CAPITULO OCHO

Sobre la negrura

Misquamacus estaba instalado divinamente en el centro del cuarto, sosteniendo su deformado cuerpo sobre un brazo. Todos los muebles del cuarto, que parecía una sala de lectura, estaban caídos de lado como por un huracán. El piso estaba despejado y Misquamacus lo había marcado con tiza. Había un amplio círculo, y dentro de él Misquamacus había dibujado docenas de símbolos y figuras cabalísticas.

El mago reencarnado tenía su mano izquierda alzada sobre el círculo y estaba cantando algo con susurros roncos e insistentes.

Sin embargo, no fue el círculo ni los hechizos lo que me aterraron. Era una línea borrosa, medio transparente, que aparecía y desaparecía en el centro del círculo; una línea de escurridiza luz azul y forma camblante. Amparando mis ojos logré ver una curiosa forma como de escuerzo que parecía deformarse y desaparecer, cambiar y derretirse.

Singing Rock caminó suavemente por el corredor y se me unió junto a la ventana. Miró y dijo:

– Gitche Manitú, protégenos; Gitche Manitú, defiéndenos del daño; Gitche Manitú, aleja a tus enemigos.

– ¿Qué sucede? -susurré-, ¿Qué está pasando? Singing Rock terminó con sus invocaciones antes de responderme.

– Oh, Gitche Manitú; envíanos ayuda. Oh, Gitche Manitú, sálvanos de los daños. Danos suerte y buena fortuna durante todas nuestras lunas.

– Singing Rock, ¿qué es?

Singing Rock señaló a la horrible forma distorsionada del escuerzo.

– Es la Bestia Estrella, lo cual es la traducción más acertada que puedo lograr. Nunca la había visto antes, sólo en dibujos, y por lo que me habían dicho los hacedores de milagros. No pensé que ni siquiera Misquamacus se atreviese a invocarla.

– ¿Por qué? -murmuré -, ¿Qué tiene tan peligroso?

– La Bestia Estrella no es tan peligrosa en sí misma. Puede destruirlo antes que se dé cuenta, pero no es poderosa o suprema. Es más una especie de sirvienta de los seres más altos. Una mensajera.

– ¿Quiere decir que Misquamacus la está usando como mensajera… para llamar a otros demonios?

Singing Rock dijo:

– Algo por el estilo. Se lo diré después. Ahora mismo creo que lo más prudente será irnos de aquí.

– El virus, ¿qué hacemos con el virus? Singing Rock, tenemos que hallar la oportunidad de usarlo.

Singing Rock se alejó de la puerta.

– Olvídese del virus. Fue una idea astuta, pero no funcionará. Por lo menos ahora. Vámonos.

Me quedé donde estaba. Me hallaba aterrado, pero si había alguna oportunidad de destruir a Misquamacus yo quería hacerlo.

– Singing Rock, podemos amenazarlo con eso. Decirle que si no cierra ese camino le mataremos. ¡Por Dios, vale la pena tratarlo!

Singing Rock volvió hacia la puerta y trató de separarme.

– Es demasiado tarde -susurró -. ¿No se da cuenta de lo que son esos demonios? Ellos mismos son una especie de virus. La Bestia Estrella se reirá de su gripe y le dará una muerte peor que la que pueda pensar.

– Pero Misquamacus…

– Misquamacus puede ser amenazado, Harry, pero una vez que ha invocado a esos demonios es demasiado tarde. Ahora es más peligroso que nunca matarlo. Si una de esas bestias viene y Misquamacus muere, entonces no hay forma de enviarla de vuelta. Mírela, Harry. ¿Quiere arriesgarse a que eso quede suelto por Manhattan?

La Bestia Estrella se retorcía y movía en su propia fluorescencia. A veces parecía gruesa y aglutinada y otras parecía no estar compuesta por otra cosa que nubes sinuosas. Producía una atmósfera de congelante terror, como un perro rabioso.

– No; así no, Singing Rock – le dije-. Tengo que intentarlo.

Singing Rock dijo:

– Harry, ninguna advertencia es suficiente. No sirve.

Pero yo me había decidido. Puse mi mano sobre el helado picaporte de la puerta y me dispuse a abrirla.

– Déme un hechizo o algo para cubrirme -le dije.

– Harry, un hechizo no es un revólver. No vaya, eso es todo.

