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A la mañana siguiente, cuando Pereira se levantó, sostiene, en la cocina había una tortilla de queso entre dos rebanadas de pan. Eran las diez, y la mujer de la limpieza venía a las ocho. Evidentemente se la había preparado para que se la llevara a la redacción, para la hora de comer. Piedade conocía muy bien sus gustos, y Pereira adoraba la tortilla de queso. Bebió una taza de café, se bañó y se puso una chaqueta, pero decidió que no se pondría corbata. Sin embargo se la metió en el bolsillo. Antes de salir se detuvo ante el retrato de su esposa y le dijo: He conocido a un chico que se llama Monteiro Rossi y he decidido contratarlo como colaborador externo para que me haga necrológicas anticipadas, creía que iba a ser un chico muy despierto, pero me parece que más bien es un poco pasmado, podría tener la edad de nuestro hijo, si hubiéramos tenido un hijo, se me parece un poco, le cae un mechón de pelo sobre la frente, ¿te acuerdas de cuando a mí también me caía un mechón de pelo sobre la frente?, era en los tiempos de Coimbra, bueno, no sé qué decirte, ya veremos, hoy va a venir a verme a la redacción, dijo que me iba a traer una necrológica, sale con una chica muy guapa que se llama Marta y que es pelirroja, pero se las da de listilla, y habla de política, en fin, qué le vamos a hacer, ya veremos.

Cogió el tranvía hasta la Rua Alexandre Herculano y después subió fatigosamente a pie hasta la Rua Rodrigo de Fonseca. Cuando llegó delante del portal estaba empapado de sudor, porque era un día tórrido. En el zaguán, como de costumbre, se encontró con la portera, quien le dijo: Buenos días, señor Pereira. Pereira la saludó con un movimiento de cabeza y subió la escalera. Apenas entró en la redacción, se quedó en mangas de camisa y encendió el ventilador. No sabía qué hacer y eran casi las doce. Se le ocurrió comerse su pan con tortilla, pero era todavía pronto. Entonces se acordó de la sección «Efemérides» y se puso a escribir. «Se cumplen tres años de la desaparición del gran poeta Fernando Pessoa. Hombre de cultura inglesa, había decidido escribir en portugués porque sostenía que su patria era la lengua portuguesa. Nos ha dejado bellísimas poesías dispersas en revistas y un largo poema, Mensaje, que es la historia de Portugal vista por un gran artista que amaba a su patria.» Releyó lo que había escrito y le pareció nauseabundo, la palabra es nauseabundo, sostiene Pereira. Entonces arrojó la hoja a la papelera y escribió: «Fernando Pessoa nos dejó hace tres años. Son pocos los que han sabido de él, casi nadie, en realidad. Vivió en Portugal como un extranjero, tal vez porque era un extranjero en todas partes. Vivía solo, en modestas pensiones o habitaciones alquiladas. Le recuerdan sus amigos, sus compañeros, aquellos que aman la poesía.»

Después cogió el pan con la tortilla y le dio un mordisco. En ese momento oyó que llamaban a la puerta, escondió el pan y la tortilla en un cajón, se limpió la boca con una hoja de papel de la máquina de escribir y dijo: Adelante. Era Monteiro Rossi. Buenos días, señor Pereira, dijo Monteiro Rossi, perdóneme, quizá me haya adelantado, pero es que le he traído una cosa, verá usted, ayer por la noche, al volver a casa, me vino la inspiración, y además he pensado que aquí en el periódico quizá se pudiera comer algo. Pereira le explicó con paciencia que aquella habitación no era el periódico, era sólo la redacción cultural, una sección aparte, y que él, Pereira, era la redacción cultural, creía que se lo había dicho ya, era sólo una habitación con un escritorio y un ventilador, porque el Lisboa era un pequeño periódico de la tarde. Monteiro Rossi se sentó y sacó una hoja doblada en cuatro. Pereira la cogió y se puso a leerla. Impublicable, sostiene Pereira, era un artículo totalmente impublicable. Describía la muerte de García Lorca y empezaba así: «Hace dos años, en circunstancias oscuras, nos dejó el gran poeta español Federico García Lorca. Se sospecha de sus adversarios políticos porque fue asesinado. Todo el mundo se pregunta todavía cómo fue posible una atrocidad semejante.»

