Si se cree que un adivino lleva una vida fácil, tendría que tratar de predecir la suerte quince veces por día a 25 dólares cada persona, y luego ver si eso le gusta tanto.
En el mismo momento que Karen Tandy estaba consultando a los doctores Hughes y McEvoy en el Hospital de las Hermanas de Jerusalén, yo le estaba echando a la vieja señora Winconis un rápido vistazo a su futuro inmediato con la ayuda de las cartas del Tarot.
Estábamos sentados alrededor de la mesa con tapete verde en mi apartamento de la Décima Avenida, con las cortinas bajas y el incienso humeando sugestivamente en un rincón y mi auténticamente falsificada vieja lámpara de aceite arrojando sombras misteriosas. La señora Winconis era arrugada y vieja y olía a un perfume mohoso y a chaquetas de piel de zorro, y venía todos los viernes por la tarde para que le hiciera una predicción detallada de los siguientes siete días.
Mientras yo colocaba las cartas formando la cruz céltica, ella estaba inquieta y respiraba fuerte y me miraba como un armiño apolillado puede olfatear a su presa. Sé que se estaba muriendo por preguntarme qué vela, pero yo nunca digo nada hasta que todo está sobre la mesa. Cuanto más suspense, mejor. Yo tengo que hacer toda la representación de fruncir el ceño, y suspirar, y morderme los labios, y fingir que estoy en comunicación con los poderes del más allá. Después de todo, para eso paga ella sus 25 dólares.
Pero no pudo resistir la tentación. En cuanto puse la última carta se inclinó y dijo:
– ¿Qué hay, señor Erskine? ¿Qué ve? ¿Hay algo sobre Papaíto?
«Papaíto» era el nombre que usaba para designar al señor Winconis, un grueso y testarudo gerente de supermercado que fumaba un cigarro tras otro y que no creía en algo más místico que en los primeros tres ganadores de una carrera. La señora Winconis nunca lo sugería del todo, pero estaba claro, por la forma en que hablaba, que su mayor esperanza en la vida era que el corazón de Papaíto reventara y que la fortuna de los Winconis cayera en sus manos.
Miré las cartas con mi habitual concentración elaborada. Yo conocía tanto el Tarot como cualquiera que se hubiese tomado el trabajo de leer el Tarot simplificado, pero era el estilo el que convencía. Si usted quiere ser un adivino, que en realidad es mucho más fácil que ser un registrador de publicidad, o un guardián de un camping, o un cicerone en una gira, entonces hay que parecer un místico.
Dado que yo tengo un aspecto arratonado, tengo treinta y dos años y soy de Cleveland, Ohio, con principio de calvicie en mi pelo castaño y tengo una buena nariz, pero muy grande en mi buen rostro, aunque demasiado pálido, me tomo el trabajo de pintarme las cejas como si fuesen arcos satánicos, llevo una capa de satín color esmeralda con lunas y estrellas cosidas a ella, y me pongo un sombrero verde y triangular en la cabeza. El sombrero solía tener un escudo de un club de fútbol, pero se lo quité por razones obvias.
Invertí en incienso, en unas copias encuadernadas en cuero de la Enciclopedia Británica, y en una vieja y golpeada calavera que adquirí en una tienda de cosas de segunda mano, y luego coloqué un anuncio en los periódicos que decía: «Erskine, el increíble. Se lee la suerte, se predice el futuro, se revela el destino.»
En el par de meses siguientes me iba mucho mejor de lo que jamás imaginara y me pude comprar un tocadiscos cuadrafónico con audífonos y todo. Pero, como dije, no fue fácil. La afluencia permanente de señoras maduras que entraban sonriendo como tontas a mi apartamento, muriéndose por oír qué les iba a suceder en sus aburridas vidas, era casi suficiente como para hundirme para siempre en un pozo de desesperación.
– ¿Bueno? -dijo la señora Winconis, apretando su bolso de cocodrilo con sus arrugados dedos viejos-, ¿qué es lo que ve, señor Erskine?
Yo moví mi cabeza lenta y magníficamente.
– Hoy las cartas están solemnes, señora Winconis. Traen muchas advertencias. Le dicen que usted está presionando demasiado sobre un futuro del que, cuando suceda, puede que no disfrute tanto como piensa. Veo a un rollizo caballero con un cigarro -debe ser Papaíto-. Dice algo con gran dolor. Dice algo sobre dinero.
