CAPITULO NUEVE

Bajo la nube

Media hora más tarde nos sentábamos en la oficina de Jack Hughes con el teniente Marino y el doctor Winsome, fumando nerviosos y bebiendo aún más nerviosos y tratando de pensar cómo solucionar el problema. Esta vez Singing Rock, Jack Hughes y yo recibimos algo más que un desinterés escéptico, y les dijimos a la Policía y a los médicos todo lo que sabíamos sobre Misquamacus y los extraños sueños de Karen Tandy.

Aún no sé si el teniente Marino estaba preparado para creer lo que le contábamos, pero tenía entre sus manos a un escuadrón de policía hecho una carnicería y no estaba en posición de ponerse a discutir.

Las luces habían comenzado a apagarse más frecuentemente, y esa extraña sensación de movimiento del piso sucedía más y más a menudo. Marino había mandado pedir refuerzos, pero de dondequiera que viniesen parecía que se estaban tomando su buen tiempo. El intercomunicador de Marino parecía hacerse más débil y menos efectivo, y en la mayoría de los teléfonos había una persistente descarga. Un joven uniformado había sido enviado a pedir ayuda a pie, pero tampoco había noticias de él.

– Muy bien -dijo Marino, preocupado-. Suponiendo que sea magia. Suponiendo que toda esta basura sea verdad, ¿qué hacemos con ella? ¿Cómo se arresta a un manítú?

Singing Rock tosió. Parecía cansado y muy tenso y yo no sabía cuánto más podría soportar. El piso se levantó y cayó debajo nuestro, y las luces eléctricas reflejaron un extraño color azulino. Era como viajar en un barco con mucha tormenta. El remoto y monótono sonido del viento de la Bestia Estrella colaboraba con la impresión de un desolado viaje por mares desconocidos.

– No sé cómo podremos detener ahora a Misquamacus -dijo Singing Rock-. Ustedes pueden sentir esas vibraciones. Son las preliminares a la aparición del Gran Viejo. De acuerdo a las leyendas, el Gran Viejo siempre es precedido por tormentas y por espíritus menores. El doctor Hughes les puede contar sobre éstos.

Sin una palabra, el doctor Hughes pasó una fotografía en blanco y negro que le habían tomado de su mano mutilada. Había molestado a la unidad fotográfica del hospital para que se la copiaran especialmente. El teniente Marino la examinó sin emoción y luego la pasó de vuelta.

– ¿Qué cree que pudo haber causado un daño semejante? -preguntó el doctor Hughes-. Esas son marcas de dientes agudos y estrechos. ¿Un león? ¿Un leopardo? ¿Un caimán?

El teniente Marino levantó su mirada.

El doctor Hughes dijo:

– Pudo haber sido cualquiera de ellos. ¿Pero cuántos leones y caimanes hay en el centro de Manhattan?

El teniente Marino movió su cabeza.

– No lo sé, doctor, y en realidad no me importa. Lamento lo de su mano. Créame, lo siento mucho. Pero lo siento aún mucho más por once policías muertos y quiero hacer algo sobre ello. ¡Redfern!

Un delgado y joven policía de ojos brillantes asomó su cabeza por la puerta.

– ¿Sí, señor?

– ¿Hay alguna noticia de esos refuerzos?

– Tuve una llamada de ellos, señor, por el transmisor de radio. Tienen problemas para entrar al edificio.

– ¿Que tienen qué?

– Era el teniente Geoghegan, señor, de la 17.a. Dijo que probablemente tendría que derribar las puertas. No las pueden abrir.

Singing Rock y yo intercambiamos miradas. Parecía como si Misquamacus hubiese sellado el hospital para el mundo exterior. Si había una cosa de la cual yo no tenía ganas era de estar atrapado en un hospital cuando el Gran Viejo hiciera su aparición. Preferentemente hubiera querido estar en Nueva Jersey, o incluso en Ohio. Saqué mi último cigarrillo del paquete y lo encendí con manos temblorosas. Una vez más el piso se onduló y las luces bajaron tanto que los elementos reverberaron.

– Llámelos de nuevo -dijo Marino-, Dígales que estamos desesperados y que será mejor que aparezcan por aquí antes que termine el tiroteo.

– Sí, señor.

