CAPITULO DIEZ

En la luz


Salí con Singing Rock del cuarto de primeros auxilios hacia el pasillo. Sus ojos negros brillaban de nuevo con algo del celo que había visto desaparecer lentamente en nuestra larga y horripilante noche. El dijo:

– Ya estamos, Harry. ¿Vendrá a ayudarme?

– ¿Estamos adonde? ¿Qué demonios va a pasar?

Singing Rock se lamió los labios. Su voz no tenía aliento y parecía como si estuviese con fiebre.

– El Gran Viejo está aquí. Luchar con el mismo Gran Viejo… ¿Comprende lo que eso significa para un hechicero? Es como para un cristiano tener la oportunidad de luchar con Satanás en persona.

– Singing Rock…

– Tenemos que hacerlo -dijo Singing Rock-. No nos queda tiempo. Tenemos que bajar y hacerlo.

– ¿Bajar? ¿Quiere decir volver al décimo piso?

Singing Rock pareció crecer, como si algún viento mágico lo estuviese inflando. Temblaba de miedo, de expectativa y por la lujuria última de arriesgar su vida contra el mayor demonio de la Norteamérica mítica.

Cuando no dije nada más, simplemente se dio la vuelta y comenzó a caminar rápido hacia las escaleras, tanto que apenas podía mantenerme a su lado.

Le tomé de la manga y él se dio la vuelta.

– Singing Rock -dije-. Por el amor de Dios, allí fueron matados once hombres armados. Usted vio lo que sucedió.

– Es demasiado tarde -dijo Singing Rock-. El Gran Viejo está aquí, y lo que suceda ahora será peor.

– Singing Rock…

Se zafó. Abrió la puerta que conducía a las escaleras oscuras y dijo:

– ¿Viene, o se queda atrás?

Como un eco en el agujero de la escalera escuché el detestable gemido de ese viento sin viento y se me pusieron los pelos de punta. El fétido hedor del Gran Viejo llenaba el aire y podía oír ruidos allí abajo que me hicieron recordar los grabados del infierno de Doré. Demonios y bestias y cosas sin nombre que caminaban por la noche. Cosas que hacían volver locos a los hombres. Cosas que saltaban, y gateaban, y se arrastraban a través de la oscuridad de una imaginación aterrada.

Yo tragué saliva. No importaba lo asustado que me sintiera; no podía dejar bajar allí a Singing Rock solo. Dije:

– Voy -y le adelanté por los escalones de cemento. Si no iba ahora, no iría nunca.

Una vez que la puerta se cerró detrás de nosotros nos quedamos hundidos en una atmósfera sofocante. Nos tomamos del pasamanos y recorrimos nuestro camino hacia abajo, escalón tras escalón. Cada sombra me llenaba de un miedo que me ponía la piel de gallina, y cada sonido o eco me paralizaba el corazón. Hubiese podido jurar que escuché pasos descendiendo las escaleras justo fuera de nuestra vista debajo nuestro, pero no era el momento de detenerse a escuchar.

– Singing Rock -murmuré-. ¿Qué vamos a hacer?

– Estoy tratando de pensarlo -dijo serenamente Singing Rock-, Pero no puedo juzgar la situación hasta que vea por mí mismo. Sólo espero poder invocar el espíritu de Unitrak en el momento debido y en la forma debida. También espero que Unitrak no nos sea hostil como lo es al Gran Viejo. Siempre hay ese riesgo.

Yo tosí.

– Suponga que simplemente nos rindamos, ¿Eso no salvaría más vidas? Si luchamos así… Dios sabe cuánta gente puede ser herida.

Singing Rock movió su cabeza.

– Esta no es una lucha en el sentido que usted piensa. Este es un acto de venganza de un hechicero pielroja en nombre de todo el dolor y los engaños y la masacre que su gente sufrió a manos del hombre blanco. Uno no se puede rendir ante alguien que busca venganza. Misquamacus sólo estará satisfecho cuando todos estemos muertos; en cuanto al Gran Viejo…

– ¿Qué pasa con el Gran Viejo?

Singing Rock se encogió de hombros.

– No sé qué trato ha hecho Misquamacus con él. Pero el Gran Viejo es conocido en la cultura de Pueblo como el Gran Devorador. Los Paiute tienen otro nombre: El-que-se-alimenta-en-el-foso. Saque sus conclusiones.

