No sé qué esperaba yo ver en un hechicero actual, pero Singing Rock podría haber sido tanto un vendedor de seguros como un practicante de la vieja magia india. Cuando le fui a esperar la mañana siguiente en el aeropuerto de La Guardia, después de su llegada de Sioux Falls, llevaba un traje de mohair gris, su cabello era corto y brillaba con alguna cosa que se hubiera puesto en él, y tenía unas gafas de grueso marco en su menos- que- aguileña nariz.
Su piel era oscura, con ojos brillantes y negros, y había más arrugas en su rostro de cincuenta años que las que uno pudiese esperar ver en un hombre blanco, pero por lo demás era muy mundano y poco espectacular, como los demás hombres de negocios en ese vuelo.
Me dirigí hasta él y le estreché la mano. Sólo me llegaba hasta el hombro.
– ¿Señor Singing Rock? Yo me llamo Harry Erskine.
– Hola. No tiene que decirme señor Singing Rock. Con sólo Singing Rock basta. Qué vuelo terrible. Tuvimos tormenta todo el tiempo. Pensé que íbamos a tener que aterrizar en Milwaukee.
– Mi coche está afuera -le dije.
Recogimos su equipaje y fuimos hasta el parking. Un sol licuoso estaba derritiendo el barro, y se apreciaba el comienzo de una sensación de primavera. Sobre la vereda caían un montón de goteras y una de ellas me alcanzó en el cuello.
Miré hacia arriba.
– ¿Cómo es que no caen encima suyo? -le pregunté.
– Soy un hechicero -dijo con urbanidad Singing Rock -. ¿Cree que una gota de agua se atrevería a caerme encima?
Puso sus maletas en el maletero y subimos al coche.
– ¿Le gusta el «Cougar»? -preguntó Singing Rock.
– Es un buen coche -dije-. Me gusta.
– Yo tengo uno verde -me respondió -. Lo uso para ir a pescar los fines de semana. Para trabajar tengo un «Marquis».
– Oh -dije. No parecía que el asunto de la hechicería anduviera muy mal en la reserva en estos días.
Mientras íbamos desde La Guardia hasta Manhattan le pregunté a Singing Rock cuánto sabía sobre el caso de Karen Tandy.
– Me dijeron que un viejo hechicero está por hacer su reaparición dentro de su cuerpo -dijo.
– ¿Y no le parece difícil de creer?
– ¿Por qué? He visto cosas más extrañas que ésa. Aprender a escaparse a otra época es una medicina algo fuerte, pero se registran casos de que se ha hecho. Si usted dice que es verdad y el doctor Snow dice que es verdad, entonces estoy inclinado a creer que sea verdad.
– ¿Usted sabe que esto tiene que ser mantenido en un estricto secreto? -le pregunté, mientras adelantaba a un camión y ponía en marcha mi limplaparabrisas para limpiar las salpicaduras que levantaban sus ruedas.
– Por supuesto. De todos modos yo no quería publicarlo. En South Dakota tengo un negocio de inversiones y no querría que mis clientes pensasen que estoy retornando al salvajismo.
– ¿También sabe que este hechicero es muy poderoso?
Singing Rock asintió.
– Cualquier hechicero que pueda proyectarse a través de tres siglos tiene que haber sido muy poderoso. He estado revisando notas sobre el tema y parece que cuanto mayor es la distancia temporal que puede atravesar el hechicero, más poderosa puede ser su magia.
– ¿Se enteró de más cosas al respecto?
– No demasiadas, pero las suficientes para aclarar mis ideas respecto al enfoque a tomar. ¿Ha oído hablar de Gitche Manitú, el Gran Espíritu? Bueno, con lo que nos tenemos que ver es con el espíritu, o manitú, de este hechicero en particular. Obviamente es muy fuerte, lo que significa que incluso en su vida previa, por 1650, ya estaba en su cuarta o quinta reencarnación. Cada vez que un manitú vive en la tierra como un ser humano adquiere más conocimientos y fuerza. Cuando llegue a su séptima u octava reencarnación estará listo para unirse al Gitche Manitú para siempre como un espíritu permanente. Es como una graduación.
Cambié de carril.