– ¿Qué es lo que dice? ¿Las cartas le explican lo que él dice? -susurró la señora Winconis.
Cada vez que yo mencionaba «dinero» comenzaba a retorcerse y saltar como un escupitajo sobre una chapa al rojo vivo. En mi vida he visto algunas ansiedades bastante feas, pero la sed del dinero en una mujer madura es suficiente para hacerte perder el hambre.
– Dice que algo es demasiado caro -continué con mi voz ronca especial -. Algo es decididamente demasiado caro. Ya sé lo que es. Puedo ver lo que es. Dice que ese salmón envasado es demasiado caro. No cree que la gente querrá comprarlo a ese precio.
– Oh -dijo la señora Winconis, ofendida.
Pero yo sabía lo que hacía. Había observado la columna de aumento de precios en el Informaciones de Supermercados aquella mañana y sabía que el salmón envasado iba a subir. La semana siguiente, cuando Papaíto comenzara a quejarse de ello, la señora Winconis recordaría mis palabras y se quedaría muy impresionada con mi increíble talento como vidente.
– ¿Qué pasa conmigo? -preguntó la señora Winconis-. ¿Qué me va a suceder a mí?
Miré a las cartas con aire tétrico.
– Me temo que no será una buena semana. Para nada. El lunes tendrá un accidente. No será grave. Nada peor que se le caiga algo pesado en el pie, pero será doloroso. La mantendrá despierta el lunes por la noche. El martes jugará al bridge, como siempre, con sus amigas. Alguien le hará trampas, pero no descubrirá quién es. Así que no haga declaraciones altas y no se arriesgue. El miércoles recibirá una llamada telefónica desagradable; posiblemente le digan obscenidades. El jueves tomará una comida que no le sentará bien y deseará no haberla comido nunca.
La señora Winconis me miró con sus pesados ojos grises.
– ¿Es realmente tan mala? -preguntó.
– No necesariamente. Recuerde que las cartas tanto advierten como predicen. Si usted toma sus precauciones para evitar estas cosas no pasará necesariamente una semana tan mala.
– Bueno, gracias a Dios -dijo-, se justifica gastar el dinero para saber de qué hay que prevenirse.
– Usted les cae bien a los espíritus, señora Winconis -dije con mi voz especial-. Se preocupan por usted y no les gustaría verla mala o herida. Si usted trata bien a los espíritus, ellos la tratarán bien a usted.
Ella se puso de pie.
– Señor Erskine, no sé como agradecerle. Mejor será que ahora me vaya, pero le veré la semana que viene, ¿no?
Sonreí con mi sonrisa secreta.
– Por supuesto, señora Winconis. Y no olvide su frase mística para esta semana.
– Oh, no; por supuesto que no. ¿Cuál era esta semana, señor Erskine?
Yo abrí un viejo y descolorido libro que estaba junto a mí, sobre la mesa.
– Su frase mística para esta semana es: «Guarda bien el grano y la fruta crecerá.»
Ella se quedó allí durante un momento con una sonrisa lejana sobre su viejo rostro asombrado.
– Es muy bonita, señor Erskine. La repetiré cada mañana al levantarme. Gracias por una hermosa, hermosa sesión.
– El placer -dije- es mío.
La acompañé hasta el ascensor, cuidando que ninguno de mis vecinos me viese con esos ridículos capa y sombrero, y le hice un cariñoso gesto de adiós. Tan pronto como desapareció de la vista, retorné a mi apartamento, encendí la luz, soplé el incienso y encendí la televisión. Para mi suerte, no me había perdido mucho de Kojak.
Justo cuando iba hacia la nevera para buscar una lata de cerveza, sonó el teléfono. Sostuve el auricular con mi barbilla y abrí la cerveza mientras hablaba. La voz en el otro extremo era femenina (por supuesto) y nerviosa (por supuesto). Sólo las mujeres nerviosas buscan los servicios de un hombre como el increíble Erskine.
– ¿Señor Erskine?
– Erskine es el nombre; predecir el futuro es el juego.
– Señor Erskine, ¿podría ir a verle?
– Por supuesto, por supuesto. La tarifa son veinticinco dólares por un vistazo ordinario al futuro inmediato, treinta por la predicción de todo un año, cincuenta por una visión de toda la vida.