Mientras descendíamos a través de la oscuridad, el lúgubre silbido y gemido del viento que no era viento llegó más fuerte e incluso más deprimente. Yo comencé a sentir una tremenda jaqueca y apenas si podía ver. Me sentía con picazones e incómodo, y tenía la sensación de que mis ropas estaban llenas de bichos. Si hubiera tenido elección hubiese abandonado en ese momento y dejado que el Gran Viejo, el-que-se-alimenta-en-el-foso, hiciera lo peor que le viniera en gana.

Singing Rock dijo:

– Nos estamos acercando. Por eso se siente tan mal. Tome este collar de cuentas. No es mucho, pero puede ayudarle a protegerse contra trampas e ilusiones.

Casi sordos por el rechinante viento llegamos al décimo piso. Singing Rock sacó una hoja de papel en la cual había anotado los números de Unitrak y los miró de cerca en las tinieblas. Luego puso su pulgar para arriba y abrió suavemente la puerta que conducía a los corredores donde acechaba Misquamacus y donde ahora el Gran Viejo, el terrible y malévolo manitú de los siglos pasados, estaba repelentemente volviendo a la vida.

El hedor era enfermante. Incluso aunque los corredores estaban vacíos había unos pasos acelerados, como de ratas, por todas partes; un ruido que ni siquiera el sonar del viento aplacaba. Era como si todo el lugar estuviese lleno de invisibles roedores, juntándose y apiñándose alrededor del apestoso olor del Gran Viejo. Singing Rock se dio la vuelta para asegurarse que yo aún estaba detrás de él, y luego guió el camino hacia el cuarto de Karen Tandy, el cuarto en el cual Misquamacus había hecho su primera y obscena aparición.

El zumbido del viento astral de la Bestia Estrella me hizo sentir exhausto e irritable. Mientras nos acercábamos al cuarto de Karen Tandy el ruido se hacía más y más fuerte, hasta que se impregnó en todos mis sentidos con el agudo dolor de una navaja oxidada. Alrededor nuestro, mientras caminábamos, se escuchaba el escurrirse de esas ratas fantasmas, como si tuviésemos una horrible escolta de alimañas adondequiera que fuésemos. Una vez sentí como si una de ellas hubiese saltado a mi espalda y me encontré sacudiéndome la camisa con disgusto y miedo.

Singing Rock había comenzado sus invocaciones. Llamaba a los espíritus de la nación sioux para protegernos de la maldad devoradora del Gran Viejo; a los manitús del aire, las rocas y el suelo; a los demonios de las enfermedades y la peste para vencer a Misquamacus. Apenas si podía oír lo que decía por culpa del crujido de ese viento sobrenatural, pero podía sentir que nuestra escolta de ratas nos amenazaba con una cierta cantidad de impaciente respeto.

Dimos la vuelta a la esquina y de pronto el corredor estuvo lleno de brillantes relámpagos de luz, que crujía y escupía alrededor nuestro. Singing Rock levantó sus manos, con las palmas hacia afuera, y la luz chocaba contra ellas y luego desaparecía en el piso de cemento. Era-la-luz-que-se-ve, la primera indicación de que Misquamacus sabía que estábamos allí.

Llegamos al fragmento de corredor en el cual estaba el cuarto de Karen Tandy. La-luz-que-ve parecía haber dispersado a la mayoría de las ratas fantasmas, pero el rugiente viento continuaba y ahora era un viento real, que golpeaba contra nuestros rostros como arena. Singing Rock me arrastró hacia adelante y luchamos para avanzar y acercarnos más y más a nuestra inevitable confrontación con Misquamacus y el Gran Viejo. El crujir y soplar del viento nos hacía imposible hablar, pero por la puerta del cuarto de Karen Tandy vimos salir relámpagos de luz astral, la energía azul helada que había creado el camino para el mayor y más terrible de todos los seres legendarios.

Luego, contra un huracán despedazador, llegamos hasta la misma puerta. Singing Rock miró primero, y de pronto sacó su cabeza con completo terror, arrojándose las manos sobre el rostro como un hombre en los espasmos de la electrocutación. Yo también miré y me quedé sacudido con tal horror y miedo que sentí como que nunca iba a poder moverme de nuevo de aquella puerta.