– En el espiritismo europeo hay una especie de concepción similar. Lo que quiero saberes cómo vencerá a un manitú como éste.
Singing Rock buscó en su bolsillo un cigarrillo y lo encendió.
– No estoy diciendo que sea fácil -me respondió -. En realidad todo este asunto es muy rápido. Pero el principio básico es el siguiente. Todo hechizo mágico, de acuerdo a su fuerza, puede ser dividido. No se puede anular. No se le puede detener. Tiene su propio momentum espiritual, y tratar de anularlo sería como pararse enfrente de un tren expreso. Pero se puede diversificar a ese tren expreso y enviarlo de vuelta por donde vino. Todo lo que se necesita es alterar su curso en trescientos sesenta grados.
– Puede ser más fácil de lo que piensa -le dije-. Los médicos han tomado rayos X de este hechicero cuando aún estaba en su estadio fetal y parece que lo han deformado o herido.
– Eso no lo hará diferente -dijo Singing Rock-. El hechizo se hizo cuando él aún estaba entero y bien, y eso es lo que cuenta.
– ¿En realidad puede hacer que abandone a Karen Tandy?
– Así lo espero. No creo que yo tenga el poder como para enviarlo de vuelta a 1650. Para eso se necesitaría un hechicero muy fuerte y experimentado, alguien mucho más poderoso que yo. Pero lo que puedo hacer es sacarlo de ella, revertir el crecimiento en ella y enviarlo a otra persona.
Sentí un escalofrío.
– ¿A otra persona? Pero no puede enviar eso a otra persona. ¿Qué sentido tiene salvarle la vida a Karen Tandy si matamos a otra persona?
Singing Rock chupó su cigarro.
– Lo siento, señor Erskine. Pensé que entendía sobre estos problemas. No hay otra forma de hacerlo.
– ¿Pero a quién irá el manitú?
– Puede ser cualquiera. Tiene que darse cuenta que él luchará por su propia existencia y buscará cualquier persona que sea débil y receptiva.
Suspiré. Y de pronto me sentí muy cansado. No es nada fácil luchar contra algo que no conoce el significado de la extinción física y que está absolutamente dedicado a su propia supervivencia.
– Si lo que usted dice es verdad, Singing Rock, podría muy bien volar de vuelta a South Dakota.
Singing Rock frunció su ceño.
– Seguramente usted no objetará que transfiramos el manitú a alguien inútil, como un drogadicto irremediable, quizás, o algún borracho de los barrios bajos, o a algún criminal negro.
– Singing Rock, eso está fuera de cuestión. Esto ha sucedido porque nuestra raza perjudicó a otra. Si no hubiese sido por la forma en que los holandeses amenazaron al hechicero en 1650, él no estaría ahora aquí, amenazándonos a nosotros. No veo que haya ninguna justificación para hacer eso de nuevo contra otra minoría racial. Quiero decir, estaríamos perpetuando el mal.
El hechicero indio con su traje de mohair me miró con curiosidad.
– Es muy curioso escuchar eso de un blanco -dijo -. Mi padre, y mi abuelo, y mi bisabuelo, todos sintieron lo mismo hacia los blancos. Eran diablos inescrupulosos con corazón de piedra. Ahora, cuando finalmente nos han enseñado cómo ser tan duros y totalmente indiferentes como ustedes, ustedes se vuelven blandos con nosotros.
El «Cougar» silbó a través de la carretera mojada. Un rayo de sol amarillo cayó sobre nosotros.
– Bueno, quizá sea fácil para nosotros ser blandos ahora -le dije -. Ya tenemos todo lo que queríamos, y ahora que lo logramos podemos permitirnos ser caritativos. Pero cualquiera que sea la razón no puedo justificar el transferir al manitú a alguien más, no importa de qué raza sea, y no importa cuan miserable sea. Eso está en contra de los principios.
– Muy bien -dijo Singing Rock -. Entonces tenemos una alternativa. Pero, se lo advierto, es mucho más peligrosa.
– ¿Cuál es?
– Esperaremos hasta que el hechicero emerja del cuerpo de Karen Tandy.
– Pero eso la matará…, ella estará muerta.
