CAPITULO SIETE

Pasado el crep úsculo

Wolf encendió su mechero, puso el gas al máximo y una alta llama amarilla iluminó el cuarto en una danza de sombras terribles.

Misquamacus, con una mueca animal en su reluciente rostro, estaba aún en cuclillas dentro del círculo hechizado, pero justo enfrente a él, en el piso, los polvos blancos y rojos que Singing Rock había tirado se estaban separando, como limaduras de hierro abiertas por un imán.

– ¡Lo está rompiendo! – gritó Jack Hughes- ¡Singing Rock, por el amor de Dios!

Singing Rock dio un paso hacia adelante y se paró enfrente de Misquamacus, apenas a un par de pasos del deformado hechicero, y con sólo los rápidamente dispersados polvos del círculo hechizado entre ellos.

Arrojó más polvos a Misquamacus e hizo signos en el aire con sus huesos, pero Misquamacus simplemente se sacudía y se echaba hacia atrás, como si estuviera espantando enanos. Desde Karen Tandy, en la cama, escuchamos una suave y odiosa risa, que moría en un siseo que tenía algo de bufido.

Lo que quedaba del círculo mágico se disolvió y ahora no había nada entre nosotros y el demoníaco Misquamacus. Yo no sabía hasta qué punto quedarme firme o huir, pero sabía que Singing Rock nos necesitaba mucho a todos, para apoyar su brujería, así que me quedé donde estaba, temblando de miedo.

El desnudo Misquamacus se elevó todo lo que pudo sobre sus tullidas piernas y abrió ampliamente sus brazos. Por sus propios labios, con una voz ronca y gutural, salió una larga invocación india, repetitiva y enredada, y luego con una mano huesuda señaló a través del cuarto.

Yo seguí la línea de su dedo. Señalaba el ensangrentado cadáver de Michael, el enfermero.

Singing Rock retrocedió rápidamente.

– ¡Fuera de aquí! ¡Ya! -dijo, y nos empujó fuera del cuarto.

En cuanto estuve en el pasillo vi algo que literalmente me hizo comenzar a castañear los dientes. La ensangrentada pila del cuerpo de Michael se estaba moviendo: las arterlas al aire estaban pulsando, los nervios desnudos se retorcían y los pulmones dados vuelta, como dos balones que se inflaran, respiraban de nuevo.

Por la débil luz naranja del mechero de Wolf vimos los pedazos del cuerpo de Michael levantarse ensangrentadamente. Muy profundo en el sangrante tejido de su rostro invertido, dos ojos acuosos nos miraban, ojos como calamares, de una terrible pesadilla submarina.

Luego, paso tras paso, etéreo, dejando detrás suyo una estela de membrana viscosa, el cuerpo de Michael comenzó a caminar hacia nosotros, ensuciando con sangre todo lo que tocaba.

– Oh, Cristo -dijo Jack Hughes, con su voz desesperada y horrorizada.

Pero Singing Rock no estaba quieto. Buscó en su bolsillo la botella de cuero, la destapó y volcó algo de su contenido sobre la palma de su mano. Con golpes amplios y sacudidos desparramó una señal de líquido mágico en el aire, a través y por encima del tambaleante desastre del cuerpo de Michael.

– Gitche Manitú, quita la vida de esta criatura -murmuró-. Gitche Mamtú, recompensa a este sirviente con la muerte.

El cuerpo de Michael se dobló, cayó de rodillas, con los músculos desnudos resbalándose por sus huesos al descubierto. Finalmente cayó, yaciendo como una pila al lado de la puerta.

Dentro del cuarto, Misquamacus actuaba de nuevo. Ahora no podíamos verle porque la luz de la llama del mechero de Wolf se estaba extinguiendo rápidamente, pero podíamos oírle cantar y hablar y apartar los huesos y el pelo que Singing Rock había usado para armar el círculo hechizado.