El teniente Marino retornó a la reunión. No estaba disfrutando de su trabajo y no pretendía lo contrario.

Tomó la botella de bourbon, se sirvió un buen vaso, y lo bebió, con sus ojos desafiando a todos a que dijeran que eso no era sólo por propósitos medicinales. Se secó la boca con la parte de atrás de su mano y dijo:

– Bien. Quiero conocer toda manera que exista de destruir al Gran Viejo. Todas las leyendas, la charlatanería, todo.

Singing Rock movió su cabeza.

– No puedo decírselo.

– ¿Por qué no?

– Porque no hay nada para decir. No hay forma de destruir al Gran Viejo. Si la hubiera, hubiese sido aniquilado hace siglos por esos hechiceros mucho más habilidosos que nosotros. Siempre ha sucedido que cerraron el camino por el cual entró en sus mundos físicos.

– ¿Y usted dice que este tipo Misquamacus está abriendo el camino de nuevo?

Singing Rock se encogió de hombros.

– ¿No puede sentir estas ondas? ¿Sabe qué son?

– ¿Un terremoto? -sugirió Marino.

Singing Rock dijo:

– No, teniente. No es un terremoto. Es el comienzo de una enorme acumulación de energía astral. Me imagino que a esta altura la Bestia Estrella ha negociado los términos entre Misquamacus y el Gran Viejo, y el nexo, el camino, ya se ha hecho. El camino está conformado por una energía extraordinaria, y sólo queda abierto durante poco tiempo. Se necesita una cantidad de energía igual para enviar al Gran Viejo de vuelta a donde vino. Incluso, en realidad, más, porque el Gran Viejo puede no querer irse.

– Suena muy esperanzado -dijo Marino sarcásticamente.

Singing Rock dijo:

– Aún no podemos abandonar la esperanza. Tiene que haber una manera de contener la situación, incluso si no podemos destruir totalmente a Misquamacus.

Apagué mi cigarrillo. Se me había ocurrido una idea. Dije:

– Aquella máquina de escribir que arrojé contra la Bestia Estrella ¿la vio?

– Claro -dijo Singing Rock-, le salvó la vida.

– Bueno, cuando explotó, cuando en realidad tocó la línea de la Bestia Estrella, estoy seguro que yo tuve la sensación de algo. No era en realidad un rostro o algo tan claro como eso. Era más como una expresión incorpórea.

Singing Rock asintió. Dijo:

– Lo que usted pensó que veía era el espíritu de la máquina, su propio manitú. En su conflicto con el manitú de la Bestia Estrella, se hizo momentáneamente visible al expandir cualquier energía que tuviese. Puede estar seguro que la Bestia Estrella la destruyó totalmente.

Yo fruncí mi ceño.

– ¿La máquina de escribir tenía un manitú?

– Por supuesto -dijo Singing Rock-. Todo lo tiene. Un lápiz, un bolígrafo, una hoja de papel. En todo hay un espíritu mayor o menor.

– Creo que nos estamos desviando del tema -dijo el teniente Marino tercamente-. Lo que queremos saber es cómo podemos sacarnos de encima a este Gran Viejo.

– Espere -dije-. Esto puede ser importante. ¿Por qué el manitú de la máquina de escribir se puso en conflicto con la Bestia Estrella? ¿Sobre qué tenían que luchar?

Singing Rock hizo una mueca.

– En realidad, no sé. Los espíritus están en conflicto entre sí como los seres humanos. Los espíritus de las rocas están en conflicto con los espíritus de los vientos y de los árboles. Creo que puede tener que ver algo con la vieja brujería contra la tecnología.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Jack Hughes inclinándose hacia adelante.

– Simplemente que la Bestia Estrella es un manitú muy viejo, de tiempos desconocidos -explicó Singing Rock-. El manitú de la máquina es parte del manitú de la tecnología eléctrica humana. Es lógico que entren en conflicto. El mundo de los espíritus refleja el de lo físico en grados asombrosos.

Pensé durante un momento. Luego dije:

– Suponiendo que tengamos a los manitús tecnológicos de nuestra parte, ¿no nos ayudarían? Quiero decir, se sentirían más inclinados a apoyarnos a nosotros que a Misquamacus, ¿no?

– Creo que sí -dijo Singing Rock-. Pero, ¿en qué está pensando?