– Yo sólo quiero saber qué va a ocurrir mañana.
La voz era joven y muy afligida. Yo me predije una secretaria embarazada y abandonada.
– Bueno, señora; eso es lo mío. ¿A qué hora desea venir?
– A eso de las nueve. ¿Es muy tarde?
– Las nueve está bien; será un placer. ¿Puede decirme su nombre, por favor?
– Tandy. Karen Tandy. Gracias, señor Erskine. Le veré a las nueve.
A usted le parecerá extraño que una muchacha inteligente como Karen Tandy busque ayuda en un terrible charlatán como yo, pero hasta que no pase algún tiempo como vidente no se dará cuenta de cuan terriblemente vulnerable se siente la gente cuando ha sido amenazada por cosas que no entiende. Esto es particularmente cierto respecto a las enfermedades y la muerte, y la mayoría de mis clientes tienen alguna pregunta que hacer respecto a su propia mortalidad. No importa lo reconfortante y competente que pueda ser el cirujano; no le puede dar a la gente ninguna de las respuestas cuando se piensa en lo que va a suceder si de pronto sus vidas se extinguen.
No sirve para nada que un médico diga:
– Bueno, vea, señora; si su cerebro deja de enviar impulsos electrónicos, debemos considerar que usted está perdida y se irá para siempre.
La muerte es demasiado aterrante, demasiado total, demasiado mística como para que la gente quiera creer que tiene algo que ver con los hechos de la medicina y la cirugía. Ellos quieren creer que hay una vida después de la muerte o, por lo menos, un mundo del espíritu, donde los lastimeros fantasmas de sus antepasados anden flotando en el equivalente celestial de un pijama de seda.
Yo pude ver el miedo a la muerte en el rostro de Karen Tandy cuando llamó a mi puerta. En realidad, estaba tan fuertemente marcado que me sentí casi incómodo con mi capa verde y mi divertido sombrero verde. Tenía facciones delicadas; era la clase de chica que gana carreras en los concursos de atletismo de la escuela, y hablaba con una grave amabilidad que me hizo sentir más fraudulento que nunca.
– ¿Usted es el señor Erskine? -me preguntó. -Soy yo. Se lee la suerte, se predice el futuro. Usted sabe el resto.
Ella entró calladamente a mi cuarto y miró el incensario, y la calavera amarillenta, y las cortinas bajas. De pronto sentí que toda esta puesta en escena era ridícula y falsa, pero ella no parecía darse cuenta. Le alcancé una silla para que se sentara y le ofrecí un cigarrillo. Cuando lo entendí, vi que sus manos temblaban,
– Muy bien, señorita Tandy -le dije-. ¿Cuál es su problema?
– En realidad, no sé cómo explicarlo. Ya estuve en el hospital y me van a operar mañana por la mañana. Pero hay un montón de cosas que no pude explicarles.
Yo me recosté en mi silla y le Sonreí animosamente.
– ¿Por qué no me las dice a mí?
– Es muy difícil -dijo ella con su voz suave y leve -. Tengo el presentimiento que se trata de mucho más de lo que parece.
– Bueno -dije, cruzando mis piernas debajo de mi capa de seda verde-. ¿Quisiera decirme de qué se trata?
Ella levantó su mano tímidamente hacia su nuca.
– Hace unos tres días, creo que fue el martes por la mañana, comencé a sentir una especie de irritación aquí, en mi nuca. Fue creciendo y me preocupó que se tratase de algo serio, así que fui a hacérmelo examinar en el hospital.
– Ya veo -dije con simpatía. Como se supondrá, la simpatía es el noventa y ocho por ciento del éxito de cualquiera como vidente -. ¿Y qué le dijeron los médicos?
– Dijeron que no era nada para preocuparse, pero al mismo tiempo parecían muy ansiosos por quitármelo.
Yo Sonreí.
– ¿Y cuándo entré yo en escena?
– Bueno, mi tía vino a verle una o dos veces. Es la señora Karmann; yo vivo con ella. Ella no sabe que estoy aquí, pero siempre habló de lo bueno que era usted, así que pensé que yo podía intentarlo por mi cuenta.