Durante dos segundos me pregunté qué diablos estaba haciendo. No tengo la pasta de la que se hacen los héroes. Pero yo tenía los medios para destruir a Misquamacus y la oportunidad, y en alguna medida parecía más fácil y más lógico tratar de matarlo que dejarlo ir. Si había algo peor que la Bestia Estrella, yo no quería verlo, y la única forma de detener más manifestaciones era deshacerse del hechicero. Conté hasta tres y abrí la puerta.

No estaba nada preparado para lo que había ahí adentro. Estaba tan frío que era como entrar en un refrigerador oscuro. Y en alguna medida, mientras trataba de avanzar, mis piernas sólo se podían mover como a cámara lenta y parecieron pasar minutos mientras yo me internaba en el aire pringoso, mi brazo levantado con el tubo del virus, mis ojos muy abiertos.

Sin embargo, lo peor era el sonido. Era como un terrible y deprimente viento helado, una nota que sonaba constantemente y que en alguna manera nunca se hundía más allá de un pesado y asediante tono único. En el cuarto no había viento, pero ese intangible huracán gritaba y rugía y quitaba todo sentido de tiempo y espacio.

Misquamacus se volvió hacia mí, lentamente, como un hombre en una pesadilla. No hizo ningún intento de alejarme o de protegerse. La Bestia Estrella, a sólo unos centímetros del centro del helado camino, se movía y latía como espirales de huevas de escuerzos o como remolinos de humo.

– ¡Misquamacus! -chillé. Las palabras salían de mi boca como lentas gotas de cera que se derritiese y parecían congelarse a mitad de camino -. ¡Misquamacus!

Me detuve a menos de un metro de él. Tuve que ponerme una mano contra mi oreja y tratar de aislar el ensordecedor rugido del viento que no había allí. Pero en mi otra mano, yo esgrimía el infectado tubo de gripe y lo sostenía delante mío como a un crucifijo bendito.

– Misquamacus, ¡éste es el espíritu invisible de lo que destruyó a tu gente! ¡Lo tengo en esta botella! Cierra el camino, envía de vuelta a la Bestia Estrella… ¡o lo soltaré!

De alguna manera, en el fondo de mi cerebro, escuchaba a Singing Rock gritándome:

– ¡Harry, vuelva!

Pero el huracán era muy fuerte y mi adrenalina fluía rápido, y yo sabía que si no llevaba a Misquamacus hasta el umbral podríamos no deshacernos nunca del hechicero, o sus demonios, o cualquiera de las temibles herencias de su pasado mágico.

Pero yo soy un vidente, no un hechicero, y lo que sucedió en seguida fue algo con lo cual yo no podía enfrentarme. Sentí algo frío y serpenteante dentro de mi mano. Cuando miré al tubo se había convertido en una negra sanguijuela que se retorcía. Casi la dejo caer con asco, pero entonces una advertencia en mi mente me dijo «es una ilusión, otro de los trucos de Misquamacus», y en cambio, la sostuve fuerte. Mientras me aferraba a ella el hechicero me volvió a ganar de mano. El tubo pareció explotar en llamas y mi cerebro no era tan rápido como para superar mi respuesta nerviosa y reafirmarme que ésta era también una ilusión. Dejé caer el tubo de ensayo y fue a dar lentamente contra el piso, extrañamente lento, como una piedra hundiéndose en aceite transparente.

Aterrado, traté de darme la vuelta y correr hacia la puerta. Pero el aire era pesado y límpido, y cada paso se congelaba en un esfuerzo masivo. Vi a Singing Rock en el marco de la puerta, con sus manos estiradas hacia mí, pero parecía a millas y millas de distancia, un salvavidas en una playa que yo no podía alcanzar.

La retorcida y descolorida forma de la Bestia Estrella tenía una irresistible atracción propia. Me sentí arrastrado físicamente lejos de la puerta y de vuelta hacia el centro del camino mágico, aunque yo estaba usando todas mis fuerzas para escaparme. Vi al tubo con el virus de la gripe literalmente cambiar de curso en mitad de la caída y moverse en el aire hacia la Bestia Estrella, dando vueltas como un satélite en el espacio.

Un intenso frío cayó encima mío, y en esa especie de ruido como canto fúnebre de ese viento sin viento, vi mi aliento formando nubes de vapor y estrellas de hielo formándose en la chaqueta. El fluido del líquido se congeló en cristales de hielo, lo que lo hacía tan inofensivo para Misquamacus como un revólver vacío.