– Wolf -dijo Singing Rock -. Tráiganos algunas linternas. Tenemos que poder ver lo que hacemos. Misquamacus puede ver en la oscuridad, y para él así es más fácil invocar sus demonios. ¡Por favor… hágalo cuanto antes!

Wolf me alcanzó su caliente mechero, cuya llama disminuía cada vez más, y corrió hacia los ascensores. Casi no lo logra. Cuando doblaba una esquina hubo un relámpago de un deslumbrante fuego azul y blanco. Lanzó chispas por el suelo, y en mis ojos dejó grabada una imagen naranja.

– ¡Wolf! -llamó Singing Rock -. ¿Está bien?

– ¡Muy bien, señor! – gritó Wolf -. ¡Ahora vuelvo!

– ¿Qué demonios fue eso? -dijo Jack Hughes.

– La-luz-que-ve -dijo Singing Rock-. Eso es lo que mató a sus amigos, Harry. Pensé que Misquamacus iba a tratar de alcanzarlo de esa forma una vez que se alejara de mí, pero lo desvié.

– Con todo, llegó muy cerca -dijo Jack.

– Errar es humano… -comenté. Ahora la luz casi había desaparecido y yo forzaba mis ojos para ver qué sucedía en el cuarto de Karen Tandy. Podía oír movimientos y golpes, pero era imposible darse cuenta exacta de nada.

La oscuridad nos envolvió de nuevo. Mantuvimos cada uno una mano en el hombro del otro, así no nos podían separar. También servía para concentrar fuerzas en los hechizos de Singing Rock cada vez que los hacía. Con una oscuridad completa en nuestros ojos aguzamos los oídos para escuchar el menor sonido.

Después de unos momentos escuchamos a Misquamacus cantando de nuevo.

– ¿Qué hace? -susurró e! doctor Hughes.

– Algo que yo temía -dijo Singing Rock-. Invoca un demonio indio.

– ¿Un demonio? -preguntó Jack.

– No exactamente un demonio en el sentido europeo. Pero un equivalente indio. Uno de los viejos.

– ¿Sabe a cuál está llamando? -dije.

Singing Rock escuchó la ronca y murmurada invocación tan de cerca como pudo.

– No lo sé. Está usando un nombre en el lenguaje de su tribu. Aunque los demonios son los mismos en toda Norteamérica, cada tribu tiene nombres diferentes para ellos. Este es algo llamado Kahala, creo, o K'malah. No estoy seguro.

– ¿Cómo puede combatirlo si no sabe cuál es? -dije. Pude imaginarme la cara marcada y lúgubre de Singing Rock.

– No puedo. Tendré que esperar y ver cuando aparezca.

Manteniéndonos juntos aguardamos que la vieja aparición se manifestara. A través de las tinieblas vimos unos pálidos relumbrones de luz verdosa salir del cuarto de Karen Tandy y espirales de humo pálido.

– ¿El lugar se ha incendiado? -preguntó el doctor Hughes.

– No -dijo Singing Rock -. El manitú se forma de ese humo. Es como el ectoplasma en el espiritismo europeo.

La luz verde desapareció y luego escuchamos más ruidos dentro del cuarto. Hubo sonidos como de garras escamosas rascando el piso y luego escuchamos hablar a Misquamacus. Habló por lo menos durante un par de minutos, y luego, para mi horror, escuché que alguien le respondía. Alguien que hablaba con una voz chirrlante y sobrenatural, gutural y cruel.

– Le está diciendo al demonio que nos destruya -dijo Singing Rock -. Ahora, no importa lo que hagan, no se suelten, y no traten de escapar. Si corren estarán fuera de mi protección y él les alcanzará.

Dos líneas de El viejo marinero de pronto aparecieron en mi mente, sobre el hombre que mira hacia atrás y nunca vuelve a dar la vuelta a la cabeza «porque sabe que un terrible demonio sigue de cerca sus pisadas».