– En el sentido tradicional, sí. Pero su propio manitú, o espíritu, continuará vivo dentro del hechicero. Así que ella no estará absolutamente muerta.
Ahora ya estábamos en pleno Manhattan, y yo disminuí la velocidad y me detuve ante una luz roja.
– No entiendo.
– Admito que no es fácil -dijo Singing Rock -. Pero una vez que nuestro hechicero haya emergido, podremos enfrentarnos físicamente con él. Podríamos apresarlo, siempre y cuando lo hagamos con hechizos como con barrotes. Y entonces podremos realmente forzarlo a devolver a Karen Tandy su manitú.
– ¿Forzarlo? ¿Cómo? -pregunté.
– Invocando el poder del Gitche Manitú. Todos los manitús menores están sujetos a la gran influencia del Gran Espíritu.
– Pero ¿no podría hacer él lo mismo… y matarlo a usted?
Singing Rock chupó pensativamente su cigarro.
– Por supuesto, pero ése es un riesgo que hay que correr.
– ¿Y usted lo asumirá?
– Si me merece la pena.
– ¿Y cuánto le merece la pena?
– Veinte mil dólares.
Yo Sonreí.
– Muy bien, no le culpo. Yo querría mucho más que eso para arriesgar mi vida.
– En ese caso -dijo Singing Rock, arrojando su cigarro por la ventanilla -, treinta mil.
Ahora todo estaba en manos de los padres de Karen Tandy. Nadie más podía pagar el precio de la medicina de Singing Rock y nadie más tenía el derecho de dejarle ganárselos. Llevé a Singing Rock a mi apartamento en la Décima Avenida y él se duchó y bebió café mientras yo llamaba a los padres de Karen. Les dije quién era yo y me invitaron a almorzar. Esperé que no se les atragantase la comida cuando escucharan lo que sugería Singing Rock.
Llegamos al apartamento de la señora Karmann a la una. El cristalero había ido esa mañana, y la ventana que había sido destrozada durante la sesión estaba reparada. Aquí todo era cálido, lujoso y acogedor, pero había una atmósfera notoriamente extraña.
Jeremy Tandy era un hombre de aspecto seco, con buen pelo, de alrededor de cincuenta y cinco años. Llevaba un traje oscuro y su camisa era blanca e inmaculada. Su rostro tenía algo de la cualidad de duende de Karen, pero había madurado en una forma más golpeada y dura.
Su mujer, Erica Tandy, era una mujer leve y delgada, con pelo castaño y vaporoso y unos ojos llamativamente grandes. Llevaba un vestido negro de Dior y lo contrastaba con unas joyas de oro muy simples. Yo estaba fascinado con sus largas y cuidadas uñas y su reloj «Plaget» de cinco mil dólares,
La señora Karmann también estaba, allí, dando vueltas y tratando que todos estuviesen cómodos.
No hubiese debido preocuparse. Nos sentíamos incómodos y extraños, y ninguna charla casual podía remediarlo.
– …Yo soy Harry Erskine – dije, tomando la mano de Jeremy Tandy todo lo fuerte que pude -, Y éste es el señor Singing Rock, de South Dakota.
– Llámeme sólo Singing Rock -dijo él.
Nos sentamos en las sillas y canapés y Jeremy Tandy ofreció cigarrillos
– El doctor Hughes me dijo que usted se interesa en el caso de mi hija -dijo Jeremy Tandy -. Pero hasta ahora no me ha dicho quién es usted o qué hace. ¿Piensa que puede aclarármelo?
Yo tosí.
– Señor Tandy… señora Tandy. Mucho de lo que ahora diré les parecerá extraño. Todo lo que puedo decirles es que yo era tan escéptico como ustedes cuando comenzó esto. Pero la evidencia es tan apabullante que cualquiera que sepa algo sobre la enfermedad de su hija ha tenido que aceptar que ésta es probablemente, no diré que absolutamente, la causa de ella.
Paso a paso expliqué cómo Karen había venido a mí y me había contado su sueño. Les dije como había descubierto lo del barco holandés y cómo Amelia había invocado el espíritu del hechicero. Les conté sobre su reencarnación y de nuestra visita al doctor Snow en Albany. Y luego les hablé de Singing Rock, y lo que iba a tratar de hacer, y lo que costaría.