Me di la vuelta -no podía evitarlo- para mirar la Bestia Estrella detrás mío. Incluso yo luchaba a través del cuarto para salir del camino, mis pasos no me llevaban en dirección a la puerta. Mis pies estaban ahora a apenas milímetros del círculo de tiza, y dentro del centro del círculo, el horrible remolino de aire perturbado que constituía la Bestia Estrella me arrastraba más cerca. Misquamacus, con su cabeza baja y su brazo izquierdo levantado, entonaba un largo y ensordecedor cántico que parecía excitar aún más a la Bestia Estrella. El monstruo era como una borrosa radiografía de un estómago, doblándose y retorciéndose en intestinos digestivos.

Había luchado por escapar, pero el frío era tan fuerte que resultaba difícil no pensar en otra cosa que no fuese lo bueno que sería tener calor. Mis músculos me dolían con ese congelante abrazo de debajo de los cero grados, y el esfuerzo de correr a través del gimiente viento y el aire espeso como aceite era casi superior a mis fuerzas. Sabía que posiblemente tuviese que darme por vencido y que tendría que aceptar cualquier cosa que Misquamacus tuviese planeada para mí. Recuerdo que caí de rodillas.

Singing Rock gritaba desde la puerta.

– ¡Harry! -chilló -. ¡Harry! ¡No ceda!

Traté de elevar mi cabeza para mirarle. Los músculos de mi cuello parecían congelados y la escarcha que tenía en mis cejas y pestañas y pelo era tan espesa que apenas podía ver nada. Mi cabello estaba cubierto de escarcha y también había hielo alrededor de mi nariz y mi boca, donde se me había helado el aliento. No podía sentir otra cosa que un distante entumecimiento ártico, y todo lo que podía oír era el aterrante rugir del viento.

– ¡Harry! -gritó Singing Rock-. Harry, muévase. ¡Harry! ¡Muévase!

Levanté mi mano, traté de ponerme de pie de nuevo. En alguna manera logré alejarme unos centímetros del camino, pero la Bestia Estrella era mucho más fuerte que yo y los hechizos mágicos de Misquamacus me sostenían como a un débil pez dentro de una red.

En el piso había tirada una máquina de escribir eléctrica, con sus teclas congeladas. De pronto se me ocurrió que si yo arrojaba algo como esto a Misquamacus o a la misma Bestia Estrella, eso me daría unos segundos de distracción como para zafarme. Eso demuestra lo poco que sabía yo sobre los poderes de los seres ocultos; continuaba tratándolos como si jugásemos a los cowboys y los indios. Estiré mis manos congeladas y levanté la máquina con tremendo esfuerzo. Tenía tanto hielo sobre ella, que pesaba el doble que lo normal.

Me di la vuelta, rodé y arrojé la máquina contra el camino mágico y la oscura línea de la Bestia Estrella. Como todo lo demás en este medio de lo oculto, voló en un largo arco en cámara lenta, dando vueltas mientras volaba, y parecía tomarse siglos antes de llegar al círculo.

Yo no sabía lo que iba a suceder. Simplemente quedé allí, totalmente helado y enroscado como un feto, esperando el momento en que la máquina alcanzara a la Bestia. Creo que cerré los ojos, que me quedé dormido durante un momento. Cuando uno se está helando, todo lo que se puede pensar es en dormir, y entrar en calor, y en abandonarse.

La máquina alcanzó la inquieta línea de la Bestia Estrella y luego sucedió algo extraordinario. En un reluciente estallido de metal y plástico la máquina explotó, y durante un vivido momento vi algo dentro de la explosión. Desapareció sin dejar rastro, pero fue como una agresiva dispersión. No tenía ninguna forma, pero dejó una imagen de metal que desaparecía en mis retinas, como una fotografía con flash tomada en la oscuridad.

La Bestia Estrella se replegó. Sus movimientos en serpentina y sus nubes parecieron envolverse en sí mismos, como una fantasmal anémona de mar. El lúgubre viento creció y disminuyó con un ruido perturbado, y supe que si alguna vez me iba a escapar, tenía que ser ahora. Me puse de pie y caminé hacia la puerta. No miré para atrás, pero casi choco con Singing Rock, y lo próximo que supe es que estaba sentado afuera, en el pasillo, y que la puerta estaba firmemente cerrada. Singing Rock hacía signos protectores sobre la puerta para mantener a Misquamacus temporalmente preso.

