar en intrance, pero no he obtenido mucho con el intrance, y en cuanto a las habilidades de la inmovilidad y el ayuno, es como si nunca las hubiese aprendido, y tengo que empezar todo de nuevo, como una criatura. He ayunado un día y el vientre me chilla: ¡Una semanal ¡Un mes!

Las noches son heladas ahora. Anoche un viento duro trajo una lluvia helada. Toda la tarde pensé en Estre, y el sonido del viento era como el viento que sopla allá. Le escribí hoy a mi hijo una larga carta. Mientras le escribía tuve una y otra vez la impresión de que Arek estaba allí, conmigo, y que sólo me faltaba volver la cabeza para verlo. ¿Por qué escribo estas notas? ¿Para que mi hijo las lea? Poco bien le harían. Quizá escribo para escribir en mi propio idioma.

Harhahad susmí. La radio no ha mencionado todavía al Enviado; ni una palabra. Me pregunto si Genly Ai ve que en Orgoreyn, a pesar del vasto aparato visible de gobierno, nada se hace de modo visible, nada se dice en voz alta. La maquinaria oculta las maquinaciones.

Tibe desea que Karhide aprenda a mentir. Ha seguido el ejemplo de Orgoreyn, un buen ejemplo. Pero creo que nos será difícil aprender a mentir, habiendo practicado tanto tiempo el arte de dar vueltas y vueltas a la verdad, nunca manchándola con mentiras, nunca alcanzándola.

Un saqueo orgota ayer del otro lado del Ey: quemaron los graneros de Tekember. Lo que el Sarf quiere, y lo que Tibe quiere. Pero, ¿a dónde vamos?

Slose, interpretando las declaraciones del Enviado de acuerdo con su misticismo yomesh, dice que la venida del Ecumen a la tierra es en verdad la venida a este mundo del Reino de Meshe, y pierde de vista nuestro propósito. Tenemos que parar esta rivalidad con Karhide antes que lleguen los nuevos hombres, dice. Tenemos que preparar las almas para esa venida, abandonar todo shifgredor, prohibir los actos de venganza, y unirnos todos sin envidia como hermanos de un mismo hogar.

¿Pero cómo, hasta que vengan? ¿Cómo romper el circulo?

Guirní susmi. Slose encabeza un comité de persecución de piezas obscenas, que se interpretan aquí en las casas públicas de kémmer; deben de ser algo parecido a las huhud de Karhide. Slose las combate porque son triviales, vulgares y blasfemas.

Oponerse a algo es mantenerlo.

Dicen aquí «todos los caminos llevan a Mishnori». Si, claro; si le damos la espalda a Mishnori y nos alejamos estamos todavía en el camino de Mishnori. Oponerse a la vulgaridad es inevitablemente ser vulgar. Hay que ir a alguna otra parte; hay que tener otra meta; entonces el camino es distinto.

Yegey en el salón de los Treinta—y—tres, hoy: —Me opongo una vez más a este bloqueo de exportación de granos a Karhide, y el espíritu de competencia que lo motiva. —Correcto, pero por ahí no saldrá del camino de Mishnori. Tiene que ofrecerles una alternativa. Tanto Orgoreyn como Karhide han de abandonar el camino que siguen ahora, en direcciones opuestas. Yegey, creo, tendría que hablar del Enviado y nada más.

Ser un ateo y sostener a Dios. La existencia o no existencia de Dios es casi lo mismo en el plano de la prueba. De modo que prueba es una palabra que los handdaratas no usan a menudo, pues han elegido no tratar a Dios como hecho, sujeto de prueba o creencia. Así han roto el círculo, y son libres.

Aprender qué preguntas no pueden contestarse, y no contestarlas: esta capacidad es de veras necesaria en tiempos de tensión y oscuridad.

Tormenbod susmi: Mi intranquilidad crece. Todavía ni una palabra acerca del Enviado en la radio de las oficinas centrales. Ninguna de las noticias que dimos de él en Erhenrang se oyó nunca aquí, y los rumores que proceden de la recepción ilegal de estaciones de radio del otro lado de la frontera, y de las historias de comerciantes y viajeros, no parecen haberse extendido mucho. El Sarf vigila las comunicaciones con una eficacia que yo no hubiese creído posible. Esta sola posibilidad es aterradora. En Karhide el rey y el kiorremi tienen bastante poder sobre lo que la gente hace, pero poco sobre lo que la gente oye, y ninguno sobre lo que dicen. Aquí el gobierno no sólo vigila los actos sino también el pensamiento. No creo que ningún hombre tenga tanto poder sobre otros.