Bueno, era agradable saber que mis servicios ocultistas eran alabados afuera. La señora Karmann era una encantadora anciana que creía que su mando muerto trataba siempre de ponerse en contacto con ella desde el mundo de los espíritus. Venía a verme dos o tres veces por mes, cuando creía que el querido difunto señor Karmann le enviaba mensajes desde el más allá. Ella me contaba qué le sucedía en los sueños. Le oía susurrar en un extraño lenguaje en medio de la noche, y ésa era la seña! para que ella corriese hasta la Décima Avenida y se gastara unos pocos dólares conmigo. La señora Karmann era muy buen negocio.
– ¿Quiere que le lea las cartas? -le pregunté, elevando una de mis cejas diabólicamente arqueadas.
Karen Tandy movió su cabeza. Parecía más seria y preocupada que ningún cliente que pudiese recordar. Esperaba que no fuese a pedirme que hiciera algo que requiriese un verdadero talento para lo oculto.
– Son los sueños, señor Erskire. Desde que este bulto comenzó a crecer he tenido sueños terribles. La primera noche pensé que era una pesadilla común, pero he tenido el mismo sueño todas las noches y cada noche es más nítido. Ni siquiera sé si quiero acostarme esta noche, porque sé que tendré el mismo sueño, y será mucho más vivido y mucho peor.
Yo me toqué pensativamente la punta de la nariz. Es un hábito mío cuando quiera que estoy meditando sobre algo, y es probable que se deba al tamaño de ella. Alguna gente se rasca la cabeza cuando piensa y se quita la caspa; yo sólo me golpeo la nariz.
– Señorita Tandy; un montón de gente tiene sueños recurrentes. Habitualmente significa que se preocupan todo el tiempo de lo mismo. No creo que sea nada como para preocuparse demasiado.
Me miró con esos ojos profundos, de color chocolate.
– Estoy segura que no es ese tipo de sueño, señor Erskine. Es demasiado real. Con un sueño de tipo ordinario uno siente que todo sucede dentro de la cabeza. Pero éste parece suceder alrededor mío, fuera de mí, a la vez que en mi cerebro.
– Bueno -dije -, ¿por qué no me cuenta de qué se trata?
– Siempre comienza de la misma manera. Sueño que estoy en una isla extraña. Es invierno y sopla un viento muy frío. Siento ese viento, aunque las ventanas de mi dormitorio están siempre cerradas. Es de noche y la luna está detrás de las nubes. En la distancia, más allá de los bosques, puedo ver un río, o quizá sea el mar. Brilla bajo la luz de la luna. Miro en mi derredor y pareciera que hay hileras de cabañas oscuras. Parece una especie de aldea, una aldea primitiva. En realidad, sé que es una aldea. Pero parece que no hay nadie. Luego, estoy caminando por una pradera hacia el río. Conozco el camino porque siento que he vivido toda mi vida en esta extraña isla. Siento que tengo miedo, pero al mismo tiempo siento que tengo algunos poderes ocultos propios, y que probablemente soy capaz de superar mi miedo. Tengo miedo de lo desconocido, de cosas que no entiendo. Llego hasta el río y me quedo en la playa. Aún hace mucho frío. Miro a través del agua y puedo ver un velero oscuro que está anclado más adentro. No hay nada en mi sueño que sugiera que sea otra cosa que un velero ordinario, pero al mismo tiempo me asusta mucho. Parece extraño y desconocido; casi como si fuera un platillo volador de otro mundo. Me quedo durante mucho tiempo en la playa y luego veo que un pequeño bote se aleja del velero y comienza a remar hacia la playa. No puedo ver quién está en el bote. Yo comienzo a correr por la pradera, de vuelta a la aldea, y entro en una de las cabañas. Ella me parece conocida. Sé que he estado antes ahí. En realidad casi puedo creer que es mi cabaña. Tiene un olor extraño, como a hierbas o incienso o algo así. Tengo la sensación desesperada de que debo hacer algo. No sé muy bien de qué se trata. Pero debo hacerlo, sea lo que sea. Tiene algo que ver con la gente del bote que me asusta, algo que ver con ese barco oscuro. El miedo crece y crece dentro de mí hasta que apenas puedo pensar. Algo va a salir de ese barco que tendrá un efecto terrible. Algo en ese barco es extranjero, algo poderoso y mágico, y yo estoy desesperada por eso. Luego me despierto.
La señorita Tandy retorcía una y otra vez un pañuelo entre sus dedos. Su voz era suave y ligera, pero tenía una convicción punzante que me hacía sentir muy incómodo. La miraba mientras fumaba, y ella parecía creer que, cualquier cosa que fuese lo que había soñado, le había ocurrido en realidad.