Jeremy Tandy escuchó todo esto impasiblemente. De cuando en cuando bebía un sorbo de su brandy y fumaba sin parar mientras escuchaba, pero fuera de esto su rostro no expresaba ninguna emoción.
Cuando terminé se recostó en la silla y miró a su mujer. Ella parecía trastornada y confusa, y yo no podía culparla. Cuanto se contaba lisa y llanamente, era algo demasiado fantástico de digerir.
Jeremy Tandy se inclinó hacia adelante y me miró directamente a los ojos.
– ¿Esto es una estafa? -me preguntó valientemente-. Si lo es, dígamelo ahora mismo y lo dejaremos así.
Yo moví mi cabeza.
– Señor Tandy, se que suena increíble, pero si llama al doctor Hughes le contará la misma historia. Y puede tener una garantía de hierro que esto no es una estafa. No tendrá que pagar ningún dinero hasta que Karen esté bien. Si ella no se recupera, eso querrá decir que Singing Rock ha fallado, y él ya no necesitará el dinero. Si falla, puede morir.
Singing Rock asintió sobriamente. Jeremy Tandy se puso de pie y caminó por el cuarto como un puma dentro de una jaula.
– Mi hija está enferma -dijo -. Me han dicho que está muriendo. Luego me dicen que está dando a luz a un hechicero de trescientos años. Luego me dicen que necesitaré otro hechicero para zafarme del primer hechicero y que eso me costará treinta mil dólares.
Se volvió hacia mí.
– ¿Entonces, esto es o no es una mierda? -me preguntó.
Yo traté de no perder mi control.
– Señor Tandy, sé que todo esto parece una locura. Pero ¿por qué no llama al doctor Hughes? El es un experto mundial en tumores. Sabe más sobre ellos que yo sobre el Metro de Nueva York, y yo he andado en él desde que estuve a la altura de una rodilla alta. Llámelo. Averigüe. Pero no pierda tiempo porque Karen se está muriendo y por lo visto ésta es la única forma de salvarla.
Jeremy Tandy dejó de dar vueltas y me miró con su cabeza inclinada.
– ¿En serio no está bromeando? -dijo.
– No, señor Tandy; no estoy bromeando. Lo digo en serio. Pregúntele a la señora Karmann. Ella vio la cara en la mesa, ¿no es así, señora Karmann?
La señora Karmann asintió.
– Es verdad, Jerry. La vi con mis propios ojos. Yo confío en el señor Erskine. No miente.
La señora Tandy se levantó y tomó la mano de su marido.
– Jerry, querido, si es la única manera… debemos hacerlo.
Hubo un largo silencio. Singing Rock sacó un pañuelo y se sonó la nariz ruidosamente. En alguna medida, nunca había imaginado que un hechicero indio necesitara un pañuelo.
Finalmente, Jeremy Tandy estiró sus manos.
– Muy bien -dijo -. Ustedes ganaron. Todo lo que quiero es a mi hija de vuelta, sana y perfecta, y si ustedes pueden lograrlo, pueden tener sesenta mil dólares.
– Treinta mil está bien -dijo Singing Rock, y cuando lo dijo creo que Jeremy Tandy creyó que lo del manitú era cierto.
Después del almuerzo llevé a Singing Rock a conocer al doctor Hughes al Hospital de las Hermanas de Jerusalén. Karen estaba fuertemente sedada y había un enfermero permanentemente a su lado. El doctor Hughes nos llevó a verla y por primera vez Singing Rock se encontró exactamente contra lo que se oponía. Se mantuvo a una respetuosa distancia del manitú, mirándole por encima de su máscara quirúrgica con ojos preocupados.
– Pufff -dijo despacio -. Eso sí que es algo.
Jack Hughes estaba detrás de él, nervioso.
– ¿Qué piensa usted, Singing Rock?
– Para citar un viejo diálogo de una película de cowboys, doctor Hughes, esto es un montón de medicina. He visto muchas cosas extrañas, pero esto…
– Vamos -dijo Jack -, salgamos de aquí. Retornamos a su oficina y nos sentamos.
