CAPITULO SEIS

M ás allá de las brumas

A través de la noche del lunes Singing Rock y yo íbamos a turnarnos para observar a Karen Tandy. Ambos estuvimos de acuerdo en que el doctor Hughes debía ir a su casa y dormir toda la noche, porque si lográbamos devolver el manitú de Karen a su cuerpo, él necesitaría estar tan descansado y fresco como fuera posible para llevar a cabo cualquier trabajo de resurrección que fuera necesitado con urgencia.

Ocupamos el cuarto del hospital al lado del de Karen, y mientras Singing Rock dormía yo me senté en el corredor, sobre una dura silla, observando la ventana de la fuertemente cerrada puerta de nuestra paciente. Adentro, con ella, había un enfermero en caso que necesitase atención médica, pero había sido advertido que si vela cualquier cosa no usual tenía que golpear la puerta y llamarme.

Yo logré encontrar en la biblioteca una copia del libro del doctor Snow sobre los indios Hidatsa y lo leí bajo la desnuda luz fluorescente del hospital. En su mayor parte era bastante seco, pero obviamente estaba bien informado sobre las brujerías de los hechiceros.

A las dos de la mañana mis párpados comenzaron a caerse y yo comencé a sentir que nada deseaba más que una ducha caliente, un trago fuerte y diez horas de dormir como un lirón. Me moví algo en la silla para despertarme un poco, pero no tardó mucho en instalarse en mí una sensación de relajación y como de nebulosa.

Sin darme cuenta comencé a dormir, y mientras dormía comencé a soñar. Soñé que estaba rodeado por una oscuridad cálida y resbaladiza, pero no era claustrofóbica o sofocante. Yo me sentía como dentro del vientre materno y muy cómodo, y eso me daba fuerzas y me nutría. Sentí como que estaba esperando que sucediese algo, esperando por el momento apropiado. Cuando ese momento llegara yo tendría que irme de esa cálida oscuridad a un lugar frío y desconocido. Un lugar aterrante y extraño.

La sensación de miedo me despertó. Inmediatamente miré mi reloj para ver cuánto había dormido. No más de cinco o diez minutos, pensé. Me puse de pie y me asomé a la ventana en la puerta del cuarto de Karen Tandy. Ella yacía allí, cubierta por una sabana floja, que escondía la mayor parte del horrible bulto en su espalda. Ella aun se hallaba inconsciente y su rostro estaba amarillo y casi cadavérico. Sus ojos estaban rodeados con sombras púrpuras y en sus mejillas estaban marcadas unas líneas profundas. Parecía estar al borde de la muerte. Sólo las oscilantes agujas de las máquinas de diagnósticos al lado de su cama demostraban que algo aún estaba vivo dentro de ella.

El enfermero, Michael, estaba sentado leyendo un libro de ciencia- ficción llamado La muchacha del Planeta Verde. Se lo hubiese cambiado alegremente por mi académico tomo sobre la forma de vida de los Hidatsas.

Yo retorné a mi dura silla y me senté. Singing Rock debía relevarme a las tres de la mañana y yo ya no podía más. Fumé y comencé a jugar con mis pulgares. A esa hora de la noche uno siente que todo el mundo está vacío y que se está solo en algún extraño tiempo secreto, un tiempo en el que el pulso disminuye y desaparece y la respiración profunda te hunde en un pozo sin fondo de sueños monstruosos y pesadillas.

Terminé mi cigarrillo, lo apagué contra el piso y miré de nuevo mi reloj. Eran las dos y media. Hacía mucho que había terminado la noche y aún faltaba largo rato para la mañana. En alguna medida la idea de enfrentarse con Misquaimcus por la noche era mucho más aterrante que la de enfrentarlo durante el día. De noche uno siente que los espíritus malignos están mucho más dispuestos a aparecer, y que incluso las sombras, o que la extraña forma de tus ropas contra el respaldo de la silla, pueden tener una siniestra vida propia.

Cuando era niño me aterraba ir al cuarto de baño en mitad de la noche porque eso significaba pasar por la puerta abierta del salón. Tenía miedo de que una noche, cuando la luz de la luna penetraba allí a través de las persianas, viese a gente sentada, quieta y callada. Sin pestañear, sin moverse, sin hablar. Antiguos ocupantes, muertos desde hace mucho, relajándose almidonadamente en las sillas que alguna vez fueron de ellos.