El cuarto estaba repleto por un humo de terrible olor, que salía incesantemente de dos fogatas que Misquamacus había encendido en bolsas de metal y colocado a cada lado de su camino astral. En el piso estaba marcado el más siniestro y extraño círculo de figuras que yo hubiese visto nunca, todas dibujadas elaboradamente y coloreadas con lo que debía haber sido la sangre de los oficiales de policía del teniente Marino. Había extrañas cabras y criaturas horribles, como enormes babosas, y mujeres desnudas, de cuyos vientres emergían atroces bestias. Presidiendo este círculo, jorobado y deformado, con su cuerpo oscuro, borroso a través del humo, estaba Misquamacus. Pero no era el mismo Misquamacus quien nos provocaba el mayor terror; era lo que apenas percibíamos a través de las más densas nubes de humo, el hirviente cúmulo de una sombra siniestra que parecía crecer y crecer en las tinieblas, como un calamar o alguna descarnada y masiva confusión de serpientes y bestias y monstruos.

Lo que era más aterrante era que yo reconocí al Gran Viejo. Reconocí lo cerca que había estado siempre de mí. El era el miedo en las extrañas formas del papel de la pared y las cortinas; el terror de rostros que aparecían en los nudos de la madera de los armarios; el miedo a las escaleras oscuras o curiosos y entrevistos reflejos en espejos y ventanas. Aquí, en la retorcida forma del Gran Viejo, yo descubrí de dónde habían venido mis aterradores miedos y ansiedades. Cada vez que uno escucha una respiración incorpórea en su habitación por la noche; cada vez que las ropas que uno ha dejado cuidadosamente en su silla parecen tomar las formas de una figura siniestra; cada vez que cree que ha escuchado pasos detrás suyo mientras sube las escaleras, es la diabólica presencia del Gran Viejo, sacudiendo malévolamente las cerraduras y sellos que le mantienen en el otro lado.

Misquamacus levantó sus brazos y lanzó un aterrador grito de triunfo. Sus ojos parecían estar iluminados desde dentro, como los de una cabra, y satánicos, y su cuerpo, sobre sus piernas diminutas, estaba brillante por el sudor. Tenía guantes de sangre, pues él había cortado los huesos ensangrentados de los hombres del teniente Marino y los había utilizado para dibujar en el piso. Detrás de él, casi invisible en el humo, la espantosamente aterrante figura del Gran Viejo se retorcía y movía.

– ¡Es ahora, Harry! -gritó Singing Rock-. ¡Ayúdeme ahora… es ahora! ¡Es ahora!

Enterró la cara entre sus manos y comenzó a recitar números y palabras, invocaciones interminables a sus propios manitús y espíritus y al gran espíritu de la tecnología blanca. Me tomé de él, le abracé fuerte, concentrando mi aterrorizada mente en Unitrak… Unitrak… Unitrak. El chillido del viento me hacía imposible oír lo que decía Singing Rock; yo forcé mi mente en apoyarlo, en amarlo, en mantenerlo a salvo mientras él trataba de arrollar a Misquamacus y la terrible presencia de El-que-se-alimenta-en-el-foso.

Hubo un momento en el que pensé que Singing Rock iba a lograrlo. Hablaba increíblemente rápido, recitando, y cantando, y haciendo inclinaciones de cabeza, más rápido y más rápido, como construyendo la gran invocación del manitú tecnológico de Unitrak. Sin embargo, todo este tiempo Misquamacus también cantaba, y movía sus brazos en nuestra dirección, como animando al Gran Viejo a consumirnos. Vi cosas que se movían entre el humo que eran terroríficas más allá de toda creencia, formas más desagradables y horribles que la peor de las pesadillas que nunca hubiera tenido, y espirales de bruma como si fuesen pulpos que comenzaban a desarrollarse desde la tenebrosa nube del Gran Viejo. Sabía que sólo teníamos segundos para sobrevivir. Me puse tan tenso que mis músculos se acalambraron y mordí mi lengua.

De pronto Singing Rock se desmoronó. Se inclinó y cayó sobre sus rodillas. Yo me arrodillé a su lado, quitándome el pelo que el huracán me arrojaba sobre los ojos, y le grité para que continuara.

Me miró, y en su rostro sólo había miedo.

– ¡No puedo! -gritó -. ¡No puedo invocar a Unitrak! ¡No puedo hacerlo! ¡Es el manitú de un hombre blanco! ¡No vendrá! ¡No me obedecerá!

