Incliné mi cabeza y vi a Karen Tandy de pie al otro extremo del cuarto. Su rostro estaba horriblemente blanco, y sus labios se hallaban retraídos sobre sus dientes en una mueca estirada y grotesca. Se balanceaba lentamente de un pie al otro, como si siguiese el ritmo de un tambor silencioso, de una flauta insonora.
Dos enfermeras corrieron hacia la puerta. Se astilló y se rajó. Una extraña corriente de aire helado penetró en el cuarto. El doctor Hughes se dirigió a ella. Karen retrocedió lentamente, con una mirada de odio en sus ojos.
Karen se lamió los labios.
– El-dice-que-usted-no-debe-tocarle.
– Pero Karen -dijo el doctor Hughes-. Si no te cuidamos, él tampoco sobrevivirá. Estamos haciendo lo posible por ustedes dos. Lo respetamos. Queremos que él viva.
– El-no-le-cree. El-sufre. El-está-herido. Es-la-luz. Les-matará-a- todos-ustedes.
De pronto Karen comenzó a retorcerse. Luego gritó y cayó de rodillas, arañándose y golpeándose.
«Al serle preguntado cómo era el demonio, el anciano hacedor de milagros Misquamacus se cubrió el rostro de forma que sólo sus ojos se veian, y luego hizo una relación muy curiosa y circunstancial, diciendo que a veces era pequeño y sólido, como su Gran Alteza el Escuerzo de muchas Marmotas, pero a veces era grande y nublado, sin forma, aunque con una cara de la cual salían serpientes.-»
H. P. LOVECRAFT