Singing Rock tomó un pañuelo de papel del escritorio de Jack Hughes y cuidadosamente se secó la frente.
– Bueno -dijo Jack-. ¿Cuál es su plan de acción?
– Lo primero que diré es que no tenemos mucho tiempo -señaló Singing Rock-. Por la forma en que crece ese manitú necesitaremos estar prestos mañana a más tardar. Lo que tendré que hacer es formar un círculo mágico alrededor de la cama; así cuando el hechicero salga no podrá cruzarlo. Eso lo contendrá lo suficiente como para darme tiempo de sojuzgarlo con mis propias hechicerías. Por lo menos espero que sea así. Es muy posible que sea lo suficientemente poderoso como para cruzar cualquier círculo mágico que yo trace. No lo sé, ni lo sabré, hasta que aparezca. Depende de cuánto lo hayan afectado los rayos X. El hechizo original, el hechizo que utilizó para hacerse renacer, es todo lo fuerte que fue capaz de lograrlo en 1650. Pero todos los nuevos hechizos que trate de hacer ahora pueden estar amortiguados por lo que ustedes le hicieron. Por otro lado puede que no. No puedo depender de ello. Pueden haberlo hecho mucho más vengativo y su magia mucho más diabólica.
Jack Hughes suspiró.
– Usted no parece muy esperanzado.
– ¿Cómo puedo estarlo? -dijo Singing Rock -, Esto es estrictamente como David y Goliath. Si puedo pegarle con una piedra con mi honda, quizá tenga la suerte suficiente como para vencerle. Pero si no acierto, entonces me destrozará.
– ¿Necesita algo? -le pregunté-. ¿Alguna ayuda ocultista?
Singing Rock movió su cabeza.
– Traje conmigo todas mis herramientas. Si podemos sacar mi maleta de su coche, Harry, podría comenzar ya mismo dibujando el círculo. Por lo menos eso nos dará alguna protección.
El doctor Hughes tomó el teléfono y llamó a un portero. Cuando el hombre llegó le envió a mi coche en el sótano, con instrucciones de recoger la maleta de Singing Rock.
– Cualquier cosa que haga -dijo Singing Rock- no debe perturbar el cuerpo de Karen Tandy cuando el hechicero la haya dejado. No debe ser tocado bajo ninguna circunstancia. Si se le molesta, aunque sea levemente, las posibilidades de que su manitú sea capaz de regresar a él y revitalizarlo serán prácticamente nulas.
– ¿Supongamos que el mismo hechicero lo perturbe? – pregunté.
Singing Rock no se mostró nada feliz.
– Si eso sucede, probablemente perdamos nuestro tiempo.
Jack Hughes dijo:
– Lo que no entiendo es por qué no podemos matarlo. Es un ser humano; después de todo tiene carne y sangre normales,
– Eso inutilizaría todo lo que tratamos de hacer dijo Singing Rock -. Si le matan, sus espíritus irán a lo que los indios solían llamar Los Terrenos de la Feliz Cacería. Su espíritu, y el de Karen Tandy y los demás espíritus que hay a podido recolectar durante sus varias vidas. Si le matan de esa manera, Karen Tandy se habrá ido para siempre. El posee su manitú y sólo él puede soltarlo. Voluntariamente o bajo presión.
– ¿Y usted no cree que haya ninguna posibilidad de que él se vaya voluntariamente…? -preguntó Jack Hughes,
– Ninguna esperanza -dijo Singing Rock.
– ¿Y cuantas cree que sean sus posibilidades de poder forzarlo a hacer lo que usted quiera?
Singing Rock se rascó la mejilla pensativamente.
– Tres por ciento -dijo-. Es decir, si tengo suerte.
En aquel momento retornó el portero con la maleta. Singing Rock la tomó, la puso sobre el escritorio del doctor Hughes y la abrió. Por lo que pude ver, estaba llena de pelo viejo y huesos y paquetes de polvos.
– Muy bien -dijo el hechicero-. Aquí está todo. Bajemos y dibujemos el círculo.