– Mire, si hay un manitú en cada pieza de maquinaría y de creación tecnológica humana, debemos poder encontrar un manitú que pueda asistirnos. El manitú de la máquina era pequeño y débil, pero suponga que encontremos uno que sea poderoso y fuerte. ¿Eso no podría derrotar al Gran Viejo?

El teniente Marino se restregó los ojos.

– Esto es demasiado para mí -dijo cansadamente-. Si no hubiera visto a once de mis hombres matados y congelados con mis propios ojos les hubiera enviado a todos ustedes a un manicomio.

Jack Hughes dijo:

– Lo que tú quieres es una máquina con tremendo poder. Algo apabullante.

– ¿Una estación de energía hidráulica? -sugerí.

Singing Rock movió su cabeza.

– Demasiado peligroso. Los espíritus del agua pueden obedecer los mandatos del Gran Viejo y revertir el poder.

– ¿Qué tal un avión? ¿O un barco?

– El mismo problema -dijo Singing Rock.

Meditamos durante algunos minutos. El piso comenzó a moverse aún más violentamente, y plumas y ganchos para papeles cayeron al piso desde el escritorio de Jack Hughes. Las luces disminuyeron y, tras una pausa, volvieron a brillar. El piso se onduló algo más y la única tarjeta de St. Valentine del doctor Hughes planeó y cayó debajo de la silla del teniente Marino. Yo comencé a escuchar ese monótono ruido a viento cada vez más nítido y en el aire había una densidad y una sensación de encierro que me hizo pensar que todos nos íbamos a sofocar. El sistema de calefacción puede no haber funcionado muy bien en esta oficina antes, pero ahora el lugar comenzaba a ser insoportablemente caliente.

El oficial Redfern vino hasta la puerta. Dijo tensamente:

– Aún están tratando de entrar, señor. Se comunicaron por radio y dijeron que aún trataban. El teniente Geoghegan dijo que el edificio parecía como si estuviera inclinado o algo así. Dijo que tenemos extrañas luces azules en el noveno o décimo piso. ¿Le digo al resto de los hombres que evacúen, señor?

– ¿Evacuar? -dijo Marino-. ¿Para qué?

– Bueno, señor; es un terremoto, ¿no? En caso de desastre, señor, dicen que se supone evacuar los edificios altos.

El teniente Marino golpeó el escritorio con su mano.

– ¿Terremoto? -dijo amargamente-. ¡Ojalá lo fuese! Reúne a dos o tres muchachos y vean si pueden ayudar a ese idiota de Geoghegan a entrar. Bajad por las escaleras y tened cuidado en el décimo piso.

– A la orden, señor. Ah, y… señor…

– ¿Sí, Redfern?

– El detective Wisbech me pidió que le dijera que ha revisado todos los archivos de la computadora Unitrak y que hasta ahora no hay antecedentes. Ningún asesino conocido mata así, señor. Nadie helando a sus víctimas.

El teniente Marino suspiró:

– Muy bien, Redfern. -Se volvió hacia nosotros y dijo:- Esa es para ustedes la eficiencia policial. Once hombres son masacrados y congelados y tenemos que recurrir a una computadora para ver si alguien, alguna vez, anduvo por ahí haciendo cosas por el estilo. ¿Qué demonios funciona mal en las memorias en estos días?

Redfern se fue con un breve saludo. El piso se movía de nuevo y él parecía aliviado por haber sido enviado a nivel de la calle. Lo que es más, el ruido del viento se escuchaba aún más fuerte, ¿y cómo se le puede explicar a la gente que escucha soplar el viento, que no hay vientos, y que eso es sólo una malevolencia oculta?

– Un momento -dijo Jack Hughes-, ¿cómo se puso en contacto su detective con la computadora?

El teniente Marino dijo:

– Por teléfono. Está disponible para todas las fuerzas policiales de Nueva York. Si hay algo que necesite saber sobre coches perdidos, personas perdidas, tendencias criminales, cualquier cosa como ésa, se la puedo responder en pocos segundos.

– ¿Es una computadora grande?

– Claro. Unitrak es una de las mayores de la costa Este.

Jack Hughes se volvió hacia Singing Rock.

– Creo que hemos encontrado su manitú tecnológico -dijo-. La computadora Unitrak.