Ahora tenía la misma sensación. Seguí mirando el largo y vacío pasillo para ver si alguna sombra borrosa se movía en la distancia. Miré todas las puertas para ver si alguna de ellas se abría lentamente. La noche es el reino de los magos, y la magia y mis cartas de Tarot me habían prevenido sobre la noche y la muerte y los hombres que hacían hechizos diabólicos. Ahora me enfrentaba a la amenaza de las tres cosas juntas.

A las tres menos cuarto encendí otro cigarrillo y sople el humo lentamente en el silencio total del vacio corredor. Ahora hasta los ascensores habían dejado de andar y el ruido de los pies del personal nocturno estaba aplacado por las densas alfombras. Por mí podía estar totalmente solo en el mundo. Cada vez que movía mis pies me asustaba a mí mismo.

Cansado como estaba comencé a preguntarme hasta dónde toda esa situación era real o hasta dónde yo la estaba soñando o imaginando. Sin embargo, si Misquamacus no existía, ¿cómo sabía su nombre y qué hacía yo ahí, manteniendo esta vigila solitaria en un corredor de hospital? Fumé y traté de leer algo más del libro del doctor Snow, pero mis ojos ya no daban más por el cansancio y me di por vencido.

Debe haber sido el suave crujir de la piel contra el vidrio que me hizo mirar entonces a la ventana en la puerta del cuarto de Karen Tandy. Era un sonido ínfimo, casi imperceptible, como alguien limpiando cucharas de plata en el otro extremo de la casa. Sqweak, squikkkk…

Yo di un salto asustado. Había un rostro apretado contra la ventana, con horribles facciones distorsionadas. Sus ojos estaban hinchados y sus dientes quedaban al desnudo en una mueca por un grito silencioso.

Estuvo ahí durante sólo un segundo, y luego hubo un ruido fangoso, como a salpicadura, y toda la ventana quedó tapada por sangre. Incluso hasta saltó un chorro de espeso líquido rojo a través del ojo de la cerradura y resbaló por el lado de afuera de la puerta.

– ¡Singing ROCCCKKK! -grité, y me lancé hacia el cuarto vecino donde él dormía. Encendí la luz y él ya estaba sentado, con su rostro abrumado por el sueño, pero los ojos abiertos por la expectativa y el miedo.

– ¿Qué sucedió? -me dijo, levantándose de la cama y saliendo velozmente hacia el corredor.

– Allí había una cara en la ventana, sólo por un segundo. Luego nada, excepto toda esta sangre.

– Ha salido -dijo Singing Rock-. O casi. Usted debe haber visto en la ventana al enfermero.

– ¿El enfermero? ¿Pero qué demonios le hizo a él Misquamacus?

– Vieja magia india. Probablemente invocó los espíritus del cuerpo y lo dio vuelta de adentro para afuera.

– ¿De adentro para fuera?

Singing Rock me ignoró. Volvió rápidamente a su cuarto y abrió la maleta. Sacó cuentas y amuletos y una botella de cuero llena de algún líquido. Colgó en mi cuello uno de los amuletos, un rostro fiero de cobre, color verde, en una correa de cuero crudo. Desparramó un polvo rojizo sobre mi pelo y mis hombros y me tocó el corazón con la punta de un largo hueso blanco.

– Ahora está razonablemente protegido -dijo-. Por lo menos no terminará como Michael.

– Escuche, Singing Rock -dije-. Creo que deberíamos buscar un revólver. Sé que si matamos a Misquamacus eso matará a Karen Tandy, pero como último recurso debemos hacerlo.

Singing Rock movió su cabeza con firmeza.

– No. Si disparamos contra Misquamacus tendremos a su manitú persiguiéndonos para vengarse por el resto de nuestras vidas. El único modo en que podemos derrotarlo para siempre es a través de la magia. De esa forma él nunca podrá volver. Y de todos modos, dentro de cualquier tipo de brujería, un revólver es más peligroso para la persona que lo utiliza que para la persona contra la cual se dispara. Ahora venga, no podemos perder mucho tiempo.

Me llevó de nuevo hasta la puerta del cuarto de Karen Tandy. Ahora la sangre se había aclarado, pero todo lo que podíamos ver adentro era el débil aura de la luz del lado de la cama, escarlata a través de ese vidrio.