Bajamos otra vez y fuimos a la habitación privada de Karen Tandy. Estaba acostada exactamente como antes, con el rostro blanco, el enorme bulto llegándole casi a la cintura. Singing Rock la miró, pero se dedico a sacar polvos y huesos de su maleta y a dejarlos cuidadosamente en el piso.
– Quiero que entiendan -dijo-, que una vez que yo haya dibujado este círculo no debe ser tocado o perturbado de ninguna manera. Se puede cruzar, pero hay que tener un gran cuidado en no borrarlo o romperlo. Si llega a estar levemente roto, es inútil.
El doctor Hughes dijo:
– Muy bien. Me aseguraré que todo el que entre aquí sepa eso.
Singing Rock se puso en cuatro patas y volcó una línea circular de polvo rojo del paquete de papel alrededor de la cama. Luego, adentro de él, volcó una línea circular de polvo blanco. A intervalos regulares dejaba blancos huesos humanos secos y hacía una suave invocación sobre cada uno de ellos. Luego colocó una guirnalda de pelo humano en toda la extensión del círculo (viejas cabelleras del tótem histórico de su tribu).
– Gitche Manitú, protégeme -oró -. Gitche Manitú, escúchame y protégeme.
Mientras decía estas palabras sentí un helado escalofrío bajarme por la espalda. Karen, en la cama, había abierto un ojo y miraba fijamente a Singing Rock con una serena malevolencia.
– Singing Rock -dije despacio, y señalé.
Singing Rock se dio vuelta y vio el solitario ojo lleno de odio. Se pasó nerviosamente la lengua por los labios y luego le habló a Karen con una voz serena e intensa.
– ¿Quién eres? -preguntó -. ¿De dónde vienes?
Al principio hubo silencio, pero luego Karen Tandy susurró roncamente:
– Yo-soy-mucho-más-poderoso-que-tú. Tu-hechizo-no-me-hará- nada. Pronto -te-desharé-pequeño-hermano.
– ¿Cómo te llamas? -dijo Singing Rock.
– Mi-nombre-es-Misquamacus.Pronto-te-desharé-pequeño-hermano-de-las-planicies.
Singing Rock dio unos pasos para atrás nerviosamente, mirando al ojo solo. Incluso cuando el ojo se cerró de nuevo él restregaba sus manos contra la bata quirúrgica muy agitadamente.
– ¿Qué sucede? -le pregunté.
– Es Misquamacus -susurró, como si tuviera miedo que le escucharan -. Es uno de los hechiceros más conocidos y poderosos en la historia de los indios.
– ¿Usted oyó hablar de él?
– Todo el que sepa algo sobre magia india ha oído hablar de él. Hasta los sioux sabían de él mucho antes que llegaran los blancos. Estaba considerado como el mayor de los hechiceros y se hallaba en contacto con manitús y demonios que ningún otro hechicero se había atrevido a invocar.
– ¿Qué significa eso? -dijo ansiosamente Jack Hughes-. ¿Eso quiere decir que no puede combatirlo?
Singing Rock estaba sudando bajo su barbilla.
– Sí, puedo combatirlo. Pero no apuesto por mis posibilidades de ganar. Se decía que Misquamacus era capaz de controlar incluso a los más viejos y malos espíritus indios. En la época en que los primeros blancos llegaron a América había algunos manitús tan viejos y diabólicos que sólo eran conocidos en las leyendas e historias de la mayoría de las tribus. Pero Misquamacus los invocaba regularmente para su propio uso. Si hoy les vuelve a llamar, no puedo imaginarme qué sucedería.
– ¿Pero qué puede hacer un espíritu? -le pregunté-. ¿Puede realmente hacerle mal a la gente que no cree en él?
– Por supuesto -explicó Singing Rock -. Porque usted crea que un tigre no va a darle un zarpazo, eso no evita que lo haga, ¿verdad? Una vez que esos manitús hayan sido invocados al mundo físico, tienen poderes físicos y una existencia física.
– ¡Dios bendito- dijo el doctor Hughes. Singing Rock resopló.
– Él no le ayudará. Estos demonios no tienen nada que ver con el cristianismo. Se puede combatir a los demonios cristianos con crucifijos y agua bendita, pero estos demonios se reirían de usted.