No podía creerle. Miré sobre mi hombro y vi a Misquamacus señalándonos con ambas manos, y las oscuras serpientes del Gran Viejo desenroscándose de su cabeza, y supe que era el final de todo. Yo tomé el arrugado fragmento de papel de las manos de Singing Rock y lo sostuve ante la fluctuante luz astral del espantoso y aterrante camino.

– ¡Unitrak, sálvame! -grité-. ¡Unitrak, sálvame! -Y grité los números una y otra vez.- ¡UNITRAA-AKKK! ¡POR EL AMOR DE DIOS… UNIIITRA-AKKK!

Singing Rock, aún acurrucado entre mis brazos, sollozaba de miedo. Misquamacus, con su rostro estirado en una mueca lobuna, flotaba en el aire por encima mío, con sus brazos estirados y sus deformadas piernas dobladas debajo suyo. En derredor, las temblorosas y horripilantes formas del Gran Viejo crecían y crecían.

Durante un momento me quedé callado por el miedo. Luego, porque fue todo lo que se me ocurrió, levanté mis brazos, igual que como Misquamacus había alzado los suyos, y lancé mi propia idea de un hechizo.

– Unitrak, envía a tu manitú para destruir a este hechicero. Unitrak, protégeme del mal. Unitrak, cierra el camino del más allá y echa a este espíritu espantoso.

Misquamacus, flotando imponentemente cerca, comenzó a invocar, como desquite, al Gran Viejo. Sus palabras eran pesadas y nubosas, expandiéndose a través del rugido del huracán como una bestia vengativa.

– ¡Unitrak! -bramé-. ¡Ven a mí, Unitrak! ¡Ven!

Fue en ese momento que Misquamacus estuvo casi sobre mí, con sus ojos diabólicos mirando espeluznantemente desde su rostro oscuro, relumbrante con el sudor. Su boca estaba estirada hacia atrás, en una mueca de dolor y esfuerzo y venganza. Dibujaba círculos e invisibles diagramas en el aire en mi derredor, atrayendo el tumulto diabólico del Gran Viejo, componiendo con su brujería las más espantosas muertes que pudiera pergeñar.

– ¡Unitrak! -susurré, sin que se me oyera por encima del crujido del ventarrón-. ¡Oh, Dios, Unitrak!

Fue tan violento y súbito que cuando ocurrió al principio no podía entenderlo. Pensé que Misquamacus me había derribado con la luz-que-ve o que el edificio se había derrumbado. Hubo un sonido que rompía los oídos que hasta superó el gemido del huracán, un crujir eléctrico de millones de millones de voltios supercargados, un rugido como miles de cortocircuitos. El cuarto se llenó de una deslumbrante formación en formas de rejas incandescentes, trozo tras trozo de brillantes circuitos, serpenteando con chispas blancas y azules y resplandeciendo con su propia simetría cegadora.

Misquamacus cayó del aire, carbonizado y ennegrecido y ensangrentado. Cayó al piso como una carcasa de carne, con sus manos mezcladas debajo suyo, los ojos apretadamente cerrados.

Las rejas, pulsando y brillando, formaron una separación entre yo y la horrible forma del Gran Viejo. Podía ver al ser demoníaco retorcerse y estirarse, como si estuviera confundido y frustrado. El voltaje de las rejas era tan enorme que yo sólo podía mirar con mis ojos entornados y apenas podía ver a través de ellas la forma retorcida y sombría del Gran Viejo.

En mi mente no había dudas de lo que era esta cegadora aparición. Era el manitú, el espíritu, la esencia de la computadora Unitrak. Mi hechizo, la invocación de un hombre blanco, había traído el desquite de un demonio del hombre blanco.

El Gran Viejo hervía y se revolvía en poderosas espirales de tinieblas. Dejó escapar un ronquido torturado y se convirtió en bramido furioso, más y más fuerte hasta que sentí que estaba siendo tragado por sus ensordecedoras profundidades vibrantes; un túnel de furia rugiente que hacía sacudirse a las paredes y temblar al piso.

Las resplandecientes rejas del manitú de Unitrak disminuyeron y oscilaron por un momento, pero luego ardieron aún más brillantes…; un estallido quemante de poder tecnológico que sobrepasó toda visión y todo sonido. Sentí como si me hubiesen arrojado en un caldero de acero hirviendo, hundido en luz y bañado de ruido.