– Gitche Manitú, protégenos. Gitche Manitú, protégenos – murmuró Singing Rock, y tomó el picaporte.

Detrás de la puerta había algo mojado y sucio y Singing Rock tuvo que hacer un esfuerzo para empujarlo fuera de camino. Había un olor nauseabundo a heces y vómito y mis pies resbalaron en el suelo cuando yo entré. Los restos de Michael yacían en una pila de espuma roja, mezclados con arterias y venas e intestinos, y yo sólo pude dar un vistazo. Sentí que iba a devolver.

Había sangre por todos lados, las paredes, las sábanas y el piso. En medio de este sangriento caos yacía Karen Tandy, y ella se estaba retorciendo como un enorme insecto blanco que trata de hallar su camino para salir de una crisálida.

– Es muy pronto -dijo Singing Rock -. Ella debe haber estado debatiéndose y Michael quiso ayudarla. Por eso Misquamacus le mató.

Obligando a mi estómago a que dejase de contraerse miré con una horrorizada fascinación cómo el enorme bulto en la espalda de Karen Tandy comenzaba a contornearse. Ahora era tan grande que su propio cuerpo parecía como alguna figura de papel, y sus brazos y piernas eran movidos por el feroz movimiento de la Bestia que estaba naciendo en su espalda,

– Gitche Manitú, dame poder. Tráeme los espíritus de la oscuridad y el poder. Gitche Manitú, escucha mi llamada -murmuró Singing Rock.

Trazó complicados dibujos en el aire con sus largos huesos mágicos, y arrojó polvos por todos lados. El aroma a hierbas secas y a flores se mezcló con la vivida fetidez de la sangre.

De pronto tuve una sensación musical y metálica en mi espalda, como cuando a uno le anestesian en el dentista. Toda la escena parecía particularmente irreal y yo me sentí alejado y extraño, como si estuviera mirando con mis ojos desde la oscuridad de algún otro lado. Singing Rock me tomó del brazo y desde entonces la sensación comenzó a desaparecer.

– El ya está lanzando hechizos -susurro el hechicero-. Sabe que estamos aquí y sabe que trataremos de combatirlo. Hará muchas cosas extrañas en su mente. Tratará de hacerle sentir como si usted no existiera, como lo acaba de hacer. También tratará de hacerle sentir miedo, y querer suicidarse, y sentirse desesperadamente solo. Tiene poder como para hacer todo eso. Pero son sólo trucos. Lo que verdaderamente debemos vigilar son los manitús que reúna, porque ésos son casi incontenibles.

El cuerpo de Karen Tandy era arrojado de un lado para otro en la cama. Pensé que ya estaba muerta, o casi. Su boca se abría de cuando en cuando y ella lanzaba un pequeño gruñido, pero eso era sólo porque el movedizo hechicero de su espalda presionaba sus pulmones.

Singing Rock me tomó el brazo.

– Mire -me dijo serenamente.

La piel blanca en la parte superior del bulto era presionada desde adentro, como por un dedo. El dedo empujaba más fuerte y más fuerte contra ella, tratando de traspasarla. Yo estaba helado y apenas podía sentir mis piernas. Pensé que en cualquier momento iba a sufrir un colapso. Yo miraba, casi totalmente sin ver, mientras el dedo empujaba y se revolvía en un esfuerzo desesperado por salir.

Una larga uña abrió la carne y un fluido acuoso y amarillo saltó de pronto por el agujero, mezclado con sangre. Hubo un denso olor fétido, como a carne pudriéndose. El saco en la espalda de Karen Tandy se hundía y vaciaba mientras el fluido de nacimiento de Misquamacus se desparramaba por las sábanas.

– Líame al doctor Hughes; hágalo venir lo antes posible -dijo Singing Rock.

Fui hasta el teléfono de la pared, le sequé la sangre con mi pañuelo y marqué con la operadora. Cuando ella contestó, la voz de la muchacha parecía tan en blanco y despreocupada como si estuviera hablando desde otro mundo.

– Soy el señor Erskine. ¿Puede enviar al doctor Hughes al cuarto de la señorita Tandy lo antes posible? Dígale que ha comenzado, que es urgente.

– Muy bien, señor.

– ¡Llámele ahora mismo! Gracias.

– De nada.

Yo retorné a la atroz lucha de la cama. De la rajadura en la piel había emergido una mano negra y estaba haciendo un agujero cada vez, mas grande en el bulto, con el sonido de un plástico que se rasga.