– Este círculo… -dije señalando el anillo de polvo y huesos -. ¿Cree que esto le retendrá?
Singing Rock movió su cabeza.
– No lo creo. De todos modos, no más que unos minutos. Puede apenas darme tiempo para hacerle algunos hechizos, algo que le retenga más tiempo. Pero Misquamacus mismo era uno de los grandes hacedores de círculos. El dibujaba círculos que podían retener a los espíritus más terribles. Este círculo es el más fuerte que yo sea capaz de dibujar, pero él sabrá cómo romperlo sin ningún problema.
– Lo que me preocupa es Karen -dijo Jack Hughes-. Si vamos a tener ahora mismo una gran lucha entre magos en este cuarto, ¿cree que ella podrá sobrevivirla?
– Doctor Hughes -dijo Singing Rock-. Esto es todo o nada. Si gano esta batalla, ella sobrevivirá. Si no, no le puedo garantizar quién sobreviva. Con un hechicero tan fuerte como Misquamacus podemos morir todos. Usted no parece entender qué son los manitús. Cuando digo que son poderosos no sólo quiero decir que pueden contra un hombre. Si son sacados del limbo sin ningún control sobre ellos, pueden eliminar este hospital, toda la manzana, toda la ciudad.
– Oh, bueno; ahora vámonos -dijo el doctor Hughes.
Singing Rock pegó un último vistazo a su círculo hechizado y nos fuimos del cuarto de Karen Tandy. En el corredor nos sacamos las máscaras y desabrochamos las túnicas.
– Todo lo que puedo decir es… aguarden y verán – dijo Singing Rock-. Ahora me vendría bien una cerveza y comer algo. ¿Hay un lugar donde comer en el hospital?
– Sígame -dijo Jack Hughes -. Será una larga noche, así que lo mejor será que tomemos algo.
Miré la hora. Las cinco y cinco. Mañana a esa hora sabríamos si habíamos ganado. Si no, no podía ni siquiera imaginarme lo que serían las cinco y cinco de la tarde del martes.
El teniente Marino del Departamento de Policía de Nueva York me esperaba en la oficina del doctor Hughes cuando volvimos de comer. Estaba sentado pacientemente con sus manos sobre las piernas y su pelo negro como un cepillo totalmente erizado, como Mikkey Spilane antes de su visita semanal al peluquero.
– ¿Señor Erskine? -dijo, levantándose a darme la mano.
Yo le miré con cautela,
– ¿Necesita algo, teniente?
– Oh, nada en especial. Usted debe ser el doctor Hughes, ¿no? -le dijo a Jack -. Yo soy el teniente Marino.
Mostró su insignla.
– Este es Singing Rock -dije, presentando a Singing Rock.
– Mucho gusto -replicó el teniente Marino. Todos se dieron la mano.
– ¿Hay algún problema? -dije.
– Vaya si lo hay -dijo el teniente Marino -. ¿Usted conoce a dos personas llamadas Amelia Crusoe y Stewart MacArthur?
– Por supuesto; son viejos amigos míos. ¿Qué sucede?
– Están muertos -dijo el teniente Marino-. Esta mañana se incendió su apartamento del Village y ambos han muerto.
Yo me sentí mal y comencé a temblar. Encontré una silla y me senté y el doctor Hughes tomó su botella de bourbon y me sirvió un vaso. Tomé un largo trago. El teniente Marino me dio un cigarrillo y me lo encendió. Cuando hablé, mi voz era seca y ronca.
– ¡Dios mío!, eso es terrible -dije -. ¿Cómo sucedió?
– No lo sabemos -dijo Marino encogiendo sus hombros-. Yo esperaba que usted tuviese alguna idea al respecto.
– ¿Qué quiere decir? ¿Qué clase de idea puedo tener? Me acabo de enterar.
El teniente Marino se inclinó hacia adelante, confidencialmente.
– Señor Erskine, el sábado a la mañana una anciana llamada señora Herz cayó por unas escaleras y murió. Hoy es lunes. Dos personas fueron atrapadas por un incendio súbito en su apartamento y mueren. Toda esta gente tiene algo en común. Son amigos suyos. Entonces, ¿le parece que hago bien en llevar a cabo un interrogatorio de rutina o no?