El rasguño de las garras en el piso del cuarto de Karen Tandy comenzó a moverse hacia nosotros. En la oscuridad logré discemir una alta sombra parada en la puerta. Parecía un hombre y, sin embargo, era completamente diferente a un hombre. Me fijé mejor aún y logré ver cosas que parecían garras y escamas.

– ¿Qué es…? -susurró Jack Hughes.

– Es el demonio que llamarnos Lagarto-de-los-árboles- dijo Singing Rock-. Es el manitú diabólico de los bosques, y las selvas, y todos los árboles. Creo que Misquamacus le ha elegido porque sabe que yo vengo de las praderas y que tengo menos control sobre los manitús de los bosques.

El oscuro ser de la puerta comenzó a moverse hacia nosotros, lanzando desde su garganta un delgado silbido como de insecto. Singing Rock le arrojó inmediatamente sus polvos y el líquido e hizo signos con sus huesos mágicos.

Sólo debía haber estado a menos de un metro cuando se detuvo.

– Lo logró -dijo jack -. Lo ha detenido.

– No nos matará porque mi hechizo es muy fuerte para él – dijo Singing Rock casi sin aliento-. Pero se niega a retornar al limbo sin un sacrificio.

– ¿Un sacrificio? ¿Qué demonios quiere?

– Un trozo de carne viva, eso es todo.

Yo dije:

– ¿Qué? ¿Pero cómo podemos dárselo?

– Con cualquier cosa -dijo Singing Rock-. Un dedo, una oreja.

– No puede hablar en serio -dije.

– No se irá sin algo -replicó Singing Rock -. Y no le puedo sostener mucho más tiempo. Es eso o nos hará pedazos. Lo digo en serio. Esa criatura tiene un pico, y también tentáculos, como un pulpo. Puede abrirnos en dos como st fuésemos una bolsa de habas.

– Muy bien dijo el doctor Hughes serenamente-. Yo lo haré.

Singing Rock respiró profundo,

– Gracias, doctor Hughes. Será muy rápido.

Estiró sus manos hacia él.

– Exponga su dedo meñique. Encoja el resto de sus dedos. Yo trataré de mantener el resto de su mano dentro del círculo de mi hechizo. Una vez que se la haya mordido retire su mano de inmediato. Lo más rápido que pueda. No querrá que le saque nada más.

Pude sentir temblar al doctor Hughes mientras estiraba su mano hacia el bulto en sombras del Lagarto-de-los-arboles. Sentí garras como filos de navajas rascando el piso mientras se acercaba más y más, y había ese silbido mientras el demonio respiraba.

Hubo un susurro horriblemente excitado, y las garras que se deslizaban frenéticamente por el piso del corredor, y luego un crujido como no quiero volver a escuchar en mi vida.

– Aaaaaahhhhh -gritó el doctor Hughes. De pronto se doblo y desvaneció entre nosotros. Sentí correr sobre mis piernas y manos una sangre caliente y espesa mientras me inclinaba a ayudarle.

– Aaahh, mierda, mierda, aahh, mierda -gritó-. ¡Oh, Dios, se ha llevado la mitad de mi mano! ¡Oh, Cristo!

Me arrodillé a su lado y saqué mi pañuelo. Trabajando todo lo bien que pude en la oscuridad vendé la carne herida. Por lo que podía tantear, el pico del demonio había arrancado por lo menos dos o tres dedos y la mitad de los nudillos. Obviamente el dolor era insoportable, y Jack Hughes se retorcía y movía agónicamente.

Singing Rock también se arrodilló.

– La criatura se ha ido -dijo-, se esfumó. Pero no sé qué clase de espíritu será el próximo que invoque Misquamacus. Esa cosa era sólo una criatura menor. Hay manitús mucho peores que ése.

– Singing Rock -dije-, tenemos que sacar de aquí al doctor Hughes.