– ¡Está loco! -dijo Singing Rock-. ¡Está absolutamente loco!

Yo me sacudí el hielo que se derretía en mi pelo.

– Con todo, aún estoy vivo. Y me enfrenté con Misquamacus.

Singing Rock movió su cabeza.

– No hubiera tenido la menor oportunidad. Si yo no hubiese bombardeado a Misquamacus con hechizos protectores, ahora estaría como un pez frito.

Yo tosí y lo miré.

– Ya lo sé, Singing Rock, y gracias. Pero tuve que intentarlo. ¡Jesús!, esa Bestia Estrella es tan fría. Me sentí como si hubiese caminado veinte millas bajo un huracán.

Singing Rock se enderezo y miró por la puerta.

– Parece que Misquamacus no se mueve. La Bestia se ha ido. Creo que es el momento para que nosotros nos vayamos de aquí.

– ¿Qué vamos a hacer? -pregunté, mientras Singing Rock me ayudaba a ponerme en pie-. Mejor dicho, ¿qué cree que Misquamacus irá a hacer?

Singing Rock iluminó con la linterna detrás nuestro durante un instante, tanto como para asegurarse que no nos seguían. Luego dijo:

– Tengo una idea bastante clara de lo que Misquamacus hará, y creo que lo mejor que podemos hacer es irnos de aquí. Si hace lo que yo pienso que hará, la vida se va a volver muy poco saludable por aquí.

– Pero no podemos dejarle.

– No sé qué otra cosa podemos hacer. No está ejerciendo su magia todo lo consistente y poderosamente que podría, pero aún es muy poderoso como para tocarlo.

Caminamos rápidamente por el corredor hacia el ascensor. En el décimo piso todo estaba oscuro y silencioso, pero nuestras pisadas parecían apañadas, como si estuviésemos corriendo sobre un suave césped. Yo estaba jadeando cuando llegarnos a la última esquina y vimos la puerta del ascensor, aún abierta y esperándonos. Desenganché mis zapatos de la puerta, y apretamos el botón del 18. Nos apoyamos contra las paredes del ascensor con alivio y nos dejamos conducir hacia la seguridad.

Hubo una notable recepción por parte del comité que nos esperaba cuando salimos a la luz, brillante del piso 18. El doctor Wmsome había llamado a la Policía y ahí estaban ocho o nueve oficiales armados, de pie entre los médicos y los enfermeros. También estaban allí los periodistas, y las cámaras de televisión de la CBS estaban siendo instaladas. Mientras salíamos del ascensor hubo un montón de preguntas y exclamaciones y era todo lo que yo podía hacer para ganar mi camino entre ellos.

Jack Hughes estaba sentado en el rincón, con su mano bien vendada. Se le veía pálido y enfermo, y a su lado había un enfermero, pero obviamente se había negado a que le alejaran del campo de batalla.

– ¿Cómo está la cosa? -me preguntó-. ¿Qué pasa allí abajo?

El doctor Winsome, más rojo que nunca, se adelantó a empujones y dijo:

– He llamado a la Policía, señor Erskine. Me parece que hay gente cuya vida corre riesgos. Tuve que hacerlo por la seguridad de todos los implicados. Este es el teniente Marino; creo que quiere hacerle algunas preguntas.

Detrás del doctor Winsome vi la ahora familiar cara del teniente Marino, con su dura sonrisa y su pelo como cepillo. Le hice un gesto con la mano y él inclinó su cabeza en respuesta.

– Señor Erskine – dijo, logrando acercárseme. Había cinco o seis reporteros de periódicos rodeándonos, con sus anotadores en la mano, y la gente de televisión había puesto a funcionar sus cámaras. – Quisiera saber algunos detalles, señor Erskine.

– ¿Podemos hablar en algún sitio en privado? -le pregunté-. Este no es el lugar más adecuado.

El teniente Marino hizo un gesto con los hombros.

– La prensa se enterará de todo tarde o temprano. Explíquenos qué sucede. El doctor Winsome dice que tiene un paciente violento. Según parece ya ha matado a un hombre, ha herido a este médico y está planeando matar a alguien más.

Yo asentí.

– En cierta forma es verdad.