Singing Rock asintió.

– Eso suena mejor -dijo-. ¿Tiene el número de teléfono, teniente?

El teniente Marino pareció enloquecer.

– Esperen un minuto -dijo-. Esa computadora es estrictamente para personal policial autorizado. Se necesita un código para llegar a ella.

– ¿Usted tiene un código? -preguntó Singing Rock.

– Claro, pero…

– Nada de peros -dijo Singing Rock-. Si usted quiere atrapar la cosa que mató a sus once hombres ésta es la única forma de hacerlo.

– ¿De qué está hablando? -dijo el teniente Marino-. ¿Está tratando de decirme que puede conjurar a un maldito espíritu con una computadora del departamento de policía?

– ¿Por qué no? -dijo Singing Rock-. No digo que será fácil, pero el manitú de la Unitrak es probable que sea cristiano y temeroso de Dios y dedicado a la causa de la ley y el orden. Unitrak fue hecha con ese propósito. El manitú de una máquina no puede ir en contra de la intención con la que se la creó. Si yo lo puedo invocar, será perfecto. La historia se repetirá a sí misma.

– ¿Qué quiere decir con que la historia se repetirá a sí misma?

Singing Rock se rascó la parte de atrás de su oreja con cansancio.

– Este continente y sus espíritus de pielrojas fue una vez derrotado por los manitús blancos de la ley y la cristiandad. Espero que sean derrotados de nuevo.

El teniente Marino estaba justo buscando su tarjeta de código para la computadora cuando el aire pareció quedarse de pronto quieto. El piso había dejado de ondularse, pero ahora vibraba, muy débilmente, como si alguien estuviese perforando su camino a través del cemento, pisos y pisos debajo nuestro. En la calle escuchamos sirenas y alarmas de bomberos y también el quejumbroso gemido del viento mágico.

Abruptamente se apagaron las luces. El teniente Marino gritó:

– ¡No se muevan! ¡Nadie se mueva! ¡Si alguien se mueve, yo disparo!

Nos quedamos quietos como estatuas, escuchando y esperando ver si éramos atacados. Sentí gotas de sudor deslizándose silenciosamente por mi cara hacia adentro de mi cuello. Los cuartos en el piso dieciocho estaban sofocantes y sin aire, y era obvio que también se había detenido el aire acondicionado.

Yo las oí primero. Corriendo y deslizándose por las paredes, como un río fantasma. Vi al teniente Marino levantar alarmado su especial de policía, pero no disparó. Paralizados por el miedo miramos el luminoso brillo de las oficinas y las vimos. Eran como ratas fantasma, torrentes y torrentes de huidizas ratas fantasmas, y caían desde todas las paredes. Emergían desde ninguna parte y desaparecían en el suelo como si no fuese sólido. Debía haber millones, susurrando, y murmurando, y chismeando por todos lados, en una aborrecible marea de cuerpos peludos.

– ¿Qué es eso? -dijo roncamente el teniente Marino-. ¿Qué son?

– Exactamente lo que parecen -dijo Singing Rock-. Son los parásitos que acompañan al Gran Viejo. En un sentido espiritual él es una alimaña y éste es su séquito de alimañas. Pareciera que Misquamacus está usando el edificio del hospital como el camino para atraer al Gran Viejo, y por eso ellas se deslizan por las paredes de esta manera. Pienso que se están reuniendo en el décimo piso. Después de todo… bueno, ¿quién sabe?

El teniente Marino no decía una palabra. Simplemente le dio su tarjeta de la computadora a Singing Rock y señaló el número que había en ella. Parecía estar asustado y entumecido, pero todos estábamos así. Hasta los reporteros de los periódicos y el equipo de la televisión estaban silenciosos y aprensivos, y nos mirábamos con ojos de hombres que están atrapados en un submarino que se hunde.

Singing Rock fue hasta otra oficina más pequeña y tomó el teléfono. Estuve a su lado mientras él marcaba el número y pude oír el tono de llamada y el «click» del contestador automático. Leyendo la tarjeta del teniente Marino, Singing Rock repitió una serie de números y esperó que le pusieran en contacto con Unitrak.

– ¿Qué va a hacer? – le pregunté-. ¿Cómo le explicará a una computadora que necesita ayuda de su manítú?