– Pero ahora no podemos dejar a Misquamacus. No sé qué podría hacer si le dejamos solo.

– El doctor Hughes sufre tremendamente. Si no le atienden esa mano, morirá. Sería mejor perder a Karen Tandy que al doctor Hughes.

– Ese no es el problema -dijo Singing Rock-. Si dejo solo ahora a Misquamacus destruirá todo. Podrían morir cientos de personas.

– ¡Oh, Dios! -lloró el doctor Hughes-. ¡Oh, Dios! ¡Mi mano, Dios!

– Singing Rock -dije-. Tengo que llevármelo. ¿No puede detener usted solo a Misquamacus por unos minutos? Mantenga alejado ese fuego de nosotros mientras yo le llevo por el pasillo, luego le dejaré en manos de un médico y retornaré.

– Muy bien -dijo Singing Rock-. Pero no se demore mucho. Necesito por lo menos una persona más a mi lado.

Levanté al doctor Hughes y lo sujeté, y coloqué su mano herida por encima de mi hombro. Luego, paso a paso, le llevé por el corredor hasta los ascensores. Con cada movimiento rugía de dolor, y yo escuchaba gotear su sangre en el piso, pero encontré nuevas fuerzas para seguir adelante.

No hubo luz, pero tampoco ningún intento de detenernos. Quizás esto era lo que quería Misquamacus: que Singing Rock se quedara solo. Pero desde mi punto de vista no había elección. El doctor Hughes estaba demasiado malherido como para quedarse en el pasillo, y eso era todo.

Finalmente llegamos al ascensor. Su pequeña luz roja aún relumbraba en la oscuridad y yo apreté el botón de subida. Después de una pausa insoportable el ascensor llegó, las puertas se abrieron y entramos.

La luz era tan fuerte, después de la oscuridad del pasillo, que me dolieron los ojos. Senté al doctor Hughes en el piso, con la mano mordida en su pierna y me puse en cuclillas a su lado. Subimos rápidamente hasta el piso dieciocho y le ayudé a salir.

Cuando llevé a Jack Hughes dentro de su oficina, allí había un verdadero comité de recepción. Estaba Wolf, con un grupo de enfermeros y médicos, todos equipados con linternas. Dos de ellos llevaban revólveres, y el resto estaba armado con barrotes y navajas. Un médico calvo, de cara roja, con chaqueta blanca y gafas, se hallaba con ellos.

Cuando llegamos se reunieron en nuestro derredor y suavemente sacaron al doctor Hughes de mis hombros y le depositaron en un diván en un rincón de la oficina.

Wolf buscó un paquete de primeros auxilios y antibióticos y le pusieron al doctor Hughes una rápida inyección de novocaína para aliviar su intenso dolor.

El doctor con cara roja se acercó y se me presentó.

– Yo soy Winsome. Estábamos por bajar a ayudarlos. ¿Qué demonios sucede allí? Por lo que dice Wolf, tienen una paciente loca o algo por el estilo.

Me enjugué la densa transpiración de mi frente. Allí arriba, a la calma luz del amanecer, todo lo que había sucedido en la fétida oscuridad del décimo piso parecía totalmente irreal. Pero Singing Rock aún se hallaba solo allí y yo debía retornar a ayudarle.

– Por favor, ¿podría usted venir, doctor Winsome? No puedo explicarle todo ahora, pero, sí, allí tenemos una paciente muy peligrosa. Pero no debe bajar con toda esa gente y esos revólveres.

– ¿Por qué no? Si es una emergencia, debemos protegernos.

– Créame, doctor Winsome -dije temblorosamente-. Si baja con los revólveres serán heridos montones de inocentes. Todo lo que necesito es ese virus de la gripe.

El doctor Winsome respiró.

– Esto es ridículo. Allí tienen a una paciente enloquecida, hiriendo a nuestros médicos, y todo lo que quiere es un virus de la gripe.