– ¿En cierta forma? ¿Qué quiere decir con eso?

– No es exactamente un paciente. Y él no mató a un hombre en el sentido normal de asesinarlo. Mire, es imposible explicárselo ahora. Busquémonos una oficina privada o algo así.

Marino miró en su derredor a la prensa, las cámaras de televisión, los policías y los médicos y dijo:

– Muy bien, si le va a resultar más fácil. Doctor Winsome, ¿podemos usar alguna oficina?

La prensa rugió desilusionada y comenzó a discutir sobre su derecho de conocer los hechos, pero el teniente Marino estaba firme. Yo llamé a Singing Rock y juntos nos encerramos con el teniente Marino y su lugarteniente, el detective Narro, en un cuarto de enfermeras. La prensa se agrupó del otro lado de la puerta y nosotros hablamos rápidamente y en voz baja; así no podían oír.

– Teniente -dije- aquí tenemos una situación muy difícil y no sé cómo explicársela.

El teniente Marino colocó sus pies en el escritorio y sacó un cigarrillo Lark.

– Inténtelo -dijo, mientras encendía el cigarrillo,

– Bueno, es así. El hombre que tenemos en el décimo piso es un maníaco homicida. Es un indio pielroja y está buscando venganza contra los blancos.

El teniente Marino tosió.

– Continúe -dijo pacientemente.

– El único problema es… que él no es normal. Tiene ciertos poderes y habilidades que no posee una persona ordinaria.

– ¿Puede derribar edificios con un puñetazo? -preguntó el teniente Marino -. ¿Es más rápido que una bala?

Singing Rock se rió sin divertirse.

– Está más cerca de la verdad de lo que piensa, teniente.

– ¿Quieren decir que aquí tienen al Superhombre? ¿O un Superpielroja?

Yo me senté recto haciendo lo posible por parecer sincero y que se me pudiese creer.

– Sé que suena ridículo, teniente, pero eso es casi lo que tenemos. El pielroja es un hechicero y está usando sus poderes mágicos para obtener su venganza. Singing Rock también es un hechicero, de los sioux, y está tratando de ayudarnos. Ya ha salvado varias vidas y creo que debe escuchar lo que él tiene que decirle.

El teniente Marino sacó sus pies del escritorio y se volvió hacia Singing Rock. Chupó su cigarrillo unos momentos, y luego dijo:

– Como ustedes sabrán, a algunos detectives les gustan los casos chiflados. Quiero decir, algunos detectives se vuelven locos por solucionar uno de esos místenos excéntricos y cosas por el estilo. ¿Saben lo que a mí me gusta? A mí me gustan los homicidios lisos y llanos. Víctima, motivo, arma, condena. ¿Así que saben qué es lo que consigo? Casos chiflados. Eso es lo que consigo.

Singing Rock mostró su lacerada mejilla.

– ¿Esto le parece chiflado? -le preguntó con serenidad al teniente Marino.

Este no dijo nada y se encogió de hombros.

Singing Rock dijo:

– Le voy a contar todo esto directamente, porque no tenemos mucho tiempo, e incluso si ahora no me cree lo hará cuando empiecen a suceder cosas. Mi amigo dijo la verdad. El hombre de abajo es un hechicero pielroja. No voy a forzar demasiado su imaginación y a decirle cómo llegó aquí o lo que está haciendo en el décimo piso de un hospital privado, pero puedo decirle que sus poderes son muy reales, y que es tremendamente peligroso.

– ¿Está armado? -preguntó el detective Narro, un vigilante joven y espantosamente vestido con un traje azul y una camisa azul.

– No con revólveres -dijo Singing Rock -. No necesita estarlo. Sus poderes mágicos son mucho más efectivos que los revólveres. Lo que es más, sus revólveres serán inútiles contra él y potencialmente peligrosos para ustedes mismos. Aunque no pueda convencerlos de otra cosa, déjenme convencerlos de ésta. Por favor, no usen revólveres.

El teniente Marino levantó sus cejas.

– ¿Qué es lo que sugiere que utilicemos como alternativa, arcos y flechas?

Singing Rock frunció el ceño.

– Su humor está un poco fuera de lugar, teniente. Lo que está sucediendo abajo no es nada divertido y necesitará toda la ayuda e información que pueda obtener.

– Bueno -dijo el teniente Marino -, ¿qué está sucediendo allí abajo?