Me recosté. Mis manos temblaban como dos viejos con apoplejía.
– Creo que tiene razón. Pero yo tengo un testigo que puede decirle dónde estaba yo esta mañana. Me hallaba en La Guardia esperando a Singing Rock, que llegaba desde South Dakota.
– ¿Eso es verdad? -preguntó el teniente Marino a Singing Rock.
Singing Rock asintió. Parecía estar pensativo y preocupado, y me pregunté qué pasaría por su cabeza.
– Muy bien -dijo el teniente Marino, poniéndose de pie -. Eso es todo lo que quería. Lamento haberle comunicado tan malas noticias.
Estaba listo para irse pero Singing Rock le tomó del brazo.
– Teniente -dijo-. ¿Sabe qué pasó en realidad con esas dos personas?
– Es difícil decirlo -replicó Marino -. Parece que el fuego fue instantáneo, más como una bomba que como un incendio. Ambos cuerpos se redujeron a cenizas. Ahora estamos viendo si hubo explosión, pero no hubo daños de explosiones, así que no creo que encontremos nada. Quizá fue algún desperfecto eléctrico. No lo sabremos hasta dentro de dos o tres días.
– Muy bien, teniente -dijo Singing Rock serenamente-. Gracias.
El teniente Marino fue hacia la puerta.
– Señor Erskine, realmente le agradecería que no deje la ciudad durante un día o algo así. Me gustaría saber dónde puedo localizarlo en caso de que haya más interrogatorios.
– Claro -le dije suavemente-. Andaré por aquí.
En cuanto se fue, Singing Rock vino hacia mí y me puso una mano en el hombro.
– Harry -dijo-, lo siento. Pero ahora sabemos exactamente contra qué estamos luchando.
– No creerá que…
– No, no lo creo -dijo -, lo sé. Sus amigos molestaron a Misquamacus invocándolo en esa sesión. Posiblemente sólo apareció para ver quién se atrevía a sacarlo del limbo. Misquamacus es muy capaz de provocar un fuego así. En la hechicería de las praderas se solía llamar «la luz que ve», porque era completamente selectiva. Solamente atacaba a la gente que el hechicero quería matar.
El doctor Hughes frunció su ceño.
– Pero Harry estuvo también en la sesión. ¿Por qué Misquamacus no le ha hecho lo mismo?
– Por mí -dijo Singing Rock-. Puede que no sea el mayor hechicero que jamás haya existido, pero estoy protegido de brujerías simples como ésa por mis amuletos, y aquellos que me son amigos y que están en mi derredor también quedan protegidos. Me imagino que porque Misquamacus aún no ha renacido exactamente no puede ejercer su magia total. Por supuesto, es sólo una suposición.
– Me cuesta creerlo -dijo Jack Hughes -. Estamos en la era tecnológica, y una criatura de hace cuatrocientos años puede destruir a alguien a millas de distancia, en el Village, con una llamarada. ¿De qué demonios se trata todo esto?
– Es magia -dijo Singing Rock-. La magia real se crea en la forma en que el hombre utiliza su medio: las rocas, árboles, agua, tierra, fuego y cielo. Y los espíritus también, los manitús. Actualmente hemos olvidado cómo invocar a esas cosas para que nos ayuden. Hemos olvidado cómo practicar la magia real. Pero aún puede hacerse. Los espíritus están ahí, listos para ser invocados. Un siglo para un espíritu es como una milésima de segundo para nosotros. Son inmortales y pacientes, pero también son poderosos y hambrientos. Se necesita a un hombre muy fuerte y valiente para sacarlos del limbo. Y se necesita aún uno más fuerte para enviarlos de vuelta allí y sellar la puerta por la que han salido.
– ¿Sabe una cosa, Singing Rock? -dijo el doctor Hughes-. Por la forma en que usted habla, me pone la piel de gallina.
Singing Rock le miró pragmáticamente.
– Tiene toda la razón del mundo en que se le ponga la piel de gallina. Esta es, probablemente, la cosa mas escalofriante que nunca haya sucedido.