Escuché una cosa más. Fue un sonido que nunca olvidaré. Fue como alguien o algo retorciéndose en una intensa agonía, más y más durante más tiempo que el que yo pudiera soportar. Era el sonido de nervios siendo puestos al desnudo, las sensibilidades siendo desgarradas, los espíritus despojados. Era el Gran Viejo. Su asidero al mundo material estaba siendo retirado por el ilimitado y sofisticado poder de Unitrak. Estaba siendo quitado por el fuego sagrado de la tecnología actual a los empalidecidos y desmayados seguidores de los antiguos planos astrales.

Hubo un ruido de desgarrón, de burbujeo, de balbuceos, y los costados del camino que Misquamacus había marcado en el piso comenzaron a dirigirse hacia su centro, absorbiendo la sombría forma del Gran Viejo como un tubo de ventilación chupando el humo. Hubo un extravagante estallido final de energía que me dejó aturdido y temporalmente ciego, y luego en el cuarto se hizo el silencio.

Yo me quedé tendido allí, incapaz de moverme, incapaz de ver durante cinco o diez minutos. Cuando pude ponerme de pie, aún había formas verdes de rejas flotando en mi retina, y me tambaleé alrededor como un viejo, dándome contra las paredes y los muebles.

Finalmente mi visión se aclaró. No muy lejos, Singing Rock yacía en el piso entre un montón de camas y muebles rotos, pestañeando sus ojos mientras recobraba el conocimiento gradualmente. El cuerpo de Misquamacus estaba donde había caído, carbonizado. Las paredes del cuarto parecían como arrasadas por las llamas, y las cortinas de plástico se habían derretido y formaban largas tiras que caían.

Sin embargo, no fue ninguna de esas cosas lo que me dejó atónito. Era la figura pálida, trémula, que estaba silenciosamente en un rincón del cuarto, descolorida y blanca como si fuese el fantasma de alguien que alguna vez había conocido. No dije nada, pero simplemente estiré mis manos hacia ella… dándole la bienvenida a una existencia que casi había perdido para siempre.

Harry -susurró-. Estoy viva, Harry.

Y fue entonces cuando el teniente Marino, con su revólver empuñado, entró por la puerta hacia nosotros.


Estaba sentado con Singing Rock en La Guardia, bajo el pesado busto de bronce del mismo La Guardia, fumando un último cigarrillo antes que tomase su vuelo. Se le veía tan pulcro y compuesto como siempre, con su brillante traje y sus gafas con marco de carey, y no había nada que demostrara lo que había hecho, o por lo que había pasado, excepto por una venda en su mejilla.

Oímos aterrizar aviones en las pistas, y el murmullo de voces, y el sol del atardecer brillaba anaranjado a través del cielo invernal.

– En algunos sentidos estoy algo triste -me dijo.

– ¿Triste? -le pregunté-. ¿Por qué?

– Por Misquamacus. Si sólo hubiésemos tenido la oportunidad de explicarle lo sucedido. Si sólo nos hubiésemos podido comunicar con él.

Tomé una larga bocanada de cigarrillo.

– Ahora es un poco tarde para eso. Y recuerde que hubiese podido matarnos, tan rápida y seguramente como nosotros necesitábamos matarlo a él.

Singing Rock asintió.

– Quizá volvamos a encontrarle en mejores circunstancias. Entonces quizá podamos hablar.

Yo dije:

– El está muerto, ¿no? ¿Qué quiere decir con eso de volver a encontrarle?

Singing Rock se sacó las gafas y las limpió con un pañuelo inmaculadamente blanco.

– El cuerpo murió, pero no podernos estar seguros de que su manitú se destruyó. Quizá fue liberado a un plano superior y está listo para reunirse con los que existen sin ninguna presencia física. Quizá retorne a la tierra y viva de nuevo en el cuerpo de algún otro.

Yo fruncí mi ceño.

– ¿No estará diciendo que esto podría pasar de nuevo?

Singing Rock alzó sus hombros.

– ¿Quién sabe? Hay tantos misterios en el universo de los que no sabemos nada. Lo que vemos durante nuestra vida física en la tierra es simplemente un fragmento. Hay mundos extraños dentro de los mundos, y mundos más extraños dentro de aquellos mundos. Nos vendría bien no olvidar eso.