– Eso es todo -dije-. Por favor, doctor Winsome. Démelo rápido.

Me miró con sus abultados ojos.

– No me parece recordar que usted tenga ninguna autoridad en este hospital, señor. Me parece que la mejor solución es que yo y estos otros caballeros vayamos directo allí abajo y atrapemos a esa paciente antes que trate de comernos al resto de nosotros.

– ¡Usted no entiende! -grité cansadamente.

– Tiene razón -dijo el doctor Winsome-. No entiendo nada. Wolf, ¿está preparado con esas linternas?

– Sí, doctor Winsome -dijo Wolf.

– Wolf -supliqué-. Usted vio lo que sucedió allí abajo. Explíqueselo a ellos.

El enfermero se encogió de hombros.

– Todo lo que sé es que el doctor Hughes fue herido por esa paciente. Debemos bajar y terminar con eso de una vez por todas.

Yo no sabía qué decir. Me volví a ver si había alguien que pudiese ayudarme, pero todo el mundo en esa oficina estaba listo para hacer una redada policial en el décimo piso.

Entonces, desde el diván, habló el doctor Hughes.

– Doctor Winsome -dijo roncamente-. Doctor Winsome, no deben ir. Créame que no deben. Sólo déle a él el virus. Sabe lo que está haciendo. Por lo que más quiera, no bajen.

El doctor Winsome se acercó al diván de Jack Hughes.

– ¿Está seguro, doctor Hughes? Quiero decir, estamos armados y dispuestos a bajar.

– Doctor Winsome, no debe. Pero, por favor, dése prisa. Déle el virus y déjeselo hacer a su manera.

El doctor Winsome se rascó su calva y escarlata cabeza, luego se volvió y dijo al grupo de salvamento:

– El doctor Hughes está a cargo de la paciente. Yo debo aceptar su juicio. Pero quedaremos de guardia por las dudas.

Fue hasta el escritorio y sacó de una caja de madera un delgado tubo de ensayo con líquido. Me lo entregó.

– Esta solución contiene un potente virus de gripe. Manéjelo con extremo cuidado o desataremos una epidemia.

Tomé el tubo cuidadosamente con mis dedos.

– Muy bien, doctor Winsome; lo entiendo. Créame, está haciendo lo debido.

Yo estuve tentado de llevarme un revólver conmigo, incluso aunque sabía que era una tontería y peligroso. Pero me llevé una linterna. Retorné rápidamente al ascensor, apreté el botón del diez y me hundí de nuevo en la oscuridad.

Cuando las puertas se abrieron me hundí cautelosamente en las tinieblas.

– ¿Singing Rock? -grité-. ¡Soy Harry Erskine! ¡Ya he vuelto!

No hubo respuesta. Puse mi pie contra la puerta del ascensor para evitar que se cerrara.

– ¿Singing Rock? -grité de nuevo-. ¿Está ahí, Singing Rock?

Encendí mi linterna y la dirigí hacia el corredor, pero entre mi y la puerta del cuarto de Karen Tandy había una esquina y no podía ver más allá de ella. Quizá Singing Rock no podía oírme, estando a la vuelta. Tendría que ir a investigar.

Me arrodillé y me saqué los zapatos y los puse en la puerta del ascensor para evitar que se cerrara. Lo último que yo quería era tener que esperar por el ascensor mientras una de las bestias grasientas de Misquamacus me persiguiera.

Luego, manteniendo la luz delante, me dirigí por el pasillo hacia el cuarto de Karen Tandy y la batalla del hechicero. Todo estaba muy en silencio, demasiado en silencio para mi tranquilidad, y no me sentí con ganas de llamar de nuevo a Singing Rock. Casi tenía miedo de obtener una respuesta.