Singing Rock encendió un pequeño cigarro y expulsó el humo.

– Creo que será cuestión de usar el lenguaje adecuado -dijo-, Y también de persuadir a los programadores que no estoy totalmente loco.

Hubo otro sonido y una voz cualquiera dijo:

– Unitrak. ¿Puede explicar qué necesita, por favor?

Singing Rock tosió.

– Hablo de parte del teniente Marino, del Departamento de Policía de Nueva York. El teniente Marino querría saber si Unitrak tiene una existencia espiritual.

Hubo un silencio. Luego la voz dijo:

– ¿Qué? ¿Quiere repetir eso?

– El teniente Marino querría que Unitrak dijese si tiene una existencia espiritual.

Hubo otro silencio. Luego la voz dijo:

– Mire… ¿Qué es esto? ¿Alguna broma?

– Por favor… formule la pregunta.

Hubo un suspiro.

– Unitrak no está programada para responder preguntas como ésa. Unitrak es una computadora de trabajo… no una de esas máquinas de juguete que escriben poemas en las universidades. Bueno, si eso es todo…

– Espere -dijo Singing Rock urgentemente-. Por favor, pregúntele a Unitrak algo muy importante. Pregúntele si tiene datos sobre el Gran Viejo.

– ¿El Gran qué?

– El Gran Viejo. Es… una especie de cabecilla criminal.

– ¿En qué división? Fraude, homicidio, incendios premeditados… ¿cuál?

Singing Rock pensó durante un momento, luego dijo:

– Homicidio.

Hubo un silencio. La voz dijo:

– ¿Gran como Gran Ilusión?

– Exacto.

– Muy bien. Espere.

A través del auricular pude oír lejanos ruidos mientras la pregunta de Singing Rock quedaba registrada en tarjetas. Singing Rock fumaba y estaba impaciente y, además, seguíamos escuchando el terrible ruido de ese viento fantasma. El piso volvió a moverse y Singing Rock cubrió el auricular con la mano y susurró:

– No creo que esto funcione. No falta mucho para que el Gran Viejo termine el camino.

Yo murmuré:

– ¿Hay otra cosa que podamos hacer? ¿Algún otro modo de detenerlo?

Singing Rock dijo:

– Tiene que haber otra forma. Después de todo, los antiguos hechiceros fueron capaces de encerrar al Gran Viejo en sus propios dominios. Pero incluso aunque supiese cómo lo hacían no creo que yo pudiera hacerlo.

Mientras esperábamos que Unitrak enviase una respuesta comencé a sentir una extraña sensación de náusea. Al principio pensé que se debía a los movimientos del piso del hospital, pero luego me di cuenta que era un olor. Un olor fétido, nauseabundo, que me hizo acordar de un conejo helado que una vez compré y se había podrido. Respiré, hice una mueca y miré a Singing Rock.

– Está llegando -dijo Singing Rock, sin demostrar emoción-. El Gran Viejo está llegando.

Oí gritos afuera y dejé a Singing Rock esperando en el teléfono y fui a ver qué sucedía. Alrededor de la cámara de la CBS había un grupo de médicos y enfermeros; yo logré llegar hasta Jack Hughes y le pregunté qué sucedía. Se le veía pálido y enfermo y obviamente su mano le estaba doliendo mucho.

– Fue uno de los cámara -dijo-. Estaba sosteniendo su cámara y pareció que se había desmayado. Temblaba como si le hubiesen hecho un shock eléctrico, pero no era eso.

Me abrí paso hasta el cámara. Era joven y rubio; estaba vestido con vaqueros y camiseta. Tenía los ojos cerrados y su rostro estaba contorsionado y blanco. Su labio inferior seguía temblando y retorciéndose en un extraño movimiento. Uno de los internos estaban levantándole una manga para ponerle un sedante.

– ¿Qué sucede? -dije-. ¿Tiene un ataque?

El interno clavó cuidadosamente la aguja hipodérmica en el brazo del cámara y empujó la jeringa. Después de unos momentos los espasmos faciales y el temblor cedieron y, aparte de unas convulsiones aisladas, el cámara comenzó a calmarse.

– No sé qué es esto -dijo el interno moviendo la cabeza. Era un joven médico inexperto, con el cabello cuidadosamente peinado y un rostro fresco-. Me parece que es una especie de severa conmoción psicológica. Probablemente una reacción tardía a todo lo que está sucediendo aquí.