– ¿Y el Gran Viejo?

Singing Rock tomó su maleta y se paró.

– El Gran Viejo -dijo-, estará siempre entre nosotros. Siempre que existan noches oscuras y miedos inexplicables el Gran Viejo estará presente.

Fue todo lo que dijo. Me tomó la mano y la apretó y luego se fue a tomar su vuelo.


Pasaron casi tres semanas antes que pudiese partir hacia Nueva Inglaterra. Conduje todo el camino, y los campos y las casas aún estaban blanqueadas por la nieve. El cielo tenía color de goma, y un sol naranja se ocultaba descoloridamente detrás de los árboles.

Llegué justo antes del anochecer, aparqué mi «Cougar» delante de una elegante casa colonial pintada de blanco y descendí. La puerta del frente se abrió y allí estaba Jeremy Tandy, tan seco y activo como siempre, viniendo a recibirme y tomando mis maletas.

– Estamos muy contentos de que pudiera venir, señor Erskine -dijo todo lo cálidamente que pudo-. Debe haber tenido frío en el viaje.

Adentro, la señora Tandy tomó mi abrigo; estaba caluroso con el fuego encendido y había alegría. El gran salón estaba lleno de antigüedades domésticas, grandes sillones coloniales, y sofás, y lámparas de cobre, y lleno de adornos y de cuadros de escenas rurales.

– ¿Le gustaría un guiso caliente? -preguntó la señora Tandy, y yo hubiese querido besarla.

Me senté frente al fuego. Jeremy Tandy me sirvió un gran whisky mientras su mujer se ocupaba de la cocina.

– ¿Cómo está Karen? -le pregunté-. ¿Continúa mejorando?

Jeremy Tandy asintió.

– Aún no puede caminar, pero recupera peso y está mucho más alegre. Más tarde podrá subir a verla. Ha estado esperando su visita toda la semana.

Yo bebí el whisky.

– Yo también -dije, con un poco de cansancio-. No he dormido muy bien desde que terminó todo eso.

Jeremy Tandy bajó su cabeza.

– Bueno… no… ninguno de nosotros ha podido.

Charlamos de cualquier cosa durante un rato y luego la señora Tandy trajo el guiso. Estaba bueno, caliente y espeso, y yo me senté junto al chispeante fuego y lo comí agradecidamente.

Más tarde subí a ver a Karen. Estaba flacucha y pálida, pero su padre tenía razón. Aumentaba de peso e iba a recuperarse. Me senté a los pies de su cama de nogal con colcha campesina y charlamos sobre sus distracciones, su futuro y todo en el mundo, menos Misquamacus.

– El doctor Hughes me dijo privadamente que usted es muy valiente -comentó después de un rato-. Dijo que lo que realmente ocurrió no tuvo nada que ver con lo que contaron los periódicos. Señaló que nadie les hubiese creído si hubieran contado la verdad.

Le tomé la mano.

– La verdad no es muy importante. Yo mismo no puedo creer la verdad.

Me hizo una pequeña y amistosa sonrisa.

– De todos modos, yo sólo quería decirle gracias, porque pienso que le debo la vida.

– No tiene por qué. Quizás algún día usted pueda hacer lo mismo por mí.

Me puse de pie.

– Ahora voy abajo. Su madre me dijo que no la fatigara. Creo que necesita todo el descanso que pueda tener.

– Muy bien -se rió-. Me estoy aburriendo un poco con todos estos mimos excesivos, pero creo que tendré que resignarme.

– Si necesita algo, dígamelo -le ofrecí-. Libros, revistas, frutas. Diga lo que quiera.

Abrí la puerta para irme, y Karen dijo:

– De boot, mijnheer.

Me helé. Sentí como si un par de manos frías se hubiesen apoyado en mi espalda. Me volví y pregunté:

– ¿Qué dijo?

Karen aún sonreía. Dijo: «sea bueno, querido mío.» Eso es lo que dije. Sea bueno, querido mío.

Cerré la puerta del cuarto. Afuera, en el pasillo, estaba silencioso y oscuro. La vieja casa colonial crujió bajo el peso de la nieve invernal.

– Eso es lo que pensé que había dicho -susurré para mí mismo, y bajé las escaleras.

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