Mientras me acercaba a la puerta del cuarto de Karen Tandy el denso y enfermizo olor a sangre y a muerte volvió a penetrar por mi nariz. Dirigí un largo rayo de luz a la distancia, en el pasillo, pero no había señas de Singing Rock. Quizás estaba en el cuarto, teniendo un conflicto cara a cara con Misquamacus. Quizás ya no estaba allí.

Yo caminé despacio y cautelosamente los últimos metros, apuntando la luz en el destrozado camino hacia el cuarto de Karen Tandy. Podía oír que allí algo se movía y arrastraba, pero detestaba pensar en qué podía ser. Me acerqué más y más, manteniéndome contra la pared de enfrente del corredor, y luego me lancé hacia adelante e iluminé completamente adentro del cuarto.

Era Singing Rock. Estaba con sus rodillas y manos en el piso. Al principio pensé que estaba bien, pero cuando le iluminé de nuevo se volvió lentamente en mi dirección y vi lo que Misquamacus había hecho en su rostro.

Erizándome de terror paseé la luz por todo el cuarto y no había trazos de Misquamacus. Había escapado, y se hallaba en alguna parte de los retorcidos pasillos oscuros del décimo piso. Tendríamos que encontrarle y tratar de destruirlo, armados con nada, excepto una linterna y un pequeño tubo de ensayo con fluido infectado.

– ¿Harry? -susurró Singing Rock.

Fui y me arrodillé a su lado. Parecía como si alguien hubiese dado latigazos a su cara con un látigo de siete puntas de alambre de púa. Su mejilla estaba destrozada y sus labios partidos, y le corría mucha sangre. Saqué mi pañuelo y le limpié con cuidado.

– ¿Está malherido? -le pregunté-. ¿Qué sucedió? ¿Dónde está Misquamacus?

Singing Rock escupió sangre de su boca.

– Traté de detenerlo -dijo-. Hice todo lo que sabía.

– ¿El le castigó?

– No necesitaba hacerlo. Me lanzó un puñado de instrumentos quirúrgicos. Me hubiera matado si hubiese podido.

Revolví el gabinete de al lado de la cama y encontré para Singing Rock algunas gasas y vendajes. Cuando enjugamos su sangre, su rostro no estaba tan mal. Su propia magia autoprotectiva había logrado desviar la mayoría de los bisturíes y tijeras que Misquamacus había enviado volando en su dirección. Muchos de ellos estaban clavados en la pared hasta el fondo.

– ¿Trajo el virus? -preguntó Singing Rock-. Déjeme detener esta sangre y luego iremos tras él.

– Aquí está -le dije-. No parece nada impresionante, pero el doctor Winsome dice que esta pequeña cantidad puede hacer mil veces lo necesario.

Singing Rock tomó el tubo y lo miró.

– Roguemos porque sirva. No creo que nos quede mucho tiempo.

Yo levanté la linterna y nos dirigirnos silenciosamente hasta la puerta del cuarto y escuchamos. No había ningún sonido, excepto nuestra propia respiración contenida. Los corredores estaban desiertos y oscuros, y había más de cien cuartos en los cuales se hubiera podido esconder Misquamacus.

– ¿Vio para qué lado fue? -le pregunté a Singing Rock.

– No -dijo Singing Rock-. De todos modos han pasado cinco minutos. Ahora puede estar en cualquier parte.

– Hay mucho silencio. ¿Eso significa algo?

– No lo sé. No sé qué es lo próximo que planea hacer.

Yo tosí.

– ¿Qué haría usted si fuese él? Quiero decir, hablando mágicamente.

Singing Rock pensó durante un rato, pasándose por la mejilla las gasas ensangrentadas.

– No estoy seguro -dijo-. Hay que verlo desde el punto de vista de Misquamacus. Dentro de su mente dejó Manhattan en 1600 sólo hace pocos días. Para él, el blanco es aún un invasor extraño y hostil venido de ninguna parte. Misquamacus es muy poderoso, pero obviamente está asustado. Lo que es más, sufre de disminuciones físicas, lo que no ayudará mucho a su moral. Creo que llamará todos los refuerzos que pueda.