– ¿No puede hacer algo ahora? -le susurré a Singing Rock-. ¿No puede hechizarlo antes que salga de ahí?

– No -dijo Singing Rock.

Estaba muy tranquilo, pero pude ver por la tensión en su rostro que también estaba muy asustado. Tenía listos sus huesos y sus polvos, pero sus manos temblaban.

Una gran brecha, de como un metro, había aparecido en la espalda de Karen Tandy. Su propia cara ahora yacía pálida y muerta contra la cama, bañada por sangre coagulada y fluido pringoso. Yo ya no podía creer que hubiese forma de hacerla revivir. ¡Parecía tan mutilada y destrozada, y la cosa que salía de ella parecía tan fuerte y diabólica!

Otra mano emergió de la rajadura en su carne, y la carne se partió ampliamente. Lentamente, crasamente, se elevaron del agujero una cabeza y unos hombros, y yo sentí un profundo y oscuro escalofrío cuando vi el mismo rostro duro que había aparecido en la mesa de madera de cerezo. Era Misquamacus, el viejo hechicero, retornando vivo a un mundo nuevo.

Su largo pelo negro estaba pegado contra su ancho cráneo con aceite y fluidos. Sus ojos estaban muy cerrados, y su piel cobriza brillaba con la fétida mucosidad de la bolsa de la que salía. Sus pómulos eran altos y planos, y su prominente nariz aguileña estaba tapada con las grasas fetales. De sus labios y mentón colgaban mocos.

Singing Rock y yo estábamos totalmente silenciosos mientras Misquamacus se sacaba la flácida piel de Karen de su desnudo y grasoso torso. Luego el hechicero se apoyó en sus manos y liberó sus caderas. Sus genitales estaban hinchados y duros como los de un bebé al nacer, pero había un oscuro pelo púbico untado contra su vientre con cicatrices.

Misquamacus sacó una pierna, con un enfermante ruido de succión, como el que se hace cuando se saca una bota de goma de un charco de espeso barro. Luego, la otra pierna.

Y fue entonces cuando vimos el daño que le habían hecho los rayos X. En vez de tener unas piernas completas y musculosas, sus miembros inferiores terminaban encima de la rodilla, con pequeños y deformados pies zambos, con dedos pulposos de enano. La tecnología moderna había lisiado al hechicero en su «vientre materno».

Gradualmente, con sus ojos aún absolutamente cerrados, Misquamacus se alzó del cuerpo destrozado de Karen Tandy y se sentó ahí, con sus pequeñas piernas, absorbiendo aire en sus pulmones, aún llenos de fluido, y dejando que una flema cremosa se deslizara por la comisura de su boca.

Todo lo que deseaba en ese momento era tener un revólver y volar a pedazos a esa monstruosidad y terminar con él. Pero a estas alturas ya había visto lo suficiente sobre sus poderes ocultos como para saber que no me haría ningún favor a mí mismo. Misquamacus era capaz de perseguirme por el resto de mi vida, y cuando yo muriese su manitú se tomaría una horrible venganza en el mío.

– Necesitaré su ayuda -me dijo serenamente Singing Rock-. Con cada hechizo que yo haga quiero que se concentre profundamente deseando su éxito. Siendo dos, podemos lograr sostenerlo.

Como si hubiese estado escuchando, el lisiado Misquamacus abrió lentamente un ojo amarillo, y luego el otro, y nos miró con una escalofriante mezcla de curiosidad, desprecio y odio.

Luego miró hacia el piso y vio el círculo de hechicería alrededor de la cama, con sus polvos rojos y blancos y los huesos.

– Gitche Manitú -dijo fuerte Singing Rock -, escúchame ahora y envía tu poder en mi ayuda.

Comenzó a moverse y bailar e hizo dibujos en el aire con sus huesos. Yo traté de hacer como él me lo había pedido y me concentraba deseando el éxito del hechizo. Pero era difícil desviar mi mirada de la fría y pasiva criatura de la cama, que nos miraba con un aire total de venganza.

– Gitche Manitú -cantó Singing Rock -, envía tus mensajeros con cerraduras y llaves. Envía a tus carceleros y guardianes. Sostén su espíritu, apresa a Misquamacus. Encierralo con barrotes y cadenas. Congela su mente y paraliza su brujería.