– No es fácil de comprender – dijo Singing Rock-. Ni siquiera yo mismo estoy seguro. Pero así es como lo veo ahora. Misquamacus, el hechicero, está preparando un camino mágico para llamar a los demonios y espíritus pielrojas y traerlos desde el otro lado.

– ¿El otro lado de dónde?

– El otro lado de la existencia física. El mundo de los espíritus. Ya se ha logrado conjurar a la Bestia Estrella, que es el sirviente y mensajero de la Gran Jerarquía de los demonios pielrojas. El señor Erskine, bueno, él vio a la Bestia Estrella con sus propios ojos y casi murió.

El teniente Marino dijo:

– ¿Es eso verdad, señor Erskine?

Yo asentí.

– Es verdad. Lo juro. Mire el estado de mis manos.

El teniente Marino miró las heridas azules por el congelamiento en mis manos y no dijo nada. Singing Rock continuó:

– No es fácil para cualquier hechicero conjurar los seres del más allá. Son impíos, peligrosos y poderosos. La mayoría de los grandes seres de la historia de los indios pielrojas están separados de nosotros por viejas cerraduras y hechizos que se les impusieron antes que el hombre blanco ni siquiera hubiese puesto un pie en este continente. Los hechiceros que los encarcelaron en el mundo espiritual eran maestros de su ciencia, y hoy en día no hay viviente ni un hacedor espiritual de milagros que pueda enfrentárseles. Si Misquamacus los suelta no habrá nadie que pueda mandarlos de vuelta. Ni siquiera estoy seguro que el mismo Misquamacus pueda hacerlo.

El detective Narro parecía confundido. Dijo:

– ¿Esos espíritus… usted quiere decir que están escondidos en el edificio?

Singing Rock movió su cabeza.

– Están alrededor nuestro. En el aire que respiramos. En ios bosques, y las rocas, y los árboles. Todo tiene su manitú, su espíritu. Están los manitúes naturales de los cielos y de la tierra y de las lluvias, y hay manitúes en todo lo que el hombre hace o crea. Toda casa india tiene su manitú; cada arma india tiene su manitú. ¿Por qué algunos arcos disparan derecho y otros torcido? Depende de la fe del hombre que lo sostiene y de la simpatía que tenga por el manitú de esa arma. Por eso es que sus revólveres les pueden resultar peligrosos. Un revólver tiene un manitú, de acuerdo a no importa qué fe y arte se haya puesto en él, pero sus hombres no creen en eso, y los manitúes de sus propias armas pueden volverse fácilmente contra ellos.

El teniente Marino aún estaba escuchando, pero se le vela más y más incrédulo a cada palabra que pronunciaba Singing Rock. El detective Narro trataba de seguir la charla, pero era visible que él creía que Misquamacus era un maníaco criminal con una banda oculta. En la vida del detective Narro, los espíritus y las sombras insustanciales de otros mundos no existían. Deseé que tampoco hubiesen existido en el mío.

Singing Rock dijo:

– Por el camino de salida que Misquamacus está preparando pienso que está invocando al espíritu más terrible de todos: el Gran Viejo.

El teniente Marino dijo:

– ¿El Gran Viejo? ¿Quién es el Gran Viejo?

– Es el equivalente de su Satanás, o Diablo. Gitche Manitú es el gran espíritu de la vida y la creación pielroja, pero el Gran Viejo es su constante enemigo. Hay muchas leyendas sobre el Gran Viejo en los antiguos escritos indios, aunque ninguno de ellos está de acuerdo sobre su apariencia o cómo puede ser invocado. Algunos dicen que parece un enorme escuerzo, del tamaño de varios cerdos, y otros dicen que parece una nube con su rostro compuesto por serpientes.

El teniente Marino resopló.

– Es difícil mandar un aviso policial con esa descripción.

Singing Rock asintió:

– No tendría la oportunidad, teniente. El Gran Viejo es el más perverso y maldito de todos los demonios. He dicho que es como su Satanás; pero en comparación, Satanás es un caballero. El Gran Viejo es un ser de infinita crueldad y malevolencia.

Hubo un largo silencio. Finalmente, el teniente Marino se puso de pie y ajustó su revólver en el cinturón. El detective Narro cerró su anotador y abotonó su chaqueta.