Recorrí con la luz de la linterna todo el corredor.

– ¿Refuerzos? ¿Quiere decir más demonios?

– Seguro. Sólo hemos visto el comienzo de todo esto.

– ¿Qué podemos hacer?

Singing Rock, bajo la luz reflejada de la linterna, sólo pudo mover su cabeza.

– Sólo tenemos una cosa de nuestra parte -dijo-. Si Misquamacus quiere traer demonios desde el más allá tendrá que preparar caminos para hacerlos llegar.

– ¿Caminos? ¿De qué habla?

– Déjeme simplificarlo. Imagínese que hubiera una muralla entre el mundo espiritual y el físico. Si Misquamacus quiere llamar a los demonios y hacerlos atravesarla tendrá que quitar algunos ladrillos de esa muralla y así preparar una entrada para esos demonios. También se necesita no coaccionarlos. Los demonios casi siempre piden un precio por sus servicios. Como el Lagarto-de-los-árboles con su trozo de carne viva.

– ¿Trozo? -dije-. Cristo, ¡vaya trozo!

Singing Rock me tomó del brazo.

– Harry -me dijo serenamente-, van a necesitarse mucho más que trozos antes que terminemos con todo esto.

Me volví y le miré. Por primera vez me di cuenta de la trampa en la que estábamos metidos y que había una sola vía de escape.

– Muy bien -dije. No había querido decir «muy bien», pero parecía que no tenía más remedio-. Vamos a buscarlo.

Caminamos por el corredor, mirando a izquierda y derecha. El silencio era opresivo y yo podía oír las moléculas del aire bombardeando mis oídos y el latido de mi propio corazón. El miedo permanente de enfrentarnos con Misquamacus o con uno de sus demonios nos hacía sudar y temblar, y los dientes de Singing Rock castañeaban todo el tiempo mientras recorríamos el primer corredor. En cada puerta iluminábamos con la linterna a través de la ventana y comprobábamos si el hechicero no estaba escondido dentro.

– Esos caminos -le susurré a Singing Rock mientras dábamos vuelta a la primera esquina-, ¿cómo son?

Singing Rock se encogió de hombros.

– Los hay de muchas clases. Todo lo que se necesita para traer a un demonio como el Lagarto-de-los-árboles es un círculo en el piso y las promesas e invocaciones adecuadas. Pero el Lagarto-de-los-árboles no es especialmente poderoso. Es una nadería en la jerarquía de los demonios de los pielrojas. Si se quiere invocar a un demonio como el Guardián-de-la-vara-de-la-Serpiente-de-Agua hay que preparar el tipo de nexo que le haga aparecer atractivo el mundo físico.

– Fíjese en aquella puerta – dije, interrumpiéndolo.

Yo dirigí el rayo de luz de la linterna y él miró a través de la ventana en el cuarto del hospital. Movió la cabeza.

– Espero que aún esté en este piso -dijo Singing Rock-. Si se escapa de aquí, sí que nos veremos con problemas.

– La escalera está vigilada -le señalé.

Singing Rock hizo una leve sonrisa.

– Contra Misquamacus nada está vigilado.

Caminamos con cuidado por el pasillo, deteniéndonos cada pocos centímetros para investigar los cuartos, armarios y rincones extraños. Me estaba comenzando a preguntar si Misquamacus alguna vez había existido o si sólo había sido una espantosa alucinación.

– ¿Alguna vez ha invocado un demonio usted mismo? -le pregunté a Singing Rock-. Quiero decir… ¿no podemos llamar a algunos que estén de nuestra parte? Si Misquamacus busca refuerzos, ¿por qué no nosotros?

Singing Rock volvió a sonreír.