Me quité el sombrero. Era algo incongruente, dadas las circunstancias.
– Señorita Tandy, ése es un sueño muy extraño. ¿Siempre es el mismo, con todos los detalles?
– Exactamente. Siempre es el mismo. Siempre está ese miedo sobre lo que va a salir del barco.
– Hmm. ¿Y usted dice que es un velero? ¿Como un yate o algo por el estilo?
Ella movió su cabeza.
– No es un yate. Es más como un galeón, uno de esos galeones de otra época. Usted sabe, tres mástiles y montones de aparejos.
Me volví a tirar de la nariz y pensé con más intensidad.
– ¿Hay algo en ese barco que le dé una pista de lo que es? ¿Tiene algún nombre?
– Está demasiado lejos. Y hay mucha oscuridad.
– ¿Tiene alguna bandera?
– Hay una, pero no podría describirla.
Yo me puse de pie y fui hacia mi biblioteca de libros de bolsillo sobre ocultismo. Saqué Interpretación de diez mil sueños y dos más. Los dejé sobre la mesa con paño verde y miré una o dos referencias sobre islas y barcos. No ayudaron mucho. Los libros de texto sobre ocultismo son casi invariablemente inútiles, y -a veces- absolutamente confusos. Eso no me impidió sacar unas pocas conclusiones oscuras y misteriosas sobre los fantásticos vuelos nocturnos de mi cliente.
– Los barcos habitualmente están conectados con alguna especie de viaje o la llegada de noticias. En su caso, el barco es oscuro, y la asusta, lo que me sugiere que esas noticias pueden no ser buenas. La isla representa sus sentimientos de aislamiento y miedo; en realidad, la isla la representa a usted misma. Cualquiera que sea esa noticia es una amenaza para usted, como persona.
Karen Tandy asintió. No sé por qué, pero me sentí realmente culpable tirándole encima toda esa mierda. En ella había algo genuinamente indefenso y tenso, y allí estaba, con su cabello castaño y recogido y su travieso rostro pálido, tan serio y perdido, y comencé a preguntarme si sus sueños no serían reales.
– Señorita Tandy -dije -. ¿Puedo llamarla Karen?
– Por supuesto.
– Yo soy Harry. Mi abuela me llama Henry, pero nadie más lo hace.
– Es un buen nombre.
– Gracias. Bueno; escuche, Karen. Seré franco con usted. No sé por qué, pero hay algo en su caso que no me despierta las mismas sensaciones que las tonterías habituales que oigo aquí. Usted sabe, ancianas tratando de ponerse en contacto con su perro pekinés y las felices perreras del cielo, esa clase de basura. Hay algo en su sueño que es… no sé, auténtico.
Esto no la tranquilizó en absoluto. Lo último que un cliente quiere que le digan es que sus miedos tienen fundamento. Incluso a la gente inteligente y culta le gusta ser consolada con el pensamiento de que sus visitantes nocturnos son una especie de payasos. Quiero decir, que si la mitad de las pesadillas que tiene la gente fueran reales, se volverían locos. Parte de mi trabajo era suavizar los terrores de mis clientes y decirles que lo que soñaban no iba a suceder nunca.
– ¿Qué quiere decir con auténtico?
Le alcancé otro cigarrillo. Esta vez, cuando lo encendió, sus manos no temblaban tanto.
– Lo siguiente, Karen. Alguna gente, aunque no sea consciente de ello, tiene un poder potencial como para ser médium. En otras palabras, son muy receptivos a todo lo oculto que anda flotando en la atmósfera. Un médium es como una radio o un aparato de televisión. A causa de la forma en que éi o ella están hechos, son capaces de recibir las señales que otra gente no puede, y las puede interpretar en sonido o forma.
– ¿Qué señales? -dijo, encogiéndose de hombros -. No entiendo.
– Hay todo tipo de señal. Usted no puede ver una serial de televisión, ¿verdad? Sin embargo, está alrededor suyo todo el tiempo. Este cuarto está cargado de imágenes y fantasmas, retratos de David Brinkley y anuncios de copos de maíz de Kellogg. Todo lo que necesita para sintonizarlos es tener el tipo de receptor adecuado.
Karen Tandy echó el humo.