– Saquémoslo de aquí y tratemos de ponerlo más cómodo -dijo el doctor Winsome.

Tres o cuatro de los médicos fueron a por una camilla, mientras el resto de nosotros, frustrados y asustados, nos dispersamos en un embarazoso silencio para esperar por cualquier manifestación que nos fuera a hacer sentir su presencia. Escuché al teniente Marino hablando furiosamente por teléfono con los refuerzos, y era claro que aún tenían problemas para entrar al edificio. Mezcladas con los ruidos del viento de Misquamacus pude oír más sirenas ululando en la calle, y pude ver luces relampagueando en las ventanas. En una o dos horas aclararía del todo, si sobrevivíamos como para verlo. El pútrido hedor del Gran Viejo estaba llenando ahora el aire, y dos o tres personas estaban con arcadas. La temperatura seguía fluctuando de un sofocante calor a un insoportable frío, como si todo el edificio sufriera de fiebres incontrolables.

Volví al lado de Singing Rock. Estaba anotando una serie de números en el costado de una revista y se le veía intenso y ansioso. Esperé que terminara y dije:

– ¿Cree que lo logrará?

Singing Rock miró cuidadosamente sus cifras:

– No estoy seguro, pero en todo esto hay algo. El programador de la computadora dice que la máquina no tiene antecedentes policiales sobre nadie llamado el Gran Viejo, y revisó a través de los últimos diez años todos los alias de criminales conocidos. Pero Unitrak respondió con un mensaje y una serie de números.

– ¿Qué significan?

– Bueno, el programador me tradujo el mensaje, y dice «Llamad urgentemente a Ejecución de Procedimientos». Luego vienen los números.

Me sequé la frente con mi pañuelo sucio.

– ¿Eso ayuda algo? ¿Tiene algún significado?

– Creo que sí -dijo Singing Rock-. Por lo menos Unitrak contestó. Y si contestó… bueno, quizá sepa lo que queremos.

Señalé los números.

– ¿Quiere decir que esos números le dicen cómo invocar a su manitú?

– Posiblemente. No lo sabremos hasta intentarlo.

Me senté cansadamente.

– Singing Rock, esto para mí es como inalcanzable. Sé lo que he hecho y sé lo que he visto, pero no me diga que una computadora de uso público nos va a decir cómo invocar a su propio espíritu. Singing Rock, esto no parece cuerdo.

Singing Rock asintió.

– Lo sé, Harry, y no piense que yo creo en esto más que usted. Todo lo que puedo decir es que el mensaje de Unitrak está aquí, y que esos números concuerdan con el ritual apropiado para la invocación de los manitús de los objetos hechos por el hombre. En realidad, es uno de los rituales más fáciles. Me lo enseñó el hechicero Sarara, de los Paiute, cuando yo tenía sólo trece años. Aprendí a invocar los manitús de los zapatos, y los guantes, y los libros, y toda clase de cosas. Podía hacer que un libro volviese sus páginas sin tocarlo.

– Pero un libro es un libro, Singing Rock. Esta es una computadora que cuesta varios millones de dólares. Es poderosa. Hasta podría ser peligrosa.

Singing Rock olió el hedor del Gran Viejo, que ya invadía todo el cuarto.

– Nada puede ser más peligroso que lo que experimentaremos ahora -dijo-. Por lo menos si tenemos que morir tendremos una muerte de héroe.

– Una muerte de héroe no me interesa.

Singing Rock puso su mano sobre la mía.

– No pensó en eso cuando se enfrentó solo a la Bestia Estrella.

– No, pero lo pienso ahora. Dos veces en la misma noche es demasiado para cualquier hombre.

Singing Rock dijo:

– ¿Qué fue todo ese ruido ahí fuera? ¿Alguien herido?

Saqué un cigarrillo de un paquete que había sobre el escritorio.

– No lo creo. Era un cámara de la CBS. Estaba filmando por ahí y se desmayó. Creo que debe ser epiléptico o algo así.

Singing Rock frunció su ceño.

– ¿Estaba filmando?

– Sí. Creo que hacía tomas de todo el mundo en este lugar. Se cayó como si alguien le hubiera golpeado en la cabeza. No me pregunte, yo no lo vi.