Pereira alzó la cabeza de la hoja y dijo: Querido Monteiro Rossi, usted es un novelista espléndido, pero mi periódico no es el lugar apropiado para escribir novelas, en los periódicos se escriben cosas que corresponden a la verdad o que se asemejan a la verdad, de un escritor no debe usted decir cómo ha muerto, en qué circunstancias o por qué, debe decir simplemente que ha muerto y después debe usted hablar de su obra, de sus novelas y de sus poesías, escribiendo una necrológica, claro está, pero en el fondo se debe escribir una crítica, un retrato del hombre y de su obra, lo que usted ha escrito es perfectamente inutilizable, la muerte de García Lorca sigue siendo un misterio, ¿y si las cosas no hubieran sucedido así?

Monteiro Rossi objetó que Pereira no había acabado de leer el artículo, más adelante se hablaba de la obra, de la figura, de la dimensión humana y artística. Pereira, pacientemente, continuó con la lectura. Peligroso, sostiene, el artículo era peligroso. Hablaba de la España profunda, de la catolicísima España, que García Lorca había tomado como blanco de sus dardos en La casa de Bernarda Alba, hablaba de La Barraca, el teatro ambulante que García Lorca había llevado al pueblo. Y a continuación venía todo un elogio del pueblo español, que tenía sed de cultura y de teatro, que García Lorca había apagado. Pereira levantó la cabeza del artículo, sostiene, se pasó la mano por el pelo, se recogió las mangas de la camisa y dijo: Querido Monteiro Rossi, permítame que sea franco con usted, su artículo es impublicable, totalmente impublicable. No es que yo no pueda publicarlo, es que ningún periódico portugués podría publicarlo, y tampoco ningún periódico italiano, visto que Italia es su país de origen; hay dos posibilidades: o es usted un inconsciente o es usted un provocador, y el periodismo que se hace hoy en día en Portugal no prevé ni inconscientes ni provocadores, y eso es todo.

Sostiene Pereira que mientras decía eso sentía un hilo de sudor que le bajaba por la espalda. ¿Por qué comenzó a sudar? Quién sabe. Eso no es capaz de decirlo con exactitud. Tal vez porque hacía muchísimo calor, eso está fuera de duda, y el ventilador no era suficiente para refrescar aquel cuarto angosto. Pero también porque, tal vez, le daba pena aquel jovenzuelo que le miraba con aire pasmado y desilusionado y que había empezado a morderse las uñas mientras él hablaba. De modo que no tuvo valor para decirle: Qué le vamos a hacer, era una prueba, pero no ha funcionado, buenos días. En vez de ello se quedó mirando a Monteiro Rossi con los brazos cruzados y Monteiro Rossi dijo: Lo reescribiré, para mañana se lo reescribo. Eso sí que no, halló fuerzas para decir Pereira, nada de García Lorca, por favor, hay demasiados aspectos de su vida y de su muerte que no se corresponden con un periódico como el Lisboa, no sé si comprende usted, querido Monteiro Rossi, que en este momento en España hay una guerra civil, que las autoridades portuguesas piensan lo mismo que el general Francisco Franco; y que García Lorca era un subversivo, ésa es la palabra, subversivo.

Monteiro Rossi se levantó como si le hubiera dado miedo aquella palabra, retrocedió hasta la puerta, se detuvo, avanzó un paso y después dijo: Pero yo creía que había encontrado un trabajo. Pereira no respondió y sintió que un hilo de sudor le bajaba por la espalda. ¿Y entonces qué es lo que tengo que hacer?, susurró Monteiro Rossi con una voz que parecía implorante. Pereira se levantó a su vez, sostiene, y fue a colocarse frente al ventilador. Permaneció un par de minutos en silencio dejando que el aire fresco le secara la camisa. Debe hacerme una necrológica de Mauriac, respondió, o de Bernanos, lo dejo a su elección, no sé si me he explicado.

Pero he estado trabajando toda la noche, balbució Monteiro Rossi, esperaba que me pagase, en el fondo no pido mucho, sólo para poder comer hoy. Pereira hubiera querido decirle que la noche anterior le había adelantado ya dinero para que se comprara un par de pantalones nuevos, y que evidentemente no se podía pasar todo el día dándole dinero, porque no era su padre. Hubiera querido ser firme y duro. Y en cambio dijo: Si su problema es la comida de hoy, no se preocupe, puedo invitarle a comer, yo tampoco he comido y tengo algo de apetito, me gustaría tomarme un buen pescado a la plancha o una escalopa empanada, ¿qué le parece?

¿Por qué dijo eso Pereira? ¿Porque estaba solo y aquella habitación le angustiaba, porque de verdad tenía hambre, porque pensó en el retrato de su esposa, o por alguna otra razón? Eso no sabría decirlo, sostiene Pereira.

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