Luego siguió con una larga invocación india que yo apenas podía seguir, pero me quedé tieso y rogué y rogué que su magia funcionara y que el hechicero de la cama pudiese ser atrapado por las fuerzas espirituales.

Pero una sensación extraña comenzó a penetrar mi mente; una sensación de que lo que estábamos haciendo era mezquino e inútil y que lo mejor que podíamos hacer era dejar tranquilo a Misquamacus, dejarlo hacer lo que quisiera. Era mucho más fuerte que nosotros, era mucho más sabio. Me pareció tonto continuar luchando contra él, porque él sólo tendría que llamar a uno de sus demonios indios y nosotros tendríamos una muerte horrible.

– Harry -dijo Singing Rock -. ¡No deje que entre en su mente! ¡Ayúdeme! ¡Necesito su ayuda!

Yo hice un esfuerzo para ahuyentar el sentido de desesperación que se metía en mi mente. Me volví hacia Singing Rock y vi que el sudor le corría por la cara y que profundas líneas de tensión y ansiedad surcaban sus mejillas.

– ¡Ayúdeme, Harry, ayúdeme!

Miré a la oscura y horrible criatura de la cama y concentré cada gramo de mi voluntad en paralizarlo. Me devolvió la mirada con esos vidriosos ojos amarillos, como pidiéndome que me atreviera a desafiarlo, pero traté de ignorar mi terror y de destruirlo con sólo mi esfuerzo mental. «Eres inútil -pensé -, no te puedes mover, no puedes practicar tu magia.»

Pero milímetro a milímetro Misquamacus comenzó a salir de la cama. Mantenía sus ojos todo el tiempo en nosotros. Singing Rock arrojaba polvos y movía sus huesos, pero Misquamacus no parecía afectado por todo lo que él hacía. El hechicero se dejó caer pesadamente al piso, y se agachó en sus horribles piernecillas dentro del círculo mágico, su rostro era una máscara de odio impasivo.

Penosamente, utilizando sus manos para moverse, como un mono, Misquamacus se acercó al círculo. Yo pensé que si eso no lo detenía yo iba a alcanzar la puerta y estar a mitad de camino hacia Canadá antes de que nadie me pudiese gritar cobarde.

La voz de Singing Rock se hizo cada vez más excitada.

– Gaché Manitú, ¡mantén a Misquamacus alejado de mí! – invocó -. ¡Manténlo dentro del círculo de encanto! ¡Encierralo y encadénalo!

Misquamacus hizo una pausa, y miró con tristeza el círculo del hechizo. Durante un momento pensé que se iba a arrojar a través de él y hacia nosotros. Pero se detuvo, se recostó en las caderas y cerró sus ojos de nuevo. Singing Rock y yo nos volvimos a quedar en silencio por otro momento, sin respiración, y luego Singing Rock dijo:

– ¡Le hemos detenido!

– ¿Quiere decir que no puede salir?

– No, él puede atravesarlo bien. Pero aún no. No tiene la fuerza. Está descansando para recuperarla.

– ¿Pero cuánto tiempo necesitará? ¿Cuánto tiempo tenemos?

Singing Rock miró preocupadamente a la jorobada y desnuda forma de Misquamacus.

– Es imposible decirlo. Pueden ser unos pocos minutos, pueden ser unas pocas horas. Creo que he convocado la suficiente interferencia espiritual como para que nos dé treinta o cuarenta minutos.

– ¿Y ahora qué?

– Tendremos que esperar. Tan pronto como llegue el doctor Hughes creo que deberemos hacer evacuar este piso del hospital. No tardará en despertarse y estará furioso y vengativo y será casi imposible manejarlo, y no quiero que se lastime gente inocente.

Me fijé en la hora.

– Jack debe llegar en cualquier momento. ¿En serio piensa que no deberíamos tener algunos revólveres?

Singing Rock se secó la cara.

– Usted es un típico norteamericano blanco. Ha sido criado con una dieta de «westerns» de televisión y «Patrulla del Camino» y cree que un revólver es la respuesta para todo. ¿Quiere salvar a Karen Tandy o no?

– ¿En serio cree que se la puede salvar? Quiero decir…, mírela.

La flácida y marchita forma del cuerpo de Karen Tandy yacía torpe y vacíamente en la cama. Apenas podía reconocer a la misma muchacha que había ido a mi apartamento sólo cuatro noches antes, contándome sus sueños de barcos y costas a la luz de la luna.

