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A las seis y media Pereira oyó que llamaban a la puerta, pero ya estaba despierto, sostiene. Miraba las franjas de luz y de sombra de las persianas sobre el techo, pensaba en Honorine de Balzac, en el arrepentimiento, y le parecía que él también tendría que arrepentirse de algo, pero no sabía de qué. De repente sintió deseos de hablar con el padre Antonio, porque a él podría confiarle que deseaba arrepentirse, pero no sabía de qué debía arrepentirse, sentía tan sólo una nostalgia de arrepentimiento, eso es lo que quería decirle, o quizá sólo le gustara la idea del arrepentimiento, quién sabe.

¿Sí?, preguntó Pereira. Es la hora del paseo, dijo la voz de una enfermera detrás de la puerta, el doctor Cardoso le espera en el vestíbulo. Pereira no tenía ganas de dar ningún paseo, sostiene, pero de todos modos se levantó, deshizo la maleta, se puso unos zapatos de rejilla, unos pantalones de algodón y una camisa ancha de color caqui. Colocó el retrato de su mujer sobre la mesa y le dijo: Ya ves, aquí me tienes, en la clínica talasoterápica, pero si me aburro me marcharé, por suerte me he traído un libro de Alphonse Daudet, así puedo hacer alguna traducción para el periódico, de Daudet nos gustó sobre todo Le petit chose, ¿lo recuerdas?, lo leímos en Coimbra y a ambos nos conmovió, era la historia de una infancia y quizá pensábamos en un hijo que después nunca tuvimos, en fin, qué le vamos a hacer, de todas formas me he traído los Cantes du lundi y creo que estaría bien una novela corta para el Lisboa, bueno, ahora perdóname, tengo que marcharme, parece que hay un doctor que me está esperando, veamos cuáles son los métodos de la talasoterapia, nos veremos más tarde.

Cuando llegó al vestíbulo, vio a un señor con una bata blanca que contemplaba el mar desde las ventanas. Pereira se le acercó. Era un hombre entre treinta y cinco y cuarenta años, con perilla rubia y ojos azules. Buenas tardes, dijo el médico con una tímida sonrisa, soy el doctor Cardoso, usted es el señor Pereira, supongo, estaba esperándole, es la hora del paseo de los pacientes por la playa, pero si usted lo prefiere podemos quedarnos hablando aquí o salir al jardín. Pereira contestó que efectivamente no le apetecía mucho dar un paseo por la playa, dijo que aquel día ya había estado en la playa y le contó el baño que se había dado en Santo Amaro. Oh, magnífico, exclamó el doctor Cardoso, creía que tendría que vérmelas con un paciente más difícil, pero veo que la naturaleza todavía le atrae. Quizá más que nada me atraen los recuerdos, dijo Pereira. ¿En qué sentido?, preguntó el doctor Cardoso. Tal vez se lo cuente en otro momento, dijo Pereira, pero ahora no, quizá mañana.