Singing Rock pensó durante un momento. Luego caminó rápidamente fuera de la oficina y se dirigió a los reporteros de la CBS. Habían formado un círculo, cinco o seis de ellos, y estaban intranquilos, fumando y pensando en qué hacer.

Singing Rock dijo:

– Vuestro amigo… ¿está bien?

Uno de los reporteros, un hombre bajo y fornido, con una camisa color ciruela y gafas gruesas, dijo:

– Sí. Aún está con los médicos, pero ellos dicen que se pondrá bien. Escuche, ¿usted sabe qué demonios sucede aquí? ¿Es verdad eso de los malos espíritus?

Singing Rock ignoró sus preguntas.

– ¿Su amigo es propenso a tener ataques? -preguntó con insistencia.

El reportero de TV movió su cabeza lentamente.

– Nunca vi que tuviese ninguno. Que yo sepa, ésta es la primera vez. Nunca dijo que fuera epiléptico o algo por el estilo.

Singing Rock parecía muy preocupado.

– ¿Alguien más miraba por la cámara al mismo tiempo? -preguntó.

El reportero de TV dijo:

– No, señor. Aquí sólo tenemos esta cámara. Diga… ¿usted sabe a qué se debe este horrible olor?

Singing Rock dijo:

– ¿Puedo? -y sacó la cámara de televisión portátil de su caja. Estaba mellada por el golpe cuando se le había caído al cámara, pero aún funcionaba. Uno de los técnicos, un hombre en blue-jeans, le mostró cómo colocársela en el hombro y cómo ver a través de la mirilla.

El piso del cuarto comenzó a temblar y ondearse, como alguien temblando de miedo, o un perro alcanzando su climax sexual. Las luces disminuyeron de nuevo y el sonido del viento se hizo paulatinamente más fuerte. Hubo unos comentarios de pánico entre los veinte o treinta médicos, policías y reporteros reunidos en el lugar, y el doctor Winsome, con el rostro color ceniza y sudando, finalmente tuvo que descolgar todos los teléfonos internos, que no cesaban de sonar. No se atrevía a pensar en lo que sucedería en los otros pabellones y oficinas, y ahora no podíamos ir a ellos aunque quisiéramos. El teniente Marino aún hablaba por teléfono, esperando novedades de sus refuerzos, pero ya había abandonado cualquier aspecto de optimismo. Fumaba un cigarrillo tras otro, y su rostro se había vuelto duro y preocupado.

Cuando el espasmo del piso hubo pasado Singing Rock apoyó su ojo en la mirilla con borde de goma de la cámara de televisión, la hizo funcionar y lentamente comenzó a recorrer el cuarto. El equipo de la CBS le miraba incómodamente mientras él hacía una toma circular por el cuarto, inclinado hacia adelante, como un buzo hundiendo su tenso y delgado cuerpo.

– ¿Qué demonios hace ese tipo? -dijo uno de los técnicos desconfiadamente.

– Ssh -dijo su colega-. Quizás esté tratando de encontrar de dónde viene el olor.

Después de unos minutos de cuidadosa búsqueda, Singing Rock dejó la cámara. Me hizo señas y me habló con un murmullo bajo y rápido, así nadie más podía oír.

– Creo que sé lo que sucedió -dijo-. Los demonios que siempre acompañan al Gran Viejo han pasado por aquí. Ahora se han ido probablemente al décimo piso a reunirse con Misquamacus. Pero creo que el cámara los vio.

– ¿Los vio? ¿Cómo?

– Usted sabe la vieja historia de que los indios creían que nunca debían ser fotografiados porque las cámaras podían sacarles sus espíritus. Bueno, en cierta forma eso era correcto. Una lente de cámara, aunque nunca puede robar el manitú de un hombre, lo puede percibir. Por eso es que ha habido tantas fotos extrañas en las cuales los fantasmas, invisibles cuando se tomaba la foto, han aparecido misteriosamente cuando se copió la foto.

Yo tosí.

– ¿Quiere decir que el cámara vio los demonios a través de la mirilla? ¿Por eso se desmayó?