Shusgis y algunos más llevan abiertamente a Genly Ai por la ciudad. Me pregunto si entienden que esta exhibición oculta el hecho de que el Enviado vive oculto. Nadie sabe que está aquí. Les he preguntado a mis compañeros de fábrica y no saben nada y piensan que hablo de algún enloquecido sectario yomesh. Ninguna información, ningún interés, nada que pueda apoyar la causa de Ai, o protegerle la vida.

Es una lástima que se nos parezca tanto. En Erhenrang la gente lo señalaba a menudo en la calle, pues sabían de él alguna verdad o algún rumor, y que estaba allí. Aquí donde la presencia de Ai es un secreto nadie le presta atención. Lo ven seguramente como yo lo vi al principio: un joven muy alto, fornido y moreno que está entrando en kémmer. He estudiado los informes médicos del año pasado. Las diferencias de Ai con nosotros son profundas, y no se ven fácilmente. Hay que conocerlo para saber que es un extraño.

¿Por qué lo ocultan entonces? ¿Por qué ninguno de los comensales se decide a hablar de él por radio en un discurso público? ¿Por qué calla el mismo Obsle? Miedo.

Mi rey le tenía miedo al Enviado. Estas gentes se tienen miedo entre ellas. Pienso que yo, un extranjero, soy la única persona en quien Obsle confía. Le complace de veras mi compañía y muchas veces ha dejado de lado el shifgredor y me ha pedido consejo. Pero cuando lo incito a hablar, a despertar el interés público como defensa contra la intriga de facciones, Obsle no me escucha.

—Si toda la comensalía tiene los ojos puestos en el Enviado, el Sarf no se atreverá a tocarlo —dije —, ni a tocarlo a usted.

Obsle suspira: —Sí, si, pero no es posible, Estraven. Radio, boletines impresos, periódicos científicos, todos están en manos del Sarf. ¿Qué podría hacer yo? ¿Pronunciar discursos en la esquina de una calle como un sacerdote fanático?

—Bueno, se puede hablar con la gente, propagar rumores. Hice algo parecido el año último en Erhenrang. Que la gente haga preguntas para las que usted tiene respuestas, es decir el Enviado mismo.

—Si al menos trajese aquí esa condenada nave, y pudiéramos mostrarle algo al pueblo. Pero tal como…

—No traerá la nave hasta asegurarse de que están ustedes actuando de buena fe.

—¿Y no es ese mi caso? —gritó Obsle, hinchándose como un pez hobo —. ¿No he dedicado todo un mes a este asunto? ¡Buena fe! ¡Espera que creamos todo lo que dice! ¡Y como retribución no nos tiene ninguna confianza!

—¿Podría ser de otro modo?

Obsle bufó y no dijo más.

Obsle está más cerca de la honestidad que cualquier otro miembro del gobierno orgota.

Odgedeni susmi. Para llegar a ser jerarca del Sarf es imprescindible, parece, una cierta y complicada estupidez. Gaum es un ejemplo. Ve en mí a un agente de Karhide que intenta empujar a Orgoreyn a una tremenda pérdida de prestigio, haciéndoles creer en la patraña del Enviado del Ecumen; piensa que como primer ministro me he pasado los días preparando este engaño. Dios, hay en mi vida tareas más interesantes que un duelo de shifgredor con la escoria. Pero Gaum no alcanza a ver esta simplicidad. Ahora que en apariencia Yegey me ha dejado de lado, Gaum cree que se me puede comprar, y está preparando la compra a su propio y curioso modo. Me observó o hizo que me observaran con bastante atención como para saber que yo tendría que entrar en kémmer en posde o tormenbod; y así se me apareció anoche en pleno kémmer, sin duda inducido por hormonas, dispuesto a seducirme. Un encuentro accidental en la calle Pyenefen. —¡Har! No lo veo desde hace un mes, ¿dónde ha estado ocultándose? Venga a tomar una copa de cerveza conmigo.