– ¿Usted quiere decir que mi sueño es una señal? ¿Pero qué clase de señal? ¿Y desde dónde viene? ¿Y por qué me ha elegido a mí?
Moví mi cabeza.
– No sé por qué la ha elegido a usted o de dónde viene. Podría venir de ninguna parte. Hay informes probados de gente en Estados Unidos que tiene sueños en los cuales les han dado informaciones sobre gente en lejanos países. Hubo un granjero en lowa que soñó que se ahogaba en una inundación en Pakistán y esa misma noche hubo una lluvia de monzón en Pakistán que mató cuatrocientas personas. De la única forma en que uno puede comprender esas cosas es pensando en las ondas de pensamiento como señales. El granjero captó la señal a través de su subconsciente, de algún pakistaní que estaba ahogándose. Es muy extraño, lo sé, pero ha sucedido.
Karen Tandy me miró como pidiendo auxilio.
– ¿Entonces cómo me voy a enterar de qué trata mi sueño? Suponiendo que sea la señal de alguien; alguien en este mundo que necesita ayuda y yo no puedo enterarme de quién es.
– Bueno, si está realmente interesada en saberlo hay una forma en que puede hacerlo -le dije.
– Por favor, dígame qué debo hacer. Realmente quiero saberlo. Quiero decir, estoy segura que tiene algo que ver con este… tumor, y quiero saber de qué se trata.
Yo asentí.
– Muy bien, Karen; entonces debe hacer lo siguiente: esta noche quiero que duerma como de costumbre, y si vuelve a tener el mismo sueño quiero que trate de recordar todos los detalles posibles, detalles de hechos. Mire bien la isla y vea si puede descubrir algún signo en especial. Cuando vaya hacia el rio trate de recordar todo lo posible sobre la costa. Si hay una bahía o algo así trate de recordar la forma. Si hay algo del otro lado del río, una montaña o un puerto o algo así, fíjelo en su mente. Y hay otra cosa que es muy importante; vea y recuerde la bandera del barco. Memorícela. Luego, cuando se despierte, anote todo con la mayor cantidad de detalles posible y haga dibujos lo más gráficos que pueda sobre todo lo que vio. Luego tráigamelos.
Ella apagó su cigarrillo.
– Debo estar en el hospital mañana a las ocho de la mañana.
– ¿Qué hospital?
– Las Hermanas de Jerusalén.
– Bueno, recuerde esto porque es importante; yo pasaré por el hospital y usted puede dejarme las notas en un sobre. ¿Qué le parece?
– Señor Erskine… Harry, eso es formidable. Por fin siento que estoy logrando algo.
Me acerqué y le tomé la mano. Era agradable, dentro de su estilo tenso, y si no hubiese sido muy profesional y con distancia frente a mis clientes, y si ella no hubiese tenido que ir al hospital al día siguiente, pienso que la hubiera invitado a cenar, o a dar una vuelta amistosa en mi coche, y un retorno al emporio de lo oculto de Erskine para una noche de actividades terrenales.
– ¿Cuánto le debo? -dijo, rompiendo el hechizo.
– Págueme la próxima semana – le repliqué. Siempre levanta la moral de la gente que ingresa a un hospital que uno le pida que le pague después de una operación. De pronto les hace pensar que después de todo, quizá van a vivir.
– Muy bien, Harry; gracias -dijo suavemente y se levantó para marcharse.
– ¿No le importa si no la acompaño? -le pregunté. Señalé mi capa verde como una explicación-. Los vecinos, ¿sabe? Piensan que soy un travestí o algo así.
Karen Tandy sonrió y dijo buenas noches. Me pregunté lo efectivo que sería todo eso. Después de irse me senté en mi sillón y pensé largamente. Había algo en esto que no funcionaba. Habitualmente, cuando mis clientes venían a contarme sus sueños, eran tópicos corrientes en tecnicolor sobre frustraciones sexuales o eróticas; algo así como ir a un cóctel con los Vanderbilts y encontrar que se te han caído los calzoncillos. Había sueños sobre volar y otros sobre comer, y sueños sobre accidentes y miedos imprecisables, pero ninguno de esos sueños tenían la claridad fotográfica sobrenatural y la secuencia totalmente lógica del sueño de Karen Tandy.
Levanté el teléfono y marqué. Llamó durante un par de minutos antes de que contestaran.