Salieron al jardín. ¿Damos un paseo?, propuso el doctor Cardoso, le sentará bien a usted y me sentará bien a mí. Tras las palmeras del jardín, que crecían entre las rocas y la arena, había un hermoso parque. Pereira siguió al doctor Cardoso, quien parecía tener ganas de charlar. En estos días está usted a mi cuidado, dijo el médico, necesito hablar con usted y conocer sus costumbres, no debe tener secretos conmigo. Pregúnteme lo que desee, dijo Pereira con disponibilidad. El doctor Cardoso cogió una brizna de hierba y se la puso en la boca. Empecemos por sus hábitos alimentarios, preguntó, ¿cuáles son? Por la mañana me tomo un café, respondió Pereira, después un almuerzo y una cena, como todo el mundo, es muy sencillo. ¿Y qué suele comer?, preguntó el doctor Cardoso, es decir, ¿qué tipo de alimentación toma? Tortillas, hubiera querido responder Pereira, prácticamente sólo como tortillas, porque mi portera me prepara pan y tortillas y porque en el Café Orquídea sólo sirven omelettes a las finas hierbas. Pero sintió vergüenza y respondió de modo distinto. Alimentación variada, dijo, pescado, carne, verdura, soy bastante frugal en la comida y me alimento de una forma racional. Y ¿cuándo empezó a manifestarse su obesidad?, preguntó el doctor Cardoso. Hace algunos años, respondió Pereira, después de la muerte de mi esposa. En cuanto a los dulces, preguntó el doctor Cardoso, ¿come usted muchos dulces? Nunca, respondió Pereira, no me gustan, sólo bebo limonadas. ¿Cómo son esas limonadas?, preguntó el doctor Cardoso. Zumo natural de limón, dijo Pereira, me gusta, me refresca y tengo la impresión de que les sienta bien a mis intestinos, porque a menudo tengo los intestinos alterados. ¿Cuántas al día?, preguntó el doctor Cardoso. Pereira lo pensó unos instantes. Depende del día, respondió, ahora en verano, por ejemplo, unas diez. ¡Diez limonadas al día!, exclamó el doctor Cardoso, señor Pereira, me parece una locura, y, dígame, ¿les pone azúcar? Las lleno de azúcar, dijo Pereira, la mitad del vaso de limonada y la otra mitad de azúcar. El doctor Cardoso escupió la brizna de hierba que tenía en la boca, hizo un gesto perentorio con la mano y sentenció: Desde hoy se acabaron las limonadas, las sustituiremos por agua mineral, sería mejor sin gas, pero si la prefiere con gas, no importa. Había un banco bajo los cedros del parque y Pereira se sentó, obligando a sentarse al doctor Cardoso. Perdóneme, señor Pereira, dijo el doctor Cardoso, ahora quisiera hacerle una pregunta íntima: ¿Qué me dice de su actividad sexual? Pereira miró las copas de los árboles y dijo: Explíquese mejor. Mujeres, explicó el doctor Cardoso, ¿va usted con mujeres, tiene una actividad sexual normal? Mire, doctor, dijo Pereira, yo soy viudo, ya no soy tan joven y tengo un trabajo absorbente, no tengo ni tiempo ni ganas de buscar mujeres. ¿De ninguna clase?, preguntó el doctor Cardoso, qué sé yo, una aventura, una mujer de vida disipada, de vez en cuando. Ni siquiera eso, dijo Pereira, y sacó un cigarro preguntando si podía fumar. El doctor Cardoso se lo permitió. Eso no le sienta nada bien a su cardiopatía, dijo, pero si no puede prescindir de ello… No, no puedo prescindir porque sus preguntas me incomodan, confesó Pereira. Pues todavía tengo otra pregunta incómoda, dijo el doctor Cardoso, ¿tiene usted poluciones nocturnas? No entiendo su pregunta, dijo Pereira. Bueno, dijo el doctor Cardoso, quiero decir si no tiene sueños eróticos en que llegue hasta el orgasmo, tiene sueños eróticos?, ¿con qué sueña? Escuche, doctor, respondió Pereira, mi padre me enseñó que nuestros sueños son la cosa más privada que tenemos y que no hay que revelarlos a nadie. Pero usted está aquí para curarse y yo soy su médico, replicó el doctor Cardoso, su psique está en relación con su cuerpo y necesito saber qué es lo que sueña. A menudo sueño con La Granja, confesó Pereira. ¿Es una mujer?, preguntó el doctor Cardoso. Es una localidad, dijo Pereira, es una playa cerca de Oporto, iba de joven cuando estudiaba en Coimbra, también estaba Espinho, era una playa elegante, con piscina y casino, a veces nadaba y jugaba al billar, porque había una hermosa sala de billar, allí iba también mi novia, con la que luego me casé, ella era una muchacha enferma, pero por aquel entonces no lo sabía, sólo tenía fuertes dolores de cabeza, aquélla fue una buena época de mi vida, y sueño con ella quizá porque me gusta soñarla. Muy bien, dijo el doctor Cardoso, ya basta por hoy, esta noche me gustaría cenar con usted, podemos hablar de esto y aquello, a mí me gusta mucho la literatura y he visto que su periódico dedica un gran espacio a los escritores franceses del siglo XIX, ¿sabe?, yo estudié en París, soy de cultura francesa, esta noche le describiré el programa de mañana, nos veremos en el salón restaurante a las ocho.

El doctor Cardoso se levantó y se despidió. Pereira permaneció sentado y se puso a contemplar las copas de los árboles. Perdóneme, doctor, le había prometido que apagaría el cigarro, pero tengo ganas de fumármelo hasta el final. Haga lo que le parezca, respondió el doctor Cardoso, a partir de mañana empezaremos la dieta. Pereira se quedó solo fumando. Pensó que el doctor Costa, a pesar de que era un viejo conocido suyo, no le habría hecho nunca preguntas tan personales y reservadas, evidentemente los médicos jóvenes que habían estudiado en París eran diferentes por completo. Pereira sintió estupor y una gran incomodidad a posteriori, pero pensó que era mejor no reflexionar demasiado sobre ello, en efecto aquélla era una clínica verdaderamente particular, sostiene.

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