Singing Rock dijo suavemente:

– De acuerdo a la tradición de la magia india, ella aún puede ser salvada. Si hay una oportunidad, creo que debemos intentarlo.

– Usted es el hechicero.

En ese momento el doctor Hughes y Wolf, el otro enfermero, vinieron corriendo por el pasillo. Miraron la sangre y la silenciosa forma de Misquamacus y retrocedieron aterrorizados.

– Dios -dijo Jack Hughes temblorosamente -. ¿Qué sucedió?

Salimos al pasillo con él.

– Mató a Michael -dije-. Yo estaba sentado aquí cuando sucedió. Fue demasiado rápido como para poder hacer algo. Luego forzó su salida de Karen. Singing Rock cree que le hemos detenido durante un rato con el círculo hechizado, pero no tenemos mucho tiempo.

El doctor Hughes se mordió los labios.

– Pienso que deberíamos llamar a la Policía. No me importa de qué siglo venga esa cosa; ya ha matado a demasiada gente.

Singing Rock protestó firmemente.

– Si llamamos a la Policía, también les matará. Las balas no pueden resolver este problema, doctor Hughes. Hemos decidido jugar este juego en una forma especial y ahora debemos seguir. Sólo la magia puede ayudarnos.

– Magia -dijo el doctor Hughes con amargura-. Pensar que terminé usando magia.

– Singing Rock piensa que debemos evacuar este piso del hospital -dije-. Una vez que Misquamacus se despierte va a usar todo lo posible para vengarse de nosotros.

– No es necesario -dijo el doctor Hughes -. Este es sólo un piso para cirugía. Teníamos aquí a Karen para que estuviera más cerca del quirófano. En el décimo no hay otros pacientes. Todo lo que debo hacer es decirle al resto del personal que se aleje.

Llevó más sillas al pasillo y se sentó, manteniendo una mirada atenta en el bulto inmóvil de Misquamacus. Wolf fue a la oficina del doctor Hughes y retornó con un par de botellas de bourbon y eso nos revivió. Eran las cuatro menos cuarto y aún teníamos por delante una larga noche.

– Ahora que ha emergido -dijo el doctor Hughes -, ¿cómo nos las vamos a ver con él? ¿Cómo vamos a hacer que abandone el manitú de Karen Tandy?

Podía darme cuenta que se sentía incómodo por ten que usar la palabra india para espíritu.

Desde mi punto de vista -dijo Singing Rock -, tenemos que convencer a Misquamacus de alguna manera de que está en una situación desesperada, lo cual es verdad. Aunque es muy poderoso, es un anacronismo. La magia y la brujería pueden ser peligrosos, pero en un mundo en que la gente no cree en ellas tienen usos muy limitados, incluso si Misquamacus nos mata a todos, incluso si mata a toda la gente de este hospital, ¿qué va a hacer en el mundo exterior? Físicamente es un lisiado, es totalmente ignorante de la cultura y la ciencia contemporáneas, y de una u otra forma será superado. Incluso si eso no sucede aquí mismo, alguien le pondrá una bala en el cuerpo tarde o temprano.

– ¿Pero cómo va a convencerle? -le pregunté a Singing Rock.

– Creo que la única forma es decírselo -dijo Singing Rock-. Uno de nosotros tendrá que abrir su mente a Misquamacus y darle un paseo mental por lo que es en realidad nuestro mundo moderno.

– ¿No pensará que es sólo una trampa mágica? ¿Un engaño? -preguntó el doctor Hughes.

– Posiblemente. Pero no veo qué otra cosa podemos hacer.

– Espera un minuto -dijo el doctor Hughes, volviéndose hacia mí -. Se me ocurre algo. ¿Recuerdas cuando me contaste sobre el sueño de Karen Tandy, Harry, ése sobre el barco, la costa y lo demás?

– Claro que sí.

– Bueno, lo que me llamó la atención de ese sueño es que había tanto miedo dentro de él. Misquamacus temía a algo. Y obviamente era algo lo suficientemente aterrador como para hacerle correr ese riesgo de tomar aceite hirviendo y volver. Bueno, ¿qué se te ocurre que podía ser lo que él temía?

– Es una buena idea -dije -. ¿Qué le parece, Singing Rock?

