El autor y su obra.

Hijo de una familia burguesa de terratenientes y de importantes comerciantes establecidos en Burdeos, Francia, nació el que había de ser célebre novelista Francois Mauriac, el 11 de octubre de 1885. "Los intensos olores y colores de su tierra meridional -escribe su biógrafo M. Mourre- habrían de ser no sólo elementos escénicos de su producción novelesca, sino también un personaje esencial de ésta. Cristiano, desarrolló en el seno del catolicismo al ritmo de las fiestas litúrgicas, su inteligencia y, más aún, su sensibilidad y su misma sensualidad: el Dios de Mauriac, ya como vocación o bien como punto de contradicción, es, ante todo, una divinidad presente a los sentidos." El padre de nuestro autor, no obstante, era ateo. Falleció en 1886, o sea, cuando Franjáis contaba un año. El muchacho fue educado, junto con sus tres hermanos y una hermana, por su madre, católica ferviente y severa. Sus estudios primarios los realizó con las monjas de la Sagrada Familia y, después, en el colegio de los marianistas Grana Lebrun. De este último pasó al Instituto de Segunda enseñanza de la misma ciudad de Burdeos, donde fue uno de los alumnos más brillantes. En aquella época sus lecturas preferidas eran Racine, Pascal, Baudelaire y Rimbaud, a pesar de no ser estos dos últimos admitidos en los textos escolares. Ya en la Facultad de Letras, siguió los cursos de Camille Julián y de Fortunat Strowski, hasta obtener la licenciatura en letras en 1906. En París, superó las pruebas de la Escuela de Chartres. Empero, con el propósito ya de consagrarse únicamente a la literatura, se apartó algunos meses después de los estudios universitarios. Empezó por colaborar en revistas de escasa circulación, y publicó un volumen de poesías, Las manos juntas, que mereció un artículo de crítica elogioso por parte de Maurice Barres. Un año más tarde dio a luz otra colección de poesías, El adiós a la adolescencia. En aquel entonces se relacionaba con Francis Jammes y Roben Vallery-Radot, católico intransigente. Con André Lafon, éste ya amigo en Burdeos, fundó en 1912 la revista Les Cahiers, y en el mismo año publicaba su primera novela El muchacho cargado de cadenas. En 1913 contrajo matrimonio con la hija de un tesorero de la Administración departamental, y daba a luz otra obra, La vestidura como pretexto. Movilizado cuando la guerra del 14, fue enviado a Salónica. Tras el armisticio, reanudó su labor literaria con La carne y la sangre y, a continuación, con Precedencias. Pero, no es hasta la aparición en 1922 de su novela El beso del leproso que alcanza la celebridad, confirmada tres años después, o sea en 1925, por la Academia Francesa al concederle el Gran Premio de la Novela por su obra El desierto del amor. Sumando nuevos éxitos y otras distinciones, año tras año, su producción literaria se ha hecho mucho más extensa e ininterrumpida, hasta llegado el día de hoy en que nuestro autor linda sus ochenta y cuatro años. Sin embargo, aunque Mauriac haya publicado nuevas colecciones de poesías, multitud de artículos periodísticos, biografías, libros de recuerdos y de meditación, y ensayos religiosos y críticos, amén de haber pronunciado numerosísimas conferencias, su ancha y honda influencia sobre grandes masas de lectores se debe, sobre todo, a su producción novelística. De ésta, además de los títulos ya citados, son las más famosas y significativas de su talento Nudo de víboras, El río de fuego, Genitrix, Teresa Desqueyroux, El fin de la noche, Lo que estaba perdido, El misterio de Frontenac, Los ángeles negros, Los caminos del mar, La farisea, El simio y Galilai. Al margen de su quehacer puramente literario, sus actividades -aunque siempre como único instrumento su pluma de escritor- han adquirido, muchas veces, una significación muy acusada. Francois Mauriac, rebelde a cualquier compromiso permanente con una ideología o partido, sean cuales fueren, sólo en virtud de una exigencia espiritual y al servicio de lo que juzga la única justicia, siempre ha permanecido en la oposición. Así es como se ha situado ora contra los comunistas y, luego o al mismo tiempo, contra los demócratas-cristianos, contra los conservadores o contra los progresistas, contra los derechistas o contra los izquierdistas. Hasta el extremo de atraerse el odio de unos u otros, incluso de los que poco antes eran sus más incondicionales seguidores; en tanto que se sumaban a sus adictos muchos de aquellos que, con más saña, le combatían el día antes. Todo ello por igual en todos los sectores de la vida nacional francesa e, incluso, del extranjero. Circunstancias las señaladas que han permitido que nuestro autor se revelara como poseedor de extraordinarias dotes polémicas.

Miembro de la Academia Francesa desde 1931, le fue concedido el Premio Nóbel de Literatura 1952 por el conjunto de su obra. Sus últimas producciones han sido sus Memorias íntimas y Lo que yo creo.

Nudo de víboras, considerada, en general, como su mejor novela, ha ejercido una influencia moral al nivel de su éxito, tanto en Francia como en todos los países a cuyos idiomas ha sido traducida. A propósito de ella, el autor, después de declarar que se siente muy orgulloso de haberla escrito, se pregunta: "¿Por qué el héroe de esta novela sólo es designado por su nombre de pila? ¿Por qué le dejé sin apellido? Es curioso que hoy no pueda dar respuesta alguna a esta cuestión. Este Louis es el retrato, embellecido y espiritualizado, del mismo hombre a quien debo también el haber escrito Genitrix. Más que cualquier otro de mis personajes, me lleva al convencimiento de que, lejos de haber calumniado al hombre de mis libros, como se me reprocha, he infundido, por el contrario, a mis criaturas, un alma de la cual están desprovistos los seres que, en realidad, me sirvieron de modelo. Mis monstruos "buscan a Dios entre gemidos", cosa que casi nunca hacen los monstruos que nos rodean, los monstruos que nosotros mismos somos. Como Lo que estaba perdido, Nudo de víboras, novela católica, ilumina una verdad que, durante toda mi vida, he intentado demostrar e imbuir en ciertas mentes preclaras: y es que el necio crea su mediocridad, su avaricia, su injusticia y, sobre todo, su mala fe intelectual, todo aquello que constituye el fondo mismo de su naturaleza, en torno al Hijo del Hombre, que vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Son ellos los que alejan, desvían de la fuente viva a Irene de Blénauge y al anciano de Nudo de víboras. El escándalo de esta monopolización del Cristo por los que no participan de su espíritu: éste es, según-mi parecer, el tema esencial de Nudo de víboras." Y, el propio Francois Mauriac, es quien añade: "El autor de estas tres obras -Nudo de víboras, Lo que estaba perdido y Los ángeles negros- no sabría recusar, sin mentir con ello, su calidad de novelista católico".

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