– Gracias por su información y ayuda -dijo el teniente Marino-. Ahora creo que iremos a conseguirnos un homicida.

Singing Rock dijo:

– Teniente… ¿no irá a llevar su revólver?

Marino sonrió simplemente:

– Sus historias sobre demonios y todas esas cosas son muy imaginativas, señor Singing Rock, pero yo debo conducir un escuadrón de homicidios. El hospital nos ha pedido que atrapemos a un paciente loco que ya ha matado a un enfermero y herido un médico, y mi deber es ir y atraparlo. Muerto o vivo, entiéndalo, depende de cómo él decida. ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Mickey qué?

– Misquamacus – corrigió Singing Rock serenamente-. Teniente le estoy advirtiendo…

– No me advierta nada -dijo el teniente Marino-. He servido en este cuerpo durante demasiado tiempo y sé qué hacer frente a situaciones como ésta. No habrá problemas y no habrá barullo. Sólo tengan sus cabezas bajas hasta que haya pasado todo.

Abrió la puerta de la oficina, y la prensa y la gente de TV se agrupó contra nosotros. Singing Rock y yo nos quedamos en medio de ellos, silenciosos y deprimidos y asustados, mientras Marino dio un resumen, en dos minutos, de lo que planeaba hacer.

– Vamos a cerrar todo el piso; luego recorreremos los pasillos con lanzadores de gases lacrimógenos. Vamos a hacerlo sistemáticamente y vamos a lanzarle llamadas regulares a este loco de que si no sale quieto se las va a ver mal. También mando a tres hombres en el ascensor para cortarle la retirada en esa dirección.

Los reporteros escribieron el plan de Marino y luego le bombardearon con más preguntas. Marino levantó sus manos pidiendo silencio.

– Por ahora no voy a decir nada más. Sólo observen cómo lo vamos a atrapar y más tarde conversaremos sobre los hechos. ¿Todo el mundo listo, detective?

– Listos, señor -dijo Narro.

Miramos desalentadamente mientras la escuadra de ocho patrulleros armados iban hacia la escalera y desaparecían detrás de la puerta. El teniente Marino estaba de pie junto al ascensor con un intercomunicador manual, comprobando el momento en que su equipo de choque llegara al décimo piso. Tres hombres, dos oficiales uniformados y el detective Narro, esperaban junto al ascensor, los revólveres prontos, todo listo para el momento de descender allí y comenzar el tiroteo. Después de nueve o diez minutos de inquietante espera hubo una llamada de los hombres de abajo.

– ¿Qué tal vais allí abajo? -dijo el teniente Marino por el intercomunicador.

Hubo una descarga eléctrica, luego una voz dijo:

– Está oscuro. No podemos encender las luces. Necesitaríamos algunos focos.

– ¿Habéis llegado ya al corredor? -preguntó el teniente Marino-. ¿No veis nada?

– Acabamos de cruzar la puerta y estamos listos para abrirnos en abanico y comenzar la búsqueda. Hasta ahora no hay signos de problemas.

El teniente Marino dio la orden al detective Narro y sus dos compañeros uniformados y entraron al ascensor y apretaron el botón del 10. Singing Rock y yo no nos miramos mientras las puertas se cerraron y el indicador señaba 18-17-16-15-14- y más abajo. Se detuvo en el 10.

– ¿Qué tal vais, muchachos? -preguntó Marino por el intercomunicador.

– Estamos bien -se escuchó la voz del jefe del grupo-. Hasta ahora no hay nada para informar. Inspeccionamos todos los cuartos uno detrás del otro, y estamos mirando en todos lados.

– Manteneos alerta -dijo Marino.

La voz del detective Narro, distorsionada por el intercomunicador, dijo:

– Realmente está muy oscuro. Las linternas no parecen funcionar bien. ¿Alguien sabe qué pasó con las luces?

El doctor Winsome dijo:

– Ya hemos mirado. No pudimos detectar ningún problema.

El teniente Marino dijo:

– Dicen que han mirado las luces y que no pueden hacer nada. Sólo tened cuidado y sostened las linternas alejadas de vuestros cuerpos. No queráis convertiros en blancos fáciles.

– Cristo -le murmuré a Singing Rock, moviendo mi cabeza-. Aún piensan que están luchando contra un pistolero loco.

Singing Rock estaba muy pálido.

– Ya se darán cuenta -dijo con una mueca-. Sólo espero que cuando lo hagan, no sea demasiado tarde.