– Harry, no creo que sepa lo que dice. Estos demonios no son broma. No son hombres disfrazados. Los principales, la jerarquía más alta de los demonios indios de los pielrojas, pueden tomar muchas formas. Algunos de ellos cambian de forma y de esencia continuamente. En un momento son como un terrible bisonte y al siguiente nido de víboras. No tienen el sentido de la conciencia humana y no tienen sentido de la piedad. ¿Usted cree que ese Lagarto tuvo piedad de Jack Hughes cuando le comió la mano? Si quiere a esos demonios de su parte tiene que querer que hagan algo muy impío por usted y desdeñar las posibles consecuencias si algo no funciona bien.

– ¿Quiere decir que son absolutamente malos? -le pregunté.

Envié el rayo de luz al fondo del corredor para comprobar una forma sospechosa. Resultó ser una papelera llena.

– No -dijo Singing Rock-. No son malos en el sentido que lo entendemos nosotros. Pero tiene que entender que las fuerzas naturales del planeta no están en buenos términos con la humanidad. La madre Naturaleza, no importa lo que diga su catecismo de la escuela dominical, no es benigna. Nosotros cortarnos árboles y los espíritus y los demonios de ellos quedan desposeídos. Cavamos minas y canteras y perturbamos a los demonios de las rocas y los suelos. ¿Por qué cree que hay tantas historias de demonios poseyendo a gente en una granja aislada? ¿Ha estado alguna vez por Pennsylvania y vio los fetiches y amuletos que usan los granjeros para alejar los demonios? Esos granjeros han molestado a los demonios de los árboles y los campos y están pagando por ello.

Dimos la vuelta a otra esquina. De pronto dije:

– ¿Qué es eso?

Miramos en la oscuridad. Tuvimos que esperar dos o tres minutos antes de ver nada. Luego hubo un breve chispazo de luz azulina en una de las puertas.

Singing Rock dijo:

– Ya está. Misquamacus está allí. No sé qué está haciendo, pero cualquier cosa que sea, no nos gustará.

Saqué el tubo con virus de gripe del bolsillo.

– Tenemos esto -le recordé-. Y cualquier cosa que nos tenga preparada Misquamacus no puede ser tan malo como lo que le tenemos preparado a él.

Singing Rock resopló.

– No confíe tanto Harry. Por lo que sabemos, Misquamacus es inmune.

Le golpeé el hombro y traté de hacer un chiste.

– ¡Está bien, desanímeme!

Pero todo el tiempo sentí como si cada nervio de mi cuerpo estuviese campanilleando y hubiese dado cualquier cosa para aliviar mis acuosas y resbaladizas tripas.

Apagué la luz y caminamos a tientas por el corredor hacia la relampagueante luz. Era como si alguien estuviese soldando algo o el reflejo de una persona encendiendo un cigarrillo a lo lejos. La única diferencia era que tenía una cualidad sobrenatural en ella, una extraña frialdad que me hizo pensar en las estrellas, cuando uno mira al cielo en una noche solitaria de invierno y ellas titilan heladas y distantes e irremediablemente remotas.

Llegamos a la puerta. Estaba cerrada y la luz azulina brillaba a través de la pequeña ventana de arriba de la puerta, y por abajo. Singing Rock dijo:

– ¿Va a mirar usted o lo hago yo?

Tuve un escalofrío, como si alguien entrara a mi tumba.

– Yo lo haré. Por el momento usted ya ha hecho demasiado.

Atravesé el pasillo y me apreté contra la pared en la que estaba la puerta. La pared estaba allí extrañamente fría, y cuando me acerqué a la ventana de la puerta, me di cuenta de que había trozos de hielo en el vidrio. ¿Hielo en un hospital con calefacción? Se lo señalé a Singing Rock y él asintió.

Cautelosamente llevé mi cara hacia la ventana y miré dentro del cuarto. Lo que vi me puso la piel de gallina y el pelo se me levantó como si fuera un puercoespín aterrorizado.

Загрузка...