– ¿Dígame? -dijo una voz anciana-. ¿Quién es?
– Señora Karmann, soy Harry Erskine. Perdón por molestarla tan tarde.
– ¡Señor Erskine! Qué agradable escucharle. ¿Sabe? Estaba en la bañera, pero ahora estoy envuelta en mi toalla.
– Oh, lo lamento, señora Karmann, pero ¿le molesta si le hago una pregunta?
La encantadora viejecita rió.
– Con tal que no sea demasiado personal, señor Erskine.
– Creo que no, señora Karmann. Escuche, ¿usted recuerda un sueño que tuvo y que me contó hace dos o tres meses?
– ¿Cuál, señor Erskine? ¿El de mi marido?
– Eso mismo. Ese sobre su marido pidiendo auxilio.
– Bueno, déjeme ver -dijo la señora Karmann-. Sí, lo recuerdo bien; yo estaba de pie a la orilla del mar, y era en mitad de la noche, y hacía muchísimo frío. Recuerdo haber pensado en que debería haberme puesto la bata antes de salir. Luego escuché a mi marido susurrándome algo. El siempre susurra, sabe. Nunca viene y me grita en el oído. El susurraba algo de lo que yo no entendía nada, pero estaba segura que pedía auxilio.
Me sentí netamente raro y preocupado. No me importa mezclarme con lo oculto cuando se porta bien, pero cuando comienza a hacerse el loco yo siento escalofríos.
– Señora Karmann -le dije-. ¿Recuerda haber visto algo más en su sueño, aparte de la orilla del mar? ¿Había allí un barco o un bote? ¿Vio algunas cabañas o una aldea?
– No recuerdo que hubiese nada más -replicó la señora Karmann-. ¿Me lo pregunta por alguna razón en particular?
– No, es sólo por un artículo sobre sueños que estoy escribiendo para una revista, señora Karmann. Nada de importancia. Sólo pensé que me gustaría incluir un par de sus sueños, dado que siempre han sido muy interesantes.
Casi podía ver a la anciana pestañeando fascinada.
– Bueno, señor Erskine, es muy amable de su parte.
– Oh, otra cosa, señora Karmann. Y esto es muy importante.
– Dígame, señor Erskine.
– No le diga nada a nadie sobre esta conversación. Absolutamente a nadie. ¿Me entiende?
Ella suspiró, como si la última cosa en el mundo que se le ocurriría fuera comentarlo.
– Ni una palabra, señor Erskine, se lo juro.
– Gracias, señora Karmann. Fue una gran ayuda -dije, y dejé el teléfono más lentamente y con más cuidado de lo que nunca lo había hecho en mi vida.
¿Era posible que dos personas tuviesen sueños idénticos? Si lo era, entonces quizá toda esa charlatanería sobre señales del más allá podía ser real. Quizá tanto Karen Tandy como su tía, la señora Karmann, eran capaces de captar un mensaje de allá desde fuera de la noche, y representarlo en sus mentes.
No tomé en cuenta el hecho de que la señora Karmann decía que era su marido quien trataba de ponerse en contacto con ella. Todas las viudas mayores piensan que sus maridos están flotando en el éter, tratando de decirles ansiosamente algo de vital importancia, aunque lo más probable es que sus parejas fantasmas estén por ahí en la tierra de los espíritus jugando al golf, apretando las fantasmales tetas de las jovencitas núbiles y disfrutando unos pocos años de paz y serenidad antes de que sus antiguas mujeres vengan a unírseles.
Lo que yo pensaba era que la misma persona trataba de ponerse en contacto con las dos para comunicarles algún miedo innombrable que la acosaba. Pensé que probablemente fuera una mujer, pero con los espíritus nunca se puede saber. Se supone que más o menos carecen de sexo, y pienso que debe ser difícil tratar de hacer el amor a alguna señora- espíritu lujuriosa con nada más sustancial que un pene ectoplásmico.
Yo estaba tranquilamente sentado con todos estos pensamientos irreverentes cuando tuve la extraña sensación de que alguien es taba parado detrás mío, justo fuera de mi línea de visión. No me quise dar la vuelta, porque eso hubiera sido admitir mi ridículo miedo, pero de todos modos sentía un cosquilleo en mitad de mi espalda, y no pude evitar mirar hacia los costados para ver si en las paredes había alguna sombra desacostumbrada.