La voz del jefe del grupo dijo:

– Aquí tengo algún problema. El plano del piso no parece estar de acuerdo con la realidad. Ya hemos hecho dos veces el mismo círculo y pareciera como que lo vamos a recorrer por tercera vez.

– Ilusiones -dijo despacio Singing Rock.

Un reportero con el pelo color zanahoria miró y dijo:

– ¿Qué?

– ¿Cuál es vuestra posición? -preguntó el teniente Marino-. ¿Cuál es el cuarto más próximo?

– El diez-cero-cinco, señor.

El teniente Marino se apresuró a consultar su propio plano del piso. Luego dijo:

– En ese caso debe haber una vuelta a vuestra izquierda y luego recto y estaréis en la sección siguiente.

Hubo un breve silencio, y luego una voz dijo:

– Señor, no hay ninguna vuelta. Quiero decir, no hay apertura. Aquí sólo hay una pared lisa. No puedo ver nada.

– Tonterías, Petersen. Hay una vuelta justo enfrente suyo.

– Señor, no hay una vuelta. Deben haber remodelado el lugar desde que dibujaron los planos.

El teniente Marino se volvió hacia el doctor Winsome, pero éste simplemente movió su cabeza. El teniente Marino dijo:

– La gente del hospital dice que no. ¿Está seguro que es la diez-cero-cinco?

– Seguro, señor.

– Bueno, siga buscando. Probablemente hay algún error. Quizás el sospechoso cambió los números de los cuartos.

– ¿Señor?

– Bueno, ¡qué sé yo! Siga buscando.

En ese momento, hubo una llamada del detective Narro. Su voz se escuchaba extrañamente ronca y tensa.

– Creo que tenemos problemas aquí, señor.

– ¿Qué clase de problemas? -respondió el teniente Marino-. ¿Localizó al sospechoso?

– Señor… tenemos una especie de…

– ¿Narro? ¿Tienen una especie de qué?

– Señor… estamos…

El intercomunicador hizo unos ruidos y luego quedó callado. Durante un breve momento, escuché la monótona y lúgubre voz de ese viento que soplaba y no soplaba para nada. Luego hubo silencio.

El teniente Marino apretó el botón de llamada.

– ¿Narro? Detective Narro, ¿me escucha? Narro… ¿qué sucede ahí?

Hubo una llamada del equipo de búsqueda. Marino dijo:

– ¿Sí?

– Señor, parece que aquí hemos dado con algo. Hace muchísimo frío. No creo que nunca haya estado en un lugar tan frío.

– ¿Frío? ¿De qué demonios habla?

– Hace frío, señor. Creo que tendremos que volver. Las linternas no funcionan. Está muy oscuro y frío, señor, y no creo que podamos soportar mucho más.

El teniente Marino apretó el botón de llamada y gritó:

– ¡Quedaos ahí! ¿Qué pasa con vosotros? ¿Qué demonios sucede ahí abajo?

Hubo un silencio. Por primera vez en ese cuarto lleno de reporteros, cámaras y médicos hubo silencio. Luego, casi imperceptiblemente, sentimos que el piso se levantaba y pasaba como si fuera una ola y cada luz en el salón titiló levemente. Hubo una extraña sensación, como una nube pasando sobre el sol, y en algún lado escuchamos el pesado y machacón sonido de un lúgubre viento.

El teniente Marino se dirigió al oficial uniformado que estaba junto a las puertas del ascensor.

– Haga venir el ascensor -dijo tenso-. Bajaré yo mismo a ver.

El oficial apretó el botón y el indicador del ascensor se elevó de 10-11-12-13-14. El teniente Marino sacó su especial de policía del cinturón y se paró frente al ascensor, listo para entrar en cuanto se abrieran las puertas.

La luz del indicador marcó el 18. Hubo un ruido y las puertas del ascensor se abrieron. Todos los que estaban en el cuarto lanzaron una exclamación horrorizada.

El interior del ascensor parecía un refrigerador de una carnicería. Los restos destrozados y mezclados de todos los policías del escuadrón estaban en un montón rojo y escarchado. Había cajas torácicas, brazos, piernas y rostros hechos pedazos, todos juntados con una capa de hielo.

Singing Rock se apartó, y yo le miré apartarse, y me sentí tan desamparado y agónico como él.

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