Eligió una casa de bebidas junto a una casa publica de kémmer. No pidió cerveza para nosotros, sino agua de vida. No quería perder tiempo. Luego del primer vaso puso la mano sobre la mía y acercó la cara, murmurando: —No nos encontramos por casualidad. He estado esperándote, te deseo para mi kémmer de esta noche —y me llamó por mi nombre primero. No le corté la lengua porque desde que dejé Estre no llevo cuchillo. Le dije que era mi propósito abstenerme mientras viviese en el exilio. Gaum arrulló y susurró, tomándome las manos. Estaba pasando muy rápidamente a fase plena como mujer. Gaum es muy hermoso en kémmer, y contaba con esta belleza y una apropiada insistencia sexual, sabiendo, supongo, que como yo era de los handdaras no usaría drogas reductoras del kémmer, y preferiría probar mi abstinencia. Olvidó que el odio es tan bueno como cualquier droga. Me libré del manoseo, que por supuesto estaba haciendo algún efecto en mí, y lo dejé, insinuándole que probara la casa pública de kémmer próxima. Gaum me miró entonces con un odio lastimoso, pues estaba, aunque tuviese segundas intenciones, de veras en kémmer y excitado.

¿Pensó Gaum realmente que yo me vendería por unas monedas? Cree entonces que estoy muy inquieto; lo que en verdad hace que me sienta inquieto.

Malditos, estos hombres poco limpios. No hay un hombre limpio entre todos ellos.

Odsordni susmi. Esta tarde Genly Ai habló en la Sala de los Treinta—y—tres. No se permitió la presencia de público, ni lo transmitieron por radio, pero Obsle me llamó más tarde y me hizo escuchar su propia grabación. El Enviado habló bien, con un candor y un apremio conmovedores. Hay en él una inocencia que yo he llamado otras veces extraña y tonta; sin embargo, en algunos momentos esa aparente inocencia se muestra como una sabia disciplina y una amplitud de propósito que me dejan sin aliento. En la voz del Enviado había un pueblo astuto y magnánimo, un pueblo que ha cambiado en sabiduría una profunda, vieja, terrible y extraordinariamente variada experiencia. Pero él mismo es joven, impaciente, inexperto. Está por encima de nosotros, y ve más allá, pero no tiene más altura que la del hombre.

Habla mejor ahora que en Erhenrang, de un modo más simple y más sutil; ha aprendido su trabajo haciéndolo, como todos nosotros.

El discurso del Enviado fue interrumpido a menudo por miembros de la facción dominante, exigiendo que el presidente hiciese callar a este lunático, lo echara a la calle, y comenzaran a tratarse los asuntos del día. Csl. Yemembey fue el más estrepitoso y quizá espontáneo: —¿No se ha creído usted este guichi michí? —le rugía a Obsle. Las interrupciones deliberadas, difíciles de seguir a veces en la cinta, vinieron sobre todo de Kaharosile, me dijo Obsle. Cito de memoria:

Alshel (presidiendo): —Señor Enviado, encontramos que esta información y las proposiciones de los señores Obsle, Slose, Idepen, Yegey y otros es muy interesante, muy estimulante. Sin embargo, necesitamos algo más. (Risas.) Como el rey de Karhide tiene ese… vehículo de usted guardado bajo llave, y no podemos verlo, ¿no sería posible para usted, como ya se sugirió, traer esa… nave de las estrellas? ¿Cómo lo llaman ustedes?

Ai: —Nave de las estrellas es un buen nombre, señor.

Alshel: —Oh, ¿cómo lo llaman ustedes?

Ai: —Bueno, el nombre técnico es nafal—20—cetiano.

Voz: —¿Está seguro de que no es el trineo de San Petete? (Risas.)

Alshel: —Por favor. Sí. Bueno, si puede traer esa nave a nuestro suelo, a un suelo sólido podríamos decir, de modo que pudiésemos tener algo más sustancial.

Voz: —¡Tripa de pescado sustancial!

Ai: —Quisiera de veras traer aquí esa nave, señor Alshel, como prueba y testigo de nuestra recíproca buena fe. Sólo espero el anuncio público preliminar de ustedes.

Kaharosile: —¿No ven ustedes, comensales, de qué se trata aquí? No es sólo una broma estúpida. Hay una intención: burlarse públicamente de nuestra credulidad, nuestra bobería, nuestra estupidez; una intención maquinada con increíble impudicia por esta persona que tenemos hoy delante de nosotros. Ustedes saben que viene de Karhide. Ustedes saben que es un agente de Karhide. Pueden ver que es una desviación sexual de un tipo que en Karhide no se cura, a causa de la influencia del culto de las Tinieblas, y que a veces se lo crea artificialmente para las orgías de los profetas. Y sin embargo cuando dice «Soy del espacio exterior», algunos de ustedes cierran los ojos, humillan la inteligencia, ¡y creen! Nunca hubiera pensado que fuese posible, etcétera, etcétera.


Por lo que se oye en la cinta, Ai aguantó con paciencia escarnios y ataques. Obsle dice que se las arregló bien; yo esperaba afuera a que terminara la sesión, y cuando salieron vi que Ai tenía una expresión sombría y meditabunda. No podía ser de otro modo.