– No sé -dijo el sioux -. Podría haber estado simplemente asustado de morir en manos de los holandeses. Sólo porque su manitú sigue viviendo en el limbo después de la muerte eso no quiere decir que un hechicero no se preocupe ante la idea de que le maten. Y hay formas de matar hechiceros para que sus manitús nunca regresen a la tierra. Quizá los holandeses sabían cómo hacerlo, y lo amenazaron.

– Eso sigue sin tener sentido -dijo el doctor Hughes-. Ya hemos visto cómo puede defenderse Misquamacus. Ningún holandés se le hubiese podido acercar lo suficiente para hacerle daño. Sin embargo él tenía miedo. ¿Por qué? ¿Qué tenían los holandeses en el siglo XVII que pudiera aterrar a un hechicero como Misquamacus?

– Pienso que tenían revólveres – dijo Wolf-. Los indios no tenían revólveres, ¿no?

– Eso no encaja -replicó Singing Rock -. Misquamacus es lo suficientemente poderoso como para resistir a los revólveres. Ustedes vieron lo que hizo a los amigos de Harry con la-luz-que-ve. Sólo tendrían que apuntarle con un revólver y él lo haría saltar de sus manos,

– Los holandeses eran cristianos -sugerí -. ¿No creen que hay algo en la religión cristiana que hubiese podido exorcizar los demonios y manitús de Misquamacus?

– No -dijo Singing Rock-. No hay nada en el cristianismo que iguale el poder de los viejos espíritus indios.

El doctor Hughes meditaba profundamente, como si estuviera tratando de recordar algo que hubiese oído hacía muchos, muchos años. De pronto castañeó los dedos.

– Ya sé -dijo. Había algo muy importante que tenían los colonos holandeses que los indios no tenían. Algo que amenazaba a los indios y que ellos nunca habían visto antes y contra lo que no podían luchar.

– ¿Qué es?

– La enfermedad -dijo Jack Hughes-. Los holandeses trajeron toda clase de virus que eran desconocidos en el continente norteamericano. Especialmente los virus de la gripe. Montones de tribus fueron arrasadas por enfermedades europeas, porque no tenían anticuerpos y no podían resistir ni siquiera los resfriados o gripes más simples. Y los hechiceros no podían ayudarlos porque no había brujería que pudiese trabajar contra algo sobre lo que no sabían nada. Invisible, mortal y rápido. Si me lo preguntan, eso es de lo que Misquamacus tenía miedo. Los holandeses estaban destruyendo su tribu con un hechizo que él no podía ver o comprender.

Singing Rock parecía emocionado.

– Esa es una inspiración, doctor Hughes. ¡Una verdadera inspiración!

– Sin embargo, hay una cosa -interrumpí-. ¿Seguro que Misquamacus no será ahora inmune a la gripe? Si ha nacido en algo similar al modo norma! en que nace un bebé puede haber obtenido anticuerpos de la corriente sanguínea de Karen Tandy.

– No, no lo creo -dijo el doctor Hughes-. Su sistema nervioso estaba intrincado con el de Karen, pero sus corrientes sanguíneas no estaban conectadas en el mismo modo que el de un feto con su madre. La energía que él tomaba de ella era energía eléctrica de sus células cerebrales y su sistema medular. No había una real mezcla en el sentido físico habitual.

– Eso quiere decir -dijo Singing Rock-, que podemos darle a nuestro hechicero una dosis de la gripe. O amenazarlo con ello.

– Por cierto -dijo el doctor Hughes-. Espere un momento.

Fue hasta el teléfono de la pared y marcó rápidamente.

– Comuníqueme con el doctor Winsome -dijo cuando le contestó la operadora.

Singing Rock miró la silenciosa forma de Misquamacus, encorvado y siniestro en el piso ensangrentado del cuarto de Karen Tandy. En alguna manera, la idea de transmitirle a esa criatura la gripe no parecía una respuesta muy efectiva. Pero, aparte de la brujería de Singing Rock, no teníamos mucho a qué recurrir.

– ¿Doctor Winsome? -dijo Jack Hughes -. Mire, lamento despertarle, pero tengo un problema muy urgente y necesito desesperadamente algunos ejemplares de virus.

Hubo una pausa mientras el doctor Hughes escuchaba la diminuta voz en el otro extremo del teléfono.