– Sí -dijo Singing Rock-. Mejor será que vayamos a hablar con él si aún está consciente. Si puede decirnos qué demonios vio quizá podamos enterarnos cuándo se espera que el Gran Viejo haga su aparición

Llamamos a Jack Hughes y le explicamos lo que sucedía. No dijo nada, pero estuvo de acuerdo cuando Singing Rock sugirió hablar con el cámara. Le dijo unas pocas palabras al doctor Winsome, y luego nos llevó hasta el cuarto de primeros auxilios.

Allí estaba, silencioso. Sobre una alta camilla de hospital, el cámara yacía pálido y sacudiéndose mientras tres médicos vigilaban su pulso y otros signos vitales. Saludaron a Jack Hughes cuando entramos y se apartaron para dejarnos colocar al lado de la cama del cámara.

– No sean muy rudos con él -dijo uno de los internos-. Ha tenido un fuerte susto y no puede soportar mucho.

Singing Rock no contestó. Se inclinó sobre el cámara y susurró:

– ¿Puede oír lo que le digo?

El cámara tembló. Singing Rock dijo otra vez:

– ¿Puede oír lo que le digo? ¿Sabe dónde está?

No hubo respuesta. Los internos se inquietaron y uno de ellos dijo:

– Temo que esté profundamente inconsciente. Cualquier cosa que sea lo que le ha sucedido, su mente es como si estuviese retraída y no vuelve para nadie. Es muy frecuente en casos de grandes conmociones. Déle tiempo.

Singing dijo con menos de un susurro:

– No tenemos tiempo.

Buscó en su bolsillo un collar con cuentas extrañamente pintadas y lo colocó dulcemente en la cabeza del cámara, como si fuese un halo. Uno de los internos trató de protestar, pero Jack Hughes le hizo señas para que se callara.

Con sus ojos cerrados, Singing Rock comenzó una invocación. No podía oír nada de sus palabras, y las que pude oír eran en sioux. Al menos pensé que eran en sioux. No soy un lingüista, y por mí también hubiesen podido ser francés.

Al principio la hechicería pareció no hacer nada. El cámara seguía pálido y quieto, con sus dedos sacudiéndose ocasionalmente y sus labios moviéndose sin sonidos. Pero luego Singing Rock dibujó una figura mágica en el aire, por encima de su cabeza, y sin advertencia previa los ojos del cámara se abrieron. Estaban vidriosos y como fuera de foco, pero en realidad estaban abiertos.

– Bueno -dijo Singing Rock con gentileza-. ¿Qué viste, amigo mío, a través de tu cámara?

El cámara tembló, y en la comisura de su boca aparecieron borbotones de saliva. Parecía un hombre muriendo de un ataque de rabia o en los estadios finales de una sífilis. Algo tan terrible había impresionado su mente que no había nada que pudiese hacer para exorcizarlo de su memoria. Ni siquiera podía morir.

– Eso… eso… -tartamudeó.

– Vamos, mi amigo -dijo Singing Rock-. Te ruego que hables. No te atrapará. El Gitche Manitú te protegerá.

El cámara cerró sus ojos. Por un momento pensé que había retornado a su inconsciencia. Pero después de unos pocos segundos, comenzó a hablar, muy rápido y casi ininteligible, con una cascada de palabras:

– Eso nadaba; estaba nadando, vino nadando a través del cuarto y yo pude ver sólo su borde como una especie de calamar, como un calamar, con brazos que aleteaban, aleteando todo, pero también era grande, no puedo decir cuan grande era; yo estaba tan asustado que había algo adentro de mi cabeza como si me robaran el cerebro. Sólo un vistazo, sin embargo; sólo un vistazo.

Singing Rock se quedó escuchando un rato más, pero el cámara no agregó nada. Cuidadosamente quitó las cuentas de la cabeza del hombre, y dijo:

– Bien, parece que eso es todo.

– ¿Está bien? -le pregunté-. Quiero decir, ¿él no está…?

– No -dijo Singing Rock-. No está muerto. No creo que nunca vuelva a ser el mismo, pero no está muerto.

– El calamar -dije-. ¿Sabe qué significa eso?

Singing Rock dijo:

– Sí. Este hombre tuvo el privilegio de ver algo que había desaparecido de la tierra desde hace siglos. No lo vio completo, lo cual probablemente es casi lo mismo. El Gran Viejo está de nuevo entre nosotros.

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