Mi impotencia es intolerable. Fui uno de los que puso en marcha esta máquina, y ahora funciona como quiere. Me escabullo embozado por las calles para echar una mirada al Enviado. En beneficio de esta vida solapada e inútil abandoné poderes, dinero, amigos. Qué insensato eres, Derem.

¿Por qué no descanso al fin mi corazón en algo posible?

Odeps susmi. El dispositivo transmisor que Genly Ai ha puesto ahora en manos de los Treinta—y—tres, y al cuidado de Obsle, no cambiará ningún criterio. Es indudable que funciona, como dice el Enviado, pero si el Shorst Real de Matemática dice: «No entiendo principios», ningún otro matemático o ingeniero orgota entenderá más, y nada será probado o desaprobado. Resultado admirable, si estuviésemos en una fortaleza de los handdaras, pero, ay, hemos de ir adelante perturbando la nieve, probando y desaprobando, preguntando y respondiendo.

Una vez más insistí ante Obsle sobre la posibilidad de que Ai llame por radio a esa nave, despierte a la gente de a bordo, y les pida que hablen a los comensales en transmisión directa a la Sala de los Treinta—y—tres. Esta vez Obsle tenía una razón para negarse:

—Escuche, Estraven querido. La radio la maneja aquí el Sarf, ya lo sabe. No tenemos la menor idea, ni siquiera yo, de cuál es la gente de comunicaciones que pertenece al Sarf; la mayoría, sin duda, pues sabemos que operan los transmisores y receptores en todos los niveles, incluidos los servicios técnicos y de reparaciones. Podrían bloquear o falsificar cualquier transmisión, y lo harían así, ¡y eso si hay transmisión! ¿Se imagina la escena, en la Sala? Nosotros, «los del espacio exterior», víctimas de nuestra propia mentira, escuchando sofocados una catarata de estática, y nada más, ninguna respuesta, ningún mensaje?

—¿Y no tiene usted dinero para pagar a un técnico amigo o para sobornar a alguien? —pregunté, pero fue inútil. Obsle cuida ahora de su propio prestigio. No es el mismo conmigo. Si cancela la recepción de esta noche al Enviado, puede temerse lo peor.

Odarhad susmí. Obsle canceló la recepción.

Esta mañana fui a ver al Enviado, en apropiado estilo orgota. No abiertamente, en casa de Shusgis, donde pululaban sin duda los agentes del Sari, siendo Shusgis uno de ellos, sino en la calle, de modo azaroso, estilo Gaum, solapado y furtivo. —Señor Ai, ¿me oiría usted un momento?

Ai miró alrededor, sobresaltado, y se alarmó al verme. Al cabo de un momento dijo: —¿Qué pretende usted, señor Har? Sabe que no puedo confiar en lo que me diga… desde Erhenrang…

Esto me pareció cándido, nada penetrante. Sin embargo, era penetrante también; Ai entendía que yo quería darle un consejo, no pedirle algo, y había hablado para no ofender mi orgullo.

—Dije entonces: —Estamos en Mishnori, no en Erhenrang; pero el peligro en que está usted es el mismo. Si no convence a Obsle o a Yegey de que le permitan hablarle a la nave, de modo que la gente de a bordo pueda apoyar las declaraciones de usted sin correr riesgos, entonces opino que debiera recurrir usted a su propio instrumento, el ansible, y pedirle a la nave que baje en seguida. El riesgo será menor entonces para ellos que ahora para usted.

—Las discusiones de los comensales acerca de mis mensajes han sido secretas. ¿Qué sabe usted de mis «declaraciones», señor Har?

—El problema de mi vida ha sido averiguar…

—Pero aquí no es un problema suyo, señor. Corresponde a los comensales de Orgoreyn…

—Le digo que la vida de usted corre peligro, señor Ai —dije. Ai no respondió y lo dejé.

Debía de haberle hablado hace días. Es demasiado tarde. El miedo corroe de nuevo la misión del Enviado, y mi esperanza. No el miedo a lo desconocido, lo extraño, no aquí. A estos orgotas les falta inteligencia, espíritu, para temer lo que es verdadera e inmensamente extraño. Ni siquiera lo ven. Miran al hombre de otro mundo ¿y qué ven? Un espía de Karhide, un perverso, un agente, una irrisoria unidad política, como ellos mismos.

Si Ai no llama a la nave en seguida, será demasiado tarde. Quizá ya es demasiado tarde. La culpa es mía. No he hecho nada bien.

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