– Sí, ya sé que son las cuatro de la mañana, doctor Winsome, pero no le hubiese llamado si no fuera por algo desesperado. Sí, necesito virus de gripe. Bueno, ¿cuánto tardará en venir aquí?

Escuchó algo más y luego colgó el teléfono.

– El doctor Winsome viene ahora mismo. Tiene suficientes virus de gripe en su laboratorio como para enfermar a toda la población de Cleveland, Ohio.

– Quizá debiéramos intentarlo -dijo Singing Rock con inesperado buen humor.

Ahora eran las cuatro y cinco y Misquamacus no se había movido. Los cuatro estábamos en el corredor, vigilando de cerca su oscuro cuerpo, como de enano, aunque a esta altura estábamos exhaustos y la hediondez del cuerpo de Michael era insoportable.

– ¿Qué tiempo hace fuera? -le pregunté al doctor Hughes.

– Frío. Nieva de nuevo -me dijo-. Espero que el doctor Winsome no tenga problemas para llegar.

Pasó otra media hora. Pronto amanecería. Nos habíamos acurrucado en nuestras sillas, restregándonos los ojos con cansancio y fumando para mantenernos despiertos. Sólo la propia tensión nerviosa me impedía dormir. No había dormido desde el domingo por la noche, e incluso entonces habían sido sólo cuatro o cinco horas.

A las cinco menos cuarto escuchamos un ruido como un crujido dentro del cuarto de Karen Tandy. Elevamos nuestra vista rápidamente. Misquamacus aún tenía los ojos cerrados, pero parecía estar moviéndose. Singing Rock se puso de pie y tomó sus huesos y polvos.

– Pienso que se está despertando -dijo.

Su voz temblaba. Esta vez sabía que el anciano hechicero habría recuperado casi todos sus poderes de brujo. Caminó despacio en el cuarto de Karen Tandy; le seguimos y nos mantuvimos detrás suyo para darle apoyo.

Lentamente, Misquamacus estiró sus brazos musculosos, llenos de cicatrices con sentido mágico. Levantó su cabeza, con sus ojos aún cerrados, así que nos enfrentaba directamente.

– ¿Está despierto? -susurró Jack Hughes.

– No lo sé -dijo Singing Rock-, pero lo sabré en seguida.

De pronto oímos un ruido de respiración en la cama.

Los labios blanco-azulinos del cuerpo de Karen Tandy parecían moverse y el aire entraba y salía de él.

– Ella aún está viva -dijo Wolf.

– No – dijo Singing Rock-, Misquamacus está haciendo eso. Creo que nos va a hablar a través de ella, como lo hizo antes. La está utilizando como a un micrófono; así nos puede hablar en nuestro propio lenguaje.

– Pero eso es imposible -protestó Jack Hughes -. No está nada cerca de ella.

– Puede ser científicamente imposible – dijo tranquilamente Singing Rock-. Pero esto no es ciencia. Esto es magia india.

Nos quedamos rígidos mientras suspiros más hondos comenzaron a salir de la garganta de Karen Tandy. Entonces ella comenzó a susurrarnos, con una débil voz ronca que congeló cada nervio de mi cuerpo.

– Ustedes-han-tratado-de-desafiarme-hissss -ululó el cuerpo-. Me- han-herido-y-tengo-gran-dolor. Les-castigaré-por-eso-sssss.

Sus muertos pulmones tuvieron un colapso y sus labios dejaron de moverse. Nos volvimos para mirar al mismo Misquamacus. Sus ojos amarillos se abrieron de golpe y nos miraban con una brillosa malevolencia. La misma sonrisa que había endurecido su rostro cuando apareció en la mesa de cerezo atravesó ahora su expresión.

Singing Rock comenzó con sus invocaciones y golpeaba sus huesos con un ritmo suave y seco. Pero se daba cuenta que su brujería no era nada comparada con la de Misquamacus, porque las luces de neón del cuarto comenzaron a titilar y desaparecer, y en pocos segundos quedamos en una absoluta oscuridad.

Yo estiré mis brazos, tratando de tomar alguna mano amiga, pero parecía no poder alcanzar a nadie. Estaba aterrado con la posibilidad de tocar la cara aún resbaladiza de Misquamacus.

– No se muevan -susurró Singing Rock, con terror en su voz-. Que nadie se mueva.

Pero alguien o algo se movía en el cuarto y se dirigía hacia nosotros con un paso lento e irresistible.

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