Eventualmente me puse de pie y eché una rápida mirada hacia atrás. Por supuesto, allí no había nada. Pero no pude evitar pensar que alguien o algo había estado -alguien oscuro y monástico y callado-. Comencé a silbar bastante alto y fui a servirme tres o cuatro dedos de whisky. Si había alguna especie de licor que yo realmente aprobara era ése. El agudo gusto a malta y cebada me volvió a tierra rápidamente.
Decidí tomar las cartas de Tarot para ver qué tenían que decir sobre esto. Ahora, fuera de todo el charlatanerío sobre videncia y espiritismo, tengo un cierto respeto por el Tarot, a pesar de mí mismo. No quiero creer en él, pero tiene el don peculiar de decirte exactamente en qué clase de estado se halla uno, no importa cuánto vino haya tratado de ocultarlo. Y cada carta tiene una curiosa sensación en ella, como si fuera un retrato momentáneo de un sueño que uno nunca termina de recordar bien.
Mezclé las cartas y las dejé sobre la mesa de paño verde. Usé el arreglo de la cruz céltica de diez cartas porque es el más fácil. Esta te cruza, ésta te corona, ésta está detrás tuyo, ésta está delante tuyo…
Le hice al Tarot una pregunta muy simple y obedecí todas las reglas y las tuve firmemente en mi cabeza. La pregunta fue:
– ¿Quién le habla a Karen Tandy desde el más allá?
Mientras colocaba las cartas, una por una, no pude evitar un escalofrío. Nunca había visto una lectura así en mi vida. Algunas cartas del Tarot difícilmente aparecen al revés, y cuando lo hacen te llaman la atención en seguida porque son tan poco frecuentes. Las lecturas, para la mayoría de la gente, están llenas de cartas con litigios menores o cartas que muestran ansiedad sobre el dinero, o peleas en la casa; todas cartas menores, todas en las líneas de copas o espadas o bastos. Muy difícilmente se ven cartas de terribles desastres, como la Torre, que muestra a gente diminuta arrojada de un castillo por una gran llamarada, y yo jamás he dado la vuelta a la Muerte.
Pero la Muerte apareció, con su negra armadura, con su caballo negro de ojos rojos, con obispos y niños haciéndole reverencias. Y también lo hizo el Diablo, con su hostil echar fuego por los ojos, sus cuernos agresivos, y gente desnuda encadenada a su trono. Y así lo hizo el Mago, invertido. De esta forma, la carta del Mago significa un médico o mago, enfermedad mental o intranquilidad.
Me quedé mirando las cartas durante casi media hora. ¿El Mago? ¿Qué demonios significaba eso? ¿Quería decir que Karen tenía un desequilibrio mental? Quizá. Quizás ese tumor en su nuca hubiese afectado su cerebro. El problema con estas malditas cartas era que nunca eran lo suficientemente explícitas. Te daban cuatro o cinco interpretaciones posibles y uno tenía que arreglárselas por su cuenta.
¿El Mago? Mezclé de nuevo las cartas y utilicé la carta del Mago como pregunta. Para hacerlo tenía que colocarla en el centro de la mesa, cubrirla con otra carta y hacer de nuevo la cruz céltica. Luego las cartas me darían una explicación más detallada de qué significaba el Mago.
Coloqué nueve cartas boca abajo y luego di la vuelta a la décima. En la boca de mi estómago tenía una sensación muy extraña y comencé a sentir que algo me estaba mirando de nuevo. Eso no podía ser posible. La décima carta también era el Mago.
Yo levanté la carta que cubría mi carta- pregunta y ahí abajo estaba la Muerte. Quizás había cometido un error. De todos modos, yo estaba bastante seguro que primero había colocado la del Mago. Levanté todas las cartas de nuevo, y coloqué al Mago firmemente sobre la mesa y la cubrí con el dos de espadas, y continué poniendo cartas hasta llegar a la última.
Allí no había nada. Estaba en blanco.
Yo no creía en toda esta historia de predecir la suerte, pero tuve definitivamente la sensación de que ahí había alguien que me decía fuerte y firmemente que me metiera en lo mío.
Miré mi reloj. Era medianoche. Una buena hora para fantasmas y espíritus y una buena hora para irse a la cama. Mañana iría resueltamente a ver lo que Karen Tandy había escrito y puesto en el sobre.